Raizan (1053-1716), el haijin que hoy nos ocupa, fue contemporáneo de Bashoo, siendo una década más joven que este, aunque sin pertenecer propiamente a su escuela.
Raizan nos dejó un haiku entrañable al morir su único hijo, poema que nos puede dar idea de la depresión que entonces sintió a raíz del suceso. Dicha muerte ocurrió en primavera. (ver ic.1):
haru no yume / ki no chigawanu ga / urameshii
Una traducción “gramatical” y palabra por palabra, nos daría:
primavera – de – sueño / sentido (= facultades) – de – no perderlo / es (tan) odioso!
Elaborando la traducción, diremos:
Sueño vernal:
¡qué odioso yo me siento
no habiendo enloquecido!
El haijin se culpa a sí mismo por no haberse vuelto loco del dolor. Tal vez una hipérbole de circunstancias, podemos pensar.
Este haiku lo vamos a cotejar ahora con el poema de muerte del mismo Raizan, el cual entra dentro de cierta tradición japonesa, a saber: el literato en cuestión escribe un poema ante su propia muerte. En este caso, Raizan escribió un tanka, modalidad poética de la que había brotado históricamente el haiku en sus albores. Este tanka de muerte presenta el esquema métrico clásico de 5/7/5 // 7/7 sílabas. Resulta bastante evidente constatar que, históricamente, de la primera estrofa del tanka (5/7/5) pudo salir el poemita entonces llamado “hokku”, precursor del haiku (denominación esta última que data de fines del s. XIX, traída por el haijin Shiki).
El tanka de muerte de Raizan reza así (ver ic. 2):
ware wa tada / umareeta toga de / shinuru nari // sore de urami mo / nani mo ka mo nashi
Mi muerte es solo
por el simple delito
de haber nacido:
no hay ya por qué odiarla
ni cosa semejante.
Resulta curioso que la idea y la palabra usada por el poeta para el concepto de “odiar” en los respectivos poemas citados (“odioso” / “odiarla”) es prácticamente la misma en el haiku y en el tanka: urameshii, urami (ver ic.3), expresada con el mismo ideograma, en función adjetiva o verbal, respectivamente. Al decir Raizan “no hay ya por qué odiarla” se sobreentiende que él mismo debe superar la tentación instintiva de odiarla.
Leyendo este tanka, ¿quién entre nosotros no recordará el famoso monólogo de Segismundo en “La vida es sueño” de Calderón de la Barca (1600-1681), drama escrito en nuestra patria en ese mismo siglo XVII?:
¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!
Apurar cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
¿qué delito cometí
contra vosotros naciendo?
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia o rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Es el humanismo de la persona abatida por el destino el que ha unido a estos dos autores –Raizan y Calderón- en un común sentimiento: esa inseguridad vital ante la muerte, y ese planteamiento del “porqué”.
Ciertamente no tiene mucha lógica tal idea de que uno pueda ser culpable de algo por el mero hecho de haber nacido; pero a veces las reflexiones se nublan ante la crudeza de una situación, y el entendimiento no alcanza a elevar el punto de mira hasta esa cierta altura que tanto el Budismo Zen como el Cristianismo nos ofrecen .
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala.
Universidad de Sevilla