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Un hallazgo inútil + Traducción abierta de un texto de Shiki: Relato del pequeño jardín

Agosto, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

Un hallazgo inútil

I

    De estos años intentado descifrar algunos haikus, llegué a muchas conclusiones y formulé muchas ideas. Algunas menos interesantes que otras, pero algunas. Esas exploraciones que respondían a la obligación descriptiva que organiza el trabajo de investigación. Estas exploraciones dejaban un amplio muestrario de comentarios, muchas veces como anotaciones al margen de una traducción. En el amplio blanco que enmarca el haiku que divide la página, me permití anotar coincidencias extrañas o hallazgos inútiles. Tal vez el siguiente tan solo delate mi entusiasmo por las posibilidades de unir lo inédito del haiku, mis fantasías marginales. Con ella no quiero llegar a ninguna conclusión, quiero habilitar otro tejido de pensamiento. En ese tejido el haiku desborda su naturaleza de objeto literario volviéndose una especie de artilugio para ahondar en reflexiones atravesadas por la multiplicación de los significantes.

  II

    En 1904 Argentina y Chile se encuentran en medio de conflicto de demarcación de los límites de cierta zona austral de la Patagonia, residencia de grandes valles y glaciares. Hasta 1881, el “Tratado de límites” habían tenido a la cordillera de lo Andes como límite natural entre los países. Sin embargo, un problema de interpretación de la enunciado ““la línea fronteriza seguiría las altas cumbres que dividen las aguas (divortium aquarum)” y su ajuste con la falta de coincidencia cumbres y aguas etre los paralelos 40° y 52° donde los picos mas altos y las aguas no coincidían derivaron en un enfrentamiento ocasionado por el enigma constitutivo del lengua: el malentendido.

    Algunos enfrentamientos entre patrullas militares y equipos de exploración de ambos países (conformados por indígenas, criollos, ingenieros) conllevaban distintas amenazas como el levantamiento de banderas en territorios imprecisos o la construcción de mojones de piedra, hechos que constituyeron explicitas provocaciones al país vecino.

    Aunque respectivas prensas nacionales alentaban el conflicto armado, ambos países en revisión e sus presupuestos nacionales para redirigirlos a la preparación y reparación de las fuerzas marciales solicitan la intervención diplomática internacional de Reino Unido para resolver el conflicto, lo cual derivo en un acuerdo en un fallo arbitral en 1902 donde se estableció un límite fronterizo en base a un una combinación divisoria de aguas y las cumbres más altas. Pero la participación inglesa no terminará allí y un poco vuelve a redirigir la cámara de nuestra historia.

    Ante la posibilidad de iniciar un conflicto armado, Argentina y Chile fueron compradores de una serie de busques fabricados en costas italianas preparándose para ese conflicto armado. Los cuales con la firma del tratado de 1902, una de las condiciones era el abandono de la formación militar por lo cual los buques Bernardino Rivadavia y su gemelo Mariano Moreno, encallados en las costas italianas estuvieron a la deriva quieta del destino que les dieran sus dueños latinoamericano.

    A comienzos del siglo XX, Japón se encontraba en plena expansión de la flota imperial para enfrentar la inminente guerra ruso-japonesa. Empujado por su ambición de poder marítimo, Japón adquirió los dos acorazados argentinos, rebautizados con dos nombres que delatan el soplo estéticos que toca todo lo que se erige japonés en el mundo: Kasuga y Nisshin. Ambos pasaron a integrar en 1904 la recién conformada clase Kasuga, desempeñando un papel crucial como buques de defensa. Su historia se entrelaza con la del capitán argentino Manuel Domecq García, quien había presidido la comisión encargada de supervisar la construcción de estos acorazados en Génova. Ya bajo bandera japonesa, en 1904 García fue designado observador militar en la guerra ruso-japonesa, presenciando de primera mano el bautismo de fuego de los antiguos navíos argentinos: el ocaso de los emblemáticos nombres de proceres argentinos dejaba lugar a los nacientes defensores que se presentan como delicadas atmosferas para defender las costas de tierras futuras por conquistas.

III

    Como si hubieran doblado un planisferio por la mitad, aquellos nombres consonánticos, fácilmente reproducibles en nuestro idioma, poco nos explican sobre la extraña coincidencia de que una batalla naval se librara bajo dos kigo presentes en innumerables haikus. Nisshin, 日進el “progreso”, y Kasuga, “un día de primavera”. Podría parecer una salida fácil suponer que la sensibilidad estacional alcanza incluso los frentes de batalla. Un deseo de conquista y defensa se esconde detrás de nombres de evocaciones de paisajes que delatan el matices. En la entrada del saijiki, encontramos que kasuga o haru no hi evoca una atmósfera primaveral, cuando el brillo del sol devuelve el color a las cosas enfriadas por el invierno.

春の日を音せで暮る簾かな

haru no hi wo oto sede kuru sudare kana

Sin ruido atardece un día de primavera tras las cortina de bambú.

Kaya Shirao

    Hay un mutismo compartido entre el acorazado y el silencio de primavera. La brisa primaveral apenas mueve la sombra de las cosas pese al brillo de una luz que invade cada rincón del paisaje. Así también, esos barcos de defensa encallados en costas tranquilas parecen cabizbajos en noches de marea alta, cuando resguardan sus fuerzas para volverse un gigante imperceptible al borde de ataque. Algo de la quietud y del silencio de los grandes barcos cruzando ríos y mares, ese silencio del deslizamiento con el silencio del sol en el día de primavera, parece coincidir en este hallazgo inútil.

西山の山寺にあり春

En el templo de la montaña

en Nishiyama,

ha llegado la primavera.

Shiki

Obras completas pp. 77

    Hay en kasuga algo imbricado en la estación y en la escritura, una vibración que no depende de la pronunciación ni del fonetismo, sino de una constelación de asociaciones que se solapan. Un atlas de imágenes se abre en la piel, en los oídos, en la sinestesia. Primero la mirada se levanta: la primavera licenciosa se revela en el templo de Nishiyama, donde el sol entibia las cosas con un silencio apacible. Luego la escena se desplaza al litoral: en un día semejante, quien se acerque a la costa puede descubrir la magnitud del acorazado, gigante inmóvil, como si la misma primavera devenga cuerpo de hierro y acero. Entre el kigo y el navío, entre la fugacidad y la monumentalidad, resuena la misma palabra, kasuga.

-.-

Septiembre, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

 

Traducción abierta de un texto de Shiki.

 Relato del pequeño jardín

Masaoka Shiki

 

    Tengo un pequeño jardín de veinte tsubo. Como está ubicado al sur de la casa tiene como telón de fondo los cedros de parque Ueno. Gracias a que mi barrio es un suburbio deshabitado, el azul del cielo es mucho más amplio y, desde aquí, puedo disfrutar del deambular de las nubes y las aves. Cuando me mudé, el jardín parecía un cementerio de bambusal. No había ni césped ni un árbol. Tiempo después el dueño de la casa plantó tres pinos y le devolvió un poco de dignidad. Yo sumé algunos esquejes de rosas que una vecina me había regalado. Muchas veces me sorprendí adorando las cuatro o cinco flores que brotaron. Al año siguiente tuve que cubrir la presencia del ejército en Kinzhou pero el viaje se prolongó porque me enfermé y quedé internado en Kobe. Cuando volví a mi hogar a finales de otoño, el jardín estaba más desolado que la primera vez. Solo un par de crisantemos blancos torcidos crecían desor-denadamente. Mientras lo miraba en silencio un sinfín de emociones se amontonaban en mi pecho. Aunque todavía me sentía débil, me abrumó la alegría de regresar con vida. Sin pensarlo comencé a tararear san kei shū kō.[1] La sencillez de este jardín y sus flores me conmovieron en lo mas profundo. A medida que mi enfermedad empeoraba ya no podía salir de casa. El jardín se convirtió en mi mundo. Sus flores mi única inspiración. Ese pequeño espacio y sus pocas flores me han hecho olvidar que estoy agonizando en la celda personal que es mi habitación.

    Al año siguiente, cuando la primavera empezaba a sentirse y el canto de los pájaros llenaban el aire, abrí la ventana de mi habitación y me arrastré hasta el jardín para que mis párpados se entibiaran. Las plantas y los árboles habían revitalizado ese espacio tan pequeño como la palma de una mano. A pesar de que la brisa fresca se filtraba por los agujeros de mi ropa, me sentí increíblemente cómodo. Había brotado un arbusto de hagi que mi vecina me había obsequiado el año anterior. Había crecido lo suficiente para ofrecerme una variedad de verdes y rojos que anticipaban la llegada del otoño. Pasé muchos días enfrascando en el movimiento de los sombras del árbol de shii.[2] Así, me pasaba los días en un estado de contemplación mezclado con cansancio.

    Aunque el invierno y mi enfermedad me quitaban las fuerzas, frente a ese pequeño jardín me sentía como un recién nacido. Era como si me ofreciera la oportunidad de una nueva vida, de crecer sano junto a los brotes de hagi. A veces aparecía una mariposa, cuyo simple revoloteo bastaba para elevar mi espíritu. Sentía que mi alma se movía con su misma ligereza, persiguiendo el aroma de las flores y descansando sobre sus brotes. Luego la mariposa volaba cerca de los cedros, se paseaba por el jardín vecino y, al regresar, se entretejía entre las ramas de los pinos y el estanque. Cuando ella desaparecía me quedaba sumido en mis pensamientos hasta incomodarme. El calor de la fiebre subía y volvía a acurrucarme debajo de las sábanas. Allí entre el sueño y la ilusión, me encontraba en un vasto e infinito campo donde volaba arrebatado junto a una mariposa que exploraba el tejado de mi vecino. Mientras volábamos, más mariposas aparecían. Cuando me tomaba un instante para observarlas descubría que todas ellas eran pequeñas divinidades, hijos e hijas de los dioses. Al compás de una música que resonaba en el cielo, las mariposas bailaban y alzaban en vuelo. Yo, por no quedarme atrás, sin temer a los espinos ni a las zarzas, los pisoteaba y los saltaba, hasta que, al intentar cruzar un arroyo caía a mi despertar: empapado en sudor, con el piyama completamente mojado, y con la fiebre, quizá, ya por encima de los treinta y nueve grados.

    Pasado el mejor momento de los lotos y con el hototogitsu resonando en el cielo, las rosas florecieron en abundancia. Aunque su colorido no carece de encanto, la veredera belleza de mi jardín residía en el otoño del hagi y el susuki. Este verano el hagi extendió su ramas y tuvo un crecimiento robusto. Las hojas amarillentas del año pasado han dado paso a un verdor profundo. Cuando hay sol pido que me acerquen una silla hasta él para recoger pequeño insectos de los brotes. Desde finales de agosto, campanitas (kikyō) y clavelinas (nadeshiko) mostraron sus frutos y las flores de la mañana (asagao) escanseaban, pero los hagi florecían de uno a dos capullos a la vez. Contaba con los dedos los capullos conteniendo la emoción: si hoy eran dos, mañana serian cuatro, al día siguiente ocho, luego diez, hasta que algún día serían mil. Sin embargo, tras una noche de tifón me desperté inquieto. Escuché ruidos en el jardín, me arrastré hasta allí para saber que sucedía. Me dijeron que el viento había roto las ramas del hagi que tanto se había esforzado por crecer en verano. Sentí que se me hundía el corazón. No había nada que hacer. Si lo hubiese sabido hubiera apuntalado las ramas con bastones, pero ya era tarde para arrepentirse. El viento del tifon del año pasado había volado las tejas del techo, pero no había hecho tanto daño como este que destrozo la voluntad de los tréboles. Aquel día el cielo estaba tan despejado que dejaba sentir el frescor del otoño. Pedí que me acercaran una silla y un balde con agua al jardín para limpiar el barro de las ramas que aún seguían en pie. Sólo logre que me duelan las piernas. Finalmente las ramas se pudrieron sin florecer. Nuevamente, el pequeño jardín quedo desolado, solo me quedaban los pinos y algunas hierbas.

    La primavera pasada, luego equinoccio, Ogai me envío varios paquetes de semillas. Las planté de inmediato, pero apenas crecieron unas zinnias. Me desilusione por completo porque de verdad quería tener unas celosías. Cuando llegó el verano, sucedió algo muy extraño. Un brote apareció en la zona donde había sembrado las celosías. Lo até delicadamente a un bambú y lo cuidé con esmero. A medida que crecía podía verse el rojo de las primera hojas de celosía. Estaba encantado. Desmalecé toda esa zona y cuando alcanzó más de 30 centímetros, el viento del tifón volvió. Aunque las ramas de hagi volvieron a romperse, esta solo se torció un poco. La enderecé y volví a atarlo al bambú. Ahora tiene casi medio metro. Aunque delgada y tambaleante, su rojo ardiente es hermoso. Días después del tifón, mis vecino del frente me regalaron unos plantines de celosías para acompañar la mía. Tiempo después, muy temprano en la mañana, tocaron la puerta trasera. Era Fusetsu llevando una gran celosía en los brazos. Bajo suave lluvia de mañana la plantó y se fue. El contraste entre el brillo de las hojas de las celosías con las ramas de hagi desnudas creaba una escena de profunda melancolía. Aquella anciana vecina que me había ayudado a crear este pequeño paraíso regalándome rosas se mudó. Poco antes del otoño, supe que había fallecido.

Un jardín pequeño, atestado de hierbas y flores.

Octubre 1898, en Hototogistsu

Bibliografía

Masaoka, S. (1999). Ensayos sobre los nombres de las flores, vol. 9: Flores de septiembre (H. Kadota, Transcripción; S. Kobayashi, Corrección). Sakuhinsha. (Obra original publicada en 1898 en Hototogisu; recogida en Obras completas de Shiki, vol. 12 – Ensayos II, Kōdansha, 1975). Disponible en Aozora Bunko: https://www.aozora.gr.jp/cards/000305/files/42170_12291.html

 

Notas:

[1] 「三逕就荒」 (San-kei shū-kō): alude a un verso de un poema chino clásico, evocando jardines abandonados y la nostalgia de lo efímero.

[2] El árbol de shii es un tipo de roble.

Septiembre 2025

CONSTRUIR

Por la mañana
También las piedrecitas
Tienen su sombra.

DECONSTRUIR

Octavio Paz, el gran poeta mexicano que cultivó el arte del haiku, decía que las cosas se esconden en la sombra de sus nombres. Asunto de calado filosófico. La relación entre la “cosa” y el “nombre” ha sido una cuestión omnipresente en la metafísica, alguna corriente de la cual, como el nominalismo del Medievo europeo, negaba la existencia de la realidad –de los conceptos, de las cosas, de los llamados “universales”– fuera de sus nombres. ¡Los nominalistas eran haijines sin saberlo!  Y es que la mente del haijin, cuando se asoma al Inconsciente con su intuición, desnuda a las cosas no solo de sus nombres, sino hasta de la sombra, del ropaje de los nombres.  La herramienta para hacerlo es su impersonalidad. Cuando el haijin se despoja de su yo o de su intelecto, la cosa –el objeto, la sensación expresada– se muestra vacía de la codificación de la semántica.  Como una mariposa que, libre y feliz, sale volando, libre de las ataduras de la relación significante-significado.  La claves es eso: la impersonalidad, la vaciedad del yo, el no agente personal de la acción del poema.

En la lengua japonesa, en donde no se marcan la persona o agente de la acción verbal porque no hay desinencias personales en los verbos, es relativamente fácil ser impersonal cuando se compone un haiku. En las lenguas occidentales no lo es tanto. Voy a demostrar esto con un prodigioso haiku de Issa Kobayashi.

 Nani mo nai ga
Kokoro yasusa yo
Suzushisa yo

 Nani mo nai ga no quiere decir exactamente «no tengo nada», sino «no hay nada» lo cual es diferente aunque la acción de no tener se aplique a uno mismo. En la expresión japonesa no hay verbo alguno que nos permita inventarnos el verbo «tener» en primera persona. Una traducción aproximada que respetara esta impersonalidad del primer verso del original sería usando el verbo «tener» en infinitivo, por ejemplo:

Sin tener nada,
Solo paz en el alma
Y frescor de la brisa. 

El admirado maestro Fernando Rodríguez Izquierdo personaliza la acción de «tener» enfatizándola además con el pronombre «yo» , y lo versiona así:

Yo nada tengo,
Pero gozo de calma
Y del frescor.

Con esto de la impersonalidad del haijin no he me apartado sin razón del tema de la sombra de los nombres, de la sombra de las piedrecitas, por volver a mi haiku de este mes.  Antes bien, la sombra de esas insignificantes piedras –acompaño fotografía– advertida en el suelo de hormigón, durante un paseo muy mañanero realizado hace unos pocos días, la produce un agente impersonal no mencionado en el verso: un rayo de sol.

Es, por tanto, un haiku impersonal. El haijin es solo la cámara que fotografía el instante.  Un instante, me pareció, de grandiosidad cósmica. El testimonio poético de que una cosa inorgánica, en el lenguaje humano, como una pequeña piedra, posee el mismo derecho que cualquier persona u objeto grande –como un árbol o una montaña– a tener su sombra, a tener un nombre. Pero no lo tiene, aunque tenga sombra, y esto le llamó la atención al haijin. La piedrecita sin nombre pasó, entonces, a formar parte con todo derecho del engranaje de la realidad cósmica en la cual las cosas existen aun sin nombre.  Todo ellos gracias a su sombra. La sombra creada por el sol naciente. La sombra que oculta el nombre de cada una de esas piedrecitas del camino, que, no por carecer del nombre, son menos cosa.

 

GALLINÁCEAS

 GALLINÁCEAS

(Septiembre)

 

Canta un gallo, mil gallos.

                                                        Amanece.

Luz tan cacareada

 pocas veces se ha visto.

¿Qué traerá este día así anunciado

con clarines más vivos que sus llamas?

Ángel González  (Alba en Cazorla)

 

Quién no ha escuchado en un pueblo cualquiera el canto del gallo al amanecer. En el mundo rural, éste forma parte del paisaje sonoro cotidiano.

 

tori no ne no tonari mo toshî yoru no yuki

 

Un gallo canta

cerca pero lejano

Noche de nieve

 

Kagami Shikô

Gallos, gallinas, pavos, faisanes, perdices, codornices, urogallos, pavos reales, chachalacas, paujiles… Son aves en general de patas robustas y alas cortas redondeadas, la mayoría no voladoras o de vuelo escaso. Su pico es corto, ancho y fuerte para poder alimentarse preferentemente de grano, aunque también de semillas, insectos y algunos frutos.

 

miwatori no oyako hiki an ochibo kana

 

Gallinas y pollitos

picotean juntos

los granos de arroz suelto.

 

Masaoka Shiki

 

Cielo de abril

hacia el mismo surco

todas las gallinas

 

Idalberto Tamayo

 

Criadas en granjas o silvestres, se encuentran distribuidas por todo el planeta. Son aves vinculadas históricamente a las migraciones humanas. Antes del primer milenio a. de C. no había pollos ni gallinas en Europa Occidental. En su lugar de origen, el sudeste asiático y el oeste de la India, se retrasa su domesticación, relacionándose ésta con el cultivo del arroz.

 

Se oye un gallo…

el plumón va y viene

en el traspatio

 

Ana López Navajas

 

Aire de lluvia

Picoteando un huevo

la bataraza*

*Bataraza: gallina de plumaje gris con pintas y manchas blancas.

Rodolfo Langer

 

Se crían en su mayoría para la producción de carne y huevos o con fines cinegéticos. (Las codornices se enfrentan a un riesgo alto de extinción en estado silvestre. Los faisanes son criados exclusivamente para la caza.)

 

 

Chirriar de cigarras-

En silencio el vecino

despluma un gallo.

                

 Pilar Carmona (Piluca)

 

En el cubo de agua

sumerge a la gallina clueca

Aire frío

 

Idalberto Tamayo

 

Pollo al curry,

el viento de abril

en la ventana

 

Isabel Rodríguez (Isa)

 

Pero será el canto, que habla de lo cotidiano en esa vida sencilla del mundo rural, el que atraiga en mayor medida la atención de los poetas.

 

El gallo rojo

engulle una hebra de apio

y luego…¡canta!

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Sol de la tarde,

va espaciando sus cantos

el gallo afónico.

 

Anna María Santolaria (Estela)

 

kiji naku ya kumo sakete yama arawaruru

 

El canto de un faisán:

las nubes se abren

y aparecen las montañas

 

Masaoka Shiki

 

desvainando arvejas

junto a mi madre;

el gallo canta también…

 

Mirta Gili

 

Toda la tarde

han cantado los gallos-

Cae el azahar.

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Cesta de yarey*

Alrededor de la abuela

cacarean las gallinas

*Cuba: Palmera de cuyas hojas se hacen diversos útiles tejidos.

 

Idalberto Tamayo

 

Sendero angosto

rompe el silencio el canto

de la perdiz.

 

Idalberto Tamayo

 

junto al brasero

la niña imita el piar

de los pollitos

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

El gallo, ese altanero que impera en los corrales, es el arquetipo de ave radiante por excelencia. Su simbolismo está relacionado con su comportamiento natural más evidente: el canto al amanecer. En la India es el atributo del dios Skanda, personificación de la energía solar. En Japón, su canto está asociado a Amaterasu, diosa del Sol. En el islam, goza de una veneración absoluta y con su canto se señala la presencia del ángel. En el cristianismo, , la iglesia lo incorpora y utiliza con frecuencia. (Misa del gallo, Pedro y las tres veces que canta el gallo, la figura del gallo en cimborrios y torres de iglesias para alejar el mal…)

 

niebla matinal…

escarba en la hojarasca

un gallo rojo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Canta un zorzal

en la cola del gallo

de la veleta

 

Jorge Braulio

 

el gallo huido

canta bajo la luna…

setas de chopo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Criarse entre gallinas, escuchar su cloqueo, percibir el olor de sus plumas, en las manos el calor de los huevos…Gallinas, gallos, pavos, perdices o faisanes, el mundo rural cercano lo reflejan poemas, relatos, cuentos, y en el caso que nos ocupa, haijines atentos. Por muchos años.

 

kiku arete niwatori nerau itachi kana

 

En los crisantemos marchitos,

una comadreja

¡acechando a las gallinas!

 

Masaoka Shiki

 

harukaze ni o o hirogetaru kujaku kana

 

Con la brisa de primavera

extendiendo su cola

¡el pavo real!

 

Masaoka Shiki

 

camino a casa

comiendo higos* tintos

que picaron las perdices

*Higo, breva: fruto de la higuera.

Félix Arce (Momiji)

 

Se encrespa el gallo,

con su aleteo avienta

plumas caídas.

 

Juan Francisco Pérez (Raijo)

 

Se abren las nubes.

Una gallina incuba

huevos de oca

 

María Ángeles Millán (Hikari)

 

osoki hi ya kiji no oriiru hasino ne

 

el día

navega lentamente

faisanes

posando sobre el puente

 

Yosa Buson

 

Lluvia menuda;

se acurruca un pollito

bajo el rosal.

 

Roberto Miguel Escaño (Escaño)

els paons escuats

groguegen els til-lers

en la roureda

 

los pavos sin cola

amarillean los tilos

en el robledal

 

Joan Antón Mencos (mencs6)

 

kiji tatte hito odorokasu karena kana

 

Sobre el páramo marchito,

el sobresalto

por el vuelo de un faisán

 

Kobayashi Issa

 

También el viejo

sonríe ante la cola

del pavo real

 

Jordi Doce

 

Luz otoñal-

Una perdiz volando

sobre la viña

 

Gorka Arellano

 

kijinaku ya nosu no suso yama i emo nashi

 

El canto de un faisán:

al pie de los montes Nasu

ni una casa

 

Masaoka Shiki

 

niwatori no koe ni shigururu ushiya kana

 

Un gallo canta

Cae la lluvia invernal

sobre el establo.

 

Matsuo Bashô

Septiembre de 2025

Ha vuelto el invierno de forma bastante violenta, con temporales de lluvia y viento, además de mucha nieve en la Cordillera de los Andes, lo que ha convertido a Santiago en un verdadero congelador. Sin embargo, los primeros brotes de almendros, duraznos y ciruelos me consuelan con la promesa de la pronta llegada de la primavera. Por mientras, disfruto del calor literario que me entrega escribir sobre el otoño en Japón.

Septiembre, en el mundo del kigo, corresponde a 仲秋 chuushuu o mitad del otoño; en el calendario lunar sería 葉月 Hadzuki u Octavo Mes. Abarca desde 白露 hakuro o blanco rocío, alrededor del 8 de septiembre, al día anterior al comienzo de 寒露 kanro o rocío frío, alrededor del 8 de octubre. Se escuchan los insectos y la luna es más brillante que nunca. Cada mañana se ve más rocío sobre la vegetación al amanecer, el cual va haciéndose cada vez más frío con el avance de la estación. El 23 de septiembre ocurre el 秋分 shuubun o equinoccio de otoño, durante el cual el día y la noche tienen prácticamente la misma duración.

Es, desde la antigüedad, la estación favorita de los poetas, así que la elección de este mes fue difícil.

Kigo: 名月 meigetsu; luna llena. Se refiere a la luna que cae el 15 del octavo mes del calendario lunar. Como sugiere un famoso haiku de Issa, la luna es tan grande que parece que se puede tocar con la mano. Se venera a esta luna con pastelillos de arroz, castañas o patatas dulces, poniéndolos junto a un jarrón con varillas de miscanto. Fue utilizado como kigo por primera vez en el Haikai Shougakushou (1641).

La Luna de Medio Otoño es un evento anual que existía antes de la introducción del calendario lunar en Japón, y que se celebra aun en la actualidad. En la antigüedad, el taro (Colocasia esculenta) era una importante fuente de alimento en Japón, y la Luna de Medio Otoño era el festival de su cosecha. Esto es un vestigio del hecho de que a la Luna de Medio Otoño también se le llama imo-meigetsu o luna de la patata. Es importante notar que la Luna de Medio Otoño no necesariamente coincide con la luna llena. Estadísticamente, es más probable que ocurra en una luna que no es luna llena. Esto se debe a que el calendario lunar y la edad de la luna no coinciden exactamente, lo que resulta en una discrepancia en el tiempo entre la luna nueva y la luna llena.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 天文 tenmon; astronomía

Haijin: Matsuo Bashou (1644-1694)

名月や池をめぐりて夜もすがら

meigetsu ya ike wo megurite yo mo sugara

luna llena, rodeando el estanque toda la noche

Kigo: 啄木鳥 kitsutsuki; pájaro carpintero. Término general para los pájaros carpinteros de la familia de los carpinteros (Picidae), que incluye el pico kizuki, el pico picapinos y el pito japonés. Estas aves son residentes. Sus llamativos colores y el sonido que emiten al buscar alimento son impactantes en los bosques de otoño.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Mizubara Shuoushi (1892-1981)

啄木鳥や落ち葉をいそぐ牧の木々

kitsutsuki ya ochiba wo isogu maki no kigi

pájaro carpintero, apura las hojas caídas, árboles del prado

Kigo: 月見 tsukimi; contemplación de la luna.  El acto de contemplar y apreciar la luna de la cosecha a mediados de otoño. Se hacen arreglos de hojas finas con ofrendas de pastelillos de arroz y alimentos de temporada. Se celebra con amigos y familia y, además de contemplar la luna, se disfruta de comida y bebida, y poemas que enriquecen el ambiente. Mucha gente también visita lugares famosos para contemplar la luna, como Matsushima, Obasute y el templo Ishiyama dera.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 生活 seikatsu; vida diaria

Haijin: Hatano Souha (1923-1991)

仲よしの女二人の月見かな

nakayoshi no onna futari no tsukimi kana

dos amigas contemplando la luna

Kigo: コスモス kosumosu; cosmos. Esta planta anual de la familia de las Asteráceas alcanza una altura de unos dos metros. Sus hojas están finamente divididas y sus tallos son delgados. Produce flores blancas o rosadas de septiembre a octubre. El cosmos es una planta anual de la familia de las Asteráceas, originaria de México, introducida en Japón después del período Meiji. Se cultiva en jardines y parterres por sus hermosas flores. Su inflorescencia tiene la misma estructura que la de un girasol, con una flor tubular en el centro y grandes pétalos alrededor.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Kitayama Hiroji (¿?)

コスモスや茎より素描始めたる

kosumosu ya kuki yori sugaki hajimetaru

cosmos, el primer boceto desde el tallo

Espero hayan disfrutado estos haikus de mitad de otoño que seleccioné para ustedes. Deseando les acompañen durante septiembre, me despido hasta el próximo artículo.

 

Agosto 2025

CONSTRUIR

Cantan y cantan
Las chicharras en las ramas.
¡Ah, el calor!

DECONSTRUIR

¿Hay asociación semántica entre el acto de cantar y el calor? Probablemente no. A no ser que el agente de «cantar» sea una chicharra o cigarra, ese insecto tan bien conocido en muchos países –también en Japón– durante la temporada estival. Su canto incesante y monótono es sinónimo de calor. Si ignoramos a ese agente,  cantar y hacer calor no parecen relacionarse mucho. En mis versos he hecho una comparación interna a través de dos sentidos: el acústico y el térmico. En realidad, no sé muy bien lo que he hecho: simplemente he relacionado la acción de cantar, cuando quien lo hace es ese insecto, con la sensación térmica propia del verano. Eso es todo. Además, sin darme cuenta, ha salido una aliteración con la repetición de la vocal /a/ en los dos primeros versos. La repetición del verbo, para producir un efecto de continuidad, es un viejísimo recurso poético usado en el cancionero español, y probablemente en tantas canciones populares del todo el mundo. Basta recordar esa consabida letra,  «Beben y beben los peces…» que se saben hasta los peces del río.

Hay un haiku de Tan Taigi (1709-1771), un haijin de la escuela de Buson, que canta en sus versos no al calor, sino al frío. Y también en el tercer verso.  Mi haiku es la versión torpe en clave estival del haiku invernal de Taigi. ¿Lo conocéis?

Sore sore no
Hoshi arawaruru
Samusa kana

Apareciendo
La infinitud de estrellas.
¡Ah, el frío!

La misma pregunta: ¿hay asociación semántica entre las estrellas y el frío? Probablemente no. Seguro que a Taigi no se le ocurrió tal pregunta, porque, como buen haijin, no era un intelectual. Era como un niño que, instintivamente, relacionó la eternidad, representada por la multitud estelar, con la sensación de frío.

Pero las asociaciones, deliberadas o no, son invitaciones a que la mente establezca comparaciones internas. Y la comparación interna en las diecisiete sílabas del haiku sí que me parece a mí que es un cualidad de un buen haiku. En mi relectura de su haiku, Taigi compara el misterio de la eternidad –un cielo con infinitud de estrellas– con la soledad irrevocable de un ser humano desvalido e indefenso contemplando el cielo nocturno y que, en ese momento, es sensible al frío del invierno.

¡Qué gran haiku el de Taigi!

6. ¿Y a nosotros, qué? La voz del haiku en el siglo XXI

¿Por qué pensar hoy en la influencia budista sobre el haiku? ¿Qué nos dice a nosotros, gente del siglo XXI? A lo mejor, en este punto podemos volver sobre nuestros pasos y recopilar algunas reflexiones a partir de esta pequeña serie de textos titulada “Poesía budista: De Dōgen a Santōka”.

Valga empezar recordando que el budismo nunca fue una tradición proselitista; la excepción es alguna corriente de hoy en día, pero incluso en nuestro tiempo la actitud preponderante dentro de la tradición budista no es la de pescar prosélitos. Sí tiene, más bien, una vocación de dar a conocer la enseñanza del Buda a toda la humanidad, pero esa es otra historia. En particular, la expresión poética budista tuvo poco (o nada) de intención propagandística. La intención era otra: los poetas y las poetisas quisieron expresar su devoción, o inclusive buscaban alguna manera de articular la enseñanza en sus propias palabras.

Desde sus orígenes en China, la tradición zen (en chino, chan) dio enorme importancia a esta articulación propia de la enseñanza. En varios koanes (en japonés kōan) se hallan ejemplos de como el maestro instaba al discípulo a mostrar con sus propias palabras si había alcanzado una comprensión profunda. Y las colecciones clásicas de koanes sugieren que los discípulos se inclinaban por un lenguaje poético decididamente conciso. Análogamente pasa con las preguntas de los alumnos a sus maestros.

Será por ello que Dōgen escribió numerosas piezas de poesía tanto china como japonesa para abordar temáticas budistas, y más adelante Bashō se decantaría por el haiku con el mismo propósito. Más puntualmente, en Dōgen se encuentra una curiosa forma de contestar “quién soy yo”: primero desaparece de la escena aquel que pregunta, para luego aparecer. Y el medio a través del cual ocurre esta desaparición-reaparición es el entorno. El entorno nos muestra quiénes somos. El que pregunta desaparece de la escena y luego vuelve a aparecer a través de la escena (del entorno). Posteriormente, el poeta Bashō no aparece habitualmente en sus poemas, no expresamente, pero en su modo de no aparecer se manifiesta. Podemos pensar que en ambos sucede lo mismo, solo que en el segundo de un modo más compacto. Se puede afirmar también que esta misma actitud sigue apareciendo en el haiku desde entonces.

En la literatura más temprana del budismo mahāyāna, los sutras de la perfección de la sabiduría (compuestos en India entre los siglos I a.e.c. y IV e.c.) están repletos de fórmulas negativas como “no hay Buda, por tanto hay Buda”. Tan paradójica forma de expresión ayuda a evocar que como todas las cosas surgen en dependencia de causas y condiciones, están sostenidas por todo aquello que no son. El propio ser de la cosa va mucho más allá de ella. Así, yo no soy lo que soy por mí mismo o en abstracción de las demás cosas: soy con las demás cosas. Varios haiku que comentamos, según parece, emergen de una profunda apercepción de ese hecho y la expresan de un modo que en su manera de ser compacto resulta también lleno de sentido.

Ahora bien, es claro que la sensibilidad estética del haiku incluye factores no indios: la centralidad del ciclo de las estaciones, la atención que se arroja a lo concreto y lo efímero, la inclinación hacia lo pequeño y lo simple. Esos factores seguramente brotan de la sensibilidad china y la japonesa. Quizá, es más, el ideal budista de la intención y acción compasivo-amorosas (en sánscrito, karuṇā y maitrī) se vio especialmente coloreado por la visión antigua japonesa del mundo, que concibe todas las cosas como movidas e interconectadas por una fuerza animada, de modo que la vida y el “alma” se expresa no solo en los animales, sino también en las plantas e incluso en las aguas y las montañas.

En fin, en el haiku late una forma de entenderse a uno mismo como íntimamente conectado con las demás cosas, pero no un entendimiento abstracto y meramente teórico, sino una comprensión vivida, sentida, y no por ello menos aguda y clara. ¿No podrá el cultivo de esta sensibilidad llamarnos a una forma más sostenible de relacionarnos con el entorno y a la vez un modo menos individualista de construir nuestras vidas como personas humanas? Yo creo que sí, y que todas y todos podemos cultivarla.

MARINAS

MARINAS
(Agosto)

Ese vuelo que traza la gaviota

por el divino gris, ¡cómo cautiva,

cómo prende el mirar, grúas arriba,

meciéndole en las nieblas en que flota!…

 José Hierro (Gaviota)

 

Sentarse frente al mar, elevar la mirada o dejar que se haga una con la sutil juntura de agua y cielo al horizonte, invita a alzar el vuelo con la gaviota que planea hasta la orilla, a saltar vertiginosamente con el charrán que finalmente luce brillos de plata en el pico, o jugar al escondite con un tímido cormorán que, paralelo a la orilla, se sumerge o alza el cuello mirando fijamente y te hace sonreír.

 

Brisa del mar,

la ola golpea las patas

de la gaviota

 Leticia Sicilia (Hadaverde)

 

Brillo en las olas.

Le cuesta alzar el vuelo

al charrancito

 Marga Alcalá

 

Carrera en la playa.

La gaviota picotea

a un pez muerto

 Lola Rotman (10 años)

 

Pardelas, alcatraces, paíños, cormoranes, gaviotas, charranes, charrancitos, fumareles, págalos, pelícanos, alcas, pingüinos, frailecillos…, tienen el hábitat más extenso del planeta y sin embargo es el grupo de aves que encuentra más problemas para su supervivencia.

 

Se zambullen

muy despacio en el mar

cinco pelícanos

 Verónica Aranda

 

Primeras gotas.

El vuelo del petrel

sobre el roquedo.

 Rodolfo Langer

 

Banco de sardinas…

el brillo por delante

de los pingüinos

 Mary Vidal

 

Dependen del mar donde se alimentan y pasan el tiempo, y de la tierra donde se reproducen, teniendo que hacer frente a los problemas que en ambos se encuentran. Durante su migración cubren enormes distancias antes de posarse para su reproducción. Se han podido rastrear charranes árticos que han cubierto más de 80.000 Kms en un año.

 

El viento arrecia,

le enfrentan las gaviotas

su pecho blanco

 Manuel Hontoria

 

Brisa marina.

Planea entre la bruma

un cormorán.

 Gorka Arellano

 

Arena fría

la sombra de una gaviota

cruza las huellas

 Leticia Sicilia (Hadaverde)

 

La sobrepesca, la destrucción del hábitat, la contaminación, el calentamiento global, el desarrollo urbanístico del litoral, la profusión de infraestructuras en el mar, y otros más, son factores que amenazan su supervivencia. En España, paíños, petreles y pardelas son el grupo de peor estado de conservación, destacando entre ellas la pardela balear, catalogada en peligro crítico.

 

Marea alta-

del pico de la gaviota

escapa un pez

Pilar Carmona (Minori)

 

 

Tarde en el mar

picotean la espuma

unas gaviotas

 Sandra Pérez

 

Otro pollo muerto

entre las rocas.

Vuelo de pelícanos.

 Lester Flores

En muchas culturas, las aves marinas se asocian a leyendas y mitos que evocan misterios de alta mar. Para marineros y pescadores, estas pueden ser mensajeras de buena o mala fortuna. Cuentos antiguos sugieren, por ejemplo, que la presencia de los albatros trae suerte a los navegantes. Creían que estas aves encarnaban las almas de los marineros perdidos y poseían cualidades mágicas para ayudar en la curación. Dañar a un albatros era presagio de la ira del mar.

 

Relampaguea.

A cientos las gaviotas

vuelan a tierra.

 Manuel Hontoria

 

Fubukite kagari no kuraki ukawa kana

 

 Sopla el viento

apagando las antorchas,

pesca de cormoranes

 Masaoka Shiki

 

Zarpa un pesquero.

En el pretil del puente

siete gaviotas.

 Lucho Aguilar

 

A las aves marinas, especialmente las gaviotas se las ha representado como símbolo de libertad, de intuición y conexión con lo divino. Su capacidad para navegar entre dos mundos, el cielo y el mar, las convierte en símbolo poderoso de equilibrio, adaptabilidad y claridad mental.

 

Acantilados.

Restallan los graznidos

de las gaviotas

 Pedro Pagés (Yama)

 

Costa escarpada.

Planea una gaviota

sobre las pitas.

 María Ángeles Millán (Hikari)

 

Marea baja

Una colonia de gaviotas

en el verdín

Julia Guzmán

 

Cae la tarde y las gaviotas regresan a casa, no sin antes practicar en círculos su majestuoso vuelo.

Al mar.…

…siempre el mar, y esos compañeros alados, a caballo entre dos mundos, que nunca dejarán de sorprenderme.

Como decía el poeta Héctor Rosales en su poema, Gaviotas:

 

Ellas se llevan los pesares

somnolientos que verano ha reunido

en su casa. Anónima

entonces el alma, libre,

más liviana…

 

Más claro el horizonte…

una gaviota grazna

entre la lluvia

 María Ángeles Millán (Hikari)

 

Luz del alba en sus plumas

las gaviotas van al mar

 Manuel Hontoria

 

Last light

over the bay; the pelicans

are flying home

 

La última luz

sobre la bahía; los pelícanos

vuelan a casa

 Sarah Paris

 

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Agosto 2025

Pareciera que después del solsticio de invierno, en Santiago de Chile, cuando menos, hubiese llegado la primavera. Han subido las temperaturas, tenemos más minutos de sol, las flores y los árboles están comenzando a despertar. Todos los años las estaciones se manifiestan distinto al año anterior. Al leer haikus de Bashou o Issa, se debe lidiar con el desfase de casi 45 días producido por el uso del calendario lunar en la época, versus el solar que utilizamos en la actualidad. Me pregunto si en cien años más la gente podrá comprender las claves estacionales que transmiten los kigos, y si en caso de no hacerlo, estos pasarán a acompañar a los makura kotoba (epítetos predefinidos) o los uta makura (lugares poéticos) como términos que refieren a un tiempo que ya fue.

Dejando estas divagaciones lingüísticas de lado, enfoquémonos en el tema de este mes que es el comienzo de una nueva estación en el mundo del kigo: el otoño o 秋 aki. Abarca desde 立秋 risshuu o inicio del otoño (alrededor del 08 de agosto) hasta el día anterior a 立冬 rittou o inicio del invierno, el 07 de noviembre, aproximadamente. Según el calendario lunar, corresponde a los meses de 文月 Fumidzuki o Séptimo Mes, 葉月 Hadzuki u Octavo Mes y 長月 Nagadzuki o Noveno Mes. Si bien comienza con el calor residual estival en agosto, la temperatura va descendiendo paulatinamente hasta llegar al frío de octubre. Así como los cerezos son prácticamente el sinónimo de la primavera, no se puede pensar en otoño sin hacerlo en el 紅葉 momiji o cambio del color de las hojas. Rol privilegiado ocupa también la luna en esta estación, siendo la mayoría de sus fases, kigo.

Para efectos de la utilización de las palabras estacionales, el otoño se divide en cuatro períodos: 三秋 sanshuu o tres otoños, cuyas palabras se pueden utilizar para componer haikus durante toda la estación. Luego está 初秋 shoshuu o inicio del otoño, que corresponde a agosto en el calendario solar y a 文月 Fumidzuki o Séptimo Mes, en el lunar. Aún se siente el calor veraniego, pero también comienza a hacerse presente la brisa otoñal. Continuamos con 仲秋 chuushuu o mitad del otoño, en septiembre y 葉月 Hadzuki u Octavo Mes, respectivamente. Se escuchan los insectos y la luna es más brillante que nunca. Y, por último, 晩秋 banshuu o fin del otoño, que abarca octubre o 長月 Nagadzuki; Noveno Mes. A medida que se acerca el invierno hay una sensación de soledad en el ambiente.

La selección de los haikus consistió en aquellos que utilizaban kigos de 三秋 sanshuu, es decir, que describen toda la estación, y 初秋 shoshuu para el inicio de esta.

Kigo: 秋夕焼 aki yuuyake; resplandor del atardecer otoñal. Se debe tener cuidado, ya que «夕焼 yuuyake; atardecer», es kigo de verano. Mientras los atardeceres de verano se asocian con los intensos colores y el calor, los atardeceres de otoño lo hacen con la soledad.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 天文 tenmon; astronomía

Haijin: Tomiyasu Fuusei (1885-1979)

秋夕焼旅愁といはむには淡し

aki yuuyake ryoshou to iwamu ni wa awashi

resplandor del atardecer otoñal, nostálgico y muy tenue

El atardecer de otoño o 秋の夕暮れ aki no yuugure, es un tópico poético muy antiguo. Famosos son los tankas conocidos como 三夕 sanseki o tres atardeceres. En la competencia, a estas alturas mítica, “Roppyakuban Uta Awase”, Fujiwara no Teika, Saigyou y Jakuren compusieron los considerados mejores poemas con este tema.

Kigo: 蜻蛉 tonbo; libélula. Término general para los insectos pertenecientes al orden Odonata, que incluye Oni-yamama, Shiokara-dongbo y Odonata-tsuri. También se le llama akitsu o yanma. Su abdomen es largo y cilíndrico.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Nakamura Teijo (1900-1988)

とゞまればあたりにふゆる蜻蛉かな

todomareba atari ni fuyuru tonbo kana

si me detengo, hacia mi vendrán las libélulas

Kigo: 中元 chuugen; ofrenda de mitad de año. En la antigua China, el día 15 del primer mes se celebraba como Shangyuan, el 15 del séptimo como Chugen y el 15 del décimo como Xiayuan. En Japón, el Chuugen del 15 de julio se considera equivalente al Festival Bon, y con el tiempo la gente comenzó a dar regalos a quienes les habían ayudado en el pasado. Generalmente, los regalos se envían entre el 1 y el 15 de julio, o un mes después, entre el 1 y el 15 de agosto, pero esto varía según la región y la zona. En lugares donde los eventos de Obon se celebran un mes después, es común ver que el Ochuugen también se envía un mes después.

Período: 初秋 shoshuu; inicio del otoño

Categoría: 行事 gyouji; eventos

Haijin: Kobayashi Tomisaburou (¿?)

妻逝きて盆礼もまたすたれたり

tsuma yukite bonrei mo mata sutaretari

no estando mi esposa, la ofrenda se ha vuelto obsoleta

El verbo 逝く yuku tiene como una de sus acepciones, fallecer. Siendo que es menos directo que 死ぬ shinu, elegí traducirlo como ‘que ya no está’. Por su parte 廃れる sutareru, indica algo que ha caído fuera de uso, pasado de moda, obsoleto.  Dado que según la RAE la palabra ‘ofrenda’ se refiere a: dádiva o servicio en muestra de gratitud o amor; me pareció una buena opción en este caso.

Kigo: 朝顔asagao; campanilla. Las campanillas, Ipomoea nil, son flores que anuncian la llegada del otoño. Se abren al amanecer y se marchitan al mediodía. Los japoneses siempre han sentido la llegada del otoño a través de estas flores. Fueron traídas a Japón por los enviados japoneses a la dinastía Tang como medicina durante el período Nara (710-794). En el período Edo (1603-1868) comenzaron a cultivarse con fines decorativos. También se les llama «牽牛花 kengyuu bana» porque florecen alrededor de Tanabata, en el séptimo mes del calendario lunar (finales de agosto en el calendario gregoriano) y kengyuu es la estrella Altair.

Período: 初秋 shoshuu; inicio del otoño

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Yosa Buson (1716-1784)

朝がほや一輪深き淵のいろ

asagao ya ichirin fukaki fuchi no iro

una campanilla del color del fondo del abismo

Espero todos tengan un hermoso mes de agosto, lleno de poesía y buenas lecturas.

¡Hasta el próximo artículo!

Julio 2025

CONSTRUIR

En ramas secas
Ninguna ave posada.
Al caer la tarde.

 

DECONSTRUIR

Haiku compuesto al bajar por el camino en mi paseo habitual de El Real y fijarme en un árbol completamente seco al borde de la carretera. Me quedé un rato observándolo. Oía los cantos de las aves a mi alrededor, pero ninguna venía a posarse en la ramas de este viejo árbol. ¿Por qué sería? El árbol no contemplaba el seto de rosas que había a sus pies (ver la foto, con la Cabeza del Oso al fondo, a la izquierda, a cuyos pies está mi casa), sino la belleza de otro color rosa: el sutil de unas nubes teñidas con los arreboles del final de la tarde. A lo mejor las aves no querían perturbar con su presencia esta contemplación gozosa que hacía el árbol.

Por eso, se me ocurrieron estos versos:

Mira asombrado
Unas nubes lejanas
El árbol seco.

Acompaño foto para que el lector pueda apreciar la suave belleza de los tonos de las distantes nubes.

Es un haiku, me parece, provisto de esa cualidad del “reflejo” que preconizaba el maestro Bashō. Reflejo, es decir, cierta cualidad cromática en los versos, por vaga o discreta que sea. Esta cualidad no se expresa directamente, sino que se insinúa a través del asombro del árbol  personificado. El árbol, pese a estar muerto, ha cobrado vida con la mirada del haijin y aprecia el color de las nubes que hay en lontananza.  Es, tal vez por eso un haiku rico en sugerencia. Rico pero no es austero. Y a mí, en primer lugar, me gustan los haikus austeros, casi ascéticos. El arte del haiku ­–Blyth lo definía, a pesar de su rechazo a toda definición– como un arte ascético. En segundo lugar, tengo predilección por los haikus que expresan negaciones, ausencias, vacíos. Por estas dos razones, deseché este haiku del asombro y del “reflejo” con sugerencias cromáticas, y ofrezco a la atención de los lectores el otro, el que encabeza este escrito de julio. Uno que habla de aves que no se posan en ramas secas…

A alguien que lo lea quizás le recuerda el famoso de Bashō:

Kareeda ni
Karasu no tomarikeri.
Aki no kure

En ramas secas
Se han posado unos cuervos.
Tarde de otoño.

 

Un magistral haiku por su intensa cualidad monocromática, en blanco y negro, más evocadora que cualquier policromía, aparte de por la aliteración del fonema /k/ que sugiere el graznido del cuervo. Y por más razones. Pero no es una haiku de negaciones.

En cierto sentido, el arte del haiku, contemplado desde la perspectiva occidental, es la poesía de la triple negación: no a la expresión de los sentimientos, no a la expresión directa de la belleza, no a la formulación de verdades o enseñanzas. La predilección del haiku por la nada puede deberse a su deuda formativa con la enseñanza zen para la cual la nada o el vacío –reflejo de la sunyata budista– es sustancial.  La nada budista, nos recuerda el filósofo moderno Shin’ichi Hisamatsu, no es una negación del ser, ni la formulación intelectual de una visión nihilista, ni siquiera es una nada imaginada. Esta nada, que es la nada del haijin, es una mente activa, que va más allá del ser y del no ser, una nada en que se funde sujeto y objeto. En este poema, “ave” y “rama” son la misma cosa. Están fundidas.

He aquí un par de poemas del maestro Buson con negaciones:

 

Tagaysu wa
Tori sae nakanu
Yama kage ni

A la sombra del monte
Ni un pájaro se oye
Labrando en el campo.  

 

O este otro, maravilloso (con “resonancia”):

Mi tabi naite
Kikoezu narinu
Ame no shika

Bramó tres veces
Y ya no se lo oyó más.
Ciervo en la lluvia.

Vivimos en un mundo de ausencias y vacíos. Hagámoslo presente en diecisiete sílabas.

Dejarse fascinar por lo incompleto + Una especie de deseo

Córdoba, Argentina
Otoño-invierno
Junio 2025

 

Dejarse fascinar por lo incompleto

La verdadera belleza solamente llega a descubrirla aquel que mentalmente completa lo incompleto. La virilidad de la vida y del arte descansa en estas posibilidades de levantamiento.
El libro del té, Okakura Kakuzō

He mencionado que el haiku exige imaginar. Parece tener la función de conjurar un relato para sí mismo y robarse una escena de la memoria personal para tornarse el epígrafe de una escena experimentada o no. Pero esta vez me gustaría dejarme seducir por una idea en apariencia contraria a la voluntad de completar (o alimentar) los sentidos inmanentes a la escritura no-alfabética. Pareciera que lo dicho en torno al haiku va por dos vías: una la de la poesía del instante, que busca silenciar al lector, descolocarlo, para simplemente conmoverlo, para reivindicar esa atención plena que obliga a repetirlo; y una segunda vía piensa -como he mencionado antes- que el haiku aparece como esa frase incompleta que reclama el ejercicio de ser completado, por un relato que se trame entre sus signos o por la memoria involuntaria que la breve escena busca despertar. Esta segunda línea parece contener algo de la primera: como si ese sentido irreproducible o de pura potencia del instante pase al orden interpretativo con un gesto, el de la imaginación, la sugestión o la intuición sobre el breve poema.

Pero ¿si nos atreviéramos a tomar partido por las ausencias del haiku? por los puntos suspensivos que prosiguen a la pregunta “¿y qué?”

Habría que dejarse seducir por lo incompleto a fin de sostener que el haiku es una especie de categoría temporal, una modalidad del tiempo que no es anticipatoria y ni premonitoria. Una forma de presente incompleto que no exige ser pensando ni narrado. No se completa con un relato pasado que habría que recuperar, ni tampoco proyecta o programa. Es un tipo de interrupción poética del presente que no llega a inscribirse ni en la cadena del discurso ni en la de la historia. Extra temporal: su especie de hiper-determinación temporal que mucha veces se juega en la inclusión del kigo convive con la indeterminación de un presente que se esfuma sin avisos. Sus escenas nunca ocurren en el proscenio de la escritura sino que son circunstanciales que solo buscan reivindicar su función, una especie de escritura que solo funciona de manera oblicua. El haiku tiene de suyo nacer para extinguirse.

            Pensado así, el haiku parece ser un recordatorio de su propia forma. Hace valer las funciones del lenguaje por lo que son, desplegando un arsenal de artificios preciosos. Baja el volumen del significado para hacer brillar un tipo de tiempo que media y espacia lo que hay entre las palabras y las cosas, como un fulgor.

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Córdoba, Argentina
Invierno
Julio 2025

Una especie de deseo

Esa especie de presente incompleto del haiku hace vibrar los sentidos en su inmanencia. En su brevedad solo se pueden establecer apenas una alianza inconsistente con esa escena que borra las precisiones del tiempos y los contornos de las cosas. Si quisiéramos seguir con esa hipótesis habría que leer de otro modo a Barthes, dejando de lado cierta imagen del estructuralista seducido por la gestualidad japonesa y leer sus textos de manera lateral, elevando las ideas que resuenan con aquellas consideraciones que podemos hacer del haiku japonés despejándolo de su inscripción literaria especifica.

            Esa lectura lateral implicaría seguir la intuición que moviliza la fascinación barthesiana. El haiku unidad mínima de un montaje (por no decir sistema) de la novela. Una pequeña observación o incidente que se conserva en el deseo de extenderse en relato. De allí, su deseo de haiku: “Deseo que ‘prenda’ en un discurso extendido” (Barthes 2005: 22). Pero, el haiku, nacido para extinguirse, no hace mas que conservar ese deseo, de guardarlo en su potencia. La interpretación en cuanto que proyección futura en un relato no haría más que estropear el haiku. O bien, la búsqueda de su inscripción biografía e histórica en un pasado perdería al lector en la tarea de repetir lo que el haiku pretende negar. Por el contrario el haiku en tanto que conserva el tiempo del deseo no pasa al tiempo del acto, o según Barthes, en el orden del lenguaje el haiku no hace mas que obstruir las vías de la interpretación; busca “suspender el lenguaje, no provocarlo” (Barthes, 1990: 96).

            Ese tiempo que el haiku deviene no es de ninguna manera místico; uno que rehúye lo absoluto, lo inefable, lo indecible. Si que el tiempo del haiku opera en la raíz del sentido, impide que divague en el infinito de metáforas y símbolos. El haiku no sigue el cauce donde el discurso discurre, sino que hunde en el sonido del viejo estanque como un “acontecimiento breve que encuentra de golpe su forma justa (1990: 102). Debemos perseguir la estela del signo vacío que adelgaza la barra entre significante y significado para que la escritura entre en fruición con lo sensible. Se trata de advenir la cosa misma en la palabra y, si asumimos esto, el haiku enciende en nosotros su deseo. Con sólo visar o echarle un ojo, el haiku nos despierta en una noche de verano que invita a dejar la escritura para entregarnos al brindis, como en el siguiente haiku que escogimos de Natsume Soseki:

名月や無筆なれども酒は呑む

meigetsu ya muhitsu naredomo sake wa nomu

Radiante luna.
Doy reposo al pincel,
pero no al sake.

(Sôseki 2013: 68-69)

Por su brevedad, el haiku se distancia del relato; lo rehúye. Ni novela (pues podríamos decir que apenas insinúa una trama), ni tampoco al del aforismo (no condensa un pensamiento, ni lo cifra). Aun así en cuanto que garabato de una escena, experiencia o gesto, en él, el signo y el sujeto se desorbita: no tienen un centro significante, un nombre del Padre que no deja de ausentarse para organizarlos signos torno así. En cambio, hay una especie energía de deseo que no hace más que dar rienda a unos signos que se despliegan en sus diferencias y sutilezas. Sin un centro de sentido pleno, el haiku expresa precisamente ese dinamismo: “los significantes exceden la palabra […] que el intercambio de signos sigue siendo de una riqueza […] fascinantes, a despecho de la opacidad de la lengua, incluso gracias a esa opacidad” (1990: 17). Lo que en él se comunica no es una voz que pretende transparencia o presencia, sino el cuerpo entero, de tal forma que: “lo que se conoce, degusta, recibe, es todo el cuerpo del otro, y es él quien ha desplegado (sin un verdadero fin) su propio relato, su propio texto” (1990: 19).

 

Bibliografía

Barthes, R. (1990). El imperio de los signos. Barcelona, Mondadori.