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Octubre 2025

CONSTRUIR

Fin de verano.
Ramita de romero
Entre los dientes.

DECONSTRUIR

Este haiku me vino –no sé si a la cabeza o al corazón o a algún punto entremedias–  el 29, 30 o 31 de agosto, en tierras riojanas, durante una de las largas caminatas de un trayecto que, día tras día a lo largo de dos semanas, había iniciado en Saint Jean Pied-de-Port, en el Pirineo francés, a mediados de agosto de este año y acabé en Burgos. Fue el primer tramo del Camino de Santiago, el llamado francés, que espero retomar el año que viene desde donde lo dejé. El haiku entonces, fiel a la fecha, fue este otro:

Se acaba agosto.
Ramita de romero
Entre los dientes. 

A ambos lados del sendero crecían arbustos de hinojos, mediando entre viñas repletas de negros racimos y el camino de tierra. Y eran ramitas de hinojo las que, de vez en cuando, me llevaba a los dientes. Me gustaba su sabor anisado. Pero un día, no recuerdo cerca de qué ciudad, tal vez Navarrete, había algunas matas del aromático romero. Hice lo mismo que con el hinojo: cogí una ramita y la sostuve entre los diente durante un buen trecho del camino.

Al final de la jornada, en la tranquilidad de mi habitación del hostal, escribía algún haiku relativo a mis experiencias de peregrino. Como un diario poético. Y este haiku, que hoy presento a la bondad de los lectores de El Rincón,  me gustó especialmente. No sé bien por qué. Me pareció fresco y libre. Expresaba la frescura e indiferencia del caminante que avanza con sus pies a pesar de la finalización de un periodo, de un mes o de todo un verano. O quizás también me gustó porque poseía, a mi juicio, la fusión de dos cualidades muy apreciadas por los haijines de la escuela de Bashō: una la de shiori y otra la de lo que denominaban «fragancia».  Shiori, del verbo shioru que significa «doblarse, ser flexible», también alude a la sensación de tristeza o soledad ante el fin de algo, como una flor marchita o la terminación de una estación del año. En este haiku fue la conciencia del final del mes de agosto, o del estío. Una conciencia aliviada, por así decir, por la fragancia tan mediterránea del romero en la boca. Fragancia y decadencia fundidas.

    Hay otro haiku, que apareció en este foro con fecha del 18 de diciembre de 2019, en donde no es fragancia, sino resonancia lo que se funde con shiori. Fue este:

Seis campanadas
En el aire lluvioso.
Final del otoño.

Ayer, acabó el otoño; hoy acaba el verano. Pero las campanadas y el aroma del romero siguen presentes.

Volviendo a la fragancia en los versos, Rogan decía que la fragancia en el haiku es como el aroma de una flor que flota a la deriva en un arroyo. En mi haiku es la fragancia del romero transportado entre mis dientes y expandiéndose débilmente a lo largo del camino terroso de la Rioja. Otro discípulo de Bashō, Dohō, tiene este poema que, a mi gusto, ilustra de maravilla la fusión de shiori y fragancia:

¡Tantos nombres
Y todos tan confusos
Para las flores de primavera! 

 Por cierto que fue días después de compuesto este poema sobre la ramita de romero, cuando reparé en que el término de «romero», que yo inocentemente había aplicado a la ramita de este arbusto,  también designa en nuestra lengua a un  «peregrino», incluido a un aprendiz de haijin que al final de verano emprendió a pie, como antes hicieron tantos miles o tal vez millones de personas en Europa, la peregrinación a Santiago de Compostela. ¡Feliz coincidencia!

Octubre de 2025

Escribo este artículo justo el día en que en Japón se celebra el 秋分の日 shuubun no hi o Día del Equinoccio Otoñal. Así que, si bien ayer llegó la primavera al hemisferio sur, puedo sentirme un poco más cerca al archipiélago nipón. Tal es el poder que tiene la literatura de unirnos a través del tiempo y la distancia.

Este mes nos corresponde profundizar en el último período de la estación otoñal en el mundo del kigo, el 晩秋 banshuu, el cual abarca octubre en el calendario actual o 長月 Nagadzuki; Noveno Mes en el antiguo calendario lunar. Podemos apreciar el desfase entre el calendario lunar y el solar, y cómo se trató de adaptar el uso de las palabras estacionales, herramienta esencial en la composición del haiku, en que a este período, 晩秋 banshuu, corresponden los kigos 秋分の日 shuubun no hi o equinoccio de otoño, celebrado el 23 de septiembre, y 文化の日 bunka no hi o Día de la Cultura, celebrado el 3 de noviembre. Por una parte, a medida que se acerca el invierno hay una sensación de soledad en el ambiente. A su vez, la alfombra de hojas caídas extendida por las avenidas permite disfrutar de su suave textura al caminar y experimentar el ambiente otoñal.

Para la selección de este mes incluí kigos de cuatro categorías: estacional, vegetación, animales y vida diaria, para permitir una mirada lo más amplia posible del último aliento del otoño.

Kigo: 長月 nagatsuki; Noveno Mes. Uno de los nombres para el noveno mes del calendario lunar. También se le llamaba 季秋 kishuu, 紅葉月 momijidzuki, entre otros. Entre fines de septiembre e inicio de noviembre en el calendario solar. Las noches se alargan y las mañanas y las tardes se vuelven notablemente más frías.

Período: 晩秋 banshuu; fines de otoño

Categoría: 時候 jikou; estacional

Haijin: Kobayashi Issa (1763-1828)

長月の空色袷きたりけり

nagatsuki no sora iro awase kitarikeri

me puse un kimono del color del cielo del Noveno Mes

Kigo: 紅葉 momiji; hojas otoñales. Las hojas de los árboles caducifolios se tornan rojas y amarillas, decorando campos y montañas en otoño. Cuando hablamos de hojas otoñales nos referimos principalmente a los arces. Se dice que la costumbre de apreciar las hojas otoñales se originó en la refinada estética del período Heian (794-1185), considerado la época dorada de la literatura japonesa.

Período: 晩秋 banshuu; fines de otoño

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Hoshino Tatsuko (1903-1984)

障子に鄙びた唄や紅葉の湯

shouji ni hinabita uta ya momiji no yu

un poema rústico en la puerta y un baño de hojas otoñales

 

障子 shouji es una puerta, ventana o biombo utilizado en la arquitectura tradicional japonesa, consistente en láminas translúcidas sobre un marco de celosía. Los shouji suelen ser correderos, pero en ocasiones pueden ser colgantes o con bisagras, especialmente en estilos más rústicos.

Kigo: 雁 kari; gansos salvajes. Llegan del norte a finales de otoño y abandonan Japón en primavera. Sus cuerpos son regordetes y de color marrón grisáceo. Tienen cuellos largos y colas cortas. Vuelan en forma de bastón o de gancho, emitiendo un fuerte zumbido. Desde la antigüedad las personas han admirado su canto, por lo que a veces se referían a ellos como かりがね karigane o ‘el canto de los gansos’. Kari es un término general para la familia de gansos Anatidae. Se han identificado aproximadamente diez especies en Japón y, con la excepción de los vagabundos, todas son migrantes.

Período: 晩秋 banshuu; fines de otoño

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Takahama Kyoushi (1874-1959)

湖もこの辺にして雁渡る

mizuumi mo kono hen ni shite kari wataru

el lago está cerca y lo cruzan los gansos salvajes

Kigo: 秋分の日 shuubun no hi; Día del Equinoccio de Otoño. Se refiere al día central del 彼岸 higan, que es la semana del equinoccio de otoño, en la cual se entregan ofrendas budistas. En este momento, el día y la noche duran lo mismo y, a partir de entonces, las noches se alargan.

Período: 晩秋 banshuu; fines de otoño

Categoría: 生活 seikatsu; vida diaria

Haijin: Honda Hitomi (¿?)

秋分の日のほとりにやっかいな私

shuubun no hi no hotori ni yakkai na watashi

atribulada, parada al borde del equinoccio otoñal

Espero hayan disfrutado de los últimos haikus de otoño que les traeré durante 2025. En nuestro próximo artículo ya entraremos a la estación invernal ¡Que tengan un hermoso mes!

ZANCUDAS

 

ZANCUDAS

(Octubre)

¡Ya su perfil zancudo en el regato,

en el azul el vuelo de ballesta,

o, sobre el ancho nido de ginesta,

en torre, torre y torre, el garabato

de la cigüeña!…

 

Antonio Machado

 

Las mañanas frescas de octubre en los campos de arroz de la Albufera, teñidos de ocre ( pues la siega llega a su fin), traen olor a paja y barro, y un silencio apenas roto por algunas de las aves que una nueva migración va trayendo. Sobre las motas*, en hilera, garzas, garcetas, garcillas, observan su llegada (también la nuestra). Entre ellas, inmóviles, las garzas reales parecen dormitar.

*Motas: Pequeñas barreras de tierra que rodean los campos de arroz delimitando parcelas y controlando el nivel del agua.

 

alba de otoño,

bajo el manto de nubes

una garza real

 Marga Alcalá

 

Aves esbeltas, de largos tarsos desprovistos de plumas, señas de identidad, entre otras de este bello, cambiante y no siempre bien tratado paraje.

 

Luna creciente-

Sobre la barca sin dueño

duermen las garzas

 Elías Dávila

 

yuukaze ya mizu aosagi no hagi o utsu

 Viento del atardecer.

Se ondula el agua

alrededor de la garza

 Yosa Buson

 

el chorlitejo chico

corre hacia la orilla

luna del alba

 José Luis Vicent

 

Aves zancudas, de colores y picos diversos en función del alimento, generalmente migrantes, a excepción de aquellas que encuentran condiciones favorables para nutrirse, conseguir refugio y reproducirse. Su elegante y majestuosa forma de volar les permite recorrer grandes distancias buscando el calor y los mejores hábitats.

 

Marea baja

la garza estira sus alas

sobre la peña

 Leticia Sicilia (Hadaverde)

 

Sol y luna;

la cigüeña coloca

un palo en el nido

 M.ª Jesús Pérez Núñez

 

Existe una relación estrecha entre las zancudas y los humedales, pues de ellos dependen. Garcillas, garcetas, garzas, garzas reales e imperiales, espátulas, grullas, cigüeñas, flamencos, ibis, marabúes, calamones, avefrías, avocetas, cigüeñuelas, alcaravanes, chajás, cocos, martinetes, teros… Pequeñas, como andarríos o chorlitejos, o grandes como grullas o flamencos, sus patas largas y dedos ágiles les ayudarán a mantener el equilibrio y alimentarse.

 

Nieva en el monte-

Con una pata encogida

la cigüeña

 Gorka Arellano

 

Cielo rojizo:

de roca en roca se oye…

picar de ostreros

 Mary Vidal

 

playa desierta,

la sombra de una garza

estira el cuello

 Fernando Mora

 

yukaze ya misu aosagi no hagi wo utu

 brisa en la tarde:

caricia de patas

de garza en el agua

 Yosa Buson

 

Como grupo, las zancudas son menos vocales que otras especies de aves, aunque las bandadas pueden ser ruidosas.

 

Olor a lluvia.

Los gritos de los teros

en la mañana

 Rodolfo Langer

 

Dos andarríos

cantan en vuelo-

El blanco de sus vientres

 Gorka Arellano

 

Pirr-pirr del corriol-

a l,aigual

la lluna plena

 

Pirr-pirr del chorlitejo

en la marisma

la luna llena

 Vanni Fucci

 

Chidori noku nada wa hyakuri no fubuki kana

 Una ventisca a lo largo de cien millas

¡los chorlitos gritan

sobre el mar abierto!

 Masaoka Shiki

 

Solo el graznido

de grullas hacia el sur-

Cepas vacías

Daigu Neko

 

Grita una garza.

Va sacando los cuernos

el caracol.

Epifanía Pérez Béjar

 

El humo de la leña

entre la neblina-

Graznan las grullas

 Gorka Arellano

 

Hacia el maizal

el grito de un tero

Luz de tormenta

 Bibi Varela Gibb (Bibisan)

 

koe nakuba sagi ushinawamu asa no yuki

 A no ser por sus voces

ni existirían las garzas:

alba de nieve

 Chiyo-ni

 

Brillo en el barro,

el silencio tras la marcha

de los flamencos.

 Marga Alcalá

 

Las garzas llevan siglos siendo tema recurrente en el arte y la literatura japonés. Aves pacientes, se les suele ver inmóviles, serenas, junto a los ríos, lagunas, pantanos o entre arrozales, con una dignidad que lleva a la calma. Su majestuoso vuelo y sobre todo su planeo en el descenso nos acerca a la paz y al misterio. En Japón son símbolo de muerte, pureza o transición.

 

Ruido del agua

donde se estrecha el río

la garza quieta

 Luis Elía Iranzu (Luelir)

 

escarcha-

una garza se yergue

en la otra orilla

 Rubén Marín Salvador (Benrû)

 

Yundadi ni sagi no ugokanu aota kana

 Bajo la lluvia de la tarde

una garza inmóvil-

verde arrozal

 Masaoka Shiki

 

Las grullas son símbolo de buena suerte, longevidad, honor y felicidad. Por sus costumbres, se las relaciona con virtudes como la diligencia y perseverancia, la previsión, la prudencia y la sabiduría.

 

ko o kobau tsurutachi madou fubuki kana

 Las grullas nerviosas

protegiendo a sus crías

¡una tormenta de nieve!

 Masaoka Shiki

 

hatsushimo ya mazurau Tsuru o toku miru

 Primera escarcha:

Miro de lejos

a la grulla enferma

 Yosa Buson

 

En Europa, la cigüeña es venerada desde muy antiguo, trae buena suerte y anuncia la primavera (resurrección de la naturaleza, portadora de vida nueva). En el románico, las aves zancudas en general son imagen del pensamiento y la imaginación. Simbolizan la altura y proyección espiritual por su despegue del suelo.

 

Por un instante

brilla el sol en las plumas

de la cigüeña

 M.ª Dolores E. Cordero

 

batiendo las alas

la sombra de una cigüeña

fluye con el río

 Mercedes Pérez

 

Ver una bandada que emprende el vuelo es siempre impresionante, pero aún lo es más si esta está formada por estas increíbles aves trotamundos coordinadas y precisas, de patas largas.

Como dice Arthur Morris en su libro, Shorebirds-Beautiful Beachcombers (Las zancudas, hermosas vagabundas): “Son las dueñas indiscutibles del aire”.

 

sagui murete Tsuru niji teru shigure kana

 Aguacero

mojada la garza

la grulla seca

 Yosa Buson

 

Vuelo de gallinuelas-

Tiembla la luz

en el pantano

 Rubens Saró

 

Charcos de lluvia.

Cada tanto un flamenco

abre las alas.

Mary Vidal

 

tsuru no asobi kumoi ni hanawu hatsuhi kana

 bajo el primer sol,

la armonía de ver en el cielo

las grullas que pasan

 Chiyo ni

 

Aosagi no gyatto nakitsutsu kyô no tsuki

 Mientras una garza

grita «gyaa»

la luna de hoy

 Kôy- ni

Un hallazgo inútil + Traducción abierta de un texto de Shiki: Relato del pequeño jardín

Agosto, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

Un hallazgo inútil

I

    De estos años intentado descifrar algunos haikus, llegué a muchas conclusiones y formulé muchas ideas. Algunas menos interesantes que otras, pero algunas. Esas exploraciones que respondían a la obligación descriptiva que organiza el trabajo de investigación. Estas exploraciones dejaban un amplio muestrario de comentarios, muchas veces como anotaciones al margen de una traducción. En el amplio blanco que enmarca el haiku que divide la página, me permití anotar coincidencias extrañas o hallazgos inútiles. Tal vez el siguiente tan solo delate mi entusiasmo por las posibilidades de unir lo inédito del haiku, mis fantasías marginales. Con ella no quiero llegar a ninguna conclusión, quiero habilitar otro tejido de pensamiento. En ese tejido el haiku desborda su naturaleza de objeto literario volviéndose una especie de artilugio para ahondar en reflexiones atravesadas por la multiplicación de los significantes.

  II

    En 1904 Argentina y Chile se encuentran en medio de conflicto de demarcación de los límites de cierta zona austral de la Patagonia, residencia de grandes valles y glaciares. Hasta 1881, el “Tratado de límites” habían tenido a la cordillera de lo Andes como límite natural entre los países. Sin embargo, un problema de interpretación de la enunciado ““la línea fronteriza seguiría las altas cumbres que dividen las aguas (divortium aquarum)” y su ajuste con la falta de coincidencia cumbres y aguas etre los paralelos 40° y 52° donde los picos mas altos y las aguas no coincidían derivaron en un enfrentamiento ocasionado por el enigma constitutivo del lengua: el malentendido.

    Algunos enfrentamientos entre patrullas militares y equipos de exploración de ambos países (conformados por indígenas, criollos, ingenieros) conllevaban distintas amenazas como el levantamiento de banderas en territorios imprecisos o la construcción de mojones de piedra, hechos que constituyeron explicitas provocaciones al país vecino.

    Aunque respectivas prensas nacionales alentaban el conflicto armado, ambos países en revisión e sus presupuestos nacionales para redirigirlos a la preparación y reparación de las fuerzas marciales solicitan la intervención diplomática internacional de Reino Unido para resolver el conflicto, lo cual derivo en un acuerdo en un fallo arbitral en 1902 donde se estableció un límite fronterizo en base a un una combinación divisoria de aguas y las cumbres más altas. Pero la participación inglesa no terminará allí y un poco vuelve a redirigir la cámara de nuestra historia.

    Ante la posibilidad de iniciar un conflicto armado, Argentina y Chile fueron compradores de una serie de busques fabricados en costas italianas preparándose para ese conflicto armado. Los cuales con la firma del tratado de 1902, una de las condiciones era el abandono de la formación militar por lo cual los buques Bernardino Rivadavia y su gemelo Mariano Moreno, encallados en las costas italianas estuvieron a la deriva quieta del destino que les dieran sus dueños latinoamericano.

    A comienzos del siglo XX, Japón se encontraba en plena expansión de la flota imperial para enfrentar la inminente guerra ruso-japonesa. Empujado por su ambición de poder marítimo, Japón adquirió los dos acorazados argentinos, rebautizados con dos nombres que delatan el soplo estéticos que toca todo lo que se erige japonés en el mundo: Kasuga y Nisshin. Ambos pasaron a integrar en 1904 la recién conformada clase Kasuga, desempeñando un papel crucial como buques de defensa. Su historia se entrelaza con la del capitán argentino Manuel Domecq García, quien había presidido la comisión encargada de supervisar la construcción de estos acorazados en Génova. Ya bajo bandera japonesa, en 1904 García fue designado observador militar en la guerra ruso-japonesa, presenciando de primera mano el bautismo de fuego de los antiguos navíos argentinos: el ocaso de los emblemáticos nombres de proceres argentinos dejaba lugar a los nacientes defensores que se presentan como delicadas atmosferas para defender las costas de tierras futuras por conquistas.

III

    Como si hubieran doblado un planisferio por la mitad, aquellos nombres consonánticos, fácilmente reproducibles en nuestro idioma, poco nos explican sobre la extraña coincidencia de que una batalla naval se librara bajo dos kigo presentes en innumerables haikus. Nisshin, 日進el “progreso”, y Kasuga, “un día de primavera”. Podría parecer una salida fácil suponer que la sensibilidad estacional alcanza incluso los frentes de batalla. Un deseo de conquista y defensa se esconde detrás de nombres de evocaciones de paisajes que delatan el matices. En la entrada del saijiki, encontramos que kasuga o haru no hi evoca una atmósfera primaveral, cuando el brillo del sol devuelve el color a las cosas enfriadas por el invierno.

春の日を音せで暮る簾かな

haru no hi wo oto sede kuru sudare kana

Sin ruido atardece un día de primavera tras las cortina de bambú.

Kaya Shirao

    Hay un mutismo compartido entre el acorazado y el silencio de primavera. La brisa primaveral apenas mueve la sombra de las cosas pese al brillo de una luz que invade cada rincón del paisaje. Así también, esos barcos de defensa encallados en costas tranquilas parecen cabizbajos en noches de marea alta, cuando resguardan sus fuerzas para volverse un gigante imperceptible al borde de ataque. Algo de la quietud y del silencio de los grandes barcos cruzando ríos y mares, ese silencio del deslizamiento con el silencio del sol en el día de primavera, parece coincidir en este hallazgo inútil.

西山の山寺にあり春

En el templo de la montaña

en Nishiyama,

ha llegado la primavera.

Shiki

Obras completas pp. 77

    Hay en kasuga algo imbricado en la estación y en la escritura, una vibración que no depende de la pronunciación ni del fonetismo, sino de una constelación de asociaciones que se solapan. Un atlas de imágenes se abre en la piel, en los oídos, en la sinestesia. Primero la mirada se levanta: la primavera licenciosa se revela en el templo de Nishiyama, donde el sol entibia las cosas con un silencio apacible. Luego la escena se desplaza al litoral: en un día semejante, quien se acerque a la costa puede descubrir la magnitud del acorazado, gigante inmóvil, como si la misma primavera devenga cuerpo de hierro y acero. Entre el kigo y el navío, entre la fugacidad y la monumentalidad, resuena la misma palabra, kasuga.

-.-

Septiembre, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

 

Traducción abierta de un texto de Shiki.

 Relato del pequeño jardín

Masaoka Shiki

 

    Tengo un pequeño jardín de veinte tsubo. Como está ubicado al sur de la casa tiene como telón de fondo los cedros de parque Ueno. Gracias a que mi barrio es un suburbio deshabitado, el azul del cielo es mucho más amplio y, desde aquí, puedo disfrutar del deambular de las nubes y las aves. Cuando me mudé, el jardín parecía un cementerio de bambusal. No había ni césped ni un árbol. Tiempo después el dueño de la casa plantó tres pinos y le devolvió un poco de dignidad. Yo sumé algunos esquejes de rosas que una vecina me había regalado. Muchas veces me sorprendí adorando las cuatro o cinco flores que brotaron. Al año siguiente tuve que cubrir la presencia del ejército en Kinzhou pero el viaje se prolongó porque me enfermé y quedé internado en Kobe. Cuando volví a mi hogar a finales de otoño, el jardín estaba más desolado que la primera vez. Solo un par de crisantemos blancos torcidos crecían desor-denadamente. Mientras lo miraba en silencio un sinfín de emociones se amontonaban en mi pecho. Aunque todavía me sentía débil, me abrumó la alegría de regresar con vida. Sin pensarlo comencé a tararear san kei shū kō.[1] La sencillez de este jardín y sus flores me conmovieron en lo mas profundo. A medida que mi enfermedad empeoraba ya no podía salir de casa. El jardín se convirtió en mi mundo. Sus flores mi única inspiración. Ese pequeño espacio y sus pocas flores me han hecho olvidar que estoy agonizando en la celda personal que es mi habitación.

    Al año siguiente, cuando la primavera empezaba a sentirse y el canto de los pájaros llenaban el aire, abrí la ventana de mi habitación y me arrastré hasta el jardín para que mis párpados se entibiaran. Las plantas y los árboles habían revitalizado ese espacio tan pequeño como la palma de una mano. A pesar de que la brisa fresca se filtraba por los agujeros de mi ropa, me sentí increíblemente cómodo. Había brotado un arbusto de hagi que mi vecina me había obsequiado el año anterior. Había crecido lo suficiente para ofrecerme una variedad de verdes y rojos que anticipaban la llegada del otoño. Pasé muchos días enfrascando en el movimiento de los sombras del árbol de shii.[2] Así, me pasaba los días en un estado de contemplación mezclado con cansancio.

    Aunque el invierno y mi enfermedad me quitaban las fuerzas, frente a ese pequeño jardín me sentía como un recién nacido. Era como si me ofreciera la oportunidad de una nueva vida, de crecer sano junto a los brotes de hagi. A veces aparecía una mariposa, cuyo simple revoloteo bastaba para elevar mi espíritu. Sentía que mi alma se movía con su misma ligereza, persiguiendo el aroma de las flores y descansando sobre sus brotes. Luego la mariposa volaba cerca de los cedros, se paseaba por el jardín vecino y, al regresar, se entretejía entre las ramas de los pinos y el estanque. Cuando ella desaparecía me quedaba sumido en mis pensamientos hasta incomodarme. El calor de la fiebre subía y volvía a acurrucarme debajo de las sábanas. Allí entre el sueño y la ilusión, me encontraba en un vasto e infinito campo donde volaba arrebatado junto a una mariposa que exploraba el tejado de mi vecino. Mientras volábamos, más mariposas aparecían. Cuando me tomaba un instante para observarlas descubría que todas ellas eran pequeñas divinidades, hijos e hijas de los dioses. Al compás de una música que resonaba en el cielo, las mariposas bailaban y alzaban en vuelo. Yo, por no quedarme atrás, sin temer a los espinos ni a las zarzas, los pisoteaba y los saltaba, hasta que, al intentar cruzar un arroyo caía a mi despertar: empapado en sudor, con el piyama completamente mojado, y con la fiebre, quizá, ya por encima de los treinta y nueve grados.

    Pasado el mejor momento de los lotos y con el hototogitsu resonando en el cielo, las rosas florecieron en abundancia. Aunque su colorido no carece de encanto, la veredera belleza de mi jardín residía en el otoño del hagi y el susuki. Este verano el hagi extendió su ramas y tuvo un crecimiento robusto. Las hojas amarillentas del año pasado han dado paso a un verdor profundo. Cuando hay sol pido que me acerquen una silla hasta él para recoger pequeño insectos de los brotes. Desde finales de agosto, campanitas (kikyō) y clavelinas (nadeshiko) mostraron sus frutos y las flores de la mañana (asagao) escanseaban, pero los hagi florecían de uno a dos capullos a la vez. Contaba con los dedos los capullos conteniendo la emoción: si hoy eran dos, mañana serian cuatro, al día siguiente ocho, luego diez, hasta que algún día serían mil. Sin embargo, tras una noche de tifón me desperté inquieto. Escuché ruidos en el jardín, me arrastré hasta allí para saber que sucedía. Me dijeron que el viento había roto las ramas del hagi que tanto se había esforzado por crecer en verano. Sentí que se me hundía el corazón. No había nada que hacer. Si lo hubiese sabido hubiera apuntalado las ramas con bastones, pero ya era tarde para arrepentirse. El viento del tifon del año pasado había volado las tejas del techo, pero no había hecho tanto daño como este que destrozo la voluntad de los tréboles. Aquel día el cielo estaba tan despejado que dejaba sentir el frescor del otoño. Pedí que me acercaran una silla y un balde con agua al jardín para limpiar el barro de las ramas que aún seguían en pie. Sólo logre que me duelan las piernas. Finalmente las ramas se pudrieron sin florecer. Nuevamente, el pequeño jardín quedo desolado, solo me quedaban los pinos y algunas hierbas.

    La primavera pasada, luego equinoccio, Ogai me envío varios paquetes de semillas. Las planté de inmediato, pero apenas crecieron unas zinnias. Me desilusione por completo porque de verdad quería tener unas celosías. Cuando llegó el verano, sucedió algo muy extraño. Un brote apareció en la zona donde había sembrado las celosías. Lo até delicadamente a un bambú y lo cuidé con esmero. A medida que crecía podía verse el rojo de las primera hojas de celosía. Estaba encantado. Desmalecé toda esa zona y cuando alcanzó más de 30 centímetros, el viento del tifón volvió. Aunque las ramas de hagi volvieron a romperse, esta solo se torció un poco. La enderecé y volví a atarlo al bambú. Ahora tiene casi medio metro. Aunque delgada y tambaleante, su rojo ardiente es hermoso. Días después del tifón, mis vecino del frente me regalaron unos plantines de celosías para acompañar la mía. Tiempo después, muy temprano en la mañana, tocaron la puerta trasera. Era Fusetsu llevando una gran celosía en los brazos. Bajo suave lluvia de mañana la plantó y se fue. El contraste entre el brillo de las hojas de las celosías con las ramas de hagi desnudas creaba una escena de profunda melancolía. Aquella anciana vecina que me había ayudado a crear este pequeño paraíso regalándome rosas se mudó. Poco antes del otoño, supe que había fallecido.

Un jardín pequeño, atestado de hierbas y flores.

Octubre 1898, en Hototogistsu

Bibliografía

Masaoka, S. (1999). Ensayos sobre los nombres de las flores, vol. 9: Flores de septiembre (H. Kadota, Transcripción; S. Kobayashi, Corrección). Sakuhinsha. (Obra original publicada en 1898 en Hototogisu; recogida en Obras completas de Shiki, vol. 12 – Ensayos II, Kōdansha, 1975). Disponible en Aozora Bunko: https://www.aozora.gr.jp/cards/000305/files/42170_12291.html

 

Notas:

[1] 「三逕就荒」 (San-kei shū-kō): alude a un verso de un poema chino clásico, evocando jardines abandonados y la nostalgia de lo efímero.

[2] El árbol de shii es un tipo de roble.

Septiembre 2025

CONSTRUIR

Por la mañana
También las piedrecitas
Tienen su sombra.

DECONSTRUIR

Octavio Paz, el gran poeta mexicano que cultivó el arte del haiku, decía que las cosas se esconden en la sombra de sus nombres. Asunto de calado filosófico. La relación entre la “cosa” y el “nombre” ha sido una cuestión omnipresente en la metafísica, alguna corriente de la cual, como el nominalismo del Medievo europeo, negaba la existencia de la realidad –de los conceptos, de las cosas, de los llamados “universales”– fuera de sus nombres. ¡Los nominalistas eran haijines sin saberlo!  Y es que la mente del haijin, cuando se asoma al Inconsciente con su intuición, desnuda a las cosas no solo de sus nombres, sino hasta de la sombra, del ropaje de los nombres.  La herramienta para hacerlo es su impersonalidad. Cuando el haijin se despoja de su yo o de su intelecto, la cosa –el objeto, la sensación expresada– se muestra vacía de la codificación de la semántica.  Como una mariposa que, libre y feliz, sale volando, libre de las ataduras de la relación significante-significado.  La claves es eso: la impersonalidad, la vaciedad del yo, el no agente personal de la acción del poema.

En la lengua japonesa, en donde no se marcan la persona o agente de la acción verbal porque no hay desinencias personales en los verbos, es relativamente fácil ser impersonal cuando se compone un haiku. En las lenguas occidentales no lo es tanto. Voy a demostrar esto con un prodigioso haiku de Issa Kobayashi.

 Nani mo nai ga
Kokoro yasusa yo
Suzushisa yo

 Nani mo nai ga no quiere decir exactamente «no tengo nada», sino «no hay nada» lo cual es diferente aunque la acción de no tener se aplique a uno mismo. En la expresión japonesa no hay verbo alguno que nos permita inventarnos el verbo «tener» en primera persona. Una traducción aproximada que respetara esta impersonalidad del primer verso del original sería usando el verbo «tener» en infinitivo, por ejemplo:

Sin tener nada,
Solo paz en el alma
Y frescor de la brisa. 

El admirado maestro Fernando Rodríguez Izquierdo personaliza la acción de «tener» enfatizándola además con el pronombre «yo» , y lo versiona así:

Yo nada tengo,
Pero gozo de calma
Y del frescor.

Con esto de la impersonalidad del haijin no he me apartado sin razón del tema de la sombra de los nombres, de la sombra de las piedrecitas, por volver a mi haiku de este mes.  Antes bien, la sombra de esas insignificantes piedras –acompaño fotografía– advertida en el suelo de hormigón, durante un paseo muy mañanero realizado hace unos pocos días, la produce un agente impersonal no mencionado en el verso: un rayo de sol.

Es, por tanto, un haiku impersonal. El haijin es solo la cámara que fotografía el instante.  Un instante, me pareció, de grandiosidad cósmica. El testimonio poético de que una cosa inorgánica, en el lenguaje humano, como una pequeña piedra, posee el mismo derecho que cualquier persona u objeto grande –como un árbol o una montaña– a tener su sombra, a tener un nombre. Pero no lo tiene, aunque tenga sombra, y esto le llamó la atención al haijin. La piedrecita sin nombre pasó, entonces, a formar parte con todo derecho del engranaje de la realidad cósmica en la cual las cosas existen aun sin nombre.  Todo ellos gracias a su sombra. La sombra creada por el sol naciente. La sombra que oculta el nombre de cada una de esas piedrecitas del camino, que, no por carecer del nombre, son menos cosa.

 

GALLINÁCEAS

 GALLINÁCEAS

(Septiembre)

 

Canta un gallo, mil gallos.

                                                        Amanece.

Luz tan cacareada

 pocas veces se ha visto.

¿Qué traerá este día así anunciado

con clarines más vivos que sus llamas?

Ángel González  (Alba en Cazorla)

 

Quién no ha escuchado en un pueblo cualquiera el canto del gallo al amanecer. En el mundo rural, éste forma parte del paisaje sonoro cotidiano.

 

tori no ne no tonari mo toshî yoru no yuki

 

Un gallo canta

cerca pero lejano

Noche de nieve

 

Kagami Shikô

Gallos, gallinas, pavos, faisanes, perdices, codornices, urogallos, pavos reales, chachalacas, paujiles… Son aves en general de patas robustas y alas cortas redondeadas, la mayoría no voladoras o de vuelo escaso. Su pico es corto, ancho y fuerte para poder alimentarse preferentemente de grano, aunque también de semillas, insectos y algunos frutos.

 

miwatori no oyako hiki an ochibo kana

 

Gallinas y pollitos

picotean juntos

los granos de arroz suelto.

 

Masaoka Shiki

 

Cielo de abril

hacia el mismo surco

todas las gallinas

 

Idalberto Tamayo

 

Criadas en granjas o silvestres, se encuentran distribuidas por todo el planeta. Son aves vinculadas históricamente a las migraciones humanas. Antes del primer milenio a. de C. no había pollos ni gallinas en Europa Occidental. En su lugar de origen, el sudeste asiático y el oeste de la India, se retrasa su domesticación, relacionándose ésta con el cultivo del arroz.

 

Se oye un gallo…

el plumón va y viene

en el traspatio

 

Ana López Navajas

 

Aire de lluvia

Picoteando un huevo

la bataraza*

*Bataraza: gallina de plumaje gris con pintas y manchas blancas.

Rodolfo Langer

 

Se crían en su mayoría para la producción de carne y huevos o con fines cinegéticos. (Las codornices se enfrentan a un riesgo alto de extinción en estado silvestre. Los faisanes son criados exclusivamente para la caza.)

 

 

Chirriar de cigarras-

En silencio el vecino

despluma un gallo.

                

 Pilar Carmona (Piluca)

 

En el cubo de agua

sumerge a la gallina clueca

Aire frío

 

Idalberto Tamayo

 

Pollo al curry,

el viento de abril

en la ventana

 

Isabel Rodríguez (Isa)

 

Pero será el canto, que habla de lo cotidiano en esa vida sencilla del mundo rural, el que atraiga en mayor medida la atención de los poetas.

 

El gallo rojo

engulle una hebra de apio

y luego…¡canta!

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Sol de la tarde,

va espaciando sus cantos

el gallo afónico.

 

Anna María Santolaria (Estela)

 

kiji naku ya kumo sakete yama arawaruru

 

El canto de un faisán:

las nubes se abren

y aparecen las montañas

 

Masaoka Shiki

 

desvainando arvejas

junto a mi madre;

el gallo canta también…

 

Mirta Gili

 

Toda la tarde

han cantado los gallos-

Cae el azahar.

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Cesta de yarey*

Alrededor de la abuela

cacarean las gallinas

*Cuba: Palmera de cuyas hojas se hacen diversos útiles tejidos.

 

Idalberto Tamayo

 

Sendero angosto

rompe el silencio el canto

de la perdiz.

 

Idalberto Tamayo

 

junto al brasero

la niña imita el piar

de los pollitos

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

El gallo, ese altanero que impera en los corrales, es el arquetipo de ave radiante por excelencia. Su simbolismo está relacionado con su comportamiento natural más evidente: el canto al amanecer. En la India es el atributo del dios Skanda, personificación de la energía solar. En Japón, su canto está asociado a Amaterasu, diosa del Sol. En el islam, goza de una veneración absoluta y con su canto se señala la presencia del ángel. En el cristianismo, , la iglesia lo incorpora y utiliza con frecuencia. (Misa del gallo, Pedro y las tres veces que canta el gallo, la figura del gallo en cimborrios y torres de iglesias para alejar el mal…)

 

niebla matinal…

escarba en la hojarasca

un gallo rojo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Canta un zorzal

en la cola del gallo

de la veleta

 

Jorge Braulio

 

el gallo huido

canta bajo la luna…

setas de chopo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Criarse entre gallinas, escuchar su cloqueo, percibir el olor de sus plumas, en las manos el calor de los huevos…Gallinas, gallos, pavos, perdices o faisanes, el mundo rural cercano lo reflejan poemas, relatos, cuentos, y en el caso que nos ocupa, haijines atentos. Por muchos años.

 

kiku arete niwatori nerau itachi kana

 

En los crisantemos marchitos,

una comadreja

¡acechando a las gallinas!

 

Masaoka Shiki

 

harukaze ni o o hirogetaru kujaku kana

 

Con la brisa de primavera

extendiendo su cola

¡el pavo real!

 

Masaoka Shiki

 

camino a casa

comiendo higos* tintos

que picaron las perdices

*Higo, breva: fruto de la higuera.

Félix Arce (Momiji)

 

Se encrespa el gallo,

con su aleteo avienta

plumas caídas.

 

Juan Francisco Pérez (Raijo)

 

Se abren las nubes.

Una gallina incuba

huevos de oca

 

María Ángeles Millán (Hikari)

 

osoki hi ya kiji no oriiru hasino ne

 

el día

navega lentamente

faisanes

posando sobre el puente

 

Yosa Buson

 

Lluvia menuda;

se acurruca un pollito

bajo el rosal.

 

Roberto Miguel Escaño (Escaño)

els paons escuats

groguegen els til-lers

en la roureda

 

los pavos sin cola

amarillean los tilos

en el robledal

 

Joan Antón Mencos (mencs6)

 

kiji tatte hito odorokasu karena kana

 

Sobre el páramo marchito,

el sobresalto

por el vuelo de un faisán

 

Kobayashi Issa

 

También el viejo

sonríe ante la cola

del pavo real

 

Jordi Doce

 

Luz otoñal-

Una perdiz volando

sobre la viña

 

Gorka Arellano

 

kijinaku ya nosu no suso yama i emo nashi

 

El canto de un faisán:

al pie de los montes Nasu

ni una casa

 

Masaoka Shiki

 

niwatori no koe ni shigururu ushiya kana

 

Un gallo canta

Cae la lluvia invernal

sobre el establo.

 

Matsuo Bashô

Septiembre de 2025

Ha vuelto el invierno de forma bastante violenta, con temporales de lluvia y viento, además de mucha nieve en la Cordillera de los Andes, lo que ha convertido a Santiago en un verdadero congelador. Sin embargo, los primeros brotes de almendros, duraznos y ciruelos me consuelan con la promesa de la pronta llegada de la primavera. Por mientras, disfruto del calor literario que me entrega escribir sobre el otoño en Japón.

Septiembre, en el mundo del kigo, corresponde a 仲秋 chuushuu o mitad del otoño; en el calendario lunar sería 葉月 Hadzuki u Octavo Mes. Abarca desde 白露 hakuro o blanco rocío, alrededor del 8 de septiembre, al día anterior al comienzo de 寒露 kanro o rocío frío, alrededor del 8 de octubre. Se escuchan los insectos y la luna es más brillante que nunca. Cada mañana se ve más rocío sobre la vegetación al amanecer, el cual va haciéndose cada vez más frío con el avance de la estación. El 23 de septiembre ocurre el 秋分 shuubun o equinoccio de otoño, durante el cual el día y la noche tienen prácticamente la misma duración.

Es, desde la antigüedad, la estación favorita de los poetas, así que la elección de este mes fue difícil.

Kigo: 名月 meigetsu; luna llena. Se refiere a la luna que cae el 15 del octavo mes del calendario lunar. Como sugiere un famoso haiku de Issa, la luna es tan grande que parece que se puede tocar con la mano. Se venera a esta luna con pastelillos de arroz, castañas o patatas dulces, poniéndolos junto a un jarrón con varillas de miscanto. Fue utilizado como kigo por primera vez en el Haikai Shougakushou (1641).

La Luna de Medio Otoño es un evento anual que existía antes de la introducción del calendario lunar en Japón, y que se celebra aun en la actualidad. En la antigüedad, el taro (Colocasia esculenta) era una importante fuente de alimento en Japón, y la Luna de Medio Otoño era el festival de su cosecha. Esto es un vestigio del hecho de que a la Luna de Medio Otoño también se le llama imo-meigetsu o luna de la patata. Es importante notar que la Luna de Medio Otoño no necesariamente coincide con la luna llena. Estadísticamente, es más probable que ocurra en una luna que no es luna llena. Esto se debe a que el calendario lunar y la edad de la luna no coinciden exactamente, lo que resulta en una discrepancia en el tiempo entre la luna nueva y la luna llena.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 天文 tenmon; astronomía

Haijin: Matsuo Bashou (1644-1694)

名月や池をめぐりて夜もすがら

meigetsu ya ike wo megurite yo mo sugara

luna llena, rodeando el estanque toda la noche

Kigo: 啄木鳥 kitsutsuki; pájaro carpintero. Término general para los pájaros carpinteros de la familia de los carpinteros (Picidae), que incluye el pico kizuki, el pico picapinos y el pito japonés. Estas aves son residentes. Sus llamativos colores y el sonido que emiten al buscar alimento son impactantes en los bosques de otoño.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Mizubara Shuoushi (1892-1981)

啄木鳥や落ち葉をいそぐ牧の木々

kitsutsuki ya ochiba wo isogu maki no kigi

pájaro carpintero, apura las hojas caídas, árboles del prado

Kigo: 月見 tsukimi; contemplación de la luna.  El acto de contemplar y apreciar la luna de la cosecha a mediados de otoño. Se hacen arreglos de hojas finas con ofrendas de pastelillos de arroz y alimentos de temporada. Se celebra con amigos y familia y, además de contemplar la luna, se disfruta de comida y bebida, y poemas que enriquecen el ambiente. Mucha gente también visita lugares famosos para contemplar la luna, como Matsushima, Obasute y el templo Ishiyama dera.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 生活 seikatsu; vida diaria

Haijin: Hatano Souha (1923-1991)

仲よしの女二人の月見かな

nakayoshi no onna futari no tsukimi kana

dos amigas contemplando la luna

Kigo: コスモス kosumosu; cosmos. Esta planta anual de la familia de las Asteráceas alcanza una altura de unos dos metros. Sus hojas están finamente divididas y sus tallos son delgados. Produce flores blancas o rosadas de septiembre a octubre. El cosmos es una planta anual de la familia de las Asteráceas, originaria de México, introducida en Japón después del período Meiji. Se cultiva en jardines y parterres por sus hermosas flores. Su inflorescencia tiene la misma estructura que la de un girasol, con una flor tubular en el centro y grandes pétalos alrededor.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Kitayama Hiroji (¿?)

コスモスや茎より素描始めたる

kosumosu ya kuki yori sugaki hajimetaru

cosmos, el primer boceto desde el tallo

Espero hayan disfrutado estos haikus de mitad de otoño que seleccioné para ustedes. Deseando les acompañen durante septiembre, me despido hasta el próximo artículo.

 

Agosto 2025

CONSTRUIR

Cantan y cantan
Las chicharras en las ramas.
¡Ah, el calor!

DECONSTRUIR

¿Hay asociación semántica entre el acto de cantar y el calor? Probablemente no. A no ser que el agente de «cantar» sea una chicharra o cigarra, ese insecto tan bien conocido en muchos países –también en Japón– durante la temporada estival. Su canto incesante y monótono es sinónimo de calor. Si ignoramos a ese agente,  cantar y hacer calor no parecen relacionarse mucho. En mis versos he hecho una comparación interna a través de dos sentidos: el acústico y el térmico. En realidad, no sé muy bien lo que he hecho: simplemente he relacionado la acción de cantar, cuando quien lo hace es ese insecto, con la sensación térmica propia del verano. Eso es todo. Además, sin darme cuenta, ha salido una aliteración con la repetición de la vocal /a/ en los dos primeros versos. La repetición del verbo, para producir un efecto de continuidad, es un viejísimo recurso poético usado en el cancionero español, y probablemente en tantas canciones populares del todo el mundo. Basta recordar esa consabida letra,  «Beben y beben los peces…» que se saben hasta los peces del río.

Hay un haiku de Tan Taigi (1709-1771), un haijin de la escuela de Buson, que canta en sus versos no al calor, sino al frío. Y también en el tercer verso.  Mi haiku es la versión torpe en clave estival del haiku invernal de Taigi. ¿Lo conocéis?

Sore sore no
Hoshi arawaruru
Samusa kana

Apareciendo
La infinitud de estrellas.
¡Ah, el frío!

La misma pregunta: ¿hay asociación semántica entre las estrellas y el frío? Probablemente no. Seguro que a Taigi no se le ocurrió tal pregunta, porque, como buen haijin, no era un intelectual. Era como un niño que, instintivamente, relacionó la eternidad, representada por la multitud estelar, con la sensación de frío.

Pero las asociaciones, deliberadas o no, son invitaciones a que la mente establezca comparaciones internas. Y la comparación interna en las diecisiete sílabas del haiku sí que me parece a mí que es un cualidad de un buen haiku. En mi relectura de su haiku, Taigi compara el misterio de la eternidad –un cielo con infinitud de estrellas– con la soledad irrevocable de un ser humano desvalido e indefenso contemplando el cielo nocturno y que, en ese momento, es sensible al frío del invierno.

¡Qué gran haiku el de Taigi!

6. ¿Y a nosotros, qué? La voz del haiku en el siglo XXI

¿Por qué pensar hoy en la influencia budista sobre el haiku? ¿Qué nos dice a nosotros, gente del siglo XXI? A lo mejor, en este punto podemos volver sobre nuestros pasos y recopilar algunas reflexiones a partir de esta pequeña serie de textos titulada “Poesía budista: De Dōgen a Santōka”.

Valga empezar recordando que el budismo nunca fue una tradición proselitista; la excepción es alguna corriente de hoy en día, pero incluso en nuestro tiempo la actitud preponderante dentro de la tradición budista no es la de pescar prosélitos. Sí tiene, más bien, una vocación de dar a conocer la enseñanza del Buda a toda la humanidad, pero esa es otra historia. En particular, la expresión poética budista tuvo poco (o nada) de intención propagandística. La intención era otra: los poetas y las poetisas quisieron expresar su devoción, o inclusive buscaban alguna manera de articular la enseñanza en sus propias palabras.

Desde sus orígenes en China, la tradición zen (en chino, chan) dio enorme importancia a esta articulación propia de la enseñanza. En varios koanes (en japonés kōan) se hallan ejemplos de como el maestro instaba al discípulo a mostrar con sus propias palabras si había alcanzado una comprensión profunda. Y las colecciones clásicas de koanes sugieren que los discípulos se inclinaban por un lenguaje poético decididamente conciso. Análogamente pasa con las preguntas de los alumnos a sus maestros.

Será por ello que Dōgen escribió numerosas piezas de poesía tanto china como japonesa para abordar temáticas budistas, y más adelante Bashō se decantaría por el haiku con el mismo propósito. Más puntualmente, en Dōgen se encuentra una curiosa forma de contestar “quién soy yo”: primero desaparece de la escena aquel que pregunta, para luego aparecer. Y el medio a través del cual ocurre esta desaparición-reaparición es el entorno. El entorno nos muestra quiénes somos. El que pregunta desaparece de la escena y luego vuelve a aparecer a través de la escena (del entorno). Posteriormente, el poeta Bashō no aparece habitualmente en sus poemas, no expresamente, pero en su modo de no aparecer se manifiesta. Podemos pensar que en ambos sucede lo mismo, solo que en el segundo de un modo más compacto. Se puede afirmar también que esta misma actitud sigue apareciendo en el haiku desde entonces.

En la literatura más temprana del budismo mahāyāna, los sutras de la perfección de la sabiduría (compuestos en India entre los siglos I a.e.c. y IV e.c.) están repletos de fórmulas negativas como “no hay Buda, por tanto hay Buda”. Tan paradójica forma de expresión ayuda a evocar que como todas las cosas surgen en dependencia de causas y condiciones, están sostenidas por todo aquello que no son. El propio ser de la cosa va mucho más allá de ella. Así, yo no soy lo que soy por mí mismo o en abstracción de las demás cosas: soy con las demás cosas. Varios haiku que comentamos, según parece, emergen de una profunda apercepción de ese hecho y la expresan de un modo que en su manera de ser compacto resulta también lleno de sentido.

Ahora bien, es claro que la sensibilidad estética del haiku incluye factores no indios: la centralidad del ciclo de las estaciones, la atención que se arroja a lo concreto y lo efímero, la inclinación hacia lo pequeño y lo simple. Esos factores seguramente brotan de la sensibilidad china y la japonesa. Quizá, es más, el ideal budista de la intención y acción compasivo-amorosas (en sánscrito, karuṇā y maitrī) se vio especialmente coloreado por la visión antigua japonesa del mundo, que concibe todas las cosas como movidas e interconectadas por una fuerza animada, de modo que la vida y el “alma” se expresa no solo en los animales, sino también en las plantas e incluso en las aguas y las montañas.

En fin, en el haiku late una forma de entenderse a uno mismo como íntimamente conectado con las demás cosas, pero no un entendimiento abstracto y meramente teórico, sino una comprensión vivida, sentida, y no por ello menos aguda y clara. ¿No podrá el cultivo de esta sensibilidad llamarnos a una forma más sostenible de relacionarnos con el entorno y a la vez un modo menos individualista de construir nuestras vidas como personas humanas? Yo creo que sí, y que todas y todos podemos cultivarla.

MARINAS

MARINAS
(Agosto)

Ese vuelo que traza la gaviota

por el divino gris, ¡cómo cautiva,

cómo prende el mirar, grúas arriba,

meciéndole en las nieblas en que flota!…

 José Hierro (Gaviota)

 

Sentarse frente al mar, elevar la mirada o dejar que se haga una con la sutil juntura de agua y cielo al horizonte, invita a alzar el vuelo con la gaviota que planea hasta la orilla, a saltar vertiginosamente con el charrán que finalmente luce brillos de plata en el pico, o jugar al escondite con un tímido cormorán que, paralelo a la orilla, se sumerge o alza el cuello mirando fijamente y te hace sonreír.

 

Brisa del mar,

la ola golpea las patas

de la gaviota

 Leticia Sicilia (Hadaverde)

 

Brillo en las olas.

Le cuesta alzar el vuelo

al charrancito

 Marga Alcalá

 

Carrera en la playa.

La gaviota picotea

a un pez muerto

 Lola Rotman (10 años)

 

Pardelas, alcatraces, paíños, cormoranes, gaviotas, charranes, charrancitos, fumareles, págalos, pelícanos, alcas, pingüinos, frailecillos…, tienen el hábitat más extenso del planeta y sin embargo es el grupo de aves que encuentra más problemas para su supervivencia.

 

Se zambullen

muy despacio en el mar

cinco pelícanos

 Verónica Aranda

 

Primeras gotas.

El vuelo del petrel

sobre el roquedo.

 Rodolfo Langer

 

Banco de sardinas…

el brillo por delante

de los pingüinos

 Mary Vidal

 

Dependen del mar donde se alimentan y pasan el tiempo, y de la tierra donde se reproducen, teniendo que hacer frente a los problemas que en ambos se encuentran. Durante su migración cubren enormes distancias antes de posarse para su reproducción. Se han podido rastrear charranes árticos que han cubierto más de 80.000 Kms en un año.

 

El viento arrecia,

le enfrentan las gaviotas

su pecho blanco

 Manuel Hontoria

 

Brisa marina.

Planea entre la bruma

un cormorán.

 Gorka Arellano

 

Arena fría

la sombra de una gaviota

cruza las huellas

 Leticia Sicilia (Hadaverde)

 

La sobrepesca, la destrucción del hábitat, la contaminación, el calentamiento global, el desarrollo urbanístico del litoral, la profusión de infraestructuras en el mar, y otros más, son factores que amenazan su supervivencia. En España, paíños, petreles y pardelas son el grupo de peor estado de conservación, destacando entre ellas la pardela balear, catalogada en peligro crítico.

 

Marea alta-

del pico de la gaviota

escapa un pez

Pilar Carmona (Minori)

 

 

Tarde en el mar

picotean la espuma

unas gaviotas

 Sandra Pérez

 

Otro pollo muerto

entre las rocas.

Vuelo de pelícanos.

 Lester Flores

En muchas culturas, las aves marinas se asocian a leyendas y mitos que evocan misterios de alta mar. Para marineros y pescadores, estas pueden ser mensajeras de buena o mala fortuna. Cuentos antiguos sugieren, por ejemplo, que la presencia de los albatros trae suerte a los navegantes. Creían que estas aves encarnaban las almas de los marineros perdidos y poseían cualidades mágicas para ayudar en la curación. Dañar a un albatros era presagio de la ira del mar.

 

Relampaguea.

A cientos las gaviotas

vuelan a tierra.

 Manuel Hontoria

 

Fubukite kagari no kuraki ukawa kana

 

 Sopla el viento

apagando las antorchas,

pesca de cormoranes

 Masaoka Shiki

 

Zarpa un pesquero.

En el pretil del puente

siete gaviotas.

 Lucho Aguilar

 

A las aves marinas, especialmente las gaviotas se las ha representado como símbolo de libertad, de intuición y conexión con lo divino. Su capacidad para navegar entre dos mundos, el cielo y el mar, las convierte en símbolo poderoso de equilibrio, adaptabilidad y claridad mental.

 

Acantilados.

Restallan los graznidos

de las gaviotas

 Pedro Pagés (Yama)

 

Costa escarpada.

Planea una gaviota

sobre las pitas.

 María Ángeles Millán (Hikari)

 

Marea baja

Una colonia de gaviotas

en el verdín

Julia Guzmán

 

Cae la tarde y las gaviotas regresan a casa, no sin antes practicar en círculos su majestuoso vuelo.

Al mar.…

…siempre el mar, y esos compañeros alados, a caballo entre dos mundos, que nunca dejarán de sorprenderme.

Como decía el poeta Héctor Rosales en su poema, Gaviotas:

 

Ellas se llevan los pesares

somnolientos que verano ha reunido

en su casa. Anónima

entonces el alma, libre,

más liviana…

 

Más claro el horizonte…

una gaviota grazna

entre la lluvia

 María Ángeles Millán (Hikari)

 

Luz del alba en sus plumas

las gaviotas van al mar

 Manuel Hontoria

 

Last light

over the bay; the pelicans

are flying home

 

La última luz

sobre la bahía; los pelícanos

vuelan a casa

 Sarah Paris

 

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