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Septiembre 2021

Este mes les traigo un hermoso haiku de Bashou, que tiene su inspiración en un clásico del período Heian: el Makura no soushi de Sei Shounagon.

Sei Shounagon era hija de Kiyohara no Motosuke, erudito y poeta, y nieta de Kiyohara no Fukayabu, otro gran poeta de la época del Kokin Wakashuu.

Sirvió en Palacio como dama de compañía de la Emperatriz Teishi, y creó el estilo «zuihitsu», crónica autobiográfica ensayística con su Makura no soushi o Libro de la almohada, el cual comienza con su visión de las cuatro estaciones y las características que ella más aprecia en cada una. Hoy nos centraremos con la que precisamente abre el texto que es Primavera y que he traducido así:

春はあけぼの。やうやう白くなりゆく山ぎはすこしあかりて、紫だちたる雲のほそくたなびきたる。

Haru wa akebono. Youyou shiroku nari yuku yamagiwa sukoshi akarite, murasaki dachitaru kumo no hosoku tanabikitaru.

La primavera es el amanecer. El cielo de medianoche, sólo por sobre las montañas del este se va poniendo un poco blanco, y allí las nubes son de un violeta un poco más rojo.

Las palabras claves de este poema, y que son las que Bashou toma para el suyo, son akebono (amanecer) y murasaki (púrpura o violeta).

曙はまだむらさきにほとゝぎす

akebono wa nada murasaki ni hototogisu

en el amanecer aún púrpura el cuco chico

Vemos de nuevo una combinación de significados, o también podríamos llamarle proceso, entre el poema original y aquel que lo inspiró. Sei Shounagon está refiriéndose a la primavera, sin embargo, el poema de Bashou habla del verano dado el uso del kigo “hototogisu” o cuco chico. También puede interpretarse como una transición, en la que todavía queda algo de la primavera en las nubes, pero aun así el canto del cuco chico nos indica la llegada de la estación estival.

Existe, además, otra relación literaria, y es que, supuestamente, Bashou compuso este poema cuando visitaba Ishiyama-dera donde se dice que Murasaki Shikibu compuso parte de su Genji monogatari. Ahora bien, algunos estudiosos dicen que, en realidad, esa relación se creó para fomentar el turismo, sobre todo dado que la cita es del Libro de la almohada.

Septiembre 2021

La luna llena
No importa a donde vaya,
el cielo me es ajeno

– Chiyo-ni
(Tradc. Vicente Haya)

 

«11. Afirmar la igualdad y equidad de género como prerrequisitos para el desarrollo sostenible y asegurar el acceso universal a la educación, el cuidado de la salud y la oportunidad económica.

  1. Asegurar los derechos humanos de las mujeres y las niñas y terminar con toda la violencia contra ellas.
  2. Promover la participación activa de las mujeres en todos los aspectos de la vida económica, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisiones, como líderes y como beneficiarias.
  3. Fortalecer las familias y garantizar la seguridad y la crianza amorosa de todos sus miembros.»

(de la Carta de la Tierra)

Las olas y el mar

¡Hombre libre, siempre adorarás el mar!
El mar es tu espejo; contemplas tu alma
En el desarrollo infinito de su oleaje,
Y tu espíritu no es un abismo menos amargo.
Baudelaire, Las flores del mal

El ancho mar le ofrece al infinito cielo su espejo. Lo mismo hace con el alma. “Limites al alma no podrás hallarle, aún cuando recorras todos los caminos” decía Heráclito. Algo comparten el cielo y el alma que se espejea en el mar.

Como Baudelaire señala, tanto el alma como el mar están en un constante vaivén. Día y noche las olas colisionan con la línea costera y regresan sobre sí para volver a lanzarse. Igualmente la conciencia se lanza al mundo y se devuelve reflexivamente sobre sí. Quien ha contemplado un rato el oleaje ha notado que a pesar de que este movimiento es infinito, cada ola es diferente. Unas apenas alcanzan la costa, otras son altas y rompen sobre sí mismas, otras parecen pequeñas pero logran alcanzar a mojar nuestros pies y hasta nuestras cosas que descansan en la arena. Las líneas en la playa son el libro donde se narran estos acontecimientos oceánicos, donde las más poderosas olas graban su nombre en sombras sobre la roca. Igual cada pensamiento, cada experiencia, cada volición, cada recuerdo son acontecimientos únicos, aunque sean todos expresiones del mismo fondo.

Además, así como en el océano, hay algo en el alma que se resiste a los límites. Es conmovedor dejar nuestra mirada perderse en el horizonte azul del mar y no ver frontera alguna. Lo mismo hacia abajo. El infinito movimiento del mar emerge de un fondo oscuro y profundo, un fondo insondable donde hacen su morada los seres más fantásticos. No hay que ser psicoanalista para reconocer en el alma también un fondo insondable habitado por monstruos más terribles que el leviatán.

Esta profunda conexión entre el mar y el alma está presente en la tradición budista. En su artículo “El despertar del sí mismo en el Buddhismo” Nishitani recuerda un pasaje de la vida de Buda. Cuentan que él le dijo a sus discípulos que así como todos los ríos de la India tienen su propio nombre pero, al desembocar en el océano, todos pasan a llamarse “el gran océano”; así todos los seguidores de la enseñanza budista pueden venir de distintas castas, contextos e identidades, pero el camino de la práctica los lleva a desembocar también al gran océano más allá de todos los nombres. A partir de esta historia algunas sectas adoptaron la práctica de cambiar el nombre de los jóvenes practicantes que ingresaban a los templos por el de “gran océano”.

Todos somos olas del mismo mar, ríos que desembocan en el mismo océano. Cada acto, cada poema, cada recuerdo, cada pensamiento, cada deseo emerge desde el mismo abismo. Esta analogía dice mucho sobre la interesante relación que el budismo sostiene entre mismidad absoluta e identidad singular. Cada acto  singular es un acontecimiento único pero que emerge desde el mismo fondo que, a su vez, no es más que sus manifestaciones singulares. No porque todos los ríos desemboquen al mismo océano dejan de ser ríos pero tampoco dejan de ser el mismo océano. Así cada acto que hacemos, y cada yo que lo acompaña, es en tanto que emerge de un mismo fondo que, a su vez, sólo halla su expresión en cada acontecimiento singular. No en vano decía Heráclito “Habiendo escuchado, no a mí, sino al logos, sabio es convenir que todo es uno”.

Agosto 2021

CONSTRUIR

Un tomate
escondido en la mata.
Acecha el mundo.

DECONSTRUIR

Entretengo las mañanas del verano cultivando un pequeño huerto. Y estos días de finales de julio, aquí en la sierra de Gredos de tierras frescas donde paso el verano,  han empezado a madurar los primeros tomates. Redondos, rojos, limpios, lisos. Regalos para la vista.  Como son los primeros de una cosecha largamente deseada, concedo particular atención a cada uno de ellos. Estoy feliz de que uno de ellos, por ejemplo el que cogí de la mata esta mañana temprano, me haya servido como motivo de inspiración para estos torpes versos que presento a la amable atención de los lectores de El Rincón de Haiku.

  Pues de inspiración quiero escribir hoy algo.

  El principio de inspiración poética es el quinto, recomendable para componer un haiku según el ideario de Matsuo Bashō (un ideario nunca escrito por el maestro pero sí formulado por sus discípulos directos). De los cuatro anteriores principios ya traté en entregas precedentes.  La idea de la inspiración es la responsable directa de la maravillosa brevedad del haiku, con sus diecisiete sílabas, por la sencilla razón de que los instantes de inspiración no se pueden sostener largo tiempo y el tiempo, en poética, se mide en sílabas. El haiku solo requiere presentar imágenes concretas en un mínimo de palabras. No es necesario comentar las relaciones de las imágenes entre sí –por ejemplo, del tomate con la mata o con el mundo–, pues hacer tal cosa sería precipitarse en el abismo tentador de la lógica, y la lógica, que es un proceso intelectual, es la antítesis de la inspiración poética.

     Para Bashō –sigo las explicaciones de Makoto Ueda en el artículo citado hace cuatro o cinco entregas– la inspiración poética se produce en dos fases: una perceptiva y otra expresiva. En primer lugar, se produce la percepción instantánea que el poeta realiza de la esencia de un objeto o de una situación. En segundo lugar, tiene lugar la espontaneidad del poeta para registrar tal percepción en el formato del haiku. En la primera fase, tocamos una de los eslóganes de la escuela de Bashō: «el objeto y el sujeto, una cosa (butsuga ichinyō)» que el maestro explica en el siguiente pasaje del libro de Dohō:

Cuando el maestro dijo «si hablas del pino, aprende del pino; si hablas del bambú, aprende del bambú», quería decir que se debe desechar todo deseo o intención personal. Sin embargo, algunos interpretan la palabra «aprender» a su modo y así nunca «aprenden». «Aprender» significa entrar en el objeto, percibir su vida delicada, sentir sus sensaciones y, a partir de esa triple experiencia, dar forma al poema. Aunque el poeta exprese claramente el objeto, si su emoción no brota directa y naturalmente del objeto, objeto y sujeto estarán divorciados y la emoción carecerá de verdad poética (makoto). El resultado será artificio verbal derivado de simple deseo o alarde personal (Citado por Haruo Shirane en Early Modern Japanese Literature, Nueva York, Columbia U.P., 2002, pág. 159).

En la segunda fase, la fase expresiva, lo importante es reproducir adecuadamente la percepción en forma poética. La cualidad de instantánea es la que mejor la define. «Si vislumbras en un instante el alma del objeto, regístrala antes de que se evapore en tu mente», recomienda Bashō, que no escatima bellas imágenes para expresar esta espontaneidad fulminante: «Como el derrumbe de un gigantesco árbol, como lanzarse contra un formidable enemigo, como cortar una sandía, como morder una pera».

    En el siguiente poema del diario poético Senda hacia tierras hondas, parece verse cómo la chispa de la inspiración salta y taladra las rocas:

Todo está en calma.
Chirríos de cigarras
la roca horadan.

Es la inspiración poética. El tomate, el trivial tomate, cuya vida ha sido percibida por mí como central en el cosmos; sí, en el centro del cosmos, pese a la aparente  insignificancia de este objeto; en el centro desde su humilde posición en el fondo de la verde mata de mi pequeño huerto. Entrar en él, percibir su vida, sentir como él. Y la relación de este tomate con el cosmos, con el mundo, la he significado con la palabra de “acechar”. Pero una relación ambivalente: el tomate acecha al mundo y a la vez es acechado por él. El tercer verso, de hecho, registra la ambigüedad de tal relación. ¿Quién acecha a quién? No lo sé y tampoco importa. He disuelto la intrascendencia de la lógica y de la sintaxis en la personalidad rotunda de un objeto, de un tomate. Un simple tomate. En el centro del cosmos.

Agosto 2021

Este mes no nos enfocaremos en un verso del que Bashou hubiera tomado inspiración o influencia, como hacemos habitualmente, sino en un lugar en particular y en todo el peso de significado que éste conlleva. Me refiero a la playa de Suma, actual Prefectura de Hyogo, que ya desde tiempos antiguos era considerada un “uta makura” 歌枕. Estas consistían en palabras poéticas que hacían referencia, principalmente, a lugares famosos y a todo el significado de contexto literario que se les había atribuido desde tiempos del Manyoushuu, la primera antología imperial, allá por los siglos VII y VIII.

Suma es muy reconocida por los lectores de literatura clásica japonesa, ya que tiene un papel importante en el Genji monogatari de Murasaki Shikibu, considerada la primera novela del mundo. Uno de sus capítulos, el correspondiente al destierro de Genji, transcurre en esta playa. En él vemos su sufrimiento por verse obligado a apartarse de su vida en la capital imperial y de todos sus afectos. Para ejemplificar lo doloroso de esta situación he elegido los poemas de despedida de Genji y Murasaki no ue.

Genji:

生きる世の別れも知らず命かけ愛しあったよいついつまでもと

ikiru yo no wakare mo shirazu inochi kake aishi atta yoitsu itsu mademo to

sin saber que en este mundo existía la separación te prometí mi vida pero ahora veo el fin de ese voto

 

Murasaki no ue:

惜しくないわたしの命と引きかえにいまのお別れのばしたいもの

oshikunai watashi no inochi to hikikae ni ima no owakare no bashi tai mono

preferiría dejar esta vida mía si con eso pudiera detener aunque fuera un momento esta separación

Y Bashou, haciéndose eco del dolor generado por esta separación forzosa, y de cómo Genji la sufre en Suma, compone un haiku que se encuentra recopilado en su obra más famosa, el “kikou” o crónica viajera Oku no hosomichi:

寂しさや須磨にかちたる浜の秋

Sabishisa ya suma ni kachitaru hama no aki

¡Tristeza! Supera hasta Suma, playa de otoño.

Y así vemos como un lugar y su carga emotiva conmueven a través de los siglos los corazones sensibles.

Viaje a las fuentes del zen (y 2)

              De noche, Tokio es una fastuosa sinfonía de luz. Desde el aire, la inmensa luciérnaga se despliega, perezosamente. Ahí abajo están las luces de Ginza, el barrio de la elegancia, que hace honor a su significado de “astro resplandeciente”. Desde la habitación del Prince se ve la torre de Tokio, sobre el fondo de un ramo de “ikebana” que yo mismo compuse, en la escuela Sogetsu, con crisantemos amarillos y ramas secas. Muy cerca, el templo budista de Zojo-ji recorta su antiguo y misterioso perfil contra la estructura metálica de la torre que asciende al cielo de otoño. Este laberinto de vértigo alberga también, en su corazón, súbitas islas de sosiego y de naturaleza.

       Los días de Tokio siguen de nuevo la pauta de la belleza, compartida por otra intérprete –Akiko Ezawa-, también inolvidable, que subirá conmigo al esplendor barroco de Nikko, el día de la despedida. Antes, visitas a la escuela Sugetsu de “ikebana”, que alberga una exposición temporal de arquitectura de bambú, una especie de verde catedral efímera que contrasta con la modernidad funcional del edificio, en la zona de Akasaka.

                Otras imágenes se funden o se superponen en la memoria: las pinturas del Museo Matsuoka, los utensilios para incienso del Okura Shukokan, la entrevista con el crítico de teatro Hiroshi Fujita, quien me descubre algunos secretos del “kabuki” y me proporciona la sorpresa de ver, en el Teatro Nacional, una sesión de “bunraku”, el deslumbrante teatro de marionetas, con la belleza y la fuerza de sus recitativos, el movimiento solemne de los muñecos entronizados como si fueran custodias, la vistosidad de los trajes y el misterio de la música.

                El día del equinoccio de otoño quedará en mi memoria como el día del “kabuki” y de los oráculos de Asakusa. Ese día es festivo en Japón y cientos de personas acuden, por la mañana, al templo de Asakusa –“la cuesta roja”-, donde se venera una “Kannon” o diosa de la misericordia que, según se dice, salvó a los tokiotas que se refugiaron en el recinto durante el terremoto de 1923. A un lado y a otro de la larga calle que busca en línea recta la entrada del templo se suceden las tiendas y puestecitos ambulantes, a modo de “rastro” continuo. Aquí se pueden encontrar dulces que ya no se hacen en otra parte, juguetes antiguos, artesanía barata y adivinos que invocan a la diosa y leen el porvenir.

             La tarde queda consagrada al “kabuki”, una experiencia estética imposible de definir, porque se trata del arte total –música, danza, recitación, ritual, sensualidad oceánica, fiesta de la intuición y del sentido-. La etimología es ya una definición: -“ka” (música), -“bu” (danza) y –“ki” (recitación). ¿Cómo transmitir toda esa magia?

                Los elementos estéticos comienzan ya con el telón de boca o “joshiki-maku”, con sus anchas bandas verticales en verde, negro y rojo, descorriéndose como una cortina al son del “hyoshigi”. Sólo una actitud de activa contemplación, de abandono intuitivo, puede registrar los infinitos detalles: la entrada de algunos actores por el “camino de las flores” o “hanamichi” que arranca desde el fondo lateral del patio de butacas, la música del “shamisen” para los recitados, los efectos especiales del tambor “o-daiko”, las cumbres emotivas que subrayan los “tsuke” (dos tablas de madera golpeadas sobre una tabla cuadrada), la suntuosidad de la escenografía y del vestuario –incluida la “cortina de flores”-, el minucioso maquillaje que expresa simbólicamente las cualidades del actor, los “invisibles” “kurogo” u hombres negros que ayudan, ese momento culminante que señala el “mie” (gesto que resume, vigorosamente, con el cuerpo y con la cabeza, toda la energía, todo el orgullo del actor en su clímax)…

                Emocionante por sí misma y por la rareza con que se produce es la ceremonia de transmisión del nombre que puedo contemplar en el kabukiza de Tokio: el elogio solemne de cada uno de los actores al heredero del título de gran actor –en esta ocasión, tres miembros de la familia Bando, padre, hijo y sobrino- y la petición de apoyo al público… Un ritual inenarrable que sólo los gritos de los espectadores reflejan en su justa grandiosidad…

               Penúltima sorpresa: la maravilla de Nikko que, como me había dicho el embajador Eikichi Hayashiya, es el delirio del barroco japonés. Delirio doble –la propia naturaleza ahogada en su espléndida fecundidad, los bosques densos, los cedros monumentales, el lago Chuzen-ji, Kegon (la cascada de los suicidas…) y un arte enloquecido por el color y el retorcimiento suntuoso de las formas-. Tras la maravillosa “Puerta de la Luz del Día” –llamada también “Puerta del Crepúsculo” porque no podría uno abandonarla sin pena-, se suceden templos, tumbas, tesoros, linternas de piedra, fuentes y senderos, todo ello ahogado por un verdor asfixiante y la memoria del gran Tokugawa Ieyasu, que duerme aquí, al otro lado de la dorada y roja maravilla del Puente Sagrado…

                “No hables de “kekkko” (maravilla), si no has visto Nikko”, dice un proverbio popular. Y, más allá del tópico, a pesar de este día lluvioso, que aviva los colores del otoño nublando las ondulantes lejanías, Nikko es la borrachera sensual, el desatino. Arriba, junto a la furia de la “cascada del dragón”, el otoño se adelanta a sí mismo, extrayendo la sangre viva de los arces, imponiendo su imperio dorado, anticipando la memoria de la nieve.

                El viaje se adensa, se desborda, tan lleno de aventura y de conocimiento. Apenas queda espacio para contar la lección de “sho-do” (otro camino del arte zen: el de la caligrafía), con el señor Iijima, el mismo maestro que enseñó a un Joan Miró fascinado y que me dice: “El ‘sho-do’ es uno mismo, un mundo en blanco y negro, una revelación del ser”. O la clase de acuarela o “sumi-e”, en la escuela de la señora Murofushi –que da origen a un cuadro de bambúes que, posiblemente, sea mi primera y mi última audacia pictórica-. O la mañana del regreso, en el Museo de Arte Moderno.

                En el Museo del Haiku, también en Tokio, puedo admirar un “haiku” manuscrito del propio Bashô, el más grande de los poetas japoneses; dejar escrito en el libro de visitas un “haiku” modesto, recorrer la vasta biblioteca que atesora miles, millones de “haikus” como relámpagos… Y la despedida perfecta: esta tarde de otoño en la “ermita de Bashô”, oculto paraíso en las orillas del río Sumida, con su colina de las camelias, sus arces y su cerezos dorándose, su prado claro y su vegetación salvaje, la imagen del poeta rodeado de sus discípulos como un dios de la belleza o como un santo de la iluminación súbita, el pabellón de madera con sus pilas de agua –donde vivían, según dicen, las amantes del emperador Meiji-, el rumor del agua, el canto de los pájaros junto al fragor de la ciudad desaforada…

         ¿Qué imagen mejor? ¿Qué mejor resumen de este viaje iniciático? La poesía del maestro. La quietud de su ermita. Ese “haiku”, cuyo manuscrito contemplé al azar, y que dice:

“Ven a mi ermita
a escuchar al insecto
que canta mudo”.

***

Haiku 30

源八をわたりて梅のあるじ哉

Genpachi o watarite ume no aruji kana

Cruzando el río
en el ferry de Genpachi
la maestría de los ciruelos.

El primer Puente de Genpachi fue construido en 1939. Anteriormente, se utilizaba un barco para cruzar el río Ôkawa. El nombre de Genpachi proviene de un banco de arena llamado «Genpatsu», situado en mitad del río.

Sus dos orillas eran completamente opuestas: en el este un pueblo sencillo y tranquilo rodeado de ciruelos y cerezos; en el oeste las residencias de los funcionarios bajo el gobernador de Osaka, y el santuario de Tenmangû dedicado a Sugahara no Michizane (845-903) de quien hemos hablado en el haiku número 27.

Este hombre convertido en dios, compuso un famoso poema:

«Kochi fukaba nioi yokoseyo ume no hana aruji nashi tote haru o wasuruna»
«Durante la ausencia de vuestro «amo» en Kioto, no olvidéis florecer; enviadme vuestra fragancia a mi nueva residencia en Dazaifu… ¡flores del ciruelo ! cuando sopla la brisa primaveral desde el este». La leyenda dice que los ciruelos en su palacio de Kioto volaron hasta Dazaifu en Kyushu.

Buson pudo cruzar de este a oeste para visitar el Santuario de Osaka Tenmangû dedicado al amo de los ciruelos (Sugahara no Michidane); Si cruzó de oeste a este el río a Nakano para admirar las flores del ciruelo y él se sintió abrumado ante la visión de los ciruelos florecidos.

塊に笞うつ梅の あるじ かな

katamari ni muchi utsu ume no aruji kana

El maestro del ciruelo
golpea un grupo
con su bastón.

Agosto 2021

Atardecer
Todas las vacas comen
una me mira

 Elier Bazán Infante – 9 años
Santa Clara, Cuba

    Compartimos en esta entrega otra  experiencia que en esta ocasión  llega desde Argentina, más precisamente de la provincia de Córdoba. En ella encontraremos un nuevo abordaje con el que  el haiku dio origen a una novedosa propuesta de presentación. La profesora Adriana Mufarrege docente de Educación Visual nos lo cuenta:

Cubierto de hojas
no sabe si es camino
o si es otoño.

Rafael García Bidó

 

            El proyecto se desarrolló a lo largo de los meses de Marzo y Abril de 2021 en el Centro Educativo Héroes de Malvinas de la ciudad de Córdoba, con los alumnos de 5° y 6° grados de turnos mañana y tarde.

Noche otoñal:
la luna va entre nubes…
La apura el viento

Rafael Roldán Auzqui

 

            Debido a los protocolos escolares llevados a cabo por el COVID, los grupos escolares se dividieron en burbujas y en cada una de ellas de realizó la actividad. Empezamos trabajando dibujos realizados con lápices de colores sobre hoja blanca y luego incorporamos el collage sobre fondo de color.

Espejo de agua.
Se reordena el Cosmos:
cielo al revés…

Rafael Roldán Auzqui

             En la primera clase les conté brevemente qué es un haiku y de qué país y época provenía esa forma poética. Luego  y en las sucesivas clases escribía en el pizarrón varios haikus, los invité a leerlos en voz alta. Fuimos conversando sobre la métrica, el significado de los textos y la interpretación que cada una/uno de las niñas/niños hacía de los mismos. Después, cada estudiante elegía uno de los haiku para ilustrarlo.

           En el caso de los dibujos, primero escribían el poema (yo les señalaba que debían respetar los tres versos escritos en tres renglones, y no en uno o dos) y luego lo dibujaban. En el caso de los collages, escribían el haiku en un trozo de hoja blanca con renglones, lo recortaban y lo dejaban aparte, para incorporarlo a su trabajo junto con los demás elementos recortados.

El año nuevo:
con fuegos de artificio,
la misma luna…

Rafael Roldán Auzqui

 

            Mis principales indicadores de evaluación fueron:

-Correspondencia entre el tema del poema y la interpretación plástica hecha por el estudiante

-Legibilidad y corrección del texto escrito

-Utilización variada y creativa de la técnica empleada (dibujo, collage)

      El segundo ítem fue el más trabajoso, ya que la lectoescritura es uno de los puntos débiles en nuestra escuela. Lamentablemente, hasta el momento, ninguna docente de grado se ha sumado al proyecto, por lo cual queda pendiente la escritura de haikus por parte de las/los estudiantes.

Las hojas secas
reciben el otoño
con remolinos

Francisco Diéguez

 

           El video que presentamos fue elaborado por mí exclusivamente, sin participación de las/los estudiantes. Se armó  en el editor de videos de Windows 10, previo recorte y retoque de cada una de las fotos de los trabajos con Adobe Photoshop. La música fue extraída del siguiente video de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=JDTp_YQizqE

       Los trabajos están agrupados de acuerdo a los diferentes poemas ilustrados, cada uno de los cuales ha sido tipeado en un fotograma aparte.  He incluido algunos efectos que me proveía el editor, seleccionándolos de acuerdo al tema de cada poema:  niebla, viento, hojas cayendo, etc. Primero puse una versión coral de esa misma canción Sakura, pero era demasiado dramática e impactante y creo que opacaba los trabajos y atraía demasiado la atención hacia la música. Así que me decidí por una versión instrumental. También elegí cuidadosamente entre las distintas tipografías y diseños para los fotogramas de texto, que no eran muchos en un editor tan simple, pero creo que es armonioso el efecto final.

            El video fue enviado a cada una de las docentes para que lo compartan con las familias de las/los estudiantes.

            Aquí les compartimos el resultado final:

https://www.youtube.com/watch?v=ARXjhg9IoJY&ab_channel=AdrianaMufarrege

Agosto 2021

no tengo nada,
¡salvo esta quietud,
esta frescura!

Kobayashi Issa
(Trad. José Maria Bermejo)

«9. Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental
a. Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.
b. Habilitar a todos los seres humanos con la educación y con los recursos requeridos para que alcancen un modo de vida sostenible y proveer la seguridad social y las redes de apoyo requeridos para quienes no puedan mantenerse por sí mismos.
c. Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.»
(de la Carta de la Tierra)

Poemas y cadáveres

(Porque la tumba siempre comprenderá al poeta)
Baudelaire, Las flores del mal

La poesía intenta llevar a la palabra de forma siempre única las fuerzas fundamentales de la existencia. Por eso, logra superar las barreras epocales y culturales, apelando a experiencias que son comprensibles para todas y todos. No es casual que abunde la poesía sobre el amor, sobre la belleza, sobre el júbilo. Pero también la poesía ha prestado palabra a la muerte. Como señala Baudelaire, hay algo en la muerte que invita a la poesía. Quién más es capaz de llevar a la palabra esa condición que no queremos ver.

En la vida cotidiana la muerte no figura. Intentamos pintarla como algo lejano, algo que vendrá en el futuro. Como señala Masao Abe, el cristianismo llega al extremo de tratar la muerte como un accidente de la vida; un inconveniente que se interpone a la vida después de la salida del edén y que terminará junto con el juicio final. Pero aunque no queramos verla, la muerte siempre está ahí y hace falta un poema para darle voz.

Uno de los temas de la “cosecha tardía” de Baudelaire es el encuentro entre las fuerzas del amor y la muerte. El amor nos hace desear que dure para siempre. Ya Fausto o la Comedia de Dante subrayaron el motivo del amor que se sobrepone a la muerte. En cambio, Baudelaire nos propone un final fáustico invertido, en que reconocemos que aún en el amor la muerte está siempre presente. En el poema número XXIX, titulado “La carroña”, nuestro poeta recuerda un paseo por un sendero con la amada en que se encontraron con un cadáver. Pinta una escena en que mezcla erotismo y muerte, con el deseo y la descomposición entremezclados y remata diciendo “¡Sí! así estarás, oh reina de las gracias, / después de los últimos sacramentos”. Reconoce Baudelaire que ni el impulso vital del amor puede desembarazarse de la condición carnal de la muerte. Hasta ese cuerpo amado será un día comido por gusanos y está ya caminando a la tumba. Estos poemas no sólo logran llamar la atención sobre la muerte que no queremos ver sino que nos recuerdan la unidad interna de vida y muerte, de erotismo y descomposición.

En un tono parecido encontramos al poeta y maestro zen del siglo XV Ikkyu Sojun en su híbrido de poesía y prosa titulado “Esqueletos”. En este texto nos narra su peregrinación a un templo zen. Ikkyu llega tarde a su destino y decide pasar la noche a las afueras del templo, donde como es costumbre hay un cementerio. Ikkyu es despertado a la mitad de la noche por el ruido de una fiesta y se encuentra con que, tras caer el sol, los esqueletos del cementerio se levantan de sus tumbas y emulan sus actividades cuando vivían. Y después de dialogar con los esqueletos que, en las noches, andan como vivos, El poeta se pregunta: “¿Quién no es un esqueleto? Es sólo porque los humanos estamos cubiertos de piel de distintos colores que las pasiones sexuales entre hombres y mujeres existen. Al parar la respiración y la piel del cuerpo romperse, ya no queda forma, ni mayor ni menor”.

Tanto Ikkyu como Baudelaire, separados por siglos y barreras culturales, reconocen una conexión entre erotismo y muerte en la carne. La carne es la dimensión del erotismo pero, poco a poco, bajo ella se asoma el esqueleto. Más aún, el esqueleto de nuestro ser amado ya está aquí en los huesos de la mano que acariciamos o los pómulos que se marcan en su rostro. Nishitani decía que no hay una dualidad vida/muerte, no son dos sino el mismo fenómeno vida-muerte. Y, en ese sentido, nuestros poetas nos recuerdan que el eje de esta unidad es el propio cuerpo. Yo a veces pienso en la tradición del tabú de la desnudez. Solemos pensar que tiene que ver con la dimensión erótica del cuerpo como fuente de deseo. Pero a veces pienso que la cultura occidental ha vuelto costumbre cubrir todo menos la cabeza para hacer como si fuéramos serafines, subjetividades sin cuerpo. Y si viéramos desnudas nuestras costillas, escucháramos nuestra barriga, viéramos nuestra piel cada vez más delgada, arrugada, reconoceríamos nuestro carácter carnal, nuestro carácter animal y que, en última instancia, ya somos cadáveres.