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Mirar al exterior de nosotros mismos

En la base de todo poema haiku está esa mirada indispensable hacia el exterior de nosotros mismos. Una mirada que implica centrar la atención en otra cosa que no sean nuestros pensamientos, preocupaciones, o proyectos.

Mirar con atención algo externo a nosotros nos libera de estar solamente dentro de nuestro mundo mental.

 

Recogiendo el kimono

un paso

sobre el barro de primavera

     

                                                             Sumiko Ikeda

 

Nos va permitiendo romper el caparazón en el que nos hemos encerrado, porque aunque nuestros ojos vean y nuestras manos toquen y nuestros oídos oigan, muchas veces es un ver y tocar y oler la superficie de las cosas. Para que lo percibido a través de los sentidos de verdad nos llegue, nos emocione, nos conmocione, es necesario haber desplazado el foco de nuestra atención hacia el exterior.

 

 

Todas las piedras

del templo Ishiyama,

bañadas por la luna.

 

                                           Sukehiro Noriko

 

    “Escuche todos los sonidos, el susurro, la leve brisa entre las hojas. Vea la luz sobre esa hoja y observe el sol que se levanta tras el cerro, sobre la pradera. Y el río seco, o ese animal y aquellas ovejas al otro lado de la colina, obsérvelas. Mírelas con ese sentimiento de afecto, de protección en el que uno siente que no desea causar daño a cosa alguna”, dice Krishnamurti en “Cartas a las escuelas II” y esas mismas palabras puede decirlas cualquiera que quiera transmitir como debe ser esa forma de mirar el mundo a la que debe aspirar todo haijin. Porque mirar con un sentimiento de proximidad que nos acerque y posibilite alguna conexión con los otros seres vivos, con la naturaleza, con las cosas en general que suceden a nuestro alrededor, es indispensable para escribir un buen haiku.

 

De la bandada de los chidori,

uno va perdiendo fuerzas

y el viento lo recoge

 

                                                 Chiyo-Jo

 

Practicar este tipo de poesía nos lleva a mirar con atención nuestro entorno; la luna distante que flota en el cielo se nos hace de repente más pronunciada en la conciencia. Deja de formar parte de la indiferencia del decorado, donde no tenía ningún interés en particular para nuestra conciencia, y ahora esa misma luna destaca con una presencia nueva. Las cosas se nos hacen más próximas, más intimas.

 

Atravesando el cielo,

tan clara y plateada

la luna sola.

 

                                               Seisensui Ogiwara

 

    Al desplazar el foco de atención hacia esa montaña lejana, hacia esos árboles en su ladera, hacia la lluvia del otoño, hacia cualquier suceso externo que percibimos a través de nuestros sentidos: descubrimos el mundo, sentimos la vida, y quizá escribiremos algún buen haiku.

 

HAIGA 1. CON EL MISMO PINCEL

Con el mismo pincel que un haijin escribe su haiku en el papel, también puede pintar lo que ha percibido en ese instante de conmoción ante un suceso que no lo dejó indiferente en el mundo. Ambas pinceladas, escritura e imagen, se convierten en una obra única que potencia el aware percibido. Así es una obra HAIGA, al menos así, en sus inicios.

HAIGA es un término compuesto por dos palabras:    HAI que refiere al poema haiku y GA, a imagen, pintura. Si bien es una práctica muy antigua, el término haiga es bastante moderno. En su obra, Blyth, dice que no se usaba ese término ni en la época de Shiki.

Una obra haiga entonces, es una expresión japonesa compuesta por una pintura y un haiku. Si bien constituyen una obra presentada en un mismo espacio, ambos se complementan entre sí. De esta manera el aware que es el basamento del haiku es también el mismo que se expresará en la pintura.

         La obra se fundamenta en una simple pero profunda emoción que intenta transmitir. Por lo tanto, la escena que se expresa, conforma una unidad entre el haiku y la imagen representada.

La pintura con tinta negra, sumi-e, es una técnica de pintura que utiliza los mismos elementos que se usan en la escritura: papel artesanal de arroz, pincel, tinta negra y tintero (los cuatro tesoros del pintor).

Haciendo historia, el japonés era una lengua sin escritura hasta la llegada de los ideogramas chinos, que en japonés reciben el nombre de kanji. Recién hay testimonio de escritura japonesa a partir del año 538. Con su avance, los poetas fueron de los primeros en dejar plasmado por escrito sus producciones. El “Kokinwakashu”, más conocido como “Kokinshu”, compiló 1.111 poemas antes del fin del primer milenio, alrededor del año 900.

La aparición del sumi-e en Japón se produjo una centuria antes, pero su difusión mayor y esplendor se realizó en el período Muromachi (siglo XIV-XVI). Este tipo de pintura había llegado de la mano de los monjes budistas.

Muchos denominan erróneamente al haiku como “poema zen”, tal vez la confusión se deba a la amplia difusión que tuvo esta expresión poética entre quienes practicaban el budismo. Sumado a ello, la práctica del ZEN GA o “pintura zen” se difundió junto con el budismo desde los monjes hasta los granjeros y miembros de la corte. Todo esto generó la combinación justa para la práctica conjunta: texto y pintura.

En el haiku  las imágenes internas se yuxtaponen entre sí. Igualmente una obra haiga contiene una yuxtaposición entre el haiku y la pintura. Esta imagen no es necesariamente una representación del haiku ni viceversa, sino que ambas haiku e imagen se complementan entre sí constituyendo una unidad, una obra en sí misma que es más que la suma del haiku y la pintura. La obra única resultante, amplía la posibilidad de percibir el aware expresado.

En sus inicios los haiga eran dibujados y escritos por el mismo autor. Hirata Shusui, artista japonés del siglo pasado, consideraba que lo ideal en el haiga es que una persona escriba el haiku y otra distinta realice la pintura. En este caso es fundamental que el aware expresado en el haiku sea percibido por el pintor que complementará la obra. La interacción que se dará entre ellos debe ser lo suficientemente estrecha para que la obra resultante no pierda la emoción, el sentimiento que generó el haiku.

         Desde principios del siglo XVII cuando comienza la difusión del haiku durante el período Edo, comenzaron también a crearse los primeros haiga de la mano de quienes practicaban el arte del haiku.

Un ejemplo de ello son los realizados por Basho. Él tenía un alumno, Morikawa Kyoriku, quien a su vez le enseñaba pintura. Entre ambos fueron creando haiga en los que compartían haiku y pintura.

Sin embargo es Nonoguchi Ryūho el que fue considerado como el fundador de los haiga. Si bien desde mucho tiempo antes ya había algunos autores que pintaban y escribían sus haiku en el mismo papel, es Ryūho el que comenzó a realizar este tipo de obra con frecuencia al principio del siglo XVII.

Entre los autores de haiga reconocidos además de Matsuo Bashō, encontramos a Kobayashi Issa, Matsumura Goshun, Kaga no Chiyo, Sakai Hōitsu, Sengai Gibon, Enomoto Kikaku, Hakuin Ekaku, Yosa Buson y Nonoguchi Ryūho entre otros.

 

 

 

Dejar de ser los protagonistas

Introducción

En el prólogo del libro “Nieve, luna, flores” de José María Bermejo, leemos: “La engañosa facilidad del poema ha inundado las antologías con millones de frivolidades”, el mismo Bashô había dicho que una vida entera apenas da para unas cuantas iluminaciones: “El que crea de tres a cinco “haikus” durante su vida es un poeta de “haiku”. El que llega a diez es un maestro.”

Evidentemente un conocimiento poco profundo del tema nos lleva a escribir mal, y puede ser poco profundo aunque se hayan leído varios libros sobre el tema y se tengan conocimientos “intelectuales”. No en vano un viejo texto chino da esta pauta, tan válida para el pintor como para el poeta: “Dibuja bambúes durante diez años, hazte un bambú; después olvida todo lo que sepas de bambúes mientras estás dibujando.”

O sea que, si bien estamos ante una forma de poesía sencilla, porque al haiku la sencillez le es tan fundamental como sus pocas sílabas, no es menos cierto que la sencillez del haiku no es fácil, que su facilidad solo es aparente. Un signo de la riqueza del haiku lo encontramos en las paradojas que constituyen su esencia: utiliza la palabra para transmitir lo que no se puede decir con palabras, transmite un instante y en ese instante la misma eternidad, se sirve de lo concreto para llegar al símbolo, de la sensación para atraer lo espiritual.

En estas entregas trataré de compartir esa parte de aprendizaje, intuiciones y reflexiones que estoy transitando, pues para llegar a expresar nuestras percepciones en forma de poema haiku debemos embarcarnos en un camino de despojamiento, de trabajo interior que nos lleve a disolver nuestro ego y nuestra vanidad para no volcar en nuestros intentos de haikus todo lo que debe callarse.

 

Dejar de ser los protagonistas

 “Una de las funciones del haiku es transformarnos, abandonar

nuestros laberintos mentales y oxigenar nuestro mundo interior”

Vicente Haya

  

Dejar de ser los protagonistas de nuestros haikus no es algo que resulte fácil, principalmente porque estamos acostumbrados a que todo gire en torno nuestro. Incluso, puede llevarnos trabajo reconocer que nos hemos priorizado sobre el resto de cosas que están sucediendo en ese mismo momento y en ese mismo lugar.

Por dar un ejemplo, en este haiku:

 

El perro arrastra

hasta mis pies helados

la rama con nieve.

 

puede parecer que el frío es el protagonista, y por ende la rama, el perro y la nieve. Y, sin embargo, el “yo” no solo está presente sino que toma relevancia y salta a un primer plano en esos “pies helados”.

Quitarnos de en medio, dejar de ser el tema de nuestros haikus, es una de las primeras tareas que debemos afrontar si deseamos si deseamos escribir con haimi, con sabor de haiku. Para conseguirlo debemos dejar de creernos el centro del mundo; es entonces cuando, tal vez, de esa misma vivencia podremos escribir algo así:

 

La rama con nieve

que el perro arrastra

va perdiendo la nieve

 

Porque cuando uno se sabe solo un elemento más de una escena, se pueden ver otras cosas que suceden. Cosas que si somos los protagonistas, perdemos de vivir conscientemente. Para que nuestros “pies helados” no sean lo más importante de un momento vivido, debemos considerarnos una parte más del todo, y así “la rama con nieve que va perdiendo la nieve” captará nuestra atención, nos permitirá vislumbrar un pellizco de lo inefable, sentir un aware más profundo.

 

Mientras llevemos el “yo” a cuestas nos empeñaremos en decir lo que pensamos, lo que queremos, lo que sentimos. Por ello, cuando nos iniciamos en el “camino del haiku”, una de las primeras cosas sobre la que debemos trabajar es sobre nuestro “yo”; un buen maestro nos ayudará a entrar en ese proceso de desprendimiento de capas de importancia y de soberbia desde las que es imposible escribir uno de estos breves poemas y pretender que sea un haiku.

 

Solo cuando no nos consideremos el centro de nada, aquello que escribimos y que parece representar solo una escena objetiva, y que de hecho lo hace, tendrá profundidad y significado; pero para lograrlo el poeta debe estar embarcado en un camino de despojamiento que le permita percibir el mundo. Sentir el mundo para ser capaz de asombrarse con sencillez por la vida que se manifiesta. Esa “vida” que hace posible el asombro, la conmoción, el aware, que intentará transmitir en su poema. Esto es lo maravilloso del camino del haiku, nos va mostrando el mundo, nos va puliendo, nos amplía la mirada, y nos vamos relegando, mixturando con la vida.