Archivo de la etiqueta: Clásicos

Junio 2021

Acá y allá
escuchan la cascada
jóvenes hierbas.

– Yosa Buson
(trad. Antonio Cabezas)

«Del punto 5 – Proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos de la Tierra:
– Establecer y salvaguardar reservas viables para la naturaleza y la biosfera, incluyendo tierras silvestres y áreas marinas, de modo que tiendan a proteger los sistemas de soporte a la vida de la Tierra, para mantener la biodiversidad y preservar nuestra herencia natural.
– Manejar el uso de recursos renovables como el agua, la tierra, los productos forestales y la vida marina, de manera que no se excedan las posibilidades de regeneración y se proteja la salud de los ecosistemas.»
6. Evitar dañar como el mejor método de protección ambiental y cuando el conocimiento sea limitado, proceder con precaución.»
(de la Carta de la Tierra)

Jardines de Kioto

     Quietud y belleza: he ahí la esencia de Kioto, de sus jardines, que son su alma. La memoria vuelve, una y otra vez, a Ryoan-ji, a ese jardín rectangular, protegido por una tapia de madera sobre la que asoman cedros y arces; apenas nada: unas piedras bordeadas de musgo y un diminuto mar de arena blanca rastrillada que imita el oleaje. Las quince rocas, grandes o pequeñas, están dispuestas en cinco grupos, siguiendo la pauta rítmica de 5, 7 y 3, de manera que ningún punto de vista permite ver más que 14. Ese jardín de meditación -creado probablemente por Soami a finales del siglo XV- resume, hacia dentro, la esencia del zen: austeridad, pureza, calma.  “Jardín de la nada”, “sermón en piedra” o “arte del vacío”, Ryoan-ji parece rechazar cualquier interpretación concreta (las rocas como islas en el océano o como crías de tigre cruzando un vado) y remite a la más pura abstracción zen y al logro supremo de la iluminación o satori. A primera hora de la mañana, sin nadie, este jardín del “templo del dragón pacífico” parece recogido en sí mismo, ajeno a la tentación sensorial de un entorno bellísimo con sus arroyuelos, estanques de agua verde donde flotan las hojas y la flor blanca o rosada del loto, grandes árboles y siempre la perspectiva de la montaña de Arashiyama. Un haiku de Takano Sujû, escrito frente a ese jardín de abstracta pureza, anota un incidente que subraya, por contraste, la paz de la contemplación:

sale volando
del alero del templo
la mariposa

     La tipología del jardín seco o karesansui, cuyo prototipo es Ryoan-ji, se reitera en otros espacios: arena o grava en lugar de agua; rocas cuidadosamente colocadas evocando montañas o islas, y, a veces, piedras y arena cubiertas de musgo. Uno de los más bellos es el del Pabellón de Plata, con su tranquilo mar de bandas simétricas y su montaña cónica truncada. Pero en Kioto convergen todas las modalidades del jardín japonés. Sintoísmo y budismo son dos constantes interactivas en su devenir histórico, desde la primitiva acotación de espacios naturales para ceremonias y ritos, hasta los diseños de hoy mismo, vinculados a la arquitectura contemporánea: jardines de placer, de paseo, de meditación, de pabellón de té, de prestigio… Recuerdo los del santuario de Heian: una secuencia sucesiva de lagos, puentes de madera, árboles y flores inmortalizadas en los waka (poemas clásicos) y unas originales pasarelas de grandes piedras redondas. Recuerdo el jardín del Kokedera, diseñado en el siglo XIV por el monje Muso Soseki, recreando el paraíso de la Tierra Pura: sobre un aterciopelado mar de musgo emergen, en grupos de roca viva, la “isla de las tortugas” (kameshima), la gran piedra plana de meditación (zazen-seki) o la cascada seca, sugiriendo, de manera maravillosa, el estruendo de las aguas. Hay en Kioto numerosos jardines monotemáticos, de pinos, de cedros, de camelias, de musgo, de azaleas, de iris, de peonías, de sauces, de cerezos, de ciruelos, de bambúes y, por supuesto, de arena y rocas.

     En el jardín japonés nunca falta el agua, combinada con la piedra: el ying y el yang, opuestos y complementarios.  Fuentes, linternas y pasarelas de piedra. Agua mental del jardín seco, o aguas vivas que se concretan en un estanque irregular, un arroyo, una cascada. El Sakuteiki -primer manual de jardinería japonesa, que data del siglo XI- recoge la herencia china y detalla por dónde debe entrar el agua y hacia dónde debe fluir (de este a oeste, de norte a sur) siguiendo las leyes de la geomancia. El manual sugiere la creación de diferentes paisajes en miniatura, evocando el océano o el lago con sus islas, el ancho río que serpentea mansamente, el impetuoso torrente de montaña con rocas y cascadas, el estanque con sus carpas y sus plantas acuáticas…  El haiku clásico está impregnado -como el waka– por la presencia y por el aura del jardín: Sôji lo ve tomado por las mariposas en una casa en ruinas; Bashô percibe cómo se adentran monte y jardín en el salón de estío; Sora contempla a un monje enfermo barriendo los pétalos de ciruelo, y Onitsura, a los gorriones bañándose en la arena de un jardín soleado; Buson se extasía, ensimismado, ante la lluvia invernal que cae, silenciosa, en el musgo…

     A lo largo del tiempo, la estética del jardín fue cristalizando o diversificándose en unos principios esenciales: naturalidad, asimetría, simplicidad, sugerencia, originalidad, quietud, austeridad madura, intemporalidad refinada, espacio o vacío, descubrimiento y hallazgo, rusticidad, sencillez elegante e integración del entorno. Algo de todo eso nos revela la siguiente anécdota: Se cuenta que un emperador quiso conocer un famoso jardín y acudió a verlo. Al comprobar su belleza, dijo que era perfecto, pero el creador del jardín se acercó a un arce, cortó una hoja y la arrojó al suelo, que estaba meticulosamente limpio; luego se dirigió al emperador y le dijo: “Ahora está perfecto”.

***

Mayo 2021

Solo rocío
es el mundo, rocío
y sin embargo…

– Kobayashi Issa
(trad José Maria Bermejo, del libro “Nieve, Luna, Flores”)

 

«2. Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor.
a. Aceptar que el derecho a poseer, administrar y utilizar los recursos naturales conduce hacia el deber de prevenir daños ambientales y proteger los derechos de las personas.
b. Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.
4. Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras.»
(de la Carta de la Tierra)

Haiku 27

しら梅や北野ゝ茶屋にすまひ取

Shiraume ya kitano no chaya ni sumahi tori

El blanco ciruelo-
un luchador de sumo
en la casa de té del santuario.

El santuario Kitano tenmangu de Kyoto se construyó en el 947 y está dedicado al político y poeta Sugawara Michizane (convertido en el kami Tenjin: dios sintoísta de la educación). es el templo sintoísta más importante de los 10.000 dedicados a Michizane, quien fue exiliado por el clan Fujiwara (apellido ya mencionado en el haiku número 13); tras su fallecimiento, la leyenda atribuye a Michizane numerosas plagas y terremotos.

También cuenta la leyenda que Michizane es el autor de un poema en que se despide de los ciruelos: pide que sigan florenciendo en su ausencia, razón por la cual en todos los santuarios dedicados a su persona, hay un ciruelo cerca del salón principal (como en este poema) y muchísimos más por todo el complejo. Actualmente, el santuario abre sus jardines privados en febrero, con cerca de 2.000 ciruelos. El aware surge en la contemplación de un luchador de sumo contemplando la floración del ciruelo en el santuario. Antiguamente, los combates se celebraban en otoño, de tal modo que esta persona se haya en un periodo de descanso. También puede traducirse como:

El blanco ciruelo;
un luchador de sumo sentado
en la casa de té.

Mayo 2021

Este mes veremos, a través de un poema de Saigyou, cómo el mundo que nos rodea es una fuente de inspiración inagotable, y que lo que inspiró a unos hace cientos o miles de años atrás, sigue inspirando a otros, como a Bashou, y al hacerlo, nos conecta en un continuo que nos hace parte de algo más grande y eterno, como el mundo.

Este poema aparece mencionado como perteneciente a Saigyou en Yoshino yama doku annai (1671), guía turística que, a través de ilustraciones y poemas, presentaba los diversos sitios a visitar en Yoshino, “meisho” (名所) que era conocido desde tiempos inmemoriales como un excelente lugar para contemplar los cerezos en flor, por lo que figura de forma recurrente en poesía y literatura clásica. Sin embargo, no aparece en los textos que dejó Saigyou, y no es hasta el período Edo que se establece su autoría probable.

とくとくと落つる岩間の苔清水汲み干すほどもなき住まひかな

tokutoku to otsuru iwama no koke shimizu kumihosu hodo mo naki sumahi kana

rápidamente cae sobre el musgo entre las rocas el agua pura, sin adherirse a mi pequeño hogar

Saigyou  (1118-1190), cuyo nombre antes de tomar los hábitos era  Satou Norikiyo, venía de una familia militar importante, fue criado con lujos y sirvió como guardia del Emperador Retirado Go-Toba. Mostró aptitudes en el kemari (juego de pelota), yabusame (arquería a caballo) y poesía, sin embargo a los 23 años abandona su familia, esposa e hijos para convertirse en monje e irse a vivir al monte Koya y, posteriormente, viajar por Mutsu no kuni y Shikoku. Se le llama 歌僧 (kasou) monje poeta.

En el viaje que Bashou relata en su diario de viajes Nozarashi kikou, él visita la ermita de Saigyou, que queda  cerca de un arroyo  ̶  el que se supone sirvió de inspiración al poema de Saigyou  ̶  y donde ya en el tiempo de Bashou, había una piedra conmemorativa con este poema. Este se siente profundamente conmovido, ya que “así como el agua pura fluía en el pasado, también lo hace en el presente” y decide tomarlo como inspiración para componer el siguiente haiku, que, contrariamente a lo que podríamos creer, no está compilado en el Nozarashi kikou sino en su diario de viajes posterior, Oi no kobumi:

春雨のこしたにつたふ清水哉

harusame no koshita ni tsutafu shimizu kana

lluvia primaveral debajo de los árboles cae el agua pura

 

 

Mayo 2021

CONSTRUIR

Junto a los iris.
De un seco  castaño,
el grueso tronco.

DECONSTRUIR

Quería escribir un haiku que expresara la soledad fría y distante de ciertas escenas de la primavera. Un  poema impersonal, desnudo de acción verbal, de agentes personalizados. Esta estación del año, exuberante hasta la crueldad, en que todo germina y todo crece imparablemente, siempre me despierta un desasosiego indefinible. En estos versos he deseado emparejar la antigüedad de un árbol y la frescura de unas flores, uno al lado de las otras, cada primavera en que florecen los morados  y elegantes iris (acompaño foto). Un emparejamiento debido a que la naturaleza ha deseado que  compartan en mismo espacio en mi jardín.  Pero sobre todo, he deseado dotar a la escena de la atmósfera impersonal de esta caprichosa naturaleza que, ciertamente, tiene vida, una vida voraz en primavera, pero que carece de emociones como tal, aunque el castaño y los iris, individualmente, las tengan. La visión de un árbol de grueso y curtido tronco decorado con macetas desnudas de flores, al lado de la inocencia pura de las esbeltas flores recién abiertas me inspira soledad, una soledad extraña, la soledad, tal vez, de saber que vivimos en el seno de una naturaleza sin emociones. Una madre fría y absurda que acoge en un mismo abrazo a la muerte y a la vida, la experiencia y la inocencia,  el vacío y el color.

    La soledad fría que inspira una madre así es, en japonés, sabi.

   Y justamente del SABI como principio poético del haiku quería escribir hoy algo.

En mi anterior entrega prometí comentar, uno por uno, los diez principios de la poesía de Matsuo Bashō. El primero, ya tratado, era el de espíritu poético. El segundo es este: sabi. Este concepto, introducido como valor poético por Saigyō a finales del siglo XII y consolidado en el XIII en la poesía canónica japonesa, tal vez sea el más conocido de las ideas de Bashō sobre el arte del haiku. Pero nuestro gran poeta raramente usó el término; sí que usó, en cambio, el de sabishii del cual se deriva. Este adjetivo de sabishii significa solitario en el japonés de hoy, con referencia al estado de ánimo en que se echa en falta la compañía.  Bashō, sin embargo, lo empleó en un sentido más concreto y limitado, en un sentido impersonal y, por así decir, objetivo. Como en este famoso poema:

La soledad.
Inhiesto, entre las flores,
Un, un ciprés.

Bashō concebía la soledad, nos informa Makoto Ueda en el libro citado en mi anterior entrega, como una atmósfera impersonal, a diferencia de la pena o la aflicción que son personales y subjetivas. La disolución de las emociones personales en una atmósfera carente de ellas constituye –afirma Ueda– el corazón de la actitud de Bashō hacia la vida. Tal fue la técnica mediante la cual él mismo trató de sobrellevar las penas y dolores inherentes a la existencia humana. Y eso a riesgo de parecernos un hombre frío y hasta desalmado. Un ejemplo de esto aparece en uno de sus diarios. Un día, de viaje, se encontró con un niño abandonado en la cuneta de un camino que lloraba amargamente. Le dijo calmadamente:

    —¿Ta han abandonado porque tu padre te odiaba o porque tu madre se olvidó de ti? Pero no: no estás aquí por el odio de tu padre ni por el olvido de tu madre. Estás aquí por tu destino. Laméntate por tu destino aciago.

    La soledad impersonal, fatídica y fría de sus poemas alude al mismo desapego, a la misma carencia de emociones. Eso es sabi.  La frialdad, la impersonalidad de la escena donde se ve un tronco rugoso al lado de la tersura fresca de unas flores. En el cruel mes de abril.

     El próximo mes comentaré el tercer principio poético de Bashō: shiori.

Abril 2021

Fujiwara no Ietaka (1158-1237) estudió poesía con Fujiwara no Toshinari, uno de los grandes poetas y académicos de principios del período Kamakura, y fue pionero de un nuevo estilo de waka a través de su amistad con Sadaie — hijo de Toshinari — y otros. Además de ser uno de los compiladores del Shin Kokin Wakashuu — la octava antología imperial, ordenada por el Emperador Retirado Go-Toba y completada en el 1205 por un pequeño grupo liderado por Fujiwara no Sadaie — también participó en muchas reuniones y competencias poéticas. Gentil y de personalidad sincera, siguió en contacto con Go-Toba In una vez que este fue exiliado a la Isla de Oki.

Este tanka de su autoría está compilado con el número 45 en el rollo 1 de primavera del Shin Kokin Wakashuu.

梅が香に昔を問えば春の月答へぬ影ぞ袖にうつれる

ume ga ka ni mukashi wo toeba haru no tsuki kotahenu kage zo sode ni utsureru

en el aroma de los ciruelos pregunto por el pasado pero la luna de primavera, sin contestar, se refleja en mi manga

Desde la antigüedad se asociaba el aroma de los ciruelos con el pasado, y es así como el incienso con este perfume es muy popular.

En una carta fechada el 13 de febrero de 1694, Matsuo Bashou escribe a su discípulo Baigan con motivo de la muerte del hijo de este, y en ella figura el siguiente haiku, en el cual usa el primer verso del poema de Ietaka.

Si consideramos que el japonés es un idioma que, además de los componentes fonéticos y semánticos, tiene uno visual, vemos cómo Bashou involucra su sentido del olfato, el que percibe el aroma de los ciruelos, el tacto al escribir la carta, y la visión al contemplar el kanji de昔 (mukashi = hace mucho tiempo).

梅が香に昔の一字あはれ也

ume ga ka ni mukashi no ichiji aware nari

en el aroma de los ciruelos el carácter de pasado es triste

O al contemplar esta adaptación más occidentalizada:

en el aroma de los ciruelos la palabra pasado es triste

Hagamos nosotros lo mismo al disfrutar de este bello poema.