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Haibun 49

Haibun 49

Irati/Ruta 62

Se estrenan los pasos por la senda del río. El hayedo luce galas tras la lluvia de ayer. La mañana estival es fresca, y el verde, ese verde jugoso de musgo, helechos y hojas tiernas impera sobre el barro, la tierra rojiza y el manto de hojas secas aún reblandecidas.

El río llama. Su voz nos acompaña y poderosa,  en la cascada, silencia el susurro del viento entre las ramas cercanas.

Los sentidos se van afinando. Un carbonero dialoga con el herrerillo que huye a un árbol lejano. En la umbría de una rambla seca, apenas embarrada, tiemblan helechos. Silenciosos, delicados,  parecen interpretar una danza que hipnotiza. Sonrío al descubrir que me uno a ella con el sutil movimiento de mis manos.

rumor del río
las hormigas se llevan
un bicho muerto

Qué majestad en los árboles. Jóvenes, viejos, con doble tronco o singulares,  buscan el sol por las alturas mientras las raíces, que apenas se ocultan, se extienden  entrelazadas creando un entramado calzado de musgo.

Poco a poco la senda se estrecha y, pedregosa, dificulta el ascenso hacia lo alto. Francia apenas a un paso o ya bajo los pies. Nada indica límite alguno. La montaña, el bosque, no saben de fronteras. Es el mismo lenguaje si uno sabe escuchar.

Un pequeño puente permite cruzar el río para iniciar el regreso. El cansancio va haciendo mella pero cada instante tiene su encuentro. Las mariposas nos van acompañando, entre las flores del cardo revolotean, de una en una, de 2 en 2. A lo lejos unos niños se detienen señalando algo al borde del camino. Dos babosas protegen sus huevos formando un círculo perfecto alrededor. Lo explica una mujer mayor que conoce bien los bosques y sonríe. Las babosas son increíbles dice, mientras echa de nuevo a andar cojeando con su bastón.

Hay belleza en las diez direcciones y,  sobre todo,  mucho agradecimiento.

El sendero, ya de bajada se va ensanchando y el calor aprieta. Una cerveza bien fría premiará los cuerpos,  el alma vuela ya ligera por ese magnífico bosque navarro/francés que es La Selva de Irati.

senda embarrada
en el árbol caído
 la luz del sol

 

Marga Alcalá
Valencia (España)

Haibun 48

Haibun 48

Sopa de invierno

 Pelar y cortar cebollas es un ejercicio de limpieza. Los ojos y la nariz comienzan a producir lágrimas y mocos. Entra la premura de sonarse rápidamente.

A veces, también sirve para limpiar el alma. Es una buena excusa para llorar a lágrima viva sin que nadie pregunte porqué.

Mi padre, que padeció toda la vida de asma, solía poner una partida al lado de la cama para respirar mejor. La piel transparente que hay entre capa y capa también servía para que las gasas no se pegaran a las heridas.

Lo que sea que emana de las cebollas me está afectando…

Los almendros ya tienen brotes. El sol ha deshecho casi toda la escarcha. Aún quedan restos de su brillo en las coles.

Un gato color canela merodea por el techo de las barracas.*

Pongo atención para no cortarme. El cuchillo que uso es de hoja ancha. Nunca me han gustado los cuchillos. Las navajas, en cambio, me recuerdan la calidez de las manos paternas partiendo un trozo de tocino apoyado sobre el pan. ¡Qué destreza!

Cojo dos hojas de salvia…las chupo mientras acabo de partir lo necesario para la sopa.

Del cerezo cae una hoja. Recogeré dos o tres del montón para secarlas entre los libros.

Una nube tapa el sol de la mañana. No tarda en desplazarse empujada por el viento frío.

De nuevo vamos a poder disfrutar del calorcillo…

 

Nieve en las montañas.
El vecino ahumando
carne de cerdo

 

Angeles Millán (Hikari)
Palamós (Girona) España

*Caseta o albergue construido toscamente y con materiales ligeros.

Haibun 47

Haibun 47

 

Hay un nublado tenue

Hay un nublado tenue, ligeramente gris. El aire, demasiado fresco y constante, impide que me cambie la camisa de manga larga y el pantalón. En la parada me dicen que hace tres días estuvieron a treinta y tantos grados. Por la ventanilla del urbano contemplo las hojas grandes y brillantes del almendro de Indias. Uno de esos troncos ha crecido inclinado hacia donde sopla el viento del norte, el famoso Norte. La “Villa Rica” se ha extendido, llega a Boca del Río. El puente sobre el Jamapa mide como una cuadra de largo. De niño me trajeron unos parientes. Recuerdo las ramadas, esos cobertizos con techo de palma donde vendían comida típica de la costa. Ahora hay edificios de muchos pisos y el poblado es una ciudad conurbada.

Se abren las nubes por momentos; me remango la camisa, pero la corriente de aire es fría y no tardo en desdoblar las mangas. Más tarde, junto al Foro Boca, se reúnen los jóvenes para la foto del álbum. El aire arrecia, lo mismo que el frío. Los varones van cómodamente vestidos de saco y corbata; mas, las chicas, con sus vestidos largos, escotados, sin estola, se cubren con las togas.

El rito de la foto se prolonga. Empieza a pardear la tarde. Las olas cubren, a cada embate, el musgo de las rocas. Chillan las gaviotas, un pelícano se zambulle. Aparece la forma oscura, inmóvil, de un rabihorcado. Semeja un papalote. No aletea. Lo pierdo de vista. Después, una escuadrilla de esas aves acapara la atención de los adultos:

-Miren unos albatros.

-Son fragatas.

-Aquí les dicen de otro modo, pero me asustan. Son como murciélagos gigantes.

-Sus líneas son angulares, aerodinámicas, más bellas que un avión de caza.

Esos reyes del aire, de patas cortas, me recuerdan la poesía “El albatros” de Baudelaire: “sus alas de gigante le impiden caminar”.

Sus figuras flotan en el cielo gris claro. Los pescadores los relacionan con la presencia de peces. Mis ojos se detienen en sus siluetas casi inmóviles, sus cuerpos de sombra.

Las palabras, muchas veces, suplantan las cosas, las deforman. También son capaces de señalar su presencia.

Silencio
Cuando lo nombro
se esfuma

*Villa Rica: Villa Rica de la Vera Cruz, nombre antiguo del puerto de Veracruz

Jorge Moreno Bulbarela “Jor”
Xalapa, Ver., México

Haibun 46

Haibun 46

Punto de encuentro

Esa citación de última hora ha puesto de patas arriba mi planificación para esta noche. Después de un afanoso día de trabajo, el cansancio me supera, y es la inercia de cumplir con una rutina de vida la que me impulsa a dirigirme al lugar orientado. Una reunión que ha perdido su encanto, su veracidad, su todo.  Sin embargo, asistimos sin chistar; tal vez alguna esperanza escondida de que algo provechoso se pueda obtener para el bien común.

Al salir, el perro me sigue y cuando llego hasta el portón del batey lo hago regresar a casa. Tomo el terraplén que lleva al pueblo, el cielo encapotado me ofrece por momentos una sonrisa de luna. Voy cerrando los ojos de tramo en tramo, como cuando era niña y caminaba de la mano de mi padre jugando a no tropezar sin ver.

El pssssss de los grillos entre los matorrales se ha vuelto tan familiar, que ya no lo extraño ni me asusta, apuro el paso al vislumbrar más de cerca las luces del pueblo. El aire de lluvia me pega de golpe en la cara mientras a lo lejos el ulular de una lechuza me hace exclamar: “¡solavaya!”

Relampaguea
Se ha soltado una tira
de las sandalias.

Se dejan escuchar las canciones patrióticas que anteceden la reunión, llego al caserío embriagada con el aroma de los jazmines y los lirios. Van saliendo de mala gana algunas personas de sus casas y comienzan a reunirse en medio de la calle, frente a un balcón que funge como tribuna, adornado con carteles, cadenetas, la bandera y el escudo. Después de entonar el Himno Nacional, un hombre grueso y colorado, con voz grave, comienza a leer un panfleto inacabable. Todos en silencio, pero da la impresión que nadie escucha; deben estar sumidos en sus pensamientos, haciéndose la misma pregunta que yo: «¿qué hago aquí?»

La mujer del bodeguero acaricia a un perro que lleva cargado como si fuera un bebé, el abuelito más longevo del lugar desde su silla de ruedas asiente con la cabeza cada vez que el lector hace una pausa.  Uno de los alcohólicos del barrio se tambalea sin dejar de tocar la caneca que lleva en el bolsillo trasero del pantalón. Dos señoras, cuchichean detrás de un muro dando trapazos para espantar los mosquitos. Se ha vuelto el centro de atención un grupo de niños que pinta monerías entre el público dejando escapar risas contenidas mientras saborean durofríos de guayaba.

Farola del poste
Chocan una y otra vez
los bichos de luz.

Llega la hora de las intervenciones. Por tercera vez el señor grueso y colorado pregunta si alguien tiene algo que plantear, el silencio le sucede. Todo termina casi sin haber empezado, algunos vecinos se agrupan para firmar la lista de los presentes, eso es lo más importante: la lista de asistencia. Solo para eso hemos venido a la asamblea del delegado.

De vuelta a casa
Al cerrar la puerta
el aguacero.

                                                                                           Mayra Rosa Soris
                    Santa Clara (Cuba)

Haibun 45

Haibun 45

La misma luz

Junto a la menta y el romero las rosas chinas destacan como puntos rojos en el rincón donde trasplantamos el rosal.

Corto algunas para ponerlas en un jarrón. Hay que quitar las hojas inferiores…así, se mantiene el agua limpia.

El calor y un cielo sin nubes despiertan el recuerdo de la primera vez que usé unas tijeras. Vaya regañina!!

¿Porqué solemos recordar la primera vez de casi todo?…

Le dije a mi hermano pequeño que esperara en el poyete de piedra que había a la entrada de nuestra casa. Allí, bajo la parra, continuaba sentado cuando volví después de rebuscar en la caja de galletas que mamá usaba de costurero. ¿Dónde estarían los adultos?…creo que echaban la siesta.

De todos, era el que más se parecía a mi padre. Debía tener cuatro o cinco años.

Le quitaría aquellos remolinos rubios que le delataban como lo que era, un niño travieso.

Se sentó en una calabaza gigante que usábamos de trono en nuestros juegos. -¡No te muevas, le dije, mira que te puedo cortar la oreja!-.

Él, muy quieto, miraba al gato que dormía hecho un ovillo junto a nosotros. Aunque corría una ligera brisa, sudaba por miedo a que me descubrieran.

El flequillo recién cortado resbaló por la cara. El pelo de la coronilla se dispersó alrededor. De vez en cuando sonaba un ¡Aaaay! . No era fácil.

Casi acabando nos asustó el ruido de un carro que pasaba por la calle.  Al dejar las tijeras en su sitio tropecé con el pedal de hierro de la máquina de coser.

El tiempo es extraño. A veces…parece no existir. Quizás sea por la luz, la misma luz de aquella tarde.

Huerto en primavera.
En el ramo de rosas
un bicho palo*

*Phasmatodea: Insecto palo

Mari Ángeles Millán “Hikari”
Palamós (Girona) España

Haibun 44

Haibun 44

Cafetal

Voy por la rodada derecha del camino al cafetal. Mis primos, en fila india, marchan por la del lado izquierdo. El camino es verde y estrecho, las rodadas de los camiones son dos veredas de arcilla roja. A los lados hay matas de todas clases y árboles frutales.

Al llegar frente a un izote nos detenemos. Del fondo de la finca sale un olor penetrante. Hay mucha vegetación, no se ve el árbol pero el olor nos guía. “Ahí están las maltas”, exclama uno de los primos. El palo de naranja malta está cargado y sus ramas se encuentran al alcance de nuestras manos.

Al clavar las uñas en una malta para partirla, el olor de la delgada cáscara me embriaga. Muerdo un gajo oloroso, jugoso, fresco, mientras uno de mis pies se hunde en un hormiguero. Me pongo a zapatear para sacudirme las hormigas, y me dicen: “¿No que no sabías bailar la bamba?”

Llegamos al lugar del corte de café. Una de las tías, con el cabello cubierto por una pañoleta, y un tenate en la cintura, nos pregunta: “¿Quieren cortar en mi surco?” Todos queremos participar. Nos presta unos tenates amarillentos que parecen sombreros de palma sin ala, y nos los atamos a la cintura.

“Corten únicamente los maduros, y no recojan los que se caigan, esos son para la pepena”.

La hojarasca forma un colchón en el suelo del cafetal. No resisto la tentación de saltar. Uno de los primos me dice: “Ahorita ponte a cortar, y después, si quieres, te acuestas en la hojarasca”.

Uno de los cortadores nos advierte: “Cuidado con los pollitos, ya maté uno”, y nos muestra la hoja en que lo encontró. El pollito es una oruga blanca con púas en el espinazo. “Son venenosos”.

Llenamos varios tenates. Al atardecer se suspende el corte. Un camión de redilas se lleva los frutos del cafeto guardados en costales. Los llevan a despulpar. Nosotros, sudorosos, con hambre, regresamos a la casa de los tíos.

Anochecer –
A punto de cocerse
la polenta

 

                                                                                   Jorge Moreno Bulbarela   “Jor”
Xalapa, Veracruz (México)

Haibun 43

Haibun 43

Los caminos del Sur

 …un Aleph es uno de los puntos del espacio
que contiene todos los puntos.”Jorge L. Borges

 Me adentro en los senderos del Sur, en los secretos rincones de la Patagonia,  un lugar sagrado, un espacio de pequeñas revelaciones, un aleph donde se manifiestan todas las sensaciones y son satisfechas  todas las necesidades: el bosque de galería ofrece sombra, el lago sacia la sed, las moras y las cerezas silvestres son un banquete con sólo extender la mano, el silencio aquieta y el grito de las bandurrias me despierta cuando es necesario. La única condición es estar atento y tomar lo imprescindible, sin voracidad ni apuro.

El camino al cerro López es largo y muy bello, hay miradores sobre el lago que son una promesa para seguir avanzando aunque el sol  sea ya muy intenso  y los tábanos, un desafío.

En el horizonte se atisba la enorme pared de piedra que invita al ascenso. Camino en silencio y de puntillas para no espantar  a un zorro joven que se asoma entre las zarzas, nos miramos un instante, reconociéndonos.

 camino al cerro,
 con la boca teñida
 de frutos rojos

 Aquí siento un a necesidad irrefrenable de agradecer cada uno de estos asombros, digo “gracias” como un mantra y  disfruto sabiendo que son únicos. Cada pequeño cambio de luz, cada rabo de nubes me hablan de la belleza de la impermanencia  … del privilegio de formar parte de este momento irrepetible.

Esta itinerancia  es mi guía, mi única certeza, siento la insuficiencia de las palabras y simplemente camino…

Con la espalda en la pinocha de un claro del bosque  y los pies en el agua helada, una serenidad desconocida relaja cada músculo.

Lago encrespado…
¡tan frío
el tronco del arrayán!

Abrigo la esperanza de disolverme en las aguas del Nahuel Huapi  y, cuando llegue el momento, formar parte de ese azul infinito.

María Rosalía Gila
Buenos Aires  (Argentina)