CONSTRUIR
Huyó la araña
Por el frío espantada.
Uno de enero.
DECONSTRUIR
En la hermosa villa medieval aragonesa de Sos del Rey Católico, muy cerca de Navarra, he pasado el uno de enero de 2025.
La ciudad estaba envuelta en niebla y el frío era penetrante. Había helado por la noche. Mi primer paseo del año fue por la carretera a Sangüesa. Pasé al lado de un tupido seto de cipreses, o de otra especie de conífera, tal vez de tuyas. Algo que brillaba me llamó la atención: eran los hilos de una sutil tela de araña que colgaban congelados de las ramas. Como un delicado encaje. Sin duda que las arañas, despavoridas por el frío intenso, estaban invernando en algún lugar escondido o habían perecido con los primeros fríos del final de año. Pero ahí habían dejado sus redes, para maravilla de paseantes como yo. La desaparición de los insectos y el comienzo del año me pareció un contraste digno de ser registrado en verso porque, tal vez sin saberlo, estos bichitos habían engalanado, con sus telas delicadas y trémulas, el aire gélido de la mañana.
En este haiku no menciono los hilos colgantes de la tela, una humilde maravilla de la naturaleza, que pueden apreciarse claramente en la foto que adjunto, los hilos al lado de las gálbulas del ciprés. Y si algún mérito tiene este haiku es justamente el hecho de no mencionar lo más evidente: esos escarchados filamentos, que fue lo que me llamó la atención. Por detrás de la historia de una araña fugitiva y de la causa de su huida –el frío–, yace la impresión visual no revelada en los versos: ese prodigio de la naturaleza observado por un paseante ocioso en la mañana gélida del primer día del año, del Año Nuevo que deseo venturoso a los lectores de El Rincón que me estén leyendo.