CONSTRUIR
Ras, ras, de golpe
cierra la persiana el vecino.
Con su propia historia.
DECONSTRUIR
Kikaku, nacido en 1661, fue tal vez el discípulo predilecto del gran maestro Bashō que, sin embargo, lo criticaba a veces por su deseo de asombrar, de ser original.
De Kikaku son estos versos:
Koe karete
Saru no ha shiroshi
Mine no tsuki
声嗄れて
さるのは白し
峰の月
Con voces roncas,
y enseñando sus blancos dientes
los monos bajo la luz del monte.
Bashō, generosamente, lo amonestaba en estos términos: «Tienes la debilidad de decir siempre algo extraordinario. Te esfuerzas en componer versos espléndidos sobre asuntos lejanos, pero todo está en las cosas que te rodean».
El vecino del piso de abajo o de arriba, o el de la casa de enfrente, siempre está a nuestro lado. Suele ocurrir en una ciudad. El vecino que cada día vemos fugazmente u oímos o sentimos representa el misterio del Otro. ¿Cuál será su historia? No queremos ser cotillas y enterarnos de la historia del vecino, solo reconocer el hecho de que todo misterio encierra un caudal de poesía y ese misterio vive a nuestro lado. El vecino del que no conocemos nada o casi nada se ha convertido en nuestra conciencia del misterio, de nuestra soledad, de nuestra ignorancia. El sonido áspero de una persiana que se baja por la mañana para impedir que entre el sol el resto de un día de verano fue para mi el aldabonazo en esa conciencia.
No hay que irse a buscar monos una noche de luna como el bueno de Kikaku. La inspiración está siempre a nuestro lado, con la mano tendida hacia nosotros. Basta con verla y reaccionar.
El otro día, el ligero estrépito de la ventana fue para mí esa mano.