CONSTRUIR
En ramas secas
Ninguna ave posada.
Al caer la tarde.
DECONSTRUIR
Haiku compuesto al bajar por el camino en mi paseo habitual de El Real y fijarme en un árbol completamente seco al borde de la carretera. Me quedé un rato observándolo. Oía los cantos de las aves a mi alrededor, pero ninguna venía a posarse en la ramas de este viejo árbol. ¿Por qué sería? El árbol no contemplaba el seto de rosas que había a sus pies (ver la foto, con la Cabeza del Oso al fondo, a la izquierda, a cuyos pies está mi casa), sino la belleza de otro color rosa: el sutil de unas nubes teñidas con los arreboles del final de la tarde. A lo mejor las aves no querían perturbar con su presencia esta contemplación gozosa que hacía el árbol.
Por eso, se me ocurrieron estos versos:
Mira asombrado
Unas nubes lejanas
El árbol seco.
Acompaño foto para que el lector pueda apreciar la suave belleza de los tonos de las distantes nubes.
Es un haiku, me parece, provisto de esa cualidad del “reflejo” que preconizaba el maestro Bashō. Reflejo, es decir, cierta cualidad cromática en los versos, por vaga o discreta que sea. Esta cualidad no se expresa directamente, sino que se insinúa a través del asombro del árbol personificado. El árbol, pese a estar muerto, ha cobrado vida con la mirada del haijin y aprecia el color de las nubes que hay en lontananza. Es, tal vez por eso un haiku rico en sugerencia. Rico pero no es austero. Y a mí, en primer lugar, me gustan los haikus austeros, casi ascéticos. El arte del haiku –Blyth lo definía, a pesar de su rechazo a toda definición– como un arte ascético. En segundo lugar, tengo predilección por los haikus que expresan negaciones, ausencias, vacíos. Por estas dos razones, deseché este haiku del asombro y del “reflejo” con sugerencias cromáticas, y ofrezco a la atención de los lectores el otro, el que encabeza este escrito de julio. Uno que habla de aves que no se posan en ramas secas…
A alguien que lo lea quizás le recuerda el famoso de Bashō:
Kareeda ni
Karasu no tomarikeri.
Aki no kure
En ramas secas
Se han posado unos cuervos.
Tarde de otoño.
Un magistral haiku por su intensa cualidad monocromática, en blanco y negro, más evocadora que cualquier policromía, aparte de por la aliteración del fonema /k/ que sugiere el graznido del cuervo. Y por más razones. Pero no es una haiku de negaciones.
En cierto sentido, el arte del haiku, contemplado desde la perspectiva occidental, es la poesía de la triple negación: no a la expresión de los sentimientos, no a la expresión directa de la belleza, no a la formulación de verdades o enseñanzas. La predilección del haiku por la nada puede deberse a su deuda formativa con la enseñanza zen para la cual la nada o el vacío –reflejo de la sunyata budista– es sustancial. La nada budista, nos recuerda el filósofo moderno Shin’ichi Hisamatsu, no es una negación del ser, ni la formulación intelectual de una visión nihilista, ni siquiera es una nada imaginada. Esta nada, que es la nada del haijin, es una mente activa, que va más allá del ser y del no ser, una nada en que se funde sujeto y objeto. En este poema, “ave” y “rama” son la misma cosa. Están fundidas.
He aquí un par de poemas del maestro Buson con negaciones:
Tagaysu wa
Tori sae nakanu
Yama kage ni
A la sombra del monte
Ni un pájaro se oye
Labrando en el campo.
O este otro, maravilloso (con “resonancia”):
Mi tabi naite
Kikoezu narinu
Ame no shika
Bramó tres veces
Y ya no se lo oyó más.
Ciervo en la lluvia.
Vivimos en un mundo de ausencias y vacíos. Hagámoslo presente en diecisiete sílabas.