Archivo de la categoría: Con-des (Carlos Rubio)

Enero 2024

CONSTRUIR

En luna llena,
lejos, unos ladridos.
Final de año.

 

DECONSTRUIR

El haiku que presento estos días finales del año tiene, como todos, una historia, es decir, unas circunstancias de composición. Fue una historia feliz porque acabó en haiku. Pero también tuvo otra historia infeliz porque fue el resultado de un haiku malogrado. O no. Cuento ambas historias.

Este haiku lo compuse hace cuatro o cinco días, un 24 o 25 de diciembre. Era la hora del crepúsculo, el momento mágico para componer haikus, entre dos luces, cuando, como casi todos los días, salgo a pasear cerca de mi casa, por caminos rurales bordeados de castaños y robles, en el Real de San Vicente donde paso estos días. En el trayecto de vuelta, ya de bajada, veía el disco luminoso de la luna elevarse por encima de la Cabeza del Oso. Pero el día en que compuse este haiku no salí de paseo para disfrutar viendo la luna, sino porque, por estas fechas y a esa hora en que llega la noche, casi siempre oigo el ulular del búho. Dicen que se trata del búho real, que habita por estos parajes. Y tenía la esperanza de que su canto lejano, lúgubre, uuuuhh, uuuhh, me sirviera para componer un buen haiku.

   Tal fue mi deseo durante el paseo de esa tarde. Pero esa tarde, casualmente, no oí al búho. Decepcionado, pensé:

Sale la luna,
Pero no canta el búho.
Final del año.

Menos, tal vez, poético, que el ulular del búho,  el ladrido de algún perro, muy lejano, sí que llegó a mis oídos esa tarde noche. ¿Cuál de los dos haikus os parece mejor, o menos malo? ¿Será cuestión de estéticas: es más hermoso el canto del búho que el ladrido de un perro? ¿O cuestión de lo que fue, lo que se oyó, comparado con lo que no se produjo (pero que podemos imaginar)?

    Los dos haikus, eso sí, expresan, sin saber yo muy bien porqué,  el misterio de la vida, la perplejidad de la conciencia humana ante el paso del tiempo.

    Un año más se acaba. Pero los perros siguen ladrando como si nada, los búhos siguen sin ulular cuando esperamos que lo hagan, la luna sigue saliendo. Y el haijin sigue columpiándose en diecisiete sílabas para lanzar su canto al aire.

   Ah, una nota publicitaria para algún lector que viva en Madrid o cercanías. Desde el 16 de enero del nuevo 2024, todos los martes, hasta mediados de agosto, imparto un curso presencial en Casa Asia de Madrid (información en la web de esta institución. Inscripciones abiertas hasta el 10 de enero). Se titula: «Poesía clásica y moderna de Japón». Y, ciertamente, habrá en él una sesión dedicada a esta extraña pasión nuestra: al haiku. Por esta razón, por su relación directa con nuestra pasión,  me tomo la libertad de mencionarlo aquí.

  Uno año rico en haikus deseo de todo corazón a los lectores de El Rincón.

Diciembre 2023

CONSTRUIR

Unas hojas,
Sin nada esperar del mundo.
Sobre los coches. 

DECONSTRUIR

Como el del mes pasado, también este es un haiku urbano. La naturaleza, hay que recordarlo, no está solo en el campo, el mar o la montaña, sino que la naturaleza es —no está mal recordarlo— igualmente la ciudad, incluyendo cables eléctricos, como en el haiku del mes pasado, aceras, coches y… en algunos casos, un aire nada limpio. ¿Una naturaleza pervertida (no perversa)? Sí, probablemente, pero naturaleza al fin y al cabo. Y el haijin, como no podía ser de otro modo, está en su seno.

También el haiku de este mes posee un marco otoñal. Hay pocas imágenes más otoñales que las hojas que caen de los árboles tras haber cumplido su ciclo vital. Las hojas caídas, ochiba en japonés, es un motivo frecuente en la vieja poesía japonesa sobre el otoño. En el waka clásico, que es el abuelo del haiku moderno, las hojas suelen venir empurpuradas: son las de los arces, de bellos tonos carmesíes y ocres en el otoño: son las famosas momiji, cuya contemplación es, al lado de la eclosión primaveral de flores de cerezo, uno de los grandes eventos anuales que la naturaleza regala al pueblo japonés.

Pero las hojas que vi la semana pasada en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera no estaban adornadas de esos atractivos colores. Tampoco cayeron en la tierra de un jardín o campo, ni siquiera acabaron mansamente en  el suelo de la acera de la calle. Nada de eso. Las hojas que capturaron mi atención cayeron sobre la dura, fría superficie metálica de los coches aparcados en la calle. Por alguna extraña razón sentí que fueron hojas sin suerte en la vida. Y sin esperanza. A lo sumo su esperanza era esa: no tener esperanza. Una esperanza que ciertamente no les dará este mundo, pero sí tal vez el mundo de lo invisible, como el mundo de la poesía. Aquí, un modesto tributo a su destino.

En un célebre haiku, Kobayashi Issa, el haijin de los insectos y otros pequeños animales, tiene un haiku donde quien nada espera es una mariposa:

Chō tobu ya                                      ちょう飛ぶや
Kono yo ni nozomi                         この世に望み
Nai yō ni.                                           ないように

La mariposa
Como si nada esperara de este mundo
Revolotea.

Los versos del maestro Issa, sin duda, son más poéticos porque en su segundo verso asoma la interpretación de una apariencia: el “como si”. En los míos, por el contrario, en el segundo verso reina la certeza.

Una mariposa en el caso de Issa; unas hojas en el mío. En los dos, un ser humano, un haijin que, sea adulto o niño, y con característica arrogancia, pone voz a la naturaleza.

Releo mi haiku ahora y se me antoja duro, casi inquisitorial, algo intelectual. No creo que sea el haiku que hubiera compuesto un niño.

El niño, por su edad, no ha desarrollado aún la capacidad de hacer metáforas ni de expresar abstracciones ni imágenes intelectuales. Su visión, por el contrario, es directa e inocente: pura sensación. Es un haijin por naturaleza.

Que un haiku posea inocencia infantil, que pueda ser obra de la visión de un niño o niña es, para mí, la prueba de algodón de un buen haiku. Dicen que Bashō insistía en esta cualidad. ¿La tiene este de las hojas sin esperanza caídas sobre unos coches una mañana de otoño? No estoy seguro.

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Noviembre 2023

CONSTRUIR

Cables eléctricos
Sobre el suelo mojado.
No pasa nadie.

DECONSTRUIR

Es un haiku urbano, hasta con cables eléctricos. Lo compuse anteayer, al pasear por un pequeño pueblo de la bella comarca de las Hurdes, en el norte de la provincia de Cáceres, poco antes de volver al hotel. Era el anochecer de un día lluvioso y el pavimento de la calle desierta estaba mojado, como se aprecia en la fotografía. Me impresionó la luz del crepúsculo tamizada por el amarillo de las farolas y, sobre todo, que entre las dos dimensiones de esta visión, los cables del tendido eléctrico y el suelo no hubiera nadie en ese momento. El momento y nadie.

Sobre el momento, como expresión de la transformación incesante de la vida, y de nadie, como expresión de la nada y del vacío, tuve la suerte de hablar el jueves de la semana pasada en la Facultad de Derecho de la UCLM, en Albacete. Ambos conceptos, dije en tal ocasión, me han parecido siempre dos pilares importantes para la composición del haiku. El primero, la transformación o el cambio, tal vez la única realidad perceptible de la existencia humana, representa para el haijin un desafío constante: cazar el instante, como el fotógrafo captura con su cámara el estatismo del momento, por medio de sus herramientas que no son otra cosa que sus sensaciones y su inspiración. En la charla hablé de recursos para tener éxito en esta caza: los verbos de movimiento e, igualmente y con mayor efecto muchas veces, la ausencia de tales verbos para apresar el estatismo y la inmovilidad. En este haiku, los dos primeros versos carecen de verbo. En el tercero, sí que hay uno. Este contraste, o similar, me ha parecido siempre de gran interés para un buen haiku.

   En segundo lugar, la nada. En el budismo, el estímulo espiritual más inspirador y constante en la cultura japonesa en la cual nace y crece el haikai, que hoy llamamos haiku, es un concepto central. La nada, vacío o vacuidad (sunyāta, creo que se dice en sánscrito), en el doble sentido del vacío de la realidad fenoménica, del mundo; y en el sentido de vacío del yo, de ese desasimiento espiritual no muy diferente al empleado por los místicos cristianos cuando escriben sobre vaciarse de uno mismo, empezando por abandonar la caverna tenebrosa del ego, gran enemigo del haiku, y salir a la luz del vacío.  La científica Ann L’Huiller (1958), nobel de Física de este año, afirma que el ser humano está compuesto básicamente de vacío. Me serví de las ideas de la nada oriental que expone el filósofo Shinichi Hisamatsu (1889-1990) para aplicarlas a la manufactura del haiku. La nada oriental es un estado de conciencia creativo, no nihilista, no pasivo, no imaginado, y por supuesto no dualista, originado de la convicción de que el ser y el no ser, lejos de ser realidades contrapuestas, son simples productos mentales. Bueno, no quiero aburrir a los amables lectores de El Rincón con ontologías.

   Solo me gustaría indicar que la analogía sobre el agua y la ola que emplea Hisamatsu para relacionar sujeto y objeto o, en términos de la creación poética que nos ocupa, creador y obra de arte, o haijin  y  haiku, me pareció muy pertinente y la comenté en la charla de Albacete. La ola, simple movimiento del agua provocado generalmente por el viento, no deja nunca de ser agua. En su resurgir como ola y en volver al agua de la que es parte, está su esencia y su devenir. Cité en la charla esta algunos recursos para dotar a nuestros haikus de esta atmósfera de la nada o del vacío: la enumeración, el silencio, la inmovilidad y, por supuesto, las menciones explícitas de términos “negativos” como «no», «nada», «nadie» y similares.

   En el haiku de este mes, hay un «nadie» en el verso final. He aquí dos buenos ejemplos. Son de Buson. En el primero, hay enumeración y un «no».

Bramó tres veces
Y no se le oyó más.
Ciervo en la lluvia.

 En el segundo , un «ni»:

 A la sombra del monte
Ni un pájaro se oye
Labrando en el campo.
 

Cité igualmente en Albacete como ilustración de este punto sobre la nada un magnífico haiku que obtuvo el accésit del Concurso Internacional de Haiku de este año convocado por la AGHA:

 Marea baja.
Al levantar la piedra,
No había nada.

 Lo firmó Alicia Céspedes, de Argentina. Por desgracia, Alicia, nos informaron, falleció a los pocos días de enviar este concurso al jurado del concurso. Por eso, un haiku, el suyo, doblemente impresionante. Vida y muerte fundidas en la nada. Vida-muerte; y no vida y muerte. Fusión. La del momento con la nada. Fundidas en un haiku.

Octubre 2023

CONSTRUIR

Un murciélago
En zigzag por el cielo.
Ruido de pasos.

DECONSTRUIR

Un vuelo aparentemente alocado a esa hora incierta en que empieza la noche me llamó la atención hace tres o cuatro días, yendo de paseo por un camino rural. El vuelo de un murciélago.

Me detuve a observar los movimientos de esta criatura amiga de las tinieblas. Al mismo tiempo, en algún lugar, no lejos, alguien caminaba. Un desconocido. El sonido de sus pasos me pareció tan vivo…

Tal fue el contexto del haiku que este mes someto a la bondad de los lectores de El Rincón.

Voy ahora con el metatexto, el más allá del texto.

El haiku está arraigado en la naturaleza, como una planta en la tierra. Y la naturaleza, si es algo, es cambio y transformación. Cambio incesante, movimiento transformador despiadado. Por eso, los verbos o en general cualquier término que exprese movimiento, como el de «zigzag» de estos versos, siempre me han parecido muy adecuados a la hora de componer un buen haiku.

    Por supuesto, que los haikus con imágenes que evocan estatismo, pasividad, suspensión de todo movimiento pueden ser magníficos. Creo que son más difíciles de componer que los haikus activos, los haikus con dinamismo.

    Y ¿por qué no intentar combinar ambas cualidades, estatismo y dinamismo, en las diecisiete sílabas del texto de un haiku? El resultado puede ser sublime, como nos enseñó Bashō con su célebre haiku de la rana saltando (ACCIÓN) en el agua de un viejo estanque (NO ACCIÓN).

    En realidad, el dinamismo es la cara visible de la transformación, de la ley del cambio incesante a la que, como seres vivos, estamos sometidos desde el día de nuestro nacimiento. ¿Existe alguna realidad que no sea la realidad del cambio, la realidad de que todo se transforma? La pasividad, por otro lado –¡no por el contrario!– es la cara visible del vacío que concebimos como inerte, como masa desprovista de toda forma y de todo contenido. Precisamente transformación y vacío en el haiku es el tema con que abusaré de la paciencia de los oyentes que se sienten a escucharme el próximo día 26 de octubre, en Albacete, en el marco del 8ª Encuentro Internacional del Haiku que organiza AGHA. Ver en
https://haikusenalbacete.blogspot.com/2023/09/8-encuentro-internacional-de-haiku.html

En el segundo verso de este haiku, el término «en zigzag» significa la transformación, mientras que el «cielo» apunta al vacío. El punto de intersección entre la línea vertical del movimiento –expresión perceptible del cambio– y la línea horizontal del vacío es, a mi entender, el logro de un buen haiku: captar el momento, hacer una fotografía del instante.

La conciencia sensorial de esa captación, de esta fotografía,  es, en este haiku, auditiva. Se transmite por el sonido de unos pasos. Los del tercer verso. El sonido ha sido tradicionalmente un valioso aliado del haijin y en la poesía japonesa abundan el término de oto o «sonido, ruido, rumor, voz, canto» causado por los más variados agentes: el agua (como en el famoso haiku de la rana), el viento, la cigarra, la lluvia, el mar, el ciervo, el ruiseñor, etc. O el no sonido o no ruido.  Buson tiene un magistral poema que dice así:

Lluvia de invierno
Que cae en el musgo sin ruido.
Evoco el ayer.

Shigure oto nakute
Koke ni mukashi o
Shinobu kana

El maestro Daisetz Suzuki, en su largo comentario sobre el poema de la rana de Bashō, afirma que este penetra con su visión en el Inconsciente (así, con mayúscula, lo escribe Suzuki) no por medio de la serenidad del estanque, sino a través del sonido de la zambullida producida por la rana. El sonido o el no sonido.

Más cosas por el estilo, el 26 de este mes. En Albacete. Os espero.

Septiembre 2023

CONSTRUIR

Sopla la brisa
por la ventana abierta.
Luna menguante.

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En medio de estas calores estivales, el soplo de un aire, por mínimo que sea, es grato para la piel y para el alma. Hace dos semanas, de madrugada, por la ventana de mi dormitorio, sorprendí a la luna. Y al mismo tiempo, inesperadamente, recibí la caricia de un airecillo fresco que barría el monte, la Cabeza del Oso, donde está la casa.

¡Qué placer tan simple y delicioso!

Agosto 2023

CONSTRUIR

De luz bañada
Una pequeña flor.
Mis sueños andan.

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Lo compuse esta mañana, uno de agosto, cuando a las ocho de la mañana me disponía a cerrar la puerta del balcón y bajar la persiana para mantener la casa en penumbra el resto del día. Pero antes de bajar la persiana, mi vista se quedó clavada en esta solitaria flor, única superviviente en un tiesto de geranios, que parecía dar los buenos días al vacío.

 El contraste de su pequeñez y su rojo color contra la inmensidad del cielo azul y radiante de la mañana me hizo soñar no sé qué…

A cuantos conocen la obra de Bashō, el tercer verso podrá recordarles un famoso poema que el maestro compuso aquejado del mal que muy poco después lo llevaría a la muerte:

En el camino,
Enfermo por páramos,
Vagan mis sueños.

 Tabi ni yande
Yume wa kareno o
Kakameguro

たびに病んで
夢は枯野
かかめぐる。

Mayo 2023

CONSTRUIR

 

Le recordé

saboreando unas fresas.

Largo camino.

 

DECONSTRUIR

En el “Condes” del pasado mes, comenté la relación que hay entre, por un lado, la ausencia de artículos determinados e indeterminados de la lengua japonesa y, por otro, la visión unitaria de la realidad descrita en los haikus compuestos por los maestros japoneses. Fue a propósito de “los lirios” de mi haiku abrileño.

Hoy deseo comentar, y perdón por mi charlatanería de viejo profesor, otro tema bastante relacionado. Me refiero a la ausencia de marcación personal específica que hay en los verbos japoneses. No hay desinencias (ni, aun menos, pronombres personales antepuestos a los verbos, como se hace en inglés o francés) en la conjugación verbal que nos podrían permitir conocer quién habla: si soy yo, o tú, o él-ella, o nosotros, etc. Los japoneses, aunque esto lo conocen por otros recursos lingüísticos usados en la conversación, en el lenguaje escrito deben deducirlo por una especie de metatexto. Aun así, queda un amplio margen a la indefinición, a la ambigüedad. Estas dos cualidades –indefinición y ambigüedad–, que en nuestra expresión literaria suelen ser evitadas deliberadamente, pero que en la expresión literaria japonesa suelen ser valoradas, redunda en uno de los rasgos más esenciales del haiku: su impersonalidad.

   El haiku es, como la naturaleza, impersonal y frío. No es poesía de sentimientos ni de monsergas emocionales. Ni, por supuesto, de religión, ni de moralidad, ni de filosofía, ni de amores. Creo, en efecto, que este rasgo, el de la impersonalidad, al lado de los de la sacralidad y el de la inocencia, forma la santa trinidad de lo que, a mi modesto entender, constituye la esencia del haiku japonés.

En español, solo los infinitivos y los gerundios no son formas personales del verbo (a veces también los participios). En mi haiku de este mes, quizá porque no es fruto de la mente de un japonés, me he tomado la licencia de personalizar el primer verso con un pronombre. El de “Le” (podría haber sido “la). Sin embargo, en el segundo verso, me he servido del gerundio “saboreando” para introducir cierta impersonalidad en la acción de saborear. Es decir, ¿quién saborea las fresas? ¿Soy yo que recuerda a esa persona en el momento en que yo me puse a comer fresas que es una fruta de primavera? ¿O es esa otra persona a la cual estaba comiendo fresas en el pasado, la persona a quien recuerdo en el primer verso?

     Ambas interpretaciones son posibles. Las dos me valen. Con esta indefinición, he pretendido acercarme a la comentada impersonalidad del haiku japonés. Las dos fueron frutos de una sensación: la sensación poderosa del recuerdo, es decir, de la conciencia de un momento del pasado, generado por el acto de comer fresas. Y la sensación del pasado me hizo concluir: ¡qué largo camino este de la vida! Porque el haiku es hijo de la sensación.

Lo demás cae por su peso.  Como dice hermosamente Blyth: «Buscad el Reino de la Sensación, y todo lo demás se os dará por añadidura».

Abril 2023

CONSTRUIR

¡Ay, cómo juega

entre las hojas de los lirios

la primavera!

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Hace unos días, me impresionó los juegos de luces, con tantos matices de verdes, y los juegos de brillos y sombras del arriate de lirios, aun sin florecer como se aprecia en la foto adjuntada, que enmarca el espacio desde donde practico el arco. Hubiera deseado escribir:

¡Ay, cómo juega

entre hojas de lirios

la primavera!

De ese modo, hubiera contado siete sílabas el segundo verso (con hiato entre  la “e” y la”o”) y, tal vez, le hubiera dado mejor ritmo a todo el haiku. La verdad es que, sin embargo, deseaba personalizar a las hojas de estos lirios en concreto, usando sendos artículos determinados.

   El haiku japonés carece de determinación en los sustantivos, por la sencilla razón de que no existen artículos en la lengua japonesa. Es una de las indefiniciones, con ribetes de ambigüedad en no pocos casos, que da carácter a esta lengua. En español, por el contrario, como en la mayoría de las lenguas de nuestro entorno, personalizamos el discurso. Es como si tuviéramos necesidad de marcar nuestro conocimiento o desconocimiento, nuestra relación o no relación con las cosas, nuestra implicación emocional o no implicación con ellas. Dar un carácter o bien particular, concreto, o bien genérico a las cosas que nos rodean forma parte, por consiguiente, de nuestra percepción de la realidad.

    Por el contrario, en la mente de los maestros japoneses cuando componían haikus no existía tal dualidad. Y, en mi opinión, el haiku japonés tiene como cualidad central la descripción integral y holística de una realidad, que no es el resultado más que de una visión unitaria del mundo fenoménico.

   Pongamos como ejemplo comparativo el famoso haiku, de la rana que salta al viejo estanque del maestro Bashō. Lo recordamos:

 

 Furu ike ya                               El viejo estanque.                 

Kawazu tobikomu                Se zambulle una rana.

Mizu no oto                              Ruido del agua.

 

Y ¿por qué no “estanque” no puede indeterminarse con “un” y “rana” determinarse con “la”? Y traducir, entonces:

 

Un viejo estanque.

Se zambulle la rana.

Ruido del agua.

 

Sería, pues, un estanque desconocido por el poeta y una rana determinada por ser conocida previamente por este. ¡Claro que es posible! Seguro que el bueno de Bashō sonreiría con indulgente desaprobación –como a menudo desaprueban los japoneses– ante la frívola improcedencia de tal debate…  O se encogería de hombros porque en su lengua tal debate es imposible y la visión de las cosas es unitaria y no fragmentada en este aspecto gramatical.

La conclusión de estas reflexiones es  el reconocimiento de hasta qué punto nuestra visión del mundo se halla encadenada por el lenguaje con que nos expresamos y que modela nuestra mente. En mi haiku, los lirios los conozco bien: lo veo casi a diario cuando paso a su lado. Por eso, me salió natural escribir “los lirios” y no “unos lirios”, ni simplemente “lirios”, sin ningún artículo.   Y si son “los lirios”, por fuerza han  de tener “las hojas” y no “unas hojas”. Además, si hubiera escrito “unas hojas”, estaría reconociendo que había otras hojas de los lirios que no ofrecían tan sorprendente danza de brillos y sombras.

Hay otro poema de lirios que recuerdo. Es del haijin Hekigodō (1873-1937), discípulo de Shiki.

 

Los lirios del monte                        Yamayuri ni

empapados de la lluvia                Sosugu taiu ya

mientras canta el cuco.                Hototogisu.

 

山百合に

そすぐ大雨や

ほととぎす

Marzo 2023

CONSTRUIR

En medio de la noche,
La rama en flor del almendro,
Tan inmóvil.

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Los almendros en flor de nuestro país mediterráneo son un poco como los famosos sakura en Japón: heraldos de la primavera y causantes de que, mirados con buenos ojos, nos llenen el corazón de una extraña esperanza.

    En mi jardín tengo uno. Ya es viejo y no da muchas almendras. El retraso que este año ha tenido su floración ha merecido la pena, porque esta ha sido magnífica. Admirada en una noche sin viento y sin luna, es especialmente hermosa. La blancura de los pétalos de sus flores ilumina suavemente las tinieblas. Y no solo eso, pues lo que hace la noche con los sonidos, también me parece que lo hace con ciertos colores, como el blanco: los agranda y resalta, como si desplegara ante los ojos un bello y gran tapiz en alto relieve.

   Pero la belleza tiene un peso. ¡Qué bien lo sabía Mizoguchi, el tartamudo y trastornado protagonista de esa gran novela lírica llamada El pabellón de oro, de Yukio Mishima!  Este peso (para algunas sensibilidades opresivo; para otras, incluso destructor) puede producir la sensación de que algo se queda paralizado, presa de una súbita inmovilidad.

    Fue la que yo sentí la semana pasada contemplando, poco antes de acostarme, el almendro de mi jardín, con unas flores ya algo pasadas en sus ramas. A causa de esa belleza y, quién sabe, si por la incipiente marchitez de sus pétalos, rematé el haiku con ese tercer verso: “tan inmóvil”.

   Acompaño una foto.

Viendo esta foto, se me ocurrieron otros dos haikus que someto a la bondad paciente de mis lectores de El Rincón. Podrán juzgarlos y determinar si les gusta más que el primero.

Fueron estos:

De las flores secas

Del almendro en la noche,

¿hay quien se acuerde?

El otro fue este:

En noche sin luna,

Las flores del almendro

Desde mi ventana.


¿Con cuál os quedáis de los tres?

Yo, evidentemente, me quedo con el primero, el que encabeza hoy esta sección. No sé muy bien por qué. Para empezar, me recuerda un bonito haiku de Midorijo, una estupenda haijina japonesa nacida en 1886 que publicó sus poemas en la revista Hototogisu creada por el gran Masaoka Shiki. Dice así:

Viento de otoño.

Un caballo cargado de piedras

¡tan inmóvil!

Ake kaze ya / ishi tsunda uma no / ugokazaru

 

Otra razón de haber elegido el de la inmovilidad de las ramas floridas es que, sencillamente, me parece… bailable. Para mí, un buen haiku, poesía de sensación, es decir, poesía física, es aquel que invita a la danza, aquel que permita que el cuerpo se mueva al ritmo sutil de sus diecisiete sílabas.

   A algunos lectores esto le parecerá un disparate. A lo que no se lo parezca o a los que acepten el desafío, yo los animo a participar en un taller de “danza de haiku” que se celebrará en Madrid dentro de dos semanas.

https://danzartelavida.my.canva.site/elhaikumasterclass

Lo ofrecemos, conjuntamente, el que escribe estas líneas y la bailaora profesional Begoña Castro, una consumada artista. Begoña enseñará a los participantes en esta masterclass de 16 horas cómo suspender sus cuerpos en una inmovilidad sugerente, tras haberlos movido por los meandros insinuantes de las diecisiete sílabas de haikus famosos y también de haikus compuestos por los mismos participantes.

  Porque el haiku es poesía corporal, poesía en movimiento; y para que haya movimiento, al igual que para que haya música tiene que haber silencios, deben existir pausas de inmovilidad.

Como la inmovilidad de esa rama en flor del almendro admirada en una noche sin viento de finales del invierno. Y que ha quedado suspendida para siempre en el tercer verso de este torpe haiku.