CONSTRUIR
Dos gorriones
por las mesas de Casa Antonio,
revoloteando.
DECONSTRUIR
“Casa Antonio” es un humilde chiringuito playero. Está en el barrio de El Palo, al que llego tomando el autobús 11 desde el centro de Málaga. Me gusta ir a comer solo a este restaurante cada vez que voy a esta ciudad; así lo hice en mi reciente viaje de hace tres semanas a Málaga (donde por cierto desde hace ya unos cinco años se mantiene activo un club de literatura japonesa llamado Shunkin cuyos miembros cada mes comentan, presencial o virtualmente, un libro).
Mientras comía, observé que una pareja de gorriones, ¿o eran tres?, se atrevía a acercarse a picotear algún resto de comida que había en las mesas, pero enseguida se alejaban temerosos. Y enseguida volvían y de nuevo se alejaban. Fue la escena que vi.
¿Quién podría decir que a menos de cincuenta metros estaba el mar? Me pareció, cuando compuse este haiku, que la escena de los gorriones, que por ser pareja me hacía pensar en un nuevo amor, ocupaba un buen espacio, el suficiente tal vez como para no añadir alguna tentadora pincelada marina, aunque fuera por medio de una leve insinuación. El olor del mar me llegaba, la brisa la sentía en los brazos, y el rumor de las olas podía hasta oírse desde donde yo estaba sentado…, pero no me cabía ninguna de estas sensaciones simplemente porque los osados pajarillos lo llenaban todo.
El gran haijin Issa, nacido en 1715 y siempre vivo con sus maravillosos haikus, es el san Francisco de Asís de los haijines. A él debemos un inolvidable poema de gorriones. Dice así:
Suzumera yo
Shoben muyō
Furu fusuma
雀らよ
小便 無用
古いふむま
¡Eh, gorriones!
¡No hagáis vuestras necesidades
en mi vieja colcha!
Issa es famoso por sus interpelaciones a los más humildes bichos vivientes, como pulgas:
Mi choza es pequeña,
pero, por favor, practicar vuestros saltitos,
¡oh, pulgas mías!
Y moscas:
En mi ausencia
divertíos haciendo el amor,
¡oh moscas de mi choza!
En mi haiku de junio Carlos Rubio, terrenal, habla DE gorriones.
Pero el maestro Issa, celestial, habla A los gorriones (y a pulgas y moscas).
¿Habrase visto tamaña diferencia?



Acompaño una fotografía del sendero donde, paraguas en mano, me interné el pasado sábado por la tarde. Fue en los alrededores del monasterio cisterciense de San Pedro de Cardeña, cerquita de Burgos, donde pasé cuatro días sin teléfono, ordenador, mujer ni familia, disfrutando de la belleza de los salmos con la comunidad monástica y saboreando el silencio en los paseos y en mi celda y las palabras de un par de buenos libros que elegí de la biblioteca del monasterio. En uno de esos paseos bajo la lluvia, pude respirar el aroma a tierra, a podredumbre, a otoño mientras pisaba las hojas derrotadas por el agua caída del cielo. De regreso a la celda, escribí unos diez o doce haikus. Deseché todos a favor del que ahora presento a los lectores de El Rincón. Con él, no sé si transmito la sensación de la fragancia. La fragancia.