Archivo de la categoría: Haibun (Coord. María Ángeles Millán)

Selección mensual de María Ángeles Millán de haibun de diferentes autorías.

Febrero 2022

Haibun 29

 Buenas noches

 Es un delito perderse esta noche templada, aquí sentado en el pretil de piedra con el rumor del agua que fluye sereno por el río.

   Melodía líquida en la oscuridad.

   “Buenas noches”, me saluda alguien que cruza el puente cercano. Casi estoy por decirle que se siente conmigo a saborear esa “Buena noche”. Pero claro las etiquetas y protocolos sociales no me lo autorizan.

   Vuelvo al agradable sonido pleno de quietud que me regala el río. ¿Qué hacer ahora? Siempre nuestra mente inquieta y juguetona propone algo que hacer. Nada, me responde la noche y el río. Respira. Deja que transcurra el agua y el tiempo. Deja que la mente se vaya con el fluir del riachuelo. ¿Es eso la sabiduría?

   En frente de mí sólo se observa encendido el farol de las últimas calles del pueblo. Permanezco en paciente atención como la salamanquesa: atenta a ese cercano farol encendido en la noche.

   Supongo que soy un aguafiestas para mi mente.

Alguien saluda y cruza
el puente de piedra.
Sólo una farola.

 

Enrique Linares Martí
Valencia  (España)

Enero 2022

Haibun 28

De Paso

        El mirlo del barrio acude a su cita puntual esta mañana y canta, a pesar del gris, que no acierta a adentrarse en el cuarto.

      Tras cumplir con las inevitables tareas domésticas, y en busca de aire renovado y algo de tranquilidad, nos dirigimos pronto a los campos de arroz; unos días antes, cubiertos de agua, ahora, ya removidos tras el fangueo* y el revuelo de las aves que siguen a los tractores. Atrás queda todo un mundo de espejismos, ilusiones invernales que el agua ofrece al que invita a acercarse.

         Esta mañana, barro seco, pocas aves, y ese gris que enturbia el aire. El marjal habla de nuevo, y si alguien se detiene en silencio en cualquiera de los caminos que vertebran los campos, al alzar la vista podrá ver cruzando el cielo, en cualquier momento, algún ave solitaria, quizás dos o una bandada, quedando anclado a la tierra con un alma que, por un instante, se fuga con ella.

        La niebla, a lo lejos, marca la distancia y no consigue ocultar las pequeñas alquerías que, aquí y allá, salpican un lugar que tiene su propio aire.

Nubes, distancia, barro seco, aire y silencio. ¿Qué sabemos?

      Por muy a menudo que vayamos a su encuentro, el marjal siempre nos depara alguna sorpresa. Y cuando el terreno deja paso a algunos lodos, encharcado tras las lluvias, sonrío. Unos flamencos avanzan lentamente cabeza abajo, otros, inmóviles, enrollados dormitando. Reposo necesario del viajero que se esfuerza por llegar a alguna parte. De paso, siempre de paso.

       Nada hay, más que esos cuellos grises o sonrosados, cabizbajos y hermosos seres en busca de alimento. Cuesta desprenderse de esa imagen. Aquí, una pierde la noción del tiempo, pero siempre…

      …vuelve a casa.

de nuevo el viento,

en las grietas del barro

flores silvestres

 * Fangueo:

El fangueo del arrozal es una labor agrícola que consiste en batir con un tractor de ruedas de hierro la superficie de las parcelas para airearlas e incorporar al suelo la paja y rastrojos que quedan como restos de la cosecha después de la siega con las cosechadoras.

 Marga Alcalá
Valencia (España)

Diciembre 2021

Haibun 27

La Gallinita ciega

De chica nunca intenté este juego, la infancia era un tiempo en que todo se daba sin reglas y sin rótulos.

Hoy, que el territorio de la niñez me queda lejos, invento una travesura: doblo con cuidado la servilleta de hilo blanco, espero quedar sola en casa y me vendo los ojos.

La consigna surge mágicamente: recorrer el jardín a ciegas, palpar, oler, escuchar.

Es un día extraño de verano, las lluvias y el sol se alternan continuamente. Empiezo el camino…

El canto de los benteveos me guía hacia la copa del árbol vecino, más allá de la cerca  , descubro un contrapunto de voces cuyo significado todavía no comprendo.

Los pies descalzos se hunden en el césped que recorro con pasos menudos, algún bichito me produce  un escozor que casi disfruto.

Sigo el perfume de los jazmines del país y toco  las rejas por las que trepan , rugosas por el òxido.

 Avanzo hacia el rincón de los cactus y suculentas, palpo con temor a las espinas y me demoro en una caricia. ¡No me dañaron  demasiado! tal vez porque esperaba el pinchazo (esa prevención me hubiera ahorrado muchas heridas).

Las anchas hojas de la caña de ámbar, todavía mojadas por el chaparrón me recuerdan a quien que me la regaló.

Se ofrecen a mis manos las fibras de la palmera y las raíces de las orquídeas enraizadas allí .Un tropezòn provoca el revuelo de cotorras que estaban comiendo los frutos de palma, su alboroto quiebra de golpe el silencio ensimismado en el juego.

Doblo y respiro hondo, los azahares del limonero me atraen y un tenue zumbido de abejas me recuerda los versos de Miguel Hernández: “ “pajarearà tu alma colmenenera”…

Tarde de enero.
Zumban las abejas
en las lavandas

Se complica la pequeña travesía al abandonar los bordes del jardín, busco las piedras redondas y el viejo capitel donde yacen mis gatos, extiendo los pies como acariciando el rincón,  inventándoles ojos a mis pisadas para descubrir el lugar exacto del pequeño túmulo y allí me siento, reanudo mis diálogos secretos con ellos y sé que desde algún lugar,  más allá de las piedras, más acá de la infancia siguen cerca.

Creo que hago trampa girando por los bordes del jardín, temo llegar hasta el centro sin árboles ni texturas que me orienten. Recorro con mis yemas cada hoja que no reconozco y me huelo las manos: ¡la salvia! ¡el laurel!, ¿por què hay tantas hojas que no huelen?   ¿Por qué este juego? ¿Por qué hoy?

 El aislamiento forzado me lleva a inventarme libertades dentro del estrecho margen permitido, quizás sólo se trate de eso: experimentar con los sentidos lo que creía conocido y estar enteramente presente en cada ritmo, en cada textura, en esas realidades que en el vértigo de antes no podía percibir.

El perro viejo me sigue, tropiezo con su cuerpo fiel y cansino, rozo su pelaje de nutria salvaje, seguramente se sorprende de mi nuevo andar a tientas y me acompaña (como siempre).

Así, a ojos cerrados   , este no-tiempo me ofrece otras presencias.

Ya no llueve.

Calor húmedo.
Entre los dedos
el olor de la salvia

 

A Mari Angels , que me inició en el haibun

 

 María Rosalía Gila
Buenos Aires (Argentina)

Noviembre 2021

Haibun 26

El siguiente haibun tiene un precedente
en Orbayu, el número 15, de febrero de 2021,
al que puedes acceder

directamente clicando sobre él.

Orbayu 2

Salir a la mañana nublada y atravesar el pueblo que aún duerme. Remontar una cuesta que se atraganta a estas horas y mirar atrás, abajo.

El ternero se asusta cuando una manzana silvestre se desprende del árbol. La ropa se seca, no se seca, colgada de las mochilas.

El camino entre las autovías de los hombres de cemento y los bosques y lo ríos de nadie. A veces pienso en todo esto, en lo que quiero y lo que no quiero, lo que me gustaría, lo que está y lo que no está. Lo que ya está aquí y no veo.

Otra cuesta. Un descansito al llegar a lo alto del monte. Limacos en el borde del pilón.  Parece que ni se mueven, que llevaran aquí años.

A esta hora de la mañana, en esta luz que está y no está, entre la niebla, todo parece aguardar algo. Desde siempre.

Manzanas silvestres en el fondo del arroyo que bordea el camino.

 Un molino abandonado en los profundo del bosque. Casi bosque ya. Todo es casi bosque aquí. Incluso la luz. Incluso nosotros que solo pasamos, que somos un instante en este lugar.

Una parada en Cornellana, en el Café Casino. Caña y café, y tostada con tomate… Venden artículos de pesca. Estamos junto al Narcea. Zona salmonera.

Por un momento mi padre, mi hermano, están aquí.

Me gustan estos sitios abigarrados llenos de fotos y recortes de periódicos viejos.

En la libreta escribo sobre la luz de la mañana. Y las cuestas. Sobre un ternero que se asustó al caer una manzana, un poco, y yo con su susto también. Un poco. Sobre mi padre y mi hermano. Sobre lo que me gustaría, sobre lo que está y lo que no.

De vuelta al campo el camino remonta sobre las ruinas de un monasterio. A cada vuelta del camino más pequeño, más abajo.

 Más majestuoso.

El sendero se adentra en el bosque, en la montaña, arriba, cada vez más arriba. Hablamos de salamandras con peregrinos de otros países que descansan a la vera del camino.

Las sendas estrechas, el musgo, los castaños. Sin dejar de caminar  pienso en los nombres de las cosas. En los mil nombres de las cosas. En las cosas que no tienen nombre…

¿Cuál será su traducción?

Formar parte de esto. Del río y del puente antiguo. De los pececillos y los guijarros del fondo.

Me gusta.

Del beso furtivo bajo las hojas de los mil verdes que no tienen nombre.

Me gusta alzar la vista sin dejar de caminar. De casi marearme con la luz de la mañana que brilla en los huecos que dejan las ramas de los árboles.

Estar de paso en los pueblos. Los nombres que no conozco de los peregrinos. Ser nadie.

Levantar la mirada y no pensar.

Nada es necesario.

Eso me gusta.

Llegamos a Salas a las tres y media de la tarde. Directos a comer, agotados, a Casa Pachón. Una recomendación. A pesar de la hora dan de comer igual. Espero que Chame tenga hambre a pesar de haberse fastidiado un diente comiendo moras silvestres por el camino.

Chame…

De entrante una sopa. Potente. Garbanzos, vainas con jamón, lomo, bacalada… en cantidades al por mayor. “Hasta que no tengas más hambre”. Dicen. Postre, vino, café. Salimos llenos justo para ir al albergue. Está cerquita. Menos mal.

Albergue Rey Casto. Cama cama, no litera. Terraza en lo alto de la torre, en el centro del pueblo. Vistas todo en derredor. Las montañas, qué verdes. Cerveza de bienvenida y desayuno. Lujo.

Qué verdes las montañas…

Dos señoras mayores, una mexicana y otra argentina, se juegan a las cartas el honor patrio entre risas. Gran final.

Salimos una vez más a la niebla. Esta vez al atardecer. Paseo por el pueblo envueltos en el orbayu. Compramos provisiones. A la noche nos  invitan en Casa Pachón a caña y zumo. Qué gente. Tan hermosa y grande como el paisaje que la concibió.

Desde la terraza de la torre se intuyen las luces de granjas en la montaña. El silencio es absoluto, redondo. La noche y el orbayu que no cesa. Todo está aquí. Todos los nombres de las cosas. Todas las cosas sin nombre.

amanece nublado
un limaco se estira
al borde del agua

                                                                                                Félix Arce Araiz   (Mômiji)
Santander (España)

Octubre 2021

Haibun 25

Viaje en el recuerdo II

Podéis leer Viaje en el recuerdo I, el haibun 3,
también de Mayra en la revista
de Mayo de 2020, clicando aquí.

Rompe la primavera con sus olores, sonidos y colores. Se han congregado nuestros vecinos y compañeros del colegio frente al edificio para vernos partir. ¡Cuánto silencio!

Este viaje no es en tren, nos montamos en un carro extraño, negro y viejo. Mis padres en un abrazo bien estrecho, ocupan solo un asiento y medio, se dicen tantas cosas sin hablar. Mi hermano no me pide el lado de la ventanilla… Ni siquiera está a mi lado; y yo, me veo tan chica detrás del cristal.

Ni una nube,
cae a la carretera
un ramo de gladiolos.

Van pasando lentamente los campos surcados, listos para la siembra. En la distancia, niños empequeñecidos corretean descalzos por las explanadas como hicimos él y yo tantas veces. Los ríos comienzan a crecerse con las intensas lluvias de los últimos días, las palmeras mueven las pencas a voluntad del viento. El  marabú a ambos lados de la carretera exhibe pompones rosas y amarillos. Todo ese paisaje que nos sabemos de memoria parece no estar.

Hace calor, una anciana retrasa el paso en un sendero para vernos pasar, se persigna. El olor a pino recién cortado  y azucenas nos compaña todo el camino.

Con los ojos aguados no logro ver el mar, solo una línea azul en el horizonte. Casi llegamos, cuando el carro se detiene me late con fuerza el corazón.

Funeraria
La butaca más cómoda
para mi madre.

                                                                                          Mayra Rosa Soris
Santa Clara (Cuba)

Septiembre 2021

Haibun 24

En este valle la temporada de lluvias dura poco más de dos meses, suelen ser mansas y espaciadas, pero este año han dado de qué hablar; hace unas semanas eran una bendición pero la inédita frecuencia e intensidad con que se han presentado ha cambiado el parecer de la gente, la ropa no se seca y las cosechas se empiezan a deteriorar.
Por la mañana las nubes altas auguran un buen día, así que sin perder el tiempo en cavilaciones ociosas salgo para rodearme del verdor renovado del cerro. El sol es de verano pero la humedad de la tierra atemperan el clima lo que hace agradable el paseo. Ya en la cima, solo tomo el tiempo necesario para recuperar fuerzas, mirar rápidamente el valle y empezar el descenso. No hay nadie pero tampoco estoy solo, las uñas de gato* parecen altavoces a su máxima potencia

Bajando el cerro
entre cantos de chicharra**
Nubes sin sombra

La premura por regresar al pueblo fue acertada, pues ya se asoman nubes grises, los árboles que aún no han sido recogidos me recuerdan el poder de los súbitos vendavales recientes. Entonces corto camino entre las milpas*** junto al río, cuyo estruendo no deja de aumentar.
El viento empieza a soplar, trayendo el olor del agua. Estando a minutos de casa, el impacto de algunas gotas en el suelo me hacen creer que he perdido la carrera, pero no, es solo que

Arrecia el viento
La fronda aún con agua
llovida ayer

                                                                    Jaspe Uriel Martínez Gonzalez  “Ajenjo”
México

*ocotillo https://es.wikipedia.org/wiki/Fouquieria_splendes
**cigarras.
***parcela

Agosto 2021

Haibun 23

Sendas de Kumano Kodo

熊野古道の小道

Jorge

El ómnibus se detiene en silencio. Nuestra guía, Yuko, anuncia “¡llegamos!”.

De inmediato comienza el movimiento. Julia dice “ ¡no te olvidés la cámara!”. Con ansiedad bajamos y nuestros ojos quieren verlo todo.

Nos espera una anciana con su sombrero kaza y su piel con huellas de la historia. Con una reverencia y voz suave nos dice su nombre 小松貞子 .

La presenta Yuko : “Sadako Komatsu, es la guía oficial del camino de Kumano. No habla español”.

Julia

Después del saludo nos entrega a cada uno los bastones que nos ayudarán en la caminata. Iniciamos el camino en silencio dejando que ese paisaje de Japón se adentre en nosotros

Sol luminoso…

El aroma del bosque

en el aire

Jorge

Grandes árboles entrelazan las raíces, una niebla a lo lejos no deja ver más que imágenes únicas casi perdidas varios metros más abajo y una senda que serpentea y se pierde…

Historia del tiempo.

Las raíces de los árboles

entrelazadas

Julia

Al caminar acompañados por nuestra respiración y la naturaleza exuberante sentimos la presencia de los grandes maestros del haiku junto a nosotros

Camino ancestral…

Entre pinos y helechos

el sonido de los bastones

Jorge

“¡Miren allá!, parecen casas… “

“Es un oji; un santuario secundario”, nos acota la guía.  La fila india se va estirando. Nosotros dejamos pasar a algunos para hacer  fotografías con tranquilidad.

Escalón de madera.

En la rugosa piedra

brilla el musgo

Vamos bajando la cuesta , una compañera trastabilla y se levanta. Su bastón queda trabado entre la maleza y lo abandona. Ya más cerca vemos el santuario y un campo de arroz.

Julia

A medida que descendemos para llegar al santuario Kumano Hongu Taisha nuestros sentidos se alertan aún más.

Recibimiento inesperado…

El graznar de un cuervo

posándose

Jorge

Escalera empinada.

Una linterna de piedra

escolta al torii

Julia

Nos unimos a un grupo de peregrinos que hacen sus ofrendas.

Nubes bajas…

El humo del incienso

haciendo círculos

Jorge

Los puestos con tablillas Ema y los pies cansados y el torii a la vista y el deseo de un baño…

Pies cansados.

Comprando tablillas

sin saber que dicen

Estamos plenos de naturaleza y espiritualidad; el camino de Kumano  nos invita a seguir…

 

M. Julia Guzmán y Jorge A. Giallorenzi.
                                             Córdoba, Argentina.
                                             21 de abril de 2021

cof

.

Julio 2021

Haibun 22

Once años, alguien hizo que recordara mi primer viaje en tren a la luz del día a los once años, cuando leí en unos versos «esa palabra»

Íbamos en tren… de esos carreta, que para recorrer 365 km. demoraba 12 hs.

Era verano, diciembre, de vacaciones a casa de mis abuelos. Con el olor de los libros… las últimas tareas… el último dibujito, la madera de los lápices en el sacapuntas todavía frescos en mi cabecita y llena de emoción por los días venideros : el pequeño pueblo de calles de tierra, el paso del tren a dos cuadras del cuarto, los paraísos sombrilla, los juegos a su sombra, el canto ensordecedor de las chicharras. Las aventuras en el campo, las noches a la luz del sol de noche, los sonidos del ganado, la cocina a leña, la carneada, la… el… tanto!

Y por esas horas el traca traca… el chirrido de la puerta, el olor del baño, el sudor del señor sentado al otro lado del pasillo, el agujero en el asiento de madera, el sol, la cortina…

Todos los movimientos indicaban que ya era la hora de abrir los paquetes hechos en casa. Almorzamos nuestro sandwich de milanesa y de pronto, en la ventanilla, un campo como un mar amarillo… con el sol a pleno de mediodía, se abrió ante mis ojos.

Me cautivó tanto, que en mi cabeza sólo existió el instinto irrefrenable de tocarlo.

Desde un tren que marchaba tan lento, qué puedes pensar, nada… sólo hacerlo antes que acabe…

arde mi mano,
rozando desde el tren
flores de colza

Mirta Gili  Gili
(Argentina)

Junio 2021

Haibun 21

La casa del poeta

En la farmacia me dicen que la casa del poeta se encuentra “al fondo de la calle, junto a una jacaranda”. Camino un par de cuadras, durante el trayecto me cruzo con dos golondrinas que pasan casi rozando los adoquines. Las viviendas son de un solo piso, con plantas y flores en las ventanas. Al llegar al sitio indicado me parece estar frente a una casa conocida: ventanas polvosas*, cortinas cerradas, una jacaranda sin desramar y sus flores que, al caer, se pierden entre la hierba. Siento como si hubiera regresado a mi propia morada. La construcción es diferente, lo mismo que el clima; pero ese aire familiar que percibo es el mismo que despide la cabaña de Kyorai, el huésped de la luna.

Zapatos sin lustre –
Antes del viaje
pulí el poema

*Polvoso, a: polvoriento, a; Sergio Pitol y otros escritores mexicanos lo usan

Jor
(Jorge Moreno Bulbarela)
Xalapa, Veracruz (México)

Mayo 2021

Haibun 19

Al final del camino

Llueve, llueve… la lluvia golpea las calles… golpea, golpea, golpea mi alma. Una lluvia que martillea el mundo, lo ablanda, lo ahoga… una lluvia fría y pagana. Llueve, se diluye mi sombra entre tanta agua.

Paso a paso recorro calles que parecen extraviarse en otras calles… La vida se aquieta en soportales sombríos, bajo aleros destartalados, en marquesinas mancilladas por grafitis enmarañados… la ciudad parece cansada.

Llueve… piso aceras encharcadas… charcos de lluvia de ayer, de lluvia de hoy. Travieso, salta mi reflejo de charco en charco… un reflejo que se ondula, que se asoma y se esconde… un reflejo hecho de ayer, un reflejo hecho de hoy.

Llueve, llueve… cuelga entre las sombras de un callejón el maullido de un gato… llueve, llueve… brota el silencio de entre las heridas del asfalto. Llueve… una lluvia gris de frío tacto.

Un año nuevo, un viejo sentir… empapado de lluvia y silencio camino sin saber a dónde llegaré, sin saber siquiera si habré llegado. Charco a charco, salto a salto, a mi espalda se va desvaneciendo la ciudad…

 

Año nuevo…
Sobre la tumba de mi padre
gotean las flores de tela

 

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

Alfredo Benjamín Ramírez Sancho,
Asturias (España)

-.-

Haibun 20

La parada

Incansables, vuelan los vencejos por toda la ciudad. Sus aleteos y gritos se hacen notar al regreso del mercado. En la parada, una anciana diminuta  sonríe mirando al cielo.

Sentada, con las piernas colgando como una niña, espera el autobús. En el regazo, la compra, en su cabeza, un moño blanco y una pequeña peineta de nácar semioculta en la tirante melena. Con el mandil de casa, que esconde a duras penas una falda negra y las medias rotas, limpia un ojo que llora.

<<El viento de poniente, sabe usted>>, le dice al hombre que a su lado, tecleando el móvil la ignora.

En la sombría calle, a punto de alcanzarse el mediodía, la luz de una sonrisa se desvanece.

 calor de asfalto,
la blusa de la anciana
huele a cebolla

 

 Marga Alcalá,
Valencia (España)