Todas las entradas de: el rincón del haiku

Marzo 2024

CONSTRUIR

En los cristales,
El roce de unas ramas
Al caer la noche.

DECONSTRUIR

Se dice frecuentemente que el haiku es la poesía de la sensación (no de los sentimientos).

A este respecto, me gusta citar estas palabras del poeta portugués Fernando Pessoa: «La única realidad para mí son mis sensaciones. Yo soy una sensación mía. Por lo tanto, ni de mi propia existencia estoy seguro». Me gustan porque retratan claramente no solo la inseguridad existencial del haijin, traducida en su radical soledad en el mundo, sino porque esas palabras parecen insinuar la anulación de la individualidad del haijin, de su yo.

    Sí, el haijin es un solitario (no en vano el haiku es la poesía más cercana al silencio). ¡No tiene ni yo! Una verdad de la que debemos estar, secretamente, orgullosos: estamos solos con nuestra sensación. Es nuestra única realidad: la sensación. Nada más. Sí, solitarios pero, es justo añadir, con las entrañas perforadas por los latidos del universo (Universo como escribiría el maestro del zen Daisetz Suzuki).

   En cuanto a la anulación del yo o de la individualidad, cuando hablo o escribo sobre la historia de la poesía japonesa, suelo afirmar que esta poesía es un camino hacia la anulación del yo o, más bien, expresado en términos del misticismo español, hacia el desasimiento del yo.

   En términos de la historia de la poesía japonesa, tal camino va desde los tiempos del waka (poemas japoneses de cinco versos) de la poesía cortesana, fuertemente codificada, que se encuentras en la antología Kokinshū (año 905), pasando por el renga –poesía con estrofas encadenadas escritas en equipo– y llegando al haiku –poesía de 17 sílabas escrita por una sola persona–. Tres hitos fundamentales –hay otros secundarios– representados por la respectiva importancia que en los trechos que delimitan cada uno de esos hitos tuvieron, respectivamente,  la tradición codificada, los colaboradores y la sensación individual.

   Sobre renga, poesía encadenada y colaborativa, tengo que hablar en el curso presencial que imparto todos los martes en Casa Asia Madrid, titulado “Poesía clásica y moderna de Japón”. Por cierto, y por si fuera de interés para los lectores de El Rincón, desde el 16 de abril próximo, Casa Asia Barcelona ha organizado otro curso, idéntico al anterior, pero esta vez online, y apropiado, por tanto, a quien desee seguirlo desde su casa. Será también los martes. Más información en   https://www.casaasia.es/actividad/curso-online-poesia-japonesa-clasica-y-moderna/

   Investigando estos días sobre la poesía renga, hallé la siguiente cita de Shinkei (1406-1475), un maestro de renga, en la que nos explica las claves de composición de este arte, muy popular en el Japón entre los siglos XIII y XVI (y que Bashō también cultivó).

«El arte del renga no es el arte de componer poemas o las estrofas de un poema, sino un ejercicio del corazón de penetrar en el talento y en la visión de otra persona». Seguir la propia pendiente: no es así como podremos aprehender el sentido indescifrable del otro».

   De hecho, en aquellos días, en las reuniones de varios poetas para componer renga, si un poeta seguía su propia pendiente y mostraba voluntad de destacar saliéndose del espíritu de grupo, no se le volvía a invitar más a dichas reuniones.

    El pensar en el corazón del colaborador, del otro  cuando se escribe un poema colaborativo (renga) no es nada fácil de entender en la cultura occidental de nuestros días, en donde prima la individualidad y está entronizado el yo del creador, del artista, del poeta.

     Aunque el haiku sea un arte individual, y no colaborativo, la ausencia del yo intelectual, del yo sentimental o afectivo, hasta del yo estético, creo que es una herencia natural del renga. No en vano este arte fue progenitor del haiku en la historia de la poesía de Japón.

    En el poema de este mes, dominan la sensación acústica –el sonido áspero de las ramas contra el cristal–  y la de soledad –con la noche en ciernes– que podrían percibir no solamente yo, sino cualquier persona.

Notas primaverales

Llega calladamente, como si no quisiera perturbar el sopor de las cosas. No se sabe de dónde viene ni a dónde va, pero está ahí, detrás de la niebla, como ruborizada por su propio esplendor. Al fin la primavera se decide y lo llena todo con su luminosa alegría. No se hable más -dice Buson-; es preciso vivirla. Unas notas dispersas, rescatadas al azar, dan fe de ese milagro.

Se ensancha la luz y despiertan los arroyos… Aún chorrean las canales, y el verdín de las tejas rezuma humedad, pero ya están ahí las golondrinas… ¡Qué maravilla verlas volar, raudas, graciosas, con quiebros y giros repentinos, subiendo y bajando como si crearan el espacio!… Un chillido ensordecedor sobrevuela las calles: es el “tsuit-tsuit-tsuit” que celebra la vida… También las crías ensayan la delicia del vuelo, prestando al lenguaje popular la metáfora del crecer, cuando se dice de un niño que “ya va volarguero” trasponiendo el andar al volar, y el balbuceo al canto…

Los niños chupan los carámbanos goteantes de luz, y ya todo verdea y se rebulle, en el tiempo de las semillas voladoras y de los tiernos brotes: los del sauce -que aquí llaman “musigatitos”- se asoman, curiosos, sobre las torrenteras, junto a las blancas sombrillas del “cirimomo” en flor, los alisos, los fresnos, los endrinos… Una luz líquida resbala por los aleros que vuelan y se quiebran sobre las hondas callejas en zig-zag. A media mañana, la claridad va avanzando por los “pozos de luz”, penetra en los  patios de tierra y, de pronto, se queda como fija, creando islas de “sol-solito” para los gatos que se ovillan envueltos en su tibia pereza… A lo lejos, sobre los prados de la orilla del río, la ropa puesta a solear es otro signo primaveral. Pero es en las solanas de madera labrada donde el deshielo se hace más vivo: en los hilos de aguanieve, en el suave chorrear de la ropa tendida… Suena ya por los campos el canto del herrerito, el “chichipán” alegre, insistente, en la fragua del aire…

Entre marzo y abril, empieza la floración de los cerezos: una explosión silenciosa de luz alada… A lo lejos, la arboleda se descompone en amplios rodales color ceniza, como la luz del cielo cuando empieza a romper el día, pero esa claridad lechosa se convierte, al acercarnos, en una blancura cegadora que parece restallar contra el azul y se hace aún más intensa en los días oscuros de niebla baja. Esa blancura tónica se matiza con algún toque rosado, que revela las diferentes variedades de cerezo o la presencia de otros árboles –el manzano, el melocotonero- entreverados en el paisaje. Todo lo llena esa presencia real, esa fiebre inmaculada, como si, de repente, se creara otro mundo que prevalece sobre los prados verdes, las aguas claras, el canto de los pájaros…

Mientras dura la floración de los cerezos, no hay ojos para las otras flores, sobre todo para las que brotan, humildes y anónimas, a ras de tierra, en los bordes de los caminos y de los regatos, al pie de las paredes o en las fincas abandonadas. Las barreras de los montes rebrillan con las hojas nuevas del roble melojo, y en los prados se van encendiendo las flores del botón de oro. Hay tantas flores que casi no se pueden nombrar: los alfileres color violeta, el malvavisco –algo más pálido que la malva-, la flor blanca de la cañaheja y de las sombrillas del cirimomo, la flor rosada de la zarzamora o del trébol silvestre que los niños suelen mojar en el agua para luego chuparla, la flor color tabaco de la juncia… La naturaleza cumple su ciclo inexorable, pero en las zonas altas, apenas hay testigos del milagro, y abajo no se le puede poner nombre a ese exceso floral que se despliega, desde marzo hasta bien entrado el verano, con exacto desorden.

Pasan los años. Las abejas construyen su colmena en la fachada de la casa vacía, y las golondrinas regresan al antiguo nido en una esquina de la solana. Ha vuelto la primavera.

***

 

Hierbas al borde del camino

Marzo, 2024
Verano – otoño
Córdoba, Argentina

 

Hierbas al borde del camino

 

何とかしたい草の葉のそよげども

Nan toka shitai kusa no ha no soyo gedomo

 

Los susurros de las hierbas ¿qué es lo que quieren?

(Trad. Julia Jorge)

 

Este, y otros haikus de Santôka, atestiguan la agudeza de sus oídos. No sabemos con certeza si el poeta está tendido en la hierba y escucha el suave sonido de la hierba movida por el viento. Ese murmullo aparece en este haiku como una especie de oleaje verde sutil como cuando se escucha el mar dentro de una corola. Otra interpretación posible surge cuando al imaginar un Santôka errando por senderos desconocidos mientras escucha el sonido que producen las pisadas en la hierba. Se trata del sonido del caer de las hojas o el imperceptible murmullo de las plantas mecidas por el viento. Todos estos débiles sonidos componen una especie de armonía vegetal. Quién viaja a pie se dispone sensorialmente al mundo ya sea para captar sus sutilezas o para enfrentarse cuerpo a cuerpo con una naturaleza de fuerza imprevisible.

            La idea de “estar en armonía con la naturaleza” ha sido central en la definición de las poéticas del haiku en general. Sin embargo, en el caso de Santôka, el artificio de una naturaleza organizada (esa segunda naturaleza mencionada por Haruo Shirane) raramente se refleja en sus composiciones. En una época de constantes cambios, el territorio (y con esto me refiero tanto a las ciudades, pueblos, como a los caminos de montaña) están intervenidos por elementos y fuerzas humanas que preceden la modernidad y la conquista. Tal y como Santôka menciona en “Sobre mí” (traducción que presente en la entrada anterior).

            Sin embargo, dejaré para otra ocasión aquellos haikus donde aparecen esos elementos “modernos” (en tanto modificaciones de la forma poética, características del estilo libre (Jiyuritsu); pero también de contenido o tema). En esta ocasión me gustaría presentarles algunos haikus de Pagoda vegetal (Sômokutô), obra que reúne haikus de sus libros publicados en vida compilada por el mismo Santôka.

ここにおちつき草萌ゆる

Koko ni ochitsuke kusa moeyuru

Aquí brota la hierba en calma

*

 

草の実の露の、おちつかうとする

Kusa no mi no tsuyu no, ochitsukau to suru.

 El rocío sobre los frutos de la hierba, me calma

*

 

草しげるそこは死人を焼くところ

kusa shigeru zoko shinin wo yaku tokoro

La hierba crece rápidamente, ahí
dónde se ha quemado un cadáver

*

 

木の芽草の芽あるきつづける

kinomesô no me arukitsuzukeru

 Sigo caminando entre árboles y brotes de hierba

*

 

法衣こんなにやぶれて草の実

hôe konnani yaburete kusa no mi

Mi túnica rasgándose con los frutos de la hierba

*

 

何とかしたい草の葉のそよげども

nantoka shitai kusa no ha no soyoge domo

 La brisa entre la hierba ¿qué es lo que quieren?

*

 

草の実の露の、おちつかうとする

kusa no mi no tsuyu no, ochitsukau to suru

Me calma
la gota de rocío sobre los frutos de hierba

*

 

草の青さよはだしでもどる

kusa no aosa yo hadashi de modoru

 El verdor de la hierba, vuelvo descalzo

 

 

あるけば草の実すわれば草の実

Si caminas, la hierba
Si te sientas, la hierba

*

 

ここを死に 場所とし 草の しげりに しげり

koko o shini basho to shi kusa no shigeri ni shigeri

Morir aquí: en dónde hierba crece y crecerá.

 

Bibliogafía

Santôka (16 de septiembre de 2014) 草木塔 [Pagoda vegetal (selección de haikus)]. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/749_34457.html La traducción es nuestra.

Haibun 53

Haibun 53

Un solo instante

 Hoy la mar tiene esa mezcla de paz y tormenta… casa de Ulises, de argonautas, de filibusteros, de callados pescadores que aún llevan, en el alma, restos de su vieja piel.

Hoy la mar escupe sobre la playa flores mustias, desvencijadas, cargadas de luto y pesar, de adioses que nunca se alejan… Sobre la arena, entre las flores, agoniza un pájaro, un arao… el pico cerrado, los ojos abiertos, sobre sus plumas brillan unas gotas de mar.

Sentado sobre una roca desgastada, contemplo…

Sentado sobre una roca desgastada, siento…

Sentado sobre una roca desgastada…

Miro el cielo, miro la mar, miro la playa… solo mis huellas en la arena, solo mis pasos. Las nubes se mueven hacia el este, el sol se eleva, la mar se aleja… y yo aquí, sentado sobre una roca desgastada.

La bahía se llena de bruma. Me lleno de bruma. Flotan sobre mi cabeza mil graznidos de gaviota, graznidos que muerden… murmulla la playa. El aire se rebela… Por un instante, un solo instante, silencio…

Brama la mar…
En una bolsa de plástico
recojo el pájaro muerto

 Dejo la playa…

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

                                      

 Alfredo Benjamín Ramírez Sancho
 Asturias (España)

Un clavel blanco quebrado por la lluvia

Un clavel blanco quebrado por la lluvia

 “El color habla todos los lenguajes”
Joseph Addison

A menudo, a los haijines de occidente se nos reprocha que la vista es el único sentido que tenemos desarrollado: dicen que tenemos más atrofiados el tacto y el olfato que los ojos. Sin ánimo de confrontación, creemos que esta crítica es simplista. En una primera reflexión, quizá sea verdad el hecho de que las cosas salten a la vista facilite su percepción. Sin embargo, posiblemente la verdadera crítica radique en que recurrir más asiduamente al sentido de la vista topicalice este sentido más que los demás y pueda desgastar, en cierto modo, el aware de los haikus.

En esta entrada intentaremos mostrar a aquellos que afirman lo anterior que también es posible celebrar el mundo con el sentido de la vista, tan excelso como los demás, y que es capaz de regalarnos verdaderas estampas cromáticas dignas de admiración. Para empezar, hay colores que llaman más la atención que otros por su escasez: el púrpura es uno de ellos…

Un caballo…

la pulpa de remolacha

entre sus dientes

En este haiku, la dentadura del caballo no es de color blanco, como es de esperar; sino de un color morado intenso. Es a priori una estampa muy visual, pero tras saborearlo, la imagen se vuelve dinámica: se escucha perfectamente el crujir de la remolacha entre los dientes del caballo, e incluso se lo ve masticar y tragar. Sin duda, un haiku muy original, con un pequeño toque cómico, que arranca una sonrisa a quien lo lee por su inocencia y sencillez.

Por otra parte, ¿a quién no le emociona la paleta del amanecer?

Cañas emplumadas.

En un cielo rojizo

la luna al este

 La imagen mostrada es digna de un cuadro de Buson. En primer plano observamos las cañas emplumadas que se mecen con la brisa matutina, aún fresca. Al fondo, el horizonte muestra el amanecer de un nuevo día, preámbulo del sol y sus colores. De la noche anterior, sólo queda su señora: la luna, que, cada vez más iluminada, dejará de verse culminado el comienzo del día. Del hermanamiento de una luna moribunda y un sol naciente, uncidos ambos por el rojo del amanecer, sólo son testigos esas cañas emplumadas.

La noche también tiene su propio color:

Invierno.

El azul de la noche

en las plumas de un ganso

En este haiku, las plumas del ganso son más oscuras porque así se perciben: la oscuridad propia de la noche transfiere al ganso su color, estamos, por tanto, ante un haiku con hosomi visual. También se percibe el frío de la estación en las plumas del ganso, quizá mojadas; e incluso parece que ese frío intensifica el color: inconscientemente, el azul de las noches de invierno es más azul que el propio de las noches de verano.

El mundo también gira en torno al color de las flores:

Un clavel blanco

quebrado por la lluvia.

La vieja ermita

Un haiku sublime, con mucho yûgen, ese valor estético que ahonda en una belleza inexplicable y misteriosa cuya causa desconocemos. En este caso, la lluvia se ensaña con un clavel blanco hasta partirlo. Contrasta sobremanera el ambiente oscuro amplificado por el aguacero —por alguna razón, este haiku para nosotros es pura noche intempesta— con la blancura del clavel roto, de cuyos pétalos gotea el agua de la lluvia. Y al fondo, testigo de la escena, esa ermita vieja, que contribuye con su abandono al yûgen de la escena.

Finalmente, hay estampas que quitan el aliento, independientemente de cuantas veces se admiren:

hacia el sureste

los verdes arrozales

cerca del mar

 La detonación de colores en el haiku contribuye realmente a la sensación principal: una explosión de espacio, de tierra por doquier y libertad; el mundo es tan grande que sólo podemos conocer una parte muy pequeña. En este haiku se capta la infinitud del mar, que colorea el horizonte, y cerca de él, los arrozales que mezclan el verde de sus plantas con los tonos azules del primero. La combinación de colores fríos es cotidiana, pero no por ello aburrida: la sensibilidad del haijin radica en apreciar la belleza real de las escenas que, por manidas que puedan resultar o tópicas que sean, jamás se cansará de contemplar.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Bibisan, Hikari, Mavi, Rodolfo Langer y J.L. Vicent).

Marzo 2024

Escribo este artículo rodeada de la evidencia del cambio climático: por una parte, hemos tenido uno de los veranos más calurosos de la historia con temperaturas que llegan incluso a los 37° en Santiago; algo totalmente inusual. Pero cuando salgo a pasear por el parque veo que el otoño llegó a los árboles a inicios de febrero. Y para aumentar la confusión, en la televisión están promocionando ropa de la temporada otoño-invierno. En medio de este caos la estructura del kigo y su utilización en el haiku me ofrecen una medida de orden.

Como expliqué en mis artículos de enero y febrero, este año revisaremos la estructura básica de organización del kigo, es decir, división temporal y categorías. El mes pasado vimos la primera estación, “春 haru o shun” primavera, y ahora comenzaremos la revisión de las categorías. Existen 7 y son: “時候 jikou, estacional”, “天文 tenmon, astronomía”, “地理 chiri, geografía”, “生活 seikatsu, vida cotidiana”, “行事 gyouji, eventos”, “動物 doubutsu, animales” y “植物 shokubutsu, vegetación”.

Comencemos con “時候 jikou, estacional”. Si analizamos los kanjis que componen la palabra tenemos 時 ji que indica tiempo y 候 kou que significa estaciones, pero también esperar algo con expectación. Por lo tanto, esta categoría comprende términos que indican el clima o momento específico de la estación, incluso características especiales de cómo se percibe el día dentro de una estación en particular. Por ejemplo, veamos estos que corresponden a mitad de primavera: “龍天に登る ryuu ten ni noboru o el dragón sube al cielo”, que recuerda a una leyenda en China sobre un dragón que sube al cielo en el equinoccio de primavera y hace que caiga lluvia de las nubes. O, “彼岸 higan”, el cual se refiere a un período de siete días, tres días antes y tres después del equinoccio de primavera. “春社 shunsha”, el quinto día después del primer día de primavera, en el cual se venera al dios de la tierra y se ruega por buenas cosechas. “三月 sangatsu o marzo”, momento en que las plantas comienzan a florecer, si bien en el norte (de Japón) todavía hay nieve. A fin de este mes empieza el florecimiento de los cerezos, y también es el período en que muchos sufren fiebre del heno. Es así como a esta categoría se traduce a veces como “temporal”.

Los siguientes haikus que seleccioné y traduje utilizan kigos que pertenecen a esta categoría, 時候 jikou, y al período de 仲春 chuushun o mitad de primavera, y que comprende desde “啓蟄 keichitsu o despertar de los insectos”, alrededor del 06 de marzo, hasta el día anterior a “清明 seimei o puro y claro”, es decir, el 04 de abril, ya que en el artículo anterior vimos haikus de inicio de primavera o 初春 shoshun.

Kigo: 如月 kisaragi, segundo mes del calendario lunar (06 de marzo al 04 de abril). Otra de las formas de escribirlo es 衣更着, que si lo descomponemos en sus kanjis es: 衣 ki, ropa; 更 sara, más y más; 着 ki o gi, vestirse. Si bien de acuerdo con el calendario es primavera el clima todavía es frío y se dice que el término nació a partir de la costumbre de ponerse más capas de ropa para resguardarse del frío que quedaba del invierno.

Período: 仲春 chuushun.

Categoría: 時候 jikou, estacional.

Haijin: Hayashi Jukurou

如月や旧き映画に妻誘ひ

kisaragi ya furuki eiga ni tsuma sasoi

segundo mes, invitando a mi esposa a una vieja película

Kigo: 春分 shunbun, equinoccio de primavera.

Período: 仲春 chuushun.

Categoría: 時候 jikou, estacional.

Haijin: Okabe Nahoko

幹つたふ春分の日のひかりかな

miki tsutau shunbun no hi no hikari kana

¡oh! La luz del día del equinoccio primaveral va por el tronco del árbol

Kigo: 啓蟄 keichitsu o despertar de los insectos. El tercero de los 24 términos solares. 啓 kei significa abrir y 蟄 chitsu se refiere a insectos que hibernan en el suelo. Se dice que las serpientes, ranas y otros animales salen de sus escondites atraídos por la calidez del sol.

Período: 仲春 chuushun.

Categoría: 時候 jikou, estacional.

Haijin: Mori Sumio

水あふれゐて啓蟄の最上川

mizu afureite keichitsu no mogami gawa

el agua rebalsa el río Mogami en keichitsu

Esperando les complazcan los haikus que elegí para esta ocasión y que estén disfrutando este camino en “El mundo del kigo”, me despido hasta la próxima.

El asombro por Matsushima

Roxana Dávila Peña
“mushi”

Junto al mar sopla una suave brisa. Hoy no es tan fría y me permite ir menos abrigada que ayer.

espuma

donde las olas retroceden

destellos de sal

Después de cruzar un puente rojo hacia Oshima, se pueden ver las siluetas de cientos de otras islas a través de las hojas de los arces ya anaranjados. Apenas oigo los pasos de otros viajeros.

Por el sendero que va subiendo, hay cuevas que utilizaban los monjes budistas para meditar. Son rincones llenos de silencio y de olor a mar. Pienso en lo difícil que sería para mí recogerme, hacer nada en medio de tanta belleza natural y tantas sensaciones. Craquean los cuervos.

El pequeño espacio entre cada hoja del chopo permite que el tenue sol se cuele por momentos.

Hay estelas que no están totalmente cubiertas por líquenes. Entre una y otra se pueden leer poemas de Matsuo Bashō y de Raiken que mi maestro traduce y recita. Hacemos una respetuosa reverencia esperando que los sentimientos y las emociones nos lleven al momento que inspiró a los poetas y experimentamos lo que ellos. Voy del pasado al presente en la quietud, pero con el corazón conmovido.

Más adelante, sentada junto a las raíces de un pino, percibo la tierra. Regreso al polvo.

El silencio nunca es incómodo en estas tierras. Siento en la mano el roce de la hierba susuki.

El paseo en bote por la Bahía de Matsushima nos lleva sobre aguas tranquilas y transparentes, mientras el viento sopla en el cielo nublado.

Resbalan lentamente las pocas gotas que deja la lluvia prendidas en el cristal desde donde miro la inmensidad del océano.

Las islas “parecen apiladas unas sobre otras”, cubiertas de pinos. Me recuerdan algunas pinturas de Hasegawa Tōhaku.

La erosión ha creado arcos: como vacíos que se han hecho viejos y que se han transformado en cientos de posibles figuras.

Al llegar al muelle, el eco sereno de la marea y sus intervalos me despiden con la intuición de algún día regresar. Camino al ryo-kan mi paraguas se voltea por completo con la corriente. La lluvia cesa.

Cantar y contar

En su viaje por las tierras del norte, Bashô acaba de cruzar el paso de Shirakawa, deslumbrado por la blancura de los espinos en flor. En la posada del río Suga alguien le pregunta cómo se ha sentido al atravesar ese paso, uno de los tres más famosos de Japón y el favorito de los poetas. Bashô responde: “En verdad, desasosegado por viaje tan largo y el cuerpo tan cansado como el espíritu; además, la riqueza del paisaje y tantos recuerdos del pasado me turbaron e impidieron la paz necesaria a la concentración.” De pronto, una imagen campestre le inspira y le devuelve al origen: “plantando arroz, / cantan: primer encuentro / con la poesía”. En otro momento, otro poeta -Raizan- evoca la misma escena: la de las sembradoras de arroz, hundidas en el lodo: en ellas, “todo es fangoso… menos su canto”. Ahí está, bellamente expresada, la esencia de la poesía, el “cantar” y el “contar”, como la define Antonio Machado.

                Aedas y juglares acreditan el uso universal de esa forma de transmisión. La plaza de la Xemáa-el-Fná, en Marrakech (que inauguró, gracias a Juan Goytisolo, la declaración del Patrimonio inmaterial de la Humanidad) es un ejemplo insuperable. De esa plaza (y del zoco contiguo, que es su afluente o su prolongación), retengo en la memoria un bullir de sensaciones: los cucuruchos de mimbre para los madroños cubiertos con hojas; el ciego y los mendigos que gritan el nombre de Allah; los olores (cuero, especias, frutas, hortalizas…), el espectáculo humano de encantadores de cobras, contadores de cuentos, echadores de la buenaventura, aguadores tocando los platillos, mozos con monos al hombro, niños que venden cestos, cafetines, músicos ambulantes, curanderos, escritores bajo negros paraguas, vendedores de frutas y de especias y de piedras para cocinar, para embellecerse, afrodisíacas, para perfumar la ropa…

          Los pliegos de cordel -que aquí, en España, cantaban o relataban de pueblo en pueblo los ciegos- nos recuerdan los pasajes del “Heike monogatari” que en Japón recitaban los biwa-hoshi, monjes ciegos, acompañándose de un laúd tradicional: el biwa. Todos hemos silbado o cantado para acompañarnos o para conjurar el miedo, pero también son parte de nuestra memoria colectiva las nanas, las canciones infantiles, los romances (como el del Conde Olinos, que oí cantar a un niño en Santiago de Compostela), o los relatos y leyendas contados al amor de la lumbre. El haiku evoca constantemente la interacción entre el cantar y el decir: viajeros con voces soñolientas que hablan del frío; voces de gente regando los arrozales bajo la luna de verano; un novicio cantando alegres sutras una mañana helada; la contemplación de la primera nieve, que da un motivo para hablar a padre e hijo… A veces, todo se humaniza. Sôkan, por ejemplo, observa cómo la rana, erguida sobre sus patas, con respeto, recita un poema. Es esa misma rana, que -según Teishitsu- destaca en todo: en canto, en lucha y en artes marciales… Desvelado, en una larga noche, Gochiku acaba confesando: “el agua dice todo lo que yo pienso”. Chiyo-ni, bloqueada al intentar un haiku sobre el cuco, observa el respetuoso silencio de las mariposas durante un rito budista, pero se asombra de cómo el ruiseñor vuelve y vuelve a decir su canto, y no se cansa….

                Antonio Machado evoca la ingenuidad de la canción infantil –“confusa la historia y clara la pena”-; pero su hermano Manuel -recordando quizá a los cantaores del flamenco- dice: “cantando la pena, la pena se olvida”. Y Caballero Bonald matiza, reintegrándolo todo a su verdad más honda: “El cantaor no inventa, recuerda.”

***