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series abiertas que se van actualizando, generalmente al mes

Un hallazgo inútil + Traducción abierta de un texto de Shiki: Relato del pequeño jardín

Agosto, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

Un hallazgo inútil

I

    De estos años intentado descifrar algunos haikus, llegué a muchas conclusiones y formulé muchas ideas. Algunas menos interesantes que otras, pero algunas. Esas exploraciones que respondían a la obligación descriptiva que organiza el trabajo de investigación. Estas exploraciones dejaban un amplio muestrario de comentarios, muchas veces como anotaciones al margen de una traducción. En el amplio blanco que enmarca el haiku que divide la página, me permití anotar coincidencias extrañas o hallazgos inútiles. Tal vez el siguiente tan solo delate mi entusiasmo por las posibilidades de unir lo inédito del haiku, mis fantasías marginales. Con ella no quiero llegar a ninguna conclusión, quiero habilitar otro tejido de pensamiento. En ese tejido el haiku desborda su naturaleza de objeto literario volviéndose una especie de artilugio para ahondar en reflexiones atravesadas por la multiplicación de los significantes.

  II

    En 1904 Argentina y Chile se encuentran en medio de conflicto de demarcación de los límites de cierta zona austral de la Patagonia, residencia de grandes valles y glaciares. Hasta 1881, el “Tratado de límites” habían tenido a la cordillera de lo Andes como límite natural entre los países. Sin embargo, un problema de interpretación de la enunciado ““la línea fronteriza seguiría las altas cumbres que dividen las aguas (divortium aquarum)” y su ajuste con la falta de coincidencia cumbres y aguas etre los paralelos 40° y 52° donde los picos mas altos y las aguas no coincidían derivaron en un enfrentamiento ocasionado por el enigma constitutivo del lengua: el malentendido.

    Algunos enfrentamientos entre patrullas militares y equipos de exploración de ambos países (conformados por indígenas, criollos, ingenieros) conllevaban distintas amenazas como el levantamiento de banderas en territorios imprecisos o la construcción de mojones de piedra, hechos que constituyeron explicitas provocaciones al país vecino.

    Aunque respectivas prensas nacionales alentaban el conflicto armado, ambos países en revisión e sus presupuestos nacionales para redirigirlos a la preparación y reparación de las fuerzas marciales solicitan la intervención diplomática internacional de Reino Unido para resolver el conflicto, lo cual derivo en un acuerdo en un fallo arbitral en 1902 donde se estableció un límite fronterizo en base a un una combinación divisoria de aguas y las cumbres más altas. Pero la participación inglesa no terminará allí y un poco vuelve a redirigir la cámara de nuestra historia.

    Ante la posibilidad de iniciar un conflicto armado, Argentina y Chile fueron compradores de una serie de busques fabricados en costas italianas preparándose para ese conflicto armado. Los cuales con la firma del tratado de 1902, una de las condiciones era el abandono de la formación militar por lo cual los buques Bernardino Rivadavia y su gemelo Mariano Moreno, encallados en las costas italianas estuvieron a la deriva quieta del destino que les dieran sus dueños latinoamericano.

    A comienzos del siglo XX, Japón se encontraba en plena expansión de la flota imperial para enfrentar la inminente guerra ruso-japonesa. Empujado por su ambición de poder marítimo, Japón adquirió los dos acorazados argentinos, rebautizados con dos nombres que delatan el soplo estéticos que toca todo lo que se erige japonés en el mundo: Kasuga y Nisshin. Ambos pasaron a integrar en 1904 la recién conformada clase Kasuga, desempeñando un papel crucial como buques de defensa. Su historia se entrelaza con la del capitán argentino Manuel Domecq García, quien había presidido la comisión encargada de supervisar la construcción de estos acorazados en Génova. Ya bajo bandera japonesa, en 1904 García fue designado observador militar en la guerra ruso-japonesa, presenciando de primera mano el bautismo de fuego de los antiguos navíos argentinos: el ocaso de los emblemáticos nombres de proceres argentinos dejaba lugar a los nacientes defensores que se presentan como delicadas atmosferas para defender las costas de tierras futuras por conquistas.

III

    Como si hubieran doblado un planisferio por la mitad, aquellos nombres consonánticos, fácilmente reproducibles en nuestro idioma, poco nos explican sobre la extraña coincidencia de que una batalla naval se librara bajo dos kigo presentes en innumerables haikus. Nisshin, 日進el “progreso”, y Kasuga, “un día de primavera”. Podría parecer una salida fácil suponer que la sensibilidad estacional alcanza incluso los frentes de batalla. Un deseo de conquista y defensa se esconde detrás de nombres de evocaciones de paisajes que delatan el matices. En la entrada del saijiki, encontramos que kasuga o haru no hi evoca una atmósfera primaveral, cuando el brillo del sol devuelve el color a las cosas enfriadas por el invierno.

春の日を音せで暮る簾かな

haru no hi wo oto sede kuru sudare kana

Sin ruido atardece un día de primavera tras las cortina de bambú.

Kaya Shirao

    Hay un mutismo compartido entre el acorazado y el silencio de primavera. La brisa primaveral apenas mueve la sombra de las cosas pese al brillo de una luz que invade cada rincón del paisaje. Así también, esos barcos de defensa encallados en costas tranquilas parecen cabizbajos en noches de marea alta, cuando resguardan sus fuerzas para volverse un gigante imperceptible al borde de ataque. Algo de la quietud y del silencio de los grandes barcos cruzando ríos y mares, ese silencio del deslizamiento con el silencio del sol en el día de primavera, parece coincidir en este hallazgo inútil.

西山の山寺にあり春

En el templo de la montaña

en Nishiyama,

ha llegado la primavera.

Shiki

Obras completas pp. 77

    Hay en kasuga algo imbricado en la estación y en la escritura, una vibración que no depende de la pronunciación ni del fonetismo, sino de una constelación de asociaciones que se solapan. Un atlas de imágenes se abre en la piel, en los oídos, en la sinestesia. Primero la mirada se levanta: la primavera licenciosa se revela en el templo de Nishiyama, donde el sol entibia las cosas con un silencio apacible. Luego la escena se desplaza al litoral: en un día semejante, quien se acerque a la costa puede descubrir la magnitud del acorazado, gigante inmóvil, como si la misma primavera devenga cuerpo de hierro y acero. Entre el kigo y el navío, entre la fugacidad y la monumentalidad, resuena la misma palabra, kasuga.

-.-

Septiembre, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

 

Traducción abierta de un texto de Shiki.

 Relato del pequeño jardín

Masaoka Shiki

 

    Tengo un pequeño jardín de veinte tsubo. Como está ubicado al sur de la casa tiene como telón de fondo los cedros de parque Ueno. Gracias a que mi barrio es un suburbio deshabitado, el azul del cielo es mucho más amplio y, desde aquí, puedo disfrutar del deambular de las nubes y las aves. Cuando me mudé, el jardín parecía un cementerio de bambusal. No había ni césped ni un árbol. Tiempo después el dueño de la casa plantó tres pinos y le devolvió un poco de dignidad. Yo sumé algunos esquejes de rosas que una vecina me había regalado. Muchas veces me sorprendí adorando las cuatro o cinco flores que brotaron. Al año siguiente tuve que cubrir la presencia del ejército en Kinzhou pero el viaje se prolongó porque me enfermé y quedé internado en Kobe. Cuando volví a mi hogar a finales de otoño, el jardín estaba más desolado que la primera vez. Solo un par de crisantemos blancos torcidos crecían desor-denadamente. Mientras lo miraba en silencio un sinfín de emociones se amontonaban en mi pecho. Aunque todavía me sentía débil, me abrumó la alegría de regresar con vida. Sin pensarlo comencé a tararear san kei shū kō.[1] La sencillez de este jardín y sus flores me conmovieron en lo mas profundo. A medida que mi enfermedad empeoraba ya no podía salir de casa. El jardín se convirtió en mi mundo. Sus flores mi única inspiración. Ese pequeño espacio y sus pocas flores me han hecho olvidar que estoy agonizando en la celda personal que es mi habitación.

    Al año siguiente, cuando la primavera empezaba a sentirse y el canto de los pájaros llenaban el aire, abrí la ventana de mi habitación y me arrastré hasta el jardín para que mis párpados se entibiaran. Las plantas y los árboles habían revitalizado ese espacio tan pequeño como la palma de una mano. A pesar de que la brisa fresca se filtraba por los agujeros de mi ropa, me sentí increíblemente cómodo. Había brotado un arbusto de hagi que mi vecina me había obsequiado el año anterior. Había crecido lo suficiente para ofrecerme una variedad de verdes y rojos que anticipaban la llegada del otoño. Pasé muchos días enfrascando en el movimiento de los sombras del árbol de shii.[2] Así, me pasaba los días en un estado de contemplación mezclado con cansancio.

    Aunque el invierno y mi enfermedad me quitaban las fuerzas, frente a ese pequeño jardín me sentía como un recién nacido. Era como si me ofreciera la oportunidad de una nueva vida, de crecer sano junto a los brotes de hagi. A veces aparecía una mariposa, cuyo simple revoloteo bastaba para elevar mi espíritu. Sentía que mi alma se movía con su misma ligereza, persiguiendo el aroma de las flores y descansando sobre sus brotes. Luego la mariposa volaba cerca de los cedros, se paseaba por el jardín vecino y, al regresar, se entretejía entre las ramas de los pinos y el estanque. Cuando ella desaparecía me quedaba sumido en mis pensamientos hasta incomodarme. El calor de la fiebre subía y volvía a acurrucarme debajo de las sábanas. Allí entre el sueño y la ilusión, me encontraba en un vasto e infinito campo donde volaba arrebatado junto a una mariposa que exploraba el tejado de mi vecino. Mientras volábamos, más mariposas aparecían. Cuando me tomaba un instante para observarlas descubría que todas ellas eran pequeñas divinidades, hijos e hijas de los dioses. Al compás de una música que resonaba en el cielo, las mariposas bailaban y alzaban en vuelo. Yo, por no quedarme atrás, sin temer a los espinos ni a las zarzas, los pisoteaba y los saltaba, hasta que, al intentar cruzar un arroyo caía a mi despertar: empapado en sudor, con el piyama completamente mojado, y con la fiebre, quizá, ya por encima de los treinta y nueve grados.

    Pasado el mejor momento de los lotos y con el hototogitsu resonando en el cielo, las rosas florecieron en abundancia. Aunque su colorido no carece de encanto, la veredera belleza de mi jardín residía en el otoño del hagi y el susuki. Este verano el hagi extendió su ramas y tuvo un crecimiento robusto. Las hojas amarillentas del año pasado han dado paso a un verdor profundo. Cuando hay sol pido que me acerquen una silla hasta él para recoger pequeño insectos de los brotes. Desde finales de agosto, campanitas (kikyō) y clavelinas (nadeshiko) mostraron sus frutos y las flores de la mañana (asagao) escanseaban, pero los hagi florecían de uno a dos capullos a la vez. Contaba con los dedos los capullos conteniendo la emoción: si hoy eran dos, mañana serian cuatro, al día siguiente ocho, luego diez, hasta que algún día serían mil. Sin embargo, tras una noche de tifón me desperté inquieto. Escuché ruidos en el jardín, me arrastré hasta allí para saber que sucedía. Me dijeron que el viento había roto las ramas del hagi que tanto se había esforzado por crecer en verano. Sentí que se me hundía el corazón. No había nada que hacer. Si lo hubiese sabido hubiera apuntalado las ramas con bastones, pero ya era tarde para arrepentirse. El viento del tifon del año pasado había volado las tejas del techo, pero no había hecho tanto daño como este que destrozo la voluntad de los tréboles. Aquel día el cielo estaba tan despejado que dejaba sentir el frescor del otoño. Pedí que me acercaran una silla y un balde con agua al jardín para limpiar el barro de las ramas que aún seguían en pie. Sólo logre que me duelan las piernas. Finalmente las ramas se pudrieron sin florecer. Nuevamente, el pequeño jardín quedo desolado, solo me quedaban los pinos y algunas hierbas.

    La primavera pasada, luego equinoccio, Ogai me envío varios paquetes de semillas. Las planté de inmediato, pero apenas crecieron unas zinnias. Me desilusione por completo porque de verdad quería tener unas celosías. Cuando llegó el verano, sucedió algo muy extraño. Un brote apareció en la zona donde había sembrado las celosías. Lo até delicadamente a un bambú y lo cuidé con esmero. A medida que crecía podía verse el rojo de las primera hojas de celosía. Estaba encantado. Desmalecé toda esa zona y cuando alcanzó más de 30 centímetros, el viento del tifón volvió. Aunque las ramas de hagi volvieron a romperse, esta solo se torció un poco. La enderecé y volví a atarlo al bambú. Ahora tiene casi medio metro. Aunque delgada y tambaleante, su rojo ardiente es hermoso. Días después del tifón, mis vecino del frente me regalaron unos plantines de celosías para acompañar la mía. Tiempo después, muy temprano en la mañana, tocaron la puerta trasera. Era Fusetsu llevando una gran celosía en los brazos. Bajo suave lluvia de mañana la plantó y se fue. El contraste entre el brillo de las hojas de las celosías con las ramas de hagi desnudas creaba una escena de profunda melancolía. Aquella anciana vecina que me había ayudado a crear este pequeño paraíso regalándome rosas se mudó. Poco antes del otoño, supe que había fallecido.

Un jardín pequeño, atestado de hierbas y flores.

Octubre 1898, en Hototogistsu

Bibliografía

Masaoka, S. (1999). Ensayos sobre los nombres de las flores, vol. 9: Flores de septiembre (H. Kadota, Transcripción; S. Kobayashi, Corrección). Sakuhinsha. (Obra original publicada en 1898 en Hototogisu; recogida en Obras completas de Shiki, vol. 12 – Ensayos II, Kōdansha, 1975). Disponible en Aozora Bunko: https://www.aozora.gr.jp/cards/000305/files/42170_12291.html

 

Notas:

[1] 「三逕就荒」 (San-kei shū-kō): alude a un verso de un poema chino clásico, evocando jardines abandonados y la nostalgia de lo efímero.

[2] El árbol de shii es un tipo de roble.

GALLINÁCEAS

 GALLINÁCEAS

(Septiembre)

 

Canta un gallo, mil gallos.

                                                        Amanece.

Luz tan cacareada

 pocas veces se ha visto.

¿Qué traerá este día así anunciado

con clarines más vivos que sus llamas?

Ángel González  (Alba en Cazorla)

 

Quién no ha escuchado en un pueblo cualquiera el canto del gallo al amanecer. En el mundo rural, éste forma parte del paisaje sonoro cotidiano.

 

tori no ne no tonari mo toshî yoru no yuki

 

Un gallo canta

cerca pero lejano

Noche de nieve

 

Kagami Shikô

Gallos, gallinas, pavos, faisanes, perdices, codornices, urogallos, pavos reales, chachalacas, paujiles… Son aves en general de patas robustas y alas cortas redondeadas, la mayoría no voladoras o de vuelo escaso. Su pico es corto, ancho y fuerte para poder alimentarse preferentemente de grano, aunque también de semillas, insectos y algunos frutos.

 

miwatori no oyako hiki an ochibo kana

 

Gallinas y pollitos

picotean juntos

los granos de arroz suelto.

 

Masaoka Shiki

 

Cielo de abril

hacia el mismo surco

todas las gallinas

 

Idalberto Tamayo

 

Criadas en granjas o silvestres, se encuentran distribuidas por todo el planeta. Son aves vinculadas históricamente a las migraciones humanas. Antes del primer milenio a. de C. no había pollos ni gallinas en Europa Occidental. En su lugar de origen, el sudeste asiático y el oeste de la India, se retrasa su domesticación, relacionándose ésta con el cultivo del arroz.

 

Se oye un gallo…

el plumón va y viene

en el traspatio

 

Ana López Navajas

 

Aire de lluvia

Picoteando un huevo

la bataraza*

*Bataraza: gallina de plumaje gris con pintas y manchas blancas.

Rodolfo Langer

 

Se crían en su mayoría para la producción de carne y huevos o con fines cinegéticos. (Las codornices se enfrentan a un riesgo alto de extinción en estado silvestre. Los faisanes son criados exclusivamente para la caza.)

 

 

Chirriar de cigarras-

En silencio el vecino

despluma un gallo.

                

 Pilar Carmona (Piluca)

 

En el cubo de agua

sumerge a la gallina clueca

Aire frío

 

Idalberto Tamayo

 

Pollo al curry,

el viento de abril

en la ventana

 

Isabel Rodríguez (Isa)

 

Pero será el canto, que habla de lo cotidiano en esa vida sencilla del mundo rural, el que atraiga en mayor medida la atención de los poetas.

 

El gallo rojo

engulle una hebra de apio

y luego…¡canta!

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Sol de la tarde,

va espaciando sus cantos

el gallo afónico.

 

Anna María Santolaria (Estela)

 

kiji naku ya kumo sakete yama arawaruru

 

El canto de un faisán:

las nubes se abren

y aparecen las montañas

 

Masaoka Shiki

 

desvainando arvejas

junto a mi madre;

el gallo canta también…

 

Mirta Gili

 

Toda la tarde

han cantado los gallos-

Cae el azahar.

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Cesta de yarey*

Alrededor de la abuela

cacarean las gallinas

*Cuba: Palmera de cuyas hojas se hacen diversos útiles tejidos.

 

Idalberto Tamayo

 

Sendero angosto

rompe el silencio el canto

de la perdiz.

 

Idalberto Tamayo

 

junto al brasero

la niña imita el piar

de los pollitos

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

El gallo, ese altanero que impera en los corrales, es el arquetipo de ave radiante por excelencia. Su simbolismo está relacionado con su comportamiento natural más evidente: el canto al amanecer. En la India es el atributo del dios Skanda, personificación de la energía solar. En Japón, su canto está asociado a Amaterasu, diosa del Sol. En el islam, goza de una veneración absoluta y con su canto se señala la presencia del ángel. En el cristianismo, , la iglesia lo incorpora y utiliza con frecuencia. (Misa del gallo, Pedro y las tres veces que canta el gallo, la figura del gallo en cimborrios y torres de iglesias para alejar el mal…)

 

niebla matinal…

escarba en la hojarasca

un gallo rojo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Canta un zorzal

en la cola del gallo

de la veleta

 

Jorge Braulio

 

el gallo huido

canta bajo la luna…

setas de chopo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Criarse entre gallinas, escuchar su cloqueo, percibir el olor de sus plumas, en las manos el calor de los huevos…Gallinas, gallos, pavos, perdices o faisanes, el mundo rural cercano lo reflejan poemas, relatos, cuentos, y en el caso que nos ocupa, haijines atentos. Por muchos años.

 

kiku arete niwatori nerau itachi kana

 

En los crisantemos marchitos,

una comadreja

¡acechando a las gallinas!

 

Masaoka Shiki

 

harukaze ni o o hirogetaru kujaku kana

 

Con la brisa de primavera

extendiendo su cola

¡el pavo real!

 

Masaoka Shiki

 

camino a casa

comiendo higos* tintos

que picaron las perdices

*Higo, breva: fruto de la higuera.

Félix Arce (Momiji)

 

Se encrespa el gallo,

con su aleteo avienta

plumas caídas.

 

Juan Francisco Pérez (Raijo)

 

Se abren las nubes.

Una gallina incuba

huevos de oca

 

María Ángeles Millán (Hikari)

 

osoki hi ya kiji no oriiru hasino ne

 

el día

navega lentamente

faisanes

posando sobre el puente

 

Yosa Buson

 

Lluvia menuda;

se acurruca un pollito

bajo el rosal.

 

Roberto Miguel Escaño (Escaño)

els paons escuats

groguegen els til-lers

en la roureda

 

los pavos sin cola

amarillean los tilos

en el robledal

 

Joan Antón Mencos (mencs6)

 

kiji tatte hito odorokasu karena kana

 

Sobre el páramo marchito,

el sobresalto

por el vuelo de un faisán

 

Kobayashi Issa

 

También el viejo

sonríe ante la cola

del pavo real

 

Jordi Doce

 

Luz otoñal-

Una perdiz volando

sobre la viña

 

Gorka Arellano

 

kijinaku ya nosu no suso yama i emo nashi

 

El canto de un faisán:

al pie de los montes Nasu

ni una casa

 

Masaoka Shiki

 

niwatori no koe ni shigururu ushiya kana

 

Un gallo canta

Cae la lluvia invernal

sobre el establo.

 

Matsuo Bashô

Un viaje al pasado de la Tierra

Roxana Dávila Peña
mushi

Ya debe ser medio día. Huele a lluvia.  Desde los postes, dos zopilotes abren sus alas y vuelan bajito hacia los matorrales. Todo está verde. Las biznagas y las candelillas con una que otra flor. Vine a Rincón Colorado a ver la historia de un pasado sumergido. El mar ha desaparecido y queda un sendero lleno de fósiles, caracoles y ostras. Siento el crujido de las piedras bajo mis pies como un eco seco en el silencio del desierto coahuilense, donde antes había dinosaurios.

Casi resbalo. La mano cálida de papá se apoya sobre la mía. Acomoda su sombrero y me habla sobre lo que guarda en su memoria. ¿Cómo sería ese mundo? Me vuelvo viajera. Casi metálico, comienza bajo y asciende poco a poco el chirrido de una chicharra. Desde el mirador, a lo lejos, en los cerros, se alternan la sombra y la luz bajo nubes inmóviles. Ya de regreso, el sabor de una manzana que traje de Arteaga.

Voz que se apaga.
Espinas de huizache
en mi vestido.

 

 

quemo el pincel
helado
con la llama de la lámpara 

 Tairo

 Desde Buenos Aires llegan estos haigas de Rosana Niro.

Como en las presentaciones anteriores, los mismos han sido realizado sobre washi con sumi y gansai (papel absorbente con tinta en barra negra y acuarela japonesa). Cuando se utiliza pigmento de color combinado con tinta sumi, la obra resultante se denomina Tansaiga. Si solo se emplea la tinta negra, entonces estamos ante un Sumie.

Deseamos que se sumen a este proyecto enviando sus trabajos.
Los esperamos.

MARINAS

MARINAS
(Agosto)

Ese vuelo que traza la gaviota

por el divino gris, ¡cómo cautiva,

cómo prende el mirar, grúas arriba,

meciéndole en las nieblas en que flota!…

 José Hierro (Gaviota)

 

Sentarse frente al mar, elevar la mirada o dejar que se haga una con la sutil juntura de agua y cielo al horizonte, invita a alzar el vuelo con la gaviota que planea hasta la orilla, a saltar vertiginosamente con el charrán que finalmente luce brillos de plata en el pico, o jugar al escondite con un tímido cormorán que, paralelo a la orilla, se sumerge o alza el cuello mirando fijamente y te hace sonreír.

 

Brisa del mar,

la ola golpea las patas

de la gaviota

 Leticia Sicilia (Hadaverde)

 

Brillo en las olas.

Le cuesta alzar el vuelo

al charrancito

 Marga Alcalá

 

Carrera en la playa.

La gaviota picotea

a un pez muerto

 Lola Rotman (10 años)

 

Pardelas, alcatraces, paíños, cormoranes, gaviotas, charranes, charrancitos, fumareles, págalos, pelícanos, alcas, pingüinos, frailecillos…, tienen el hábitat más extenso del planeta y sin embargo es el grupo de aves que encuentra más problemas para su supervivencia.

 

Se zambullen

muy despacio en el mar

cinco pelícanos

 Verónica Aranda

 

Primeras gotas.

El vuelo del petrel

sobre el roquedo.

 Rodolfo Langer

 

Banco de sardinas…

el brillo por delante

de los pingüinos

 Mary Vidal

 

Dependen del mar donde se alimentan y pasan el tiempo, y de la tierra donde se reproducen, teniendo que hacer frente a los problemas que en ambos se encuentran. Durante su migración cubren enormes distancias antes de posarse para su reproducción. Se han podido rastrear charranes árticos que han cubierto más de 80.000 Kms en un año.

 

El viento arrecia,

le enfrentan las gaviotas

su pecho blanco

 Manuel Hontoria

 

Brisa marina.

Planea entre la bruma

un cormorán.

 Gorka Arellano

 

Arena fría

la sombra de una gaviota

cruza las huellas

 Leticia Sicilia (Hadaverde)

 

La sobrepesca, la destrucción del hábitat, la contaminación, el calentamiento global, el desarrollo urbanístico del litoral, la profusión de infraestructuras en el mar, y otros más, son factores que amenazan su supervivencia. En España, paíños, petreles y pardelas son el grupo de peor estado de conservación, destacando entre ellas la pardela balear, catalogada en peligro crítico.

 

Marea alta-

del pico de la gaviota

escapa un pez

Pilar Carmona (Minori)

 

 

Tarde en el mar

picotean la espuma

unas gaviotas

 Sandra Pérez

 

Otro pollo muerto

entre las rocas.

Vuelo de pelícanos.

 Lester Flores

En muchas culturas, las aves marinas se asocian a leyendas y mitos que evocan misterios de alta mar. Para marineros y pescadores, estas pueden ser mensajeras de buena o mala fortuna. Cuentos antiguos sugieren, por ejemplo, que la presencia de los albatros trae suerte a los navegantes. Creían que estas aves encarnaban las almas de los marineros perdidos y poseían cualidades mágicas para ayudar en la curación. Dañar a un albatros era presagio de la ira del mar.

 

Relampaguea.

A cientos las gaviotas

vuelan a tierra.

 Manuel Hontoria

 

Fubukite kagari no kuraki ukawa kana

 

 Sopla el viento

apagando las antorchas,

pesca de cormoranes

 Masaoka Shiki

 

Zarpa un pesquero.

En el pretil del puente

siete gaviotas.

 Lucho Aguilar

 

A las aves marinas, especialmente las gaviotas se las ha representado como símbolo de libertad, de intuición y conexión con lo divino. Su capacidad para navegar entre dos mundos, el cielo y el mar, las convierte en símbolo poderoso de equilibrio, adaptabilidad y claridad mental.

 

Acantilados.

Restallan los graznidos

de las gaviotas

 Pedro Pagés (Yama)

 

Costa escarpada.

Planea una gaviota

sobre las pitas.

 María Ángeles Millán (Hikari)

 

Marea baja

Una colonia de gaviotas

en el verdín

Julia Guzmán

 

Cae la tarde y las gaviotas regresan a casa, no sin antes practicar en círculos su majestuoso vuelo.

Al mar.…

…siempre el mar, y esos compañeros alados, a caballo entre dos mundos, que nunca dejarán de sorprenderme.

Como decía el poeta Héctor Rosales en su poema, Gaviotas:

 

Ellas se llevan los pesares

somnolientos que verano ha reunido

en su casa. Anónima

entonces el alma, libre,

más liviana…

 

Más claro el horizonte…

una gaviota grazna

entre la lluvia

 María Ángeles Millán (Hikari)

 

Luz del alba en sus plumas

las gaviotas van al mar

 Manuel Hontoria

 

Last light

over the bay; the pelicans

are flying home

 

La última luz

sobre la bahía; los pelícanos

vuelan a casa

 Sarah Paris

 

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Santuario

Roxana Dávila Peña
Mushi

Bajo frondosas ceibas y cerca del mar, donde terminan los senderos, comienza el camino. ¡Hace calor! Parece que el viento que apenas ondea miles de listones blancos amarrados en el túnel de las peticiones extiende los deseos de los peregrinos por toda la selva. Aquí vamos, bajo la sombra de las caobas y los olmos, los excluidos, los excomulgados, los más religiosos y los reconciliados. ¡Todos cabemos!, incluso los curiosos. Quedan los anhelos a merced del tiempo, el sol y la lluvia, que aunque escritos con plumón de tinta indeleble, se van desgastando; las esperanzas de que la Virgen desatanudos interceda, no. Recuerdo en los templos budistas y santuarios sintoístas de Japón las tablillas de madera y amuletos donde las personas escriben sus encargos de protección y preocupaciones y las cuelgan para que sean escuchadas por las deidades. Con cada paso sobre la gravilla, también escucho el canto de aves multicolores y en el silencio, una oración. Descalza, entre campanadas, cruces y conchas, escribo mi nudo a María, ese que entorpece mi vida. El que me tiene atada, confundida y con un poco de miedo. Busco un lugar, entre nudo y nudo.

Ante las orquídeas
atadas al árbol,
solo inclinarse.

 

Dejarse fascinar por lo incompleto + Una especie de deseo

Córdoba, Argentina
Otoño-invierno
Junio 2025

 

Dejarse fascinar por lo incompleto

La verdadera belleza solamente llega a descubrirla aquel que mentalmente completa lo incompleto. La virilidad de la vida y del arte descansa en estas posibilidades de levantamiento.
El libro del té, Okakura Kakuzō

He mencionado que el haiku exige imaginar. Parece tener la función de conjurar un relato para sí mismo y robarse una escena de la memoria personal para tornarse el epígrafe de una escena experimentada o no. Pero esta vez me gustaría dejarme seducir por una idea en apariencia contraria a la voluntad de completar (o alimentar) los sentidos inmanentes a la escritura no-alfabética. Pareciera que lo dicho en torno al haiku va por dos vías: una la de la poesía del instante, que busca silenciar al lector, descolocarlo, para simplemente conmoverlo, para reivindicar esa atención plena que obliga a repetirlo; y una segunda vía piensa -como he mencionado antes- que el haiku aparece como esa frase incompleta que reclama el ejercicio de ser completado, por un relato que se trame entre sus signos o por la memoria involuntaria que la breve escena busca despertar. Esta segunda línea parece contener algo de la primera: como si ese sentido irreproducible o de pura potencia del instante pase al orden interpretativo con un gesto, el de la imaginación, la sugestión o la intuición sobre el breve poema.

Pero ¿si nos atreviéramos a tomar partido por las ausencias del haiku? por los puntos suspensivos que prosiguen a la pregunta “¿y qué?”

Habría que dejarse seducir por lo incompleto a fin de sostener que el haiku es una especie de categoría temporal, una modalidad del tiempo que no es anticipatoria y ni premonitoria. Una forma de presente incompleto que no exige ser pensando ni narrado. No se completa con un relato pasado que habría que recuperar, ni tampoco proyecta o programa. Es un tipo de interrupción poética del presente que no llega a inscribirse ni en la cadena del discurso ni en la de la historia. Extra temporal: su especie de hiper-determinación temporal que mucha veces se juega en la inclusión del kigo convive con la indeterminación de un presente que se esfuma sin avisos. Sus escenas nunca ocurren en el proscenio de la escritura sino que son circunstanciales que solo buscan reivindicar su función, una especie de escritura que solo funciona de manera oblicua. El haiku tiene de suyo nacer para extinguirse.

            Pensado así, el haiku parece ser un recordatorio de su propia forma. Hace valer las funciones del lenguaje por lo que son, desplegando un arsenal de artificios preciosos. Baja el volumen del significado para hacer brillar un tipo de tiempo que media y espacia lo que hay entre las palabras y las cosas, como un fulgor.

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Córdoba, Argentina
Invierno
Julio 2025

Una especie de deseo

Esa especie de presente incompleto del haiku hace vibrar los sentidos en su inmanencia. En su brevedad solo se pueden establecer apenas una alianza inconsistente con esa escena que borra las precisiones del tiempos y los contornos de las cosas. Si quisiéramos seguir con esa hipótesis habría que leer de otro modo a Barthes, dejando de lado cierta imagen del estructuralista seducido por la gestualidad japonesa y leer sus textos de manera lateral, elevando las ideas que resuenan con aquellas consideraciones que podemos hacer del haiku japonés despejándolo de su inscripción literaria especifica.

            Esa lectura lateral implicaría seguir la intuición que moviliza la fascinación barthesiana. El haiku unidad mínima de un montaje (por no decir sistema) de la novela. Una pequeña observación o incidente que se conserva en el deseo de extenderse en relato. De allí, su deseo de haiku: “Deseo que ‘prenda’ en un discurso extendido” (Barthes 2005: 22). Pero, el haiku, nacido para extinguirse, no hace mas que conservar ese deseo, de guardarlo en su potencia. La interpretación en cuanto que proyección futura en un relato no haría más que estropear el haiku. O bien, la búsqueda de su inscripción biografía e histórica en un pasado perdería al lector en la tarea de repetir lo que el haiku pretende negar. Por el contrario el haiku en tanto que conserva el tiempo del deseo no pasa al tiempo del acto, o según Barthes, en el orden del lenguaje el haiku no hace mas que obstruir las vías de la interpretación; busca “suspender el lenguaje, no provocarlo” (Barthes, 1990: 96).

            Ese tiempo que el haiku deviene no es de ninguna manera místico; uno que rehúye lo absoluto, lo inefable, lo indecible. Si que el tiempo del haiku opera en la raíz del sentido, impide que divague en el infinito de metáforas y símbolos. El haiku no sigue el cauce donde el discurso discurre, sino que hunde en el sonido del viejo estanque como un “acontecimiento breve que encuentra de golpe su forma justa (1990: 102). Debemos perseguir la estela del signo vacío que adelgaza la barra entre significante y significado para que la escritura entre en fruición con lo sensible. Se trata de advenir la cosa misma en la palabra y, si asumimos esto, el haiku enciende en nosotros su deseo. Con sólo visar o echarle un ojo, el haiku nos despierta en una noche de verano que invita a dejar la escritura para entregarnos al brindis, como en el siguiente haiku que escogimos de Natsume Soseki:

名月や無筆なれども酒は呑む

meigetsu ya muhitsu naredomo sake wa nomu

Radiante luna.
Doy reposo al pincel,
pero no al sake.

(Sôseki 2013: 68-69)

Por su brevedad, el haiku se distancia del relato; lo rehúye. Ni novela (pues podríamos decir que apenas insinúa una trama), ni tampoco al del aforismo (no condensa un pensamiento, ni lo cifra). Aun así en cuanto que garabato de una escena, experiencia o gesto, en él, el signo y el sujeto se desorbita: no tienen un centro significante, un nombre del Padre que no deja de ausentarse para organizarlos signos torno así. En cambio, hay una especie energía de deseo que no hace más que dar rienda a unos signos que se despliegan en sus diferencias y sutilezas. Sin un centro de sentido pleno, el haiku expresa precisamente ese dinamismo: “los significantes exceden la palabra […] que el intercambio de signos sigue siendo de una riqueza […] fascinantes, a despecho de la opacidad de la lengua, incluso gracias a esa opacidad” (1990: 17). Lo que en él se comunica no es una voz que pretende transparencia o presencia, sino el cuerpo entero, de tal forma que: “lo que se conoce, degusta, recibe, es todo el cuerpo del otro, y es él quien ha desplegado (sin un verdadero fin) su propio relato, su propio texto” (1990: 19).

 

Bibliografía

Barthes, R. (1990). El imperio de los signos. Barcelona, Mondadori.

GOLONDRINAS/AVIONES/VENCEJOS

GOLONDRINAS/AVIONES/VENCEJOS

Ellas me traen la noche
de sus alas, cortan
la tarta de la luz en perfectas fracciones
cada vez más pequeñas,
cada vez
más deprisa, hasta el punto
culminante
en que su vuelo no se ve
porque es mucho más veloz que la mirada.

 Eduardo Fraile (Balada de las golondrinas)

 

Frente al mar, cuántas veces he visto el vuelo de golondrinas que vienen de las dunas, coquetean con las olas y regresan de nuevo a la caza de insectos cuando el calor aprieta y el olor de la sal se hace uno con el viento. Se las ve llegar del Sur, de su invernada en África siguiendo la línea de costa, de una en una, en hilera interminable al inicio de la Primavera.

 

Reflejos en el agua.

Una detrás de otra

las golondrinas.

 Jorge Alberto Giallorenzi

 

Aviones, golondrinas, vencejos, pequeñas aves migratorias de grandes similitudes que sin embargo pertenecen a familias diferentes (Golondrinas y aviones: hirundínidos, vencejos: apódidos). Con la llegada del verano no hay cielo sobre pueblos o ciudades que no se vea cubierto por sus bandadas. Sus cantos, en el caso de aviones y golondrinas, o gritos agudos en el caso de los vencejos, durante los ágiles vuelos circulares, perduran hasta que la oscuridad deja todo en silencio.

 

Nubes plomizas,

chillidos de vencejos

en torno al huerto.

 Elías Dávila

 

De madrugada

cruza la casa un canto

de golondrinas 

Susana Benet

 

Apenas luz,

y aún los chirridos

de los vencejos

Rafael Castillo Morales

Las tres son aves migratorias, viajeros increíbles que pueden recorrer miles de kilómetros sin posarse para descansar. En el caso de los vencejos, todo su ciclo vital se desarrolla en pleno vuelo, bajando solo a tierra para criar. Cuando un volandero abandona el nido es posible que pase en el aire los dos años siguientes, alimentándose y durmiendo sin necesidad de posarse.

 

luz matinal…

el vuelo trepidante

de los vencejos

 Xaro Ortolá

 

Garganta del diablo*

tras el arco iris

vencejos en picada

 Alicia Céspedes

*Salto principal de las Cataratas de Iguazú.

 

Desde las tradiciones europeas hasta las orientales, un nido de golondrina en casa se ha considerado un feliz augurio. Según una antigua leyenda española, las golondrinas son aves sagradas pues se dice quitaron con sus picos las espinas de la corona de Jesucristo, de ahí que tengan el pecho rojo. Exploradores y marinos las vieron siempre como aviso de la proximidad de lugares propicios para la vida, pues sus nidos requieren la presencia de barro, por ello de agua dulce.

 

  

Media mañana,

vuelan a ras del agua

las golondrinas.

 Verónica Aranda

 

Crían en entornos humanizados, y pese a la enorme ingesta de insectos, salvaguardando de plagas huertos, pueblos y ciudades, los nidos suelen ser destruidos, aunque exista protección por parte de las distintas legislaciones.

 

Nubes de lluvia.

Un bando de vencejos

sobre las viñas

 M. Ángeles Millán (Hikari)

 

Patio encalado

la sombra del vuelo

de los vencejos

 Encarna Ortiz (Encarna)

 

Un cielo azul…

 las golondrinas rehúyen

de la cometa

 Manuel Díez Orzas

 

En 2004 se calculó que había cerca de 30 millones de golondrinas en España. Desde entonces se pierden al año un millón de ejemplares. El uso de pesticidas, el abandono rural y los nuevos modos de construcción en los que se deja poco espacio para sus nidos, pueden ser las causas de su declive, también del de aviones y vencejos, estos últimos, ya especie catalogada de vulnerable.

 

Cruza un vencejo

El viento entre las plumas

del cañaveral.

M. Ángeles Millán (Hikari)

 

al mirar atrás

con otro brillo

el vuelo de los vencejos

 Félix Arce (momiji)

 

Ojalá podamos seguir recitando con la certeza que G.A. Bécquer lo hacía:

Volverán las oscuras golondrinas…

 

O, tal vez, como Eduardo Fraile en su libro Balada de las golondrinas:

 

Sé que me veis y me reconocéis 

cada nuevo verano, y sé que me esperáis 

y que guardáis memoria 

de quienes fuimos, aunque ya seáis otras 

y nosotros tampoco seamos los mismos … 

 

 

 

Plaza antigua

mientras suena el violín

las golondrinas

M. Ángeles Millán (Hikari)

 

Ascienden…descienden

los vencejos.

El olor de los tilos.

M. Ángeles Millán (Hikari)

 

 

machi-zora no tsubakurame nomi ataroshi ya

 

En la aldehuela

solo las golondrinas

parecen nuevas

Kusatao

 

 

Rumor del mar.

El bando de vencejos

emigra hacia el sur.

 Pilar Carmona (Piluca)