La paloma / está bebiendo agua – / Luego se ha ido volando
Las verduras / casi se mojan – / La tierra se moja
La paloma / está bebiendo agua – / Luego se ha ido volando
Las verduras / casi se mojan – / La tierra se moja
ANIMALITOS DE DIOS
Calendario oriental
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A los responsables del foro y revista digital de “El rincón del Haiku”, por su esfuerzo, dedicación y trabajo bien hecho en pro del haiku.
Gracias
robado el plátano
huye el pequeño mono…
templo de Swayambhu
Año 2015 Templo de Swayambhunath (Templo de los monos) – Nepal
-Xaro Ortolá
(Alicante)
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MONO
Brillante, hábil e inventivo en todo lo que emprende, el mono no duda en utilizar la astucia y su carisma natural para lograr sus objetivos. Divertido y alegre, pero también inestable en su relación con los demás, puede cambiar de amigos o de casa en un abrir y cerrar de ojos. Inteligente como todos los monos, es un buen especulador, un jugador y maestro del arte, se toma la molestia de llegar al final de las cosas sobresaliendo en casi todos los campos.
El mono representa poder y fuerza, tanto incluso que, al nacer, el dios mono saltó hacia el sol tras confundirlo con una fruta. El mono sagrado es además símbolo de sabiduría y humildad.
Nacido en el 1716, un mono ejemplar fue el gran haijin y pintor Yosa Buson 与謝蕪村.
Koson Ohara 小原 古邨
(1877 – 1945)
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Mono de fuego
Año tras año
en la cara del mono
la misma máscara.
Matsuo Bashô 松尾芭蕉 (1644-1694)
Considerado como el padre del haiku
Poeta viajero y monje zen
(Japón)
Mono de tierra
en el regazo
de un Budha sin nariz
duerme un monito…
-Xaro La
(Alicante)
Mono de hierro
A contraluz
oculto entre las ramas
un mono chilla.
-Ana Lili Balladares
(Uruguay)
Mono de aire
Koe karete saru no ha shiroshi mine no tsuki
Su ronca voz,
los blancos dientes del mono…
Luna en la cima.
– Takarai Kikaku 宝井其角 (1661–1707)
(Japón, discípulo de Bashô)
Mono de madera
rama quebrada,
junto al templo dos monos
se despiojan…
-Xaro La
(Alicante)
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El pequeño mono me mira…
¡Quisiera decirme
algo que se le olvida!
-José Juan Tablada
Mono de agua
La nieve cae
y en la quietud del agua
el reflejo de tres monos
Taller de haikus “El alma del haiku”
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Medita el mono
toda la noche:
¿Cómo atrapar la luna?
-Masaoka Shiki 正岡子規 (1867 -1902)
Poeta, crítico literario y periodista japonés del periodo Meiji.
Saludos compañer@s haijines del mundo
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Día de verano
por el cielo una bandada
de benteveos
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Nombre del niño/a: Martina Aricocchi
Edad: 10 años
Colegio: Villa Devoto School
Ciudad: Buenos Aires
País: Argentina
-.-
La lluvia cae
empujando las hojas
para abajo
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Nombre del niño/a: Franco Geada
Edad: 10 años
Colegio: Villa Devoto School
Ciudad: Buenos Aires
País: Argentina
-.-
Noche fresca
el ruido de un abejorro
que quiere salir
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Nombre del niño/a: Celeste Reyes
Edad: 10 años
Colegio: Villa Devoto School
Ciudad: Buenos Aires
País: Argentina
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Un gatito
sigue desesperadamente
a su mamá
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Nombre del niño/a: Juana Bellocchio
Edad: 10 años
Colegio: Villa Devoto School
Ciudad: Buenos Aires
País: Argentina
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LA CHOZA DEL HAIJIN
俳人の山小屋
fotokotori
Hay un valle en la comarca del Bierzo, en León, que se llama El Valle del Silencio. Cuenta la leyenda que en el siglo X un hombre santo llamado Genadio, eligió una cueva de este frondoso valle para orar en meditación. Un día, intentando concentrarse para tal menester y no lográndolo debido al murmullo del río que discurría a sus pies, golpeó el suelo con su cayado y al grito de “cállate” le ordenó que fluyera en silencio. Desde entonces, el obediente río Oza se desliza silente entre las raíces de castaños centenarios.
Al margen de la soberbia de Genadio que todavía no había comprendido que el problema no estaba en el río sino en su mente, la leyenda nos ilustra para ver como desde tiempo inmemorial, el buscador espiritual necesita de lugares inmersos en la naturaleza y alejados de las concentraciones humanas con el propósito de hallar la anhelada paz interior.
Puede que el camino definitivo en el haiku sea éste, el del silencio, quizás porque se ubica en ese espacio que roza lo intangible y que, obstinadamente, nos empeñamos en buscar más allá de nosotros mismos.
Ese es uno de los retos del haijin: aceptar ser y estar en ese silencio –vacío que deja al descubierto los monstruos vociferantes que nos habitan. De pronto nos enfrentamos a miedos ancestrales como los que sentimos cuando por primera vez meditamos, o cuando en mitad de una noche estrellada, en campo abierto, te envuelve un firmamento profundo, cuya sola contemplación produce un vértigo tan real que amenaza con succionarte. Entonces tomamos conciencia, o deberíamos, de que no somos nada ni nadie, al menos nada ni nadie por encima de lo que nos rodea. Y eso da mucho miedo porque perdemos la falsa identidad a la que nos hemos aferrado para sobrevivir.
En los confines del templo,
se oye cortar bambú:
lluvia fina en la noche
寺ふかく竹きる音や夕時雨 SHÔHA
*Haiku traducido por Vicente Haya
Los que frecuentan el patio de mi casa son las ciguas y los perros. Los perros porque me siguen dondequiera que voy si le es permitido. Las ciguas, en su entera libertad, porque les place.
Pero de los patios vecinos, de las afueras de la urbanización, del entorno del río o vaya usted a saber de dónde, llegan ocasionalmente otras visitantes fugaces, aladas y rápidas como un soplo de brisa. Vienen zumbadores a libar en el aire el néctar de las orquídeas y las flores de Pompeya, vienen diminutas avecillas, como las reinitas o el cigüiriyín, a buscar cosas pequeñas que solo ellas ven.
Vienen abejas, trabajadoras y solas, vienen raramente mariposas, vienen o aquí mismo crecen los tenaces mosquitos.
Ya no, pero en otros tiempos tuvimos la dicha de ver en el patio al pájaro bobo, con su largo pico, su vientre bermejo y su extraña calma. Ahora solo oímos de vez en vez su grito ronco en árboles vecinos. También, más armoniosos, gritan los pájaros carpinteros, que no nos visitan nunca, empeñados en su labor en la copa de los árboles altos.
Y en alguna época del año en el atardecer cruzan en bandadas numerosas las madame sagá, de pecho amarillo.
Y el ruiseñor, solitario, del lado de la calle llena el espacio a ratos largos con su melodía de siempre primavera.
Ay, los países del aire.
Dìa nublado.
Ruiseñores y ciguas,
¿qué es lo que dicen?
Todo viaje tiene algo de vagabundeo, de búsqueda interior, de despedida… aunque, quizás, viajar no es más que una excusa para renovar todo aquello que ya creemos desgastado…
En la estación de tren un efervescente trajín aviva la mañana. El calor se hace notar… el sol parece haber puesto en fuga hasta las mismísimas sombras. Contemplo las vías… en ellas siempre cabe la esperanza de que exista algo más allá.
A la indicación de un pitido, sin los titubeos de las viejas locomotoras, se pone en marcha el tren… busca el destino que marcan las solitarias vías. Lentamente la ciudad cambia su pelaje. Las residencias, alineadas milimétricamente, dan paso a los nuevos polígonos industriales… enmascarados con fachadas espejadas absorben todo lo que les rodea. Avanza el tren, a mi izquierda puede verse la vieja siderurgia amodorrada bajo un eterno manto rojizo, al otro lado, por tramos, se vislumbra una carretera paralela a las vías. Un camión cargado de carbón se dirige hacia la central termoeléctrica -una hacedora de luz que ennegrece el agua de la ría-. Con un pequeño traqueteo el tren se sacude los últimos restos de la ciudad.
Se angosta la ruta… el roce del convoy con la maleza se hace sentir dentro del vagón… Un poco más allá un maizal agranda el espacio… bajo un cielo sin nubes posan dos cuervos sobre una rama seca.
Lentamente el paisaje se detiene… el tren abre sus puertas… se cuelan en el vagón aires de fiesta… El pequeño pueblo costero, Candás, está concurrido… tenderetes, terrazas, banderines de colores colgando entre las fachadas… y gente, mucha gente que se desenvuelve entre los olores de la sidra y las sardinas a la plancha…
Tras la comida, busco las afueras para darme un descanso… las casas blancas destacan sobre una mar azul…
Huele a eucalipto…
en el bosque
hay una fuente que gotea
Asturias, donde la tierra siempre es verde.
Delineado por el viento… mudo… quizás sabedor de que simplemente con su presencia queda articulado todo vocablo. Ancestral… sagrado y mundano… custodio de todo y de nada… sobre su alcorque se yergue el árbol.
Salgo de casa, apenas necesito treinta o cuarenta pasos para encontrarme con los primeros árboles… si te paras a contemplarlos se diría que cantan… mas sólo es el algarabío de unos gorriones que encuentran refugio entre sus ramas. Como llevado por la brisa, prosigo con el paseo… la ciudad también parece hablar… mas sólo es el algarabío de una multitud que busca refugio en unas calles abarrotadas.
Hileras de ciruelos rojos, de aligustres, de plátanos de sombra agitados al son que determina el viento del nordeste, tamarindos, magnolios, tilos, abedules, encinas y un largo etc. que hacen de ellos infinitos ríos vegetales sobre cauces de asfalto.
Un paso… otro… y otro… un deambular por las aceras de la ciudad que casi siempre termina por llevarme a un parque… allí, donde más árboles hay, donde más puedo admirarlos, donde más siento su alma… un alma de otro mundo que se aferra a la tierra como si fuese humana. El tiempo se diluye entre el hipnótico agitar de millares de hojas. Me siento atrapado en un vaivén en el que no puedo dejar de preguntarme si los árboles, sin su ceguera, podrían vivir en la ciudad… y así, sin saber, soy como el ave que halla amparo entre esos indescifrables seres leñosos.
Desciendo por una escalinata de piedra que me acerca a lo más hondo del parque… El vacío, unido a uno de los bancos de madera que flanquean los peldaños de piedra, acapara mi atención…
Los años han tronchado
al viejo ciruelo…
sigue su vuelo el mirlo
Asturias, donde la tierra siempre es verde.