Como apunté al final de la anterior entrega, voy a intentar una aproximación general a lo que yo entiendo que podría ser una poética del haiku, desde el punto de vista de la conciencia de la pregunta que vengo exponiendo. La sencilla palabra que allí se dice posee para mí un doble alcance: por un lado, tiene que ver con la salida del relato (desde la perspectiva del haijín), y por otro con la salida de la facticidad (desde la perspectiva de la naturaleza-existencia). En esta entrega de junio voy a centrarme en este segundo aspecto, e intentaré abordar en la próxima qué significa la salida del relato y qué implicaciones tiene para el hombre y su historia.
Debo subrayar, antes de todo, que la experiencia poética que aquí estoy defendiendo, como capacidad de la conciencia para asumir la pregunta como pregunta, ha de generar un pensamiento poético del que carecemos, que sería la verdadera herramienta para construir una crítica global de la racionalidad de la supervivencia y, más allá de eso, recolocar al hombre de cara a un horizonte de sentido completamente diferente del establecido. Estos breves apuntes no pueden pretender algo tan ambicioso. Solo está en mi mano apuntar algunos principios que considero básicos. Es obvio que tal pensamiento poético (un pensar desde el no saber), no puede establecerse como una reflexión racional de la experiencia poética o un estudio científico de la obra resultante (que es lo que hace la tradición cultural en la que nos encontramos). Sería, más bien, un intento de la propia experiencia poética de la conciencia por dar cuenta de sí misma y, quizá en ese esfuerzo, mostrar otra forma de pensar, generar otra forma de enjuiciar lo que está pasando con el hombre, la vida, la naturaleza, la existencia, la Totalidad…, de manera que pudiéramos verdaderamente darnos cuenta de que estamos siendo reos de una interpretación, de que somos, nos movemos y existimos dentro de la interpretación racional, por muchos matices secundarios que esta tenga.
Desde mi punto de vista, si la experiencia poética de la conciencia no supone una alternativa radical a la interpretación racional de la realidad y la existencia, entonces carece de verdadera significación, no deja de ser un subproducto de la magna racionalidad omnipresente: acaso una experiencia de la subjetividad psicológica, un alegato de la sentimentalidad, una habilidad alcanzada tras la deriva simbólica del lenguaje, una artesanía que coloca de manera novedosa las piezas que el acervo va multiplicando sobre la mesa de la cultura… Pero he de señalar que el verdadero problema radica en que estamos inconscientemente convencidos de que no podemos vivir fuera de un relato, fuera de una interpretación, con lo que se supone que la hipotética posibilidad de alcanzar un pensamiento estrictamente poético lo que nos reportaría sería otra interpretación desde la que poder configurar nuestra experiencia de la vida. En rigor, lo que intento transmitir es que la experiencia poética no configura en sí misma ninguna interpretación, es precisamente la posibilidad de alcanzar una experiencia de la existencia no interpretable, radicalmente abierta, radicalmente enfrentada a cualquier interpretación: lo que he llamado la experiencia de la pregunta como pregunta.
No es posible, en efecto, crear un ‘relato’ alternativo de sentido para dar cuenta de la experiencia poética tal como la concibo. Solo es posible abundar en la pregunta como pregunta, es decir, desvincular la pregunta de todo discurso de sentido, desvincular la pregunta de toda estrategia de respuesta. Pero para hacer esto tendríamos que empezar por desactivar la lógica racional inherente a los ‘conceptos’ concretos que estamos manejando. Cuando hablo de ‘poética’, por ejemplo, no estoy refiriéndome a un hacer del haijín, a una creación personal del yo poético autor de una obra (el haiku). Ese es el planteamiento racionalista que desde el inicio de la filosofía viene orientando todas las poéticas que se han ido configurando a los largo de la historia. En próximas entregas intentaré referirme a algunas de esas poéticas (al menos la de Aristóteles, Kant, Heidegger y Zambrano) para poder comprobar hasta qué punto se encuentran en las antípodas de lo que estoy proponiendo. Cuando hablo de ‘poética’, por tanto, no estoy hablando de un quehacer creativo del poeta autor, de la forma de una obra y el particular modo en que queda ensamblada junto a otras obras en el acervo. ‘Poética’, como ya he dicho, es la manera precisa en que la conciencia se reconoce como estadio de la pregunta en el seno de la existencia. El surgimiento de la pregunta como pregunta es advertido en su particularidad con respecto al movimiento racional de la pregunta como respuesta. Cuando una pregunta nos abre a un horizonte de sentido solo transitable cuando permanece como pregunta, entonces estamos, a mi juicio, ante una experiencia ‘poética’ de la conciencia. Cuando una pregunta nos abre a un horizonte de respuesta, entonces estamos ante una experiencia de la racionalidad. La poética, por tanto, abre el horizonte, que como tal no orienta ni dirige, es pura posibilidad de transitar un no saber. Porque el no saber puede ser transitado. Puede serlo por la conciencia, no por la razón. La conciencia sí puede transitarlo como no saber. Y puede decir algo, un algo que no lleve al saber sino que profundice en la apertura, en el horizonte. Intuyo que la palabra del haiku es de este calibre. Y también lo es parte de la experiencia poética que se encuentra diseminada a lo largo de la historia, desde las más antiguas composiciones de los indios americanos a los poemas con los que muchos de nuestros contemporáneos se enfrentan a la dolorosa identidad que les impone la cultura; versos, en este caso, diluidos en la configuración general de la ‘obra’ creativa del yo-poético de la racionalidad, irreconocibles por la crítica especializada, auténtica policía del imperialismo racionalista, cuando no mera criada de los amos del comercio.
Poética’, por tanto, es para mí experiencia de la pregunta como pregunta. Y llamo ‘conciencia’ no a un saber especial sobre algo, sino al estadio en que aparece la pregunta como pregunta. Saber un no saber es lo que ‘sabe’ la conciencia. Y esto no tiene nada que ver con la antigua máxima socrática. La racionalidad dice “solo sé que no sé nada” en un gesto de honestidad, contra los engreídos y prepotentes, ante el inmenso camino que va hacía el pleno conocimiento de las cosas, hacia la respuesta como tal. Porque el camino de la respuesta, hacia la meta de la Verdad, es realmente arduo y apasionante. Pero la conciencia poética es otra cosa: el estadio de la existencia donde se ha alcanzado la pregunta como pregunta. Por tanto no es una cualidad del homo sapiens sapiens como especie animal, sino un estadio que se encuentra más allá de la determinación biológica. Lo que quiero decir es que la vida ha surgido en el proceso fáctico de la existencia material, y que la conciencia no pertenece ya a ese estadio de la existencia que llamamos vida, sino que supone un estadio diferente, completamente ‘sin sentido’ en el ámbito de los procesos fácticos que han llevado, por ejemplo, al hierro desde las estrellas hasta las células. No hay duda de que de la latencia a la energía, de la energía a la materia, y de la materia a la vida se han producido saltos cualitativos. Lo que intuyo es que de la vida a la conciencia se está produciendo un salto cualitativo aún de mayor calibre que los experimentados en el proceso de la existencia hasta ahora, porque este nuevo estadio ha aparecido como pura posibilidad, como horizonte abierto, es un estadio de extrañamiento radical. Podemos afirmar que no se ha producido de manera fáctica precisamente porque no responde a ningún desarrollo previsible de la supervivencia, porque no aparece en continuidad con la vida, porque, antes bien, parece colocar a la supervivencia en una delicada tesitura: si la supervivencia fuese la etapa culminante del desarrollo de la vida, tal estadio existencial quedaría automáticamente encerrado en sí mismo, porque el ciclo de la existencia fáctica habría llegado a su autoconocimiento pleno en eso que llamamos racionalidad. Pero la aparición de la conciencia no ratifica la supervivencia sino todo lo contrario. Por eso decimos que el desarrollo del estadio de la conciencia no se va a realizar fácticamente, sino que solo aparece como pura posibilidad, como extrañamiento radical en el orden de lo fáctico.
Es cierto que el extrañamiento que supone la aparición de la conciencia no pulula por el aire como un fantasma invisible, sino que está dentro del corazón humano, en su punzada más honda e indescifrable. Pero ha sido sistemáticamente racionalizado. Y la racionalidad no ha hecho sino lo que podía hacer: configurar respuestas. Y lo que ha conseguido es crear el sentido en lugar de pensar el sin sentido; en lugar de asumir la sospecha, fabricar una respuesta aparentemente diversificada: la metafísica, la filosofía, la ciencia, la religión, la espiritualidad… todas ellas basadas en la idea de que la salida de la vida ha de ser fáctica, como lo fue la entrada. Una salida hacia la Nada, hacia el Todo, hacia Dios, hacia el Ser… La conciencia, sin embargo, no puede concebir una salida fáctica de la vida. La respuesta de la racionalidad ha colocado la extrañeza a la altura de la racionalidad, la ha configurado a su manera, hasta lograr que quede insertada en el proceso fáctico global que está a su alcance proponer. Todo, Ser, Verdad, Dios, Bien, Espíritu, Nada… son las configuraciones de la respuesta que le es posible concebir a la racionalidad fáctica. Si la ‘experiencia poética’ no supone una alternativa radical a este planteamiento, entonces tal experiencia carece de significación. Pero insisto en que esa ‘alternativa’ solo podría transitarse desde el no saber, no es un camino hacia el conocimiento o hacia la Verdad.
Podemos intuir que en el desarrollo de la vida biológica ha surgido una extrañeza radical: la capacidad de preguntar por el sentido no tiene sentido dentro de lo fáctico. Lo que quiere decir que la capacidad de preguntar por el sentido de la existencia (latencia, energía, materia, vida) nos advierte de que el proceso fáctico desarrollado hasta aquí se ha visto drásticamente problematizado por la aparición de esta pregunta radical. La aparición de la pregunta como pregunta abre a un horizonte de posibilidad, pues si estuviéramos ante una pregunta como respuesta nos encontraríamos en un horizonte fáctico: la respuesta ya existiría en el germen de la pregunta, la pregunta solo sería una etapa del proceso de realización de la respuesta. Si lo que está planteando la conciencia es una pregunta como pregunta, entonces se ha producido un horizonte sin realización, un no saber, una pura posibilidad de transitar, y el desarrollo posible de lo existente a partir de aquí es absolutamente inconcebible, no hay referencias, no hay señales, no hay previsiones, no hay proyecto… La experiencia poética es la experiencia de la pregunta como pregunta. Y llamo estadio de la conciencia precisamente a este en el que hemos comenzado a tener la posibilidad de experiencia poética.
Podemos decir que el hombre es el momento de la existencia biológica donde se abre esta posibilidad. Podemos afirmar que esta posibilidad no pertenece al hombre como si constituyese un mérito de su capacidad biológica, sino que pertenece, insisto, al proceso de la existencia (latencia, energía, materia, vida), que parece estar inaugurando un estadio totalmente desconcertante que incumbe a lo existente como tal. Al ser la existencia, entonces, la que se muestra ahora como pregunta radical, esto nos indica que tal pregunta se está produciendo en el seno de la Totalidad. No puede darse un fenómeno de conciencia de la pregunta sin que la Totalidad quede radicalmente problematizada. Para la racionalidad, la Totalidad (que puede asumir muchos nombres, como hemos visto) es fáctica por definición. Solo esa facticidad garantiza su correlato racionalista. O dicho de otra forma: la racionalidad solo puede concebir una Totalidad fáctica, le dé el nombre que le dé. Si es concebible la pregunta como pregunta en el seno de la existencia, entonces es la propia Totalidad la que queda abierta a un proceso de identidad, por decirlo así, no fáctico.
Es posible que algún lector piense que estoy deambulando por los cerros de Úbeda. No es así. Si no concebimos la experiencia del haijín y la palabra del haiku en este contexto, entonces la tradición del haiku carece de significación ‘poética’, a mí entender. Pero he de aclarar de inmediato algo fundamental: ni la tradición del haiku está desprovista de innumerables significaciones culturales, espirituales, literarias, etc., ni yo estoy proponiendo una visión unívoca del fenómeno. Solo estoy proponiendo la posibilidad de pensar el haiku de otra manera: desde la conciencia y la pregunta. Y solo pretendo que esta modesta perspectiva alimente el debate y ensanche, si acaso, la posibilidad de una comprensión más global de lo que está sucediendo en el haijín, por más que su propia racionalidad cultural, literaria, filosófica, espiritual, estética o religiosa ya le hayan ofrecido los parámetros desde los que interpretar lo que está haciendo. Tampoco san Juan de la Cruz –lo he comentado en otras ocasiones– pudo interpretar los versos de su propio Cántico Espiritual sino con las herramientas de la teología tridentina que acababa de estudiar en la universidad de Salamanca.
Es muy importante entender que si bien, desde el punto de vista de la racionalidad cultural, el haiku es una tradición japonesa cuya génesis se encuentra vinculada a las culturas orientales de las que tal tradición se alimentó durante siglos, desde el punto de vista de la experiencia poética que aquí mantengo el haiku es un signo de la conciencia, una experiencia de la pregunta como pregunta, y que por tanto aunque ocupe un lugar eminente de la tradición nipona que ha llegado a nosotros por derroteros estrictamente culturales, desde el punto de vista de la conciencia que aquí mantengo la identidad del haiku no se encuentra en su pasado sino en su porvenir, no le viene de su manantial sino de su horizonte. El haiku todavía no ha alcanzado su verdadera dimensión, no ha llegado a su horizonte, por eso a nuestra aproximación ‘científica’ en torno a su historia y despliegue cultural, ha de sumarse una decidida indagación de los caminos que abre como experiencia de la conciencia. Y sería, a mi modo de ver, ciertamente frustrante que una de las experiencias más desnudamente poéticas, más evidentemente desconcertantes para la racionalidad, se quedase precisamente en el cajón de la racionalidad cultural.
El haiku es una de las más evidentes manifestaciones de la conciencia poética. Aunque el haijín, como hombre de su tiempo condicionado por la cultura dominante, pueda interpretar que está realizando una descripción de lo que está ahí en la naturaleza, lo que ‘poéticamente’ está sucediendo es otra cosa: es el propio haijín el que emana de aquello que está sucediendo, acaba de salir de allí, como si brotara del propio aparecer de lo que está dando testimonio. Por eso el haiku es un testimonio del nacimiento del haijín desde lo que acaba de suceder en la naturaleza. Volvamos al haiku de Bashô que nos viene sirviendo de ejemplo: “Un viejo estanque; / se zambulle una rana, / ruido de agua”. Desde la perspectiva poética que propongo, lo que hemos de entender es que junto al “ruido de agua” lo que aparece es el propio Bashô, lo que trae el ruido del agua es al propio Bashô. Bashô ‘aparece’ tras el ruido del agua, es el propio ruido, el propio acontecer de lo que ha acontecido, porque sin Bashô ese ruido habría quedado perdido en la fenomenología fáctica de la naturaleza, en el silencio de lo que no cambia. Por tanto, lo que ocurre en este haiku es Bashô mismo, una extraña identidad que no busca reconocimiento ‘literario’, que no busca autoafirmación personal, que no construye belleza ni ofrece información, ni nada por el estilo. La acción de Bashô, su acto de escritura, ese apunte mínimo en su cuadernillo, es en realidad la manifestación de que Bashô acaba de surgir desde el ruido del agua que ha provocado la rana al saltar sobre el viejo estanque. Y ese nacimiento es la conciencia, y yo llamo ‘experiencia poética’ a la que permite que nos demos cuenta de que estamos verdaderamente ante la conciencia y no ante un supuesto mecanismo racional de creatividad artística o cualquier otra intencionalidad subjetiva.
Lo que aparece en el haiku de Bashô no es el ruido del agua del estanque tras el salto de la rana, porque eso ya estaba allí y se había producido millones de veces a lo largo del desarrollo de la facticidad. La ‘novedad’ es Bashô mismo, la palabra, la conciencia. Que eso que estaba ahí ahora está en otro nivel, en otro estadio, ahora ha accedido a la palabra, a la conciencia. Esta realidad estrictamente ‘poética’ es anterior a cualquier otra consideración de lo que está sucediendo en el haiku, aunque suele quedar sepultada por la engreída racionalidad que le concede al ‘autor’ un protagonismo patético, aduciendo su capacidad artística, su categoría espiritual, su conocimiento de las artes tradicionales, etc. Abundantes baratijas al lado del sencillo y desconcertante hecho de que él es, sencillamente, la conciencia de lo existente, el momento en el que lo existente alcanza el estadio de conciencia.
Que el haiku manifieste de una manera tan radical y desnuda que la naturaleza-existencia ha alcanzado el estadio de la conciencia, es un hecho desconcertante de extraordinaria relevancia. ¿Qué necesidad tiene la naturaleza fáctica de alcanzar un estadio de conciencia? ¿Conocerse a sí misma? ¿Necesita acaso lo fáctico conocerse a sí mismo? ¿No es precisamente lo fáctico aquello que ya es como es y siempre será como será? ¿No da cuenta de ese modo de ‘ser’ la propia racionalidad? Un pensamiento poético sería aquel que intentase transitar por el horizonte abierto por esta perplejidad: que la conciencia no le pertenece al hombre (no es un saber sobre las cosas) sino que es el estadio en el que la existencia muestra un desfondamiento sin sentido en el orden de la facticidad. Porque la palabra del haiku es precisamente (desde el punto de vista de la experiencia poética que aquí mantengo), el momento de ruptura entre el origen fáctico y el horizonte abierto de lo existente. Para la racionalidad fáctica (como tendremos ocasión de comprobar en las distintas ‘poéticas’ que comentaremos más adelante), el horizonte es solo un despliegue del origen. En rigor, no hay horizonte. El círculo está cerrado desde siempre. El haiku del haijín se limita a reconocer y certificar esa facticidad. La experiencia poética, sin embargo, es la que está intuyendo una salida de lo fáctico, es decir, la que está intuyendo que el sentido de la existencia se encuentra en su horizonte, no en su origen. Y que ese horizonte no está determinado, y por eso no podemos ‘saber’ sobre él.
Si desde la perspectiva de la racionalidad la palabra del haiku queda encerrada en el relato de la existencia fáctica, traduce a lenguaje lo que ya es como es, desde el punto de vista ‘poético’ que aquí mantengo, la palabra del haiku significa que eso que estaba sucediendo en la existencia fáctica ha pasado a suceder en el estadio de la conciencia. Que la palabra acaba de emerger sin intencionalidad de nombrar, que la palabra se ha vuelto contralingüística, porque la palabra no designa un objeto, no nos dice lo que hay ahí, sino que manifiesta que lo que hay ahí ha pasado de ahí a la conciencia. A ese tránsito, a esa conmoción profunda que hace nacer el haiku, la tradición le llama ‘aware’. Desde la experiencia ‘poética’ el aware sería justamente el modo de experimentar el momento del ‘tránsito a la palabra’, un dolor de parto que surge en la propia naturaleza y que es sentido en el corazón del haijín. Esa especie de doloroso júbilo de la naturaleza por hacerse palabra es la conmoción propia del aware, aunque sea ‘lógico’ que la interpretación racionalista se quede en el aspecto sicosomático del fenómeno, y a partir de ahí valore su intensidad espiritual, su destreza literaria, etc., todo ello haciendo hincapié en la capacidad del haijín y olvidando por completo a la naturaleza, que permanece inmóvil y estática esperando que el haijín la contemple y diga lo que ve y oye. Este olvido de la naturaleza, este increíble protagonismo del haijín como autor, es muy propio de la racionalidad, incapaz de entender que la conciencia no pertenece al hombre sino que es un estadio de la existencia. Y ese protagonismo racionalista del haijín explica el devenir del haiku como forma literaria y su empaquetado en los comercios culturales de todo el mundo, y la desoladora evidencia de que tal vez estemos perdiendo, nuevamente, la oportunidad de salir del relato, a pesar de que muy pocas veces nos hayamos encontrado ante una manifestación tan cuestionadora.
Si el haijín es lo que sucede en el haiku, y no al contrario, entonces quizá debamos desmontar el papel no solo del ‘autor’, sino del hombre mismo. Parece que desde la conciencia poética el relato de la racionalidad superviviente pudiera encontrar una salida. Pero si la conciencia no puede ofrecer un relato de reemplazo, sabemos de antemano que la racionalidad la tachará de pura aporía. Ese horizonte carece de camino. Sea como fuere, intentaremos seguir hacia el no saber.