Diciembre, 2024
Primavera-verano
Córdoba, Argentina
Fin del sin fin
En Santōka hay una poética del errar; el movimiento es clave por dos motivos. El primero tiene que ver con el errabundeo como modalidad de viaje. Como hemos observado durante la lectura, en Santōka no hay destino ni punto de partida; no va en busca de nada, su experiencia es paso a paso y sobre el camino. En la estancia, cuando se aquieta, no hay ningún gesto de hospitalidad. El alojamiento del poeta es la intemperie, un lugar que no hay que ir a encontrar, sino hacer presente en la escritura, ya sea en el vuelo sin dirección de la mariposa o en la profundidad de la montaña.
El segundo motivo se encadena al anterior. El errabundeo se pliega con otro tipo de errar, uno que se da estrictamente en la escritura. Su haiku nos permite fabular, imaginar una vida que no tenemos. Aunque no conozcamos ni el canto de la chicharra en verano, ni la diferencia entre la lluvia ligera de invierno y las pesadas lluvias del verano, aun así, Santōka, a través de sus haikus, de sus palabras y pensamientos, convoca una experiencia que nos conmueve el corazón: la de errar, pasar por el costado de las postas seguras de la vida sin siquiera tocarlas. Buscar la decencia pero entregarse al alcohol; seguir el camino de Buda, pero disfrazarse de monje para pedir una botella de licor.
En esas inconsistencias se articula un ir sin destino, sin objetivo; el mismo acto de ir es a prueba y error. El haiku será testimonio de lo visto o lo vivido, pero especialmente una forma escrita para estallar aquello que no puede decirse más que de manera breve, en voz baja, susurrándolo apenas para sí mismo. De ahí, para terminar este sin fin que es Santōka, les dejo esta confesión de la mano de un poeta errante, lleno de contradicciones pero que aun así, el haiku fue una forma de vivir, una forma de vencer el martirio de los días.
Confesiones
Día a día aumenta el tedio en mi vida. Entre ayer y hoy estuve de aquí para allá, llevando a mi boca lo poco que llega a mis manos. Tal vez mañana sea igual, o peor aún, tal vez mi vida sea así hasta el día de mi muerte. Aun así, cada día y cada noche escribo haiku. Aunque no tenga que comer ni beber, no dejaré de escribir haiku. Dicho de otra forma, aunque tenga el estómago vacío voy a seguir escribiendo. Como el fluir del agua, mi gusto por el haiku emerge hasta desbordarse. Vivo de escribir haiku. Escribo haiku para vivir.
Tengo dos deseos. Solo dos. Uno es crear mi propio haiku, mi propio estilo. Y por otro lado, tener una muerte digna. Quiero una muerte agradable. Sin sufrir durante mucho tiempo y sin causar ningún problema. Creo que moriré por azar, de un ataque al corazón o de una hemorragia cerebral.
Estoy listo para morirme en cualquier momento. Siempre estoy dispuesto a morir en cualquier momento sin ningún arrepentimiento. Pero, lamentablemente, no hice ninguno de los preparativos funerarios aún.
Inútil. Tímido pero libertino. Vago pero honesto. Albergo todas estas contradicciones con vergüenza, pero no he encontrado otro modo de vivir. Mi falta de voluntad y la fuerza de mi codicia… ¡me han causado una herida fatal!
Hiroshima, 1938.
Santōka, Taneda (19 de mayo de 2008) “Carta a un amigo desde Hiroshima” 「広島逓友」. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/749_34457.html La traducción es nuestra.