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Tàpies, la miel de la sabiduría

El centenario de Antoni Tàpies (1923-2012) ha motivado una de las exposiciones más completas dedicadas al artista catalán. Tras su paso por el Palacio de Bellas Artes de Bruselas, la muestra ha llegado a Madrid y se exhibe -hasta el 24 de junio próximo- en el Museo Nacional Reina Sofía, que albergó ya, en el año 2000, una memorable muestra antológica. En esta ocasión, más de 220 obras acreditan la originalidad y la coherencia de un creador que soñaba ser un chamán y evocaba así sus comienzos: “Para ser chamán hacen falta dos condiciones: haber rozado la muerte o haber padecido una larga enfermedad. Yo he vivido ambas experiencias: a los diecisiete años sufrí un ataque cardíaco y como consecuencia tuve graves problemas de salud. Eso me dio una especie de hipersensibilidad y clarividencia que me permitía ver la interioridad de las cosas…”

Alentado por la figura de su abuelo -librero y editor- y por la curiosidad intelectual de su padre, que poseía una selecta biblioteca, el joven Tàpies se interesó por el existencialismo, el marxismo, el psicoanálisis y la gran literatura rusa -Dostoievski, Chejov-, decantándose muy pronto por el pensamiento extremo-oriental: el “Tao-Te-Ching”, el “Rigveda”, el “Ramayana”, los “Upanishads” o el “Bhagavad Gita”, con especial predilección por la poesía china y japonesa -sobre todo por el haiku- por obras como “El arte japonés”, de Tsuneyoshi Tsudzumi, y “El libro del té”, de Kakuzô Okakura, su favorito. (En su primera exposición personal de París, en 1956, un grupo de japoneses le buscó para decirle que algunos cuadros producían la misma sensación que los jardines de arena de Kioto.)

Escoltada por la reflexión y por la duda fértil, la obra de Tàpies sorprende por su coherencia: desde sus inicios con la vanguardia de Dau al Set, pasando por las distintas fases de experimentación con la materia hasta desembocar en la melancolía de un final presentido. El subtítulo de esta exposición conmemorativa –“La práctica del arte”- sugiere el compromiso de Tàpies con la realidad personal y social, tal como él mismo lo expresa: “El arte continúa siendo, para mí, una gnosis y una moral, como en todas las grandes tradiciones estéticas. El artista trata, a través de la obra, de conocer las cosas, el mundo, la realidad. El arte es, ahora y siempre, un fenómeno de investigación del conocimiento.” Tàpies se repite, como el ruiseñor de Chiyo-ni, y no se cansa. Practica el “samadhi de la tinta”, el equilibrio mental, la espontaneidad pura y vacía transmitida por el pincel; pinta deprisa -porque la tinta china se seca de inmediato- pero intuye que el agotamiento anuncia la iluminación. La apuesta por lo real es irrenunciable. El artista lo expresa rotunda y crudamente: “Confundirse con el polvo, he aquí la profunda identidad, es decir, la profundidad interna entre el hombre y la naturaleza.” La actitud es impecable: “Es aquella sugestión de la unidad primordial, aquella forma directa de amar lo terrenal, de compenetrarnos con todo, y con todos. Y muy especialmente con la valoración de todo lo que es menospreciado, que, en años posteriores incluso se concretaría en la imagen de la paja, de la basura, de los calcetines sucios, del casi nada…”

Comentando la muestra del 2000, decíamos: “En el origen y en el fondo de su aventura artística hay algo que parece nacer de la raíz de su propio apellido: ‘Tàpies’, ‘muro’, un lienzo de pared donde se nos va revelando el pulso de la vida. (…) Sobre ese muro infinito, que nunca renuncia a su esencial austeridad, Tàpies va trazando una historia infinita. Hay, sí, un amor hondo por los objetos cotidianos, que enlaza con los bodegones españoles del siglo XVII -con los ‘cacharros’ de Zurbarán, por ejemplo-, pero hay, sobre todo, un amor, mucho más primitivo, a la materia misma, que se transforma, que vibra, que se hace mágica. A través de ella, sentimos nuestra propia transformación. Ese amor a la materia no es, en absoluto, platónico, sino profundamente sensual. Esa materia es calor, latido, desgarramiento, abrazo…  Esa materia es, siempre, hermosa. Es, sobre todo, vulnerable, como lo es el verdadero amor, y, por eso, se abre a todo: no para devorarlo, sino para darle belleza y dignidad. Sobre ese muro, sometido él mismo al estrago del tiempo y la alquimia de la transformación, brota un lenguaje de signos: letras, rasguños, rayas, incisiones…, que despiertan en nuestra mirada una misteriosa intensidad.”

Uno de los últimos proyectos de Tàpies, fechado hacia 1991, se llama, expresivamente, Celebració de la mel (Celebración de la miel), pues, según el texto sagrado de los Upanishad, la identidad espiritual entre el universo y los seres que lo integran se expresa con la miel: “Dulce como la miel es esta tierra para todos los seres. Dulces como la miel son todos los seres para esta tierra. Dulce como la miel es el Ser radiante e inmortal que ocupa el Cosmos y el Ser radiante e inmortal que habita y ocupa este cuerpo”.  Podríamos intuir, en la misma dirección, celebraciones del aire o de la luz, esas “criaturas” misteriosamente fronterizas, pero Tàpies eligió, de manera muy significativa, la miel: luminosa, pero espesa; sutil, pero intensa; una materia que se palpa y que se saborea, y que se asocia simbólicamente a la sabiduría y a la profecía.

***

Abril 2024. Gonzalo Marquina Arcos

Dia de las niñas.
Otra vez, mamá humedece
el peine en el riachuelo

Warmi warmakunapa punchawnin
Mamay mayupi
Ñaqchata nuyuchin

 

Vuelven las gaviotas-
Entre las islas,
los colores del ocaso.

 

“Mira la nube”, dijo
señalando la superficie del agua.
Plaza de Huamanga.

雲を見てと水面を指差してワマンガの広場

Kumo wo mite
to minamo wo shisashite
Wamanga no hiroba

 

Viejo estanque.
La sombra de una hoja
distrae mi lectura.

 

“Y tienes que comer todo”,
le dice el niño
al perro anciano.

 

El vagabundo
también sonríe al contemplar
los colores del ocaso.

Los tlacuachitos saliendo del marsupio

Los tlacuachitos1 saliendo del marsupio

 1 tlacuache: Méx. Zarigüeya

 En esta serie de entradas no podía faltar una que intentara hacer justicia al propio nombre de la sección: Celebrar la vida. Por ello, en esta entrega comentaremos algunos haikus que cantan a la vida y se emocionan con la existencia por el mero hecho de ser y de seguir estando. El misterio de la vida, que suscita más preguntas que respuestas, es el tema principal de lo sagrado —no hay nada más sagrado que la propia vida—, que bien merece una selección y comentario por todo lo alto.

 

Acahuale2
y los tlacuachitos
saliendo del marsupio

2 acahuale: Méx. Derivación paragógica de acahual, ‘girasol’ o ‘hierba alta y de tallo algo grueso de que suelen cubrirse los barbechos’.

 

El exotismo fónico-léxico de este haiku para oídos españoles no resta un ápice de entendimiento en cuanto al sentimiento que transmite: la alegría del haijin por ser testigo de escena tan tierna como ver a esos tlacuachitos que salen, independientes, a continuar con el ciclo de la vida. El primer verso aporta una nota de compasión: los acahuales, que esconden a las zarigüeyas, los protegen de la crueldad del mundo que les espera afuera.

No podría faltar en esta sección un haiku que tratara sobre el agua como generadora y fuente de vida:

 

La Sagra en verano.
Por donde pasa el río
verdean los surcos

 

En este haiku tan delicado, la autora percibe en un entorno privilegiado que aquellas zonas contiguas al río reverdecen más que las más lejanas. Se emociona con el hecho de que el agua posibilita la existencia de vida, y no juzga si dicha vida es más o menos compleja que otra, pues, al fin y al cabo, todas y cada una de las formas de vida existentes tienen ese derecho a existir.

 

Escarcha en la huerta
Los saltos del potrillo
que se ha curado

 

La enfermedad y el dolor, inherentes a la existencia, quedan superados en este haiku magistral que, con palabras y gestos muy sencillos, encierra una gran lección de vida. La alegría del potrillo es evidente: está tan feliz que salta de alegría por haberse recuperado. ¿No es maravilloso que podamos emocionarnos con los sentimientos de otros seres? ¿Acaso no es motivo de alegría saber que otros seres son felices? Completa la escena el primer verso, que imprime una fuerza especial al segundo polo: la antítesis del vigor, asociado de manera inconsciente al calor y a la vitalidad, contrasta con la frialdad y quietud de la escarcha presente en la escena.

 

Pacas de heno
Se tambalea el potro
recién nacido

 

Otro haiku excelente, que canta directamente al nacimiento de un ser: al comienzo de la existencia de otra entidad que antes no estaba. Dicho sentimiento inunda el haiku de ternura y compasión por el potrillo recién nacido.  El olor y el tacto de las pacas de heno, que encuadran perfectamente la escena, amplifican la dimensión y la potencia de este haiku. Nacer es un misterio para la racionalidad: más allá del instinto de procrear y perpetuar la especie; ¿acaso no hay mayor muestra de amor que regalar la vida y cuidar a otra criatura?

 

d’una flor a una altre
es van aparellant
dos papallones

 

de una flor a otra
se van apareando
dos mariposas

 

Este haiku tan elegante describe la cópula de dos lepidópteros de flor en flor. La imagen es muy bella y delicada: el vuelo intermitente de las mariposas, con cuyo movimiento doblan los tallos de las flores mientras cantan a la vida, es el aware demoledor que nos hace enmudecer ante esta estampa tan sagrada. En definitiva, un haiku de primera que revela la sensibilidad extraordinaria del autor.

 

Brisa helada.
En la mano,
un huevo recién puesto

 

Este haiku es una explosión de sensaciones. El huevo, receptáculo de vida, aún caliente, se siente casi palpitante en la mano de la autora. Contrasta el calor inherente a la vida con la brisa helada que, probablemente, haya enfriado las manos antes de tocar el huevo y cuyo calor le transmite de nuevo: ese hosomi tactual anticipa el perfecto nibutsushougeki (contraposición de dos polos no armónicos: brisa helada/calor del huevo). Dicha oposición cierra esta obra maestra con el sello propio de la vida, a saber: la conjugación acumulativa de realidades antagónicas, que, sin ser paradójicas ni excluirse mutuamente, se potencian y realzan entre sí hasta el extremo.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Jorge Moreno Bulbarela, Encarna, Piluca C.P., Idalberto Tamayo, mencs6 y Mavi).

Caminar I

Abril, 2024
Otoño
Córdoba, Argentina

Caminar I

 Sin talento e incompetente como soy, hay sólo dos cosas que puedo hacer:
caminar, con mis propios pies; componer, mis propios poemas
(Santôka, 2003, p. 9) *

 ¿Qué significa hacer un viaje a pie? Ponerse en marcha y caminar, dar un paso tras otro paso sin saber muy bien cuándo y dónde aparece el destino. Viajar a pie no tiene nada de planificación es más bien librarse al azar. ¿Qué sentimientos invadirán al cargar un bolso y un paraguas, salir de casa y abandonarla lentamente, sin la ansiedad ni del regreso y la llegada. Caminar por nuestra propia ciudad hasta sus límites donde la naturaleza le gana terreno a la urbanización. Disfrutar del frescor de las sombras en los senderos de los bosques pero también librar una lucha cuerpo a cuerpo con los azares de la naturaleza. Admirar el frescor del agua, alimentarse de los frutos del camino, las mariposas y las hormigas que siguen nuestra con la misma intensidad en que padecemos el hambre, la fiebre y los dolores causados por el viaje.

大地ひえびえとして熱あるからだをまかす

Daichi hiebie to shite netsu aru karada o makasu

Confío mi cuerpo
con fiebre
a la tierra fría

(Santôka, 2006, p. 164)

Trad. Vicente Haya

 

*

 

いつまで旅することの爪をきる

itsu made tabisuru koto no tsume o kiru

¿Cuánto tiempo más me cortaré las uñas para viajar?

 

*

 

炎天をいただいて乞ひ歩く

Enten wo itadaite kohi aruku

Bajo un sol ardiente, pedir y caminar.

 

*

 

投げだしてまだ陽のある脚

Nagedashite mada hi no aru ashi

Me rindo, aún el sol me da en los pies

 

*

 

生き残ったからだ掻いてゐる

Ikinokotta karada kaiteiru

Me rasco el cuerpo ¡Todavía sigo vivo!

Trad. Julia Jorge

 

Cuando leo acerca de Santôka, sus críticas, sus diarios de viaje y sus haikus, la idea de “el último monje mendicante peregrino» se desvanece en varias facetas. Su escritura ha dejado testimonio de las oscilaciones del pensamiento, de los vaivenes de las decisiones, del reconocimiento de su propia hipocresía y de la aceptación de un modo de vida susceptible de crítica, pero que le permitió sobrellevar sus malestares existenciales, sus dolores heredados y el sentimiento constante de estar al margen de lo común.

En lo familiar, el margen comienza con el suicidio de su madre, luego de su hermano, el alcoholismo de su padre y la venta de las tierras familiares para la apertura en 1906 de una fábrica de alcohol que quebró diez años después. En lo personal, su ingreso a la universidad de Waseda que abandonó en 1904 a causa de un ataque de nervios que coincidía con su frecuente consumo de alcohol. También su fallido matrimonio arreglado por su padre con Sato Sakino. Aunque su carrera literaria fue bastante escribiendo bajo la tutela de Ogiwara Sansensui desde 1913, cultivando el estilo libre (shinkeikô) y convirtiéndose en editor de la revista Capas de nubes (Soun) en 1916. Sin embargo, en 1919 apostó por su traslado a Tokio para convertirse en poeta y encontrar un buen futuro laboral, abandonado a su hijo ken y a su esposa. Esta decisión se vio afectada por su consumo de alcohol lo que llevo a perder su trabajo como bibliotecario en 1920. Borracho en 1924 intentó suicidarse arrojándose a las vías de un tren. Este intento fue una bisagra en la vida de Santôka, que rescatado de su intento de suicidio fue trasladado a un templo zen y dejado a cargo del monje Mochizuki Osho Gian. Allí permaneció y se ordenado como monje en 1925.

La conjunción de estos dos periodos de su vida son el motor de sus peregrinaciones. Santôka se refería a estos viajes con el nombre de mendicación itinerante (gyōkotsu). Durante el día reunía el dinero suficiente para pasar la noche en una posada barata, abastecerse de sake (licor de arroz) o shôchû (licor de batatas). Pese a intentar sostener los hábitos zen, en sus Diarios confiesa reiteradamente la hipocresía que residía en la práctica mendicante. Su actitud contrasta con la larga tradición budista y zen, en la que los viajes a pie eran una forma de poner en ejercicio la meditación. Tradicionalmente, estas expediciones mendicantes (takahatsu) se hacían en grupo y las limosnas eran recibidas en nombre de un templo. A diferencia de estas expediciones, Santôka peregrinaba de forma independiente y su cuenco para mendigar no tenía el nombre de ningún templo. Esta situación le costó varios interrogatorios de la policía, dada la desconfianza que generaba un sujeto cuya mendicidad no tenía motivos religiosos estrictos. Más que un monje, parecía un mendigo.

Visto así, Santôka parece aventurado en una travesía inútil, dada su falta de fines y destinos, Santôka camina por el solo hecho de caminar. La pregunta por el dónde no tiene respuesta. El solo hecho de conservar ese interrogante es lo que lo mantiene en marcha y caminar es su único destino:

この道しかないひとりであるく

Kono michi shika nai hitori de aruku

No hay más que esta senda
Camino en soledad

(2006, p. 36)

 

どうしようもないわらしが歩いてゐる

Dô shiyô mo nai watashi ga aruite iru

No hay forma de evitarlo
ya estoy andando

(2004, p. 32)

Trad. Vicente Haya

 

*

 

炎天をいただいて乞ひ歩く

Enten wo itadaite kohi aruku

Bajo un sol ardiente, pedir y caminar.

 

*

 

どうしようもないわたしが歩いてゐる

Dôshô mo nai watashi ga aruiteiru

Nada qué hacer, solo caminar.

 

*

 

まつすぐな道でさみしい

Masuguna do de samishii 

Solo por un camino recto.

Trad. Julia Jorge

 

Referencias

Santôka (2003). For all my walking. Free-verse Haiku of Taneda Santōka with Exerpts from His Diary [Introducción y traducción de Burton Watson]. New York: Columbia University Press. La traducción es nuestra y ha sido cotejada con el original en japonés.

_______ (2009) El monje desnudo. Miraguano, Madrid.

______ (2004) Saborear el agua. Hiperión, Madrid.

______ (20 de marzo de 2008). 行乞記(一)[Diarios mendicantes (1)]. Aozora Bunko. Recuperado de:
https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/44913_30581.html

La traducción es nuestra.

HAIBUN 54

Haibun 54

Coger el viento

En la linde de los campos, los almendros tardíos conservan algunas flores.

Ya hay buñuelos de cuaresma en las pastelerías. He comprado unos pocos para llevar a la comida familiar. Prefiero llamarles buñuelos de viento… ¿será porque en la infancia no sabía cómo se podía meter el viento dentro de aquella deliciosa bola dulce que tanto me gustaba?

De camino a la ciudad se amontonan los recuerdos.
Las mañanas previas a Semana Santa mi madre nos despertaba con un dulce de pascua y un buchito de aquél “licor café” -sin la “de “, que hacía ella.
El Domingo de Ramos, con ropa de estreno, íbamos a bendecir la rama de olivo que mi padre había cortado para cada uno.
Desde que tengo recuerdo confeccionaba con esparto los serones, agüeras y cestos que necesitaba para el campo.
Días antes de La Palma, sus manos curtidas cogían aquella navaja de hoja ancha y mango marrón oscuro y hacía para nosotros una miniatura con restos de palmas: una flor trenzada, un carro como el que teníamos en casa, un cestillo, una estrella… Cada año eran nuevos la rama de olivo y el adorno.

Paramos en un camino entre cultivos… tanto té en la mañana pugna por salir.

Amarillea la colza junto al verdor del sembrado. Entre la hierba, el azul intenso de las borrajas.

Me siento y cierro los ojos para que me inunde el calor del sol. El aire es aún frío. Oigo a lo lejos el reclamo de lo que parece un pinzón. Al pasar las nubes, la luz va y viene sobre mis párpados cerrados.
En la piel la ligera humedad del viento.

Retomamos el viaje.
Los dulces buñuelos de mi niñez…

Pitas en flor.
El olor de la lluvia
en el barranco

 

M. Ángeles Millán “Hikari”
Girona-España

 

 

 

 

Abril 2024

Les saludo desde un Santiago de Chile que intenta sobrevivir a marzo, mes en el que comienza el año académico y la mayoría de las personas vuelve de las vacaciones estivales a sus trabajos. Si bien el otoño llegó a los árboles del parque cercano a mi hogar a fines de enero, es por estos días que la nueva estación se respira en el aire y se siente en la luz del sol.

En el artículo de este mes de “El mundo del kigo” continuaremos revisando las categorías en que se dividen estas palabras estacionales. Como indiqué previamente, tenemos la división por estaciones ―primavera, verano, otoño, invierno y Año Nuevo― y estos períodos, a su vez, se dividen en tres subsecciones. Por otro lado, tenemos siete categorías temáticas dentro de cada una de estas subsecciones estacionales. En el artículo de marzo vimos 時候 jikou o estacional, y en abril nos corresponde analizar 天文 tenmon o astronomía.

Si bien el término 天文 tenmon significa, como indiqué, astronomía, su uso en haiku hace referencia a lo que hoy llamaríamos “meteorología”. Fuera de algunos cuerpos celestes como la luna y las estrellas, los temas que encontramos mayormente en esta categoría son vientos, lluvias, nubes, etc. El físico y autor Terada Torahiko, en su ensayo Tenmon to haiku “Astronomía (meteorología) y haiku”, indica que, probablemente, esta confusión se generó ya que, desde la antigüedad, tanto en China como Japón, se utilizaba tenmon en el mismo sentido que el concepto griego de “μετέωρος meteoros” definido como “todos los fenómenos entre el cielo y la tierra”. De esta forma nos encontramos con kigos como “逃げ水, 逃水 nigemizu = agua que escapa” y que se refiere a un fenómeno de espejismo que parece un charco de agua en el asfalto en un día soleado y caluroso. O “油風 abura kaze = viento aceitoso”, suave brisa que sopla en los días soleados de fines de primavera, alrededor de abril. Y también “初虹 hatsuniji = primer arcoíris”; aunque la palabra 虹 niji sola es kigo de verano, hatsuniji es de fines de primavera, y se refiere al primer arcoíris que aparece en esta época y que se genera con un sol débil, por lo que sus colores son lavados.

Los haikus que seleccioné y traduje para ustedes este mes corresponden al período “晩春 banshun o fines de primavera”, lo que nos permite ir con el paso de las estaciones según el calendario de haiku. Así, en enero tuvimos de Año Nuevo; en febrero, de inicio de primavera; marzo, kigos de mitad de primavera, y ahora en abril llegamos al fin de la estación.

Kigo: 花曇り hanagumori = nublado de cerezos. Hace referencia al cielo nublado de primavera en la época de florecimiento de los cerezos. El cielo está relativamente azul, con nubes altas. En ocasiones se ve un halo en el sol. Variaciones 養花天 youkaten y 春陰 shun’in.

Período: 晩春 banshun o fines de primavera

Categoría: 天文 tenmon o astronomía

Haijin: Hara Sekitei (1886-1951)

門の花静かに白し花曇

mon no hana shizuka ni shiroshi hanagumori

las flores de la puerta tranquilamente blancas, nublado de cerezos

Kigo: 蜃気楼 shinkirou = espejismo. Cuando la temperatura cerca de la superficie de la tierra varía de un lugar a otro los rayos de luz se refractan debido a la diferencia en la densidad del aire, lo que hace que los objetos en el suelo parezcan flotar en el aire y que las cosas distantes parezcan más cercanas.  Variación 海市 kaishi.

Período: 晩春 banshun o fines de primavera

Categoría: 天文 tenmon o astronomía

Haijin: Mimura Jun’ya (1953- )

蜃気楼将棋倒しに消えにけり

shinkirou shougidaoshi ni kie ni keri

espejismos, desaparecieron como fichas de dominó

Kigo: 忘れ霜 wasurejimo = helada tardía, literalmente “helada olvidada”. Helada que sucede a fines de primavera, que daña los vegetales, las moras y las plantas de té. En la antigüedad se le llamaba “helada de despedida de la 88° noche” y era muy temida por los agricultores. Variaciones 別れ霜 wakarejimo、霜の名残 shimo no nagori、晩霜 osojimo、終霜 shuusou、名残の霜 nagori no shimo、霜の別れ shimo no wakare、霜の果 shimo no hate y 霜害 sougai.

Período: 晩春 banshun o fines de primavera

Categoría: 天文 tenmon o astronomía

Haijin: Kobayashi Issa (1763-1828)

鶯も元気を直せ忘れ霜

uguisu mo genki wo naose wasurejimo

ruiseñor recupera tu energía, es la última helada

Con este haiku que nos llama, como al ruiseñor, a enfrentar con ánimo una nueva estación, y agradeciendo su compañía en otra jornada de este viaje por “El mundo del kigo”, me despido hasta el próximo artículo.

Marzo 2024

CONSTRUIR

En los cristales,
El roce de unas ramas
Al caer la noche.

DECONSTRUIR

Se dice frecuentemente que el haiku es la poesía de la sensación (no de los sentimientos).

A este respecto, me gusta citar estas palabras del poeta portugués Fernando Pessoa: «La única realidad para mí son mis sensaciones. Yo soy una sensación mía. Por lo tanto, ni de mi propia existencia estoy seguro». Me gustan porque retratan claramente no solo la inseguridad existencial del haijin, traducida en su radical soledad en el mundo, sino porque esas palabras parecen insinuar la anulación de la individualidad del haijin, de su yo.

    Sí, el haijin es un solitario (no en vano el haiku es la poesía más cercana al silencio). ¡No tiene ni yo! Una verdad de la que debemos estar, secretamente, orgullosos: estamos solos con nuestra sensación. Es nuestra única realidad: la sensación. Nada más. Sí, solitarios pero, es justo añadir, con las entrañas perforadas por los latidos del universo (Universo como escribiría el maestro del zen Daisetz Suzuki).

   En cuanto a la anulación del yo o de la individualidad, cuando hablo o escribo sobre la historia de la poesía japonesa, suelo afirmar que esta poesía es un camino hacia la anulación del yo o, más bien, expresado en términos del misticismo español, hacia el desasimiento del yo.

   En términos de la historia de la poesía japonesa, tal camino va desde los tiempos del waka (poemas japoneses de cinco versos) de la poesía cortesana, fuertemente codificada, que se encuentras en la antología Kokinshū (año 905), pasando por el renga –poesía con estrofas encadenadas escritas en equipo– y llegando al haiku –poesía de 17 sílabas escrita por una sola persona–. Tres hitos fundamentales –hay otros secundarios– representados por la respectiva importancia que en los trechos que delimitan cada uno de esos hitos tuvieron, respectivamente,  la tradición codificada, los colaboradores y la sensación individual.

   Sobre renga, poesía encadenada y colaborativa, tengo que hablar en el curso presencial que imparto todos los martes en Casa Asia Madrid, titulado “Poesía clásica y moderna de Japón”. Por cierto, y por si fuera de interés para los lectores de El Rincón, desde el 16 de abril próximo, Casa Asia Barcelona ha organizado otro curso, idéntico al anterior, pero esta vez online, y apropiado, por tanto, a quien desee seguirlo desde su casa. Será también los martes. Más información en   https://www.casaasia.es/actividad/curso-online-poesia-japonesa-clasica-y-moderna/

   Investigando estos días sobre la poesía renga, hallé la siguiente cita de Shinkei (1406-1475), un maestro de renga, en la que nos explica las claves de composición de este arte, muy popular en el Japón entre los siglos XIII y XVI (y que Bashō también cultivó).

«El arte del renga no es el arte de componer poemas o las estrofas de un poema, sino un ejercicio del corazón de penetrar en el talento y en la visión de otra persona». Seguir la propia pendiente: no es así como podremos aprehender el sentido indescifrable del otro».

   De hecho, en aquellos días, en las reuniones de varios poetas para componer renga, si un poeta seguía su propia pendiente y mostraba voluntad de destacar saliéndose del espíritu de grupo, no se le volvía a invitar más a dichas reuniones.

    El pensar en el corazón del colaborador, del otro  cuando se escribe un poema colaborativo (renga) no es nada fácil de entender en la cultura occidental de nuestros días, en donde prima la individualidad y está entronizado el yo del creador, del artista, del poeta.

     Aunque el haiku sea un arte individual, y no colaborativo, la ausencia del yo intelectual, del yo sentimental o afectivo, hasta del yo estético, creo que es una herencia natural del renga. No en vano este arte fue progenitor del haiku en la historia de la poesía de Japón.

    En el poema de este mes, dominan la sensación acústica –el sonido áspero de las ramas contra el cristal–  y la de soledad –con la noche en ciernes– que podrían percibir no solamente yo, sino cualquier persona.

Notas primaverales

Llega calladamente, como si no quisiera perturbar el sopor de las cosas. No se sabe de dónde viene ni a dónde va, pero está ahí, detrás de la niebla, como ruborizada por su propio esplendor. Al fin la primavera se decide y lo llena todo con su luminosa alegría. No se hable más -dice Buson-; es preciso vivirla. Unas notas dispersas, rescatadas al azar, dan fe de ese milagro.

Se ensancha la luz y despiertan los arroyos… Aún chorrean las canales, y el verdín de las tejas rezuma humedad, pero ya están ahí las golondrinas… ¡Qué maravilla verlas volar, raudas, graciosas, con quiebros y giros repentinos, subiendo y bajando como si crearan el espacio!… Un chillido ensordecedor sobrevuela las calles: es el “tsuit-tsuit-tsuit” que celebra la vida… También las crías ensayan la delicia del vuelo, prestando al lenguaje popular la metáfora del crecer, cuando se dice de un niño que “ya va volarguero” trasponiendo el andar al volar, y el balbuceo al canto…

Los niños chupan los carámbanos goteantes de luz, y ya todo verdea y se rebulle, en el tiempo de las semillas voladoras y de los tiernos brotes: los del sauce -que aquí llaman “musigatitos”- se asoman, curiosos, sobre las torrenteras, junto a las blancas sombrillas del “cirimomo” en flor, los alisos, los fresnos, los endrinos… Una luz líquida resbala por los aleros que vuelan y se quiebran sobre las hondas callejas en zig-zag. A media mañana, la claridad va avanzando por los “pozos de luz”, penetra en los  patios de tierra y, de pronto, se queda como fija, creando islas de “sol-solito” para los gatos que se ovillan envueltos en su tibia pereza… A lo lejos, sobre los prados de la orilla del río, la ropa puesta a solear es otro signo primaveral. Pero es en las solanas de madera labrada donde el deshielo se hace más vivo: en los hilos de aguanieve, en el suave chorrear de la ropa tendida… Suena ya por los campos el canto del herrerito, el “chichipán” alegre, insistente, en la fragua del aire…

Entre marzo y abril, empieza la floración de los cerezos: una explosión silenciosa de luz alada… A lo lejos, la arboleda se descompone en amplios rodales color ceniza, como la luz del cielo cuando empieza a romper el día, pero esa claridad lechosa se convierte, al acercarnos, en una blancura cegadora que parece restallar contra el azul y se hace aún más intensa en los días oscuros de niebla baja. Esa blancura tónica se matiza con algún toque rosado, que revela las diferentes variedades de cerezo o la presencia de otros árboles –el manzano, el melocotonero- entreverados en el paisaje. Todo lo llena esa presencia real, esa fiebre inmaculada, como si, de repente, se creara otro mundo que prevalece sobre los prados verdes, las aguas claras, el canto de los pájaros…

Mientras dura la floración de los cerezos, no hay ojos para las otras flores, sobre todo para las que brotan, humildes y anónimas, a ras de tierra, en los bordes de los caminos y de los regatos, al pie de las paredes o en las fincas abandonadas. Las barreras de los montes rebrillan con las hojas nuevas del roble melojo, y en los prados se van encendiendo las flores del botón de oro. Hay tantas flores que casi no se pueden nombrar: los alfileres color violeta, el malvavisco –algo más pálido que la malva-, la flor blanca de la cañaheja y de las sombrillas del cirimomo, la flor rosada de la zarzamora o del trébol silvestre que los niños suelen mojar en el agua para luego chuparla, la flor color tabaco de la juncia… La naturaleza cumple su ciclo inexorable, pero en las zonas altas, apenas hay testigos del milagro, y abajo no se le puede poner nombre a ese exceso floral que se despliega, desde marzo hasta bien entrado el verano, con exacto desorden.

Pasan los años. Las abejas construyen su colmena en la fachada de la casa vacía, y las golondrinas regresan al antiguo nido en una esquina de la solana. Ha vuelto la primavera.

***