La piedra / está rota…, / una niña la coge
El manzano / está muerto…, / tiene blanco
La piedra / está rota…, / una niña la coge
El manzano / está muerto…, / tiene blanco
鬼すだく戸隠のふもとそばの花
oni sudaku togakushi no fumoto soba no hana
ronda el demonio,
a los pies del monte Togakushi
flores de alforfón
Yosa Buson
Al final de la lluvia, allí donde se disuelve el sendero entre la hierba y los helechos, justo en el corazón del bosque, en su esplendor, allí está el fantasma.
Buscar un lugar para plantar la tienda ha sido laborioso. A veces sol, a veces lluvia, a veces cumbres, a veces valles. Seco y llano son dos palabras que uso poco estos días. El Kumano Kodô es tan hermoso como exigente. Las piernas y el espíritu experimentan arrebatos y flaquezas al irse convirtiendo poco a poco en camino. Sol, lluvia, cumbres, valles…
El camino de peregrinación por la Península de Kii no tiene un fin concreto. Ni material ni espiritual. No hay un lugar al que arribar tras días de marcha entre las montañas, o a través de ellas sería mejor decir tal vez. No hay tampoco una salvación, una indulgencia. El perdón.
Caminar. Nada más. Un bastón de bambú, un sombrero de junco, una mochila. Los pies.
Yôkai Emaki. No sabía entonces que el famoso rollo con dibujos de yôkais era obra de Buson. Los yôkai son espíritus, demonios, fantasmas… no sabría cómo explicarlo, muy muy populares en el folclore (y más allá) japonés. Van desde lo grotesco o lo naif hasta lo más terrorífico que uno pueda imaginar. Desde una sandalia fantasma que se lamenta por las noches porque no tiene nariz a espíritus deformes que vuelven desde los infiernos para torturar a los vivos.
Kodama. El espíritu de los árboles. Aquí, rodeado de todo este verdor que tiñe hasta el cielo, no puedo evitar pensar en kodama. El eco de algo bueno que surge de la tierra y palpita y crece y da fruto. No sabría comprender, no me importa. Pero algo en mí, también incomprensible, responde a ese eco y se aquieta, y se recoge, y vuelve a la tierra.
En el Kumano Kodô la noche cae abruptamente sobre el bosque. Noto el suelo de la tienda duro y frío. La tierra. Abro la mochila y saco toda la ropa, la extiendo como mejor puedo a modo de colchoneta improvisada. Afuera la lluvia ha cesado pero sigue lloviendo. Ráfagas de viento arrancan lluvia vieja de las hojas y rebota sobre la tienda.
Pienso en los yôkai. Pienso en esta tarde. En los cangrejos y las flores blancas, en las mariposas y los helechos, en la salamandra que cruzó el sendero, y en la libélula que pareció mirarme. Pienso en los cedros erguidos como lluvia que sube al cielo, y en los tejos centenarios que sostienen la tierra.
Cuando la noche parecía más profunda, justo entonces, sonó un canto claro y decidido como un relámpago.
–Hototogisu –dijo M. inmediatamente.
Buson también escribió algún haiku sobre yôkais. Los oni, los demonios de las montañas y los bosques. Momiji, la poderosa bruja que vivía en la montaña Togakushi, que se transformaba en animales salvajes o en bella dama y acechaba a los viajeros. Cuando las hojas enrojecen en los albores del otoño. Un valiente samurai, una espada mágica regalo de Hachiman, dios de la guerra… En fin… Pobrecita Momiji…
Esta tarde también pensé en los yôkai. En la profundidad del bosque, al final de la lluvia. Pregunto a M. sobre el significado de los kanji inscritos en la tablilla que señala un desvío del sendero. Me dice algo de un antiguo cementerio. Ese gesto tan suyo de “wakarimasendeshita”, no entiendo muy bien, no me preguntes más…
Un silencio como escurrido directamente de las hojas de los árboles.
Hay un momento de madera en el que deseo quedarme junto al sendero. Otro contiguo en el que deseo que M. me acompañe.
Árboles y maleza parecen pugnar por devorar el rastro entre la hierba alta y los helechos. Cruzo el cauce seco de un río mojado por la lluvia. Santôka. Re(en)cuerdo, como en un trueno o su silencio. Camino y las plantas me empapan la ropa de lluvia que cayó. Una pasarela cubierta de musgo y verdín, de aspecto muy poco fiable, salva un arroyo. Dudo.
Saltar un arroyo crecido por la lluvia. Al otro lado el bosque más bosque, árboles cubiertos de líquenes y musgo. Ennegrecidos por la humedad. Parecen silencio mojado.
Días atrás, a lo largo del camino he visto hakas budistas señalando antiguas sepulturas, a veces perdidas en mitad del bosque. Aquí no hay. Busco. Rebusco. Nada. Nadie.
Alguien me mira. Lo sé.
Una lluvia finísima reemprende su repiqueteo sobre mi sombrero. Me lo quito. Escucho. Miro.
Al volver al sendero M. me pregunta si he visto algo. No sé qué cara pongo. Tal vez “wakarimasendeshita” .
時鳥棺をつかむ雲間より
hototogisu hitsugi o tsukamu kumoma yori
de entre las nubes,
para llevarse un ataúd
el hototogisu
Yosa Buson
Quizá es por su garganta tan roja, o por su canto melancólico, pero el hototogisu es para el Japón antiguo, y de siempre, el de los yôkai y el Kumano Kôdo, un heraldo de la tragedia. El presagio de una muerte, un alma más para llevar a Enma, el Rey del Infierno.
-Hototogisu- repite M.
Hototogisu… Es la primera vez en mi vida que escucho su canto. Parece luz.
Sin saber por qué imito su canto. Luego M. Luego el hototogisu canta de nuevo. Reímos.
Allí donde se disuelven todos los senderos la noche y la montaña, el silencioso corazón de la lluvia. Alguien camina sin más. Un eco del bosque, la tierra y el agua, su esplendor. Nada. Niños que juegan a imitar pájaros.
ANIMALITOS DE DIOS
Calendario oriental
A Félix Arce “momiji”
“Un corazón noble, sensible, con esa pureza que solo los niños tienen.”
Corral abierto
entremezclan las crines
unos potrillos
-Xaro La
*
CABALLO
“ Caballos salvajes”
Pintura de Yosa Buson (1716-1784)
Siempre en movimiento y apasionado por las aventuras lejanas. Muy cómodo en la sociedad, también es un orador experto y culto. Su entusiasmo, así como su insaciable deseo de libertad y emociones fuertes, pueden obstaculizarlo en la construcción de sus proyectos. Por otro lado, cuando el Caballo elige el camino correcto, su aventura es entonces esparcida con brillantes éxitos. Un poco demasiado en sí mismo (algunos incluso dirían que es bastante egoísta), su capacidad única de olfatear el peligro a una gran distancia siempre le da al Caballo gran valor como compañero. Discreto con las personas con las que trabaja diariamente y afable con sus compañeros. Divertido y optimista, sorprendiendo a su séquito por su agudeza intelectual, nadie permanece insensible a este noble animal, a la vez orgulloso e indomable.
No es de extrañar que el signo de Taneda Santôka fuera “Caballo”.
*
Caballo de Fuego
Pasa la tarde;
el caballo atado
ahora expuesto al sol
-Luezei
*
tarde de estío.
La tierra no empapa
las babas del mulo
– Elías
Caballo de Tierra
Campo de mies –
Come hierba el caballo
tras una cerca
– JL Vicent
*
Se va nublando…
los saltos de un potrillo
hacia su madre
-Hebamar
Caballo de Hierro
Murió el potrillo-
el corral silencioso,
El pasto alto
-Radoslav Ivelic
*
Neblina.
Detrás de la alambrada
un caballo flaco
-JL Vicent
*
Chirimiri…
Mientras pasta el caballo
le tiembla el costillar
-Gorka Arellano
Caballo de Aire
pudo erguirse el potrillo
y hasta las algas
del río están en flor
-Luis Carril
*
Ya es mediodía.
Con la cola el potrillo
espanta moscas.
-Una Ola
Caballo de Agua
pastan caballos-
la lluvia goteando
de la alambrada
-María Jesús Pérez
*
Se calma el potro
en el campo vecino,
llovizna con sol
-Sandra
Caballo de Madera
hacia las flores
de la borraja, el bayo
estira el cuello
-Mavi
*
Mancha de amapolas.
Un tábano en el lomo
del viejo penco
-Joselín
*
Los nietos juegan
con el caballito de madera.
Sol de mayo.
-Pespir
*
Salud compañer@s haijines
_()_
Unas palabras del autor
Bien… qué decir de uno mismo. Siempre he sido un apasionado de la lectura y la escritura. Sin distinción de géneros. Las circunstancias de la vida a veces nos permiten mayor o menor dedicación a nuestras pasiones, pero como tales nunca desaparecen, queda siempre aquel rescoldo que a la menor brisa prende de nuevo. Me acerqué al mundo del haiku por pura casualidad. Leyendo el diario un día cualquiera de 2012, me encontré con un pequeño artículo que versaba sobre el tema y me picó la curiosidad. A partir de ahí, la búsqueda de información a través de internet y de blogs que tocaran el tema y la aparición de El Rincón del Haiku. Empezó para mí una nueva y muy importante etapa de formación que se va alargando en el tiempo y me permite disfrutar de grandes compañeros de camino.
****************
Tot potes,
al costat de la mare
un poltre negre
Todo patas,
al lado de la madre
un potro negro
*
Camps de blat;
el cant d’un ocell
des de la boira
Campos de trigo;
el canto de un pájaro
desde la niebla
*
Aquest matí
no se sent la riera;
cauen les fulles
Esta mañana
no se oye la riera;
caen las hojas
*
Ja desglaça
el rostoll als camps.
la veu d’un picot
Ya deshiela
el rastrojo en los campos.
la voz de un pico
*
Pols de neu a la llunyania;
passa un bernat pescaire
Polvo de nieve a lo lejos;
pasa una garza real
*
Grogueja el blat;
sota els núvols grisos…
vuit voltors
Madura el trigo;
bajo las nubes grises…
ocho buitres
*
Les orenetes…
darrera un avet surt
la lluna plena
Las golondrinas…
tras de un abeto sale
la luna llena
*
Nit de pluja;
ja va envermellint
el bambú sagrat
Noche de lluvia;
ya va enrojeciendo
el bambú sagrado
*
Boira.
l’alè d’un cavall
a les mans glaçades
Niebla.
el aliento de un caballo
en las manos heladas
*
Boira baixa.
Grallen les cornelles
a la cinglera
Niebla de valle.
graznan las cornejas
en el riscal
*
Fems glaçat
a la roureda veïna
canta el pigot
Estiércol helado.
en el robledal vecino
canta el pito*
* https://es.wikipedia.org/wiki/Picus_viridis
*
El primer sol
sobre la rosada
silenci al bosc
El primer sol
sobre el rocío
silencio en el bosque
*
Matí ennuvolat
de sota els fems marxa
un piloter
Mañana nublada
de bajo el estiércol sale
un pelotero*
* https://es.wikipedia.org/wiki/Escarabajo_pelotero
LA CHOZA DEL HAIJIN
俳人の山小屋
SHIKI Masaoka, EL POETA DOLIENTE
No creo que nadie, a priori, elija el dolor y el sufrimiento como fuente de inspiración para alimentar su creatividad. Pero lo que sí que observo es que en numerosas ocasiones, la creatividad ha servido como válvula de escape para aquellos seres que, padeciendo un sufrimiento emocional, físico, o espiritual, encontraron en el arte la posibilidad de materializar aquello que les torturaba, sacándolo de dentro y pariéndolo al mundo para así mitigar algo su dolor, compartiéndolo.
Son infinitas las biografías de artistas de toda índole que están marcadas por la sordidez, la marginalidad, las adicciones, la enfermedad. Y parece que cuanto más se sufre, mejor es resultado de lo que se crea.
Shiki Masaoka (1867 -1902) pasó gran parte de su vida marcado trágicamente por la tuberculosis. De hecho, el sobrenombre que adoptó como escritor fue el de 子規 Shiki , que significa “ hototogitsu”, haciendo referencia al cuco, pájaro poético por excelencia que impregna el alma de melancolía con su canto. Según la leyenda japonesa, al cantar desgarra sus pequeños pulmones, sangrando.
No sé si es lícito o no que en el haiku la condición personal del haijin marque claramente su obra. Parece inevitable, al fin y al cabo el haijin es humano y, aparte de sentidos, tiene sentimientos.
Supone un gran reto evitar contar en un haiku tu historia íntima, esa que te hace sufrir y provoca tus desvelos. El haijin sabe, o debería saber, que el haiku no es el lugar para hacerlo. Porque su dolor, su enfermedad, por muy duro que parezca, no es el objeto del haiku.
Creo que Shiki consigue superar el reto con mucha dignidad, logrando mantener a raya a ese “yo doliente”. Es posible que en ocasiones en sus haikus, sobre todo por la temática que llama su atención, resuene el sufrimiento. Pero ¿acaso podemos evitar que el laúd otorgue su color musical a lo que se interpreta a través del tañido de sus cuerdas? Y qué menos que aceptar que esto sea así, aunque sólo sea por pura compasión ante el sufrimiento de un semejante.
ぬれ足で雀のありく廊下かな
Nureashi de
suzume no ariku
rôka kana
Andando con sus patitas mojadas,
el gorrión
por la terraza de madera
古壁の隅に動かず孕蜘蛛
Furukabe no sumi ni ugokazu harami-gumo
En la esquina de una vieja pared,
sin moverse,
una araña inflada de crías
手の内に螢つめたき光りかな
Te no uchi ni
hotaru tsumetaki
hikari kana
¡Qué fría la luz
de la luciérnaga
dentro de mi mano!
Mercedes Pérez para ERDH 2018
Se quebró el invierno… hoy huele a primavera… y aunque su esencia, abrigada por miles de años, no aporta nada nuevo, sí nos deja algo renovado… Es como regresar… regresar a un lugar en el que nunca has estado, un lugar en donde los ecos traen sonidos libres de artificios… donde la vida y la muerte comparten el mismo lecho.
Camina entre la hierba, apenas alcanza la altura de las margaritas recién brotadas. Se mueve con pasos dubitativos, imprecisos… son sus primeros pasos… Avanza, paso a paso… nunca será consciente del reto que le propone la vida… Junto a él ocho o nueve pollos de la misma nidada… su madre parpa con firmeza manifestando su cercanía.
A mí alrededor todo parece buscar su lugar. No hay resquicio por el que no asome la vida… brota el verde… un verde distinto, lleva el brillo de lo naciente. Una garceta arranca pequeñas ramas de un árbol… pronto tendrá compañía… Una pareja de ardillas escarba en busca de los frutos enterrados durante el último otoño…Yo sigo mi camino… un paso y luego otro… por momentos como el pequeño pato… dubitativo, inconsciente.
Alzo la vista al cielo… en apenas unos minutos ha perdido su azul; primavera… tan pronto todo se llena de agua como un rayo de luz borra el luto que dormita en las oquedades del árbol caído. Un pequeño pájaro insiste con su canto. Los ciruelos pierden sus últimas flores.
Sigo con el paseo… mis pasos marchan describiendo un gran círculo… Los círculos tienen algo de magia y mucho de eterno… cuando los recorres, y llegas a su final, es suficiente un solo paso para alcanzar el principio…
Cesa la lluvia…
Del pico de una gaviota
cuelga la cría de un ánade
Asturias, donde la tierra siempre es verde.
Qué día llegaron a mi calle, no sé. Si sé donde llegaron. Hicieron su nido en la palma real de una de las casas de la acera del frente, a tres casas de donde vivo.
Y allí progresaron hasta llenar las ramas de nidos más pequeños y luego vinieron a establecerse también en los huecos del alero de la casa vecina y también en la ventana del baño de nuestra residencia.
Ventana que en ocasiones no se abre o no se acaba de cerrar por no perturbar a sus inquilinos.
Ni qué decir que las mañanas son un encanto con el frescor unido al gorjear de tantos pajaritos. Por aquí, por allá, las delicadas voces impregnan el espacio con un suave clamor mientras el sol remonta el alto cielo y llega la hora de marcharme al trabajo.
Sólo una palma
y multitud de ciguas.
Brisa de abril.
Una palma, muchas ciguas.
A su faena cada quien.
Dando brinquitos
es que la cigua camina.
Primavera.
浅ましと鰒や見らん人の顔
asamashi to fugu ya miruran hito no kao
con la misma facha
del pez globo al que miran
las caras de la gente
La piel del pez globo es sorprendentemente suave. Y brillante. El fugu no tiene escamas y aún en días encapotados como este parece esculpido en porcelana. Recién salido del agua te mira con carita de pasmo, frunciendo su pequeña boca como para darte un beso.
Hay veces que sacas una foto pensando en alguien. En su cara. “Verás la cara que va a poner cuando se la enseñe”, piensas. Hay una extraña relación entre las cosas, se enganchan en la mente, en la memoria, como las cerezas en un bol.
Takahama es un pueblecito de pescadores en la costa este de Kyushu. Está en lo que se conoce como Youra Hantô, la Península de las cuatro bahías.
Usuki, Tsukumi, Saiki, Kamiura… la carretera es tan estrecha y la frondosidad tan apabullante que las luces del coche se dan automáticamente interpretando que atravesamos un túnel. La península es una estrecha lengua de verdor que gira un y mil veces adentrándose en el océano.
Si no le hubiese visto mirar el mapa cuando paramos en el vivero, diría que Masu conduce por allí de lunes a viernes como si tal cosa. Me gusta la sensación de minúscula ingravidez que sientes cuando tomas un badén a la velocidad adecuada. ¡Uoou! En español. ¡Uuah! En japonés.
En cuanto vi a los cuatro paisanos pescando en el puertecito de Takahama pensé en mi hermano. El principal avatar de mi hermano, en mi particular bol de cerezas, es alguien caminando por el río, pescando en silencio con la maestría y la naturalidad de una nutria o un martín. El agua aquella era tan cristalina que daba miedo. Los pececillos de colores que la cámara no pudo captar parecían flotar justo aquí, debajo de los pies… pero no. Había metros de agua invisible allí, en aquel día nublado.
-¡Fugu! – Masu se ríe y señala a uno de los pescadores. Un pez globo no muy grande pende del extremo de la caña un segundo y un momento después es liberado del anzuelo. Pregunto si lo puedo tocar antes de que lo devuelvan al agua. No quiero que el pez sufra pero la cara de mi hermano viendo la foto es demasiado poderosa. “De estos no hay en el Ucero eh” estoy ya disfrutando…
Masu me sacó tres o cuatro fotos apresuradas. En la mitad me corta cabeza. En la otra mitad no se ve el pez.
La mañana se va cerrando y ahora las luces del coche pasan más tiempo encendidas que apagadas. En un zigzag de la carretera pasamos junto a lo que parce una factoría abandonada. Debí sentir un aware porque el peso de una transparencia de metros de profundidad que siguió entonces no lo he podido fotografiar nunca. El cielo gris y el verdor de la montaña. La herrumbre que ya prende en las junturas metálicas y en los rincones. La claridad del océano que algo siente en alguna parte.
Antes de almorzar paramos en una playa. No hay nadie. En el horizonte un cabo que se resistir a desaparecer en el agua se deshace en rocas de formas caprichosas. Hay aquí una tranquilidad misteriosa y lisa, irrebatible como el abrazo de un amigo. No sé las fotos que saqué intentando relacionar aquel horizonte con alguna otra cosa que aún desconocía. Tampoco sé en la cara de quién pensaba entonces.
Masu se empeña en que me ponga yo mismo en la foto. Coge mi cámara y apunta. Otra otra. Cambia de posición, se agacha, se levanta… Pienso en las rocas perdiéndose en el océano, a mi espalda. Yo no soy un experto fotógrafo pero me doy cuenta de que o Masu no tiene un acertado sentido de la puntería o no me está sacando las fotos a mí.
-Kamome- dice señalando con el dedo. Una gaviota, a mi espalda, planea sobre las olas no muy lejos de la orilla.
Masu me sacó seis o siete fotos. En una hay un precioso horizonte marino con un tipo delante distraído con vete a saber qué. En otras dos ese tipo con una gaviota flotando en el aire, a su espalda. En las demás un precioso horizonte marino con una preciosa gaviota planeando sin esfuerzo junto a la orilla de lo que parece una playa solitaria.
Justo antes de volver al coche recogí del suelo una concha de caracola horadada por el agua y la arena. Parece el suave giro de un pez en el agua, porcelana, una espiral en la nada.
El sitio este se llama Shiranami, ola blanca, y nos lo ha recomendado uno de los pescadores de antes. Ambos nos decidimos por el kaisen-don, una especie de bol de marisco y pescado crudo sobre una base de arroz. Estamos solos almorzando así que el dueño se queda junto a nosotros de charleta. El sitio es pequeño, algo oscuro, pero limpio y agradable como siempre son estos sitios en Japón.
Keizô, el dueño, tiene ya sus añitos y charla sonriente y afablemente con Masu. Cuento los segundos hasta que salga la palabra “haiku”.
-¡Uuah! -como si tomara un pequeño badén de la carrera que no existe, Keizô san me mira entre asombrado y divertido. Un gaijin por aquellos andurriales es raro, un gaijin que diga escribir haikus por aquellos andurriales…. La cara que se te queda… y sin foto.
Me pregunta qué haijin me gusta. Según digo nombres sus cejas van arqueándose más y más. Parecen gaviotas blancas. Le enseño mi libreta con apuntes y dibujillos. –Sugoi… -dice. Masu ríe divertido. A Keizô san le gusta Kobayashi Issa. Asiento… Y el karaoke. Esto ya no sé….
Después de intentar participar en la conversación con mi minúsculo japonés me voy retirando poco a poco a mi taza de té. Ellos dos continúan hablando y soltando exclamaciones de asombro. ¡Ara ara! ¡subarashii! ¡sugoi! … Entiendo palabras sueltas. En un momento dado oigo claramente “Feripe segundo”. Dios, daría diez kaisen-don de estos por saber de lo que están hablando. ¡Sugoi!
El hombre nos invita al cafelito, sin azúcar porque no hay, y luego insiste en que salgamos al jardín. Hay una cosa muy especial que quiere mostrarnos.
-Hotei –dice, delante de una piedra bastante grande. Parece mojada por la lluvia. Las exclamaciones se suceden…
Hotei Hotei…. El monje zen aquel de la China del siglo X que andaba errante por las caminos con un hatillo al hombro. Uno de los siete dioses de la fortuna según los japoneses. El “buda feliz” que llaman por ahí, panzón y permanentemente sonriente. Hotei… se supone que se le intuye en las formas de la roca… Masu y yo nos agachamos, nos levantamos, cambiamos de posición…. No sé…
Tengo solo una foto junto a Keizô san y Hotei. La sacó Masu y está perfectamente encuadrada.
Del fugu se aprovecha todo. Como del cerdo. Vaya, qué tópico. Piel, carne, huesos, hígado… Bien es verdad que si te comes una buena loncha de jamón de cerdo es poco probable que acabes en urgencias con una intoxicación que termine facturándote al Paraíso de la Tierra Pura. El fugu, su hígado, es muy venenoso y por eso hace falta un permiso especial para manipularlo y cocinarlo. Los restaurantes que lo sirven son pues caros y no muy abundantes. Es una comida para ocasiones especiales. Dicen que los verdaderos maestros saben “intoxicar” la carne del pez justo justo lo suficiente para sentir en tu boca un desconcertante cosquilleo como si se te durmiera ligeramente.
Tampoco pensaba yo en estas cosas cuando aquella misma noche cenamos fugu en un restaurante, ya en Ôita. La mujer de Masu se reía cada vez que él pedía más sake, aromatizado con las aletas tostadas de fugu, mientras me intentaba explicar que con los testículos del pez se hacía caldo. Ella suspiraba y se reía “Ay Masu…” Qué caritas…
El sake es lo que tiene, o el suave veneno de porcelana del fugu… uoou… uuah…
Hashioki es como se llama a los soportes de diferentes materiales e infinitos diseños que se colocan en la mesa para apoyar los palillos y que con sus extremos no toquen el mantel. Tengo uno que me regalaron en aquel restaurante. Tiene forma de fugu, aunque a mí también me parece un cachalote, no sé…
Tocar su brillante superficie es como acariciar cerezas… Algo en mí transparenta la claridad de un océano que calla en alguna parte, algo en mí sucumbe al ligero adormilamiento de la herrumbre que tizna el envés de la hiedra.
“Tranquilo. No te preocupes lo más mínimo.” Hay quien te diría algo así y no verías nada. Existen sin embargo personas que cuando te dicen “tranquilo” algo en ti en verdad se aquieta, sin saber cómo ni por qué, algo invisible y bueno, como esa lluvia que ni siquiera te diste cuenta de que caía mansamente mojando las grandes piedras del jardín. Y ves. El abrazo de un amigo, la playa solitaria que se demora en volver a ser océano.