Canta un querequeté
El sonido del fude
en la madrugada
Manglerojo
Francisco Fenilli nos comparte imágenes desde las tierras argentinas, pinceladas con sumi y gansai (acuarelas japonesas) sobre Washi (papel absorbente).
series abiertas que se van actualizando, generalmente al mes
Roxana Dávila Peña
mushi
Ya debe ser medio día. Huele a lluvia. Desde los postes, dos zopilotes abren sus alas y vuelan bajito hacia los matorrales. Todo está verde. Las biznagas y las candelillas con una que otra flor. Vine a Rincón Colorado a ver la historia de un pasado sumergido. El mar ha desaparecido y queda un sendero lleno de fósiles, caracoles y ostras. Siento el crujido de las piedras bajo mis pies como un eco seco en el silencio del desierto coahuilense, donde antes había dinosaurios.
Casi resbalo. La mano cálida de papá se apoya sobre la mía. Acomoda su sombrero y me habla sobre lo que guarda en su memoria. ¿Cómo sería ese mundo? Me vuelvo viajera. Casi metálico, comienza bajo y asciende poco a poco el chirrido de una chicharra. Desde el mirador, a lo lejos, en los cerros, se alternan la sombra y la luz bajo nubes inmóviles. Ya de regreso, el sabor de una manzana que traje de Arteaga.
Voz que se apaga.
Espinas de huizache
en mi vestido.
quemo el pincel
helado
con la llama de la lámpara
Tairo
Desde Buenos Aires llegan estos haigas de Rosana Niro.
Como en las presentaciones anteriores, los mismos han sido realizado sobre washi con sumi y gansai (papel absorbente con tinta en barra negra y acuarela japonesa). Cuando se utiliza pigmento de color combinado con tinta sumi, la obra resultante se denomina Tansaiga. Si solo se emplea la tinta negra, entonces estamos ante un Sumie.
Deseamos que se sumen a este proyecto enviando sus trabajos.
Los esperamos.
MARINAS
(Agosto)
Ese vuelo que traza la gaviota
por el divino gris, ¡cómo cautiva,
cómo prende el mirar, grúas arriba,
meciéndole en las nieblas en que flota!…
José Hierro (Gaviota)
Sentarse frente al mar, elevar la mirada o dejar que se haga una con la sutil juntura de agua y cielo al horizonte, invita a alzar el vuelo con la gaviota que planea hasta la orilla, a saltar vertiginosamente con el charrán que finalmente luce brillos de plata en el pico, o jugar al escondite con un tímido cormorán que, paralelo a la orilla, se sumerge o alza el cuello mirando fijamente y te hace sonreír.
Brisa del mar,
la ola golpea las patas
de la gaviota
Leticia Sicilia (Hadaverde)
Brillo en las olas.
Le cuesta alzar el vuelo
al charrancito
Marga Alcalá
Carrera en la playa.
La gaviota picotea
a un pez muerto
Lola Rotman (10 años)
Pardelas, alcatraces, paíños, cormoranes, gaviotas, charranes, charrancitos, fumareles, págalos, pelícanos, alcas, pingüinos, frailecillos…, tienen el hábitat más extenso del planeta y sin embargo es el grupo de aves que encuentra más problemas para su supervivencia.
Se zambullen
muy despacio en el mar
cinco pelícanos
Verónica Aranda
Primeras gotas.
El vuelo del petrel
sobre el roquedo.
Rodolfo Langer
Banco de sardinas…
el brillo por delante
de los pingüinos
Mary Vidal
Dependen del mar donde se alimentan y pasan el tiempo, y de la tierra donde se reproducen, teniendo que hacer frente a los problemas que en ambos se encuentran. Durante su migración cubren enormes distancias antes de posarse para su reproducción. Se han podido rastrear charranes árticos que han cubierto más de 80.000 Kms en un año.
El viento arrecia,
le enfrentan las gaviotas
su pecho blanco
Manuel Hontoria
Brisa marina.
Planea entre la bruma
un cormorán.
Gorka Arellano
Arena fría
la sombra de una gaviota
cruza las huellas
Leticia Sicilia (Hadaverde)
La sobrepesca, la destrucción del hábitat, la contaminación, el calentamiento global, el desarrollo urbanístico del litoral, la profusión de infraestructuras en el mar, y otros más, son factores que amenazan su supervivencia. En España, paíños, petreles y pardelas son el grupo de peor estado de conservación, destacando entre ellas la pardela balear, catalogada en peligro crítico.
Marea alta-
del pico de la gaviota
escapa un pez
Pilar Carmona (Minori)
Tarde en el mar
picotean la espuma
unas gaviotas
Sandra Pérez
Otro pollo muerto
entre las rocas.
Vuelo de pelícanos.
Lester Flores
En muchas culturas, las aves marinas se asocian a leyendas y mitos que evocan misterios de alta mar. Para marineros y pescadores, estas pueden ser mensajeras de buena o mala fortuna. Cuentos antiguos sugieren, por ejemplo, que la presencia de los albatros trae suerte a los navegantes. Creían que estas aves encarnaban las almas de los marineros perdidos y poseían cualidades mágicas para ayudar en la curación. Dañar a un albatros era presagio de la ira del mar.
Relampaguea.
A cientos las gaviotas
vuelan a tierra.
Manuel Hontoria
Fubukite kagari no kuraki ukawa kana
Sopla el viento
apagando las antorchas,
pesca de cormoranes
Masaoka Shiki
Zarpa un pesquero.
En el pretil del puente
siete gaviotas.
Lucho Aguilar
A las aves marinas, especialmente las gaviotas se las ha representado como símbolo de libertad, de intuición y conexión con lo divino. Su capacidad para navegar entre dos mundos, el cielo y el mar, las convierte en símbolo poderoso de equilibrio, adaptabilidad y claridad mental.
Acantilados.
Restallan los graznidos
de las gaviotas
Pedro Pagés (Yama)
Costa escarpada.
Planea una gaviota
sobre las pitas.
María Ángeles Millán (Hikari)
Marea baja
Una colonia de gaviotas
en el verdín
Julia Guzmán
Cae la tarde y las gaviotas regresan a casa, no sin antes practicar en círculos su majestuoso vuelo.
Al mar.…
…siempre el mar, y esos compañeros alados, a caballo entre dos mundos, que nunca dejarán de sorprenderme.
Como decía el poeta Héctor Rosales en su poema, Gaviotas:
…Ellas se llevan los pesares
somnolientos que verano ha reunido
en su casa. Anónima
entonces el alma, libre,
más liviana…
Más claro el horizonte…
una gaviota grazna
entre la lluvia
María Ángeles Millán (Hikari)
Luz del alba en sus plumas
las gaviotas van al mar
Manuel Hontoria
Last light
over the bay; the pelicans
are flying home
La última luz
sobre la bahía; los pelícanos
vuelan a casa
Sarah Paris
-.-
Roxana Dávila Peña
Mushi
Bajo frondosas ceibas y cerca del mar, donde terminan los senderos, comienza el camino. ¡Hace calor! Parece que el viento que apenas ondea miles de listones blancos amarrados en el túnel de las peticiones extiende los deseos de los peregrinos por toda la selva.
Aquí vamos, bajo la sombra de las caobas y los olmos, los excluidos, los excomulgados, los más religiosos y los reconciliados. ¡Todos cabemos!, incluso los curiosos. Quedan los anhelos a merced del tiempo, el sol y la lluvia, que aunque escritos con plumón de tinta indeleble, se van desgastando; las esperanzas de que la Virgen desatanudos interceda, no. Recuerdo en los templos budistas y santuarios sintoístas de Japón las tablillas de madera y amuletos donde las personas escriben sus encargos de protección y preocupaciones y las cuelgan para que sean escuchadas por las deidades. Con cada paso sobre la gravilla, también escucho el canto de aves multicolores y en el silencio, una oración. Descalza, entre campanadas, cruces y conchas, escribo mi nudo a María, ese que entorpece mi vida. El que me tiene atada, confundida y con un poco de miedo. Busco un lugar, entre nudo y nudo.
Ante las orquídeas
atadas al árbol,
solo inclinarse.
Córdoba, Argentina
Otoño-invierno
Junio 2025
Dejarse fascinar por lo incompleto
La verdadera belleza solamente llega a descubrirla aquel que mentalmente completa lo incompleto. La virilidad de la vida y del arte descansa en estas posibilidades de levantamiento.
El libro del té, Okakura Kakuzō
He mencionado que el haiku exige imaginar. Parece tener la función de conjurar un relato para sí mismo y robarse una escena de la memoria personal para tornarse el epígrafe de una escena experimentada o no. Pero esta vez me gustaría dejarme seducir por una idea en apariencia contraria a la voluntad de completar (o alimentar) los sentidos inmanentes a la escritura no-alfabética. Pareciera que lo dicho en torno al haiku va por dos vías: una la de la poesía del instante, que busca silenciar al lector, descolocarlo, para simplemente conmoverlo, para reivindicar esa atención plena que obliga a repetirlo; y una segunda vía piensa -como he mencionado antes- que el haiku aparece como esa frase incompleta que reclama el ejercicio de ser completado, por un relato que se trame entre sus signos o por la memoria involuntaria que la breve escena busca despertar. Esta segunda línea parece contener algo de la primera: como si ese sentido irreproducible o de pura potencia del instante pase al orden interpretativo con un gesto, el de la imaginación, la sugestión o la intuición sobre el breve poema.
Pero ¿si nos atreviéramos a tomar partido por las ausencias del haiku? por los puntos suspensivos que prosiguen a la pregunta “¿y qué?”
Habría que dejarse seducir por lo incompleto a fin de sostener que el haiku es una especie de categoría temporal, una modalidad del tiempo que no es anticipatoria y ni premonitoria. Una forma de presente incompleto que no exige ser pensando ni narrado. No se completa con un relato pasado que habría que recuperar, ni tampoco proyecta o programa. Es un tipo de interrupción poética del presente que no llega a inscribirse ni en la cadena del discurso ni en la de la historia. Extra temporal: su especie de hiper-determinación temporal que mucha veces se juega en la inclusión del kigo convive con la indeterminación de un presente que se esfuma sin avisos. Sus escenas nunca ocurren en el proscenio de la escritura sino que son circunstanciales que solo buscan reivindicar su función, una especie de escritura que solo funciona de manera oblicua. El haiku tiene de suyo nacer para extinguirse.
Pensado así, el haiku parece ser un recordatorio de su propia forma. Hace valer las funciones del lenguaje por lo que son, desplegando un arsenal de artificios preciosos. Baja el volumen del significado para hacer brillar un tipo de tiempo que media y espacia lo que hay entre las palabras y las cosas, como un fulgor.
-.-
Córdoba, Argentina
Invierno
Julio 2025
Una especie de deseo
Esa especie de presente incompleto del haiku hace vibrar los sentidos en su inmanencia. En su brevedad solo se pueden establecer apenas una alianza inconsistente con esa escena que borra las precisiones del tiempos y los contornos de las cosas. Si quisiéramos seguir con esa hipótesis habría que leer de otro modo a Barthes, dejando de lado cierta imagen del estructuralista seducido por la gestualidad japonesa y leer sus textos de manera lateral, elevando las ideas que resuenan con aquellas consideraciones que podemos hacer del haiku japonés despejándolo de su inscripción literaria especifica.
Esa lectura lateral implicaría seguir la intuición que moviliza la fascinación barthesiana. El haiku unidad mínima de un montaje (por no decir sistema) de la novela. Una pequeña observación o incidente que se conserva en el deseo de extenderse en relato. De allí, su deseo de haiku: “Deseo que ‘prenda’ en un discurso extendido” (Barthes 2005: 22). Pero, el haiku, nacido para extinguirse, no hace mas que conservar ese deseo, de guardarlo en su potencia. La interpretación en cuanto que proyección futura en un relato no haría más que estropear el haiku. O bien, la búsqueda de su inscripción biografía e histórica en un pasado perdería al lector en la tarea de repetir lo que el haiku pretende negar. Por el contrario el haiku en tanto que conserva el tiempo del deseo no pasa al tiempo del acto, o según Barthes, en el orden del lenguaje el haiku no hace mas que obstruir las vías de la interpretación; busca “suspender el lenguaje, no provocarlo” (Barthes, 1990: 96).
Ese tiempo que el haiku deviene no es de ninguna manera místico; uno que rehúye lo absoluto, lo inefable, lo indecible. Si que el tiempo del haiku opera en la raíz del sentido, impide que divague en el infinito de metáforas y símbolos. El haiku no sigue el cauce donde el discurso discurre, sino que hunde en el sonido del viejo estanque como un “acontecimiento breve que encuentra de golpe su forma justa (1990: 102). Debemos perseguir la estela del signo vacío que adelgaza la barra entre significante y significado para que la escritura entre en fruición con lo sensible. Se trata de advenir la cosa misma en la palabra y, si asumimos esto, el haiku enciende en nosotros su deseo. Con sólo visar o echarle un ojo, el haiku nos despierta en una noche de verano que invita a dejar la escritura para entregarnos al brindis, como en el siguiente haiku que escogimos de Natsume Soseki:
名月や無筆なれども酒は呑む
meigetsu ya muhitsu naredomo sake wa nomu
Radiante luna.
Doy reposo al pincel,
pero no al sake.
(Sôseki 2013: 68-69)
Por su brevedad, el haiku se distancia del relato; lo rehúye. Ni novela (pues podríamos decir que apenas insinúa una trama), ni tampoco al del aforismo (no condensa un pensamiento, ni lo cifra). Aun así en cuanto que garabato de una escena, experiencia o gesto, en él, el signo y el sujeto se desorbita: no tienen un centro significante, un nombre del Padre que no deja de ausentarse para organizarlos signos torno así. En cambio, hay una especie energía de deseo que no hace más que dar rienda a unos signos que se despliegan en sus diferencias y sutilezas. Sin un centro de sentido pleno, el haiku expresa precisamente ese dinamismo: “los significantes exceden la palabra […] que el intercambio de signos sigue siendo de una riqueza […] fascinantes, a despecho de la opacidad de la lengua, incluso gracias a esa opacidad” (1990: 17). Lo que en él se comunica no es una voz que pretende transparencia o presencia, sino el cuerpo entero, de tal forma que: “lo que se conoce, degusta, recibe, es todo el cuerpo del otro, y es él quien ha desplegado (sin un verdadero fin) su propio relato, su propio texto” (1990: 19).
Bibliografía
Barthes, R. (1990). El imperio de los signos. Barcelona, Mondadori.
GOLONDRINAS/AVIONES/VENCEJOS
Ellas me traen la noche
de sus alas, cortan
la tarta de la luz en perfectas fracciones
cada vez más pequeñas,
cada vez
más deprisa, hasta el punto
culminante
en que su vuelo no se ve
porque es mucho más veloz que la mirada.
Eduardo Fraile (Balada de las golondrinas)
Frente al mar, cuántas veces he visto el vuelo de golondrinas que vienen de las dunas, coquetean con las olas y regresan de nuevo a la caza de insectos cuando el calor aprieta y el olor de la sal se hace uno con el viento. Se las ve llegar del Sur, de su invernada en África siguiendo la línea de costa, de una en una, en hilera interminable al inicio de la Primavera.
Reflejos en el agua.
Una detrás de otra
las golondrinas.
Jorge Alberto Giallorenzi
Aviones, golondrinas, vencejos, pequeñas aves migratorias de grandes similitudes que sin embargo pertenecen a familias diferentes (Golondrinas y aviones: hirundínidos, vencejos: apódidos). Con la llegada del verano no hay cielo sobre pueblos o ciudades que no se vea cubierto por sus bandadas. Sus cantos, en el caso de aviones y golondrinas, o gritos agudos en el caso de los vencejos, durante los ágiles vuelos circulares, perduran hasta que la oscuridad deja todo en silencio.
Nubes plomizas,
chillidos de vencejos
en torno al huerto.
Elías Dávila
De madrugada
cruza la casa un canto
de golondrinas
Susana Benet
Apenas luz,
y aún los chirridos
de los vencejos
Rafael Castillo Morales
Las tres son aves migratorias, viajeros increíbles que pueden recorrer miles de kilómetros sin posarse para descansar. En el caso de los vencejos, todo su ciclo vital se desarrolla en pleno vuelo, bajando solo a tierra para criar. Cuando un volandero abandona el nido es posible que pase en el aire los dos años siguientes, alimentándose y durmiendo sin necesidad de posarse.
luz matinal…
el vuelo trepidante
de los vencejos
Xaro Ortolá
Garganta del diablo*
tras el arco iris
vencejos en picada
Alicia Céspedes
*Salto principal de las Cataratas de Iguazú.
Desde las tradiciones europeas hasta las orientales, un nido de golondrina en casa se ha considerado un feliz augurio. Según una antigua leyenda española, las golondrinas son aves sagradas pues se dice quitaron con sus picos las espinas de la corona de Jesucristo, de ahí que tengan el pecho rojo. Exploradores y marinos las vieron siempre como aviso de la proximidad de lugares propicios para la vida, pues sus nidos requieren la presencia de barro, por ello de agua dulce.
Media mañana,
vuelan a ras del agua
las golondrinas.
Verónica Aranda
Crían en entornos humanizados, y pese a la enorme ingesta de insectos, salvaguardando de plagas huertos, pueblos y ciudades, los nidos suelen ser destruidos, aunque exista protección por parte de las distintas legislaciones.
Nubes de lluvia.
Un bando de vencejos
sobre las viñas
M. Ángeles Millán (Hikari)
Patio encalado
la sombra del vuelo
de los vencejos
Encarna Ortiz (Encarna)
Un cielo azul…
las golondrinas rehúyen
de la cometa
Manuel Díez Orzas
En 2004 se calculó que había cerca de 30 millones de golondrinas en España. Desde entonces se pierden al año un millón de ejemplares. El uso de pesticidas, el abandono rural y los nuevos modos de construcción en los que se deja poco espacio para sus nidos, pueden ser las causas de su declive, también del de aviones y vencejos, estos últimos, ya especie catalogada de vulnerable.
Cruza un vencejo
El viento entre las plumas
del cañaveral.
M. Ángeles Millán (Hikari)
al mirar atrás
con otro brillo
el vuelo de los vencejos
Félix Arce (momiji)
Ojalá podamos seguir recitando con la certeza que G.A. Bécquer lo hacía:
Volverán las oscuras golondrinas…
O, tal vez, como Eduardo Fraile en su libro Balada de las golondrinas:
Sé que me veis y me reconocéis
cada nuevo verano, y sé que me esperáis
y que guardáis memoria
de quienes fuimos, aunque ya seáis otras
y nosotros tampoco seamos los mismos …
Plaza antigua
mientras suena el violín
las golondrinas
M. Ángeles Millán (Hikari)
Ascienden…descienden
los vencejos.
El olor de los tilos.
M. Ángeles Millán (Hikari)
machi-zora no tsubakurame nomi ataroshi ya
En la aldehuela
solo las golondrinas
parecen nuevas
Kusatao
Rumor del mar.
El bando de vencejos
emigra hacia el sur.
Pilar Carmona (Piluca)
NIDOS Y POLLUELOS
“La vida lo que mejor sabe hacer es empezar.”
Joaquín Araujo
Nidos de Otoño, nidos de Primavera los más, algunos, todo el año. Llega Junio y fácil ver todavía volantones y polluelos creciendo en los nidos.
kuchi akete oya matsutori ya aki no ame
Abriendo los picos
Los pajaritos esperan a su madre:
la lluvia del otoño
Kobayashi Issa
Primeras golondrinas
El gorrión se resiste
A dejar el nido
Manuel Díez Orzas
Olor a lluvia
De un pichón a otro
Una fila de hormigas
María Ángeles Millán (Hikari)
En lo alto de los árboles, en las oquedades de un muro, en arbustos, torres, en la tierra, también en la arena…
las campanas…
reclaman a sus padres
unos polluelos
Rubén Marín (Benrû)
agua serena…
entre los brotes de juncos
una camada de patos
Xaro Ortolá
Las aves construyen sus nidos allá donde pueden estar protegidas de los depredadores, así como del viento, la lluvia o el sol, y puedan encontrar fácilmente alimento.
en la oquedad
del castaño caído
¡pía un polluelo!
Gregorio Muelas Bermúdez
Esos pequeños seres alados, emplumados apenas e indefensos, inspiran ternura y nos conectan con el niño que llevamos dentro y la necesidad de proteger la vida de los más vulnerables. Véase el protagonismo que tienen en la literatura infantil de todos los países.
A la perdiz
le siguen sus polluelos
buscando sombra
Antonia Martínez García
mucho frío
El pollito se hizo caca
en mi mano
Niño 7 años: Yasniel Izquierdo Casanova
Entre las manos
la cría del jilguero
Ventarrón
Mary Vidal
Sutsubame no shita ni hi o taku amayo kane
Haciendo un fuego
bajo un nido de vencejos
¡la lluvia nocturna!
Shirao
Un nido roto o vacío tras la tormenta, la llegada de un depredador, o simplemente el final del ciclo reproductivo dejan un halo de tristeza en aquel que lo contempla.
Miércoles de ceniza
Los nidos rotos
de los vencejos.
Mavi
Cae la lluvia
sobre los nidos vacíos.
Níspero en flor.
Fernando Mora
Castaño viejo.
La anciana amontona
nidos vacíos.
Elías Dávila
Fin de Año.
Las hormigas vienen y van
en el pichón muerto.
Jorge Giallorenzi
Difícil eclosionar, salir adelante, sobrevivir y llegar a adultos reproductores para, de nuevo, comenzar el ciclo. Como bien dice el amigo haijin y poeta, Enrique Linares, en su libro Unas alas en mi balcón:
“Me he dado cuenta que volar no es solo mantenerse en el aire. Previamente debes aprender a mirar más allá del nido, aceptar el estado de tus alas y descubrir que lo imposible está más cerca de conseguirse de lo que creemos”.
cielo sin nubes,
uno de los pollos
abre y cierra las alas
Enrique Linares