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Haiku 47

47  

肘白き僧のかり寢や宵の春

Hiji shiroki sou no karine ya yoi no haru

 El brazo blanco
de un monje en su siesta-
atardecer de primavera.

Desglose:

 肘 [hiji: codo], 白き[shiroki -actual shiroi 白い- : blanco], 僧 [sou: monje budista], の[no: partícula], かり寢[ karine: siesta], や[ya: partícula], 宵 [yoi:] の [no: partícula], 春 [haru: primavera]

Comentario y notas culturales:

 Un haiku sin verbo. Elegancia del haijin y atención al detalle, a aquello que suele pasar desapercibido para el corazón insensible. Sugerente y sobrio, sin adornos y en el juego tácito de los complementarios luz (blanco) y oscuridad (negro).

 

 

La estación más hermosa

A principios del siglo XIII, el poeta Kamo no Chomei -desencantado por los desastres de su época- escribía desde su choza de ermitaño: “mi único deseo en esta vida es ver la belleza de las estaciones».  Cinco siglos más tarde, otro monje -el vitalista y melancólico Ryôkan- desvelaba el enigma de su legado a la posteridad: “¿Cuál será mi legado? Las flores de cerezo en primavera, el cuco en las montañas y las hojas de arce en el otoño…” En el umbral de un nuevo año, la memoria se vuelve hacia el mundo de las “palabras estacionales” (kigo), compiladas en los Saijiki, farragosos diccionarios que acotan y ensanchan la imparable vitalidad del haiku. Dicen que el día de fin de año Eugenio d’Ors quemaba, su página más bella, recordando quizás un dicho zen: “Cuando llegues a la cima de la montaña, sigue subiendo”.

Desde el 1 de enero de 1873, Japón se rige por el calendario solar occidental, pero su celebración del año nuevo sigue evocando el comienzo de la primavera, conforme al antiguo calendario lunar, con sus ritos y símbolos: el primer sueño auspicioso -sobre todo, si se sueña con el Fuji y con el halcón-; los adornos con ramas de pino, que simbolizan la longevidad; la bienvenida a la primera mañana con el canto del gallo… En los glosarios clásicos, la ronda de las estaciones se rige por las lunas, y aquí las iremos evocando a partir de la primavera, que comenzaba hacia el 4 de febrero, anunciada por el canto del ruiseñor. Los poetas la cantan con verdadera pasión. Shiki la ve nacer bajo su almohada de enfermo con el olor de la lavanda; Bashô da gracias al ciruelo por brindarle tan pronto sus flores, porque en su corazón todavía es invierno… Y, de pronto, la incomparable floración de los cerezos, ebrios de rosada blancura… Los poemas nos traen y nos llevan por todos los caminos primaverales: primeras violetas, primeros narcisos amarillos, primeras golondrinas, el vibrante vuelo vertical de la alondra, el grito de celo del faisán, las cometas que se entrecruzan en el aire y la cometa que el bebé de Issa sostiene, dormido, entre sus dedos…

Del verano nos llega el delicado resplandor de un arcoiris doble, tras el aguacero del monzón: un mes de lluvias torrenciales, intermitentes, que -como observa Bashô- han respetado milagrosamente el Pabellón de Oro… Después, un cielo inmenso, con largos días de luz que se corresponden, hacia el solsticio, con las noches más cortas. Buson celebra la delicia de cruzar el río estival con las zapatillas en la mano. Estación de las fiestas y de los fuegos artificiales. Estación del azul: el mar, el, cielo, las hortensias, la imposible rosa soñada; del morado de las malvas y de algunos lirios; del rojo de las amapolas y del color vino, casi negro, de las moras… En las horas de más calor, las cigarras taladran con su chirrido las rocas, y al frescor de la noche, entre las matas de hierba, junto al agua, las luciérnagas emiten su fresca luz verdeazulada…

Otoño es la estación más contemplativa. De nuevo, como en la primavera, el equinoccio iguala las noches con los días y nos regala la noche más bella: la de la luna llena de septiembre. Poco a poco, las noches se van alargando y se ahonda el sentimiento de soledad, percibido por Shiki en el sonido de la campana, cuyo sonido llega en oleadas a través de la noche oscura. Resuena en el silencio el murmullo de las oraciones y el recuerdo de los seres queridos. En las noches más claras, se ahonda el fulgor de la Vía Láctea, evocando la leyenda de Tanabata, el reencuentro amoroso del Boyero y de la Hilandera (Altair y Vega), en el río de las estrellas. Otoño: estación de los mil colores en montes y praderas; estación del rocío, de la recolección del arroz y de los frutos, de los salmones que remontan los ríos para desovar, del cri-cri de los grillos, de las bandadas de aves migratorias, de la berrea de los ciervos y de la caza…. Y nos queda el invierno, con su frío, sus nieves, su bajada al abismo de la oscuridad en el día más corto del año y su conquista progresiva del reino de la luz…

Alguien le preguntó a su maestro cuál era la estación más bella del año. Y el maestro contestó: ““En la primavera, la flor del cerezo; en el verano, el canto del cuco; en el otoño, la luna llena; en el invierno, la nieve… ¿Cuál? Esa: es decir, todas”.

***

Diciembre 2022

CONSTRUIR

Se fue noviembre.

Ajenos a la belleza,

los cables de la luz.

DECONSTRUIR

  La conjunción de belleza e indiferencia hacia esta no es infrecuente en el haiku japonés. He aquí dos muestras de Issa Kobayashi, el haijin de los animalitos más humildes, y de Matsuo Bashō:

Dedemushi ya                   El caracol

Akai hana ni wa               ni una sola vez mira

Me mo kakezu                   a la flor roja

 

Kashi no ki no                    Poco le importan

Hana ni kamawanu        las flores del cerezo

Sugata kana                       al viejo roble

 

  En el paseo por la ribera del río Tajo, en Talavera de la Reina, abundan los días en que se pueden capturar puestas de sol maravillosas. Como la de la foto que adjunto en esta entrega para los amigos de El Rincón del Haiku. Al final de un paseo dado la semana pasada, cuando ya no se veía el río, sino casas, me tropecé con los cables y las torretas de la luz eléctrica, con unos alambres que cortaban el espectacular fuego de las nubes en el poniente. A alguien, podrían parecerle estúpida o inoportuna esta presencia (cables, torres, tejados), puesta ahí por el hombre. A mí se me antojó que, por el contrario, estos cables anónimos embellecían el paisaje. Y se me ocurrió la pregunta: ¿serían conscientes del bello paisaje que se mostraba a esa hora delante de ellos?  Con nuestro característico orgullo, los seres humanos tendemos a pensar que la apreciación de la belleza es patrimonio exclusivo de la sensibilidad humana. No lo sé. Y, desde mi ignorancia, asumiré que no, que los cables no podían apreciar la belleza de la puesta de sol. El caracol del haiku de Issa ni siquiera alza la vista para apreciar el color rojo de la flor; ni al viejo roble del otro haiku le importa mucho la belleza de las flores del cerezo.

    La mente fotográfica del haijin es sensible a este desinterés, a este mostrarse ajeno a la belleza, y, tal vez por esto mismo y de esta manera indirecta, oblicua, enaltece aún más la belleza de la flor roja, de las flores del cerezo, de una coloreada puesta de sol sobre el río.

    La oblicuidad del haiku me parece una herencia del waka clásico japonés, en el cual la expresión directa y hasta el uso de los adjetivos calificativos se consideraban de pésimo o, cuanto menos, de dudoso gusto.

Por eso, no digamos que la luna es hermosa, sino más bien, en formato de haiku:

 

Ya son las tres,

Me he levantado cuatro veces

A ver la luna.  

Justamente este fue el ejemplo que, hace dos semanas y para definir qué un haiku, di a los asistentes a una charla titulada “Cosmovisión japonesa en 17 sílabas” organizada en Pravia (Asturias) por la Asociación de Escritores Asturianos.

Siempre me quedará la duda: la belleza de aquella puesta de sol, ¿habría sido percibida por los cables de la luz? De lo que no hay duda es de que noviembre se fue.

 Certeza del paso del tiempo contra incertidumbre de los fenómenos del mundo. Juntos en un cuadro de colores de fuego.

HAIKU 46

46  

筋違にふとん敷たり宵の春

Sujikai ni futon shikitari yoi no haru

 Los futones en diagonal
para la habitación-
Atardecer de primavera

Desglose:

筋違 [sujikai: diagonal, oblícuo], に[ni: partícula], ふとん [futon: futón], 敷たり[shikitari: tamaño de la habitación], 宵 [yoi:] の[no: partícula], 春 [haru: primavera]

Comentario y notas culturales:

El futón es una tipo de edredón japonés. Las personas durante el período de Edo, especialmente los pobres, solo tenían un colchón relleno de shikubuton 団 き 布 団 o una especie de esteras tejidas para recostarse. En primavera cada uno en su futón, pero en invierno solía compartirse para obtener el calor del cuerpo ante unas temperaturas gélidas. Esto nos recuerda a estas 3 composiciones de Buson:

A.- 燭の火を燭に移すや春の夕

Shoku no hi wo shoku ni utsusu ya haru no yû

Encender un candil
con otro candil-
noche de primavera.

 

B.- 等閑に香たく春の夕かな

Naozari ni kô taku haru no yûbe kana

Con indiferencia
quemo el incienso-
atardecer de primavera.

 

C.- においある衣も疊まず春の暮 

nioi aru kinu mo tatamazu haru no kure

La ropa perfumada
aún sin doblar-
atardecer de primavera.

Campanas

          En el tañido de la campana de Gion resuena el eco de la impermanencia de todo. El color de las flores de sarai anuncia ya el inevitable declive de los poderosos. Dentro de poco, los arrogantes serán como sueños de una noche de primavera, y hasta los más valientes desaparecerán como polvo en el viento”. Así comienza el “Heike monogatari”, anónimo relato del ascenso y caída de un clan que parecía invencible, el de los Taira, frente al clan Genji. La campana de ese monasterio de Kioto sigue resonando en nuestra memoria y aviva su melancolía ante las ya inminentes campanadas del Año nuevo. Una vez más, tomamos conciencia del tiempo que vivimos y que nos vive. En una ventana del palacio de Mirabel de Plasencia hay un lema que resume, con dos palabras, el sentimiento de fugacidad: “Todo pasa”. Y sin embargo, para Izumi Shikibu, la genial poeta de la era Heian, “todo es eterno: perlas de rocío, sueños, mundo, quimeras…”.

                Hace ahora un siglo, nos dejaba el incomparable y sensitivo Marcel Proust, el escritor que, saliendo “en busca del tiempo perdido”, encontró así el tiempo recobrado: “Cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.” Era el sabor de la magdalena que su tía Leoncia le ofrecía los domingos por la mañana; el perfume de los espinos en flor; la sonata de Vinteuil; el sonido de las campanas de Combray… También yo rescataba en mi “Soliloquio” algunos sonidos de la infancia perdida, como el del reloj de la plaza del pueblo: aquel sonido metálico y antiguo que seguía resonando, con precisión mágica, en el fondo de la memoria: “ese mismo reloj que –enloquecido por la nevada– perdía el pulso y empezaba a dar treinta o cuarenta campanadas, y tú abajo, con los niños, contándolas a coro. O se quedaba parado durante meses y era una suspensión de todo, como si estuviera fermentando el vacío…”

                Y las campanas de la iglesia, escuchadas desde la distancia, perdidas en una maraña de sensaciones en el rodar del año: “pequeñas alegrías del verano; luz de octubre (melaza y uva negra) concentrada en un vidrio que fulge todavía, al oreo del recuerdo, sobre el canto de una calleja; un remolino de hojas secas levantado en las trochas de lodo; todo el otoño concentrado en los redondos ojos quietos de una mula; la magia ubicua del plenilunio que enciende los regatos lejanos, allí donde los arenales y el verde tierno de los viajes de agua ofrecen a los muertos la doble tentación de la sequedad y la lujuria; primeras flores del cerezo cuya noticia sabes por un ramo blanquísimo, abandonado en la penumbra de una cuadra; velones en las puertas de los atardeceres de junio; rosas cayendo sobre un muro de piedras incendiadas y manojos de orégano que se cogen por San Lorenzo y cuelgan de las vigas y defienden las casas del fuego (ramos verdifloridos, con su cogollo blanco y su aroma fortísimo de lluvia, en creciente viraje hacia una verdinegra sequedad desgranándose); más rosas –ahora rojas– de un día de primera comunión, cortadas en el huerto de la tía Eugenia; rabos de lagartija delirando en el polvo y camisas de culebra en el camino de la Nava; campanas en la umbría tocando a muerto o a las flores de mayo, a misa de alba o de doce, a muertos y a bautizos, a “pascualeja” cuando se muere un niño…”  Sí. Esos toques manuales que la UNESCO acaba de declarar Patrimonio Cultural Inmaterial.

 

 

***

 

DICIEMBRE 2022

Llegamos al último mes del año y también al último artículo, en el que les traigo un haiku invernal, con una sensación de calma, paz y esperanza incluso. Perfecto, en mi opinión, para esta época.

Este haiku es un 画讃句 gasanku o poema escrito en una pintura, la que en este caso muestra un bosque de bambúes inmóviles, pues el bosque pacifica el caos del mundo exterior absorbiendo el viento glacial.

木枯やたけにかくれてしづまりぬ

kogarashi ya take ni kakurete shidzumarinu

viento invernal, escondido en el bambú se calma

El primer verso “木枯や, kogarashi ya: viento invernal” está inspirado en una frase del Sumiyoshi monogatari, texto de fines del período Heian (794-1185), considerado junto al Ochikubo monogatari uno de los primeros representantes del género monogatari o cuento ficticio, y que relata, al igual que ese, una historia tipo Cenicienta. Atormentada por las maquinaciones de su madrastra, la protagonista, Himejime, huye a refugiarse con la antigua acompañante de su fallecida madre ―quien es ahora una monja― al santuario de Sumiyoshi. Cuando tiempo después, el Shoushou, interés romántico de la protagonista, se entera de lo sucedido a través de un sueño y corre a buscarla, al llegar a Sumiyoshi oye a alguien que canta junto a un koto “en la playa de Sumiyoshi sopla el viento entre los pinos, y espera, siempre espera, por quien llega a esta playa, a la que nunca el hombre viene”, reconoce entonces la voz de Himejime y comprende que por fin ha encontrado a su amada.

El segundo verso “たけにかくれて, take ni kakurete: escondido en el bambú” hace referencia a los Siete Sabios del Bosque de Bambú, grupo de filósofos, poetas y músicos chinos del tercer siglo de nuestra era, varios de ellos relacionados con la escuela Qingtan de Taoísmo. Según la tradición, ellos querían escapar de las intrigas, la corrupción y las maniobras políticas de la vida en la corte durante el período de los Tres Reinos. Se reunían en un bosquecillo de bambú cerca del hogar de uno de ellos, Ji Kang, donde disfrutaban de la poesía, del elogio de sus obras y de la vida simple y rústica. Es interesante el contraste entre la imagen de este grupo de hombres divirtiéndose en el bosque de bambú, con el silencio y la calma de el del haiku.

En este poema Bashou utiliza personificación, y representa de forma tan precisa y completa la sensación de movimiento del viento y el paso del tiempo, que es perfectamente comprensible incluso sin la pintura a la que acompaña.

Y así terminamos un año más de haiku, literatura y los cambios en la naturaleza que nos traen las estaciones, y que nos acompañan en nuestro diario vivir. Gracias por acompañarme mes a mes en esta aventura en la cual vamos viajando a través de los siglos y los textos, de la mano del maestro Matsuo Bashou.

Les deseo a todos unas hermosas Fiestas de Fin de Año desde Santiago de Chile.

El bramido del ciervo

Los ciervos que habitan el archipiélago pertenecen a la especie Cervus nippon, que alguna vez fue abundante en todo el este de Asia. En japonés, son llamados shika o ka, ambos nombres escribibles con el carácter 鹿 y asociados al otoño. Esta conexión estacional se debe a que su periodo de celo, en que los machos exhiben llamativas cornamentas y balan constantemente para atraer a las hembras, sucede entre septiembre e inicios de diciembre. Es justamente el bramido el que llamaba la atención de los poetas clásicos, pues su tono lastimero y la motivación erótica, los volvían excelentes metáforas del sufrimiento amoroso. Los invito a leer mi publicación “El emblema del otoño” en la revista Taller Igitur, dedicada al arbusto floral llamado hagi 萩, para que vean algunos poemas en los que aparecen ciervos enamorados y en estrecha asociación con esa planta. Con el tiempo, su voz terminó por vincularse simplemente con la melancolía.

Miyajima, 2018/12

Ahora bien, los ciervos también han tenido una importancia religiosa que puede verse en los poemas. De acuerdo con la leyenda de la fundación del Gran Santuario de Kasuga (Kasuga Taisha 春日大社), el dios guerrero Takemikazuchi 武甕槌, quien reclamó el archipiélago japonés para las divinidades celestiales y ayudó en la fundación del reino de Yamato, se trasladó en el año 768 desde su santuario en Kashima 鹿島 (literalmente, “Isla de los ciervos”) al Monte Mikasa 三笠 montado en un venado blanco con el objetivo de proteger la capital de entonces, Nara.

Cuando ésta fue movida, primero a Nagaoka y luego a Kioto, el dios se desplazó al Santuario de Ôharano 大原野 en la misma montura. Por este motivo, los ciervos fueron consagrados a dichos santuarios como mensajeros de las cinco deidades residentes: Takemikazuchi, Futsunushi 経津主, Amenokoyane 天児屋根, Himegami 比売神 y Amenooshikumone 天忍雲根, los tutelares del clan Fujiwara 藤原. A partir del periodo Heian (794-1185), las cinco fueron amalgamadas en una sola, el Dios Iluminado de Kasuga (Kasuga Myôjin 春日明神), cuya forma esotérica era un ciervo que portaba una rama de sakaki sobre una silla de montar y rodeada por el disco solar.

Debido a su carácter sagrado, se impuso la prohibición de dañarlos bajo pena de muerte, lo que permitió su proliferación en torno al santuario principal de Nara. Sin embargo, para evitar conflictos con la población durante el periodo de celo, en 1671, se estableció la costumbre de cortar las cornamentas de los machos en el noveno mes del calendario lunar, es decir, por octubre. El poema de Onitsura 鬼貫 muestra la sorpresa ante esa práctica reciente que dejaba a todos los ciervos del lugar sólo con los muñones. Para entonces, la ciudad de Nara se había convertido en el lugar por excelencia para observar ciervos de cerca, aunque han existido comunidades en torno a otros santuarios, como el de Kashima, en la ciudad epónima de la prefectura de Ibaraki, o Itsukushima 厳島, en la bahía de Hiroshima.

Finalmente, hay que recordar que el lugar en el que el Buda histórico impartió su primer sermón era conocido como el Parque de los Venados (Rokuyaon 鹿野苑), por lo que la zona de Kasuga, en que están el Templo que Genera Fortuna (Kôfukuji 興福寺), base central de la Escuela de la Apariencia de los Fenómenos (Hossôshū 法相宗), y el Gran Templo del Oriente (Tôdaiji 東大寺), con su escultura monumental del Buda Universal y base central de la Escuela de la Guirnalda de Flores (Kegonshū 華厳宗), se revistió de ese simbolismo. En los haikus de las entradas 15 y 16, puede percibirse la confusión entre ambos lugares sagrados, así como entre el presente y aquel pasado legendario.

1.

Kakinomoto no Hitomaro 柿本人呂 (c. 653 – c. 710), convertido en deidad de la poesía. Éste es el poema 502 de la Antología de la miríada de hojas (Man’yôshū 万葉集; c. 759).

夏野去小壮鹿之角乃束間毛妹之心乎忘而念哉
Natsuno yuku ojika no tsuno no tsukanoma mo imo ga kokoro o wasurete omoeya

Ni lo que tardan
los cuernos del ciervo
del campo estival
olvido de mi esposa
el amor y lo pienso.

Éste es el poema 2094 de la misma antología y fue compuesta para el tema de las flores.

竿志鹿之心相念秋芽子之鍾礼零丹落僧惜毛
Saoshika no kokoro ai omou akihagi no shigure no furu ni chiraku shi oshimo

¡Es lamentable
que se despetale el hagi
con la llovizna
pues el ciervo deseaba
en su corazón verlo!

2.

Anónimo con el número 215 de la Antología de la poesía japonesa antigua y moderna (Kokinwakashū 古今和歌集; 905), compuesto en un concurso de poesía en la residencia del Príncipe Koresada 是貞. Fujiwara no Sadaie 藤原定家, al incluir este poema en Cien poetas, un poema (Hyakunin isshu 百人一首), se lo atribuyó a un tal Sarumaru Dayū 猿丸太夫 del que no se tiene ninguna información.

奥山に紅葉踏みわけ鳴く鹿の声きく時ぞ秋はかなしき

Okuyama ni / momiji fumiwake / naku shika no / koe kiku toki zo / aki wa kanashiki

Entre los montes,
cruzo el rojo follaje.
Al escuchar
el bramido del ciervo,
se entristece el otoño.

3.

Murasaki Shikibu 紫式部 (c. 978- c. 1014) en El relato de un Genji (Genji monogatari 源氏物語), capítulo XLVI «Al pie de la haya» (Shii ga moto 椎本). Casi un año después de la muerte del Príncipe Octavo (Hachi no Miya 八宮), que había vivido dedicado a la devoción religiosa en las montañas de Uji, el Príncipe Perfumado (Niou Miya 匂宮) les escribe a sus hijas, quienes lo habían ignorado hasta entonces, con la esperanza de poder conocerlas finalmente.

牡鹿なく秋の山ざといかならむ小萩が露のかかる夕ぐれ
Ojika naku aki no yamazato ikanaramu kohagi ga tsuyu no kakaru yūgure

¿Cómo irá todo
en la villa de monte
en que el ciervo brama?
Ocaso en que el rocío
dura sobre los hagis.

El ocaso es una alusión al fallecimiento del padre, mientras que el rocío es una metáfora del llanto. El que su presencia se prolongue sobre la vegetación expresa la aflicción interminable en que el príncipe imagina a las muchachas. En japonés, dice literalmente «pequeños hagis», por lo que es claro que se refiere a ellas, bellas y cubiertas de lágrimas.

Por compasión hacia el mensajero que regresaría inmediatamente a la capital, la hermana mayor (Ôigimi 大君) decide responder:

なみだのみ霧りふたがれる山里はまがきに鹿ぞもろ声になく
Namida nomi kiri futagareru yamazato wa magaki ni shika zo morogoe ni naku

Tan sólo lágrimas
y aún así el ciervo brama
con todas sus fuerzas
ante la villa de monte
cercada por la niebla.

Confirma que viven sumidas en la tristeza, pero retoma la imagen de su interlocutor para equipararlo con un macho en celo que las importuna en su lugar de retiro. Tras pasar la noche analizando el poema, el Príncipe Perfumado escribió su propia respuesta a la mañana siguiente:

朝霧に友まどはせる鹿の音をおほかたにやはあはれとも聞く
Asagiri ni tomo madowaseru shika no ne o ôkata ni ya wa aware to mo kiku

¿Podría haber
quien no se conmoviera
al oír la voz
del ciervo que ha perdido
a su amigo en la niebla?

4.

Jien 慈円 (1155 – 1225), monje director de la Escuela de Tiāntái (Tendaishū 天台宗), exorcista de la corte, historiador y poeta. Éste es el poema número 319 de la Antología de poesía japonesa del milenio (Senzaiwakashū 千載和歌集; 1188).

山ざとのあか月がたの鹿のねは夜半のあはれのかぎりなりけり
Yamazato no akatsukigata no shika no ne wa yowa no aware no kagiri narikeri

La voz del ciervo
en la villa de monte
antes del alba
fue el colmo de lo triste
de la noche profunda.

5.

Matsuo Bashô 松尾芭蕉 (1644-1694). El siguiente hokku 発句 fue compilado en el Edo Tôrichô 江戸通り町 de 1678 y muestra el estilo ingenioso de la escuela de haikai Danrin 談林.

秋来ぬと妻恋ふ星や鹿の革
Aki kinu to tsuma kou hoshi ya shika no kawa

¡La estrella que ama a su esposa
al llegar otoño!
Piel de ciervo.

Hace referencia a la festividad del Tanabata (ch: Qīxì 七夕), que tenía lugar el séptimo día del séptimo mes del calendario lunar, es decir, a mediados de agosto, poco después del inicio del otoño. De acuerdo con el mito, la estrella conocida en el este de Asia como La Tejedora (j: Orihime 織姫; ch: Zhīnǚ 織女) (Vega) era la esposa del Vaquero (j: Kaiboshi 飼星 o Kengyū 牽牛; ch: Niúláng 牛郎), más famoso en Japón como el Muchacho Estrella (Hikoboshi 彦星) (Altair). Sin embargo, el padre de ella, opuesto al matrimonio que los distraía de sus deberes, sólo les permitía verse esa noche en lados opuestos del Río Celestial (Amanogawa 天の川) (Vía Láctea). En este sentido, «piel de ciervo» hace referencia al cielo maculado de esa noche.

Este hokku fue recopilado en el Diario de un peregrino (Oi nikki 笈日記; 1695) por su discípulo Kagami Shikô 各務支考.

びいと啼く尻声悲し夜の鹿
Bī to naku shirigoe kanashi yoru no shika

Triste la voz
prolongada que brama:
ciervo nocturno.

Nara, 2018/12

6.

Uejima Onitsura 上島鬼貫 (1661-1738), poeta de haikai perteneciente a la escuela Danrin 談林 y amigo de Bashô.

角ぎりや礎のこす鹿の京
Tsunogiri ya ishizue nokosu shika no kyô

¡Corte de cuernos!
La capital de los ciervos
con sólo muñones.

7.

Chiyo 千代 (1703-1775), poetisa de haikai discípula de Kagami Shikô 各務支考, artesana montadora de rollos y monja de la Escuela de la Verdad de la Tierra Pura (Jôdoshinshū 浄土真宗).

まだ鹿の迷ふ道なり初しぐれ
Mada shika no mayou michi nari hatsu shigure

Es un camino
en que aún se pierden los ciervos.
Primera llovizna.

独り聞く我にはほしき鹿の声
Hitori kiku ware ni wa hoshiki shika no koe

Escucho sola
la voz de un ciervo
que me desea a mí.

8.

Matsuoka Seira 松岡青蘿 (1740-1791), maestro de haikai asociado con poetas de la escuela de Mino 美濃 y de la de Ise 伊勢.

角の上に暁の月や鹿の声
Tsuno no ue ni akatsuki no tsuki ya shika no koe

Sobre los cuernos,
luna del amanecer.
Bramido de ciervos.

9.

Kobayashi Issa 小林一茶 (1763-1828), monje de la Escuela de la Verdad de la Tierra Pura (Jôdoshinshū 浄土真宗) y poeta de haikai.

足枕手枕鹿のむつまじや
Ashimakura temakura shika no mutsumaji ya

¡Se ven felices
los ciervos que usan de almohada
sus propias patas!

なら山の神の御留守に鹿の恋
Narayama no kami no go-rusu ni shika no koi

Ante la ausencia
de los dioses de Nara,
amor de ciervos.

El décimo mes del calendario lunar, que correspondería aproximadamente a noviembre, era llamado el «Mes Sin Dioses» (Kannazuki 神無月), debido a que éstos se congregaban en el Gran Santuario de Izumo (Izumo Taisha 出雲大社), dejando temporalmente sus propios recintos.

10.

Masaoka Shiki 政岡子規 (1867-1902), reformador de la poesía japonesa, haikuísta y editor.

をりをりに鹿のかほ出す紅葉かな
Oriori ni shika no kao dasu momiji kana

De vez en cuando,
se asoma el rostro de un ciervo.
¡Follaje otoñal!

烏帽子きた禰宜のよびけり神の鹿
Eboshi kita negi no yobikeri kami no shika

Un sacerdote
que usa eboshi los llama.
Ciervos divinos.

11.

Natsume Sôseki 夏目漱石 (1867-1916), especialista en literatura inglesa, novelista, poeta, profesor de inglés, haikuísta y crítico literario.

角落ちて首傾けて奈良の鹿
Tsuno ochite kubi katamukete Nara no shika

Inclina el cuello
tras caer su cornamenta:
ciervo de Nara.

宵の鹿夜明の鹿や夢みじか
Yoi no shika yoake no shika ya yumemiji ka

Ciervos al alba,
ciervos al despuntar…
¿Lo habré soñado?

12.

Kawahigashi Hekigotô 河東碧梧桐 (1873-1937), haikuísta discípulo y colaborador de Masaoka Shiki 政岡子規, elector de la sección de haiku del periódico Nihon 日本, promotor del haiku de la «Nueva Tendencia» (Shinkeikô 新傾向), ensayista y editor.

鹿の糞累々として花芒
Shika no kuso ruirui to shite hana suzuki

Aparte de pilas
de excremento de ciervo,
penachos de pasto.

13.

Takahama Kyoshi 高浜虚子 (1874-1959), haikuísta discípulo de Masaoka Shiki 正岡子規, editor a cargo de la revista Hototogisu, novelista y dramaturgo.

鹿の声遠まさりして哀れなり
Shika no koe tô masarishite aware nari

La voz de los ciervos
aumenta en la distancia
¡Qué conmoción!

Nara, 2018/12

 

鹿を聞く三千院の後架かな
Shika o kiku Sanzen’in no kôka kana

Oigo a los ciervos.
¡Ah, el baño del Claustro
de Tres Mil Mundos!

Sanzen’in 三千院, cuyo nombre se refiere al universo en la cosmología budista, es un templo que se encuentra en el valle de Ôhara 大原, al noreste de Kioto. Es una zona rural rodeada de bosque que ya en El relato de un Genji (Genji monogatari 源氏物語) aparecía frecuentada por ciervos.

14.
Terada Torahiko 寺田寅彦 (1878-1935), físico, profesor de la Universidad Imperial de Tokio, miembro del Instituto de Investigaciones Físicas y Químicas (Rikagaku Kenkyūsho 理化学研究所), miembro de la Academia Imperial (Teikoku Gakushiin 帝国学士院) y haikuísta discípulo de Natsume Sôseki 夏目漱石.

行暮れて鹿なく里に一夜哉
Yukikurete shika naku sato ni hitoya kana

¡Ah, una noche
en la aldea en que ciervos braman
al caer la noche!

鹿に乗る神もまします旅路かな
Shika ni noru kami mo mashimasu tabiji kana

Incluso hay dioses
que montan ciervos.
¡Ah, la ruta de viaje!

Nara, 2018/12

15.

Hasegawa Kanajo 長谷川かな女 (1887-1969), haikuísta, coordinadora del grupo Colección de Diez Haikus de Mujeres (Fujin jūkushū 婦人十句集) y editora.

鹿苑に御仏の顔せる鹿の
Rokuen ni mi-hotoke no kao seru shika no

Parque de los Venados:
los de los ciervos
compiten con el rostro del Buda.

16.

Itami Mikihiko 伊丹三樹彦 (1929-2019), haikuísta y fotógrafo.

花明り仏も鹿も薄眼して
Hanaakari hotoke mo shika mo usu me site

Resplandor floral.
Tanto el buda, como los ciervos,
tienen ojos claros…

Hanaakari 花明り, que significa resplandor floral, se refiere al aspecto brillante que tienen los cerezos en plena flor en medio de la noche, por lo que es una palabra estacional de primavera.

17.

Hirose Kunihiro 広瀬邦弘 (n. 1939)

宮島の鹿従えて七五三
Miyajima no shika shitagaete shichigosan

Acompañado
por ciervos de Miyajima,
rito de tres, cinco y siete.

Shichigosan 七五三 es el nombre de un ritual para celebrar la salud y el desarrollo de los niños a los 3, 5 y 7 años, números primos considerados de buena suerte. La tradición moderna incluye el presentarlos con kimono en los santuarios para que reciban la bendición de los dioses. Se realiza en la segunda mitad de noviembre.

Tallado del Santuario del Gran Avatar que Resplandece en el Oriente de Ueno
(Ueno Tôshôgū 上野東照宮), 2019/10

Cierto aire delicado

Entra el año en su ciclo más meditativo, y la espuma de los días fluye con los colores del otoño y con el resplandor de las primeras nieves. Un haiku de Kakei nos sitúa en la escena precisa: “mes de noviembre: / cigüeñas en hilera, / quietas, pensando”. El poema es del siglo XVII, pero ocho siglos antes, Izumi Shikibu y Ono no Komachi ya han sentido ese toque melancólico. La primera piensa en su amor ausente y compara la tristeza de su alma, enajenada en errante ansiedad, con la de una luciérnaga del pantano. Ono no Komachi -toda una belleza- se ve a sí misma devastada por el paso del tiempo y se lamenta en un waka memorable: “el color de las flores / se va desvaneciendo: / así pasa mi vida, vanamente, / envuelta en tristes pensamientos, / viendo caer las largas lluvias”.

Mucho más tarde, Chigetsu-ni, alumna tardía de Bashô, concentra en la brevedad de un haikai el mismo sentimiento de fugacidad: “todas las flores / están en su esplendor / y yo envejezco”. Pero esa misma mujer es capaz de observar cómo la nieve, al fundirse, aviva los brotes… La poesía japonesa es impensable sin ese toque femenino, que implica, al mismo tiempo, pasión y delicadeza. El haiku -como la verdadera atención- no excluye, sino que incluye la totalidad de la vida. En el convulso siglo XX, por ejemplo, una poeta como Tokiko Takahashi evoca la tragedia de Hiroshima en la visión de dos cadáveres besándose bajo el claro de luna… Hoy nos centramos la figura de Chiyo-jo o Chiyo-ni (1703-1775), famosa por su belleza -como lo fuera Ono no Komachi-. Nacida en una familia relacionada con la caligrafía y la pintura, Chiyo-jo se inicia desde muy joven en la composición poética. En 1754 se hace monja, firma como Chiyo-ni, adopta el nombre búdico de “Jardín desnudo” (soen) y se olvida de su lápiz de labios para saborear el agua pura… Chiyo-ni -como el ruiseñor que vuelve y vuelve a decirlo- nos sigue enamorando con su elegante naturalidad. Bullen imágenes y sensaciones en la memoria: la inesperada enredadera en el cubo del pozo, que la obliga a pedir agua en la casa vecina; o la dolorosa pregunta tras la pérdida de su hijo: “ese pequeño / cazador de libélulas, / ¿dónde habrá ido?”

Poesía y vida se entrelazan, se funden, en una secuencia prodigiosa: la primera bruma del año, velando y desvelando una y otra montaña; la lluvia primaveral que lo embellece todo; el brillo del agua resplandeciendo entre cada brizna de jóvenes hierbas; las flores del melocotonero dejándose ver, a través de las puertas abiertas, en la casa vacía…; la olla cubierta de hollín, avergonzada entre los iris… violetas, potrillos, mariposas que sueñan, campanas al atardecer, un templo abandonado, la gracia de las cosas ocultas, y todo cuanto puede decirse en apenas tres palabras: “cuco / página blanca / soledad”.  Aún nos emociona la sencillez de su despedida. Poco antes de morir, Chiyo-ni escribe, de su puño y letra, “el agua es limpia y fresca, / se extinguen las luciérnagas, / no hay más”, y dicta su último poema: “vi una vez más la luna / en este mundo, / adiós…”

***

Haiku 45

45  

古寺やほうろく捨るせりの中

Furudera ya houroku suteru seri no naka

El viejo templo-
una olla de barro abandonada
en medio del perejil.

Desglose:

 古 [furu: viejo, antiguo], 寺 [dera: templo] や[ya: partícula] ほうろく [houroku: olla de barro] 捨る [suteru: tirar, abandonar] せり[seri: perejil], の[no: partícula], 中[naka: medio].


Comentario y notas culturales:

Seri (perejil) es el kigo.

Ya hablamos, en el haiku número 17, sobre este Festival de las Siete Hierbas (七草の節句 nanakusa no sekku); el plato gastronómico por excelencia es el okayu, un tipo de arroz, que se consume para protegerse de los demonios, favorecer la longevidad y la buena suerte. Tiene un valor diurético, depurativo, tras las comidas de Año Nuevo. Las siete hierbas son: perejil japonés (seri), jaramago blanco, borriza, pamplina, lampsana, nabo y rábano. Este festival se celebraba el séptimo día del primer mes lunar y cambió al 7 de enero tras la revolución Meiji.

Una traducción más poética y libre podría ser:

El viejo templo-
una olla de barro abandonada
en el campo de perejil.

Noviembre 2022

CONSTRUIR

Las castañas
sin que haya Dios ni dioses,
tan sorprendidas.

DECONSTRUIR

Como el haiku del pasado mes, este nació en el curso del paseo que di por los alrededores de El Real de San Vicente, en la ruta que llaman aquí La Tejea, especialmente pintoresca por los viejos castaños. Fue uno de estos días otoñales en que los frutos de estos árboles, de hermoso porte, abren sus erizos y, por las aberturas de estos, por primera vez se asoman al mundo. Como en la foto que adjunto.

    Se asoman al mundo sin acabar de creérselo. Debido a la acción desalmada de la naturaleza, son expulsados de la seguridad y confort del erizo donde han crecido, viéndose empujados, sin ningún miramiento, al aire fresco del exterior. Una vez en contacto con el aire, por una extraña ley llamada de la gravedad que rige en el naturaleza, los frutos caen al suelo.

   Y, ya en tierra, quedarán a merced de los humanos, de no muy diferente modo a como un recién nacido queda a merced de quienes lo rodean cuando sale del útero materno.

   La castaña se asoma al mundo desde la seguridad efímera del erizo. Tan sorprendida al contacto con el aire, al ver el mundo que la espera.

    Esta sorpresa de la castaña es la impresión que me ha movido a escribir estos tres versos. Pero entre la sorpresa de la castaña y conciencia de la misma, se ha colado, sin casi yo quererlo, una reflexión: No hace falta Dios (realidad trascendente), ni tampoco dioses (realidades intrascendentes, pero conceptualmente avasalladoras: agnosticismo, ateísmo, materialismo,   panteísmo, animismo, religiones politeístas, etc.) para que la castaña experimente la sorpresa, ni para que nazca, ni para que perezca, ni para que se transforme.

   La castaña y su sorpresa al salir del erizo de la rama es una religión sin Dios ni dioses, con el mismo derecho con que la naturaleza es una realidad sin Dios ni dioses, una realidad impersonal y fría. Una religión espontánea e inocente, no constituida ni, mucho menos, manipulada con dogmas o creencias. Una religión pura como la visión de un niño.

   El haiku, como la castaña, es una religión sin Dios ni dioses. Es la religión de la naturaleza. En este sentido, sí, se puede afirmar que hay ateísmo en el haiku.

    Masaoka Shiki, el creador del haiku moderno, tiene unos versos famosos que son a la vez  profundamente religiosos y rabiosamente anti religión constituida. Son estos:

Para los oídos
ensuciados por sermones,
¡el canto del cuco!

Sekkyō ni                            説教に

kegareta mimi o              汚れた耳をや

hototogisu                        ほととぎす

La castaña de mi torpe haiku aspira a ejercer la misma función que el cuco de Shiki.  O bien, ¿se sorprende la castaña, al asomarse al mundo, de la inexistencia de Dios o de dioses?  ¿Una castaña a contracorriente de la famosa frase evangélica de que no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad divina?  ¡Qué bien, la ambigüedad del haiku!

    Shiki tiene otro haiku, más famoso aún, en el que se ha visto la profesión de la fe religiosa, pero sin dioses (sintoísmo) ni Buda, del poeta, es decir –y expresado en la paradoja de un término religioso– el ateísmo del haijin. Su religión, la del haijin, era la religión de la poesía, «el viento de otoño»:

Viento de otoño.
Para mí no hay dioses,
tampoco Buda.

Akikaze ya                                秋風や

ware ni kami nashi                我に神なし

hotoke nashi                            仏なし

El rechazo del haiku a todo teísmo que no sea el de la naturaleza, y este con mucha reserva, me recuerda la famosa frase del Maestro Eckhart: «Rogamos a Dios que nos libre (nos vacíe) de Dios» o la de Dōgen, el maestro zen del siglo XIII, «si encuentras a Buda, mátalo». Con estas expresiones, estos dos místicos describen el estado normal de la experiencia religiosa del ser humano. La experiencia religiosa del haijin consiste en vivir una vida de religión, pero prescindiendo de los conceptos y abstracciones vinculados a la religión. Es la vía del místico. Es la poesía de la sensación. Es el ateísmo del haiku. La castaña que se asoma al mundo es mi dios. Y el erizo del que está saliendo. Y el árbol, y la tierra en el que crece.  ¿Qué dios?