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Diciembre 2021

Como siempre, antes de que nos demos cuenta, el año llega a su fin. Qué mejor, entonces, que un haiku de Bashou sobre fin de año, para cerrar el primero de esta columna en la cual he buscado trasmitirles el flujo constante a través de los siglos de la poesía japonesa.

Comenzamos con un poema de Fujiwara no Sadaie (1162-1241), quien, se dice, compuso cuando niño. Sadaie fue hijo del gran poeta y maestro de tantos otros, Fujiwara no Toshinari o Shunzei, por lo que recibió instrucción en poesía desde la cuna.

旅人の笠きて馬に乗りながら口を引かれて西へこそ行け

tabibito no kasa kite uma ni nori nagara kuchi wo hikarete nishi wo koso yuke

con el sombrero de viajero y a lomos del caballo, tiro las riendas y voy hacia el Oeste.

Algunos interpretan los dos últimos versos: 口を引かれて西へこそ行け (tiro las riendas y voy hacia el Oeste) como el hecho que, cuando se muere en el camino (durante un viaje), Buda te guía a su Paraíso Occidental.

Bashou toma este tanka de Sadaie  ̶ cambiando al caballo por sus sandalias de paja ̶  y compone este haiku que aparece en el Nozarashi kikou, crónica en la cual relata un viaje que realizó para, entre otras cosas, visitar su pueblo natal, donde su madre había muerto el año anterior. Antes del poema está este preámbulo: sacándome mis sandalias de paja en un sitio, poniendo mi bastón en otro, sigo pasando las noches en el camino mientras el año llega a su fin.

年暮ぬ笠きて草鞋はきながら

toshi kurenu kasa kite waraji haki nagara

el año termina y yo aún con el sombrero y calzando las sandalias

En cierta medida es un compromiso a la vida del viajero, pero hecho en una ocasión tan importante como el fin del año, momento en el cual revisamos nuestras memorias y nos planteamos objetivos para la nueva jornada que está por comenzar, tanto literal como figurativamente.

Así también quisiera agradecer esta oportunidad, con la que me siento infinitamente honrada de hablarles mes a mes de una de las características que más admiro de la literatura japonesa: su intertextualidad constante, su trasmisión incesante de ideas, conceptos y paisajes que fluyen, se reinterpretan, toman nueva forma sin abandonar la vieja, se mantienen vivos constituyendo una tradición riquísima, constante, mágica que jamás deja de asombrarnos e inspirarnos.

¡Gracias y Feliz Año para todos!

Noviembre 2021

CONSTRUIR

Hojas pisadas
Bajo la lluvia fría.
Tarde en San Pedro.

DECONSTRUIR

Acompaño una fotografía del sendero donde, paraguas en mano, me interné el pasado sábado por la tarde. Fue en los alrededores del monasterio cisterciense de San Pedro de Cardeña, cerquita de Burgos, donde pasé cuatro días sin teléfono, ordenador, mujer ni familia, disfrutando de la belleza de los salmos con la comunidad monástica y saboreando el  silencio en los paseos y en mi celda y las palabras de un par de buenos libros que elegí de la biblioteca del monasterio. En uno de esos paseos bajo la lluvia, pude respirar el aroma a tierra, a podredumbre, a otoño mientras pisaba las hojas derrotadas por el agua caída del cielo. De regreso a la celda, escribí unos diez o doce haikus. Deseché todos a favor del que ahora presento a los lectores de El Rincón. Con él, no sé si transmito la sensación de la fragancia. La fragancia.

   En uno de los diez principios del arte de la composición de haikus según el maestro Bashō. Los dos meses anteriores comenté los del reflejo y de la resonancia que aludían, respectivamente, a la vista y al oído. Este debe hablar a la nariz. “La fragancia”, decía Rogan, “es como el aroma de una flor a la deriva y flotante en una corriente de agua”.  Un ejemplo de la fragancia en poesía nos lo ofrece Dohō en estos versos:

¡Tantos nombres
y todos tan confusos
para las flores de primavera!

 

Una mariposa,
sorprendida, de su sueño
se despierta.

  Los primeros tres versos (sigo el comentario de Makoto Ueda en el libro ya citado en otra de mis aportaciones) nos hablan de la belleza de las flores de primavera: es tan profuso el número de ellas que resulta difícil y confuso recordar el nombre de todas ellas. Pero la palabra “confusos”  produce la impresión de algo inestable, como de algo revoloteando en el rincón de un hermoso paisaje primaveral. El autor de los tres últimos versos, nada menos que Bashō, percibió este “aroma” y creo la imagen de una mariposa revoloteando.

    En el siglo XIV vivió una gran poeta llamada Eifukumon-in, la esposa del emperador Fushimi. Los versos descriptivos, en forma de tanka, de esta mujer se servían de la técnica que Kyōgoku Tamekane (compilador de la antología Gyokuyōshū) llama precisamente “dicción impregnada de fragancia”. He aquí una muestra de Eifukumon-in:

 Atardecer.
La luz por los aleros
ya es fugitiva,
pero sobre la flor
un rato se entretiene.     

Es un poema sobresaliente porque, además, incorpora maravillosamente el principio del reflejo. El desafío para el haijin es combinar cuantos principios poéticos (ya llevo comentados ocho o nueve) pueda en la limitación de dieciséis sílabas.

   En cuanto a la fragancia,  no todas las fragancias deben proceder de flores. ¿Por qué no de ese denso aroma terroso y otoñal que desprenden las hojas mojadas por la lluvia y holladas por los pies? El otoño nos ofrecen multitud de ejemplos, de invitaciones a escribir haikus que insinúen el aroma o que rebosen del mismo.

Noviembre 2021

Este mes veremos cómo todo puede cambiar dependiendo del enfoque que le demos a una situación, y cómo podemos encontrar belleza en cualquier circunstancia, sobre todo si tenemos la flor de Noviembre como compañía.

Kenkou Houshi (1283-1353), cuyo nombre real era Urabe Kaneyoshi, se convirtió en oficial de la Corte y tomó importantes roles, por ejemplo, Guardián de los Archivos Imperiales, trabajando muy cerca del Emperador. Sin embargo, alrededor de los 30 años, Kenkou (la otra lectura posible de los kanjis de Kaneyoshi) renunció a su puesto en la Corte y tomó los hábitos de monje. Sin unirse a ningún templo, vivió su vida a su manera.

A pesar de esto, su conexión con la Corte no se rompió por completo; estudió poesía con el Consejero Major Nijou Tameyo, y fue considerado entre sus pupilos como uno de los «Shitennou», o «Cuatro Dioses».

Su poesía se encuentra, entre otras compilaciones, en la quinceava antología imperial Zoku Senzai Wakashuu y en el Kenkou Houshi Kashuu.

Su obra más famosa, el Tsuredzure gusa, la completó cuando tenía, aproximadamente, 50 años. Tiene un total de 243 secciones, y está escrito en un estilo libre y fácil de comprender. En ella analiza a los hombres y la sociedad con un gran poder de observación.

En la sección 19, en la que aborda las cuatro estaciones, específicamente sobre el otoño indica lo hermoso que es el festival de Tanabata, que cuando llegan las frías noches se oye el canto de los gansos salvajes, cambia el color de las hojas de la lespedeza, y el arroz es cosechado y secado en los campos. Pero indica al final de ese párrafo また、野分の朝こそをかしけれ。 (mata, nowaki no asa koso wo kashikere): ¡qué terrible es una mañana después del paso del tifón!

Bashou toma este tema y le da un giro más positivo. Si bien, también utiliza la palabra nowaki 野分, que se refiere a un paisaje después de una tormenta de viento otoñal o tifón, se centra en la belleza de esa flor que se nos presenta como signo de esperanza.

見どころのあれや野分の後の菊

midokoro no areya nowaki no nochi no kiku

¡Qué vista! En el campo, después de la tormenta, el crisantemo.

El kigo o palabra estacional, que Bashou utiliza como punto focal en este haiku, es el crisantemo, que llegó a Japón desde China en la antigüedad. Es cultivado con propósitos decorativos, existiendo muchas variedades. Su elegante aroma y bellas flores son apreciadas, y se le llama “el hermano menor de las flores” ya que es el último que florece en el año.

Poetas en el camino: Santôka

En la tradición japonesa del poeta errante, Taneda Santôka (1882-1940) nos deslumbra por su intensidad. Seguidor tardío de poetas zen, como Saigyô (1118-1190), Ikkyû (1394-1481), Bashô (1644-1694), Hakuin (1685-1768) o Ryôkan (1758-1831), Santôka elige la vía más radical: vitalmente, la intemperie y la huida hacia delante; poéticamente, el haiku de forma libre (jiyûritsu haiku) -siguiendo a su maestro Seisensui (1884-1976)-, sin ataduras formalistas, directo y breve, cuyo aliento comparte con Ozaki Hôsai (1885-1926) a través de la revista Sôun.

La poesía de Santôka se centra en la errancia, la vida al aire libre, la mendicidad, la nostalgia del retorno y la belleza del paisaje; ensombrecida por el remordimiento, y a la vez exaltada y luminosa, con la fuerza de su verdad desnuda.

Con destellos de efímera felicidad, la biografía de Santôka está marcada por la depresión, el alcoholismo y el fracaso: su madre se suicida cuando él tiene diez años; en 1910, el poeta se casa y tiene un hijo, pero acabará separándose, arruinando el negocio familiar de sake y su propia tienda de libros usados; tras un intento de suicidio en 1924, pasa a servir en un templo y se hace monje, pero finalmente opta por una nueva vida en solitario: la de monje errante, con su hábito (hoe), sus sandalias (waraji) y sombrero de paja (kasa), y con su cuenco de metal (teppatsu), mendigando comida o dinero…  Santôka elige, como el verso de César Vallejo, “la soledad, la lluvia, los caminos”, sin renunciar ni a la bebida ni a la poesía, precisando los días en que no disfruta: “cualquier día en que no camino, no bebo sake y no compongo haiku”. En 1926 inicia un largo viaje a pie por Japón, visitando la isla de Shikoku -famosa por la peregrinación de los 88 templos-, la isla de Shodoshima, donde acaba de fallecer su admirado Hôsa, y otros lugares célebres. En 1932, cansado de tanto vagar, se instala en una pequeña cabaña, en Ogori (Yamaguchi), y en 1939 se muda a Matsuyama (Shikoku), a la ermita donde, al año siguiente, muere mientras duerme.

A diferencia de Bashô, que se rodea de discípulos y amigos en sus viajes, Santôka viaja solo, pero comparte con el maestro el “sabor de zen”: sentimiento de soledad, simplicidad, conciencia de lo efímero… (Al final de su vida, Santôka -el solitario indómito- siente nostalgia por las alegres reuniones de su juventud e intenta cultivar renku, la poesía encadenada, tan ligada al haiku clásico, en la que participan varios poetas, pero no queda huella de ese sueño). Santôka siente la mordedura del remordimiento y se lanza al camino, en la búsqueda incierta, pero honesta, de una posible redención. Y en ese anhelo frente a la depravación y la inseguridad, siente alguna certeza, como la del perdón materno, cuando recuerda su desgana infantil: “tallarines; ésta es mi ofrenda, madre: me lo comeré todo…” Poesía y vida se interpenetran en un mismo aliento. Hay melancolía y conformidad cuando el cuenco acepta hojas caídas o granizo, o cuando no hay tabaco en el estanco, o cuando siente en lo más hondo la propia nada: “sin dinero, sin cosas, sin dientes, solo”. Celebra, como Issa, la comunión con las pequeñas criaturas: padres y crías de arañas, juntas, felices, al anochecer; luciérnagas donde estuvo la casa natal; una mantis encolerizada rezando frente al viento de otoño … Siempre la naturaleza, inagotablemente hermosa: montañas verdes, la sombra del viento, la belleza de las hierbas marchitas y húmedas, la Vía Láctea a medianoche y un borracho -tal vez él- bailando…

Inagotable Santôka, yendo y viniendo a nuestra memoria con la intensidad del relámpago, celebrando la vida con la lluvia menuda (“sirimiri… todavía vivo”), afirmándose ante la inmensidad del mar azul, sintiendo ante la muerte la frescura del viento…

***

Haiku 33

しら梅の枯木にもどる月夜哉

Shiraume no kareki ni modoru tsukiyo kana

A la luz de la luna
el blanco ciruelo vuelve a ser
un árbol marchito.

 

 La luz -blanca- de la luna- blanca, se proyecta sobre las flores -blancas- del ciruelo hasta que desaparecen porque se mimetizan. Entonces sólo se aprecian las oscuras ramas del árbol, desnudas como en invierno.

Esta idea contrasta con su verdadero jisei :


白梅に明くる夜ばかりとなりにけり

Shiraume ni akuru yo bakari to narinikeri

 desde ahora
cada noche amanecerá
con las blancas flores del ciruelo.


Se demuestra con este haiku su predilección por el ciruelo frente al cerezo, es decir, su gusto más cercano a la tradición china: la hoja duradera, resistente y heroica del ciruelo, que nace en invierno y resiste sus embestidas; un deseo de vida, de fortaleza frente a la efímera del cerezo. Su obra para la posteridad, un alegato de su vocación poética y pictórica: un cuadro para ser contemplado en los siglos venideros. Buson le pide a Gekkei que añada un título: “El comienzo de la primavera”, indicando que es un haiku para el futuro, varios días después de la luna del 25 de diciembre, cuando ya haya fallecido. La flor del ciruelo florecerá blanca, venciendo el crudo invierno, y a ella se aproximarán los ruiseñores con su canto, ya agudo y vigoroso (recuérdese los dos intentos previos de jisei con ruiseñores en invierno, de canto breve y tibio -véase en los poemas número 7, A y B.

Octubre 2021

CONSTRUIR

En la pileta
Lengüetea  la gata.
Cae la tarde.

DECONSTRUIR

Acompaño una fotografía de la gata Sally dando lametazos al agua del recipiente que hay sobre la mesa del patio de mi casa. Era a esa hora en que la tarde cae y pierde brillo el sol de final de verano. Una tarde estremecida, de repente, por las pequeñas ondas concéntrica de la pileta en forma de flor de loto desatadas por la lengua sedienta de Sally. Un descubrimiento que me sacudió mientras estaba sentado a la mesa hace dos o tres semanas.

   Me pareció que estos tres versos ilustran ese, ¿sexto, séptimo?, principio del arte de composición del haiku según Matsuo Basho que desde hace varios meses vengo comentando, uno a uno, en este foro siguiendo la interpretación de Makoto Ueda. El mes pasado hablé de la resonancia, del eco que produce un buen haiku. El mes que viene, tocará el principio de la fragancia. Hoy toca el del reflejo.

     Este principio yo lo interpreto en un doble sentido. Primero, conforme afirma Ueda,  como el reflejo observado en la segunda parte del poema del enunciado de la primera. Es decir, la segunda parte es la correspondencia fiel de la primera mitad, tan fiel como la imagen representada en un espejo es el resultado de la forma expuesta ante la bruñida superficie del mismo. Pero, misterio del haiku, no es una correspondencia cronológica. En el universo poético del haiku el tiempo está disuelto en un mar en el cual no hay comienzo ni final, en el pozo insondable del no tiempo donde se ahoga sin remedio toda concepción humana del mismo.  ¿Qué ocurre antes: la sucesión de lametazos de Sally o mi conciencia de la caída de la tarde? Ni lo sé, ni me interesa saberlo. Sí que sé que cuando la gata bebe de la pileta, la tarde se desmorona. Es decir, el desmoronamiento de la tarde es el reflejo del acto de beber del felino. Podría invertir el orden de los versos y escribir:

Cae la tarde.
Lengüetea la gata
en la pileta,

En este caso las lametadas de Sally son el resultado, el reflejo, de la caída de la tarde. La sucesión cronológica y la lógica hechas añicos. El mundo del haiku.

    Pero el concepto de reflejo del haiku también, a mi entender modesto, posee otra dimensión, una vertiente, menos filosófica (si filosófico ha podido parecer el anterior razonamiento), una vertiente sinestésica. Me refiero al valor semántico que contiene el término “reflejo”: un valor visual. En este poema, se observa claramente –aunque mejor a través de la fotografía adjuntada que de la lectura del haiku– en la relación directa entre el acto de lamer la superficie del agua y la tarde. Esta, la tarde, se hallaba reflejada apaciblemente en el espejo de la pequeña superficie del agua. Pero tal reflejo ha sido perturbado por la intromisión inesperada de la lengua de Sally. Las ondas concéntricas, visibles en la fotografía a pesar de su estado borroso, son la prueba. El elemento de visualidad, por tanto, con o sin documento gráfico, está presente en estos versos.

    El haiku japonés es rico en visualidad, a veces en forma de color, otras veces en forma de un sutil brillo agazapado en sombras, como el fulgor débil de las estrellas en una noche sin luna. En el haiku, el lector “ve cosas”. Recordemos el famoso de la rana del viejo estanque de Basho. Sin mencionarlas, también en él hay ondas concéntricas causadas por el salto de rana. El lector las “ve”.

    En los siguientes dos poemas igualmente podemos “ver” reflejos, colores, brillos. Uno es el famoso de Rensetsu (1654-1707) sobre la sandía cuyo opulento color rojo, aunque no se mencione –o tal vez por eso– casi deslumbra.

Mi hitotsu  o
moteatsukaeru
suika kana

Capaz solita
de cuidarse a sí misma,
¡ah, la sandía!

Otro, más sutil, es este de Issa  (1763-1828):

 Yabukage mo
tsuki sae seseba
wagaya kana

 Aun bajo los árboles,
mi casa, cuando la luna brilla,
es mi casa.

Podrá ser una casa a la que en todo el día no llega el sol por estar a la umbría de árboles, pero con el fulgor suave de la luna, se convierte en la casa de Issa, en la humilde vivienda de un poeta, de un mago de la realidad capaz de hacernos ver reflejos.

Haiku 32

梅咲ぬどれがむめやらうめじややら

Ume sakinu dore ga mume yara ume ja yara

Se llame “mume”
o “ume”,
el ciruelo florece.

Desglose:
咲 [saki, de saku 咲く: florecer],やら[yara: sobre dos cosas, muestra incertidumbre],

 Comentario y notas culturales:
Buson emplea su humor en este haiku sobre las argumentaciones, eruditas y sesudas, de académicos y escolares acerca de la ortografía correcta de ciruelo: ume o mume. Este poema fue escrito como respuesta al poeta y académico Ueda Shuusei (1734-1809) contemporáneo del erudito Motoori Norinaga (1730-1801). “Mume” fue la forma antigua y obsoleta de “ciruelo”, pero ya en tiempos de Buson se decía “ume”, como en la actualidad. Ueda consideraba que la “mu” debía mantenerse con el sonido “n”-me, mientras que Buson niega la mayor con este haiku en tono humorístico, confirmado por la explicación introductoria del poema:

あらむつかしの假名遣ひやな。字儀に害あらずんばア丶まゝよ

[Es difícil decidir qué ortografía es correcta. Cuando la ortografía no cambia el significado… ¿Acaso importa?]