Haibun 26
El siguiente haibun tiene un precedente
en Orbayu, el número 15, de febrero de 2021,
al que puedes acceder
directamente clicando sobre él.
Orbayu 2
Salir a la mañana nublada y atravesar el pueblo que aún duerme. Remontar una cuesta que se atraganta a estas horas y mirar atrás, abajo.
El ternero se asusta cuando una manzana silvestre se desprende del árbol. La ropa se seca, no se seca, colgada de las mochilas.
El camino entre las autovías de los hombres de cemento y los bosques y lo ríos de nadie. A veces pienso en todo esto, en lo que quiero y lo que no quiero, lo que me gustaría, lo que está y lo que no está. Lo que ya está aquí y no veo.
Otra cuesta. Un descansito al llegar a lo alto del monte. Limacos en el borde del pilón. Parece que ni se mueven, que llevaran aquí años.
A esta hora de la mañana, en esta luz que está y no está, entre la niebla, todo parece aguardar algo. Desde siempre.
Manzanas silvestres en el fondo del arroyo que bordea el camino.
Un molino abandonado en los profundo del bosque. Casi bosque ya. Todo es casi bosque aquí. Incluso la luz. Incluso nosotros que solo pasamos, que somos un instante en este lugar.
Una parada en Cornellana, en el Café Casino. Caña y café, y tostada con tomate… Venden artículos de pesca. Estamos junto al Narcea. Zona salmonera.
Por un momento mi padre, mi hermano, están aquí.
Me gustan estos sitios abigarrados llenos de fotos y recortes de periódicos viejos.
En la libreta escribo sobre la luz de la mañana. Y las cuestas. Sobre un ternero que se asustó al caer una manzana, un poco, y yo con su susto también. Un poco. Sobre mi padre y mi hermano. Sobre lo que me gustaría, sobre lo que está y lo que no.
De vuelta al campo el camino remonta sobre las ruinas de un monasterio. A cada vuelta del camino más pequeño, más abajo.
Más majestuoso.
El sendero se adentra en el bosque, en la montaña, arriba, cada vez más arriba. Hablamos de salamandras con peregrinos de otros países que descansan a la vera del camino.
Las sendas estrechas, el musgo, los castaños. Sin dejar de caminar pienso en los nombres de las cosas. En los mil nombres de las cosas. En las cosas que no tienen nombre…
¿Cuál será su traducción?
Formar parte de esto. Del río y del puente antiguo. De los pececillos y los guijarros del fondo.
Me gusta.
Del beso furtivo bajo las hojas de los mil verdes que no tienen nombre.
Me gusta alzar la vista sin dejar de caminar. De casi marearme con la luz de la mañana que brilla en los huecos que dejan las ramas de los árboles.
Estar de paso en los pueblos. Los nombres que no conozco de los peregrinos. Ser nadie.
Levantar la mirada y no pensar.
Nada es necesario.
Eso me gusta.
Llegamos a Salas a las tres y media de la tarde. Directos a comer, agotados, a Casa Pachón. Una recomendación. A pesar de la hora dan de comer igual. Espero que Chame tenga hambre a pesar de haberse fastidiado un diente comiendo moras silvestres por el camino.
Chame…
De entrante una sopa. Potente. Garbanzos, vainas con jamón, lomo, bacalada… en cantidades al por mayor. “Hasta que no tengas más hambre”. Dicen. Postre, vino, café. Salimos llenos justo para ir al albergue. Está cerquita. Menos mal.
Albergue Rey Casto. Cama cama, no litera. Terraza en lo alto de la torre, en el centro del pueblo. Vistas todo en derredor. Las montañas, qué verdes. Cerveza de bienvenida y desayuno. Lujo.
Qué verdes las montañas…
Dos señoras mayores, una mexicana y otra argentina, se juegan a las cartas el honor patrio entre risas. Gran final.
Salimos una vez más a la niebla. Esta vez al atardecer. Paseo por el pueblo envueltos en el orbayu. Compramos provisiones. A la noche nos invitan en Casa Pachón a caña y zumo. Qué gente. Tan hermosa y grande como el paisaje que la concibió.
Desde la terraza de la torre se intuyen las luces de granjas en la montaña. El silencio es absoluto, redondo. La noche y el orbayu que no cesa. Todo está aquí. Todos los nombres de las cosas. Todas las cosas sin nombre.
amanece nublado
un limaco se estira
al borde del agua
Félix Arce Araiz (Mômiji)
Santander (España)