La puerta de la noche

Cuando a media noche abro la puerta de mi casa abro la puerta de la noche, la noche de mi calle, en que casi todos los vecinos duermen y nadie transita, ni siquiera los gatos.

Camino con Sawyer, un perro beagle que quiere olerlo todo, no solo el pasto de las áreas verdes y los matojos que crecen frente a las casas desocupadas, sino que el propio pavimento es motivo de sus finas indagaciones mientras emite repetidamente un resoplido tenue.

Así las cosas el cielo de la noche nos resulta lejano, apenas visto en los tramos de la calle donde no encienden los faroles.

Y vamos dejando atrás espacios bien iluminados y espacios de suave penumbra según nos acercamos al confín de la calle, desde donde nos devolvemos. En el trayecto hay puntos que Sawyer marca con su orina, siguiendo una lógica que solo él conoce.

Algún perro nos ladra desde su patio, a veces se oye lejano un televisor, pero no perturban nuestra lenta caminata por la calle que sigue siendo silenciosa, tranquila, donde lo importante es el olor, los olores del suelo, bajo el cielo fresco y lejano de la noche.

 

Fin de la calle.

Màs allá el zumbido

de los insectos.

*

 Fin de la calle.

Desde lo más oscuro

una luciérnaga.