CONSTRUIR
Se fue noviembre.
Ajenos a la belleza,
los cables de la luz.
DECONSTRUIR
La conjunción de belleza e indiferencia hacia esta no es infrecuente en el haiku japonés. He aquí dos muestras de Issa Kobayashi, el haijin de los animalitos más humildes, y de Matsuo Bashō:
Dedemushi ya El caracol
Akai hana ni wa ni una sola vez mira
Me mo kakezu a la flor roja
Kashi no ki no Poco le importan
Hana ni kamawanu las flores del cerezo
Sugata kana al viejo roble
En el paseo por la ribera del río Tajo, en Talavera de la Reina, abundan los días en que se pueden capturar puestas de sol maravillosas. Como la de la foto que adjunto en esta entrega para los amigos de El Rincón del Haiku. Al final de un paseo dado la semana pasada, cuando ya no se veía el río, sino casas, me tropecé con los cables y las torretas de la luz eléctrica, con unos alambres que cortaban el espectacular fuego de las nubes en el poniente. A alguien, podrían parecerle estúpida o inoportuna esta presencia (cables, torres, tejados), puesta ahí por el hombre. A mí se me antojó que, por el contrario, estos cables anónimos embellecían el paisaje. Y se me ocurrió la pregunta: ¿serían conscientes del bello paisaje que se mostraba a esa hora delante de ellos? Con nuestro característico orgullo, los seres humanos tendemos a pensar que la apreciación de la belleza es patrimonio exclusivo de la sensibilidad humana. No lo sé. Y, desde mi ignorancia, asumiré que no, que los cables no podían apreciar la belleza de la puesta de sol. El caracol del haiku de Issa ni siquiera alza la vista para apreciar el color rojo de la flor; ni al viejo roble del otro haiku le importa mucho la belleza de las flores del cerezo.
La mente fotográfica del haijin es sensible a este desinterés, a este mostrarse ajeno a la belleza, y, tal vez por esto mismo y de esta manera indirecta, oblicua, enaltece aún más la belleza de la flor roja, de las flores del cerezo, de una coloreada puesta de sol sobre el río.
La oblicuidad del haiku me parece una herencia del waka clásico japonés, en el cual la expresión directa y hasta el uso de los adjetivos calificativos se consideraban de pésimo o, cuanto menos, de dudoso gusto.
Por eso, no digamos que la luna es hermosa, sino más bien, en formato de haiku:
Ya son las tres,
Me he levantado cuatro veces
A ver la luna.
Justamente este fue el ejemplo que, hace dos semanas y para definir qué un haiku, di a los asistentes a una charla titulada “Cosmovisión japonesa en 17 sílabas” organizada en Pravia (Asturias) por la Asociación de Escritores Asturianos.
Siempre me quedará la duda: la belleza de aquella puesta de sol, ¿habría sido percibida por los cables de la luz? De lo que no hay duda es de que noviembre se fue.
Certeza del paso del tiempo contra incertidumbre de los fenómenos del mundo. Juntos en un cuadro de colores de fuego.