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Octubre 2021

El fin de los mundos
(primeras páginas de un libro futuro)

(Mediodía en la cala de Punta Bela. Cala juega en la orilla, se adentra con su cubo para coger agua y la vierte en el castillo de arena que le construye su padre. Su tito Fran se levanta para darse un baño).
-¿Adónde vas, tito?
-Voy a nadar…-sonríe- ¡hasta el fin del mundo! (Señala el
horizonte donde se divisa, como un gigante marino, Cabo
Cope).
(La niña sigue con la rutina de su juego. El tito Fran es ahora un punto que se desplaza nadando mar adentro).
-Cala, ¿adónde se ha ido el tito Fran? -le pregunta su abuela Mariló.
-Se ha ido al fin de los mundos.

A mi nieta Cala, que me dio el título

Cada año, cada mes, cada día, cada minuto, cada hombre es un mundo que brilla y se extingue con la misma ligereza, con la misma levedad, con la misma sorpresa con la que aparece. En el momento mismo en que se vive y se presencia no se presagia su endeble consistencia, su latido efimeral. Luego llega el recuerdo, en el que permanece hasta que, sin saber cómo ni por qué, deja de acudir a la memoria y se hunde en el magma indistinto del olvido.

         La poesía, el verso, la prosa, el verbo, acuden entonces en nuestro auxilio para recuperar fragmentos perdidos, vivencias que se fabulan y confabulan para erigir un mundo a la medida de lo que creímos haber vivido. Un mundo nuevo que fija la escritura, que se alimenta del pasado para dar continuidad y argumento a nuestra historia.

El aroma del mar
enciende la memoria
de la esponja
inocente y ávida
de la infancia.

Nubes de lluvia.
Amarillean las hojas
del avellano.

 

Otros mares, otras playas,
otra luz, otros cantos,
otros arrullos, otras olas,
otros cuerpos, otras voces
emergen del fondo marino
-el mismo mar que ya no es el mismo-,
flotan en la espuma,
se esparcen en la arena
y se diluyen en efluvios
que se infiltran y sedimentan
en el alma. El limo que dejan
lo arrastrará de nuevo
el torrente indómito del tiempo.

Se ha marchitado
la flor de la maceta.
Sol de septiembre.

 

Se escucha la lluvia
que llega del mar
en las hojas del arce.
Gota a gota cae
desde la copa,
de rama en rama
hasta llegar al suelo
mullido de hierba.
Una babosa naranja
se desliza por las berzas.
Enmudecen los pájaros.
Sólo el discurrir del agua
por los canalones,
 por las hojas, por las riegas,
por los cristales, por las fuentes,
por los caminos… también
por las tejas rotas del hórreo
que auguran su derrumbe.

Llueve a cántaros.
Sólo flores secas
en la hortensia.

         Casas deshabitadas, o ya en ruinas; puertas desvencijadas, paredes desconchadas; la herrumbre en los clavos, en las cerraduras, en los arados, en las azadas, en las ruedas de los carros; caminos perdidos, cerrados, engullidos por la foresta; árboles roídos por la edad que se pudren lentamente hasta perder la última de sus verdecidas ramas; las arrugas en la cara y las manos de los viejos paisanos que aún quedan como rara avis en lo que antaño fueran florecientes aldeas regidas por el ciclo vital de las cosechas… Sic transit gloria mundi.

Olor a humedad.
En la cuadra abandonada
los arreos de las mulas.

 

         Amanece. Una fina gasa de niebla sube por la ladera del monte, se difumina, se extingue… Despierta el canto de los pájaros. Desde el bosque, los prados, los huertos, los jardines, las cercas, las tenadas, los aleros, los hilos de la luz… llegan sus trinos, sus gorjeos, sus silbos. Un tímido sol aparece y desaparece entre restos de nubes que se disgregan. A lo lejos, el humo blanco de una hoguera se confunde con la neblina. Por la ventana abierta de una casa salen las notas de un viejo piano que se une también, como un ser vivo más, a la sinfonía de la mañana.

Salta un sapo
por el camino cubierto
de hojas de higuera.

 

Octubre 2021

Este mes abordaremos un bello haiku de otoño, inspirado en un waka del período Heian.

El Ise monogatari es considerado el primer “uta monogatari”, es decir, una antología poética cuya contextualización venía escrita en prosa. Aunque durante mucho tiempo se le atribuyó a Ariwara no Narihira (825-880) debido a su contenido, análisis posteriores, tanto lingüísticos como socio biográficos, concluyeron que, si bien parte del texto es de su autoría, hay también escritos pertenecientes a otros autores. Por esta razón es considerada en la actualidad una obra anónima.

En la sección 29, con motivo de su reencuentro con un antiguo amor, escribe el protagonista, durante una fiesta en un jardín, el siguiente poema:

花にあかぬなげきはいつもせしかどもけふの今宵に似る時はなし

hana ni aka nugeki wa itsumo seshika domo kefu no ima yohi ni niru toki wa nashi

nunca suficientes flores, ni tiempo para contemplarlas, pero como esta noche no hay otra

El autor siente que en esa noche, más que ninguna otra, se percibe el lamento de no poder observar eternamente las flores.

Este poema aparece también compilado en el segundo rollo de primavera del Shin Kokin Wakashuu, la octava antología imperial, bajo la autoría de Ariwara no Narihira.

El poema de Bashou aparece en el compilatorio Zoku renju de su maestro Kitamura Kigin, poeta y clasicista de principios del período Edo. El haiku se considera parte de una serie de 10 que Bashou compuso en la zona de Iga Ueno cuando tenía entre 18 y 29 años de edad.

けふの今宵寝る時もなき月見哉

kefu no koyohi neru toki mo naki tsukimi kana

hoy de nuevo sin tiempo para dormir contemplando la luna

Si bien podemos apreciar la luna durante todo el año, ya desde tiempos del Manyoushuu primera antología de poesía autóctona japonesa (año 759)― se consideraba un tópico de otoño  que provocaba sentimientos de melancolía.

Es interesante que al tomar el último verso del poema de Narihira y agregarle el “tsukimi” o contemplación de la luna, Bashou lo mueve de estación, de primavera a otoño. Pero sin importar la estación que sea, así como Narihira quería contemplar las flores por siempre, nosotros podemos disfrutar eternamente de la poesía japonesa.

Poetas en el camino: Bashô

                   En el otoño de 1694 moría en Osaka, en casa de una florista, el poeta más grande de Japón: Matsuo Bashô, aquel que, ante el primer chubasco, sentía la imperiosa llamada del camino y sólo quería ser llamado “viajero”.  Al iniciar su diario Oku no hosomichi, el sendero estrecho del fin del mundo, traducido por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya como Sendas de Oku, Bashô nos transmite bellamente su impaciencia: “Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de la salida…”

             Será el último gran viaje del poeta, realizado entre 1689 y 1690, acompañado inicialmente por su discípulo y amigo Sora. En el relato hay melancolía, sentimiento de fugacidad: “La imagen de los ramos de los cerezos en flor de Ueno y Yanaka me entristeció y me pregunté si alguna vez volvería a verlos”; “Cuando llegamos a la bahía de Shiogama, tañían las campanas del crepúsculo repitiéndonos que nada permanece”. Hay también cierto consuelo al ver aún erguido un “templo de luz” desgastado por el viento, la escarcha y la niebla. Y anécdotas tiernamente humanas, como su encuentro con el pintor Kaemon, improvisado y gentil guía por los lugares famosos que mencionan los antiguos poetas: “Después de orar en el templo de Yakusi-yi y en el santuario de Tenjin, contemplamos la puesta de sol. El pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y también, como despedida, dos pares de sandalias de cordones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal cual era”. Hay, sobre todo, asombro. Deslumbrado por la belleza del paso de Shirakawa, Bashô confiesa: “Imposible pasar por ahí sin que fuese tocada mi alma…”

          Las notas de un viaje anterior a Sarashima revelan el mismo impulso: “ver la luna sobre el monte Obasuté, he aquí lo que con insistencia me sugiere el viento de otoño, cuyo soplo agita mi corazón, y compartiendo el gusto por el viento y por las nubes, va conmigo aquel que tiene por nombre Etsujin”. La dureza de unos parajes tan indómitos aviva la conciencia de su viaje interior: “El sentimiento de Buda —me digo— cuando se digna dirigir sus ojos sobre el mundo miserable de los vivientes, debe ser parecido al que yo siento, y la idea de impermanencia y de inminencia se impone en mí en un repentino retorno sobre mí mismo: esto es tanto como decir que en el paso aullante de Awa no hay ni olas ni vientos…”

        El camino es poesía. La poesía es camino. Cada paisaje, cada vivencia, cada movimiento queda reflejado en el poema que, al acabar la jornada, surge a la luz de la lámpara, pero sabe que “el haikai no está en la letra, sino en el corazón”. Bashô -nos recuerda Marguerite Yourcenar- “es quien, tal vez más que cualquier otro hombre, vive en la eternidad del instante”. Una noche, falto de inspiración, se consuela escuchando a un monje que le describe los lugares de peregrinación que visitó en su juventud, y se anima: “El claro de luna que me había distraído se desliza entre los árboles y por las grietas del muro, aquí y allí se elevan ruidos de palmadas y gritos para espantar a los gamos. En verdad, toda la melancolía del otoño se despliega en estos lugares. ‘¡Y bien, en honor de la luna, bebamos saké!’, dije, y nos trajeron las copas…” Como escribía Octavio Paz, vida y poesía son “dos realidades unidas, inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el grito del pájaro y la luz del relámpago”. No está claro, pero se dice que Bashô se despidió del mundo con este último poema de adiós:

enfermo en el camino,
vagabundean mis sueños
por el páramo seco

***

Septiembre 2021

CONSTRUIR

Rasca el asfalto
en mitad de la noche
una hoja seca.

DECONSTRUIR

Lo compuse la otra noche (concretamente la madrugada del 24 de agosto) al sentir el sonido áspero de algunas hojas secas, de esas que cansadas del calor al final del verano, deciden desprenderse de la rama y caer prematuramente para disolverse en la naturaleza, empujadas por alguna suave ráfaga de viento. Me conmovió su sonido, rasposo, misterioso, obstinado, que agrandaba el misterio de la noche. Y no perdí tiempo en encender la luz de la mesita de noche y pergeñar por escrito la impresión que a la mañana siguiente ordené en forma de haiku. En realidad, la hoja u hojas no rascaban el asfalto –esta es una palabra urbana– sino el suelo empedrado de la parte de atrás de mi casa de campo. Escribir, sin embargo, “empedrado” me parecía un término poco adecuado y sentía que rompía el ritmo; esa sílaba de “dra” no me gustaba nada. A riesgo, pues, de no ser fiel a la experiencia vivida, elegí el de “asfalto” que, además, me daba las cinco sílabas del primer verso.  Las mentiras de los poetas.

   Pero de lo que yo deseaba escribir en la entrega de este mes es acerca de un principio más, el sexto, de la lista de cualidades a las que, según el ideario de Matsuo Bashō, debe ajustarse el haiku.  El pasado mes fue el de inspiración poética. Hoy, toca el de resonancia o eco. Este principio, junto con el de fragancia y reflejo, son los tres que más contribuyen a hacer del haiku una verdadera poesía de la sensación, en oposición a la poesía del sentimiento o del intelecto, más favorecida por la tradición poética occidental. Los tres principios, esencialmente impresionistas,  hicieron las delicias de los poetas simbolistas y, poco después, de los modernistas de Europa y América Latina cuando, deslumbrados, descubrieron el haiku allá a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

   La resonancia es la capacidad del haiku de crear un eco, de sugerir un sonido. Este efecto sinestésico tiene una larga tradición, creo, en muchas tradiciones poéticas del mundo. Pensemos solo en los versos tan musicales de Rubén Darío. Dicen que Virgilio se distinguía por la musicalidad de sus versos. Lo que tiene de especial la resonancia del haiku es, por un lado, su protagonismo en un poema de diecisiete sílabas; por otro, la mágica capacidad para sugerirle al oído la ausencia del sonido, el silencio.  El célebre haiku del salto de la rana de Bashō a mí personalmente me impacta no tanto por la acústica de su tercer verso (“ruido de agua”, mizu no oto), sino por el silencio que preludia el repentino salto de la rana en el viejo estanque, así como por las reverberaciones acústicas –también visuales en la superficie del agua– del sonido que lentamente va cesando hasta recuperarse el profundo silencio inicial.

    Voy a incluir tres haikus espigados de la antología de R. H. Blyth que me han parecido maravillosos por incluir en su brevedad este principio de la resonancia. Por ejemplo, este de Santōka:

Mizuoto to                                              Acompañado

Issho ni sato e                                        del sonido del agua,

Orite kite                                                 bajé a la aldea.

¡Qué sencillez de poema, y qué buena compañía la del poeta!

Los otros dos son de Buson. El primero también tiene como escena la noche, esa mágica bóveda que amplifica cualquier sonido.

Yomosugara                                 Toda la noche    

Oto naki ame ya                          sin un sonido, excepto

Tane dawara                                la lluvia en la paja

“Paja” es la traducción libre de los sacos de la cáscara del arroz que los campesinos dejaban en los arrozales al final del verano.

O este magnífico de un ciervo en un día lluvioso:

Mi tabi naite                                   Baló tres veces

Kikoezu narinu                              y ya no se le oyó más,    

Ame no shika                                 al ciervo en la lluvia.

Dice Makoto Ueda que la resonancia se presenta cuando el ánimo del poema se encuentra más activo, inquieto, mientras que la cualidad de fragancia –de la que escribiré en mi próxima entrega– tiene como objeto una atmósfera en profundo sosiego. No hay, pues, contradicción entre ambos principios. De hecho, el ruido de la hoja seca no me hubiera llamado la atención de no haber sido por la calma profunda de esa noche de agosto.

 

Audios Escuela de Villa Sta. Clara. Cuba

De tarde, en la granja / todas las vacas comiendo / menos una

Marlon Guerra Chinea. Escuela de Villa Sta. Clara. Cuba.

 

 

En la orilla del mar, / frente a las olas / recibiendo la brisa fresca

Melissa Guerra Chinea. Escuela de Villa Sta. Clara. Cuba.

 

 

El cuadro de mi abuela / se menea con el viento / el Día de primavera

 Melissa Guerra Chinea. Escuela de Villa Sta. Clara. Cuba.

Iluminaciones

El satori o iluminación puede llegar a través de mil caminos. Así se afirma en “La barrera sin puerta”, un texto clásico del budismo zen escrito en el siglo XIII por el maestro chino Wu-men Hui’hai, pero hay que cruzar esa barrera, apaciguando la mente alocada y discursiva, creando un espacio vacío donde pueda expresarse -o, mejor dicho, experimentarse- lo inefable. Un viejo maestro, Nan-chüan, marcó para siempre el norte del Zen: «Tu mente ordinaria: ése es el camino». La sonrisa del discípulo ante la flor que le mostraba el Buda en silencio fue el signo de que había comprendido, y a él le transmitió el más precioso, espiritual y trascendental de todos los tesoros, la Verdadera Ley que carece de nacimiento y muerte. Otras veces, el «satori» llega a través del murmullo de un arroyo, al contemplar la estrella de la mañana o al escuchar el golpe de un guijarro contra un bambú… La poesía en general, y el haiku en particular, es uno de esos caminos, como nos recuerda Octavio Paz comentando el célebre poema de Bashô sobre las cigarras: “El pasaje no puede ser más nítido. Mediodía en un lugar desierto: el sol y las rocas. Lo único vivo en el aire seco es el canto de las cigarras. Hay un gran silencio. Todo calla y nos enfrenta a algo que no podemos nombrar: la naturaleza se nos presenta como algo concreto y, al mismo tiempo, inasible, que rechaza toda comprensión. El canto de las cigarras se funde al callar de las rocas. Y nosotros también quedamos paralizados y, literalmente, petrificados. El haiku es satori”. Lo mismo puede decirse del haiku más famosos y más comentado del maestro japones, el del “viejo estanque”: “En la primera línea -escribe Paz- encontramos el elemento pasivo: el viejo estanque y su silencio. En la segunda, la sorpresa del salto de la rana, que rompe la quietud. Del encuentro de estos dos elementos debe brotar la iluminación poética. Y esta iluminación consiste en volver al silencio del que partió el poema, sólo que ahora cargado de significación. A la manera del agua que se extiende en círculos concéntricos, nuestra conciencia debe extenderse en oleadas sucesivas de asociaciones…”

                Este “sabor de zen” -compartido por otros “caminos” de perfección, como el sumie, el ikebana o el kiudo– se intensifica -a veces, de manera paradójicamente sutil- en los jisei no ku o “poemas de adiós”, una tradición de la poesía japonesa, especialmente entre los monjes y los samuráis. El ejemplo más intenso es el “cero” de Shisui (1725-1769): “En sus últimos momentos, los seguidores de Shisui le pidieron que escribiera un poema a la muerte. Cogió un pincel, pintó un círculo, tiró el pincel y expiró”. Un anónimo condenado a muerte espera seguir escuchando al cuco en la otra vida; Kaisho guarda por última vez en su kimono la piedra de tinta; Kari se entristece al ver cómo las flores de cerezo se transforman en nubes que vienen a saludarle (para escoltarle -según la tradición budista- al más allá); Kasenjo (que fue geisha antes de hacerse monja) percibe en el fragor del mar “abismos de frío inconmensurable”; Kizan se pregunta quién cuidará el crisantemo cuando él se haya ido; Renseki confiesa que ya limpiado el espejo de su corazón y ahora refleja la luna; A Uko el canto del ruiseñor le hace olvidar su edad; Tomoemon, actor de kabuki, escucha una melodía y se ve entrando a escena en otro escenario… Ginko ve que su vida se funde como la nieve de primavera; Choshi ve un  pájaro migratorio tomando el camino del oeste hacia el paraíso de la Tierra Pura. Y Kigen se asombra, a sus 71 años, del tiempo que ha durado una gota de rocío… Iluminaciones que evocan otras más cercanas: las de nuestros místicos, las de Rimbaud, o el poema “Matina” de Ungaretti, brevísima impresión captada en Santa Marí La Lonja el 26 de enero de 1917:

                “M’ilumino
                 d’inmenso”

***

Septiembre 2021

Rompen las olas
contra el acantilado.
Sol de poniente.


Se pone el sol.
Varadas en la arena
las posidonias.
 

Arribazones
de posidonias. De improviso
salta un pez.


Banco de peces.
Ribeteada de espuma
la orilla.

Corre en la orilla
un cangrejo a esconderse
entre las rocas.

 En el pedrero
una estrella de mar.
Sube la marea.

Pleamar.
Escarban en la arena
las gaviotas.

Llega de la isla
el graznar de las gaviotas.
Olor a jazmín.

Huele a jazmín
en la calle que da al mar.
Luna casi llena.

Reflejos de luna
en las olas. Entrechocar
de guijarros.

Playa de chinarro.
Surca un velero
la mar en calma.

Mar sin olas.
El vaivén de las algas
bajo los destellos.

 

Septiembre 2021

Yûyake ga umi ni hikari o atsumeteru

La puesta de sol
ha juntado toda la luz
en el mar

Niño japonés de 11 años

                 La profesora  Mayra Rosa Soris Santos nos comparte en esta nueva entrega,  la tarea que lleva adelante con el Taller de iniciación de Haiku: “Haijines del Sol Naciente” para niños de 7 a 10 años de Santa Clara, Villa Clara,  Cuba.

Así nos lo cuenta:

           Desde hace algún tiempo me rondaba la idea de realizar un proyecto de haiku con niños. Vivo en un lugar donde la poesía japonesa no es muy conocida, no puedo concebir que ese sendero tan fabuloso sea casi virgen en esta región. El haiku se tiene que divulgar, el haiku cambia la vida, me ha cambiado a mí, me ha hecho mejor persona en todos los sentidos. Pero no deseo quedármelo, quiero compartirlo, que mis coterráneos también amen el haiku y conozcan sobre Basho, Buson, Issa, Shiki, Onitsura, Santoka, Vicente Haya…, que desde hace cinco décadas escritores cubanos cultivaron este tipo de poesía. Y quien mejor que los niños  con su inocencia y espontaneidad para que me secunden a traer  el haiku a Santa Clara.

            Con esta idea surgió el Taller de Iniciación del haiku  con la participación de cinco pequeños del barrio, todos con una edad entre siete y diez años.

            A la llegada del verano abrimos el Taller, en el último momento pensé que no iba a resultar, que no se iban a entusiasmar, pero al contrario, fue maravilloso, los niños no tienen límites. Los amé al instante y ellos a mí, captaron las ideas con mucha atención y avidez. Fue un verdadero placer andar junto a ellos.

La interacción con los niños  se produjo a través de juegos, dibujos, la proyección de imágenes, recuerdos de viajes… Se Planificaron dos encuentros al mes: uno en el aula y otro en contacto directo con la naturaleza que nos rodea.

            Luego de cuatro encuentros, decidimos ponerle un nombre al taller. Les propuse algunos sugerentes, pero no, ellos eligieron a su gusto: ¨Haijines del Sol Naciente¨. Hemos formado un equipo que en cada encuentro se consolida. Me animan y a la vez me asustan porque no quiero defraudarlos jamás.

             Cuando escribían su primer intento de haiku, de pronto Marlon, el más pequeño de siete años comenzó a llorar, me quedé estupefacta…, pensé que no se sentía bien en el taller que le incomodaba estar allí, pero solo se equivocó en una palabra y no quería que le quedara mal.

            Nalia, de ocho años, entusiasta y vivaracha, comentó al término del primer encuentro: ¨¿Vamos a volver? No quiero que este taller se termine nunca, ni aunque sea viejita¨.

            Marlon, en ocasiones, se asoma al balcón de su casa observando el horizonte y le dice a sus padres: ¡Ahora que nadie me moleste, estoy viendo un haiku!

            Cuando realizamos el tercer encuentro en el Parque Infantil  Camacho, Elier  de nueve años se hizo un pequeño  rasguño en un brazo, Melissa de diez años exclamó: ¨Vamos a ver qué le pasa a nuestro amigo, somos uno para todos y todos para uno: ¡Haijines del Sol Naciente adelante!¨ Todos corrieron hacia Elier, lo consolaron y abrazaron.

            Van a verme extra clase y llevan intentos de haikus. Cuando fui escuchando sus primeros intentos a partir de unas imágenes que les mostré, me embargaba la emoción, no lo podía creer: ¡Estaban escribiendo haikus!

            Una selección Los haikus escritos por los niños del taller fueron publicados en la revista digital española: El Rincón  del Haiku. Sección del profesor Vicente Haya:

Elier Bazan Infante
Edad: 9 años
Colegio: Mártires del Moncada

Atardecer –

Todas las vacas comen,

una me mira.

*

Gorrión en la calle.

Son cuatro

las ramitas que recoge.

*

Llega la noche.

Aún de visita

en otra casa.

 

Liz Daniela Morales López
Edad: 10 años
Colegio: Ramón Pando Ferrer

Día de calor

Una mariposa

volando hacia mi

*

 Noche de estrellas,

veo una luna llena

en el mar.

 

Melissa Guerra Chinea
Edad: 10 años
Colegio: Ramón Pando Ferrer

El cuadro de mi abuela

se menea con el viento

el día de primavera

*

En la orilla del mar

frente a las olas

recibiendo la brisa fresca.

 

Otros haikus:

Jason Espino Gutiérrez
Edad: 7 años
Colegio: Mártires del Moncada

Libro de Lectura.

Una hormiga se metió

dentro de la U.

Yasniel Izquierdo Casanova
Edad: 7 años
Colegio: Ramón Pando Ferrer

Mucho frío.

El pollito se hizo caca

en mi mano.

 

Yelizabeth Sánchez Martínez
Edad: 6 años
Colegio: Ramón Pando Ferrer

Las hormigas

hicieron huequitos

 a los caramelos

*

Mami lavando.

El sol entero

dentro del cubo.

 

Marlon (7 años)

Sol de la mañana.

Las rosas se mueven

con el viento.

*

Las estrellas

brillan de noche

como la luna

 

Elier (9 años)

Noche de luna.

El lago enorme

Parece de plata.

*

Noche estrellada.

El paisaje nocturno

Parece pintado.

 

Liz Daniela (10 años)

Llega la primavera.

Un gato en la hierba,

quiero llevármelo.

*

Caminado.

En el árbol

Vi esa rana.

 

Melissa (10 años)

Nos medimos

Mi hermano creció un tin

y yo nada.

*

Lago de noche.

Las estrellas en vela

de las montañas.

 

Nalia (8 años)

Tarde noche en el campo

Una vaca flaca comiendo.

*

Noche más clara

Se rompe en el lago

la luna llena

Audios:

Marlon Guerra Chinea. Escuela de Villa Sta. Clara. Cuba.

Melissa Guerra Chinea. Escuela de Villa Sta. Clara. Cuba.

 

Melissa Guerra Chinea. Escuela de Villa Sta. Clara. Cuba.