Yasunari Kawabata (1899-1972) fue el primer ganador japonés del Premio Nobel de Literatura. En su discurso de aceptación de ese premio ante la academia sueca hizo un elogio a la estética propia del Japón, a la particular sensibilidad que él veía como singular en su idiosincrasia.
En primavera, flores de cerezo;
en verano, el cuclillo.
En otoño, la luna, y en invierno, la nieve fría y transparente.
Luna de invierno, que vienes de las nubes a hacerme compañía:
el viento es penetrante, la nieve, fría.[1]
Con este poema del monje Dôgen (1200-1253) Kawabata empieza una reflexión acerca de esta sensibilidad japonesa que siempre está orientada hacia una relación directa con la naturaleza y lo inmediato, pero también que pretende presentarla en el arte de una manera sencilla, directa, y aun así elegante. Resulta especialmente interesante – como lectores occidentales – la comprensión de los fundamentos filosóficos de esta sensibilidad. La pista que Kawabata nos da en este texto radica en la concepción particular que se tiene en Japón de la negatividad, que debe entenderse de una manera muy diferente a los conceptos negativos occidentales, y que tiene un profundo arraigo en tradiciones filosóficas y religiosas de las culturas del extremo oriente desde muy temprano.
Dicho mal y pronto, el pensamiento occidental es un pensamiento de la presencia. El fundamento de la existencia de cada cosa lo buscamos como un “algo” que debe estar en algún lugar. Lo que hace que una cosa sea lo que es, radica en una esencia o forma (Platón las llamaba “ideas”) que configura un ente y le da existencia e identidad en el tiempo. En general el pensamiento occidental ha consistido, por muchos siglos, en la búsqueda de ese tipo de fundamentos; y esa manera de pensar ha quedado en nosotros hasta el día de hoy. Cuando estamos frente al mundo natural que captamos por nuestros sentidos, percibimos que hay en ellos cambio y mutación, y nos preguntamos qué hay en las cosas que permanezca estable. Nuestras representaciones y nuestro arte constantemente nos llevan hacia la abstracción; al intento de captar ese ser constante en nuestra mente ya que no podemos hacerlo con los sentidos. Así, nuestra relación sensible con las cosas suele estar mediada por ideas abstractas que, creemos, nos llevan a ese auténtico ser que se esconde detrás de las impresiones que obtenemos con nuestros sentidos. Queremos llegar a las cosas “en sí mismas” y para eso las tenemos que objetivizar: pensarlas como objetos que se presentan ante sujetos, que desde sus capacidades racionales pueden llegar a conocer lo propio de cada ser. Para eso el “sujeto” debe purificarse de sus opiniones, creencias, emociones, y hasta de su propia situación en el espacio y la historia, en otras palabras, de su cuerpo.
¡Qué alejado de esto se muestra el poema de Dôgen presentado por Kawabata! Esa sencillez no busca desenmascarar una esencia, tampoco hacer uso del ingenio para jugar con nuestras facultades racionales (como diría la estética de Kant). Una de las palabras de más profundo significado en japonés es kokoro (心), que suele traducirse como “corazón”, pero que también refiere a la “mente” y el “espíritu”. Mientras que el racionalismo occidental separó al logos (la razón) de las emociones, sensaciones y otras vivencias corporales (al considerarlas como lo “animal en el ser humano”)[2], en Japón tal separación no existía, y el ser humano se pensaba íntegro, en su capacidad de pensar y de sentir. Sin abstraer y separar una razón de una vivencia emocional y corporal, las cosas del mundo sensible dejan de ser pensadas como evocaciones de otras presencias más reales e imperecibles. En su lugar, éstas son confrontadas como una aparición instantánea que toca los sentidos y mueven el kokoro. Aware (哀れ) es el término japonés que señala esa sensibilidad abierta hacia las cosas del mundo, ese “corazón abierto” que es capaz de conmoverse por las diez mil cosas[3]. No se busca una “presencia” oculta, sino que es la espontánea manifestación del mundo aquello que nos conmueve. Y así, más que “elevar la razón a través de los sentidos” la estética japonesa pretende abrirnos los ojos para contemplar los infinitos detalles de la naturaleza sensible. De esta manera, el poema de Dôgen, lejos de ser una enumeración de elementos naturales que asociamos a las estaciones, nos pone frente a escenas que activan nuestra emoción y nos conmueven.
Cuando hablamos de negatividad en el pensamiento japonés debemos desterrar la comparación con la idea occidental de “nada”. No se trata de pensar una presencia y luego negarla. No queremos quedarnos con una mera negación. Kawabata nos dice:
El discípulo Zen permanece durante horas sentado, inmóvil y silencioso, con los ojos cerrados. Pronto llega a un estado de impasibilidad, sin nada en qué pensar, sin nada que evocar. Va borrando su yo, hasta alcanzar la nada. Ésta no es la nada ni el vacío, según el concepto occidental. Por el contrario, es un cosmos espiritual donde todo se intercomunica, trascendiendo fronteras, sin límites espaciales ni temporales[4].
La “nada” a la que hace referencia Kawabata (mu, 無) es un término que refiere a la inesencialidad de todo lo que vemos. En otras palabras, si buscamos tras las apariencias sensibles una esencia, lo que encontramos es nada o vacío. Sin embargo, el hecho de que las cosas se manifiesten significa que esa nada, lejos de ser solo negación, es la potencia activa de aparición de todo. Por eso, lejos de buscar una presencia oculta, el japonés sensible, se abre a la singularidad de su encuentro con las cosas. Cada sensación, cada emoción, no es propia del sujeto que la experimenta, ni del objeto que la provoca, sino que es una aparición única y espontánea del instante en que se da ese encuentro. La negatividad, entendida de esta manera, supone una liberación (tal y como lo pretende la doctrina budista) del esquema sujeto-objeto, y borra la exigencia de encajar cada impresión en el régimen de tal conocimiento objetivo. La negatividad nos permite disolver los apegos y estructuras propias del pensar cotidiano, para abrirnos a que cada experiencia inaugure algo único e irrepetible: un algo que no es persona o cosa, sino una aparición propia y singular.
Iré al otro lado de la montaña
¡Ve allí también, oh luna!
Noche tras noche
nos haremos compañía
Si mi corazón puro brilla,
la luna piensa
que esa luz le pertenece.
Oh brillante, brillante,
oh brillante, brillante, brillante,
oh brillante, brillante.
Brillante, oh brillante, brillante,
brillante, oh brillante luna.
Estos tres poemas del monje Myôe (1173-1232) provocan en Kawabata la siguiente reflexión:
Las treinta y una sílabas de cada poema, inocentes y sinceras se dirigen a la luna, más que como compañera, como amiga, como confidente. Viendo a la luna, el poeta se convierte en la luna; la luna, vista por el poeta, llega a ser el poeta. Al sumergirse en la naturaleza, forma un todo con ella. Así, la luz del corazón puro del monje, mientras medita en el Pabellón durante la oscuridad que precede al amanecer, se transforma para la luna del amanecer en su propia luz.
Esa es la libertad de esta concepción de la negatividad, lejos de pensar en la “identidad” de la Luna o del sujeto-poeta, el poeta puede devenir Luna y la Luna poeta. Ya no son dos seres, los poemas capturan la aparición de esa transfiguración. El cuerpo del poeta, sus sentidos son espacios que se abren a ese devenir, y es el kokoro el que se moviliza en esa experiencia.
Con esta breve reflexión podemos empezar a vislumbrar este tema fascinante. Abrirnos a la estética japonesa es abrirnos a una sensibilidad y una forma de pensar que nos resulta extraña, y aun así hechizante. Aún hay muchos más conceptos que abordar, mucho que investigar. Pero este hermoso camino nos entrega muchas delicias a cada paso.
[1] Kawabata, Yasunari. Dos ensayos (s.f.). Traducción de Ilia Sologuren. Ed. Virtual. https://es.scribd.com/document/235528879/Dos-Ensayos-de-Yasunari-Kawabata.
[2] Véase la metáfora platónica del alma como un carro tirado por dos caballos a quienes el conductor (el alma racional) apenas puede controlar; o la propuesta aristotélica de los tres tipos de alma, siendo el alma racional la única que es propiamente humana.
[3] Sobre el tema del aware consultar: HAYA SEGOVIA, Vicente (2002) El corazón del haiku: La expresión de lo sagrado. Madrid: Mandala. También: KATO, Kazumitsu (1962) “Some notes on mono no aware”. En: Journal of the American Oriental Society”, Vol. 82, No. 4 (Oct. – Dec., 1962), pp. 558-559.
[4] Kawabata (s.f.)
Jeancarlos K. Guzmán Paredes
Pontificia Universidad Católica del Perú
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