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Mágica noche de San Juan

No hay, en la cultura popular de Occidente, una fiesta más mágica. La mañana de San Juan, tan maravillosamente cantada por el romancero y por el cancionero español, viene precedida por la gran noche de la purificación y de la luz. Solsticio de verano, cuando el “sol inmóvil” (que es lo que significa “solsticio”) parece detenido en algún punto del ecuador celeste. En el hemisferio austral, ese momento ocurre hacia el 21 de diciembre. Aquí, en el hemisferio boreal, es ahora, hacia el 21 de junio, cuando la noche más corta y el día más largo del año evocan una suerte de iluminación cósmica. Para los griegos, el solsticio de verano era la “puerta de los hombres” -a diferencia del solsticio de invierno, la “puerta de los dioses”-, como si se quisiera subrayar, al hilo de la luz, la exaltación pagana del verano. El cristianismo asumió los ritos estacionales y los rebautizó, en un intento de fijar, en el calendario litúrgico, los momentos estelares, coincidiendo, aproximadamente, con los solsticios y con los equinoccios: la Navidad, la Pascua, el nacimiento de San Juan Bautista, la fiesta de San Miguel Arcángel.

                Muchas veces hemos recordado el prodigio del rayo de sol que ilumina, en ambos equinoccios, el capitel de la Anunciación de la iglesia burgalesa de San Juan de Ortega: prodigio de una técnica sutil, que implica un profundo conocimiento de la astronomía, pero que es, al mismo tiempo, y quizá en primer lugar, el símbolo de un misterio teológico. En relación con los cambios estacionales en general, hay testimonios mucho más remotos: La orientación de los cuatro círculos concéntricos de Stonehenge está determinada por el solsticio de verano: se sospecha que la llamada Piedra Talón tenía mucho que ver con la observación de esa primera mañana del solsticio, pero, en general, esos conjuntos circulares de la Edad del Bronce debieron funcionar como observatorios astronómicos para la predicción de los cambios estacionales y, paralelamente, como centros ceremoniales relacionados con ellos.

En Egipto, las sombras producidas por la pirámide de Keops marcaban, con exactitud matemática, las fechas de los equinoccios de primavera y otoño y los solsticios de invierno y verano. Al otro lado del mundo, los mayas orientaban sus ciudades en relación con el movimiento de la bóveda celeste; y en la fortaleza de Chichén Itzá se observa el descenso de serpiente Kukulkán, formada por las sombras que se crean en los vértices de la fortaleza cuando comienzan el verano y el invierno… Los incas celebraban, el 24 de junio, el Inti-Raymi o Fiesta del Sol en la explanada de Sacsayhuamán, cerca de Cuzco. Al despuntar la primera mañana de verano, el inca levantaba sus brazos al cielo y exclamaba: «¡Oh, mi Sol! ¡Oh, mi Sol! Envíanos tu calor, que el frío desaparezca. ¡Oh, mi Sol!»

                Los rituales del fuego sugieren el simbolismo de darle fuerza al sol, fuente de la vida, en el momento en que en empieza a crecer o a declinar. Los celtas celebraban, el primero de mayo, el festival del Beltane o “buen fuego”, con hogueras coronadas por pértigas, y hacían pasar al ganado entre las llamas para purificarlo. Las hogueras purificadoras se encendían y se encienden por todo el mundo, sobre todo en las culturas agrarias, para asegurar las cosechas, pero esos rituales de fuego tienen también otro sentido más profundo, como observa Mircea Eliade: “»una combustión, una anulación de los pecados y de las faltas del individuo y de la comunidad en su conjunto, y no una simple purificación”, pues «la regeneración es, como lo indica su nombre, un nuevo nacimiento».

                Y, junto al fuego, el agua, el “agua de gracia” de San Juan: las nueve olas de la fertilidad en la playa gallega de La Lanzada, o el agua de los “baños de amor”, enramada de trébol, albahaca, romero, lavanda y ruda… La iglesia visigótica de Baños de Cerrato (Palencia), dedicada a San Juan Bautista, fue erigida, en el siglo VII, por el rey godo de Toledo, Recesvinto, tras ser curado allí mismo por las aguas de unas fuentes o baños consagrados a las ninfas. En numerosos lugares, se suele recoger esa noche el agua de una fuente o manantial señalado, dejándola reposar a la luz de la luna; a la mañana siguiente, las muchachas se lavan la cara con esa agua revitalizadora, seguras de conservar la belleza y la juventud.

                Noche mágica por excelencia, la noche de San Juan. Noche en la que es posible ver, como en un instante de iluminación, la “flor de agua”; abrir las puertas invisibles y trasladarse al otro lado del espejo; liberarse de los encantamientos; encontrar el amor… Noche para el ensueño y para la purificación evocada por el bautismo en el Jordán. Mañana también mágica, en la que el conde Olinos madruga para dar agua a su caballo en las orillas del mar, y en la que

el infante Arnaldos ve venir una galera y escucha la misteriosa canción de un marinero, poderosa, pero reservada:

“yo no digo mi canción

sino a quien conmigo va”.

***

Mayo 2022

CONSTRUIR

Junto a la ría,
de gaviotas olvidada,
la vieja hélice.

 

DECONSTRUIR

Ayer, ¿o fue anteayer?, de uno de estos días de primavera, hice el mismo largo paseo mañanero por la ría de Avilés –ciudad donde desde hace dos semanas me ocupa mi afición por la cerámica–. A un lado del paseo, en el suelo, había objetos de hierro, testigos mudos y herrumbrosos de la otrora floreciente industria siderúrgica de esta ciudad asturiana. Al observar una gran hélice de hierro, hoy inútil dormida sobre la hierba, que pudo ser parte de algún mecanismo de los Altos Hornos o tal vez de algún barco, me vino la imagen común en los puertos de las gaviotas que siguen el rastro de los barcos cuando estos se acercan a tierra, los barcos que todavía hoy creo que se mueven ayudados por la propulsión de hélices.

     En otro tiempo los movimientos de esta hélice, que hoy yace ruinosa, pudieron ser saludados por decenas de gaviotas ansiosas. Hélice ruinosa, pero viva. Hoy, entre sus aspas crece la hierba y asoma alguna flor. El olvido, pasaporte del tiempo, no acabará  con la vida de esta vieja gloria. Inútil, pero viva.

Sobre el olvido renovado por la presencia de una flor, también inspirado en un día de primavera, hay un hermoso poema de Masaoka Shiki que deseo compartir con los lectores del Rincón del Haiku.

Wasureorishi
Hachi ni hana saki
Haruhi kana.

忘れ おりし
鉢 の 花 咲
春日 かな

En día de primavera,
de un tiesto olvidado,
brota una flor.

El poema de Shiki es infinitamente más directo y hermoso que el mío. En mis versos yo he tenido que pensar en las gaviotas para que la vieja hélice recobrara vida.  Recorrí un largo camino. El de Shiki es mucho más corto. Él no necesita mencionar el agente del olvido: solo el hecho. Y el milagro: la flor que brota donde nadie lo espera. Pero ahí debía de estar el haijin para ser testigo. “El haijin, testigo de milagros” sería un bonito título para un taller de haiku, ¿no os parece? De los milagros cotidianos que están ahí, a cada paso que damos, bajo cada mirada que lanzamos.

El graznido del cuervo

No hay nada más ubicuo en el paisaje japonés que el graznido de los cuervos (Corvus macrorhyncos). No sólo es el único sonido animal que logra imponerse al chillido de las cigarras, sino que también son una de las pocas aves que se escuchan en el silencio invernal de los montes y zonas rurales, sin contar con que también están presentes en las ciudades. Aunque pueden ser considerados dañinos para la agricultura o molestos por su escándalo, los cuervos han tenido cierto valor simbólico y religioso debido a los mitos de origen continental que ponían a una de estas aves en el sol y que los convirtieron en emblemas del mismo. Por extensión, se asociaron a las múltiples deidades solares de Japón, en cuya iconografía suele aparecer un disco rojo con un cuervo de tres patas. Es particularmente importante el enviado por la diosa Amaterasu 天照 para guiar al Guerrero Divino (Jinmu 神武), fundador mítico del reino de Yamato, en su conquista del archipiélago japonés, pues se asocia al mandato divino de la casa imperial. Al mismo tiempo, son la inspiración formal de los tengu 天狗, seres sobrenaturales de moralidad ambigua que protegen las montañas, así como de algunas deidades emparentadas, entre las que destaca el Avatar de Īzuna (Īzuna Gongen 飯綱権現). De igual manera, el color de su plumaje sirve como parámetro de un cabello bonito.

El nombre japonés de estas aves totalmente negras es karasu, escribible con el carácter 烏 o con 鴉. Pese a su presencia constante, son poco frecuentes en la poesía clásica. En cambio, hay muchos haikus en los que aparecen y, con frecuencia, es su graznido el que atrae la atención. Aunque no se los asocia con una estación específica, existen palabras como “cuervo de frío” (kangarasu  寒烏), propia del invierno, o “primer cuervo” (hatsugarasu 初烏), relacionada con el Año Nuevo. Construyen sus grandes nidos en la primavera, cuando los árboles carecen de hojas, por lo que estas estructuras y sus crías funcionan como palabras de esa estación.

1.

El Príncipe de Ôtsu 大津 (663-686), poeta de kanshi y de waka, heredero al trono acusado de traición por la Emperatriz que Tuvo la Sucesión (Jitô 持統). Éste es el poema número 7 de El esplendor del estilo amado (Kaifūsô 懐風藻; 751) y tiene el título «Un poema antes de la muerte» (Rinjū ichizetsu 臨終一絕).

金烏臨西舍 鼓聲催短命 泉路無賓主 此夕誰家向

El cuervo dorado desciende a su residencia del oeste,
mientras las voces de los tambores apresuran mi corta vida.
En las sendas del inframundo, no hay huésped ni anfitrión:
en este ocaso, ¿a qué casa me dirigiré?

“Cuervo dorado” es una metáfora de origen chino para referirse al sol, la cual se basa en antiguos mitos. En este sentido, su descenso a la residencia occidental significa el ocaso.

2.
Poema anónimo con el número 1263 de la Antología de la miríada de hojas (Man’yôshū 万葉集; c. 759)

暁跡夜烏雖鳴此山上之木末之於者未静之

暁と夜烏鳴けどこの岡の木末の上はいまだ静けし
Akatoki to / yogarasu nakedo / kono oka no / konure no ue wa / imada shizukeshi

Pese al graznido
del cuervo nocturno al alba,
sobre las ramas
de aquellas colinas,
permanece el silencio.

3.

Poema anónimo con el número 3095 de la Antología de la miríada de hojas (Man’yôshū 万葉集; c. 759)

朝烏早勿鳴吾背子之旦開之容儀見者悲毛

朝烏早くな鳴きそ我が背子が朝明の姿見れば悲しも
Asagarasu / hayaku na naki so / waga seko ga / asake no sugata / mireba kanashi mo

Cuervo matutino,
no graznes tan temprano.
Ver la silueta
al alba de mi amado
¡me produce tristeza!

El amanecer es el momento de separación de los amados que pasaron la noche juntos, cuando el hombre solía partir de regreso a su propia residencia.

4.
Poema anónimo con el número 3521 de la Antología de la miríada de hojas (Man’yôshū 万葉集; c. 759)

可良須等布 於保乎曽杼里能 麻左[偏弖]尓毛 伎麻左奴伎美乎 許呂久等曽奈久

烏とふ大をそ鳥のまさでにも来まさぬ君をころくとぞ鳴く
Karasu chô / ô oso tori no / masade ni mo / komasanu kimi o / koroku to zo naku

Hasta esa tonta
ave llamada cuervo
me lo confirma:
que «acá, acá» llega ya
grazna sobre el ausente.

5.
El príncipe de Takamiya 高宮 (siglo VIII). Éste es el poema 3866 de la Antología de la miríada de hojas (Man’yôshū 万葉集; c. 759).

波羅門乃 作有流小田乎 喫烏 瞼腫而 幡幢尓居

波羅門の作れる小田を食む烏瞼腫れて幡桙に居り
Baramon no / tsukureru oda o / hamu karasu / manabuta harete / hatahoko ni ori

Cuervos devoran
el arrozal construido
por Bodhisena.
Inflamados los párpados,
sirven como estandartes. 

Bodhisena (704-760) fue un monje del sur de la India que llegó a Japón en el 736 buscando a la reencarnación del bodhisattva Mañjuśri, que reconoció en el monje Gyôki 行基. Fue uno de los transmisores de la Escuela de la Guirnalda de Flores (Kegonshū 華厳宗), introductor del estudio del sánscrito y consejero político que impulsó proyectos de construcción. El poema tiene un tono cómico visible en comparar los párpados inflamados con pendones, aunque no se puede saber a quien se refiere.

6.
Ikkyū Sōjun 一休宗純 (1394-1481), monje de la Escuela de Línjì (Rinzaishū 臨済宗), poeta sinófilo, calígrafo, abad del Templo de la Gran Virtud (Daitokuji 大徳寺) y preceptor imperial. Éste es el poema escrito para conmemorar su iluminación a la edad de 27 años, momento que ocurrió mientras meditaba en un bote sobre el Lago Biwa y, entre el sonido de las olas que lo hicieron olvidarse de sí mismo, escuchó el graznido de un cuervo.

十年以前識情心
嗔恚豪機在即今
鴉笑出塵羅漢果
昭陽日影玉顔吟

Los últimos diez años, el corazón conoció las pasiones,
lleno de una gran ira, pero la oportunidad está en el ahora.
Un cuervo ríe, salgo del polvo: al fin un arhat.
En Zhāoyáng, a la luz del sol, un rostro como el jade canta.

Para entender este zekku 絶句, es necesario referirse al hipotexto del que proceden las imágenes, escrito por Wáng Chānglíng 王昌齡 (698-757) y titulado «Versos otoñales en Zhǎngxìn» (Zhǎngxìn qiū cí 長信秋詞)

奉帚平明金殿開,  且將團扇暫徘徊。
玉顏不及寒鴉色,  猶帶昭陽日影來。

Dedicada a barrer desde el alba cuando el Palacio Dorado abre sus puertas
y sólo deambular en grupo con los abanicos para pasar el rato.
Un rostro como el jade no se compara con el color de un cuervo invernal
que aún recibe en Zhāoyáng la luz del sol.

Este poema se inspira en la historia de la consorte Bān Jiéyú 班婕妤 (48 a.e.c. – 2 a.e.c), que cayó de la gracia del emperador Chéng 成, pero logró convertirse en dama de compañía de la madre de éste gracias a su gran conocimiento y habilidad oratoria. Aquí se la muestra olvidada y sin mayor entretenimiento en el palacio de Zhǎngxìn, que mantiene limpio para visitantes que no llegarán. Los abanicos son una alusión a un poema de Bān en el que habla de estos objetos siendo descartados con la llegada del otoño por cortesanos asiduos a la novedad. Mientras tanto, Zhāoyáng es el palacio de la corte de Han, donde vivía la nueva consorte favorecida por el emperador, del que el sol era un símbolo. Con esta alusión, Ikkyū compara su situación precedente con la de aquella poetisa que languidecía sin recibir lo que esperaba. Finalmente, él experimenta la iluminación con el graznido del cuervo y deja atrás el resentimiento.


7.
Matsunaga Teitoku 松永貞徳 (1571-1654), poeta de renga discípulo de Satomura Joha 里村紹巴, poeta de tanka discípulo del Ministro de la Izquierda Kujô Tanemichi 九条稙通 y del señor feudal Hosokawa Yūsai 細川幽斎, estudioso de la poesía clásica, secretario privado del regente Toyotomi Hideyoshi 豊臣秀吉 y maestro de haikai en torno a quien se formó la escuela Teimon 貞門.

烏には似ぬうの花ぞ鷺の色
Karasu ni wa / ninu unohana zo / sagi no iro

¡Justo la deutzia
no se parece al cuervo!
Color de garzas.

El nombre en japonés de la Deutzia crenata es unohana 卯の花, donde u 卯 es el cuarto signo del zodiaco chino, el del conejo, hana 花 significa flor y no の indica una relación de pertenencia o inclusión del segundo término en el primero. En este sentido, la traducción del nombre es «flor del signo del conejo», derivado de que florecía en el cuarto mes del calendario lunar. Sin embargo, esa primera sílaba le suena al poeta como cormorán, u 鵜, un ave de color negro que es parte de una expresión popular «un cuervo que imita a un cormorán» (u no mane o suru karasu 鵜の真似をする烏), usada para llamar a alguien que, al no conocer su propio valor, incurre en los errores de aquellos a quienes imita. Las flores de la deutzia son blancas, por lo que no habría ningún parecido con un cuervo. La última parte del poema se debe a la palabra uro 烏鷺, formada por el sinograma para cuervo y el de garza, que significa «negro y blanco».

8.
Matsuo Bashô 松尾芭蕉 (1644-1694). Poema incrito en una pintura del mismo autor de 1680, cuando vivía recluido en Fukagawa, conservada en el Museo Idemitsu 出光 de Tokio. Las veinte sílabas y las imágenes de tinta señalan la influencia de la tradición poética china de este poema al ser cercano a un zekku 絶句.

枯枝に烏のとまりたるや秋の暮
Kareeda ni / karasu no tomaritaru ya / aki no kure

Está posado un cuervo
en la rama desnuda.
Ocaso otoñal.

Versión conservada en la compilación de hokku Arano 阿羅野 de 1689.

枯枝に烏とまりけり秋の暮れ
Kareeda ni / karasu tomarikeri / aki no kure

Se posó un cuervo
en la rama desnuda.
Ocaso otoñal.

Poema inscrito en una pintura del mismo autor de 1691 y acompañado de un comentario que lo sitúa una mañana en el Templo de Kisô (Kisôji 木曽寺), luego de levantarse con el sonido de las campanas y observar los árboles que parecían llenos de flores de tela blanca.

つね憎き烏も雪のあした哉
Tsune nikuki / karasu mo yuki mo / ashita kana

¡Ah, qué alba nevada
hasta con esos cuervos
siempre odiosos!

Versión conservada en la Antología de los leones mendigos (Komo jishi shū 薦獅子集; 1693)

ひごろにくき烏も雪の朝哉
Higoro nikuki / karasu mo yuki no / ashita kana

¡Ah, qué alba nevada
hasta con los normalmente
odiosos cuervos!

9.
Yosa Buson 与謝蕪村 (1716-1784), poeta de haikai y pintor.

己が羽の文字もよめたり初鴉
Ore ga ha no / moji mo yometari / hatsugarasu

También las letras
de sus plumas pude leer:
el primer cuervo.

10.
Kobayashi Issa 小林一茶 (1763-1828), monje de la Escuela de la Verdad de la Tierra Pura (Jôdoshinshū 浄土真宗) y poeta de haikai.

挑灯もちらりほらりやはつ烏
Tôchin mo / chirarihorari ya / hatsugarasu

Se avivan fuegos
también por aquí y por allá.
Primeros cuervos.

鳩の恋烏の恋や春の雨
Kamo no koi / karasu no koi ya / haru no ame

Amor de patos,
y el amor de los cuervos.
Lluvia vernal. 

La primavera es la temporada de reproducción de patos, cuervos y otras aves, por lo que pasan mayor tiempo en pareja.

11.
Sarai Kyokusen 皿井旭川 (1870-1945), médico otorrinolaringólogo, profesor de la Universidad Médica de Okayama (Okayama Ika Daigaku 岡山医科大学) y haikuísta discípulo de Takahama Kyôshi 高浜虚子.

浮腰となりし烏や柿紅葉
Ukigoshi to / narishi karasu ya / kaki momiji

Aquellos cuervos
se ponen muy inquietos.
Caqui enrojecido.

12.

Takahama Kyôshi 高浜虚子 (1874-1959), haikuísta discípulo de Masaoka Shiki 正岡子規, editor, novelista y dramaturgo.

初鴉廓の夜明けもたゝならず
Hatsu karasu / kaku no yoake mo / tada narazu

Primeros cuervos.
Todavía no amanece
sobre este barrio.

13.
Terada Torahiko 寺田寅彦 (1878-1935), físico, profesor de la Universidad Imperial de Tokio, miembro del Instituto de Investigaciones Físicas y Químicas (Rikagaku Kenkyūsho 理化学研究所), miembro de la Academia Imperial (Teikoku Gakushiin 帝国学士院) y haikuísta discípulo de Natsume Sôseki 夏目漱石.

夕立や鴉は飛んで牛ぬるゝ
Yūdachi ya / karasu wa tonde / ushi nururu

Chaparrón de ocaso.
Los cuervos se van volando
y el buey se moja. 

Yūdachi 夕立, traducida por “chaparrón de ocaso”, es una palabra estacional del verano que nombra lluvias intensas, pero breves.

14
Aizu Yaichi 会津八一 (1881-1956), docente de inglés, historiador del arte especialista en los periodos Asuka y Nara, profesor emérito de la Universidad de Waseda, poeta de tanka y haikuísta.

橋の霜鴉の痕を判ずべく
Hashi no shimo / karasu no ato o / hanzubeku

Escarcha en puente
para evaluar las huellas
de los cuervos.

15.
Taneda Santôka 種田山頭火 (1882-1940), haikuísta de estilo libre, caminante y monje de la Escuela Sôtô (Sôtôshū 曹洞宗).

鴉啼いてわたしも一人
Karasu naite / watashi mo hitori

Un cuervo grazna.
Yo también estoy solo.

風の中からかあかあ鴉
Kaze no naka kara / kā kā karasu

De entre los vientos,
el «¡croc! ¡croc!» de un cuervo.

16.
Īda Dakotsu 飯田蛇笏 (1885-1962), haikuísta díscipulo de Takahama Kyôshi 高浜虚子 y editor.

五月山月出て鴉啼きしづむ
Satsukiyama / tsuki dete karasu / nakishizumu

Monte Satsuki:
sale la luna y los cuervos
graznan sin tregua.

17.
Hata Kôichi 畑耕一 (1886-1957), novelista, dramaturgo, periodista cultural, jefe editorial de varias publicaciones, compositor, profesor de la Universidad Meiji 明治 y haikuísta.

たそがれのなにか落しぬ鴉の巣
Tasogare no / nanika otoshinu / karasu no su

Lo que cayó
en la penumbra:
el nido de unos cuervos.


18.
Hayashibara Kôzô 林原耒井 (1887-1975), especialista en literatura inglesa, profesor de las universidades Hôsei 法政, Meiji 明治, etc. y haikuísta discípulo de Usuda Arô 臼田亜浪.

花桐に烏がとまりあな黒し
Hana kiri ni / karasu ga tomari / ana koroshi

Se posa un cuervo
en la paulonia en flor:
un hoyo negro. 

Las paulonias (Pawlonia tomentosa) florecen en mayo, por lo que su nombre es una palabra estacional de dicho mes.

19.
Takano Sujū 高野素十 (1893-1976), médico forense y serólogo con doctorado, profesor de la Universidad Médica de Niigata, haikuísta discípulo de Takahama Kyôshi 高浜虚子 y editor.

食べ飽きてとんとん歩く鴉の子
Tabe akite / tonton aruku / karasu no ko

Las crías de cuervo
caminan con un tap, tap
hartas de comer.

20.
Nishimura Kôhô 西村公鳳 (1895-1989)

子供らと鴉と浜の祭来る
Kodomo-ra to / karasu to hama no / matsuri kuru

Niños y cuervos
vienen al festival
hecho en la playa

21.
Okada Kôyô 岡田耿陽 (1897-1985), haikuísta díscipulo de Takahama Kyôshi 高浜虚子 y editor.

桜蝦干せば来るなり浜鴉
Sakuraebi / hoseba kuru nari / hama karasu

Vienen al poner
a secar los camarones:
cuervos de playa. 

Sakuraebi 桜蝦 (Sergia lucens) es un tipo de camarón pequeño de color rosado que habita aguas profundas, pero sube a la superficie en la primavera. Su color recuerda al de los cerezos, además de que son capturados y puestos a secar en la playa en el mismo periodo del florecimiento de esos árboles. Por ello, su nombre es una palabra estacional de abril.

22.
Nakajima Getsuryū 中島月笠 (1899-1987), haikuísta discípulo de Watanabe Suiha 渡辺水巴.

夜鴉の含み声なり秋涼し
Yogarasu no / fukumigoe nari / aki suzushi

La voz ahogada
de un cuervo por la noche.
Un fresco otoño.

23.
Shiba Fukio 芝不器男 (1903-1930), haikuísta.

鴉はや唖々とゐるなリ菌狩
Karasu haya / ā to iru nari / kinokogari

¡Ay, aquel cuervo
está con su croc, croc!
Colecta de hongos. 

Los hongos son característicos de octubre, por lo que kinokogari 菌狩 o colecta de hongos es una palabra estacional de ese mes.

24.
Hashimoto Keiji 橋本鶏二 (1907-1990), haikuísta discípulo de Takahama Kyôshi 高浜虚子, editor y asesor de la Asociación de Haikuístas (Haijin Kyôkai 俳人協会).

炎天や鴉があるく森の底
Enten ya / karasu ga aruku / mori no soko

Suelo del bosque
en que camina un cuervo.
Sol abrasador. 

Enten 炎天, que significa sol abrasador, es una palabra estacional de julio, periodo del verano en que ya terminó el monzón.

25.
Ishikawa Keirô 石川桂郎 (1909-1975), haikuísta discípulo de Sugita Hisajo 杉田久女 y de Ishida Hakyô 石田波郷, novelista, ensayista, compilador y editor.

枯蓮に応ふるごとく唖鴉
Karehasu ni / irauru gotoku / ā karasu

Como respuesta
a los lotos marchitos,
«croc, croc» del cuervo. 

Los lotos marchitos son característicos del invierno y, en general, el prefijo kare 枯 forma palabras de esa estación.

26.
Ishida Hakyô 石田波郷 (1913-1969), haikuísta discípulo de Mizuhara Shūôshi 水原秋桜子 y editor.

山越の鴉こゑなし花辛夷
Yamagoshi no / karasu koe nashi / hana kobushi

No tiene voz
el cuervo que baja el monte.
Magnolia en flor.

27.
Takagi Haruko 高木晴子 (1915-2000), hija y discípula de Takahama Kyôshi 高浜虚子 y editora.

杜に鳴く鵯よ鴉よ鹿島宮
Mori ni naku / hiyo yo karasu yo / Kashimagū

¡Bulbules y cuervos
chillando en soto sagrado!
Santuario Kashima.

Los santuarios de Kashima (Kashima jinja 鹿島神社), distribuidos principalmente al noreste del país, están dedicados a Takemikazuchi 武甕槌 / 建御雷, dios de la guerra, protector contra los sismos y uno de los tutelares de los antiguos clanes aristocráticos Nakatomi 中臣 y Fujiwara 藤原. El centro de su culto se encuentra en la ciudad epónima en la prefectura de Ibaraki, el cual recibe la denominación de Jingū 神宮. Es famoso por su bosque con más de ochocientas especies de plantas y su jardín de ciervos, mensajeros del dios. Por su parte, chiyo o chiyodori 鵯, bulbul en español, es una palabra estacional de octubre, cuando dichas aves descienden de las montañas para comer frutos de la temporada.

28.
Kishida Chigyo 岸田稚魚 (1918-1988), haikuísta discípulo de Ishida Hakyô 石田波郷.

田楽やたまたま秋の鴉啼き
Dengaku ya / tamatama aki no / karasu naki

¡La danza agrícola!
De repente, el graznido
de un cuervo otoñal.

29.
Kawai Gaibu 河合凱夫 (1922-1999), director de la Escuela Primaria Central de la Ciudad de Noda (Nodashiritsu Chūô Shôgakkô 野田市立中央小学校) y haikuísta.

鴉来て深みにはまる紅葉谷
Karasu kite / fukami ni hamaru / momijidani

Un cuervo viene
y se interna en la espesura.
Valle otoñal.

Momijidani 紅葉谷 indica un valle de hojas coloridas por el otoño.

30.
Yagi Mikajo 八木三日女 (1924-2014), oftalmóloga con doctorado, profesora y haikuísta discípula de Hirahata Seitô 平畑静塔.

弁天に烏甘ゆる春の水
Benten ni karasu amayuru haru no mizu

Le es dulce al cuervo
el agua primaveral
del santuario a Benten.

Benten 弁天, que significa «Devī del Discurso», y Benzaiten 弁才天, «Devī del Discurso y el Ingenio», son los nombres japoneses de Sarasvatī, deidad de las aguas, la elocuencia, la música y la sabiduría, así como diosa tutelar de los antiguos clanes Taira 平 y Hôjô 北条. Sus santuarios suelen estar construidos en islas al centro de estanques artificiales, aunque los más importantes están en formaciones naturales.

31.
Hirano Hajime 平野哉

夏風邪や鴉に声を奪はれぬ
Natsu kaze ya / karasu ni koe o / ubawarenu

Gripe estival.
El cuervo debe haberme
robado la voz.

Mayo 2022

Este mes de mayo les traigo un poema inusual de Bashou, pero intensamente japonés, cargado de historia y tradiciones. Y para comenzar, también de forma inusual, lo haremos por el haiku:

あやめ生り軒の鰯のされかうべ

ayame oikeri noki no iwashi no sarekau be

crece el iris en el alero con el cráneo de la sardina

Partamos por el kigo: ayame, que significa iris, el cual hace referencia al Kodomo no hi o Día del niño, que se celebra el 5 de mayo. En esta festividad, que en la antigüedad estaba reservada a los varones, una de las costumbres era decorar con esta flor los aleros en contra de la mala suerte y la enfermedad. Luego tenemos otra referencia a una celebración tradicional: el Setsubun, que en el antiguo calendario era el último día antes de primavera y en la actualidad se festeja el 3 de febrero. En ella se pone énfasis en la “limpieza” de la energía para comenzar un nuevo ciclo. Uno de sus rituales consistía en colocar cabezas de sardinas, o iwashi, en ramas que se insertaban en dinteles de puertas o aleros de casas para ahuyentar a los demonios. Dado que transcurren un par de meses entre una celebración y otra, sólo queda el cráneo cuando comienzan a crecer los iris. Bashou une así estas dos festividades en su haiku.

Pero Bashou no sólo se basa en costumbres relacionadas con los festivales, sino que busca en las tradiciones literarias también. Cuando se habla de cráneos, uno famoso desde tiempos antiguos es el de Ono no Komachi, única mujer del selecto grupo de los Rokkasen o Seis Poetas Magistrales. De hecho, Kamo no Choumei, en su Mumyoushou, texto de teoría poética del período Kamakura, cuenta la siguiente anécdota sobre Ariwara no Narihira, otro de los Magistrales: “cuando Narihira secuestra a Takako y va con ella a cuestas por el campo, de pronto escucha una voz diciendo ‘cada vez que el viento otoñal sopla, oh, duelen mis ojos…’ pero por más que miraba quién podría estar hablando, sólo encontró un cráneo de cuyos ojos salían iris, por lo que pensó que sería un juego del viento pasando por lo orificios. Narihira pensó que este era un buen signo, y luego al preguntar a los lugareños, estos le dijeron que probablemente era el cráneo de Ono no Komachi, quien alguna vez había viajado por esa zona. Narihira, conmovido, dijo: Komachi debe ser, dado que crecen iris.”

Y así, con este haiku inusual, hemos podido realizar un viaje fantástico y misterioso, a través de siglos de lenguaje, tradiciones, leyendas y personajes. Si me preguntan a mí, una buenísima forma de comenzar un nuevo mes.

Haiku 39

39

藪いりやよそ目ながらの愛宕山


Yabuiri ya yosome nagara no atago-san

Las vacaciones del sirviente-
durante todo el tiempo mira
el monte Atago.

Desglose:

 やぶ入[ yabuiri: vacaciones concedidas a los criados], よそ目[yosome: los ojos de otros], ながら[nagara: mientras, durante todo el tiempo], 愛宕山[atago-san: monte atago].

 

Comentario y notas culturales:

 Atago es una montaña (924 metros) al noroeste de Kyoto que alberga numerosos templos. Es un monte protector que se aprecia desde cualquier punto de la ciudad, de tal modo que en el regreso a casa el criado lo tiene presente. Es una especie de símbolo que le protege en el camino . El sufijo “san” hace referencia tanto a la montaña como al tratamiento de cortesía de una persona.

Como nos decía Kavafis en su célebre poema “Ítaca”, lo importante no era tanto la llegada como el propio viaje, el periplo: una oportunidad para sentir, admirar, celebrar la vida. Buson  capta a menudo esta sensación:

 

A.- やぶ入や鳩にめでつゝ男山

yabuiri ya hato ni mede- tsutsu Otoko- yama

Las vacaciones del criado-
admira las palomas
en la colina de Otokoyama.

* Otoko-yama: esta montaña, al sur de Kioto, es el sitio del Santuario Iwashimizu a Hachiman (el dios de la guerra). Las palomas son sus mensajeras y sirvientas: un paralelismo entre semejantes profesiones.

B.-やぶいりのまたいで過ぬ凧の糸

 yabuiri no mataide suginu tako no ito

 El criado en sus vacaciones
camina y pasa de largo
ante los hilos de las cometas.

Rosas

Vicente Huidobro advertía en su “Arte poética”: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema”. Así incitaba a la perfección, como lo haría Juan Ramón Jiménez, advirtiendo ante el poema acabado: “¡No le toques ya más, / que así es la rosa!” ¿Cómo apresar ese lujo sospechoso en la divagación de un artículo, sumando un peso más a la vasta y suntuosa bibliografía sobre las rosas de este mundo? Ninguna flor ha gravitado tanto sobre la cultura de Occidente, hasta ahogarla con su mórbido perfume. Traspuesta, idealizada, esculpida, la rosa ha enseñoreado las artes, ha refinado y enloquecido a sus amantes, se ha erigido en símbolo de la perfección absoluta. En la Edad Media era símbolo de silencio: su presencia en una reunión obligaba al secreto… ¿Cómo no recordar el “Roman de la Rose”, iniciado en el siglo XIII por el joven poeta Guillaume de Lorris, delicado compendio del Arte del Amor? ¿Cómo olvidar a todos los poetas que cantaron a esta flor divina? Rilke esculpió con ella el famoso epitafio que guarda su sueño en Raron:

“Rosa, oh contradicción pura, delicia

de no ser sueño de nadie bajo tantos párpados”.

                A Borges el perfume de la rosa y del jazmín le trae la certidumbre de la dicha perdida. La rosa uruguaya de Matilde Bianqui es rosa de lucha y de perdón y también “rosa verde de mar y de arena”. Pedro Salinas ve palpitar el pecho del océano en la “rosa frágil, de espuma, blanquísima”. Adscrita a la fugacidad, como si anticipara toda despedida, la rosa ha escapado del sino barroco para entrar, audazmente, en la inmortalidad, como si apelara a su origen divino, pues cuenta la leyenda que fue naciendo blanca y perfecta de las pisadas de Afrodita cuando, recién nacida de la espuma, la diosa erraba por las solitarias playas de Citerea. Otra leyenda siria explica la transformación de la rosa blanca en rosa roja: fue la misma diosa la que, al ir a socorrer a su amado Adonis, se pinchó con las espinas de un blanco rosal, tiñendo con su sangre las flores.

                Ya nunca dejará la rosa de ser símbolo de amor ruboroso y ardiente. Su culto prende arrebatado en los dioses y en los mortales. Su perfume trasmina e Oriente a Occidente, desdibujando las fronteras entre la muerte y la vida. En las tumbas egipcias se han encontrado restos de rosas, pero también los muertos han alimentado desde su oscuridad orgánica la semilla inmortal. Millares de volúmenes hablan de su éxito entre los eruditos. Se dice que un emperador chino tenía en su biblioteca más de quinientos volúmenes sobre el cultivo de las rosas. El escritor portugués Eça de Queiroz recuerda en un espléndido ensayo los rumbos de esta flor: su misterioso nacimiento en Citerea; aquel Jardín de Midas donde sólo crecían los rosales que Baco regaba con el agua purísima que, desde la fuente Castalia, traían las Náyades; las rosas que los pontífices del imperio romano cortaban al amanecer con la hoz de plata para perfumar las aras de Venus; la “capitular” de Carlomagno sobre el cultivo de la flor; los “torneos de rosas” en España y Provenza, donde damas y caballeros se arrojaban pesados ramos; la rosa bautizada como flor de María, “Rosa Mystica”; la rosa roja de los rosacruces, símbolo del amor divino, con su alegoría -“Dat rosa mel apibus”-; la esquiva rosa azul, posible e imposible, cifra de lo maravilloso y del olvido…

                En la metamorfosis de su color, cada superstición o creencia ha ido retocándola con inflexiones propias. La blanca rosa original, que primero fue roja por la sangre de Afrodita, lo será luego por la sangre redentora de Cristo. Pero hoy la rosa arrastra una existencia vergonzante y furtiva, como si hubiera consentido un mal pensamiento. Arrojada del paraíso, ya no inunda la vida, sino que la roza como al descuido, asustada de su propio rubor. Ya no es norma, sino lujo marginal. Madrid cuenta con la más bella rosaleda de Europa, pero esa espléndida excepción, apenas advertida, no puede con las tristes transmigraciones de los invernaderos ni con el oprobio de nuestra prisa. Ya no arrojan los novios su ramo ardiente a las puertas de sus enamoradas, esperando con ansia el “sí” o el “no”. Los amantes ya no se tiran rosas a la cara. Se diría que es ésta una edad bárbara que ha canjeado la pasión por la rutina, recordando vagamente que la rosa fue siempre ornato de banquetes y triunfos, gloria de los manteles y del vino, compañera de viaje, reclamo de los muertos que no querían sufrir el desaire de su ausencia.

                Anacreonte llegó a exagerar deliciosamente: “¿Qué sería de la humanidad sin la rosa?” Ella dio nombre, aunque simbólico, a la guerra entre York y Lancaster, las dos ramas de los Plantagenet, cuyos blasones respectivos eran una rosa blanca y una rosa roja. Mucho antes de esa incivil derivación, las primeras rosas del año eran ofrecidas en Roma, en las calendas de mayo, a la gran diosa de las cortesanas, que marchaban en procesión, envueltas en velos amarillos, al son de las cítaras. La diosa de los campos, la Dea-Dia, recibía también la ofrenda de los panes cubiertos de rosas. Ya el padre Homero nos contaba cómo había ungido Afrodita el cuerpo de Héctor con el óleo de la rosa silvestre, mientras inauguraba la metáfora insigne sobre la aurora, “la de rosados dedos”. Rosas en el agua del baño y en el vino de las libaciones. Rosas en los manteles de las bodas y en las apoteosis. Un mundo densamente embriagado. En la antigüedad fueron célebres las rosas de Damasco, Malta, la Campania y Poestum. También las de Persia que, junto con los pavos reales, forman la simbólica quintaesencia de aquel viejo país. La rosa sigue teniendo sus adeptos, pero ese culto apasionado se me antoja un culto de “gehto”. La rosa encarcelada, la rosa de las catacumbas se ve obligada a convivir con el hacinamiento. Ya no despliega su esplendor deslumbrante con su rica e íntima lentitud. La rosa urbana acelera su ciclo frágil, como si no fuera ya de este mundo, “sueño de nadie bajo tantos párpados”… Pero quien la regala da su alma.

***

Abril 2022

CONSTRUIR

Tarde de abril.
Con nada que se interponga
entre el agua y yo.

 

DECONSTRUIR

Con el paraguas en la mano por si me sorprendía la lluvia, en el paseo de la tarde de hace dos o tres días, mis pasos me llevaron al paraje que por acá llaman “los praos cimeros” (sin duda por oposición a los prados bajeros que están, muy cerca, en el fondo del vallejo donde suelo pasar los fines de semana, en el Real de San Vicente). Me sorprendió el vigor y alegría con que salía el agua de la fuente de ese paraje. Una fuente con sus tres caños rebosantes de agua, como se puede apreciar en la foto. Una vigor y alegría tal vez debidos a las abundantes lluvias de las últimas semanas, después de un invierno bastante seco.

  El agua. Cuando mis ojos se clavaron en los tres chorros, con el cuerpo suspendido entre una tierra bajo la cual corrían los manantiales y un cielo preñado de nubes, con la cabeza perdida en medio del aire húmedo de la tarde, me pareció que el agua y mi conciencia eran uno, un algo que no supe qué.

    Dándole vueltas a esta impresión, cuando regresé a casa, me acordé de los maravillosos versos de la haijina Tagami Kikusha (1753-1826) donde, tal vez con una sensación teniendo, en su caso, a la luna enfrente, escribió:

Tsuki to ware to
Bakari noririnu
Hashi suzumi.

Tomando el fresco
sobre el puente a solas,
la luna y yo.

Parece que pudo inspirarse en este otro haiku de la famosa Sono jo o Shiba Sonome:

Dormidos todos,
no se interpone nada
entre la luna y yo. 

Es un acto osado personalizar el haiku con un pronombre cualquiera, como el “yo” de la última palabra de mi haiku (o el ware japonés del primer verso de Tagami) porque el haiku es, por esencia, impersonal, tan impersonal como es la naturaleza. Pero en este caso, me ha parecido que no iba contra el espíritu poético el incluir esta concesión, porque la individualidad se me apareció disuelta en la naturaleza representada aquí por el agua.

   Que el haijin se disuelva en su entorno (naturaleza o situación ambiental) al máximo y, camuflado en el peor de los casos, lance al aire su “fotografía” de tres versos, es tan natural como la respiración o el sonido suave de la lluvia al caer en un charco.  En el haiku de este mes el camuflaje ha sido torpe: el pronombre “yo” dentro de una fuente cantarina al comienzo de la primavera.

Lluvia y fuente. Otra vez  el agua…  Y es que el agua… ¿Es que somos algo más que agua con sensaciones?

Cerezos

El cerezo nos regala belleza, nos regala vida. “Imán de los sentidos” –recordando a Calderón-, el cerezo es luz, armonía, fragancia, alimento y abrazo. Si Herodoto llamó a Egipto “don del Nilo”, podemos decir que el Valle del Jerte ha llegado a ser el “don del cerezo”. Se cree que fueron los árabes quienes bautizaron al río y al valle como “Xerit” o “Xerete” –con el doble significado de aguas cristalinas y paraje angosto- y quienes implantaron o perfeccionaron el cultivo del cerezo. Todo es bello en el árbol: el raso gris de la corteza, el satén deslumbrante y delicado de las flores, la forma y el color del fruto, las hojas verdes del verano, sus tonos ocres y leonados en la melancolía del otoño…

El cerezo es un mundo: junto al frutal originario del Asia Menor, que nos brinda, en sus múltiples variedades, la “perla roja” –que aquí, en el Valle del Jerte, alcanza su máxima calidad reconocida-, se despliega el cerezo ornamental, nacido en el corazón de Asia y reimplantado en China y en Japón. Los remotos antepasados del Neolítico ya conocían y disfrutaban de los frutos del cerezo salvaje. Las primeras referencias de cultivo se remontan a la Grecia clásica, y los romanos cultivaban más de diez variedades, entre ellas la afamada cereza de Lusitania, probable antecesora de la nuestra. Según cuenta Plinio, fue Lúculo, general romano, quien importó algunas variedades de cerezo desde la colonia griega de Kerassos, ubicada en la costa del Mar Negro, tras combatir contra Mitrídates, rey del Ponto, a finales del siglo I a. C. Ahí podría estar también el origen de la palabra “cerezo” (del griego “kerassos”, que habría derivado en el latín “cerasus”).

En la cultura japonesa, la flor del cerezo –asociada con el ruiseñor, uguisu– llegó a imponerse como símbolo de belleza y de afirmación nacional frente a la cultura china, simbolizada por la flor del ciruelo. Hoy como ayer –en una larga persistencia popular y culta- las flores por excelencia, hana, son las del cerezo, sakura, que resumen, al mismo tiempo, toda la primavera, como recordaba Dogen, poeta y monje del siglo XIII: “En primavera, las flores de cerezo; en verano, el cuco; en otoño, la luna llena; en invierno, la nieve límpida y fría; si la mente está serena, ésa es la estación más feliz del año”. En la estética japonesa, “nieve, luna y flores” forman la “trinidad de la belleza” que sigue el paso de las estaciones y representa la totalidad de la naturaleza y de los sentimientos humanos. Ryôkan (1758-1831) lo expresó maravillosamente en su “poema final”:

 

«¿cuál será mi legado?

las flores de la primavera

el cuco en las montañas

las hojas del otoño”. 

                No hay nada más bello ni más frágil. La flor del cerezo nos recuerda, en su fugacidad, que, aunque estamos de paso, debemos valorar cada instante y aprender a morir bellamente. Por eso simboliza el honor del guerrero o samurai: porque cae antes de perder su integridad, y porque encarna las cualidades esenciales del ideal caballeresco: pureza, lealtad, honestidad y valor. El samurai se parece a la flor del cerezo, presta a morir al primer soplo de la brisa matinal. Cada primavera, desde el siglo VIII, los japoneses celebran el festival de hanami (“contemplar las flores”), cuando los cerezos ornamentales despliegan su floración rosada. Una leyenda dice que la flor del cerezo japonés es, en origen, blanca –como la nuestra-, pero que toma esa tonalidad rosa de la sangre de los antepasados que yacen bajo el árbol… La celebración del hanami reúne, en comunión gozosa, a nativos y a forasteros, tal como dice un célebre haiku de Issa:

“bajo la sombra

del cerezo florido,

nadie es extraño”.

La gente suele llevarse una esterilla –que se llama gozâ– y, a la sombra de los cerezos en flor, se bebe sake (vino de arroz), se canta y se baila., en una fiesta que se prolonga hasta muy tarde con la contemplación de los “cerezos de noche”. Todo el país sigue con expectación los partes meteorológicos que anuncian, con varios días de antelación, el acontecimiento, y se disponen trenes especiales, los “trenes de las flores”, para visitar los parajes más célebres. Los primeros cerezos florecen, en enero, en las islas de Okinawa (al sur), y los últimos, en mayo, en la isla de Hokkaido (al norte). Son muy populares los hanami de Kyoto, Tokio y Yokohama, pero el más famoso es el del monte Yoshino, en la región de Nara, donde unos cien mil cerezos, agrupados en masas discontinuas, florecen hacia el 10 o el 15 de abril. Se dice que los primeros cerezos fueron plantados en Yoshino por el sacerdote budista Enno Ozunu (a finales del siglo VII), poniéndolos bajo la protección de Zaô Gongen, divinidad de la montaña, que representa la fuerza y la cólera contra el espíritu del mal. Otra leyenda habla de la diosa de la primavera, cuyo espíritu habría tomado posesión de un cerezo que habría hecho descender del cielo.

                En la pintura clásica coreana aparece con frecuencia el tema de las “cuatro plantas nobles”: la flor de cerezo, la orquídea, el crisantemo y el bambú, pero el cerezo tiene también una larga e intensa simbología en Europa. Bajo su sombra bailan las hadas eslavas y los duendes nórdicos, en una ambigua danza de protección o de amenaza; sus flores representan el incesante ciclo del vivir, el morir y el renacer, y el árbol mismo entra de lleno en la “leyenda dorada”: floreciendo o reverdeciendo a destiempo, quemándose en el solsticio invernal para fortalecer al sol o para asegurar la fertilidad, dando nombre a numerosas advocaciones marianas… El “tiempo de las cerezas” evoca la primavera, pero es también el título de una canción alegre y subversiva que alentó a los revolucionarios de la Comuna de París.

En el imaginario colectivo, el cerezo –consagrado a Venus- favorece el amor, permite expresar los tres deseos de los cuentos y adivinar el futuro, protege a las personas y a los bienes, modula los sueños con diversa fortuna… También aquí, en el Valle del Jerte, protagoniza la “enramá” de la noche mágica de San Juan y el caudal de las coplas:

“A tu puerta puse un guindo,

y a tu ventana, un cerezo,

por cada guinda, un abrazo

por cada cereza, un beso.”

La cereza es el “fruto del paraíso” que se sugiere en algunas obras del arte cristiano medieval, pero es, directamente, el alimento prodigioso –entre la necesidad y la gula- que remite a la niñez, al robo furtivo, a la libertad de los campos. Rica en potasio y en vitaminas A y C, baja en calorías, la cereza despliega sus poderes con adjetivos rotundos: diurética, refrescante, astringente, reconstituyente, antirreumática, cardiotónica, cicatrizante… En sí misma, o en sus conexiones naturales con el árbol que la regala, participa en el “agua de vida” -ese aguardiente insuperable de 42 grados- y aviva la imaginación gastronómica en toda su gama. Y aquí, precisamente aquí, contamos con las mejores cerezas del mundo, ésas que han merecido el sello de denominación de origen: la “navalinda” con rabo, y las cuatro picotas que son como los cuatro ases de la baraja: la “ambrunés”, la “pico negro”, la “pico limón negro” y la “pico colorado”.

                El cerezo requiere aire, altura, frescor: todo un ideal de vida. Un millón de cerezos aguardan al viajero en el Valle del Jerte. Uno solo sería suficiente para la felicidad. A finales del siglo XII, el poeta japonés Saigyô –que tanto amó este árbol- se despedía del mundo con este deseo:

Quiero morir

bajo los cerezos floridos

en este mes primaveral

cuando sea luna llena.

***

Haiku 38

38 

LAS VACACIONES DE LOS SIRVIENTES [1]

  

やぶ入の夢や小豆の煮るうち

Yabuiri no yume ya azuki no niru uchi

El joven criado está durmiendo
en sus vacaciones,
mientras hierven las judías.

Desglose:

 やぶ入[ yabuiri: vacaciones concedidas a los criados], [yume: sueño], 小豆[adzuki: judía o frijol rojo], 煮る[niru: hervir, cocinar a fuego lento], うち[uchi: dentro, mientras].

Comentario y notas culturales:

 Sin duda se trata del regreso a casa en las vacaciones concedidas a los criados, aprendices y sirvientes. Quizá, lo primero e imprescindible era un sueño reparador en el hogar, en la cama que se añora. Litetalmente hablamos de sueño, por lo tanto duerme en un merecido y profundo descanso. A partir de aquí, el haiku sugiere y relaciona las imágenes en una escena: hierven las judías rojas a fuego lento (véase la sugerente imagen y los matices cromáticos del rojo en ambos elementos. ambos “rojos”…Según Blyth (Spring, págs. 145-146): “en Kyoto existía la costumbre de dar a los aprendices que regresaban pastel de arroz con una pasta de judías rojas” -a este plato se le conoce como “botamochi”-. Según el orientalista británico, el joven había llegado a casa y conversado con su madre, quien le estaba preparando la comida. Hubiera o no madre, lo importante es el detalle: un fuego lento que no hace ruido, que no parece suficiente para despertar al criado de su sueño.

 

 [1] Dos veces al año los sirvientes (criados y aprendices) disponían de unas cortas vacaciones. El referido a la primavera se conoce como Yabuiri o Día de los sirvientes -el 16 de enero- mientras que el segundo ocurría en la misma jornada del sexto o séptimo mes. Era, en algunos casos, la única oportunidad de ver a sus familias. Estas breves vacaciones solían comenzar con luna llena y se prolongaban algo menos de dos semanas. Por último, el kigo yabu-iri significa literalmente “entrada al matorral/arbusto o arboleda”. Véase al respecto Amy England: “Translation From Yosa Buson Yabu-Iri: Servants’Holiday” (Frogpond, The Journal of the Haiku Society of America, vol. 33, 2, spring/summer 2010, págs.82-87).

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Abril 2022

En la época en que en Japón se utilizaba el calendario lunar, el cuarto mes marcaba el fin de la primavera. Así, mientras en la actualidad, en el hemisferio norte se le da la bienvenida, Bashou le da la despedida en el haiku que revisaremos este mes.

La inspiración de este poema viene del final de la primera sección del capítulo “Waka Murasaki” del Genji monogatari, aquel en el que Genji conoce por vez primera al amor de su vida ―o a uno de los más puros que tuvo―. En él, durante una fiesta improvisada a las afueras de un templo rural, se le pide que toque el koto con el siguiente comentario: 「みてひとつあそばして山の鳥をも驚かし給へ」’Basta una melodía… para sorprender a las aves de la montaña’. De ahí toma Bashou la inspiración para el siguiente haiku.

 

散る花や鳥もおどろく琴の塵

chiru hana ya tori mo odoroku koto no chiri

flores que caen y aves sorprendidas, polvo del koto

 

El último verso, 琴の塵 “koto no chiri”: polvo del koto, a su vez, hace referencia a una leyenda china sobre un noble que cantaba tan bello que la vibración de su voz movía el polvo en la viga que sostenía el tejado.

Un aspecto interesante de este haiku es el vuelco direccional de la sorpresa: habitualmente, en poesía, es el hombre el que se siente conmovido por la naturaleza, pero en esta ocasión, es el mundo natural el que es estremecido.

Así, con la despedida de Bashou, saludamos a esta nueva estación. Y para mover aun más el torbellino del tiempo, incorporamos la geografía en la ecuación, pues desde donde estoy escribiendo este artículo; Santiago de Chile, le damos la bienvenida al otoño.

Cómo diría Bécquer, sin importar el cuándo o el cómo, ¡habrá poesía!