Mayo 2023

CONSTRUIR

 

Le recordé

saboreando unas fresas.

Largo camino.

 

DECONSTRUIR

En el “Condes” del pasado mes, comenté la relación que hay entre, por un lado, la ausencia de artículos determinados e indeterminados de la lengua japonesa y, por otro, la visión unitaria de la realidad descrita en los haikus compuestos por los maestros japoneses. Fue a propósito de “los lirios” de mi haiku abrileño.

Hoy deseo comentar, y perdón por mi charlatanería de viejo profesor, otro tema bastante relacionado. Me refiero a la ausencia de marcación personal específica que hay en los verbos japoneses. No hay desinencias (ni, aun menos, pronombres personales antepuestos a los verbos, como se hace en inglés o francés) en la conjugación verbal que nos podrían permitir conocer quién habla: si soy yo, o tú, o él-ella, o nosotros, etc. Los japoneses, aunque esto lo conocen por otros recursos lingüísticos usados en la conversación, en el lenguaje escrito deben deducirlo por una especie de metatexto. Aun así, queda un amplio margen a la indefinición, a la ambigüedad. Estas dos cualidades –indefinición y ambigüedad–, que en nuestra expresión literaria suelen ser evitadas deliberadamente, pero que en la expresión literaria japonesa suelen ser valoradas, redunda en uno de los rasgos más esenciales del haiku: su impersonalidad.

   El haiku es, como la naturaleza, impersonal y frío. No es poesía de sentimientos ni de monsergas emocionales. Ni, por supuesto, de religión, ni de moralidad, ni de filosofía, ni de amores. Creo, en efecto, que este rasgo, el de la impersonalidad, al lado de los de la sacralidad y el de la inocencia, forma la santa trinidad de lo que, a mi modesto entender, constituye la esencia del haiku japonés.

En español, solo los infinitivos y los gerundios no son formas personales del verbo (a veces también los participios). En mi haiku de este mes, quizá porque no es fruto de la mente de un japonés, me he tomado la licencia de personalizar el primer verso con un pronombre. El de “Le” (podría haber sido “la). Sin embargo, en el segundo verso, me he servido del gerundio “saboreando” para introducir cierta impersonalidad en la acción de saborear. Es decir, ¿quién saborea las fresas? ¿Soy yo que recuerda a esa persona en el momento en que yo me puse a comer fresas que es una fruta de primavera? ¿O es esa otra persona a la cual estaba comiendo fresas en el pasado, la persona a quien recuerdo en el primer verso?

     Ambas interpretaciones son posibles. Las dos me valen. Con esta indefinición, he pretendido acercarme a la comentada impersonalidad del haiku japonés. Las dos fueron frutos de una sensación: la sensación poderosa del recuerdo, es decir, de la conciencia de un momento del pasado, generado por el acto de comer fresas. Y la sensación del pasado me hizo concluir: ¡qué largo camino este de la vida! Porque el haiku es hijo de la sensación.

Lo demás cae por su peso.  Como dice hermosamente Blyth: «Buscad el Reino de la Sensación, y todo lo demás se os dará por añadidura».