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Cantar y contar

En su viaje por las tierras del norte, Bashô acaba de cruzar el paso de Shirakawa, deslumbrado por la blancura de los espinos en flor. En la posada del río Suga alguien le pregunta cómo se ha sentido al atravesar ese paso, uno de los tres más famosos de Japón y el favorito de los poetas. Bashô responde: “En verdad, desasosegado por viaje tan largo y el cuerpo tan cansado como el espíritu; además, la riqueza del paisaje y tantos recuerdos del pasado me turbaron e impidieron la paz necesaria a la concentración.” De pronto, una imagen campestre le inspira y le devuelve al origen: “plantando arroz, / cantan: primer encuentro / con la poesía”. En otro momento, otro poeta -Raizan- evoca la misma escena: la de las sembradoras de arroz, hundidas en el lodo: en ellas, “todo es fangoso… menos su canto”. Ahí está, bellamente expresada, la esencia de la poesía, el “cantar” y el “contar”, como la define Antonio Machado.

                Aedas y juglares acreditan el uso universal de esa forma de transmisión. La plaza de la Xemáa-el-Fná, en Marrakech (que inauguró, gracias a Juan Goytisolo, la declaración del Patrimonio inmaterial de la Humanidad) es un ejemplo insuperable. De esa plaza (y del zoco contiguo, que es su afluente o su prolongación), retengo en la memoria un bullir de sensaciones: los cucuruchos de mimbre para los madroños cubiertos con hojas; el ciego y los mendigos que gritan el nombre de Allah; los olores (cuero, especias, frutas, hortalizas…), el espectáculo humano de encantadores de cobras, contadores de cuentos, echadores de la buenaventura, aguadores tocando los platillos, mozos con monos al hombro, niños que venden cestos, cafetines, músicos ambulantes, curanderos, escritores bajo negros paraguas, vendedores de frutas y de especias y de piedras para cocinar, para embellecerse, afrodisíacas, para perfumar la ropa…

          Los pliegos de cordel -que aquí, en España, cantaban o relataban de pueblo en pueblo los ciegos- nos recuerdan los pasajes del “Heike monogatari” que en Japón recitaban los biwa-hoshi, monjes ciegos, acompañándose de un laúd tradicional: el biwa. Todos hemos silbado o cantado para acompañarnos o para conjurar el miedo, pero también son parte de nuestra memoria colectiva las nanas, las canciones infantiles, los romances (como el del Conde Olinos, que oí cantar a un niño en Santiago de Compostela), o los relatos y leyendas contados al amor de la lumbre. El haiku evoca constantemente la interacción entre el cantar y el decir: viajeros con voces soñolientas que hablan del frío; voces de gente regando los arrozales bajo la luna de verano; un novicio cantando alegres sutras una mañana helada; la contemplación de la primera nieve, que da un motivo para hablar a padre e hijo… A veces, todo se humaniza. Sôkan, por ejemplo, observa cómo la rana, erguida sobre sus patas, con respeto, recita un poema. Es esa misma rana, que -según Teishitsu- destaca en todo: en canto, en lucha y en artes marciales… Desvelado, en una larga noche, Gochiku acaba confesando: “el agua dice todo lo que yo pienso”. Chiyo-ni, bloqueada al intentar un haiku sobre el cuco, observa el respetuoso silencio de las mariposas durante un rito budista, pero se asombra de cómo el ruiseñor vuelve y vuelve a decir su canto, y no se cansa….

                Antonio Machado evoca la ingenuidad de la canción infantil –“confusa la historia y clara la pena”-; pero su hermano Manuel -recordando quizá a los cantaores del flamenco- dice: “cantando la pena, la pena se olvida”. Y Caballero Bonald matiza, reintegrándolo todo a su verdad más honda: “El cantaor no inventa, recuerda.”

***

Yo, el fuego en la cima de la montaña

Febrero, 2024
Verano
Córdoba, Argentina

Yo, el fuego en la cima de la montaña

El seudónimo que adopto Taneda Shôichi para firmar sus publicaciones en vida como sus diarios fue Santôka. En japonés la composición del nombre incluye tres kanjis 山頭火. Las alusiones de este nombre son varias, entre estas: la cabeza de la montaña en llamas, que convoca una imagen volcánica, que delata una conexión profunda con la naturaleza. Sabemos muchos de los viajes de Santôka lo llevaron a caminar muchos senderos de montaña en profunda soledad. Nadie más que sus haikus son testigos de sus tonterías y de sus osadías. Así haikus como:

すべってころんで山がひっそり

subette koronde yama ga hissori

 Resbalo y caigo en la montaña desierta

*

枯山飲むほどの水はありて

kareyama nomu hodo no mizu wa arite

En la montaña marchita, sobrevivo bebiendo agua.

*

 

雪ふる一人一人ゆく

Yuki furu hitorihitori yuku.

Cae la nieve, uno a uno nos alcanza.

 

(Trad. Julia Jorge)

 

Suele decirse que, según las pautas formales, el haiku no acepta el yo. Es decir, no acepta que el poeta se nombre a sí mismo, ya que esto delataría cierta distancia con la naturaleza. Sin embargo, el estilo libre de Santôka no puede evitar hablar de sí mismo para vehiculizar su experiencia en la naturaleza. Los anteriores haikus dan cuenta de ello. Santôka a veces necesita confesarse, no solo escribir sobre su miseria sino también sobre sus malos sentimientos. Esta contradicción lo habita constantemente. De sus miles de haikus, encontraremos algunos que dan cuenta de ciertas experiencias búdicas, así como también remisiones a grandes frases del budismo zen. Pero también encontraremos haikus donde se resbala, tiene hambre y reniega de su miseria y su condición. Leamos entonces al poeta hablando sobre si mismo en la siguiente entrada

Sobre mí*

(En respuesta de una carta)

Yo también he llegado a los 50 años. Luego de 50 años de existencia, Confucio tomó su nombre. Aunque aún no he comprendido lo que significa la trascendencia, pero creo que he entendido algo sobre la naturaleza humana. O al menos sobre mi propia naturaleza.

Estoy cansando. Caminar es cansador pero más aún lo son las constantes contradicciones que me producen el hecho de mendigar. Esconderme en la sombra de mi kasaya, recitar sutras falsos, jugar las artimañas del mendigo: no tengo ningún mérito (arakan), ni siquiera merezco ofrendas (kuyô). Tal es mi sufrimiento mental que no lo soporto.**

A veces una vida no puede morir y otras veces no muere. Aunque las personas honestas no se equivoquen, se va y se viene entre la vida y la muerte. Este ciclo es un mandato divino del Buda.

En el mundo hay conquistas y épocas de guerra. Para la humanidad es imperativo conquistar la naturaleza. En estas luchas se ha derramado sangre de hombre a hombre.

Ser amigo o enemigo, salir victorioso y derrotado, asesinar o ser asesinado, todo ocurre bajo nubes blancas hasta en las cimas de las montañas. Tal vez sentarme a meditar en una ermita sea ocioso o no esté permitido. Sin embargo, yo que soy débil e incompetente, tiendo al anacronismo, no puedo pararme a tocar la bocina en la calle. Encerrado en mi vida anacrónica estoy sumergido en la contemplación.  Aspirar al mundo “vacío” y transitar la peregrinación hacia la “Tierra Pura” necesita de una devoción que no encuentro en el mundo exterior.

Hay que regresar a la estupidez originaria y proteger esa estupidez.

Tengo dos deseos egoístas como para tomar las armas. Mientras viva quiero vivir sin mentir sobre lo que siento tanto como sea posible. Este es mi primer deseo. Es otras palabras, desearía decir las cosas que me gustan y las que no me gustan. Hacer lo que quisiera y no hacer lo que no quisiera. Y me segundo deseo, siendo franco sería morirme cuando yo quisiera. Comúnmente se dice “pasar a la otra vida” pero a mí no me preocupa admitirlo.

No sé si soy feliz o infeliz pero no dejo de sentir que poco a poco los dos deseos más egoístas de mi corazón se hacen realidad. Si dejo ir lo que tengo en mis manos, se llenarán.

Aquí una frase de un poeta felizmente desafortunado:

hoy
por este camino
tantas veces recorrido
voy

*Entrada 389 del 1 volumen de Gyokotsu no nikki, fechado el 2 de febrero de 1931.

** En esta oración Santôka hace referencia a dos figuras que no hemos traducido para no entorpecer la lectura pero es pertinente aclararlas: en el budismo el termino arakan (arhat en pâli) se refiere a la persona que ha comprendido la naturaleza humana, ha alcanzado el nirvana y, por ello, no volverá a nacer. Aunque el budismo de Theravâda considera convertirse en es la meta del progreso espiritual, el budismo de Mahâyâna (del que deriva el zen) cree que el arakan como meta es un fin egoísta y a cambio cree que los Bodhisattvas permanecen en el ciclo del renacimiento para ayudar a otras personas a alcanzar la iluminación. Por otro lado, kuyô (cuyo equivalente en pali es pûjâ) es un término utilizado para referirse a las manifestaciones de devoción y adoración a deidades a través de reverencias, ofrendas y canticos ya sea en entornos domésticos o festividades.

Referencias

Santôka (18 de mayo de 2008) 私を語る「消息に代えて」[Sobre mí (Respuesta a una carta)]. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/48267_31582.html La traducción es nuestra.

Santôka (16 de septiembre 2014) 「蜂の子」草木塔. [“El niño del cuenco” en Pagoda vegetal (selección de haikus)]. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/749_34457.html La traducción es nuestra.

Febrero 2024

CONSTRUIR

 

Por la mañana,
Cuatro hongos en el musgo.
Felicidad.

 

DECONSTRUIR

Kotodama es antigua palabra japonesa que quiere decir algo así como “el espíritu o alma de las palabras”.  O bien “la fuerza vital y sobrenatural o mágica que tiene la palabra”.

En la literatura oral del Japón prehistórico era una noción fundamental en la creación y recitación de las antiguas canciones o poemas, plegarias, conjuros, etc. El historiador japonés Jinichi Konishi atribuye a esta noción de kotodama la importancia de la vocalidad en la antigua poesía japonesa, en el waka, el venerable ancestro del haiku. Yo, dentro del cajón de mi ignorancia, atribuyo a kotodama no solo la supervivencia del kigo, la palabra alusiva a la estación del año usada en el haiku japonés, sino también la sacralidad de su espíritu. El kigo es pues, para mí, una especie de kotodama fosilizado, el vestigio de una realidad poética en uso hace dos mil o mil quinientos años en Japón, el residuo de una concepción animista de la naturaleza.

Estos días hablo e investigo sobre kotodama a causa del curso presencial que estoy impartiendo en Casa Asia de Madrid a un grupo de doce estudiantes. Un curso sobre Poesía Japonesa Clásica y Moderna. El profesor Konishi va más allá e indica que el kotodama es, además, responsable del proceso de reducción silábica de la poesía japonesa: desde el waka con sus treinta y una sílabas al moderno haiku con solo diecisiete. En el primer volumen de su Historia de la Literatura Japonesa que trata de la edad arcaica y antigua de Japón señala: «A lo largo de los siglos, los versos de la poesía japonesa han evolucionado hacia formas más breves .  .  .  Una razón de este desarrollo puede ser que la profusión de palabras es, como mínimo, tabú a la belleza animista. Se sabía que el kotodama producía efectos inesperados y que no debía debilitarse abusando de él .  .  .   El haiku sigue conmoviendo al pueblo japonés  y es más que probable que su emoción esconde en sus entrañas una conciencia animista que data de tiempos prehistóricos».

    Cuando en un haiku incluimos un kigo, estamos, sin saberlo, tendiendo un puente hacia el terreno brumoso y mágico, pero real, del kotodama. Y al hacerlo así, infundimos vida nueva a la conciencia de la sacralidad de la naturaleza.

    El haiku de este mes de febrero de 2024 bien pudiera ser un haiku de Año Nuevo (de hecho, según el calendario lunar del viejo Japón, el año nuevo empezaba la segunda semana de febrero). Porque aporta frescura y buenos auspicios. Las dos palabras del segundo verso “hongo” y “musgo” forman el kigo: son mi invocación al kotodama (perdón, solo se puede invocar en voz alta).   El número “cuatro” proporciona inmediatez, concreción. Los números pequeños prestan cierto encanto al verso. Masaoka Shiki tiene un bonito haiku con números:

四五本の
柳取りまく
小家かな

Shigohon no
Yanagi torimaku
Koie kana

Son cuatro o cinco
Los sauces que rodean
A una casita

¡Que seamos felices en el Año Nuevo, con esa inmensa dicha que parecen irradiar los cuatro minúsculos hongos tan vivos sobre el mullido tapiz de musgo de una piedra cualquiera! (Incluyo foto).

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Febrero 2024

Les saludo desde un Santiago rodeado de cerros y montañas que encierran el calor estival.

En este primer año, el plan para la columna es revisar las divisiones que se aplican al kigo, tanto estacionales como temáticas. Pero para que además nos acompañe poéticamente durante el año, dividí estos temas de forma que los vayamos viendo al paso de las estaciones. Por lo tanto, cada tres meses analizaremos las estaciones, y entre medio veremos las categorías.

Muchas veces se considera el haiku como una expresión artística casi espiritual, pero la verdad es que, sobre todo en su variante clásica o tradicional, es un estilo poético muy exacto y puntual, casi milimétrico en cuanto a su precisión espacio temporal. Por ejemplo, “居待月 imachidzuki” es un kigo de mitad de otoño y significa “luna de la noche del décimo octavo día del octavo mes (del calendario lunar)”. Cuando alguna vez compuse un haiku con este kigo, un señor japonés me indicó su sorpresa de cómo una extranjera podía utilizar una palabra tan compleja en cuanto a su significado, siendo que a los mismos japoneses les costaba. Por otra parte, y sólo por argumentar, es interesante notar que este kigo tiene 5 sonidos; ¿cómo indicar esa riqueza de contenido en la misma cantidad de sílabas en español? Personalmente, creo que sería una tarea monumental. Comencemos, pues, nuestro camino hacia la profundidad de este bosque de significados que es “El mundo del kigo”.

Las estaciones del año son la primera gran clasificación en el kigo, de hecho, esta palabra está compuesta por los kanjis de “estación 季” y “palabra 語”. Estas estaciones son primavera, verano, otoño, invierno y Año Nuevo. Las cuatro primeras se dividen, a su vez, en kigos que representan toda la estación (三 san), que se pueden utilizar para componer haiku durante todo el período, y los que indican el comienzo (初 hatsu), mitad (仲 chuu) y fin (晩ban) de cada ciclo estacional. El Año Nuevo, por su parte, se divide en el fin del año viejo (暮 kure) y el nuevo año (新 shin). Dentro de cada una de estas subdivisiones encontraremos, además, las siete categorías, las cuales comenzaremos a conocer en profundidad a partir del próximo artículo.

Este mes nos enfocaremos en la primera estación del año, ya que el Año Nuevo está a caballo entre el fin de un ciclo anual y el comienzo del siguiente. Primavera o “春 haru / shun” se refiere al período comprendido entre “立春 risshun o el primer día de primavera” (alrededor del 04 de febrero) y el día anterior a “立夏 rikka o el primero del verano” (alrededor del 06 de mayo). Todavía hace frío y las camelias comienzan a florecer.  En la actualidad, el comienzo del verano es a inicios de junio, antes de que comience la temporada de lluvia o 梅雨 tsuyu, pero en el mundo del haiku ya es verano en mayo. Sus divisiones son “三春 sanshun o tres primaveras”, indicando el período completo; “初春 shoshun o inicio de primavera”, va desde el primer día de primavera o risshun al día anterior a “啓蟄 keichitsu o despertar de los insectos”, alrededor del 06 de marzo; “仲春 chuushun o mitad de primavera”, y que comprende desde el ya mencionado keichitsu hasta el día anterior a “清明 seimei o puro y claro”, alrededor de 05 de abril; y por último, “晩春 banshun o fin de la primavera”, desde seimei al día antes del inicio del verano o 立夏 rikka el 06 de mayo aproximadamente. Dentro de cada uno de estos intervalos tenemos kigos que se clasifican en “時候 jikou, estacional”, “天文 tenmon, astronomía”, “地理 chiri, geografía”, “生活 seikatsu, vida cotidiana”, “行事 gyouji, eventos”, “動物 doubutsu, animales” y “植物 shokubutsu, vegetación”.

Como se puede apreciar, si se quiere componer haikus en estilo tradicional, se requiere de mucho estudio. Una herramienta indispensable para todo buen haijin es un saijiki o diccionario de kigo con ejemplos de haiku, o un kiyose, que es también un diccionario, sólo que no trae ejemplos. Incluso si se quiere componer haiku en estilo moderno, saber de kigo e incluso utilizarlos, ayuda muchísimo ya que nos da un marco referencial sólido en el cual situar nuestro poema.

Luego de toda esta teoría, los dejo con algunos haikus para que vean los kigos en acción. Elegí para este mes kigos que pertenezcan al período que abarca toda la primavera (三春 sanshun) y a inicio de primavera (初春 shoshun).

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Kigo 東風 kochi, viento del este, viento primaveral. Este es un 子季語 kokigo, o variación.

Período 三春 sanshun, toda la primavera.

Categoría 天文 tenmon, astronomía.

Nishigami Tomi

スカートの襞こまやかに桜東風

sukaato no hida komayaka ni sakura kochi

tiernamente en los pliegues de la falda el viento del este con cerezos

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Kigo 遅日 chijitsu, largo día de primavera. A medida que la primavera avanza el sol se pone cada vez más tarde.

Período 三春 sanshun, toda la primavera.

Categoría 時候 jikou o estacional.

 

Kou Chinatsuko (1945 – 2007)

牛の背ににはとりの乗る遅日かな

ushi no se ni niwatori no noru chijitsu kana

largo día de primavera en que la gallina anda a lomos de la vaca

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Kigo 春めく haru meku, ser como primavera, mostrar signos de primavera. De acuerdo con el calendario, la primavera comienza en 立春 risshun o el primer día de primavera (alrededor del 04 de febrero), pero con esta palabra se indica el ser consciente de la primavera en el sentido real, sentir la llegada de la estación.

Período 初春 shoshun o inicio de primavera.

Categoría 時候 jikou o estacional.

 

Iida Dakotsu (1885 – 1962)

風荒れて春めくといふなにもなし

kaze arete haru meku to iu nani mo nashi

viento tormentoso, no hay nada como la sensación de la primavera

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Espero disfruten de estos primeros pasos en el camino de “El mundo del kigo”, por mi parte estoy muy emocionada de caminar junto a ustedes. ¡Nos vemos en el próximo artículo!

La lluvia empapándome la ropa

La lluvia empapándome la ropa

En esta entrada quisiera hacer una recopilación de haikus que tengan hosomi. Entendemos esta cualidad de hosomi como los rasgos que, sin ser inherentes a una realidad, esta pasa a incorporarlos como suyos (se contagian de esos rasgos) y pasan a formar parte de ella (vid. serie “Bashô”, §2.º Apariencia, Mavi Porras, El Rincón del Haiku, sección Debates). Me gustaría revisar algunos haikus para disfrutar del hosomi que en ellos se percibe.

En primer lugar, el propio concepto de hosomi, entendido como transferencia de rasgos, necesita de dos o más realidades distintas para que tenga lugar. Las cualidades transferidas tienen generalmente un carácter fluido que discurre en el espacio, de modo que la contigüidad entre elementos confiere al uno los rasgos del otro. Quizá esa sea la razón por la que los haikus cuyo hosomi se percibe antes sean aquellos que apelan al sentido del tacto, pues la piel es la primera barrera sensorial que separa una realidad de otra:

Atardecer –

Sumerge la cabeza

un flamenco1

 1 flamenco: Ave perteneciente al género Phoenicopterus

En este haiku, el aware principal pasa por que el flamenco se refresca metiendo la cabeza en agua, de cuyo frescor disfruta. Por tanto, este frescor intrínseco del agua deviene un rasgo del flamenco; una cualidad prestada, pero ya suya, al mismo tiempo. El hosomi no tiene que ser explícito para poder disfrutar del aware. Otra experiencia similar, más clara aún, es la siguiente:

A la intemperie

La lluvia empapándome

la ropa

En este haiku vemos, por así decirlo, un hosomi doble: la lluvia calando en la ropa del haijin, a la cual confiere humedad y empapamiento; por otro, esa misma ropa, en contacto con el cuerpo, está calando al haijin. Hay, por tanto, una cadena de elementos (lluvia-ropa-cuerpo) por las que las cualidades intrínsecas de la lluvia van discurriendo. Si la ropa se hubiera presentado ya con la cualidad de empapamiento, como rasgo propiamente suyo (futoki mono), sin efecto mediador de la lluvia, habría un solo hosomi: el calado de la humedad en el cuerpo. No censuramos, en este caso, el uso pertinente del dativo simpatético me (superfluo como complemento indirecto según la norma actual), pues añade el eslabón cuerpo a la cadena de hosomi sin sobrerrepresentar excesivamente el yo.

También encontramos haikus donde el haijin se contagia del helor del aire, en la línea de los anteriores:

Un aire frío

entra en los pulmones –

Los petirrojos…

No es descabellado, por tanto, suponer que la mayor parte de los haikus con hosomi vengan motivados por una percepción táctil que incide directamente en las realidades de los polos. Sin embargo, hay también una minoría de haikus que notan relaciones de transferencia apelando al resto de sentidos, como por ejemplo:

El agua

de remojar los garbanzos.

Cantan las chicharras

Este haiku es excepcional porque, tras varias relecturas, vemos vibrar el agua del cuenco con el canto de las chicharras. La vibración de estos insectos, necesaria para el canto, se transfiere al agua y a los garbanzos. Los garbanzos también se moverán, pero a la autora, en este caso, le ha conmovido la fluidez del agua moviéndose al compás de las chicharras y la relación potentísima que el mundo establece entre ambos elementos. El mundo de este haiku se entreteje en una urdimbre de hosomi mecánico: el agente que se transfiere entre realidades es el movimiento.

 La bolsa del mandado

en el pasillo –

Los nanches2 de ayer

 2 nanche: Méx. Fruto de la especie Byrsonima crassifolia

 Concluyendo la entrada con este haiku, vemos que el hilo conductor de este haiku magistral es un hosomi olfativo: la bolsa se impregna del olor de los nanches. Es más, la relación entre ellos excede la dimensión del momento: el asombro motivado por el hosomi nanches-bolsa es fruto de un contacto que se sigue percibiendo el día de después. Poco más puedo aportar con este comentario a la genialidad del autor, dueño de una sensibilidad extraordinaria, salvo quizá el hecho de darle las gracias por permitirnos vivir estos momentos tan sumamente impactantes. Los recién neófitos podrán encontrarlo insignificante; para los restantes ―todos los haijines seremos siempre neófitos― no deja de ser un regalo para los sentidos.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Gorka Arellano, Idalberto Tamayo, Gorka Arellano, Mavi y Jorge Moreno).

El tiempo de los dioses

Comienza un año nuevo y renace, contra toda esperanza, el sueño mítico: la armonía de cielo y tierra evocada por Shiki en un célebre haiku. Recordamos la palabra creadora del Génesis, y recordamos la leyenda de Amaterasu: la diosa del sol, enfadada y temerosa de su propio hermano, se recluye en su cueva celeste, dejando al mundo sin calor y sin luz. Ochocientas divinidades fracasan en el intento de convencerla para que salga de la cueva, hasta que Uzume, diosa de la alegría y del baile, inicia una danza lasciva que provoca el aplauso y las risas de los demás dioses. Picada por la curiosidad, Amaterasu entreabre la puerta de la cueva y ve su rostro en un espejo de bronce que habían colocado a la entrada, Deslumbrada por su propia luz, la diosa sale al exterior, los dioses cierran la puerta tras ella, y el sol vuelve a brillar sobre la tierra.

                El día de Año Nuevo ha generado todo un “corpus” poético en el calendario estacional del haiku.  Los poetas valoran el primer sueño -sobre todo, si se sueña con el Fuji o con un halcón-, expresan su alegría, su decepción o su sorpresa. A Yayû no le importa que la gente pise la nieve. Ichiku introduce una percepción sutilísima cuando dice: “día de Año Nuevo / qué lejos me parece / el día de ayer”. Sin embargo, Issa ve que el montón de basura parece el mismo, y Hôrô muestra su desencanto: “tanto esperar, ¿y qué?: / un día más…” El fin de año tiene un toque de quietud y de melancolía: Issa nos ofrece la estampa del gato sentado ahí, como uno más de la familia. Rotsû, el mendigo, expresa su soledad y desamparo, porque todos reciben regalos, pero nadie se acuerda de él.  Y Buson recuerda, nostálgico, al maestro: “se fue Bashô / y yo sigo inmaduro / y acaba el año” … Serenamente se celebra la sucesión de la estaciones -cerezo, cuco, luna y nieve- y se medita en la fugacidad de la vida.

                El tiempo mítico persiste y reaparece en una leyenda muy nuestra: la del monje y el pájaro. Un monje medita en el misterio de la eternidad y en la duración del paraíso, se dirige hacia el bosque y de pronto escucha el canto de un pájaro junto a una fuente, pierde la noción del tiempo -pasan 300 años- y saborea el tiempo sin tiempo del paraíso. Una versión sitúa la leyenda en el siglo X, protagonizada por Virila, monje del monasterio navarro de Leyre. En otra versión, el protagonista es el monje Dom Ero, fundador del monasterio pontevedrés de Armenteira, que después aparece en la Cantiga 103 de Alfonso X el Sabio. A este tema dedicó el sabio gallego Xosé Filgueira Valverde su tesis doctoral “Noción del tiempo y gozo eterno en la narrativa medieval”. Otras leyendas, como la de “Los siete durmientes de Éfeso” o la de “Margarita la tornera”, ahondan en el enigma del sueño del tiempo o en la amorosa suplantación que la Virgen María hace de la monja raptada.

                Y llegamos a la música, “esa misteriosa forma del tiempo” -como la define Borges en su “Poema de los dones”-. También en los tiempos sombríos es posible cantar. Y aquí está, como un regalo inmenso, en la incomparable voz de Mahalia Jackson, una canción que nos habla de que hay un tiempo para cada cosa, “The green leaves of Summer”, las hojas verdes del verano.

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Enero 2024

CONSTRUIR

En luna llena,
lejos, unos ladridos.
Final de año.

 

DECONSTRUIR

El haiku que presento estos días finales del año tiene, como todos, una historia, es decir, unas circunstancias de composición. Fue una historia feliz porque acabó en haiku. Pero también tuvo otra historia infeliz porque fue el resultado de un haiku malogrado. O no. Cuento ambas historias.

Este haiku lo compuse hace cuatro o cinco días, un 24 o 25 de diciembre. Era la hora del crepúsculo, el momento mágico para componer haikus, entre dos luces, cuando, como casi todos los días, salgo a pasear cerca de mi casa, por caminos rurales bordeados de castaños y robles, en el Real de San Vicente donde paso estos días. En el trayecto de vuelta, ya de bajada, veía el disco luminoso de la luna elevarse por encima de la Cabeza del Oso. Pero el día en que compuse este haiku no salí de paseo para disfrutar viendo la luna, sino porque, por estas fechas y a esa hora en que llega la noche, casi siempre oigo el ulular del búho. Dicen que se trata del búho real, que habita por estos parajes. Y tenía la esperanza de que su canto lejano, lúgubre, uuuuhh, uuuhh, me sirviera para componer un buen haiku.

   Tal fue mi deseo durante el paseo de esa tarde. Pero esa tarde, casualmente, no oí al búho. Decepcionado, pensé:

Sale la luna,
Pero no canta el búho.
Final del año.

Menos, tal vez, poético, que el ulular del búho,  el ladrido de algún perro, muy lejano, sí que llegó a mis oídos esa tarde noche. ¿Cuál de los dos haikus os parece mejor, o menos malo? ¿Será cuestión de estéticas: es más hermoso el canto del búho que el ladrido de un perro? ¿O cuestión de lo que fue, lo que se oyó, comparado con lo que no se produjo (pero que podemos imaginar)?

    Los dos haikus, eso sí, expresan, sin saber yo muy bien porqué,  el misterio de la vida, la perplejidad de la conciencia humana ante el paso del tiempo.

    Un año más se acaba. Pero los perros siguen ladrando como si nada, los búhos siguen sin ulular cuando esperamos que lo hagan, la luna sigue saliendo. Y el haijin sigue columpiándose en diecisiete sílabas para lanzar su canto al aire.

   Ah, una nota publicitaria para algún lector que viva en Madrid o cercanías. Desde el 16 de enero del nuevo 2024, todos los martes, hasta mediados de agosto, imparto un curso presencial en Casa Asia de Madrid (información en la web de esta institución. Inscripciones abiertas hasta el 10 de enero). Se titula: «Poesía clásica y moderna de Japón». Y, ciertamente, habrá en él una sesión dedicada a esta extraña pasión nuestra: al haiku. Por esta razón, por su relación directa con nuestra pasión,  me tomo la libertad de mencionarlo aquí.

  Uno año rico en haikus deseo de todo corazón a los lectores de El Rincón.

Presentación. Enero 2024: Comenzar

Presentación

Hace 8 años atrás, apenas siendo una estudiante de japonés inicial, descargaba de un sitio sospechoso El monje desnudo de Taneda Santôka. Me acuerdo que lo leí completo una madrugada de enero en la que el calor no cedía. Después de esa lectura de un tirón y en caliente, iba y volvía entre los haikus: buscaba los kanjis que entendía, arriesgaba traducciones novatas y creaba hipótesis con los dobles sentidos que se originaban entre la falta de corte del verso y los kanas. Es cierto, que castellano de esa traducción no era el mío. Muchas veces necesitaba recomponer la traducción a mi español argentino, incluso al de mi provincia natal, Santiago del Estero, donde conjugamos en otro tiempo verbal y, a veces, usamos algunas palabras en dialecto. Así, el ejercicio de “traducir” haiku, de deslizar los sentidos entre lenguas y ensayar hipótesis que destejan el universo simbólico japonés ha estado conducido principalmente por los haikus de Santôka.

Esta columna está dirigida a un público de habla hispana en general. Sin embargo, lo que quiero expresar con las palabras anteriores es que algunas traducciones pueden sonar extrañas. Cuando interpreto y hago el pasaje de una lengua a otra, me permito ciertas libertades con la intención de capturar el efecto haiku o, parcialmente, el mensaje de los fragmentos de diarios u otros escritos que quiero compartirles.

En el caso de los haikus, en particular, a veces los van encontrar acompañados con comentarios que no solo se relacionan con mi interpretación (una entre muchas posibles), sino también con la aclaración de algunos términos. No obstante, a aquellos que conozcan el japonés, los animo a intentar visualizar las imágenes desde la lengua original. Aunque puede que no cause el mismo impacto que en los corazones nativos, creo que en demora de la lectura. Una demora necesaria para imaginar una traducción instala un tiempo clave para ejercitarnos en el camino del haiku: dar precisión a los significados de las palabras, a veces difuminarlos, poner en juego nuestra intuición, captar posibles desvíos de sentido, pero siempre bajo un trazo conectado con un sentido más literal y determinado por ciertos contextos, entre otras tareas. Estas configuran la imaginación poética necesaria para acercarnos al universo poético de cada haijin y, a su vez, reencontrarnos con el propio. Leer haikus no es simplemente un camino de ida hacia el universo del haiku en japonés, sino más bien un camino de vuelta hacia la reconfiguración de nuestra imaginación sobre él.

Dicho esto, con esta columna quiero presentarles y comentar traducciones de haikus inéditos, así como también editados, y ofrecer fragmentos de los diarios y algunos ensayos de Santôka. Creo que desde las primeras traducciones de Vicente Haya, con las antologías El monje desnudo y Saborear el agua, Santôka se ha vuelto uno de los poetas del haiku más admirados, tanto por lectores experimentados como por aquellos menos familiarizados. Poeta y monje zen, que viajaba a pie por Japón, recuerda un poco al maestro Bashô, pero a su vez sus haikus expresan su carácter decadente y desprolijo, características que lo volvieron muy atractivo en los últimos años. Sin embargo, en esta columna quiero ofrecerles una figura de Santôka más amplia a través de traducciones y comentarios. Sabemos que fue monje zen, pero le parecía una hipocresía serlo, y fue arrestado muchas veces por no parecerlo. Sabemos que bebía sake a la luz de la luna de otoño, pero no sabemos realmente que era un alcohólico. Sabemos que fue un gran admirador de las sutilezas de los caminos, pero tal vez no sepa que era profundamente crítico con la sociedad y los efectos de la guerra. Sabemos que pregonaba los ideales de estar en armonía con la naturaleza, pero desconocemos el malestar existencial que motorizaba la travesía de este poeta que caminó sin destino y sin fin casi hasta su muerte.

Ir sin fin se trata de un viaje que durará un año pero que no tiene ningún fin ni destino. No buscaré la rectilínea coherencia sino explorar recovecos, tocar las paredes de los callejones sin salida y perderme en los laberintos de la lectura del haiku. Quisiera con esto responder a la búsqueda de Santôka: viajar como él viaja, vagando de aquí allá liberada de las obligaciones que corresponden a la demostración de una hipótesis.

Junto con los lectores, quisiera que, al igual que Santôka, nos expongamos a la intemperie de la naturaleza, que en nuestro caso es la naturaleza de otra lengua. Para mí, esto implica ir sin fin: reflexionar, deconstruir y reconstruir la escritura de Santôka desde lugares alternativos, pero no menos críticos, con traducciones cuestionables, pero no menos dedicadas. Esta columna busca conciliar una investigación extensa con mi propio entusiasmo poético.

Enero 2024

Verano
Córdoba, Argentina

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「...道は前にある、まっすぐに行こう、まっすぐに行こう。」

michi wa mae ni aru, massugu ni ikou, massugu ni ikou.

El camino está por delante, ve recto, ve recto.

La ilusión del comienzo es puramente antrópica. Iniciamos el año porque dividimos el tiempo en porciones de meses que organizan las variaciones climáticas o, alternativamente, en los ciclos lunares y la llegada de un nuevo animal que, se cree, marca la tendencia cósmica. Empezamos un viaje con un boleto de ida y lo finalizamos con uno de vuelta. Organizamos el tiempo más allá de la noche y el día. Sin embargo, ¿es posible comenzar a describir una poética desde el principio?

Cuando intentamos determinar la génesis de una forma poética o la poética (en términos de la creación poética) de un autor, siempre encontramos afirmaciones que parecen ser la “base” o “los principios” que desmienten cualquier otra que quiera reemplazarlas. Decir: aquí se escribió el primer haiku, aquí se convirtió el poeta, sería en vano. No solo sería inútil porque no podríamos verificarlo «a ciencia cierta», sino porque siempre otro acontecimiento se impondrá sobre el anterior.

Algo similar sucede con las críticas biográficas: las referencias a la trayectoria personal solo verificarían ciertos contextos de producción y, aunque una vida comienza y acaba, tiñe de matices la escritura. Suelen tener un carácter testimonial y, aunque pueden contribuir a la interpretación de la información del haiku, no influyen demasiado a la hora de determinar la fuerza poética de la escritura.

Entonces, si hay un comienzo, este se encuentra en media res, en el medio de toda la escritura. El subtítulo de la traducción que quiero compartir hoy da una idea general de esta forma de “comenzar”. El subtítulo es 「扉の言葉」 tobira no kotoba, “Palabras en la puerta de entrada”. Una interpretación rápida podría pensar que el texto que acompaña al subtítulo funciona como un prefacio. Sin embargo, creo que la interpretación debe dirigirse hacia otro lado. En primer lugar, porque este fragmento es extraído de en medio de sus diarios de febrero de 1933, pero también porque en lugar de funcionar como prefacio, el texto presenta una especie de ley vital. El breve texto inscribe los haikus de Santôka bajo dos ideas. Por un lado, la composición poética del haiku como camino, 俳句道haiku-do, donde se inscribe una ética: ir recto por el camino significa estar presente a cada paso. Ir por el camino que se tiene por delante sin punto de partida ni de llegada, un viaje sin auto-destinación sino determinado por la pura voluntad de ir, tal como escribe en la primera entrada de su segundo viaje en 1930:

9 de septiembre 1930.
De nuevo en marcha. Una vez más me doy cuenta de que en realidad no soy más que un monje mendigo. Así, comienzo otro viaje. Voy a caminar tanto como pueda, iré lo más lejos que pueda ir. (Santōka, 2003, p. 31)

Por otro lado, la del camino de la composición poética del haiku en un sentido material: el haiku que se hace al caminar, que se sirve de las sutilezas del entorno que acompañan ese tránsito. Esta es la poiesis de Santôka: la hierba al borde del camino, la alondra que canta al alba, las flores y luciérnagas que anticipan la llegada a un pueblo o ciudad, o el cielo que deviene su compañero de viaje.

*Camino
Palabras en la puerta de entrada

Hace mucho tiempo, mientras mendigaba en la región de Hyuga, me sucedió algo extraño. Era una tarde soleada de otoño, me habían invitado una comida humilde en una taberna de las afueras de una ciudad. Me había levantado el ánimo pero seguía hambriento así que caminé en dirección a mí posada. De improviso un hombre se detuvo frente a mí: parecía de mediana edad, era delgado y pálido. Su rostro me pareció algo nervioso.

— ¿Eres un monje zen? … Dime ¿dónde está mi camino? —

— El camino está frente a ti, camina recto. —

No sé si me estaba probando con una pregunta en el camino, pero de todos modos, parecía satisfecho con mi respuesta inmediata, así que seguí por el camino que estaba frente de él.

“El camino está delante, ve recto.”  Esta es mi creencia. No tengo la habilidad para verificarla, pero creo que esta frase sugiere un sentido que tiene algo de cierto-

Creo que el camino de composición del haiku es igual relevante que la composición como un camino. Los elementos necesarios para un haiku están en todas partes, la clave está en cómo capturarlos. En otras palabras, se trata de cuánto y cómo puedes apreciar la naturaleza. La expresión del estilo, la composición de las circunstancias del haiku, la aparición de patrones formales y los cortes del verso dependen de esta capacidad.

“La mente en calma es el camino”, abogaba el monje Jôshû Jûshin. El viejo Buda Sakyamuni proclamaba: “Cuando sirvan té, toma té; cuando sirvan arroz, come arroz”. Por supuesto, esto se entiende a través de la lógica conceptual de: “La montaña no es montaña, el agua no es agua” que vale tanto como “La montaña es una montaña, el agua es agua”. Una hierba es simplemente una hierba, y eso es la budeidad. ¡Saludo al Buda de la hierba!

El camino no es buscar lo extraordinario, sino practicar lo ordinario. Del aprendizaje gradual viene la trascendencia directa. Al saltar de la matriz nos hundimos en la profunda contemplación.

En fin pulir un verso es pulir el ser humano, el resplandor de un humano se convierte en el resplandor de un verso. Sin el humano no hay camino, sin el camino no hay humano.

El camino está frente a ti, ve recto, ve recto.

*Entrada 389 del sexto volumen de Gyokotsu no nikki, fechado el 28 de febrero de 1933

Referencias

Santôka (19 de mayo 2008) 道〔扉の言葉〕[Camino: palabras en la puerta de entrada].  Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/48262_31577.html La traducción es nuestra.

Santôka (2003). For all my walking. Free-verse Haiku of Taneda Santōka with Exerpts from His Diary [Introducción y traducción de Burton Watson]. New York: Columbia University Press. La traducción es nuestra y ha sido cotejada con el original en japonés.

Presentación. Enero 2024

¡Feliz 2024! Les saludo desde un Santiago de Chile que ya sufre los embates de los incendios forestales, a pesar de estar en primavera aún. Efectos del calentamiento global, resultado de nuestras acciones descuidadas con el mundo que nos acoge, que afecta el progreso de las estaciones, las temperaturas y la vida en general.

Con el sonido del ventilador de fondo ―no porque tenga calor, sino para aliviar el humo que me ahoga― reflexiono que, por extraño que parezca, esta nueva columna que comienzo con este artículo me llevará a pensar ―y los llevaré conmigo― precisamente en las estaciones; cómo estas se manifiestan, cómo las percibimos, las vivimos y son reflejadas en la literatura. Y que si queremos comprender y disfrutar mejor esa literatura, debemos entender más profundamente ese vínculo.

Llevo 17 años trabajando como profesora de idioma japonés, y ocho enseñando literatura clásica japonesa. Ambos trabajos están intrínsecamente relacionados, de hecho, uno le dio origen al otro, por lo que siempre están presentes ambos en mi labor, ya sea en el aula, escribiendo o traduciendo. Tal vez sea dicha experiencia la que ha fomentado mi interés en la poesía clásica japonesa, ya que esta es un perfecto ejemplo de cómo el mundo lingüístico y literario se nutren y codependen el uno del otro al punto de convertirse en arte. Los estilos clásicos de lírica nipona no sólo se ajustan a la definición de Coleridge de que “poesía son las mejores palabras en el mejor orden”, sino que el uso de ellas estaba pensado, desarrollado y reglamentado a un nivel tal, que su manejo en sí era gran parte del proceso de convertirse en un artista en las letras.

Específicamente en el haiku clásico, muchas de sus reglas tenían que ver, precisamente, con el uso del vocabulario, como por ejemplo, los casos del kireji y el kigo. Y es en este último que me centraré en esta nueva columna, a la que, después de mucho pensar, decidí darle el sencillo y directo nombre de “El mundo del kigo”. Mes a mes introduciré un aspecto de esta técnica poética, y tras la parte más teórica presentaré también haikus ―traducidos por mí― que muestren ese aspecto del kigo, por lo que, además de comprender mejor la complejidad de estas “palabras estacionales”, puedan disfrutar de bellos poemas. Así que ¡bienvenidos a “El mundo del kigo”!

Cuando se habla del haiku es inevitable mencionar el kigo y explicar que es la palabra estacional que debe contener cada poema, cuando menos en el caso del haiku tradicional. Y si se requiere mayor claridad, usualmente se dice que con “palabra estacional” nos referimos a una que indique en qué estación del año está situado el haiku. Luego nos deleitamos con algunos ejemplos, como 桜 sakura, cerezo = primavera, o 短夜 mijikayo, noche corta = verano. Pero al profundizar un poco más nos encontramos con que el asunto es mucho más complejo. Basta con revisar un saijiki o kiyose, diccionarios de kigo, para notar que las palabras no sólo reflejan una estación en particular, sino que hay categorías de ellas, ej.: eventos, astronomía, plantas, etc; que no cualquier palabra que retrate un momento del año es un kigo, que algunas se utilizan hace siglos, y otras, más recientemente, y que las razones para ser incluidas varían entre literarias, históricas, de costumbres, u otras. Las mismas estaciones reciben un tratamiento más detallado de lo que se podría pensar. No son simplemente cuatro estaciones, sino que, a su vez, se identifica su inicio, apogeo o declive, y, yendo aun más allá, se dividen en micro estaciones que representan la progresión de los cambios estacionales. Toda esta especificidad podría hacer creer que mata la creatividad, o que, cuando menos, la restringe significativamente. Personalmente pienso que, al contrario, ayuda a prevenir el bloqueo creativo. El haijin ya no se enfrenta a la temida página en blanco, ya sea literal o figurativa, sino que tiene algo de donde partir, una especie de base, de punto de origen que le da el puntapié inicial en la composición. Por supuesto, esto implica también estudiar, investigar, aprender mucho vocabulario, o consultar asiduamente un diccionario de kigo, pero precisamente, es esa práctica lo que ha mantenido viva mucha de la tradición literaria, lingüística, social e histórica que, de otra forma, se habría perdido en las vueltas y cambios de los siglos. Visto desde una mirada extranjera, aunque alguien podría decir que leerá los haikus traducidos, o que sólo quiere componer poemas propios en su lengua que no es la japonesa, creo que es igualmente importante conocer y comprender mejor el funcionamiento del haiku en japonés, ya que, a fin de cuentas, es un estilo poético originario de Japón, y por lo tanto, sólo si nos hacemos familiares con él podemos apreciarlo en su belleza y complejidad, o tratar de replicarlo.

Para este primer artículo he elegido un kigo de Año Nuevo: “新年 shin nen o nuevo año”, que pertenece a la categoría estacional, con las variaciones 年新た toshi arata = el año comienza, 新玉 aratama = joya sin pulir, 年始め toshi hajime = el año que comienza, 年立つ toshi tatsu = el año que pasa, 年迎ふ toshi mukau = el año que viene o recibimos, 来る年 kuru toshi = el año que viene, 年明く toshi aku = año brillante o luminoso (por el nuevo amanecer), y 年改まる toshi aratamaru = el año que cambia o el año que comienza. A pesar de la simplificación en la vida moderna respecto a muchos rituales relacionados con esta fecha, todavía tiene una atmosfera solemne y un lugar importante en la vida de los japoneses. Aunque generalmente se le llama “新春 shin shun o nueva primavera”, de acuerdo con el calendario solar ―el Gregoriano es uno de ellos y fue adoptado por Japón a partir de la Era Meiji (1868 – 1912) ― corresponde a mediados de invierno.

Los tres haikus que seleccioné representan diferentes situaciones que asociamos con este importante momento del año: resoluciones, nuevas energías, deseos.

 

Kuroda Momoko (1938 – 2023)

句を捨てゝしづかに年の改まり

ku wo sutete shizuka ni toshi no aratamari

botando el poema tranquilamente el cambio de año

 

Okada Nichio (1932 – 2022)

山に立ち山に礼して年迎ふ

yama ni tachi yama ni rei shite toshi mukau

parado en la montaña la saludo y le doy la bienvenida al año

 

Hoshino Bakukyuujin (1925 – 2013)

只の年またくるそれでよかりけり

tada no toshi mata kuru sorede yokari keri

sería bueno si este fuera un año común y corriente

 

Hago eco del sentimiento del último haijin: dado el contexto mundial, tal vez lo mejor que podemos desear es que este 2024 sea un año lo más normal, común y corriente posible.

Espero hayan disfrutado del inicio de esta nueva columna ¡Nos vemos en el próximo artículo!

Salutatio. Las manitas del gurí enrojecidas.

Salutatio

Decían los gramáticos antiguos que toda epístola tenía cinco partes: salutatio, captatio benevolentiae, narratio, petitio y conclusio. Rescato estos latinismos del baúl de la retórica porque me gustaría concebir esta sección como una comunicación fluida y dinámica entre el corazón de los lectores y el autor, como si fuera una suerte de conversación epistolar entre ambos. De las cinco divisiones anteriores, sólo querría mencionar dos de ellas: la salutatio, donde se exponían los temas que se iban a tratar, y la narratio, cuyo texto exponía los hechos epistolares.

Mi objetivo, mejor o peor conseguido, sería que esta entrada actuase como salutatio, y, las demás, como cuerpo de la narratio que la sigue. Sirva este preámbulo como presentación de esta sección, “Celebrar la vida”, cuyas entradas estarán basadas en haikus publicados por usuarios del foro “El Rincón del Haiku” durante el año 2023. A lo largo de dichas entradas intentaré que los haikus presentados emocionen a los lectores tanto como a mí durante el viaje que ha supuesto escogerlos, leerlos y vivirlos con sus haijines y los compañeros del foro durante su concepción y su pulido. Intentaré desarrollar ―aunque no prometo nada― sendos hilos conductores que vayan pasando tenuemente de un haiku a otro, sin otro objeto que el de resaltar la belleza intrínseca que poseen y disfrutar de los mismos.

Si algo de captatio benevolentiae hay en esta entrada, es justamente esa: todo el mérito de la sección recae en los verdaderos autores de los haikus y en los compañeros que los trabajaron, no en mí. Yo únicamente puedo enmudecer y asentir ante la grandeza del mundo que ellos plasman por escrito, y difundir, en la medida de lo posible, el haiku que ellos hacen. En fin, dejémonos de palabras y vayamos al meollo, a lo que importa de verdad: corramos prestos a celebrar la vida y el mundo con los haikus.

 

Las manitas del gurí enrojecidas

 Decía Matsuo Bashō que, para escribir haikai (haiku), había que buscar a un niño de un metro de altura. Ellos, los niños, son el último reducto de pureza en un mundo de adultos cada vez más deshumanizado; un mundo donde la polarización campa a sus anchas, la confrontación impera y la imposición triunfa. Los niños, por suerte, aún son ajenos a las diatribas de los adultos quienes, arrogantemente, olvidan lo más importante: vivir. Por esta razón, me gustaría dedicar la primera entrada de esta sección a los niños, con un claro propósito de Año Nuevo: aprender de ellos.

Con el paso de la niñez a la etapa adulta, nos volvemos indolentes al asombro que genera una experiencia por su cotidianeidad, y los niños han de venir a sacarnos del error recordándonoslo:

 Paseo campestre

Dice mi hijo: “¡cuidado!,

no pises las margaritas”

Para un niño, es inadmisible pisar una margarita. ¿Tiene derecho siquiera una persona, por importante y poderosa que sea, a destruir algo bello? La respuesta es tajante: jamás lo tendrá. Ellos son quienes nos deberían enseñar de nuevo a asombrarnos por todo lo que el mundo contiene, a vivir todas las experiencias como si fuesen la primera vez que las sentimos:

 

processionària –
li agafa la ma i diu:
iaia, iaia!

 

procesionaria –

le coge la mano y dice:

“¡yaya, yaya!”

 

Se palpa el miedo en el haiku anterior: el encuentro con una procesionaria por primera vez es, sin duda alguna, escalofriante y peligroso. El niño busca refugio en su abuela —benditas abuelas— , y ella se lo brinda con ternura.

Pocas cosas hay más fuertes que el amor que una madre siente por su hijo:

En sus brazos

le susurra al bebé

Claridad de invierno

Este haiku, rebosante de amor, es una estampa fidedigna de ello. Llama la atención en el haiku la disposición proxémica de los elementos: a nuestro entender, se presupone una madre que se encuentra en el exterior, disfrutando esa claridad brindada por un sol tibio de invierno. La madre siente la calidez del sol; y el bebé, la de su madre. La interrelación que se teje por la transmisión de esa calidez en cadena, que involucra los dos polos del haiku, dota a este de una atmósfera de hosomi bellísima. Por otro lado, el haiku también evoca, en cierto modo, la asociación inconsciente luz/vida, de gusto tan japonés.

Olor a leña –

Las manitas del gurí 1

enrojecidas

1 gurí, risa: 1. m. y f. rur. Arg. y Ur. Niño, muchacho.

En este haiku también está presente esa transmisión de calor, asociada a la vida casi por definición. No sabemos si el pequeño tenía las manos enrojecidas del frío, lo que motiva su acercamiento a la lumbre; o si es consecuencia de permanecer mucho tiempo junto a ella. En cualquier caso, ambas interpretaciones despiertan el mismo sentimiento: ternura.

Sin embargo, cuando los niños ya no conviven con nosotros, las propias casas cambian:

Noche de Reyes.

El silencio

de una casa sin niños

En este haiku de mu-i, el asombro viene precisamente por aquello que no está. Es costumbre cristiana preparar las botas frente al belén la noche de la cabalgata, que el madrugón sea obligado el día de la Epifanía en una casa con niños para abrir los regalos, y que los niños jueguen con ellos todo el día. La ilusión de los más pequeños, pletóricos de haber recibido los regalos, se contagia a todos los presentes. Sin embargo, los niños crecen, y en este haiku la autora se asombra del paso del tiempo; de cómo la vida va cambiando sin darnos cuenta, y el único testigo que queda es ese silencio que impera en la casa, desterrado al ostracismo cuando sus niñas eran niñas.

A otros niños, por desgracia, el mundo los golpea con una crueldad inusitada. El siguiente haiku, que no merece ser empañado por cualquier comentario de palabras vacías, debería remover la conciencia de cualquiera por su absoluta claridad:

Isla de Lesbos:

la marea volvió a arrastrar

el cadáver de un niño

 

Para concluir, espero que con esta breve selección hayamos conseguido parte del objetivo originario: aprender de los niños y vivir el mundo como si fuese siempre la primera vez. Intentemos, por todos los medios, no perder esa ilusión tan necesaria en la actualidad.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Idalberto Tamayo, mencs6, Idalberto Tamayo, Bibisan, Mavi y Vanni Fucci).