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01. Dōgen: Quién soy yo

Comienza aquí una serie de pequeñas reflexiones sobre la forma como históricamente el waka y el haiku fueron cultivados por personalidades budistas. Podríamos decir que, como resultado, el haiku clásico acabó muy empapado de la sensibilidad estética budista. Pero nada de eso tiene que ver con proselitismo. El budismo nunca fue una religión proselitista, los monjes no iban de casa en casa cosechando conversos. Sí ofrecían sus servicios (como rituales mágicos y funerarios) y daban enseñanzas a quien las pidiera. Esa es otra historia.

Los motivos de varios monjes budistas japoneses para escribir waka —y luego haiku— obedecieron más bien a sus intentos de expresar su comprensión de la enseñanza (en argot budista, el Dharma). Eso es lo que particularmente la tradición zen (desde sus orígenes en China) exige del discípulo: encontrar su expresión propia, con lo cual demostraría genuina comprensión. No puede quedarse en repetir como un loro sin saber de qué habla ni qué le dice la enseñanza a él mismo. De nada sirve convertirse en mero coleccionista erudito de textos y máximas si no se comprenden en la piel y en la carne, si no vibran desde la médula de los huesos. En fin, con todo esto también estamos diciendo que comprender el Dharma es comprenderse a sí mismo.

De hecho, así se pronunciaba Eihei Dōgen (1200-1253), maestro budista que llevó a Japón la casa Sōtō de la tradición zen. Es un curioso caso, pues en ocasiones instruía a sus discípulos que no se ocuparan de la poesía porque eso les distraería de su desarrollo espiritual. Sin embargo, él mismo compuso numerosas piezas de poesía, tanto de estilo chino como de estilo japonés. Y parece ser que su empleo del waka tendría más adelante un importante efecto en la expresión poética del haiku desde Bashō, cuatro siglos después.

Un lugar interesante para examinar esta faceta de su pensamiento es el poema que él mismo titula “El rostro original”, composición de tipo waka que sigue todas las reglas formales del género, pero al tiempo hace un curioso quiebre.

 

春は花

夏ほととぎす

秋は月

冬雪さえて

冷しかりけり

haru wa hana

natsu hototogisu

aki wa tsuki

fuyu yuki saete

suzushikari keri

Primavera, flores

Verano, el cuco

Otoño, la luna

Invierno, la nieve

es clara y fresca.

(Traducción propia, publicada en “La constitución de la subjetividad desde la interdependencia y los desafíos socioecológicos del siglo XXI: una aproximación desde Dōgen”. Theoría, n.º 41 (2021), p. 159)

“Rostro original” es una figura del zen que quiere decir “el rostro que tenías antes de haber nacido de tu padre y tu madre”. Es una manera de aludir a lo que somos antes de todas las determinaciones y descripciones con las que nos solemos identificar. El budismo zen es una tradición de profundo y radical cuestionamiento de la comprensión intelectual que solemos tener de nosotros mismos y de las cosas. No es que esas descripciones sean inútiles, pero no muestran quiénes somos y qué son las cosas. Pero entonces, ¿quiénes somos realmente? Al intitular el poema del modo que lo hace, Dōgen parece dar su respuesta a la pregunta.

Si es así, ¿por qué alude al paso del tiempo a través de las estaciones? En el poema no aparece el yo por ninguna parte, ni la pregunta “quién soy yo”. Aun así, podríamos afirmar que aparece en su modo de no aparecer. En su comentario sobre esta composición, Steven Heine afirma que una clave de su sentido es el adjetivo suzushi, que normalmente significa “fresco” y aquí describiría la nieve. No obstante, continúa, también se utilizaba típicamente en el género waka para evocar una persona tranquila, serena, capaz de mantener su calma en medio de los ires y venires de la vida (v. Heine, Steven. The Zen Poetry of Dogen. Tuttle, 1997, p. 33).

De manera que en Dōgen se encuentra una curiosa forma de contestar “quién soy yo”: primero desaparece de la escena aquel que pregunta, para luego aparecer. Y el medio a través del cual ocurre esta desaparición-reaparición es el entorno. El entorno nos muestra quiénes somos. Vale la pena detenernos más en este punto en nuestra próxima entrada.

La hora violeta

La expresión “entre dos luces” nombra, al mismo tiempo, la magia paralela del amanecer y del anochecer. Es la “hora violeta” o la “hora azul”, que muere cada tarde con la certeza de resucitar cada mañana. En julio de 1985, Peter Brook presentaba en el Festival de Avignon su versión del “Mahabharata”, una experiencia irrepetible que pudimos vivir durante toda una noche -desde el “crepúsculo del cuervo” hasta el “crepúsculo de la paloma”-, en la Carrière de Boulbon, una cantera abandonada, a orillas del Ródano. El alba parece más leve, más ligera. El atardecer, más lento, se resiste a entregarse en los brazos de la noche, enamorado de la gloria del día. Federico García Lorca observa, conmovido, “con qué trabajo tan grande / deja la luz a Granada”. La imaginación popular -que, en la vega granadina, llama “bueyes de agua” a las acequias de riego- ve el crepúsculo extremeño como una “bacasollá” (vaca desollada), metáfora en la que se destila lentamente la sangre de un sacrificio cósmico; o define esos cielos del atardecer como “candilá”, las llamaradas de una hoguera celeste que se transforma luego en “orihohco” -en castellano sería “orifosco”-, combinando tan bellamente la oscuridad y el oro…

    Los pueblos orientales suelen situar al Paraíso al oeste, quizá porque a ese lado del horizonte se despliega cada tarde el sueño más hermoso, la apoteosis de la luz que aviva, en lo más hondo del alma, la nostalgia del origen. Desde allí sopla el viento más profundo, y allí alcanzan su máximo esplendor las “maravillosas nubes” que amaban Baudelaire y Li Tai Po. La imagen del columpio sugiere en la India el ritmo cósmico de la salida y el ocaso del sol, la sucesión de las estaciones, el eterno ciclo de muerte y nacimiento, la relación armónica del cielo y de la tierra, como un eco de la mitología griega, donde las Hespérides son las horas de la tarde. La poesía arabigoandaluza evoca el perfume del alhelí amarillo, que “se despierta de noche, como los bandidos” y lo compara a “un amante bien educado que huye de mañana de su amiga, para acercarse a ella al atardecer” o a “un bebedor que abandona la copa de mañana por discreción y que, cuando viene la noche, se permite vino fresco”. Al anochecer, el nenúfar es “como un rey de Abisinia en una tienda blanca que, apercibiéndose de la oscuridad, cierra la puerta” …

          Bashô, el gran poeta japonés, se pone en camino, un día de otoño, para contemplar la puesta de sol en el santuario de Tenjin; ve un cuervo posado al atardecer sobre una rama seca, mientras se desvanecen los colores; siente el grito de los patos, ligeramente blanco, sobre el mar ya oscuro; adivina una senda que ya sólo recorre el crepúsculo. Otros poetas japoneses registran, en los tres versos esenciales del “haiku”, los infinitos matices de esa hora: el brillo de un murciélago que vuela de sauce en sauce; las sombras moviéndose sobre el biombo; un crisantemo que parece algo más alto; el viento del atardecer ondulando el agua alrededor de la garza; el ocaso de primavera suspendido en un charco…

            La naturaleza reserva para esa hora del atardecer algunas de sus más bellas metamorfosis. A esa hora se abren las gigantescas flores perfumadas de la “Victoria regia” o nenúfar del Amazonas, que es la mayor de las plantas acuáticas (esas flores, que en el crepúsculo son blancas, empiezan a teñirse de púrpura a medianoche, mientras se van cerrando…). Al atardecer se empiezan a fraguar el rocío o la escarcha y se intensifica el canto de los pájaros, ya con un tono más sereno, y las últimas notas del tordo o del mirlo empiezan a convocar a la noche. El dondiego de día cierra sus flores en forma de embudo, el corzo abandona su guarida en el soto y la mosca escorpión, que se alimenta del rocío, celebra sus bodas…

***

Octubre 2024

Mientras en el hemisferio sur acabamos de entrar a la primavera, y por contraste en el norte, al otoño, en el mundo del haiku octubre es el último mes de la estación otoñal. El otro día vi un artículo que hablaba, precisamente, de cómo el calentamiento global y el desplazamiento de las estaciones amenazaban al haiku. Pero si lo pensamos, cuando el haiku fue concebido se utilizaba otra forma de medir el tiempo y, como hemos visto en esta columna mes a mes, el calendario lunar presenta un desfase con el solar que utilizamos en la actualidad, sin embargo, con un poco de investigación, esto no impide que comprendamos y disfrutemos de los haikus tradicionales. Creo que depende de quienes amamos esta forma de expresión poética el mantenerla viva.

De las siete categorías en que se dividen los kigo, ya hemos visto cinco: 時候 jikou o estacional; 天文 tenmon o astronomía; 地理 chiri o geografía; 生活 seikatsu o vida diaria; 行事 gyouji o eventos. Nos quedan solamente dos, por lo que este mes le toca el turno a 動物 doubutsu o animales.

El uso de esta palabra es similar al de “fauna” en español: conjunto de animales (insectos, aves, invertebrados, etc.) que habitan una región concreta en un período temporal concreto. Ahora bien, al combinarlo con la división estacional pueden surgir ciertas confusiones o cuestionamientos. Es de conocimiento general que existen las aves migratorias, y los insectos también suelen ser estacionales, pero recuerdo que una vez, en clases, un alumno me dijo: “¿el ciervo es de otoño? ¡pero si hay ciervos todo el año!” Lo que me pareció una observación absolutamente válida. Pero en otoño el ciervo brama en busca de una pareja para aparearse, y la melancolía de ese sonido es lo que lo convirtió en un kigo que representa esta estación y puede ser utilizado durante todo el período. Si bien esta asociación se realizaba en poesía desde los tiempos del Manyoushuu (759), 鹿 shika; ciervo se establece como kigo propiamente tal en el Hanahigusa del año 1636, el primer tratado sobre haiku, redactado por Chikashige.

Otro ejemplo de algo que puede parecer cotidiano a primera vista, pero que en el mundo del haiku se considera específicamente de fines de otoño, es 雪迎へ o yuki mukae. Hace referencia a una pequeña araña colgando de su hilo y que es arrastrada hacia el cielo por el viento otoñal. Una teoría es que este fenómeno sucede para que la araña pueda expandir su territorio de reproducción.

Un caso en que la relación temporal con la estación es más obvia puede ser 菜虫 namushi o insectos de los vegetales, término general para las plagas que se alimentan de rábanos, nabos, etc. La oruga de la mariposa de la col es un ejemplo típico.

Ya que tenemos algo más clara la definición de la categoría 動物 doubutsu; animales, veamos sus kigos en acción. Como octubre en el calendario actual, que equivaldría a 長月 Nagadzuki o Noveno Mes en el lunar, corresponde a 晩秋 banshuu o fin del otoño, los haikus pertenecen a ese período.

Kigo: 雁 kari; gansos salvajes. Vienen a Japón desde Siberia a finales del otoño y regresan en primavera. En la antigüedad a los gansos se les llamaba 雁が音 karigane porque mucha gente admiraba sus voces (雁が音 literalmente el sonido de los gansos).

Período: 晩秋 banshuu; finales de otoño

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Imase Gouichi (1936 –)

 

雁よりも高きところを空といふ

kari yori mo takaki tokoro wo sora to iu

el lugar más alto que los gansos salvajes se llama cielo

Kigo: 秋刀魚 sanma; lucio caballa. Como sugiere su nombre (秋=otoño, 刀=espada, 魚=pez), se asemeja a una espada, largo y delgado, alcanzando una longitud de unos 30 centímetros. Tiene un dorso azul oscuro y un vientre blanco plateado. Migran desde el norte hacia el sur para alimentarse y desovar, llegando hasta la costa de Boso en octubre. Tiene un alto contenido en grasas y se come asado con sal. No se consideraba una palabra estacional durante el período Edo y solo se introdujo en tiempos modernos.

Período: 晩秋 banshuu; finales de otoño

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Ootsuki Chisa (1926 -)

 

秋刀魚焼くうたがひもなき妻の日々

sanma yaku utagai mo naki tsuma no hibi

grillando la caballa, sin duda los días de una esposa

Kigo: 猪 inoshishi; jabalí salvaje. Tienen el cuerpo cubierto de pelaje marrón, con un cuello grueso y corto. A veces destruyen los cultivos en los campos, causando daños a las aldeas rurales. Su carne es deliciosa y se le llama ‘yama kujira o ballena de montaña’. Se consume en sashimi o estofado. Se considera kigo otoñal ya que durante esta época los jabalíes deambulan activamente por las montañas en busca de bellotas y otros frutos secos.

Período: 晩秋 banshuu; finales de otoño

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Takarai Kikaku (1661 – 1707)

 

山畑の芋ほるあとに伏す猪かな

yamabata no imo horu ato ni fusu inoshishi kana

postrado luego de excavar por camotes en el campo, el jabalí

Kigo: 残る虫 nokoru mushi; insectos que quedan. Se refiere a los insectos que emiten sonidos a medida que se acerca el invierno. Su voz es débil ya que son pocos.

Período: 晩秋 banshuu; finales de otoño

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Tamaki Kazuko (¿?)

 

目をとぢてどこかで残る虫の声

me wo tojite dokokade nokoru mushi no koe

cierro los ojos y en algún lugar la voz de los insectos que quedan

Espero que disfruten del inicio de una nueva estación, y si acompañan este comienzo con poesía, de seguro el disfrute será aun mayor. Me despido hasta el próximo artículo de ‘El mundo del kigo’.

Muerte voluntaria

Septiembre 2024
Invierno – primavera
Córdoba, Argentina

Muerte voluntaria

生死の中の雪ふりしきる

Seishi no naka yuki furishi kiru

En la vida y la muerte nieva sin cesar

 

Este haiku de Santōka está precedido por una cita del Shushōgi: “Iluminar la vida, iluminar la muerte es uno de los principios más importantes del budismo”. Una cita que desbarata el ser para la muerte existencialista que conocemos tan bien en nuestra formación filosófica de base. Porque para el budismo, esa preparación para la muerte piensa menos esa muerte dignificada que en algo que podríamos explicar como una vida-muerta: la impermanencia de las cosas, la flor desprendida para condecorar un ikebana o las hojas de otoño al dispararse tienen la misma vitalidad que el brote de bambú o el volumen del grito de las chicharras en verano.

Tal vez me arriesgue mucho al afirmar que Santōka no quería morirse. Creo que deseaba intensamente la muerte pero le temía, o tal vez, se le burlaba. Para los últimos años de Meiji, el valor simbólico del suicidio seguía la estela del harakiri, aunque había dejado de lado su aspecto ético para enfatizar su aspecto estético. En La muerte voluntaria en Japón, Maurice Pinguet explica que, en los primeros años del siglo XX, la filosofía pesimista y el decadentismo se combinaron novelescamente en los jóvenes poetas japoneses, quienes se sentían seducidos por la aventura de la libertad en términos de la negación del vivir. Para los japoneses, hasta el modo de morir es una prueba de vitalidad. En la más profunda soledad, ciertos lugares como bosques, ríos y volcanes se vuelven prestigiosos, donde la muerte parece menos difícil: “uno se siente allí rodeado de presencias fraternales, el oscuro camino ha sido abierto” (2017: 375).

El haiku anterior da cuenta de esa gracia (en el doble sentido de la palabra) de vivir en la muerte y morir en la vida. Para Santōka, vivo o muerto, da igual. O bien podemos hacer otra interpretación teniendo en cuenta el haiku de Santōka que pareciera decir que no hay que tomarse la vida tan en serio. Santōka, poeta que no permanecía en ningún circuito literario, en tiempos en que el estilo libre todavía no era del todo legítimo en el mundo del haiku, decidió viajar a pie menos para reivindicar la tradición del hajiri que por falta de opciones, tal vez. ¿Puede un poeta pobre decidir morir? Y aún más, ¿puede un alcohólico anónimo en la montaña decidir morir hermosamente en el oscuro camino abierto lleno de muertos?

Paisajes de maleza

Durante la enfermedad: cinco versos

 

死んでしまへば雑草雨ふる

shindeshimaheba zassōu furu

Una vez que haya muerto lloverá sobre la maleza

 

死をまへに涼しい風

shi wo ma e ni suzushii kaze

Ante la muerte, sopla la brisa fresca

 

風鈴の鳴るさへ死のしのびよる

fūrin no narusa e shi no shinobiyoru

 Sigilosa, la muerte se anuncia en el viento entre los fūrin

 

おもひおくことはないゆふべの芋の葉ひらひら

Omohi oku koto wa nai yuube no imo no ha hirahira

Sin nada que pensar: las hojas de las batatas se ondulan mientras anochece

 

傷が癒えゆく秋めいた風となって吹く

kizu ga ieyuku akimeita kaze to natte fuku

Sopla el viento de otoño sanando las heridas

.

El paisaje debe convertirse en un resplandor. Así como el sonido se convierte en voz, la forma se convierte en figura, el olor se convierte en fragancia y el color se convierte en luz.

Yo no soy más que una existencia similar a la de una mala hierba, y con eso estoy satisfecho. Las malas hierbas, siendo malas hierbas, crecen, florecen, dan fruto y, cuando se marchitan, eso está bien.

Aunque a veces estoy claro y otras veces estoy turbio, ya sea claro o turbio, para mí, no hay duda de que cada verso es un desprendimiento de cuerpo y mente.

En este año, siento que he envejecido diez años (como si en diez años solo hubiera envejecido un año). Y no puedo evitar sentir que con la vejez vienen aún más confusiones. Al mirar atrás, solo puedo sentir vergüenza por la fragilidad de mi corazón y la pobreza de mis versos.

20 de diciembre de 1935
Recorriendo un largo camino.

Bibliografía

Pinguet, Maurice (2017) La muerte voluntaria en Japón. Adriana Hidalgo: Buenos Aires.

Santōka, Taneda (16 de septiembre de 2014) 草木塔 [Pagoda vegetal (selección de haikus)]. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/749_34457.html La traducción es nuestra.

Septiembre 2024

En el último par de semanas los ciruelos y almendros han comenzado a florecer en Santiago, lo que nos da la esperanza de una primavera que nos libere del frío y la oscuridad invernal. Las primeras flores que vi en el parque cercano a mi hogar contrastaban con el paisaje seco y desolado de la ciudad, y alegraron mi día y mi corazón. Así que escribo con una disposición más animosa y feliz.

Este mes volvemos a la revisión de las categorías. Ya hemos visto 時候 jikou o estacional; 天文 tenmon o astronomía; 地理 chiri o geografía y 生活 seikatsu o vida diaria, por lo que ahora nos corresponde 行事 gyouji o eventos. En esta categoría encontramos palabras que se refieren a eventos anuales como 七夕 Tanabata, el Festival de las Estrellas, que festeja la conjunción de las estrellas Vega y Altair, celebrado el 07 de julio en gran parte del territorio japonés, aunque en algunas zonas se festeja el 08 de agosto. Otro ejemplo es 七五三 Shichigosan, literalmente siete, cinco y tres, en el cual se celebra a las niñas de siete años y a los niños de cinco y tres. También encontramos festivales o 祭 matsuri, como el de Bon-odori, o el de Kanda.

Una de las características de esta categoría es que muchos de los kigos en ella corresponden a fechas específicas o incluso lugares, ya que algunos festivales se celebran sólo en ciertos santuarios o templos. Un ejemplo es 秋の釈奠 aki no sekiten o celebración a Confucio en otoño. En el templo de Yushima Seidou en Tokyo se honra a Confucio en abril, pero en Nagasaki se hace calzar con su cumpleaños el día 28 del Octavo Mes del calendario lunar, por lo que se celebra en septiembre. Ese día se presentan ofrendas en el altar y se realizan danzas en su honor. Otro kigo de ‘eventos’ es 聖母生誕祭 seibo seitan san: Festival del Nacimiento de la Virgen María, evento que se celebra el 08 de septiembre. Como a la Virgen María se la compara con la estrella de la esperanza, también se le llama Festival de la Estrella del Amanecer. 松尾神事相撲 matsuno shinji sumou consiste en luchas de sumo que se realizan ritualmente en el santuario Matsuno Taisha en Kyoto, uno de los santuarios más antiguos de la ex capital. Se venera al dios del sake, y las luchas se realizan para orar por lluvias y vientos calmos, y una buena cosecha. Actualmente se celebra el primer domingo de septiembre e incluye una procesión infantil de mikoshi o santuarios portátiles, luchas de sumo estudiantiles y de bebes con taparrabos rojos.

Si lo analizamos desde un punto de vista de traducción o utilización en composición de haiku, creo que los kigos de esta categoría presentan una gran complejidad, dado que representan un aspecto cultural difícil de transmitir, lo que obliga a utilizar notas explicativas. Tampoco funcionan al componer poemas fuera de Japón o en otro idioma, pero son muy necesarios para comprender la riqueza del haiku en japonés.

Continuando con nuestro disfrute del haiku siguiendo el paso de las estaciones, los kigos de la categoría 行事 gyouji seleccionados en esta ocasión pertenecen a 仲秋 chuushuu o mitad del otoño, que corresponde al Octavo Mes del calendario lunar y a septiembre según el uso actual.

Kigo: 敬老の日 keirou no hi; Día de Respeto a los Ancianos. Se celebra el tercer lunes de septiembre y es un feriado nacional. Es un día para expresar gratitud por aquellos que han trabajado toda su vida en apoyo del país y la sociedad.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 行事 gyouji; eventos

Haijin: Yoshida Shourai (1821-1887)

敬老の日のどの席に座らうか

keirou no hi no dono seki ni suwarau ka

¿en cuál asiento nos sentaremos el Día de los Ancianos?

 

Kigo: 穂懸 hokake; colgar las espigas. Ritual shintoísta que se realiza al inicio de la cosecha del arroz. Las primeras espigas se ofrecen en el altar para agradecer por la cosecha del año.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 行事 gyouji; eventos

Haijin: Baizan (¿? – 1704)

木の下に狸出むかふ穂懸かな

ko no shita ni tanuki demukau hokake kana

bajo el árbol aparece el tanuki y se dirige a las espigas colgadas

 

Kigo: 八幡放生会 yawata houjoue; ceremonia de liberación en nombre de Hachiman. Este festival anual se realiza el día 15 del Octavo Mes, septiembre, en los santuarios dedicados a Hachiman. Se liberan aves y peces capturados como ofrendas del servicio conmemorativo. Yawata es otra pronunciación para Hachiman.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 行事 gyouji; eventos

Haijin: Kaya Shirao (1738 – 1791)

松高し月夜烏も放生会

matsu takashi tsukiyo karasu mo houjoue

altos pinos, en la noche de luna los cuervos también se liberan

 

Espero que con esta nueva categoría puedan profundizar en su conocimiento sobre el fascinante mundo del haiku, y específicamente, del kigo. De la misma forma, confío en que hayan disfrutado de los haikus seleccionados y de mis traducciones. Nos quedan sólo un par de categorías por revisar y ya estoy considerando el contenido de “El mundo del kigo” para el próximo año. Les deseo un maravilloso mes de septiembre desde un Santiago que, espero, se vuelva cada día más primaveral.

Outsider

Agosto 2024
Invierno
Córdoba, Argentina

Outsider

En Ikimonofûei, Kaneko Tôta declara entre sus principales influencias el estilo libre de Santôka. En su manifiesto sobre una nueva forma de percepción de todo lo vivo, Tôta rescata que aquello que hizo brillar el verso de Santôka fue su condición de ajeno: outsider de toda discusión literaria y política para un época donde el nacionalismo avanzaba con fuerza el mundo del haiku. Un poeta fuera de sí: ya sea en su ebriedad, ya sea en el vagabundeo por los caminos de las montañas o de por el laberinto de su mente. Un poeta mendicante a medias, cuando la limosna es para rescatarse perpetrar vicio y no pasar hambre. Un outsider del mercado, de las instituciones, satélite que gravita en torno a las ciudades que conoce los rocas más confortables para echarse una siesta en las montañas. Llevando una vida anónima como escribe en el haiku:

茶の木にかこまれそこはかとないくらし

Cha no ki ni kakomare
sokohakatonai kurashi

 Rodeado por arbustos de té,
llevando una existencia
anónima

(Santoka, 2009: 154)
Trad. Vicente Haya

En medio de nada y dentro de todo. Llevar un modo de existencia anónima es, de cierto modo, estar del lado de afuera de la vida, a la sombra de las cosas mundanas. Ser externo a sí mismo y al entorno. Una existencia fuera del afuera, una tautología infinita hasta la sinrazón. Un pasajero que nunca deja de estar en tránsito. Para Santoka, su extranjería no significó una falta de interés por el mundo, como ya hemos notado en entradas anteriores. Más bien, representó una especie de exilio del mundo e incluso de sí mismo. En esta clave, su relación con el sake, el Zen, la mendicidad y los viajes a pie pueden leerse de otra manera. No es un simple borracho, ni un simple monje caminante y predicador. Podríamos interpretar en esos haikus una vida de outsider, despejada de mundanidad, pero también de toda institución (incluso de la escuela zen y la vida budista). En primer lugar, fuera de sí, de cualquier cosa que en su fachada pueda definir su identidad: bajo el disfraz de monje, Santōka está fuera de allí; fuera de las ciudades, caminando por los caminos más inhóspitos, Santōka está fuera de todo circuito social. Sin embargo, entender esa figura que anteriormente identificamos como “mendigo” o “estafador”, como menciona Oyama Sumita, desafía las jerarquías establecidas de la misma institución del zen. Santōka escapa de su función de guardián de templo, nunca se afinca en ningún lugar; la única choza donde pudo residir por un tiempo contemplativo fue su tumba de muerte. Escribe sobre la disponibilidad del agua como guía y como fuente de alimento, pero su espejo más fiel no es el agua que refleja la inconsistencia de la vida, sino el sake que cava su tumba en la ebriedad.

Santōka es más fiel a un mendigo. Oyama Sumita postula algo afín con esta idea: quien se oculta bajo la túnica negra, el sombrero de bambú y el cuenco vacío disfrazaba a un simple mendigo bajo un alero, recitando los mismos pocos sutras de memoria. “¿No era esconderse bajo la túnica de un monje y esperar recibir muchas limosnas solo un ejemplo de ser nada más que un estafador?” (Oyama, 2021: 73).

Entonces, como un viajero necio, no hizo más que vivir su vida deambulando sin rumbo, como maleza flotante. Simplemente seguía adelante hacia donde fuera, entregándose al universo, fluyendo como el agua y moviéndose como nubes desprendidas. Viviría mientras recibiera lo suficiente para poder comer—ese sería un día en el que podría comer; pero si no podía comer, moriría de una muerte pura y valiente. Esta era la postura que adoptó el viajero Santōka. (Oyama, 2021: 73)

Como maleza flotante sin rumbo, fluyendo como el agua, moviéndose como nubes desprendidas. Ese ir sin fin, sin causa ni objetivo. Es ir hacia una afuera que no está limitado. No se trata de estar afuera de una sociedad, como un viajero; afuera de un mundo conceptual como el practicante zen o afuera de una economía donde la mendicancia es recibir propina por un Sutra. El afuera de Santōka, es una extático, es un afuera de sí mismo. Tal como el agua, que va y viene, inasible. En este sentido podemos leer los haikus de Santōka a la orilla del mar.

Costas del mar de Japón

 

こころむなしくあらなみのよせてはかへし

kokoro munashiku aranami no yosete haka e shi

 Va y viene, la bravura de las olas en mi corazón vacío

 

砂丘にうづくまりけふも佐渡は見えない

sakyū ni uzukumari kefu mo Sado wa mienai

 agazapado en las dunas, hoy tampoco pude ver la Isla de Sado

 

荒海へ脚投げだして旅のあとさき

araumi e ashi nagedashite tabi no ato saki

 Estiro las piernas hacia el mar tempestuoso, el principio y el fin del viaje

 

水底の雲もみちのくの空のさみだれ

suitei no kumo mo michi no ku no sora no samidare

del camino y del cielo, hasta en las nubes en el fondo del mar, cae la lluvia de verano.

 

あうたりわかれたりさみだるる

Autari wakaretari samida ruru

 Encuentros o despedidas, llueve suavemente

 

水音とほくちかくおのれをあゆます

mizuoto to hoku chikaku onore o ayumasu

 Guiado por el sonido del agua
voy hacia el norte a encontrarme conmigo mismo

 

Bibliografía

Oyama, Sumita (2021) The Life and Zen Haiku Poetry of Santoka Taneda. Tuttle: Malasia. La traducción es nuestra.

Santōka, Taneda (16 de septiembre de 2014) 草木塔 [Pagoda vegetal (selección de haikus)]. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/749_34457.html La traducción es nuestra.

Agosto 2024

CONSTRUIR

Un banco viejo
Donde nadie se sienta.
Chicharras verdes

DECONSTRUIR

Este poema me lo inspiró la visión, la semana pasada, de un rústico banco –apenas un madero para sentarse– debajo de un árbol, al lado de un camino en el sur de Gales. Todo tan verde, tan verde que hasta el canto de las chicharras parecía tener este color, a un hora de la mañana de bastante calor, ese calor húmedo que hay en el norte de Europa ciertos días de verano.

Antes de llegar a la versión que ofrezco a la amable paciencia de los lectores de El Rincón, escribí otros dos o tres haikus inspirados por la misma visión. Fueron estos:

(1)

Banco vacío
Al borde de un camino.
Chicharras verdes.

O este otro:

(2)

Banco vacío
De un día de verano.
Cantan chicharras. 

O este:

(3)

Un viejo banco
Al lado de un árbol.
Cantan chicharras.

Y algún otro más. Lo que impresionó mi retina de haijin al ver este banco decrépito fue la soledad. Esta sensación quise transmitirla con el adjetivo de “vacío” de los dos haikus de prueba (el 1 y el 2). Pero quería enfatizar aún más la desolación del lugar, por eso prefería destacarla por medio de todo un verso: el segundo que dice Donde nadie se sienta. El haiku de prueba número 1 lo deseché porque en la foto que acompaño a esta entrega no se aprecia bien el camino: un camino debe ser un poco o mucho largo, o verse como tal, pero la foto no recoge bien esta cualidad de largo del camino. El haiku de prueba número 2 lo deseché también porque va en contra de uno de los principios fundamentales –al menos en mi humilde opinión– del haiku que es la economía de medios. Diecisiete sílabas no deben permitir la repetición de conceptos. Y en la prueba número 2 los términos de “verano” y “chicharras” (estos simpáticos y ruidosos insectos que oímos cuando hace calor) solapan sus respectivos campos sémicos: de hecho la cigarra, los famosos semi en los haikus japoneses, es un kigo común de la estación estival. Así que desechado también. En cuando al haiku de prueba número 3, pues tampoco me gustó mucho, aunque tal vez sea superior a los otro dos, porque introduce la imagen del árbol, una imagen que, por un lado, se superpone ligeramente a la de las chicharras porque estos bichitos suelen cantar en los árboles; y por otro, porque la imagen del árbol le roba, por así decir, protagonismo a la sensación principal del poema que, para mí, era la soledad, la soledad del lugar, la soledad pavorosa del haijin. Así por eliminación de alternativas me quedé con la versión que encabeza este artículo:

Un banco viejo
Donde nadie se sienta.
Chicharras verdes.

Como verso final, podía haber escrito, como hice en las versiones 2 y 3, “Cantan chicharras”, pero me pareció que el adjetivo de “verde” aportaba un cromatismo muy sugerente, sugerente del árbol bajo el cual estaba el protagonista del haiku –un banco– y sugerente tanto del entorno de un verdor lujuriante como de la estación del año. “Verde”, pues, igual que “chicharra”, obraba como una especie de kigo, esa palabra alusiva a la estación del año en el haiku canónico japonés, la cual, como creo haber comentado en otra entrega a El Rincón, es un atávico vestigio del venerable kotodama –el alma (o la fuerza sobrenatural, mágica) de la palabra– perseguido en las edades preliterarias de Japón.

Poner de relieve la soledad del paisaje es un viejo topos del haiku japonés. El maestro Bashō (1677-1694) poseía un genio natural para abordar este tema. Es famoso su haiku (creo que aparece en Sendas de Oku):

Este camino
Que ni un solo hombre anda.
Tarde de otoño.

 En estos prodigiosos tres versos, Bashō se sirve del camino como protagonista, tal vez porque él era un enamorado del camino. Yo, en cambio,  me valgo de un rústico y viejo banco. Aunque, admito, en la versión 1 me dejé arrastrar por la seducción que, también yo, siento por la imagen del camino.

Octavio Paz recreó ese haiku de Bashō dándole un giro muy “occidental” en el tercer verso. Esta fue su versión:

 Este camino
Ya nadie lo recorre
Salvo el crepúsculo.

Es una versión magnífica y libre –como debe ser toda recreación poética– la del poeta mexicano, en la que este se inventa un “agente” de la acción de recorrer: el crepúsculo. No hay tal cosa en la versión japonesa. ¡Qué irresistible resulta para los occidentales la tentación de buscar agentes y sujetos y hacedores! En la cosmovisión japonesa, ni en general para la mentalidad tradicional japonesa, el énfasis no está en quién crea o hace las cosas, sino en el estado resultante, en las cosas “sono mama”, tal como son, por emplear un término de la filosofía japonesa moderna.  En el Génesis, el modelo sintáctico de “Yahvé crea….” esto y lo otro ha marcado nuestra visión y comprensión del mundo. En el Kojiki (el libro más antiguo conservado de Japón, la Biblia en cierto modo para el pueblo japonés), que moldea la mentalidad japonesa, el mundo surge espontáneamente, sin agentes, ni creadores.

   En el haiku de Basho, la tarde o el crepúsculo otoñal, aki no kure,  es simplemente un testigo o un marco inactivo de la soledad del camino, de la soledad radical del poeta. No es agente como escribe el gran poeta mexicano.

  Pero la grandeza del traductor consiste precisamente en inventarse un nuevo poema. Y Octavio Paz lo consigue espléndidamente.

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Agosto 2024

Les saludo desde un Santiago que ha recibido el invierno con una ola de frío. Pasamos del otoño más lluvioso en los últimos veinte años, al inicio de invierno más helado en, más o menos, el mismo período. Y como los seres humanos siempre encontramos más verde el pasto del vecino, me consuelo de las penurias climatológicas de la estación que me toca vivir, con los deleites de la estación sobre la que les escribo mes a mes, que, por estar relacionadas con Japón, es la opuesta. ¿Optimismo forzado? Puede ser.

Dejo de lado estos desvaríos climáticos para comenzar con el tema que nos corresponde en el artículo de este mes, que es la estación de otoño o 秋 aki, probablemente una de las más poéticas desde la antigüedad. Abarca, según el calendario actual, desde 立秋 risshuu o inicio del otoño (alrededor del 08 de agosto) hasta el día anterior a 立冬 rittou o inicio del invierno, que sería el 07 de noviembre, aproximadamente. Según el calendario tradicional, corresponde a los meses de 文月 Fumidzuki o Séptimo Mes, 葉月 Hadzuki u Octavo Mes y 長月 Nagadzuki o Noveno Mes. Una estación refrescante después del sofocante verano y que guía suavemente hacia el invierno, aunque también tiene como características el calor residual estival en agosto y el frío de octubre. El aire y el agua son cristalinos, y las montañas se vuelven rojas por el 紅葉 momiji o cambio del color de las hojas. El otoño es la estación de la cosecha y de celebrar la luna. Tal vez, una de las referencias literarias más famosas que podemos encontrar sobre esta estación, es aquella del Makura no Soushi o Libro de la almohada de Sei Shounagon, redactado el año 1001: “El otoño es el atardecer. El bermellón del sol poniente se disuelve, y los negros cuervos vuelven a sus nidos en tríos, cuartetos, duetos; ver una bandada de gansos silvestres lo hace aún más bello. El sol cae, el sonido del viento que agita la hierba de la oscura tierra en la que se hunde lo que queda en el cielo de negro rojizo, y el murmullo de los insectos.”

El otoño, para efectos del kigo, se divide en cuatro períodos: 三秋 sanshuu; tres otoños, y cuyas palabras se pueden utilizar para componer haikus durante toda la estación. Luego está 初秋 shoshuu o inicio del otoño, que corresponde a agosto en el calendario solar, y a 文月 Fumidzuki o Séptimo Mes, en el lunar. Aún se siente el calor veraniego, pero también la brisa otoñal. Continuamos con 仲秋 chuushuu o mitad del otoño; septiembre o 葉月 Hadzuki u Octavo Mes. Se escuchan los insectos y la luna es más brillante que nunca. Y, por último, 晩秋 banshuu o fin del otoño, que abarca octubre o 長月 Nagadzuki; Noveno Mes. A medida que se acerca el invierno hay una sensación de soledad en el ambiente.

Los haikus que les traigo este mes corresponden a los períodos de 三秋 sanshuu o tres otoños y 初秋 shoshuu o inicio de otoño.

 

Kigo: 秋の声 aki no koe; la voz del otoño. Un sonido que se escucha claramente. No es necesario que sea un sonido natural, como el de un río o el del viento en los árboles, ni tampoco uno emitido por un humano. También considera los sonidos que crea nuestra mente para evocar el otoño. Utilizado desde 1808.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 天文 tenmon; astronomía

Haijin: Toyonaga Minoru (1931)

秋の声振り向けば道暮れてをり

aki no koe furimukeba michi kurete ori

la voz del otoño, si volteo el camino está oscuro

Kigo: 枝豆 edamame. Porotos de soya aún verdes que se hierven en agua salada. Se les llama así: eda; rama y mame; poroto, ya que se preparan sin sacar el vástago. Utilizado desde 1667.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 生活 seikatsu; vida diaria

Haijin: Kinoshita Yuuji (1914-1965)

枝豆や詩酒生涯は我になし

edamame ya shi shu shougai wa ware ni nashi

edamame, poesía y alcohol, esa vida no es para mí

Kigo: 秋の暮 aki no kure; atardecer de otoño. Se puede entender como ‘atardecer de otoño’ o ‘fines de otoño’. Desde la antigüedad se utilizan dos significados para este término, los que, a menudo, resuenan entre sí: 寂しさ sabishisa o soledad, y もののあわれ mono no aware; conciencia de la transitoriedad de la belleza. Utilizado desde 1648.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 時候 jikou; estacional

Haijin: Shimizu Keiko (1911-2005)

渚まで砂深く踏む秋の暮

nagisa made suna fukaku fumu aki no kure

hasta la orilla piso fuerte la arena, atardecer de otoño

Kigo: 秋扇 aki ougi o abanico otoñal. Se refiere a los abanicos que se continúan utilizando dado el calor residual del verano. También puede referirse a uno que se ha dejado de usar y ha quedado olvidado. De esta forma, a veces sirve de símil para algo que ha perdido su utilidad.

Período: 初秋 shoshuu; inicio del otoño

Categoría: 生活 seikatsu; vida diaria

Haijin: Akao Ei (1930)

オペラ座の序曲始まる秋扇

opera za no jokyuoku hajimaru aki ougi

el abanico otoñal comienza con la obertura de la opera

Deseando que la información y los haikus que les presenté este mes les ayuden a disfrutar la estación en la que se encuentren, y los animen a leer poesía, incluso a componer sus propias líneas, así como a profundizar conmigo en ‘El mundo del kigo’. ¡Hasta la próxima!

Julio 2024

CONSTRUIR

¡Ah, jacarandas,
jacarandas de Málaga!
Las jacarandas.

DECONSTRUIR

Este poema me lo inspiró una foto enviada amablemente por Susana Rodríguez, una alumna malagueña. En contra de lo que parezca, los tres versos de este haiku son algo más que una expresión admirativa de la belleza de estos árboles en flor. Son, más bien, el resultado de un impacto visual que traduce la vivencia del estar asociado a un lugar (a Málaga). De hecho, mi primera tentativa de haiku, al contemplar extasiado esta foto, fue esta:

Ahí están,
Las jacarandas de Málaga.
¡Ah, jacarandas!

Me pareció, sin embargo, que el verbo “estar” era redundante en este último haiku. Lo rehice y me salió el que ahora envío como mi modesta aportación a los amigos de El Rincón para este mes de julio. Porque el haiku es, ya de por sí, poesía del estar, así que este verbo de “estar” estaba de más. Y, por dar más razones: porque me gustan los haikus con el mínimo de adverbios posible. Y de adjetivos. Y de verbos.

    El haiku es poesía de nombres, de sustantivos (también de topónimos), percibidos a la luz del relámpago del estar, a percibidos por la resonancia de los truenos de sensaciones. Por eso, tal vez, en otros haikus míos,  o en traducciones de haikus famosos (en concreto del frecuente verso japonés de “aki no kure”), yo prefiero escribir “tarde de otoño” y no “tarde otoñal”. Me parece que esto tiene una curiosa correspondencia con el lenguaje infantil en el cual se usan pocos adjetivos y, proporcionalmente, muchos nombres. La realidad percibida por los niños –me fijo atentamente en el lenguaje de mis tres nietos que ahora tienen 3, 5 y 7 años de edad– empieza a ser comunicada a partir de nombres, sustantivaciones de la realidad que los rodea, de sustantivos; la adquisición lingüística de los verbos y de los adjetivos la realiza el niño de seis años en una fase ligeramente posterior. No soy ningún experto en lenguaje infantil, por lo que estas impresiones tal vez estén equivocadas.

   Seguramente, al leer este haiku de las jacarandas algún lector haya pensado en un famoso haiku, apócrifamente atribuido a Matsuo Bashō [hay estudiosos que lo atribuyen a Tawarabo, un haijin de senryū], sobre la impresión producida por la visión de uno de los paisajes tradicionalmente más bellos de Japón: Matsushima. Es este:

松島や          Matsushima ya
ああ松島や                                         Aa Matsushima ya
松島や                                                   Matsushima ya.

Una traducción posible:

Matsushima ¡sí!
¡Ah, Matsushima, sí!
¡Matsushima sí!

 

Mi haiku de las jacarandas puede parecer tonto. La poesía haiku puede PARECER tonta, claro. Pero la “tontería” o “trivialidad” del haiku enmascara con frecuencia una profunda incomprensión del espíritu del haiku, de la cual ahora no es el momento de hablar. En este momento me interesa más subrayar la situación concreta que estimula la irrupción de los tres versos, los relativos a Matsushima o a las jacarandas malagueñas: es la situación en que se encuentra alguien perdido por falta de palabras ante algo, ante la belleza o ante una fuerte impresión percibida por los sentidos. Es una situación que uno le pasa a veces en la vida. Es la vida que pasa. La vida que pasa. Esto tiene mucha miga.

   Cuando, al final de un reciente curso online sobre Poesía Japonesa, pedí a los alumnos, a modo de resumen del curso, que contestaran brevemente a la pregunta de “¿qué es poesía?”, uno de ellos, José Segura, de Mallorca,  me escribió para responder así: “Poesía es la vida que está pasando. Solo se trata de estar atento a lo que nos rodea”. ¡Magnífica definición! Otras definiciones fueron estas:

“Poesía es sacar un momento el absoluto real” (una definición que hubiera firmado Daisetz Suzuki, aunque él hubiera puesto en mayúscula el término de “absoluto”).

“Es desenterrar el inconsciente” (esta definición es la que ofrece una extraordinaria poeta y mujer, aún felizmente activa, Hiromi Itō).

“Es perder el yo”.

“Es simplemente perderse”.

Y, la última, mi favorita porque encaja admirablemente en mi idea de lo que es un buen haiku: “No sé lo que es. Estoy y eso me basta”.

   Y, como accidentalmente estoy en Málaga o me siento transportado a ella gracias a la foto de Susana, yo, sin necesidad de muchas palabras, afirmo a modo de reacción cuando observo tal explosión de color en Málaga:

¡Ah, jacarandas,
jacarandas de Málaga!
Las jacarandas.

Noches

“Qué hay de la noche?”, pregunta alguien a un centinela en el libro de Isaías. Y el centinela responde: “Ya viene la mañana, pero viene también la noche”. En su aparente sencillez, la cita bíblica esconde todo el misterio de la sucesión de las cosas, el mito del eterno retorno, tan esperanzador como inquietante. Ya hemos hablado de la perfecta flor de fuego que estalla al filo de la medianoche con luz cegadora, otorgando un poder ilimitado a su dueño, pero recordamos que, para merecerla, hay que trazar un círculo mágico en torno a sí y resistir a los monstruos y a la seducción de las sirenas… ¿Será ésa la “flor de agua”, que es posible ver, en un instante de iluminación, la noche de San Juan?

En uno de los poemas colectivos de haikai-no-renga aparece la imagen de un paseo nocturno sobre el hielo: al caminar, a la luz de su linterna, el poeta va pisando relámpagos…  Las antologías recogen una rica secuencia de alusiones nocturnas: por ejemplo, la siesta de los que trasnocharon tomando el fresco o contemplando la luna llena, la luna que acelera las floraciones y aviva el trino intenso, melodioso y variado del ruiseñor. Bashô disfruta de la noche primaveral y se extraña: “¿qué hacen rezando ahí en el templo?”. Ryôkan prefiere dormirla a pierna suelta bajo un cerezo en flor, y Santôka siente la delicia de ver anochecer en el camino, rodeado de agua… Sora pasa toda la noche oyendo el viento de la montaña, y Suzuki Masajo, también desvelada, escucha el mar que nunca duerme, y recuerda tal vez a Safo: “Es medianoche. Se ocultan las Pléyades, y yo sigo durmiendo sola”. Esa es también la soledad que Uemura Tengyô siente en la habitación de un hotel, oyendo el bramar de los ciervos, y la que le sugiere a Sumitaku Kenshin el brillo de un teléfono, o a Saitô Sanki el ascensor que sube en silencio y retumba en la noche.

La Vía Láctea se despliega sobre los arrozales de Asia y sobre nuestros campos. Allí y aquí, los riegos nocturnos parecen más lentos, a la luz de las estrellas o bajo el resplandor de la luna que se enturbia en los cauces y arranca brillos fugaces a la azada… Aquí y allí se percibe un drama que amenaza al planeta: la extinción de las luciérnagas, esas misteriosas criaturas que Chiyo-ni evocaba poco antes de morir. Se las veía mejor en las noches sin luna, viniendo del campo por las trochas oscuras y pedregosas, junto a los cauces y los manaderos de agua, brillando como pequeñas estrellas caídas entre la maleza… Un niño se duerme contemplando los racimos de uva que cuelgan del techo y acunado por el rumor de la fuente de la plaza: un rumor incesante que le recuerda el molinillo de junco que sigue girando entre dos piedrecillas, día y noche, en la corriente de un regato. Ojalá vuelvan las luciérnagas, pues, como dice un refrán sefardí -con su peculiar ortografía-, “la ora, la más escura es para amanescer”.

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