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Haiku 19. Ciruelos en flor

CIRUELOS EN FLOR

[Siguen 17 haikus sobre el ciruelo en flor, lo cual demuestra su importancia para los japoneses. En primavera, su flor es la primera que florece, en muchos haikus aparece el nombre de ume (ciruelo), pero en realidad se refiere a su blanca flor, originaria de China e introducida en tierras niponas durante el periodo Nara (710-784). sin embargo, tras el periodo Heian (794-1192) el primer puesto lo ocupará la flor del cerezo (sakura)].

草菴 –retiro a una cabaña o choza/ retiro en la hierba-

 

19

二もとの梅に遲速を愛す哉

futamoto no ume ni chisoku o aisu kana

Los dos ciruelos,
amo su floración:
primero uno, después el otro.

 Las flores del ciruelo, blancas, florecen de una a una a diferencia de las flores del cerezo (a la vez). Según Blyth (Spring, 301), este haiku bebe su fuente de Yasutane: “en el este y el oeste los cultivos de sauce florecen antes y después, no a la vez. El sur y el norte también son diferentes, en el florecimiento y en la caída de las flores del ciruelo”.

 La sensibilidad aguda de Buson le permite observar la distinta floración de dos ciruelos próximos. Es el viento, la inclinación, la luz, la humedad, aquellos elementos de los ciclos naturales, con sus propias leyes al margen del ser humano, que a menudo no son percibidos. El ritmo de cada ser en la naturaleza es diferente, único. Sobre la palabra “chisoku”, Blyth recuerda su origen chino: “lento-rápido”, unido por la forma de amar, que apenas cambia en japonés. Hay un intento, de nuevo, por aunar la cultura china y japonesa en la obra de Buson.

Las flores del ciruelo también pueden ser rojas, como señala nuestro haijin:

紅梅や入日の襲う松かしは

kôbai ya irihi no osou matsu kashiwa

Los ciruelos rojos;
avanza la puesta de sol
entre pinos y robles *.

* Como señala Rodríguez-Izquierdo (El haiku japonés, p. 312) Kôbai es el término a partir de la lectura china de los caracteres. Hay que destacar también la variedad cromática en la paleta de Buson: dos rojos, el del ciruelo y el ardiente sol en su ocaso, con sus distintos y perceptibles matices.

紅梅の落花燃らむ馬の糞
Kôbai no rakka moyuramu uma no fun

Las flores rojas del ciruelo
caen ardientemente;
el excremento del caballo*.

* Las flores rojas parecen arder, se sobreentiende que caen sobre el excremento del caballo. La fragancia del pétalo y de la podredumbre del animal se fusionan, se mezclan. Tanto olores como materias, formas y sus variedades cromáticas.

LA MELODÍA DE LA TIERRA Y EL CIELO

Desde que nuestra vida se hizo una con este viento que recorre el mar y los bosques; desde que todas las criaturas que nos rodean se mezclaron y se confundieron con nuestras emociones, pensamientos y recuerdos; desde que nuestros sentidos se fundieron con este mundo, el infinito siempre ha sido nuestro hogar. Pero quizás por sus innumerables cambios, por nuestras limitaciones o por las luchas y controversias de nuestro ego, no hemos podido vivir en él. El cielo es lo que se encuentra arriba y la tierra, abajo: tal fue el veredicto de nuestra lógica y, ¿cómo contradecir a la Lógica? ¿Cómo atrevernos a ser ilógicos? Nosotros, seres efímeros en un mundo efímero, nada teníamos que ver con toda la infinitud que nos rodea: tan solo debíamos pensarla, añorarla o maldecirla, tan ajena a nuestro intelecto como un espejismo. Luego, pudimos constatar que apenas algunas explicaciones eran las recompensas de esta lógica: que el amor, la vida y la muerte no podían ser limitadas dentro de ella, pero ya el camino estaba trazado y la enseñanza, transmitida.

nos mudamos de una tina
a otra tina…
¡Cuánta palabra sin sentido![1]

Por suerte, no todos los caminos fueron una cárcel.

Hay un Dō, una Vía, que no puede ser limitado por un sistema de premisas lógicas inventadas por el ser humano. Hay un Dō, una Vía, que nutre y se nutre de la infinitud y de lo absoluto, desde antes de nosotros y por siempre. Hay un Dō, una Vía, que no desgrana la realidad como el caer de las hojas marchitas. Hay un Dō, una Vía, que se mantiene, tal cual es, y nos envuelve constantemente, en una comunión perfecta, con la única coordenada capaz de abrirnos la puerta a su conocimiento: aquí y ahora, la única encrucijada real, el único ámbito donde puede darse esta vida y esta muerte.

No existe ningún vacío entre el Cielo y la Tierra, no existe separación alguna entre lo finito y lo infinito y, cada paso que damos, es una muestra de nuestra permanencia en tal unión. ¿Quizás preferiríamos poder contemplar toda esa presencia hasta su último punto? Pero, es infinito…, ¿dónde podría encontrarse su principio o su final? ¿Acaso no es suficientemente bello un atardecer, un amanecer o una flor que otorga su fragancia en su período oportuno? ¿Y cuánto duran? Hay tanta belleza en su efímera existencia…

Yo, ahora, aquí,
el azul de un mar
que no tiene límites[2]

No pedir más, sino ser portador de la misma belleza que nos rodea. No deshojar, no desgranar, no desmembrar esta realidad con un análisis lógico de las cualidades que acordamos entre los humanos, sino caminar en perfecta unión, como la Tierra y el Cielo, sintiendo lo efímero en lo eterno, la muerte en la vida y la vida en la muerte: contentándonos con poder vislumbrar un pequeño fragmento de lo que siempre fue, es y será, rebosante de amor por ello.

Solo si tu vida
es algo no sabido
el canto del misosasai[3]

El don de vivir en la eternidad nos está siendo dado en cada instante, rodeado de criaturas hermosas, impactantes, aterradoras y enigmáticas … ¿No merece todo esto nuestra atención? Tenemos la posibilidad de sentir todo el universo, pero vivimos aferrados a nuestro miedo:

“Tened abiertas las manos y toda la arena del desierto pasará por ellas. Cerradlas y sólo conseguireis unos pocos granos.”[4]

Este cuerpo no retiene el aire que precisa para vivir, pero nuestra mente sí retiene cada pensamiento compulsivo como si la vida se le fuera en ello… Deja de perseguir, deja de luchar: ya estás en la parte del infinito que te ha sido dada experimentar. Tan sólo permítete escuchar esta melodía de la Tierra y el Cielo:

Bajo la Vía Láctea
danza en plena noche
borracho perdido.[5]

Para el beneficio y la felicidad de todos.
Para mis amigos de El Rincón del Haiku.

Rogelio «Viento».

___________________________________________________________________________

[1] KOBAYASHI, ISA, en Aware. Iniciación al haiku japonés, de Vicente Haya, “88. EL haiku nos invita a comenzar un viaje”, en “Parte V: el haiku es un camino de extinción del “yo””, Kairós, Barcelona, 2013, p.292.

[2] Traducción de Vicente Haya, “El mar”, en Taneda Santoka. El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones, p. 113.

[3] Ibidem, p.54

[4] DOGEN ZENJI,                                                        http://akikazeakizuki.blogspot.com/2010/11/tened-abiertas-las-manos-y-toda-la.html

[5] SANTOKA, Taneda, Op. Cit., p.41

Haiku 18

出る杭をうたうとしたりや柳かな

deru kuhi o utau to shitari ya yanagi kana

Golpeando la pila de madera
que sobresale;
el sauce llorón.

 Un conocido proverbio japonés dice:  出る釘は打たれる [se clava el clavo/ el poste que sobresale; la persona que sobresale es castigada] y su variante:  出る釘は打たれる [los árboles altos atrapan mucho viento; las personas que sobresalen en algo se disgustan].

Buson parece golpear una pila de madera, un poste o un tocón de un árbol. Cuando se desecha una parte del material, el sauce en poco tiempo estirará las raíces y las ramas. Aquí coincide el trabajo manual con la madera (de un sauce) y la visión del mismo árbol, quizá lozano, frondoso y resplandeciente. La madera del ser y la madera del no ser.

Tanto Shiki como Naito Naoyuki- 1847 a 1926- (en la revista Hototogisu, ほととぎす発行所 明治33-34年) consideraron que se trataba, precisamente, de una pila de sauces.

Sobre esta cuestión Buson también escribe:

 

柳 から 日 の くれかかる 野路 かな

 Yanagi kara hi no kurekakaru nomichi kana

  A partir del sauce
comienza a ponerse el sol,
el camino del campo *.

 

 * La sombra del sauce se alarga por todas partes, se ennegrece su tronco y el día acaba. Un atardecer que se vislumbra a partir de aquel árbol.

Versos para esto días

El 18 de marzo de 2020, con el confinamiento, comencé a publicar en Facebook cada día un poema japonés, generalmente haiku, esperando que nos ayudara a pasar aquellos días. Al poco de comenzar la publicación y tratarse de clásicos japoneses, me di cuenta de que sería bueno que fuesen escritos también en kanji y en romaji, así como cuando disponía de la información, el nombre del traductor/a. Con el fin del confinamiento, finalizó la serie. Hay muchos comentarios en Facebook muy interesantes, más que los del compilador, pero impsible recoger todo aquí. Todo se puede consultar en Facebook. A continuación, aquí compilados y con pésima maquetación, aquellos versos y sus comentarios.

 – – VERSOS PARA ESTOS DIAS

HAIKU 17

青柳や芹生の里のせりの中

aoyagi ya seryuu no sato no seri no naka

Un sauce frondoso
rodeado de perejil
en el pueblo de Seryo.

 Es un poema que, según la mentalidad japonesa, se percibe de la siguiente forma: el sauce frondoso…. y se continúa en el final: en medio, rodeado, en…después una concatenación de relaciones con la partícula “no”: de perejil del pueblo de Seryo. Un poema colorido: el verde del sauce y el verde del perejil, de un pueblo que recibe el mismo nombre. Seryou es el antiguo nombre de la parte oeste de Ohara, al norte al norte de Kyoto. Este haiku contrasta con un waka del afamado bonzo y poeta Saigyō (1118-1190):

El perejil japonés (Oenanthe javanica) es una de las siete hierbas de la primavera. Crece en un suelo húmedo y se comen la raíz y las hojas (es la única variedad de Oenanthe comestible). En el perejil, hierba salvaje, brota una pequeña flor blanca durante la estación. Quizá Buson nos hable de dos variedades cromáticas, dada su faceta de pintor: el blanco del sauce y el blanco del perejil, por un lado; por otra parte, el verde de la hierba y del árbol.

Actualmente, el 7 de enero se celebra el Festival de las Siete Hierbas (七草の節句 nanakusa no sekku); el plato gastronómico por excelencia es el okayu, un tipo de arroz , que se consume para protegerse de los demonios, favorecer la longevidad y la buena suerte. Las siete hierbas son: perejil japonés (seri), jaramago blanco, borriza, pamplina, lampsana, nabo y rábano.

 Es llamativo el contraste con este otro poema de Buson:

 

柳ちり清水かれ石ところどころ

 yanagi chiri shimizu kareishi tokorodokoro

 El sauce desnudo-
la corriente seca,
las piedras por todas partes. *

 * Destaca la onomatopeya “tokorodokoro” (aquí y allí). Durante sus viajes al norte de Edo (1742-1751), Buson compuso en Ashino (un pueblo cercano a Utsunomiya) este poema. Él vio allí un viejo sauce reconocido por la literatura (un waka de Saigyô y un haiku de Bashô).

 En 1689 Bashô visitó este lugar y escribió:

 

田一枚植ゑて立去る柳かな

ta ichimai uete tachisaru yanagi kana

En todo el campo plantan arroz;
antes de separarme
el sauce.

 Es evidente que el haiku de Buson es pesimista y refleja, en palabras de Ueda (The Path, p. 17) su punto de vista negativo sobre la poesía contemporánea y el marco cultural de su época; se hallaba desolado sin hombres cercanos a la altura de Bashô y Saigyô.

LA MELODÍA DEL GRAN CORAZÓN

El impulso del corazón es imparable. Nunca hubo ni habrá nada que contenga tanta energía, tanta pasión y tanta capacidad transformadora. Aquello que llegue a rozar al corazón, será perseguido por él una y otra vez, puede que durante una vida entera, hasta que deje de latir. Nuestra emoción es nuestro impulso: nuestro movimiento.

¿Qué nos emociona? ¿Un coche, un trabajo, una casa o un viaje? El mundo nunca fue tan pequeño entonces. Quizás alguien nos haya dicho que esas cosas son las más emocionantes que podríamos encontrar.

Todavía queda vida

en el cuerpo

que estoy rascando[1].

Desde luego, nadie nos aseveró que rascarnos debería ser considerado como algo emocionante. Así que le arrancamos a nuestro corazón ese pedacito que quizás una vez tuvo. El cuerpo debía ser lucido, vestido, paseado, engordado y gozado: nos lo mostraron, nos lo dijeron, nos lo repitieron durante tanto tiempo… ¿Cómo pensar que habría algo más?¿O algo menos?

Con eso tengo más que suficiente

barrer las hojas caídas[2].

Hubo un tiempo en el que pisamos las hojas caídas por primera vez, entonces crujieron y, ese sonido, esa conexión entre nosotros y el mundo, nos asombró: sentir algo nuevo en el mundo por primera vez nos colmó. Y nuestro corazón se alegró y sonrío y, con él, todo el cuerpo. Aún lo podemos contemplar en los niños, cuando viven esa misma experiencia, no desde las ideas, sino desde la vida misma: para nosotros, los cultos, los que nos envolvemos en estas letras, ya sólo es un recuerdo perdido. Le quitamos al corazón ese pedacito que quizás una vez tuvo, se lo empañamos con nuestra “idea” y la dejamos anquilosarse en nuestra mente, para que esa emoción nunca pudiera volver a fluir por nosotros, como una charca de agua sucia en la que nadie puede volver a contemplarse ni a sumergirse. Nadie nos mostró cómo pisar las hojas caídas debía de ser vivido como algo emocionante, siempre: sencillamente, nos enseñamos unos a otros a arrancar y a empañar cientos de trozos del corazón, como un único atardecer.

El sol, la luz, el viento, los árboles y los animales cambiaron y cambiarán junto a las hojas secas y, mientras vivamos, nosotros podremos cruzar ese momento del universo, cuando venga, con cientos de crujidos: ¡cruzar el universo crujiendo…!

Así, tal cual,

como hierbas que son,

los brotes se abren[3].

Otras existencias son portadoras del silencio, esa puerta hacia lo absoluto. Están rebosando vida, pero su naturaleza es modesta y sencilla: no hacen gala de nada, no hay vanidad en ellas. Son como son, porque ser ya es todo: ¿qué más esperar? ¿Qué más desear? Pero, si aceptásemos esto, toda nuestra vida y sociedad se derrumbaría ahora mismo: “¿sólo ser?”. Sólo ser, así tal cual: “como hierbas que son”, “como humanos que son”, “como estrellas que son”, “como nubes que son”… ¿Acaso no les basta a las estrellas existir tal cual son para hincharnos el corazón al contemplarlas? Esas luces eternas en el cielo siguen cada noche rozando nuestro corazón.

Pero nadie nos mostró cómo vivir emocionados ante las hierbas, ante el crujido de las hojas ni ante la vida que fluye por el propio cuerpo: arrancamos esos pedacitos del corazón o los empañamos con ideas de cotidianidad y menosprecio. Nos dijeron, nos aconsejaron, nos encandilaron, nos chantajearon con otros objetivos, otras metas y otras patrañas. Como si nunca vivir hubiera sido suficiente. Pero vivir y morir es el único y gran misterio; y es el único, porque la vida y la muerte son lo mismo y no están separadas una de la otra, sino dándose al unísono, como una sola melodía en cada una de las existencias, aquí, ahora mismo:

Dentro de la vida y la muerte

la nieve cae incesantemente[4].

¿Cuántos trozos de nuestro corazón sobreviven empañados? ¿Cuántos han sido arrancados? ¿Qué tipo de vida tendremos en el mundo con un corazón tan pequeño? Minúscula, miedosa, insegura, desconsolada… No vemos que portamos un corazón tan grande como el universo, que puede albergar dentro todo cuanto existe, porque todo le hace o le ha hecho vibrar al rozarlo: un picor, una hoja, una hierba, la nieve…

Es la melodía del gran corazón, donde todo cabe, la que se está produciendo aquí y ahora.

Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de “El Rincón del Haiku”.

Viento.

 


[1] SANTÔKA, Taneda, en “Final”, en Saborear el agua. Cien haikus de un monje zen, Poesía Hiperión, traducción de Vicente Haya y Hiroko Tsuji, p. 153.

[2] Ibídem, “Rito cotidiano”, p. 135.

[3] Ibídem, “Contemplación”, p.69.

[4] Ibídem, “La puerta”, p.34.

UN HAIKU ESCRITO EN KATAKANA (silabario especial).

La escritura normal japonesa se realiza mediante una combinación de ideogramas (kanji) y silabogramas (caracteres silábicos, distribuidos en dos sistemas coextensivos:  hiraagana y katakana). De entre estos dos sistemas silábicos, es más corriente el hiragana, quedando el katakana -sobre todo- para escribir palabras extranjeras (de las cuales, la mayoría son anglicismos).

   Precisando algo más, yo diría que un texto japonés suele presentar un 40% expresado en kanji, y un 60% expresado en hiragana.  Tal proporción aproximada es válida para los haikus, y así suele encontrarse en ellos.

   Dentro de lo raro, siempre hay lugar a la sorpresa.  Para nosotros,  por ejemplo, resultan algo raros los números romanos, pero los usamos para distinguir reyes o papas homónimos, o bien para citar siglos.  Llegaría, pues, a resultarnos raro escribir “el pontífice Juan 23”, o “el siglo 5º”.

   He encontrado un haiku de Shiki (1867-1902) -en “A History of Haiku” de Blyth- escrito en una combinación de katakana y kanji,  sin nada de hiragana, el cual reza así:

/ / hige soru ya / ueno no kane no / kasumu hi ni //           (ver ic.1)

  Me afeito, mientras suena
la campana de Ueno,
y es día nublado.

  Según Blyth, dicho haiku se encontró en un cuaderno de notas del haijin.  El mismo haiku escrito en hiragana y kanji tendría este aspecto    (ver ic.2)

  Una campana monacal como la el templo budista de Ueno, en tiempos en que no era tan frecuente el reloj personal,  era un buen recordatorio de que hay que asearse y vestirse, para trabajar.  En esa cotidianidad, que se suma a la monotonía de una alborada con nubes, Shiki deja constancia del presente temporal, y de su propio estado de ánimo, que él trata de levantar mediante su afeitado y el haiku que improvisa.  Recurre a un sistema de escritura –el katakana- que no requiere tanto arte como el cursivo hiragana –el cual parece reclamar más el uso del pincel-.  El katakana consiste más bien en rasgos sueltos superpuestos.  Y así lo escribió Shiki en un modesto cuaderno de anotaciones.

  Voy analizando los versos, palabra por palabra:

hige soru: ‘barba afeitar’ (o “afeito”):  secuencia apositiva de complemento directo y verbo transitivo en presente.  No usa la posposición “wo” para marcar el complemento directo; rasgo este no raro, pero sí muy coherente con la poética de Shiki, quien exhortaba a suprimir posposiciones innecesarias en haiku, en pro de la brevedad.

ya:  kireji o palabra de cesura, cerrando el primer verso.

ueno no:  Ueno es un topónimo, referente al parque de Ueno, en Tokyo.  Va seguido de la posposición de pertenencia “no”, que equivale a nuestra preposición “de”.

kane no: “kane”: ‘campana monacal’, palabra seguida de la misma posposición “no”.

kasumu: verbo ‘nublarse’ en presente.  Se refiere a la palabra siguiente.

hi ni: ‘día en’.  Sustantivo más posposición deíctica o localizadora.  Conjuntamente con el contexto previo: ‘en día nublado’.

  Seguramente Shiki recurrió al katakana por cierta familiaridad con este sistema, quizá bastante usado en su libreta de apuntes.

  En medio de lo cotidiano y  de un cielo nuboso, una manera de superar la rutina para el haijin, sería darse un buen afeitado, mejorar de cara, y escribir un haiku.  El son de la campana seguramente avivó su ánimo, un tanto gris a la sazón.

Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala.           Universidad de Sevilla.

Haiku 16

捨やらで柳さしけり雨のひま

Suteyarade yanagi sashikeri ame no hima

Planto las ramas del sauce

que guardé,

después de la lluvia.

 

Buson, de camino a casa, tenía una rama de sauce en la mano y parece plantarla en el suelo.

El profesor Shimizu (en Buson zenshu) considera que se trata de unas ramas del sauce dispuestas en un jarrón: aprovechando el receso de la lluvia, Buson sale al campo y planta en la tierra las raíces sobre la tierra húmeda.

[sute, del verbo suteru: tirar, arrojar, desechar, abandonar, con “de” se transforma en acción negativa –no tirar-, es decir, conservar, guardar], けり[keri: indica la continuación de un verbo en pasado (no tirar) con otro en presente (plantar); permite cerrar el ciclo de la acción], [ame: lluvia. Se trata de un kanji muy visual (al principio eran más simples y cercanos al concepto “pictograma”: incorpora cuatro “gotas de agua”], ひま [hima: libre, es decir, el tiempo entre uno y otro suceso, en este caso el “tiempo sin lluvia”, cuando escampa].

Buson también presentó una variante de este poema, cambiando el último verso:

 

捨やらで柳さしけり雨の音

suteyarade yanagi sashikeri ame no oto

Planto la rama de sauce

que guardé;

el sonido de la lluvia.

 

El carácter sagrado, ancestral del agua y su sonido es una constante en la mentalidad japonesa.

Haiku 15

梅ちてさびしく成しやなぎ哉

ume chirite sabishiku narishi yanagi kana

Las flores del ciruelo caen;
el sauce
aún más solo.

 

Entre el ciruelo y el sauce existe una relación asociativa profunda, de hermandad. Ambos comparten, por ejemplo, unas flores de color blanco. La sensibilidad de Buson observa este vínculo entre el hermano mayor, que pierde sus flores, y el hermano pequeño refugiado en su creciente soledad. En ese microcosmos o representación del universo que es la naturaleza, según el taoísmo, los árboles se necesitan, se acompañan: no se trata de una personificación sino de una muestra compasiva por parte del poeta, a quien le duele, le aflige la caída de las flores, de las hojas, de los pétalos de un ser vivo, (elemento de lo sagrado que conforma la realidad en que transita el haijin).

Cada pétalo caído es un avance hacia la vejez de sus ramas y, en definitiva, del propio árbol. En este caso, la relación entre ambos seres y el contrate complementario entre la vida y la muerte, la lozanía y la caducidad, permanece en la mirada del poeta, quien nos dice en otro haiku (recogido por Blyth, Spring, p. 317):

散るたびに老行く梅の梢かな

chiru tabi ni oi-yuku ume no kozue kana

 

Con cada pétalo caído
las ramas del ciruelo
envejecen.

 

Sabishii queda abreviado en sabi. El aware puede incluir dos términos estéticos que han arraigado en la sociedad japonesa: es el wabi-sabi o belleza triste de las cosas. Este concepto se encuentra al mismo nivel que el orden racional y el canon de belleza del mundo griego de Occidente. Son palabras de difícil traducción: wabi sugiere el sentido austero, sobrio, de la belleza; sabi implica soledad, abandono, realidad cambiante, asimetría. Refieren a lo efímero de la vida, a lo imperfecto, humilde, simple y modesto, con cierta carga melancólica. En este haiku está muy presente la fugacidad de la vida, el paso del tiempo que acecha la primavera para derruir la flor. Sin embargo, el haijin no introduce sus sentimientos u opinión acerca de lo ocurrido. El cerezo japonés, sakura, es una muestra de la existencia transitoria de todos los seres, también nosotros. En Occidente podemos asimilarlo al tempus fugit latino y al «todo fluye, nada permanece» de Heráclito. Wabi-sabi es, en definitiva, la toma de conciencia y aceptación sobre lo efímero de la existencia y la fragilidad de las cosas.

En Occidente, el paisaje es una estructura fija, detenida: una imagen o icono. Sin embargo, en esta cultura oriental la palabra connota aspecto del viento, es decir, algo que fluye o se derrama, imperfecto y asimétrico, en continua transformación. Según cierto proverbio japonés: «al dibujar una rama también es necesario escuchar el soplo del viento». Mientras nosotros valoramos lo monumental, canónico, racional, simétrico, antiguo y duradero, el japonés afirma la belleza en un vaso roto o en una reciente flor marchita. Ambos son wabi-sabi: estructuras asimétricas en continuo cambio.

Bashō nos lo muestra:

落ざまに水こぼしけり花椿

ochizama ni mizu koboshi keri hana tsubaki

La flor de la camelia
ha caído
derramando su agua.

Y la réplica de Buson:

椿落ちて昨日の雨をこぼしけり

tsubaki ochite kinoo no ame o koboshi keri

La camelia cae
tras la lluvia de ayer,
derramando su agua.