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Haibun 65

Haibun 65

Rambla del  Tuerto

Comenzamos ilusionados la primera ruta de senderismo cerca de Tarazona de la Mancha, en un paraje llamado la Rambla del Tuerto.

Una brisa suave de primeros días de otoño nos recibe al bajar del autobús. Los colores empiezan a amarillear el paisaje.

Lo primero que nos encontramos es un majuelo:

Luz de otoño,
en las viñas recolectadas
algún racimo olvidado.

Siguiendo el sendero pronto llegamos a la Casa del Tuerto. Antaño, grandes olmos daban sombra a la casa y al camino, pero ahora, afectados por la grafiosis, solo quedan los viejos troncos de donde han brotado otros nuevos y jóvenes.

Guardo en mi bolsillo una hoja para recordar su forma asimétrica y rugosa.

Llegamos al río Júcar, con su bosque de ribera, nos llaman la atención dos espinos, uno albar y otro negro, que han crecido juntos.

Más adelante, el porte de los pinos piñoneros nos impresiona por su altura y por su forma graciosa de parasol chino. Su corteza, de color marrón rojizo, grueso y libre de ramas, que el propio árbol va podando.

Al final, Juan nos explica en qué consisten las minas de agua, túneles excavados en este caso en la tierra arenosa, para conducir el agua subterránea a los cultivos. Nosotros, mientras, observamos asombrados los respiraderos del túnel.

El canto de la solitaria totovía alegra nuestro camino de regreso al autobús.

Octubre de 2025.

Eulogia Jiménez.
Albacete, España.

LA NOCHE DE LA ALUMBRADA

Roxana Dávila Peña
mushi

 

Ya atardece. Tiemblan con el viento las luces de las velas que las familias encienden poco a poco en el cementerio.

Mi madre, como cada año, vuelve a indicarme el camino hacia la tumba de mi abuelo.

—Aquí das vuelta a la izquierda y, en esa subidita, la tercera a la derecha lo encuentras —me dice. Me gusta seguirla y ayudarle a cargar el agua y las ofrendas.

Parece que las flores de cempasúchil iluminadas derraman el color del sol sobre la noche. También la mayoría de las tumbas y los caminos se alumbran con las veladoras.

Camino entre las ofrendas y pienso que mi propia vida ha sido un sendero hecho de luces y despedidas.

Las sombras en movimiento se vuelven cálidas. El aire huele a copal y a pan recién puesto.

Mi jarrito de café aún humea. Hoy no ha llegado nadie a la tumba de junto.

El papel picado se mece con el viento, como si saludara. Hay música allá, hacia la capilla. Este año hay tumultos.

La noche está más fría. Me abrigo un poco más. En cambio, mi madre nunca tiene frío. Comienzan los rezos.

Un poco de cera cae sobre mis dedos mientras esparzo pétalos de flores de terciopelo sobre la placa de mi abuelo Samuel. Le hablo bajito y, aunque no lo recuerdo con claridad, sí me acuerdo de que, de niña, me impresionaban sus manos que olían a tabaco.

Nos despedimos. Ya nos veremos hasta el próximo año.

La cara de mi madre,
resplandeciente,
colocando la pipa.

Septiembre 2025

CONSTRUIR

Por la mañana
También las piedrecitas
Tienen su sombra.

DECONSTRUIR

Octavio Paz, el gran poeta mexicano que cultivó el arte del haiku, decía que las cosas se esconden en la sombra de sus nombres. Asunto de calado filosófico. La relación entre la “cosa” y el “nombre” ha sido una cuestión omnipresente en la metafísica, alguna corriente de la cual, como el nominalismo del Medievo europeo, negaba la existencia de la realidad –de los conceptos, de las cosas, de los llamados “universales”– fuera de sus nombres. ¡Los nominalistas eran haijines sin saberlo!  Y es que la mente del haijin, cuando se asoma al Inconsciente con su intuición, desnuda a las cosas no solo de sus nombres, sino hasta de la sombra, del ropaje de los nombres.  La herramienta para hacerlo es su impersonalidad. Cuando el haijin se despoja de su yo o de su intelecto, la cosa –el objeto, la sensación expresada– se muestra vacía de la codificación de la semántica.  Como una mariposa que, libre y feliz, sale volando, libre de las ataduras de la relación significante-significado.  La claves es eso: la impersonalidad, la vaciedad del yo, el no agente personal de la acción del poema.

En la lengua japonesa, en donde no se marcan la persona o agente de la acción verbal porque no hay desinencias personales en los verbos, es relativamente fácil ser impersonal cuando se compone un haiku. En las lenguas occidentales no lo es tanto. Voy a demostrar esto con un prodigioso haiku de Issa Kobayashi.

 Nani mo nai ga
Kokoro yasusa yo
Suzushisa yo

 Nani mo nai ga no quiere decir exactamente «no tengo nada», sino «no hay nada» lo cual es diferente aunque la acción de no tener se aplique a uno mismo. En la expresión japonesa no hay verbo alguno que nos permita inventarnos el verbo «tener» en primera persona. Una traducción aproximada que respetara esta impersonalidad del primer verso del original sería usando el verbo «tener» en infinitivo, por ejemplo:

Sin tener nada,
Solo paz en el alma
Y frescor de la brisa. 

El admirado maestro Fernando Rodríguez Izquierdo personaliza la acción de «tener» enfatizándola además con el pronombre «yo» , y lo versiona así:

Yo nada tengo,
Pero gozo de calma
Y del frescor.

Con esto de la impersonalidad del haijin no he me apartado sin razón del tema de la sombra de los nombres, de la sombra de las piedrecitas, por volver a mi haiku de este mes.  Antes bien, la sombra de esas insignificantes piedras –acompaño fotografía– advertida en el suelo de hormigón, durante un paseo muy mañanero realizado hace unos pocos días, la produce un agente impersonal no mencionado en el verso: un rayo de sol.

Es, por tanto, un haiku impersonal. El haijin es solo la cámara que fotografía el instante.  Un instante, me pareció, de grandiosidad cósmica. El testimonio poético de que una cosa inorgánica, en el lenguaje humano, como una pequeña piedra, posee el mismo derecho que cualquier persona u objeto grande –como un árbol o una montaña– a tener su sombra, a tener un nombre. Pero no lo tiene, aunque tenga sombra, y esto le llamó la atención al haijin. La piedrecita sin nombre pasó, entonces, a formar parte con todo derecho del engranaje de la realidad cósmica en la cual las cosas existen aun sin nombre.  Todo ellos gracias a su sombra. La sombra creada por el sol naciente. La sombra que oculta el nombre de cada una de esas piedrecitas del camino, que, no por carecer del nombre, son menos cosa.

 

Un viaje al pasado de la Tierra

Roxana Dávila Peña
mushi

Ya debe ser medio día. Huele a lluvia.  Desde los postes, dos zopilotes abren sus alas y vuelan bajito hacia los matorrales. Todo está verde. Las biznagas y las candelillas con una que otra flor. Vine a Rincón Colorado a ver la historia de un pasado sumergido. El mar ha desaparecido y queda un sendero lleno de fósiles, caracoles y ostras. Siento el crujido de las piedras bajo mis pies como un eco seco en el silencio del desierto coahuilense, donde antes había dinosaurios.

Casi resbalo. La mano cálida de papá se apoya sobre la mía. Acomoda su sombrero y me habla sobre lo que guarda en su memoria. ¿Cómo sería ese mundo? Me vuelvo viajera. Casi metálico, comienza bajo y asciende poco a poco el chirrido de una chicharra. Desde el mirador, a lo lejos, en los cerros, se alternan la sombra y la luz bajo nubes inmóviles. Ya de regreso, el sabor de una manzana que traje de Arteaga.

Voz que se apaga.
Espinas de huizache
en mi vestido.

 

 

Julio 2025

CONSTRUIR

En ramas secas
Ninguna ave posada.
Al caer la tarde.

 

DECONSTRUIR

Haiku compuesto al bajar por el camino en mi paseo habitual de El Real y fijarme en un árbol completamente seco al borde de la carretera. Me quedé un rato observándolo. Oía los cantos de las aves a mi alrededor, pero ninguna venía a posarse en la ramas de este viejo árbol. ¿Por qué sería? El árbol no contemplaba el seto de rosas que había a sus pies (ver la foto, con la Cabeza del Oso al fondo, a la izquierda, a cuyos pies está mi casa), sino la belleza de otro color rosa: el sutil de unas nubes teñidas con los arreboles del final de la tarde. A lo mejor las aves no querían perturbar con su presencia esta contemplación gozosa que hacía el árbol.

Por eso, se me ocurrieron estos versos:

Mira asombrado
Unas nubes lejanas
El árbol seco.

Acompaño foto para que el lector pueda apreciar la suave belleza de los tonos de las distantes nubes.

Es un haiku, me parece, provisto de esa cualidad del “reflejo” que preconizaba el maestro Bashō. Reflejo, es decir, cierta cualidad cromática en los versos, por vaga o discreta que sea. Esta cualidad no se expresa directamente, sino que se insinúa a través del asombro del árbol  personificado. El árbol, pese a estar muerto, ha cobrado vida con la mirada del haijin y aprecia el color de las nubes que hay en lontananza.  Es, tal vez por eso un haiku rico en sugerencia. Rico pero no es austero. Y a mí, en primer lugar, me gustan los haikus austeros, casi ascéticos. El arte del haiku ­–Blyth lo definía, a pesar de su rechazo a toda definición– como un arte ascético. En segundo lugar, tengo predilección por los haikus que expresan negaciones, ausencias, vacíos. Por estas dos razones, deseché este haiku del asombro y del “reflejo” con sugerencias cromáticas, y ofrezco a la atención de los lectores el otro, el que encabeza este escrito de julio. Uno que habla de aves que no se posan en ramas secas…

A alguien que lo lea quizás le recuerda el famoso de Bashō:

Kareeda ni
Karasu no tomarikeri.
Aki no kure

En ramas secas
Se han posado unos cuervos.
Tarde de otoño.

 

Un magistral haiku por su intensa cualidad monocromática, en blanco y negro, más evocadora que cualquier policromía, aparte de por la aliteración del fonema /k/ que sugiere el graznido del cuervo. Y por más razones. Pero no es una haiku de negaciones.

En cierto sentido, el arte del haiku, contemplado desde la perspectiva occidental, es la poesía de la triple negación: no a la expresión de los sentimientos, no a la expresión directa de la belleza, no a la formulación de verdades o enseñanzas. La predilección del haiku por la nada puede deberse a su deuda formativa con la enseñanza zen para la cual la nada o el vacío –reflejo de la sunyata budista– es sustancial.  La nada budista, nos recuerda el filósofo moderno Shin’ichi Hisamatsu, no es una negación del ser, ni la formulación intelectual de una visión nihilista, ni siquiera es una nada imaginada. Esta nada, que es la nada del haijin, es una mente activa, que va más allá del ser y del no ser, una nada en que se funde sujeto y objeto. En este poema, “ave” y “rama” son la misma cosa. Están fundidas.

He aquí un par de poemas del maestro Buson con negaciones:

 

Tagaysu wa
Tori sae nakanu
Yama kage ni

A la sombra del monte
Ni un pájaro se oye
Labrando en el campo.  

 

O este otro, maravilloso (con “resonancia”):

Mi tabi naite
Kikoezu narinu
Ame no shika

Bramó tres veces
Y ya no se lo oyó más.
Ciervo en la lluvia.

Vivimos en un mundo de ausencias y vacíos. Hagámoslo presente en diecisiete sílabas.

Santuario

Roxana Dávila Peña
Mushi

Bajo frondosas ceibas y cerca del mar, donde terminan los senderos, comienza el camino. ¡Hace calor! Parece que el viento que apenas ondea miles de listones blancos amarrados en el túnel de las peticiones extiende los deseos de los peregrinos por toda la selva. Aquí vamos, bajo la sombra de las caobas y los olmos, los excluidos, los excomulgados, los más religiosos y los reconciliados. ¡Todos cabemos!, incluso los curiosos. Quedan los anhelos a merced del tiempo, el sol y la lluvia, que aunque escritos con plumón de tinta indeleble, se van desgastando; las esperanzas de que la Virgen desatanudos interceda, no. Recuerdo en los templos budistas y santuarios sintoístas de Japón las tablillas de madera y amuletos donde las personas escriben sus encargos de protección y preocupaciones y las cuelgan para que sean escuchadas por las deidades. Con cada paso sobre la gravilla, también escucho el canto de aves multicolores y en el silencio, una oración. Descalza, entre campanadas, cruces y conchas, escribo mi nudo a María, ese que entorpece mi vida. El que me tiene atada, confundida y con un poco de miedo. Busco un lugar, entre nudo y nudo.

Ante las orquídeas
atadas al árbol,
solo inclinarse.

 

Junio 2025

CONSTRUIR

Cáncer y nidos
En la pared cagada.
Un día especial.

DECONSTRUIR

Todas las semanas debo ir al hospital (aunque, por suerte, no por estar enfermo) donde entro por una puerta situada en una pared con una cornisa donde anidan los vencejos (¿o son los aviones o tal vez las golondrinas?). Una pared sucia por los excrementos de estas aves…  es el segundo verso de este haiku. Incluyo foto.

Los amantes del haiku espero que no le harán ascos a este extraño verso. Ellos saben que el feísmo y lo escatológico son simpáticas caras del poliédrico haiku, la poesía que a nada hace ascos y nada halla repugnante porque todo, todo en la naturaleza, lo santifica y ennoblece con su mirada.

Dos  ejemplos:

Entre los rastrillos
Y el estiércol de caballo,
Humea cálido el aire
(Kakei)

Y este famoso de Bashō:

Piojos y pulgas.
Un caballo que orina
Junto a mi almohada. 

El enfermo de cáncer marca como día especial aquel en que debe pasar por esta puerta, debajo de esta pared, para recibir su ración semanal o quincenal de quimioterapia. Si alza la vista y ve los nidos de la cornisa, seguro que duda de que tengan algo en común el nido –la seguridad, el calor– de una golondrina y el tumor cancerígeno –la incertidumbre, la salud amenazada– que corroe su cuerpo. ¿Lo tienen?

¡¡Sí!!  Sí en la mirada del haijin para quien cada día es especial. Cáncer y nido comparten una pared. Comparten una mirada.

Mayo 2021

CONSTRUIR

En Gata está
La puerta vieja y muda.
Juegan los niños.

DECONSTRUIR

La provincia de Cáceres, bastante  cerca de donde vivo, está llena de lugares con encanto. Uno de ellos es la comarca de la Sierra de Gata, en el límite con la  provincia de Salamanca. El paisaje, el clima, la gente y hasta el habla –ahí está el dialecto mañegu o “fala”, reducto del viejo asturleonés– recuerdan a Asturias. Gata es uno de sus pueblos más representativos. Lo visité hace unos días. Subí hasta la ermita de San Blas en medio de chubascos y de los colores púrpuras y amarillos de brezos y escobones en flor. Pero antes, en una de las empinadas calles del pueblo, me detuve ante una puerta. Me cautivó su sencillez: un canto silencioso a la humildad.  Ya no era “una puerta”, sino “la puerta”. La que yo conocía y había visto en sueños.  La de siempre. Siempre cerrada y callada. Pero ahora quise darle voz.

    Desde la plaza llegaban voces infantiles. Me di prisa: saqué la foto y seguí calle arriba hasta San Blas. En la cabeza llevaba una pequeña cascada de sílabas que ahora quiero verter sobre la paciencia bondadosa de los lectores de El Rincón.

Haibun 61

Haibun 61

La ermita

El sol de verano comienza a ascender. Emprendemos la ruta hacia la ermita de Santa Catalina, que está situada en la cercana dehesa Marijuán a unos dos km. de la población. Un camino tradicional, llano y de fácil acceso, que nos adentra con sus paredes empedradas en un precioso y maduro alcornocal. En el desvío que nos adentra en el sotobosque se encuentra la charca chica, que constituye un hábitat esencial para la conservación de determinadas especies de aves y anfibios.

Por el borde de la chaca
 el chapoteo de las ranas
 a cada paso

En el bosque de alcornocales podemos observar el trabajo del descorcho. Los troncos sin la corteza con el paso de los días van enrojeciendo y esto configura un bello paisaje rebosante de vida. Caminando por el sotobosque envolvente de sombras se llega a una explanada donde está la ermita de Santa Catalina, una construcción que data de 1716 y consta de una sola nave y un atrio exterior donde todos los lunes de pascua se celebra una romería.

En el centro de la explanada se encuentra un ejemplar de alcornoque centenario de gran altura y con un tronco sinuoso de gruesa corteza y gran perímetro, una amplia copa ha ramificado extensos troncos que provocan un haz de sombra para el ganado en los tórridos veranos extremeños

El tiempo pasa, borra las huellas de generaciones, nada o muy poco queda, pero aquí los ojos contemplan con certeza los cientos de años de este alcornoque.

Llega a la sombra
 del alcornoque
 una oveja preñada

Encarna Ortiz Serrano
Recas-Toledo (España)

De oficios y jacarandas

Roxana Dávila Peña
Mushi

Miles de brotes estallan. Algunos permanecen colgados a las ramas de las jacarandas y se mueven de acá para allá; otros ya cubren el suelo de color morado que suaviza los pasos de la niña descalza del globo rojo. Yo me niego a renunciar a mi infancia y recuerdo los andadores de Satélite llenos de flores en primavera.

Se escucha el susurro de los árboles. Un barrendero, escoba de vara en mano, con humildad, aparentemente fácil, lleva las flores que caen constantemente al suelo de un lado para otro. La brisa se las lleva otra vez. Pasa la escoba… también las sombras y mis apegos. Un barrido sereno continúa. En el haz de luz, motas de polvo.

Un azotador avanza rápidamente como esa pareja de vendedores de lotería que parece que va con prisa hacia la Puerta Francesa de la estación del metro Bellas Artes en la Alameda Central. Dos tórtolas se pierden entre la fronda.

La anciana encorvada bajo la jacaranda, estira su brazo y camina. Cualquier paso que da y hacia dónde lo dé, es un paso ligero en sus Adidas viejos.

Algo revolotea como mi corazón. ¿Será una polilla? Me invita a flotar, a mecerme en el viento cargado de imecas que van directo a mis pulmones.

Comienzan a sonar canciones mexicanas, como antídoto, al ritmo de esta ciudad. Los primeros acordes nostálgicos de La cucaracha y de Amorcito corazón alegran el día a los que pasamos por aquí cuando el organillero, que siempre está aquí, aunque sin lugar fijo, gira la manivela. Toca y toca y caen, dando vueltas, más flores de jacaranda.  Una moneda pega con otra cuando un niño coopera para que ese oficio nunca desaparezca. Para mi sorpresa, también aceptan transferencias electrónicas.

Más allá, en una banca, las hojas del periódico que alguien dejó.

Montoncitos de flores
que el viento vuelve
a deshacer.