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Abril 2021

Camina por el bosque absorto en sus pensamientos. La llamada tensa y airada que recibió ayer del director del psiquiátrico donde está internado su hermano, la queja permanente de su nonagenaria madre que sólo ansía ya morir, sin dolor, pero morir al cabo y abandonar para siempre este valle de lágrimas, la inesperada dolencia de su nieta que amaneció con fiebre y plagada de rojeces por todo el cuerpo -proceso vírico, le dijeron en urgencias, sin más-, la necesidad de que su hijo acabe ya la carrera y se ponga al frente del negocio, el peso de los recuerdos a una edad que avanza sin tregua y va dejando huellas en el rostro que cada mañana ve en el espejo, en los músculos y tendones que ya se resienten tras largas caminatas… le impiden recrearse en el paisaje que atraviesa como un autómata: la floración de los romeros y de las rosadas jaras que anuncian la primavera, los charcos que menudean en las oquedades de las rocas tras la escasa lluvia del domingo y reflejan en su fondo oscuro las nubes que llegan del oeste, las enormes piedras desgajadas de la meseta que se precipitan por el acantilado de pinos y arbustos, el roce coriáceo de los espartos que colonizan el llano, el graznido de los cuervos que sobrevuelan la estepa, el plumón amarillo de la oropéndola que sale veloz de su escondite, el canto aflautado del mirlo cruzando la enramada, la niebla que desciende por la ladera de la sierra y se esfuma, el sol poniente tamizado por las nubes… Sale de la espesura del bosque y desemboca en un claro de grandes losas calizas en las que se abren largas y profundas grietas que van cuarteando paulatinamente la placa mesetaria. Se asoma al borde donde se desprenden las moles rocosas y observa con asombro las minúsculas flores rojas de un lentisco que ha agarrado en la sima de una grieta, en el límite entre la planicie y el abismo, suspendido en las alturas sobre lo profundo del valle donde se espejan las aguas esmeraldas del embalse. Por unos instantes, por un sublime momento inefable, sale de su ensimismamiento y se convierte él también en el florido lentisco que contempla. Emprende el regreso. Aminora el paso para degustar la travesía con otros ojos, con otros oídos, con otro olfato, aunados todos los sentidos en la misma percepción, inmerso y fundido con la naturaleza. Ya en casa, sentado en su escritorio, abre su cuaderno, desenfunda su estilográfica y escribe, corrige, reescribe… Pausa. Abandona, da un breve paseo por el jardín, respira el aroma de los bancales que circundan la casa… Regresa. Retoma el pulso de la escritura y concibe y alumbra al fin. Sólo tres líneas, tres mínimos versos que expresen el éxtasis mudo del asombro. Solo.

Canto de perdices.
En la tierra mojada,
caracoles blancos.

Abril 2021

Haibun 18

Hágase tu voluntad

  El chorrito, paciente, discurre por el musgo tierno y esponjoso. Atraviesa la caña dispuesta a modo de caño, y cae a la pileta de piedra en una suerte de alegre danza. Todo es sencillez: el agua que fluye, el musgo que la absorbe y la caña que permite el paso. Casi no se aprecia dónde está el manantial.
Ingeniería de la naturaleza. Y yo embelesado mirando la escena.

   Huele a estiércol de unos corrales cercanos.

   No sé por qué pero me viene a la mente la frase de los evangelios: “Hágase tu voluntad”. Confianza ciega en los brazos de lo que suceda. ¿Así de fácil?

   Pasa una mosca, se posa un instante en la caña y continua dirección al establo.

   Las respuestas aquí, en plena naturaleza, cuestan en salir. Es como si junto a esta sencilla fuente y al cercano corral, todo está contestado.
No hay nada más que decir. Porque ya el propio decir es romper el círculo del agua: las nubes… las entrañas de la tierra… el musgo… la caña… para al fin llegar a la pileta.

   Del viejo corral se oye algún balido.

 Decido seguir caminando. Juntando mis manos para crear un cuenco las acerco al chorrito y bebo.
¡Qué fresca!

Un trago de agua
mirando el horizonte.
Cielo sin nubes.

 Enrique Linares
Valéncia (España)

Marzo 2021

HAIBUN 16

  “…Volverás a mi huerto y a mi higuera
Por los altos andamios de las flores”…Miguel Hernández

Mi padre siempre robaba gajitos, cuidaba amorosamente sus plantas, inventaba jardines en las veredas, propias y ajenas y luego las plasmaba en óleos y acuarelas. Yo, simplemente las disfrutaba, pero pasaba de ellas.

Cuando partió, mudé a mi casa todas las que pude, en un intento de hacerlo presente. Casi todas florecieron, pero sus orquídeas tardaron cinco años en alzar sus varas (no sin culpa, lo atribuí a mi inexperiencia o mi descuido).

Esta mañana el jardín huele a albahaca y a tierra húmeda. Un colibrí visita el tronco de naranjo donde estaban arraigadas, ese es el lugar del milagro.

Es 2 de noviembre y desde entonces, dedico mis mañanas a descifrar los mensajes del jardín, pongo mis pies sobre las huellas de padre y me abro a al misterio…

Día de muertos:
las orquídeas de padre
todas en flor.

María Rosalía Gila
Buenos Aires. Argentina

 

HAIBUN 17

Hierbas aromáticas

Estación insular en el trópico, casi todo es voluble, exceptuando el verano. Primera luna llena del otoño al hemisferio norte, y aún las plantas, se siguen agostando. Qué pudiera decir de inaudito, si en las hierbas se ve reflejado.

Puesta de sol
entorna la albahaca
sus hojas verdes

Maikel Iglesias
Cuba

Marzo 2021

(En La Geja, mi solitaria casa en el corazón de la Sierra de las Coronas -Ojós, Murcia-, son muy frecuentes, sobre todo en invierno, los temporales de viento que llegan a durar hasta tres días consecutivos. La casa, ubicada en el Cañadico de La Geja (antigua variedad de trigo que hoy ya no se cultiva), sufre las embestidas del viento que campa por sus fueros a lo largo de la cañada y se estrella contra sus altos muros rectilíneos).

 

El viento aullando por las ventanas,

                                                       entrando

             por las aberturas de la casa,

                                                               bramando

       en las ramas desnudas,

en las acículas de los pinos,

en la hojarasca, en los cerrojos,

en las ranuras, en los cristales

en las aristas, en los balcones,

en las barandas,

en los tejados…

llamando incesante en agitada espiral

con su aldaba invisible,

con su lengua inquieta

que no alcanza el alma a descifrar.

 

Insomnio.

Noche sin luna.
El silbido del aire
por las rendijas.

 

Febrero 2021

Haibun 15

Orbayu

Creo que anoche soñé con salamandras. Con la salamandra que vimos volviendo al albergue. Qué grande. Por un momento pensé que no era real. Que era el juguete de un niño olvidado en la acera, tras la lluvia.

Pensando en salamandras salimos al orbayu en la mañana. Apenas lluvia, apenas aire. Qué difícil salir de la ciudad, qué difícil encontrar el camino hacia la intemperie.

Capilla del Carmen en Llampaxuga. Amamos estos lugares. Pequeños, recogidos. La de peregrinos que se habrán asomado a la cancela de su puerta cerrada para ver la imagen de la Virgen. Y a los valles tan verdes al reemprender el camino.

Dekoboko, arriba y abajo. Recuerdo otros caminos, qué lejos… Cuesta arriba y cuesta abajo toda la mañana. El orbayu está y no está. En el brillo de las hojas de las plantas que no conozco. En el cielo tan blanco que rebosa sobre las montañas.

Boiguina. Una tostada y un buen café con leche justo a tiempo. Curioso nombre para un pueblo. Bromeamos. Los peregrinos van y vienen. Entran y salen de la posada junto al camino.

Es agradable esa sensación de pertenecer a una corriente. A veces pasamos nosotros a algún peregrino, a veces nos pasan ellos. Está sin estar la corriente que peregrina al corazón de las montañas. El tiempo y todos los pasos que fueron están aquí.

Flores en las mochilas. Lilas, tréboles, hinojo, menta. El orbayu no deja de caer…

Junto al río. En la fronda de viejos castaños que renuevan sus hijuelos pese al paso del tiempo y las tormentas parece que algo aguarde. Junto al puente.

Un peregrino más que mira la corriente desde el pretil. Solo un momento. En algún lugar de la enramada un mirlo canta.

Sin dejar de caminar nos rascamos la espalda mutuamente. Comemos moras. Sin dejar de caminar charlamos, callamos. El sonido de los palos sobre el camino al ritmo desigual acompasado de nuestros pasos

primeras moras,
el eco de un mugido
desde la montaña

                                       Chame

Paladín aparece en el fondo del valle, casas blancas sobre verde, como la maqueta de un niño.

Entre dos manzanos los colores de la ropa tendida. Un milano traza espirales más allá del bosque.

Villa Palatina. El pincho de tortilla recién hecho para nosotros. El acento de la señoruca es cálido y musical. Antiguo. Un niño grande caza moscas por el jardín con una raqueta. Se está bien aquí. Las mochilas cargadas de flores prendidas parecen no pesar tanto cuando reemprendemos el camino.

Arroyo y sendero parecen entrecruzarse por momentos. Serpentea bordeando prados con vacas echadas que miran sin mirar el pie de las montañas. A veces el bosque es tan espeso que el sendero parece horadar la fronda. Un túnel donde hasta el aire es verde.

Mojados por la llovizna,  caracoles arracimados en la grieta de un poste de madera.

Grado. Qué cansancio. Al final del día el albergue municipal está lleno y buscamos alternativas. La Quintana. Una antigua casa de indianos con la fachada carmesí y molduras blancas. Dos torres. Es magnífica. Mientras espero hago tiempo charlando con el dueño. La historia de una casa, la historia de una familia. En el suelo de la cocina, naranjas madurando sobre papel de periódico.

Después de una vuelta por el pueblo cenando al caer la tarde.  La tranquilidad de haber caminado lo suficiente.

Se está bien aquí. En este lugar y en este momento. Las comadres charlan y juegan al parchís en una mesa no lejos de nosotros. Ríen como niñas. La vida. ¿Será esto?

 Caminar lo suficiente. ¿Existe eso realmente?

De vuelta en el albergue charlamos sentados en el jardín, palabras pequeñas, risa sencilla, silencios.  Qué noche tan serena… Las naranjas caídas en el suelo pierden su color al pie de los árboles.

una vuelta en el aire
el milano
desaparece en la niebla

Félix Arce Araiz (Mômiji) 
Santander (España)

Febrero 2021

            Aún brillan las estrellas en el firmamento cuando te dispones a caminar por la pista forestal que circunda la montaña. La tierra blanca del suelo refleja la escasa luz que anticipa la madrugada. Lo suficiente para andar sin más precaución que apoyar con tiento los bastones. Te dejas, así, fluir en el camino, sintiendo el aire frío en tu cara, en tu cabeza ya sin la espesura juvenil del cabello, en las manos que van entrando en calor a medida que avanzas… Regresas al filo del alba atenuada por un cielo encapotado. Te despojas de las ropas sudadas. Te duchas. Abres la ventana que da al norte y contemplas, sorprendido, la sierra de Ricote* envuelta por un cendal de nubes que translucen la nieve caída en la blandura silente de la noche. ¡La nieve! La magia del invierno recibida como un milagro en estas secas latitudes del levante mediterráneo. ¡La nieve! Te apresuras a sacar tu cámara para detener en un fotograma la licuación vertiginosa del meteoro y la memoria. Te cobijas en el silencio que sucede a la nevada, en su candor inmaculado, en el manso fuego que crepita en la estufa de leña y la dilata.

Primeras nieves.
Picotea el pan duro
un colirrojo.

*Sierra ubicada en la zona central de la región murciana.

Enero 2021

Haibun 14

Despertares

Abro los ojos: detrás de la cortina desgastada, aparece la estrella de la mañana. Para contemplarla a gusto, sin causar molestias, me deslizo en la oscuridad hasta el desván. Me paro sobre un cajón y me asomo a la ventana. Permanezco ahí hasta que el brillo de Venus se hace imperceptible. Al acomodar las cajas que moví, encuentro en una reja de madera, entre folios y carpetas con olor a moho, un fólder que daba por perdido. A la luz de la mañana releo unas fotocopias de Aurelio Asiain, quien asegura que el verano en Kyoto empieza el cinco de mayo desde hace siglos. Me doy cuenta del porqué de la traducción que hace Antonio Cabezas de samidare, y creo entender por qué los haicaistas brasileños dan otra versión de ese vocablo al traducir el haibun de Bashô, La casa de los caquis caídos, basándose en Bill Higginson, que tuvo en sus manos el original.

Cantan unos pajarillos, de esos comunes, sin nombre específico. Sube un olor a tortilla tostada. Quisiera bajar corriendo; pero, me detiene otro hallazgo: el último enunciado de la prosa que tradujo Rosa Clement, es un guiño, un puente que lleva hacia el contraste del haicai. Con los apuntes en la mano, bajo pensando en Kyorai , ese poeta de la estirpe de Whitman, The Magnificent Idler.

 Luz de sol –
Letras borrosas de niño
en la pared

                                                                                                                    Jor
(Jorge Moreno Bulbarela)
Xalapa, Veracruz (México)

 

 

Enero 2021


Ascender hasta la cumbre por la ladera norte; sin senda, sin camino, monte a través; entre margas horadadas, rocas desprendidas que van descendiendo con lentitud geológica; por el pinar poblado de matas y arbustos… Llegar a la cima y otear el horizonte difuminado bajo la luz anaranjada de la tarde. Aspirar la humedad del relente cuando el sol declina. Observar la variedad de líquenes impresos en el gris de las piedras esculpidas por el viento y las lluvias. Caminar despacio por la cresta que se abisma en el verdor del bosque hasta las tierras yermas que circundan el embalse. Y bajar, al fin, por el mismo lugar del ascenso, sumido en las sombras del crepúsculo, respirando el aire empapado de la última luz.

Pino seco.
Las estrías del agua
en las rocas.