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Septiembre 2020

Haibun 10

Huerto de las estrellas

Hay silencio en los huertos. Cuando los humanos callamos, aparecen sonidos antes imperceptibles. Los pájaros ocupan entonces el espacio sonoro de esta tarde calurosa.  Lejos, en el pinar, el chirriar incesante de las cigarras. Por encima de los cultivos grazna un cuervo.

Existe una constante música de fondo que siempre suena aunque nadie la oiga.

Se agitan levemente la hojas del cerezo. Unos higos, aún verdes,  reciben la luz del ocaso.

Aletea una y otra vez, sin oírse, la mariposa. ¿Como sonará esta mariquita comiendo pulgones en las hoja del calabacín?. La tierra se hace barro en los surcos regados.

 Los dos molinillos de la niña del vecino no paran de girar. Me pregunto si conseguirán espantar a algún pajarillo. Vuelve de jugar con sus amigos. Tiene cinco años. Lleva unas trenzas africanas que le llegan hasta la cintura.

Cuando le digo que está muy guapa, hace un gesto rápido con las manos y mueve las trenzas. -¡Me las ha hecho mi abuela! -, responde.

Mira hacia arriba y dice: – Sabes?…mi mamá y mi hermanito son dos estrellas del cielo -.

Me enseña un trozo de madera con un cielo pintado donde se lee: “Huerto de las estrellas”.

Su yaya* lo colgará en la verja de la entrada. Le digo que es muy bonito y sale corriendo en busca de su papá.

Vuelven los sonidos de la naturaleza.  ¿Qué pasaría…?., ¿qué pasaría si los humanos adultos calláramos?.

Un petirrojo vuela de un sembrado a otro. El canto del grillo sucede al de las cigarras. En la trampa para mosquitos hecha de vinagre y azúcar ha caído un escarabajo.

¡Cuántas cosas desapercibidas!. ¿Harán ruido al crecer las plantas y los árboles a pesar de que nadie las oiga?,  ¿y las nubes…se desplazan así, en silencio?…

Brisa en la lavanda.

Agarrado a una flor

el saltamontes

* yaya: abuela

María Ángeles Millán
Girona (España)

Agosto 2020

Haibun 9

La misma calle

Atardece, me adentro de prisa en  la callejuela de tierra, a ambos lados una hilera de casas multicolores con sus pequeños jardines luciendo flores de pascua,  algunos vecinos a caballo y en bici regresan del trabajo, sobre los tejados sobrevuelan bandadas de palomas en una franja de cielo sin nubes.

Los charcos medio secos muestran guajacones serpenteando. El anciano que lee un libro sentado en un quicio me sonríe mientras se arregla la bufanda. Embriaga el olor a frituras de maíz del kiosco cercano, dos perros callejeros le hacen ruedo mientras un grupo de niños, todavía en uniformes escolares, juega a la pelota en la calle estrecha.  Tropiezo con una presilla de pelo, la pongo en mi bolso,  dicen que es de buena fortuna.

 

Algarabía de niños

Las piedritas entran

en las sandalias

 

 Casi llegando a las cuatro esquinas, el vendedor de especias arrastra su carretilla embutido en un abrigo impermeable, con voz melodiosa pregona a los cuatro vientos: “El buen comino en grano y molido, llevo ajo puerro pa la yuca con mojo, ají cachucha verde y maduro,  bijol y cilantro pal caldo santo…” Lo intercepto y compro cilantros.

Cierra la calle  una cañada de aguas albañales arrastrando un gallo muerto custodiado por tilapias. Tomo el trillo que separa los sembrados de lechugas, acelgas y zanahorias. Los últimos rayos de sol se reflejan en los surtidores del regadío.

 

De vuelta a casa

En el portón el perro,

la cola: un reguilete

 

  Mayra Rosa Soris
Santa Clara (Cuba)

Julio 2020

Haibun 7

«La media de vida de tu perro es de diez años».

Me maquillo y pienso
en la inocente y refutable idea
de sobrevivir a Duque.
Tres franjas de caléndula
en las mejillas: zasssss,
como un indio americano.
Tres franjas de rosa mosqueta
en la frente: zasssss,
como un indio sivaita.
Formo parte de una tribu que está
librando una global batalla
contra un minúsculo enemigo.
Busco la fuerza del guerrero
en el ladrido
que al final de la escalera
me está esperando.

Las idas y venidas del viento
y amanece.

En el remolino de hojas
sube y baja
una pelufa de miraguano.

Este silencio inmenso tan lleno
de vida y tierra.
El gris del cielo antes de la lluvia.
El carril que parece más largo hasta la higuera pero tiene los mismos pasos que para llegar al pozo.

Cien metros a la derecha.
Cien metros a la izquierda.
Es todo cuanto hace falta para llevarnos al vórtice de una tormenta de primavera.
Nos dejamos mojar muy quietos,
que cale lento el agua limpia,
dejando que el agua cure.

«Siempre que se pueda
hay que comer
la fruta bajo el árbol».
Si mi abuela viera las manos sucias
por la pulpa de los nísperos…
Uno para Duque, otro para mí.
Dos para Duque, uno para mí.
Los huesos bien brillantes
se van manchando de barro.

Sigue lloviendo –
De lindero con la acequia
un rosal silvestre.

Si no fuera por tantas muertes.
Si no fuera por tanta ruina…

El perro quiebra
el tallo de un ajo
cubierto de caracoles.

Cuarenta días la puerta
cerrada a la ciudad.
Cuarenta días el corazón
rodando por un huerto.
Oliendo.
Plantando.
Cuidando
la cadencia del tiempo que hace falta
para domesticar la prisa.

 

                                                                                       Ángeles Hidalgo Villaescusa
Murcia (España)

 

 

Haibun 8

Mar del Norte

Visitar la costa se hizo realidad el sábado por la mañana. Con una cámara de fotos y un pomo de agua nos montamos los tres en un coche. Hablábamos de Haiku, literatura contemporánea y de nuestros escritores preferidos cuando nos invadió el olor a mar. Solo así nos dimos cuenta que la ciudad hacía rato había quedado detrás. La brisa se hizo más fría. El sonido de los cascos del caballo contra el asfalto y el silbido del cuje del cochero, era lo único que rompía el silencio matutino. A lo lejos se podía ver el mar como un plato. Desde ya estirábamos el cuello, buscando recoger las primeras impresiones.

Las piedras de la orilla tenían ese color opaco, típico del invierno. Sobre ellas, descubrimos restos de ostiones y un musgo carmelitoso que evitamos pisar. Algunas ofrendas esparcidas adornaban el lugar. Desde un lugar firme pudimos divisar todo el mar. Una gaviota nos regaló sus más atrevidas maniobras. Una, dos, tres veces ¡plaff! en picada. Creo que fue en su último intento que pudimos capturarla con la cámara. Luego se sucedieron otras fotos: La de un cayito que estaba cerca de la costa y que daba deseos de llegar hasta él nadando. La que nos hicimos debajo de una mata de mangle. Y otra, en la que uno de nosotros quiso salir solo acompañado del horizonte como fondo. A medida que levantaba la mañana el viento se hacía sentir. El mar abandonaba su serenidad para convertirse en pequeñas olas. Fue entonces que decidimos sentarnos sobre unas piedras. A lo lejos, el vaivén de una boya, más cerca el sonido de las hojas del mangle. Luego pedí un sorbo de agua. Entre cuento y cuento el tiempo pasaba volando, mientras que a cada rato sentíamos como las olas nos salpicaban los pies.

 Amanecer…
tomando el sol sobre una piedra
el perrito de costa.

 Mar del norte
las raíces de mangles
llenas de sargazos.

                                                                                          Miguel Ángel González
                                                         Cárdenas (Cuba)

 

 

Junio 2020

HAIBUN 05

Notas para un video clip

   Ir por la vida deslizándonos por entrecalles, cargándonos de cualquier aguacero, todos los aguaceros, sin guarecernos bajo portal o bajo alero, sin detenernos a esperar que cese el asalto de las aguas sobre avenidas y calzadas, dejando atrás a quienes sí esperan, guarecidos mal que bien, sin importarnos la piel, la ropa, el pelo ensopados, sacándonos los zapatos chorreantes de pisar cualquier charco, todos los charcos, atravesando esquinas y parques en inundación, duchándonos bajo desagües y bajo tejados, o a cielo abierto, cual chiquillada que revienta apenas irrumpe el asalto de las aguas.

Una perra comiendo
sobras en la esquina.
Llovió temprano.

 

   Chiquillada que fuéramos, que fuimos dentro de aguaceros, deslizándonos por entrecalles de la vida, ya reventando sin nadie más que saliera, que salga a ensoparse ni a chorrear.

Jaulas de pájaros
en la ventana enrejada.
Sol tras la lluvia.

 

   Sin ser más uno entre la chiquillada, el chiquillo que soy, el que seré o el que definitivamente dejaré de ser o habré dejado de ser, apenas cesó, apenas cese, apenas haya cesado el asalto de las aguas.

 

De lleno el sol
en las calles llovidas.
Volando un aura.

 

 

                                                                                          Lester Flores López

                                                                                          La Habana, Cuba

 

HAIBUN 6

En casa, por razones especiales, llevamos más días de lo que ha dado en llamarse ‘cuarentena’. El estar en casa, ¿encerrados? no nos resulta pesado para nada, estamos acostumbrados a estar acompañados por nuestra propia humanidad, en silencio, con apenas el murmullo, casi inaudible de la radio… Un pequeño lugar es un gran mundo con un sinfín de rincones, de sorpresas, de ‘traspieses’, con sus propias rutinas, con obligaciones, con ocio. Te relajas, higienizas y diviertes con tu ducha, tu espacio. Descartas sentir como una obligación el motivo de alimentarte, te relajas, desarrollas tu creatividad en la cocina y haces magia con lo mínimo que va quedando en la alacena, en la heladera…

 

aroman…
guisadas las lentejas
de hace dos años…

 

Caminas, limpias, descansas. Recorres las mismas baldosas con más frecuencia, eso es todo.

 

…se agotó la pila
del cuentapasos

 

Miras por la puerta, por la ventana, lo que el planeta cercano te ofrece. Escucha, quizás antes no habías reparado que en el barrio habitan benteveos que te cantan a su paso… El árbol del vecino va cambiando de color en estos días y tienes la fortuna de verlo día a día… La enredadera está cubriendo el tinglado y el viento de hoy ondula su verdor… En el zócalo, el montoncito de arenilla crece, por mucho que lo quites cada día. Ya ves, las hormigas siguen con su actividad aunque estés encerrado en casa. Tu mascota te mira extrañado por tus vacaciones que se hacen más largas que de costumbre, te mira con dulzura porque no tiene que verte cerrar la puerta y quedar con su silencio en espera de tu regreso. Por un momento imagina cuánto va a extrañar estos días, cuando vuelvas a la felicidad de tus rutinas…

 

tampoco sale el gato…
hasta dejarlo quieto…
muerde al gran grillo

 

Siempre hay un momento para todo, para todos… Hoy se les impone el mayor esfuerzo a quienes cuidan de nuestros huesos recubiertos de carne, que nos dan vida. No te quejes, siempre habrá oportunidad de ser solidario, sólo recuerda que estarás ahí para ofrecerla. Hoy hay mucha nube en este día de otoño y los mates matutinos han acompañado las primeras horas del domingo. Las noticias se repiten, las cifras suben y la incertidumbre quiere atraparme… Me levanto, sí, a recorrer las mismas baldosas…

 

Domingo de Ramos.
pocas sombras de sol
al mediodía . . .

 

Mirta Gili Gili (Argentina)

Mayo 2020

HAIBUN 03

Viaje en el recuerdo I

Podéis leer Viaje en el recuerdo II, el haibun 3,
también de Mayra en la revista
de Octubre de 2021, clicando aquí.

 Con las primeras luces del amanecer veraniego arribamos a la estación de Santa Clara. Va a partir el tren, esta vez me pertenece el lado de la ventana ¡Mi hermano tan pillo! Con dos besos y un abrazo me compra el asiento. A mi padre se le ha ocurrido llevar a Piruleta la gallina pescuecipelada, he escuchado que en los trenes está prohibido llevar animales. Dice que va a estar bien.

Ya en marcha comienza el juego: veo veo, ¿qué ves? Una cosa, ¿de qué color? Blanca y negra, ya la tengo es una vaca, luego las nubes blancas, una ceiba, un aura tiñosa… después de andar unos kilómetros el tren da marcha atrás: “¿Vamos a volver?” “No, dice mi madre solo cambiamos de locomotora”. No entiendo, pero me tranquiliza que no volvemos. La ferromoza se acerca ponchando los boletos, sus ojos azules pintados de negro forman un raro contraste. Observa por unos instantes los bultos y continúa su trabajo.

Entre equipajes

en la caja con huecos

la gallina

Nos detenemos, hay un cartel de madera que dice Agabama, el nombre de uno de los pueblos por donde pasamos, mi hermano duerme recostado en mi regazo, los vendedores ambulantes se acercan, Padre se baja, pasan los minutos, no sube, me inquieto, el silbato del tren anuncia la partida…Ya viene sonriente con helados y bocaditos. Continuamos viaje. Todos duermen, sigo un rato más observando el paisaje: campos de cañas peinados por el viento, arados con bueyes y detrás las garzas blancas, rebaños de chivos que pastan en los potreros donde la hierba reverdece, el inmenso cielo despejado con bandadas de pájaros que se alejan. El aire tibio del mediodía me golpea el rostro…. Despierto ¡Hemos llegado!

Calles de piedra

Huele a marisco fresco

y aguardiente

 

                                                                                   Mayra Rosa Soris
 (Cuba)

 

-.-

 HAIBUN 04

Quinta semana…

Apenas 70 m2 donde pisar y un trozo de cielo atrapado entre tejados.

Ya empieza a estar lejos lo que tan cerca estuvo… El invierno estancado en los charcos se vuelve asfalto polvoriento.

Asomado a la ventana contemplo la calle… no hay horizonte… solo una ciudad perezosa que muestra su desnudez.

Sopla un viento del este, fresco, enérgico… un viento que se lleva las nubes, allá, al lugar donde las nubes van a morir… En el cielo, renovado, un grupo de gaviotas gira… gira cada vez más alto… y el tiempo pasa y pasa cada vez más lento… un tiempo herrumbroso que por momentos parece dudar.

El pájaro enjaulado de un vecino inicia su canto ancestral… su afán no oculta la languidez que siempre borbotea en la voz de aquel que está encerrado… Y sin más el pájaro calla… y el silencio, en la calle, se quiebra con el sonido de unos pasos… pasos cortos, rápidos… pasos que borbotean al igual que el canto del pájaro enjaulado.

Reverdecen las plantas de la jardinera. Media docena de petunias rojas tiemblan con el roce del viento. En un rincón, la tierra húmeda fue escarbada por alguna paloma… Y canta de nuevo el pájaro del vecino… y en mis recuerdos se vuelven diminutas figuras aquellos que junto a mí caminaron.

Llegan nubes nuevas… gente diferente… un viento distinto… Tras una ventana un gato mira las nubes, mira a la gente… me observa, primero alertado, luego muestra su cautela… termina por girar la cabeza en señal de indiferencia… solo soy un verso suelto escrito en el margen de un folio garabateado…

Se comban
las ramas del jazmín…
Una mosca frota sus patas

 

Asturias, donde la tierra siempre es verde.

                                                                                         

Alfredo Benjamín Ramírez Sancho
(España)

Abril 2020

HAIBUN 01

Con frecuencia las ocho de la tarde me sorprenden en algún afán, casi siempre en el estudio: una habitación sin ventanas, con un plátano enano y con una claraboya plástica que la ilumina desde primera hora. Cuando llueve es acogedora, el goteo pacífico sobre el plástico opaco te traslada a la calle abrigada.

Todos estos días regidos por decreto, a menos cinco, Llanos cruza por el pasillo y abre la ventana de la cocina. Desde esa ventana se pueden ver: algunos perros paseados y algún peatón que camina arrimado a la pared con humildad frailesca; el aparcamiento del restaurante iluminando automáticamente las plazas vacantes y luces que repiquetean tras ventanales entornados.

Llevamos unos días algo grises. No son solo las nubes, ni la luz. Son otras cosas que van dibujando unos almendros sin horizonte. Más de viento, brisa y aire.

En la terraza han aguantado algunas macetas: el jazmín, el aloe regalado, dos cactus, otra que huele a limón… y se han secado: la hierbabuena, la de guindillas picantes y alguna otra que ignoramos el nombre. Estamos deseando que llegue el momento de reponer flores otra vez y que el mueble se pinte de colores y aromas, inesperados y verdes.

No hemos tirado ninguna maceta – aún no – las dejamos ahí, con la última esperanza, por si alguna sabe rebrotar.

En estas quincenas de decretos vivimos pendientes de que venzan los eslóganes solidarios, los memes ingeniosos y los besos que nos dan miedo.

El barrio es callado; una calle peatonal con bolardos automáticos controlan el paso de oeste a este.

Desde la ventana de la cocina se ven algunos perros paseados …

ya oigo los aplausos,

otra vez a las ocho

en la ventana

Jose Ángel Cebrián Martínez
(Albacete, España)

-.-

HAIBUN 02

Huracán

Afuera llueve.

Dentro, en mi habitación, también. Hilillos de agua corren pared abajo. Varios recipientes capturan las filtraciones del techo. Con la última mecha del farol ojeo un álbum de fotos: mis viejos, mis hijas cuando pequeñas, aniversarios, navidades, amigos, amores, otros instantes de mi bregar.

La casa está a oscuras. Oscura y fría, a pesar de los treinta grados de temperatura. Cada vez que sopla el viento se cortan la electricidad y el futuro, dando paso a las memorias. Agotadas las baterías de la radio, hace varias horas no sé cuál será el rumbo del huracán. Hace varios años no sé cuál será el rumbo de mi vida.

Afuera ruidos.

Dentro, silencio… todo cuanto percibo penetra del exterior. La lluvia en el techo, las ráfagas en la ventana, algún objeto en el patio o azotea vecina que vuela o es arrastrado.

Afuera se inunda.

Dentro, las fotos y yo.

Noche de otoño.
El viento del sur
inclina el flamboyán.

 Lázaro Alfonso Díaz Cala
Cuba

Del treinta y nueve al cuarenta y dos

treinta y nueve

Mi padre llegó al atardecer en el carro de su mejor amigo. Ahora está encerrado con mi madre. Conversan. Cada uno de nosotros está haciendo algo, pero pendientes a ver si escuchamos cosas importantes. Mi madre sale. Vuelve a entrar con la cena en una bandeja.

Nosotros hemos comido en el portal. Luego, con el candil, hemos jugado al teatro de las sombras. Hubo un momento en que Nadia nos llamó para enseñarnos una canción llamada «Noches de Moscú».

Tía Nadia, a veces, parece buena.

Noche cerrada.

Va quemando la abuela

manojos de escoba amarga.

 

cuarenta

No he dormido en toda la noche porque estuve pensando. Mi padre conversó conmigo sobre cómo la estaba pasando yo y esas cosas, pero no me dijo nada más. Me abrazaba mucho y hasta me decía todo lo que me quería. Nunca antes ha sido así conmigo de tan cariñoso.

Me hizo una adivinanza. «Si dices mi nombre, me rompo». No supe qué cosa era.

«Es el silencio».

Y volvió a abrazarme.

Yo también lo quiero mucho, pero no se lo dije.

Tengo miedo que se rompa.

 

Lucero del alba.

Ya no se escucha

el mori mori de los grillos

 

cuarenta y uno

Mi madre ha dicho que nos regresamos a La Habana. Me pongo a saltar de la alegría hasta que veo correr a Helem hacia su cuarto. Voy tras ella. Está llorando y le digo «idisudá» pero ella no quiere jugar. Me siento torpe. Voy a mi cuarto y regreso con el libro de Basho para leerle a Helem:

La pena del que ya se va y la tristeza del que se queda son como la pareja de gaviotas que, separadas, se pierden en la altura (…)

Se pone a llorar más fuerte.

Yo también empiezo a llorar.

 

 

cuarenta y dos

 

Septiembre.

Gente diciendo adiós

al tren que pasa

 

 

 

 

 

 

Índice

 

uno ·9

dos ·10

tres ·12

cuatro ·13

cinco ·15

seis ·16

siete ·18

ocho ·19

nueve ·20

diez ·22

once ·24

doce ·26

trece ·28

catorce ·30

quince ·31

dieciséis ·32

diecisiete ·33

dieciocho ·34

diecinueve ·36

veinte ·38

veintiuno ·39

veintidós ·40

veintitrés ·41

veinticuatro ·42

veinticinco ·43

veintiséis ·44

veintisiete ·46

veintiocho ·47

veintinueve ·49

treinta ·50

treinta y uno ·51

treinta y dos ·52

treinta y tres ·54

treinta y cuatro ·55

treinta y seis ·57

treinta y siete ·58

treinta y ocho ·59

treinta y nueve ·60

cuarenta ·61

cuarenta y uno ·62

cuarenta y dos ·63

 

 

 

 

 

 

El caserón de la curva, de Yordan Rey

terminó de imprimirse en el mes de abril de 2018,

en los talleres de El Abra.

Trabajaron en su impresión y encuadernación:

Primitivo Matos, Edisnilvia Mojena, Gloria Pantoja y Daniel Zayas.

Tirada: 1 000 ejemplares.

 

Muñeco de nieve

Una de las cosas más bonitas del invierno y de la nieve y que, a la vez, más pena me da son los muñecos de nieve.

¡Qué bien se lo pasa uno haciendo el muñeco de nieve! Nuestras manos y nuestros pies mojados, hasta nuestro pelo…Me encanta ponerle los ojos abotonados, la nariz «azanahoriada”, esa bufanda de lana, esa sonrisa eterna casi reflejo de la de los niños, esa escoba que se pone…no sé para qué…

Lo peor es que cuando ya tenemos hecho y derecho a nuestro amigo de nieve, tenemos que irnos a cenar. Posiblemente pase la noche solo, a la intemperie, sin ningún niño con el que jugar.

Y eso no es lo peor…si hace frío, se mantendrá…pero si las temperaturas empiezan a subir, toda la nieve se irá poco a poco derritiendo y él también… Puede ser que, en el lugar en el que hicimos el muñeco ya no esté. Solo nos queda la imaginación infantil y navideña: ¿se habrá derretido o se habrá ido a otro lugar, a un bosque lejano siempre cubierto de nieve…?

 vuelven los niños –

el muñeco de nieve

no está en el patio

 

 

 

 

Del treinta y cuatro al treinta y ocho

treinta y cuatro

Están limpiando el gallinero. Nos hemos divertido muchísimo persiguiendo a las gallinas moñudas y a las pescuezopelado, que son tan raras, hasta que nos regañaron. Con la caca de gallina fertilizaron luego los tomates. ¡Qué asco! Debo recordar lavarlos bien antes de comérmelos de la mata.

 

Uno… dos… tres.

Lanzar desde la colina

los huevos cluecos.

treinta y cinco

Abuela no lava en el río porque dice que ya está muy vieja. Mi tío le hizo hace años un lavadero con la goma cortada de un tractor y unos postes de madera. Ella no usa detergente, machaca las hojas de una planta llamada Maguey que hace mucha espuma.

«¿Extrañas al abuelo?, le pregunto.

Ella escupe el tabaco en el suelo y dice que no porque el abuelo la está esperando sentado, al lado del pozo.

 

Sosteniendo

el cordel de la ropa,

el espantapájaros.

 

treinta y seis

Nos han castigado a los dos. Todos vienen a hablarnos de lo feo que es hacer lo que hemos hecho. Han dicho tantas cosas que ya nos convencieron. Juramos no hacerlo más. Helem juró por Dios, yo por mi papá. Mi madre se fue a llorar al patio cuando mencioné a mi padre.

 

Bajo el anón,

hemos asado a escondidas

la carne robada.

 

treinta y siete

¡Ya me sé subir a los árboles! Helem me ha enseñado. Mi favorito es el tamarindo porque entre el follaje parece que estamos en una cueva. El de Helem es el úpito. Dice que ya veré en enero cómo se llena de flores rosas. Al pie del árbol hay unas hormigas que pican durísimo. Les hemos rociado limón para que sepan lo que es bueno.

¡Si Nadia nos ve!

 

Mamoncillos.

Hemos abierto ya cinco,

¡todos jimaguas!

 

treinta y ocho

Ya casi llega el tiempo de escuela. Empiezo a extrañar a mis amigos y a mi papá. Mi madre se ha sentado de nuevo a conversar y me ha dicho que, si quiero, puedo elegir entre irme con mi padre a La Habana o quedarme con todos en el rancho. No sé qué hacer y me quedo en silencio. Ella me pasa la mano por la cabeza.

Creo que me comprende.

 

Sobre el sillón de la abuela

ya no da el sol.

Fin del verano.

 

TUMBA

Una tumba es un sinónimo de recuerdo. Allí, descansan seres queridos y conocidos de nuestros pueblos.

Por eso, te llama la atención cuando alguna tumba no tiene flores o están muy marchitas. Te preguntas qué ha pasado con esa persona, por qué los familiares ya no vienen, por qué no hay tiempo para limpiarla…

Es entonces cuando la naturaleza presta su ramo especial a esas tumbas. Allí donde no hay flores, sí que ha habido lluvia, viento, sol…Todo ello hace que empiece a salir musgo. Un musgo verde muchas veces, pero grisáceo otras tantas. Uno se da cuenta de que la naturaleza lo invade todo, hasta lo que representa la muerte.

Es como un particular homenaje a aquellos que ya no tienen flores en su tumba. Sabes que siempre tendrás la naturaleza.

 

 tarde nublada –

en la tumba enmohecida

no hay flores