…(Continúa de la 103)
Como no los había visto en dos años, estaba deseando volverlos a ver, particularmente a Kaisei, aquel pequeño monje que vi la última vez con aspecto infantil, y que ahora, lógicamente, tenía un poco de barba y algo ya de adulto. Mientras conversaba, reanudé mi pintura inacabada, pero tan pronto como terminé, dejé a un lado mi cuaderno de bosquejos, aparté el material y fue entonces cuando Sonsei comenzó a contarme una historia inesperada sobre el hecho de que una tal “señorita Watanabe” quería conocerme. Le dije lo enormemente asombrado que estaba, y contesté ¡oh, pues yo también a ella! De hecho, había venido con ellos y estaba esperando, lo que me sorprendió aún más. Pronto Sonsei se dirigió a la entrada, llamó y regresó con la señorita Watanabe. Debido a su reputación, no era completamente desconocida para mí, pero nunca pensé que la conocería, por lo que en principio todo parecía aún mejor de lo que yo habría imaginado … incluso a ella la encontré glamurosa, tenía algo muy cercano a mi ideal.
Solo de verla, estaba emocionado y no sé si mi corazón se me puso a palpitar, si mi pulso se aceleró… La señora me saludó seriamente, sin superfluidad: tenía un aspecto encantador. Este tipo de fisonomía no es muy apreciada por la gente común, incluso es criticada, por ello no es valorada entre las mejores; ni es particularmente respetada. Pero el caso es que yo nunca había visto tanta hermosura (por decir «hermosura» podría sonar vulgar, pero lo digo aquí en el sentido de la belleza de las bellas artes, la belleza de la estética). A decir verdad, lo único que no terminó de convencerme fue que era demasiado sobria. Por supuesto, no era una sobriedad excesiva: no es que careciera de adornos, de hecho daba testimonio de una armonía indescriptible, pero, vestida un poco más vistosa, me habría seducido aún más. Sea como fuere, eso sería ya pedir un requisito excesivo, o más concretamente imposible. En cualquier caso, verla mientras se presentaba a mí era suficiente para sumergirme en éxtasis. La conversación pasó libremente de un tema a otro. Kaisei contaba que en el templo de Shimôsa donde él vivía, disponía de un ala de retiro con seis esteras en la cima de una colina, desde la cual la vista era magnífica, que no había riesgo de robos, y que ayudaba a una decena de familias asignadas, que era un lugar realmente agradable: la conversación era muy amena. Después de un tiempo, todos se despedían y comenzaron a retirarse, entonces, monté en cólera en mi cama de enfermo y me sentí totalmente impotente, tanto, que hice que Sonsei, que ya había tomado el camino de la vuelta, regresara y secretamente le conté mis más profundas intenciones. Fue un hecho brusco y grosero, pero nunca desde que nací mi corazón había conocido un tormento así, y era porque, por primera vez en mi vida, estaba tomando una decisión heroica. Sonsei aceptó con placer y dijo: «Vamos, dejemos a la señorita”. Luego fue a la entrada y murmuró algo. Como resultado, la señorita regresó ya sin ellos a la habitación principal, donde se decidió que ella se quedaría pasando la noche. Luego, la tarde caía, cené, llegó la noche, y como de costumbre, yo estaba medio sufriendo, medio agotado. Entonces pensé que iba a conversar con ella, dieron las nueve. Por lo general, a esta hora del día, el sueño me lleva. Me trajeron la mosquitera y, cuando pensé que iba a charlar tranquilamente, me entregaron un sobre. Era un texto que Sonsei me había prometido: Los cien héroes (Gendai hyakunin gô). Comencé a leerlo bajo la mosquitera, pero finalmente, tomado por el sueño, me quedé dormido.
A la mañana siguiente, cuando desperté, me esperaban dos cartas. Abrí la primera, enviada por Kosei, eran dos hojas de papel occidental, del tamaño de una postal, que representaban unas plantas. Una era una gloxinia, la otra, una flor como la de los guisantes cultivados. Kosei dijo que me estaba enviando lo que había pintado el día anterior, pero era tan hermoso que al principio pensé que era algo ya impreso previamente. Cuando tomé la otra carta, vi que era de Sonsei y Kaisei, y mi corazón comenzó a palpitar violentamente. En ella me contaban que habían discutido ayer después de nuestras conversaciones, y que, por motivos mayores, no podrían desplazarse según mis deseos. La señorita, sin embargo, podría quedar en casa por unos días. Comencé a sentir decepción y abatimiento. Si ella no iba a ser mía, era mejor que volviera a su casa. Sería una experiencia desgarradora, terrible, encontrarme con ella y hablarle una o dos veces más tan solo. Por ello, no quería volver a verla. Y con esos pensamientos, escribí una respuesta a Sonsei y a Kaisei. Esta réplica fue hecha de modo muy ordinario a sabiendas, y consciente de que faltaba algo en el texto escrito, le añadí para redondear algunas palabras de rencor bajo la forma de un poema:
Danchô-ka
Tsurenaki fumi no
Henji kana
Flores desgarradoras,
a una carta insensible
¡mi respuesta!
Luego me quedé sin hacer nada, sin leer el periódico, soñando, con un dolor insoportable, de modo que escribí otra carta. Por supuesto, también estaba dirigida a Sonsei y Kaisei, pero esta vez, después de haber ventilado mi rencor, entré en detalles, les expliqué mis deseos y pregunté si no podíamos encontrar una solución ingeniosa, explicando que yo estaba listo para dar lo mejor dada mi condición, y agregué los siguientes versos:
Kusa no hana
Tsurenaki mono ni
Omoikeri
Estas flores silvestres,
parecen
totalmente insensibles
Este día, debido al clima, o lo que fuera, lo pasé con dolor.
Al día siguiente, mientras pintaba una muñeca de papel, podrían ser las tres de la tarde, una llamada telefónica de los vecinos me trajo una noticia feliz. Eran Sonsei y Kaisei, y comentaban que la evolución de los detalles de las medidas tomadas para cumplir mis deseos, ya los contarían por carta. ¡Qué feliz estaba! no se puede decir con palabras.
Esta «joven» es en realidad El Rollo de las Flores (Sôka emaki) de (Watanabe) Nangaku.
Fragmento de una de las imágenes de “la señorita Watanabe”, es decir, de El Rollo de las Flores (Sôka emaki) de Watanabe NangakuVer obra completa en http://jmapps.ne.jp/geidai/det.html?data_id=1047
Notas del traductor y las fuentes
– La señorita de la que Shiki había oído hablar y que provocó un flechazo a primera vista con pérdida de papeles del maestro, era en realidad la obra pictórica El Rollo de las Flores. Este “Pergamino de Vistas de Nangaku (Sôka emaki)” es más conocido como Dibujos de flores de las cuatro estaciones (Shiki sôka zukan), mismo nombre de obra que otra (también maravillosa) de Ogata Kôrin (1657-1716). Es el trabajo de Watanabe Nangaku (1767-1813), de quien ya se habló anteriormente en la sexta entrega de 12 de mayo. Ahora se conserva en el Museo de Artes de la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio. Se puede encontrar (muy aconsejable la visita) una copia completa de toda la obra en
http://jmapps.ne.jp/geidai/det.html?data_id=1047
título: 四季草花図巻 . Dibujos de flores de las cuatro estaciones
autor: 渡辺南岳 1767-1813. Nangaku Watanabe 1767-1813
– Watanabe Nangaku (1767-1813) fue un pintor, grabador y dibujante japonés, nacido en Kyoto; estudiante de Maruyama Masataka (Ôkyo), luego influenciado por Ôgata Kôrin (de ahí el nombre en común de sus bellas obras). Watanabe Nangaku introdujo el estilo Maruyama-Shijo en Edo, donde enseñó.
– Cuando se habla de las familias asignadas, es porque en Japón, es frecuente que una familia suela estar afiliada a un templo budista concreto.
– En abril de 1902, fue enviado a Shinseisha (una editorial japonesa fundada en 1971 y que se declaró en bancarrota en 1999) el primer volumen de una obra titulada Cien héroes de hoy (Gendai hyakunin gô) de Satô Gisuke (1878-1951), quien, por otra parte, fue también el fundador de la gran y prestigiosa editoral Shinchosha.
– Se cita a alguien llamado Kosei, que no ha podido ser identificado.
– La gloxinia es una planta que pertenece a la familia de las Gesneriaceae y del género Sinningia
– Shiki refiere en su poema “flores silvestres” intencionadamente. En Japón, el concepto de las «flores silvestres» (kusa no hana) citadas en el segundo poema, se opone a otro tipo de «Flores de árbol» (ko no hana). El concepto es más amplio de lo que pueda parecer en castellano, e incluye todas las flores que crecen directamente del suelo. El término a menudo se refiere a las flores de otoño, mientras que la primavera es más bien la estación de las “flores de los árboles”.