Haiku 11

鶯や茨くゞりて高う飛ぶ

Uguisu ya ibara kugurite takou tobu

 

El ruiseñor

atravesando el espinoso arbusto,

remonta el vuelo.

 

 El ugüisu es un pájaro de mil nombres: haru-dori («pájaro anunciador de la primavera»); hanami-dori («pájaro de hanami» o «pájaro que ve las flores de la primavera»; “pájaro amarillo”; “pájaro que lee sutra”…

No es frecuente que una curruca (ruiseñor japonés) vuele tan alto, y de aquí el aware del haijin: le saldrá caro el atrevimiento, pues tendrá que atravesar un árbol espinoso. Buson, sin duda, es un gran observador de los movimientos:

 

鶯や柏峠をはなれかね

Uguisu ya kashiwatauge o hanare kane

El ruiseñor

se aleja

del paso de Kashiwatôge.

 

El ruiseñor anuncia la vida, la llegada de la primavera, y en ocasiones supone un complementario del ciclo natural como en este haiku -bastante desconocido- de Buson:

 

鶯ゃ野中の墓の竹百竿

Uguisu ya nonaka no haka no take hyaku kan

El ruiseñor-

las cañas de bambú sobre una tumba

en medio del campo.

EL HAIKU: ANTROPOLOGÍA Y TRANSCULTURIZACIÓN EN UN MUNDO GLOBAL I

     El haiku es susceptible de estudio desde el punto de vista histórico, sociológico, estético, lingüístico, literario y antropológico.

     Como forma poética es una producción individualizada; pero no individualista en su espíritu, ya que recoge la esencia colectiva y la mezcla bicultural de la comunidad donde nace la estrofa (Japón) y sus saberes ancestrales; así como la del entorno al que el haijin pertenece y con el cual se identifica. El haiku se constituye de este modo, en una muestra elocuente de literatura transcultural. Es decir, como estrofa ha trascendido sus propias fronteras y se ha convertido en una obra literaria creada desde las vivencias de cada haijin y escrita desde la identidad propia que le otorga la comunidad o grupo al cual pertenece.

     El creador artístico y literario en este caso, siempre tiene la necesidad de comunicar y de sentirse entendido por el receptor:

   Salvador Pániker (2009):

   …“nos sentimos incomunicados si la otra parte no acepta nuestro sistema simbólico” […]

     Ya desde su génesis, el espacio y el tiempo acotan la producción artística dada la necesidad de comunicación que tiene el artista y en este caso el haijin.

     Hay voces que se alzan afirmando que el haiku transciende el nivel de comunicación simbólico para aspirar a una comunicación más profunda, la cual nos adentraría por un momento en el interior de las cosas, las verdades inmutables y la esencia intuitiva del poeta. Pero esto sucede siempre desde las formas cambiantes que el haijin encuentra en su entorno más próximo, y desde el cual cobra tanta relevancia lo que se dice como lo no dicho, lo visible como lo no visible…, abstrayéndonos del dualismo simbólico desde el cual es muy difícil crear. Desde este prisma dual, solo lograríamos alcanzar un nivel analítico del entorno y la realidad.

     En el haiku la forma también se convierte en contenido y gravita sobre él; por lo tanto, el lenguaje en esta forma poética está cargado de significado, bien sea como medio intuitivo o descriptivo, conectando con el mayor número posible de significados. Pero a dichos significados se llega plenamente desde el espacio y el tiempo en el cual se gesta el poema para adquirir posteriormente una dimensión de universalidad, ya que, como toda obra clásica, nunca termina de decir aquello que tiene que decir y puede ser creada y recreada generación tras generación por el lector.

     Aunque el escritor de haikus prescinda de factores culturales y lingüísticos para descondicionar su mirada y estar presente en el aquí y el ahora, logrando traspasar así los marcos simbólicos; paradójicamente también necesita del lenguaje para expresarse (con su carga de regionalismos, frases hechas, connotaciones, vivencias…), sin obviar su valor simbólico desde su cultura, etnia, espacio, momento temporal…, quedando estos reflejados en el haiku. La puesta de sol será universal y también lo será el indescriptible y enajenador arrebato que produce; pero aun evitando el yo lírico, el lenguaje con el cual nos expresamos y la concreción de los lugares en los que sucede, arraiga y conecta el haiku con el entorno y la cultura del haijin para lograr posteriormente transformar en universal, lo trivial y cercano; así como los aspectos dispersos de la realidad acotada por una espacialidad y temporalidad determinadas.

     Estas consideraciones podrían atestiguarse con la lectura de estos haikus escritos por dos adolescentes que participan en su centro escolar en el taller de haikus y que han sido publicados en la sección de haikus infantiles del Rincón del Haiku. En el primero de ellos, la connotación filosófica sobre la impermanencia, se muestra reflejada en el interés que este chico tiene por la colombicultura (entrena esas palomas y las prepara para la competición) y las aves. A su vez está acotado por un espacio preciso y concreto (Casa Ibáñez – Albacete-) y por la jerga propia de esta práctica deportiva. En el segundo haiku, la niña retoma la emoción que le produce su lugar de nacimiento y las calles por las que paseó y vivió, trasmitiéndonos el sutil haimi de este popular barrio de Cartagena de Indias.

HAIKUS INFANTILES (COORDINACIÓN VICENTE HAYA)

REVISTA ELECTRÓNICA DEL HAIKU. El Rincón del Haiku V 2.0

ISSN:1699-5406

OCTUBRE, 2018

Casas de Juan Núñez.

Atacadas las palomas 

por una zorra.

 

 Cristian Sánchez Pagán

13 años

Colegio Diocesano (Albacete)

http://nueva.elrincondelhaiku.org/2018/10/15/octubre-2018-3

 

AGOSTO DE 2019

 

 Getsemani*…

en su callejón angosto,

la sombra de los paraguas.

 

 *Barrio popular de Cartagena de Indias (Colombia)

Ana Marcela Morante Nieves

15 años

Colegio Diocesano (Albacete)

 http://nueva.elrincondelhaiku.org/2019/08/01/agosto-2019/

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Blyth, R. H. (1968): A History of Haiku. Tokyo: Hokuseido, vol, I.
  • Brower, G. L. (1968): «Brief note. The Japanese haiku in Hispanic Poetry». En: Monumenta Nipponica, XI–XII, 1-2.
  • D’Allemand, Patricia (1996): “Ángel Rama: el discurso de la transculturación”. ​Voz y escritura ​ 6, 7: 140-167.
  • Eliade, Mircea (1974): Tratado de historia de las religiones ​ . Madrid: Ediciones Cristiandad.
  • Hearn, L. (Yakumo Kiozumi) (2011): Fantasmas de la China y del Japón. Sevilla: Ed. Espuela de Plata.
  • Pániker, S. (2009): Aproximación al origen. Barcelona: Kairós.
  • Penas, Mª A., Martín, R. (eds. y coords.) (2009): Traducción e interculturalidad. Aspectos metodológicos teóricos y prácticos. Rabat: Universidad Mohamed V de Rabat – Universidad de Bergen – Ed. Cantarabia.
  • Penas, Mª A. (2013): «La traducción intralingüística». En: Tomás Albaladejo y Mª A. Penas (eds.), Teoría y práctica de la traducción. Madrid: Síntesis, 1–32, en prensa.
  • Rodríguez-Izquierdo, F. (2010): El haiku japonés. Historia y traducción. Madrid: Hiperión.

La bella verdad del mundo. Haikus de insectos y otros animales de Issa Kobayashi.

Primera parte. Introducción y la mística campesina de Issa.

 

“El débil necesita del fuerte para que le proteja
y el fuerte necesita del débil para que le enseñe a ver
la bella verdad del mundo

Pedro Favaron

Estatua de Issa Kobayashi en el templo Entenji en Tokio, donde se dice que compuso su famoso haiku de las ranas que compiten en sumo. Foto: Yaxkin

No cabe duda que Kobayashi Issa (1763-1827) es un excepcional poeta de haiku: su influencia en el haiku es profunda y su legado escrito es muy vasto. Su obra reunida consta de aproximadamente 18 mil haikus. De éstos, la mayoría se han recopilado en sus “Obras completas”, el Issa Zenshū (1979), aunque siguen encontrándose nuevos poemas. Los haikus de Issa, escritos en diarios durante la época Edo, a finales del siglo XVII y principios del XIX, cuentan sobre los numerosos viajes del poeta y la vida en su pueblo natal de Kashiwabara, en las montañas de Nagano. La vida de Issa está marcada por la pobreza y la muerte: cuando era niño perdió a su madre, y en la edad adulta a cuatro de sus hijos y a su primera esposa; y también por su compromiso con la vía compasiva budista, y la compañía de plantas y animales del campo.
La poesía del maestro “Una taza de té” (significado del nombre artístico Issa [一茶]) se estima como un tesoro en la tradición poética japonesa, entre varias razones, por haber ampliado la visión del haiku a los habitantes del campo y hacer sentir a este mundo de humanos y seres animados con una familiaridad llena de humor, ternura y compasión. En sus poemas hay un camino a la sensibilidad del corazón japonés que está formado por una atención esmerada de la naturaleza, una inclinación a ver el mundo con una lupa, y una apertura a apreciar la vida de los seres pequeños y caseros de manera parecida a la vida de los seres humanos.

Podríamos afirmar que Issa ha dejado en herencia una visión japonesa y universal del mundo que llamamos hogar, una visión en la que los seres cotidianos como los insectos y otros pequeños animales y plantas comparten con una intensidad igual a la nuestra la experiencia de vivir. El énfasis en estos sujetos como si fueran humanos y en sus maneras de relacionarse con la primera persona (la voz poética) es su legado excepcional dentro del mundo del haiku y, sin duda, es un legado que ha cruzado más allá de la lengua japonesa y resuena en distintas sensibilidades.

Podríamos decir que su visión tiende a la “antropomorfización”, pero no se trata de una orientación didáctica o moral como la de las fábulas, sino de una orientación espiritual que es parte de la vía místico-poética de Issa. En ella resuenan las tradiciones populares, las leyendas sobre animales, las fiestas campesinas y los preceptos budistas, los cuales, dicho sea de paso, han contribuido a formar la vía espiritual del haiku desde la diversidad de los budismos japoneses.

Al igual que Bashō y otros haijines que recorrieron el país hablando de las cosas de la vida cotidiana, como las costumbres, comidas y profesiones de quienes no eran militares ni aristócratas, Issa amplió el registro de seres vivientes, lugares y personas en la tradición poética japonesa sobre la naturaleza. Sin embargo, la óptica espiritual del haiku, o el andar del camino —haiku-dō como lo llama Vicente Haya— de Issa es muy distinto al de Bashō. Aunque ahondar en las diferencias entre uno y otro rebasa mis capacidades, quisiera sólo mencionar algunas de ellas a modo de pequeñas marcas que nos recuerdan que debemos evitar el error de colocarlo en un molde del haikudō del zen-chan inspirado en Bashō.

Bashō, aunque fue un poeta proveniente de una familia samurai humilde, creció en el ambiente de una familia de mayor rango y residió la mayor parte de su vida en la gran ciudad de Edo (Tokio). en el contexto privilegiado de la clase samurai. Issa, quien nació un siglo después de Bashō, nació en el seno de una familia campesina y muy joven, motivado por la pobreza y la aventura, fue a Tokio a ganarse la vida. Los años en Tokio y sus viajes por el país lo pusieron en contactos con varias escuelas de haiku, pero sin haberse podido arraigar en la ciudad, a los 50 años regresó a su pueblo natal de Kashiwabara, en una zona montañosa de la provincia de Shinano (actualmente Nagano).

En un mundo como el del haiku en el que la vida y la poesía tienden a fundirse, estas diferencias apuntan a visiones distintas. Quizá la marca más significativa es la inclinación de la mirada religiosa, pues mientras que para Bashō fue el zen, muy ligado a la disciplina de la meditación sentada (zazen) y las enseñanzas daoístas de Chuang Tzu, Issa se mantuvo en el orbe de las enseñanzas de la salvación compasiva en la Tierra del Buda Amida (Jōdō Shinshū), que era la forma de fe budista más popular en las zonas campesinas. Aunque la figura de Bashō es el principal modelo desde el cual el mundo hispanoparlante se ha hecho una imagen del haijin errante, conviene hacer notar estas diferencias como puntos de partida para comprender los matices del mundo del haiku en Japón. Frente a los solemnes seguidores de Bashō, Issa se apresura a zambullirse en este mundo con irreverencia.

 

古池や先御先へととぶ蛙

furu ike ya mazu o-saki he to tobu kawazu

El viejo estanque…
¡déjenme adelantarme!
ranas que saltan.

La mística campesina de Issa.

 

En posible afirmar que Issa es en muchos de sus haikus un místico de la naturaleza. En este sentido, el lugar de su mística es el vecindario poético del campo y su expresión es el humor y la identificación. Aunque se trata de un humor simple y casero no se agota en la superficie, pues su mística de la naturaleza es la expresión de un corazón (en el sentido japonés de kokoro, 心, mente y corazón) refinado en la capacidad de ver más allá de lo grande y lo chico, lo débil y lo fuerte, lo macro y lo micro.

Desde un punto de vista ecológico ligado a lo espiritual y la capacidad de identificarse y gozar con aquello que llamamos naturaleza, los poemas de Issa pueden ser una pieza clave para revisar las maneras en que pensamos el mundo de la naturaleza en relación con el mundo del hogar. Podríamos decir que en su poética la naturaleza es el hogar y viceversa, pues su óptica no es la del paseante afanado en penetrar en una naturaleza idealizada fuera de la urbe, sino la del campesino que tranquilamente observa y cuida con ternura del misterio que lo rodea. En la poesía de Issa, la ecología moderna tiene una visión que hermana al ser humano con todos los seres sin importar sus formas y que puede ser la base o un repertorio para cultivar un acercamiento y compresión ecológica menos antropocéntrica, con un toque de humor, asombro y ternura.

A continuación apunto tres legados de Issa a la visión de la naturaleza. El primero es hacer notar la vida y comportamientos de los animales pequeños y de la granja (desde las moscas a las gallinas) que habían sido marginados de la poesía clásica japonesa, o por lo menos, de la “corriente dominante” que identificamos como la poética de la naturaleza ligada a las cuatro estaciones.[i] El segundo es la contemplación poética del mundo rural con mirada de asombro, pero también con familiaridad y ternura, es decir, una mirada que tiene la suavidad de la de un niño. Esta contribución es una razón por la cual es ampliamente leído y presentado a los niños en las escuelas japonesas. El tercero es la hondura mística inherente al mundo natural. Issa es un hombre de fe que ahonda en las enseñanzas budistas hacia el mundo vivo, las cuales coinciden en la compasión del bodisatva hacia todos los seres por igual.

Antes de continuar, quiero decir que la tradición poética “campesina” del Japón es una corriente distinta a la corriente aristocrática-guerrera, la de los jardines, el cambio de estaciones y las formas románticas y refinadas con las que se identifica gran parte del imaginario poético de Japón en el extranjero. La tradición campesina también incluye cerezos y pájaros cantores, pero su entorno es la humildad del paisaje casero. Esto Issa nos lo hace notar en uno de sus haikus.

苗代は菴のかざりに青みけり
nawashiro ha iori no kazari ni aomikeri 
 

Almácigo de arroz.
¡Ah! tu verdor es
la decoración de mi cabaña.

En este poema Issa nos muestra su cabaña humilde, la cual tiene por única decoración el almácigo de arroz (donde se cultivan las plantas antes de trasplantarse). En vez de un jardín o una vista sublime, nos presenta cultivo modesto que le dará de comer y lo convierte a algo digno de belleza.

Esta corriente rural o campesina, de la cual Issa forma parte, es la que Shirane llama la Tradición del satoyama (里山), es decir la del pueblo al pie de la montaña. Satoyama refiere a las tierras cultivables al pie de las montañas y entre las que se asientan aldeas, villas y pequeños pueblos. En términos generales, Shirane identifica la Tradición del satoyama como la de las poéticas agrícolas, del bosque y las pequeñas islas de pueblos pescadores. Se trata de poéticas que vienen del campo interior y de la provincia marítima de las islas, todo ese universo japonés que siempre ha existido y se le llama inaka (田舎). La voz del inaka ha sido y aún es la voz de la gente letrada en la escritura o versada en la oralidad y su tradición de voces semeja a afluentes que desde la época de Manyōshū vierten continuamente sus aguas en la tradición japonesa de la escritura de la naturaleza.
El vecindario poético de Issa es este mundo del satoyama, de su gente y la naturaleza, visto con una mirada gentil y con profundidad espiritual. En cuanto a los animales, el haijin retrató a muchos animales de la granja y del interior de las casas, a veces gozando de sus propios juegos, preocupándose por el día a día o viviendo transformaciones llenas de belleza y misterio. Es decir, de una manera semejante a la de los humanos.

He dividido la selección en tres, la primera es sobre perros y gallinas, la segunda, más amplia, es sobre los insectos y la tercera sobre ranas o sapos. Acompañan esta selección algunas fotografías que tomé en el Entenji en 2016, un templo de la zona suburbana de Tokio dedicado al poeta, para dar una idea de la importancia de Issa en el corazón japonés.

Selección de poemas de perros y gallinas

 

鶏の番をしているつぎ木哉
niwatori no ban wo shite iru tsugiki kana

Mi árbol injerto,
las gallinas alrededor
te hacen guardia.

 

 

鶏の抱かれて見たるぼたん哉

niwatori no dakarete mitaru botan kana

La gallina
sentada en su huevo
contempla la peonía.

 

 

けさ秋としらぬ狗が仏哉

kesa aki to shiranu enoko ga hotoke kana

El cachorro no sabe
que el otoño ha llegado.
Aun así, es un Buda!*

*Versión de Andrés González

 

 

親犬が瀬踏してけり雪げ川

oya inu ga sebumi shite keri yukigegawa

Río nevado…
Una madre perra tantea
la profundidad.

 

 

犬の声ぱつたり止て蓮の花
inu no koe pattari yamete hasu no hana

Y de repente
cesaron los ladridos.
Flores de loto.

 

 

狗の夢見て鳴か夜のせみ

enokoro no yume mite naku ka yoru no semi

Canta la cigarra en la noche,
¿habrá visto
el sueño del cachorrito?

 

[i] Sobre la naturaleza de las cuatro estaciones como segunda naturaleza veáse el libro de Haruo Shirane, Japan and the culture of the four seasons (Columbia University Press, 2012).

 

Feliz Año Nuevo, con Onitsura

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Así como la Navidad en Japón porta un tinte de festividad extranjera en el ambiente general del país –aunque otra cosa sea para los cristianos-, celebrar el Año Nuevo goza allí de una secular tradición para todos; aunque en el antiguo Japón se hacía coincidir el Año Nuevo con los primeros atisbos de la Primavera, hacia fines de Febrero. Con la modernización de Japón promovida por la era Meiji, el Año Nuevo japonés se ha identificado ya con el del calendario occidental; siendo allí sin embargo una solemne festividad que dura tres días (1, 2 y 3 de Enero) para acentuar así su significado vitalista de renovación. Lo cual es, por cierto, muy afín con la mentalidad shintoísta: en Año Nuevo se conmemora –a grandes rasgos- que los “kami” o espíritus divinizados de los ancestros velan especialmente por los vivos.

Tal inspiración la recoge Onitsura (1660-1738), coetáneo con Bashoo –siendo dieciocho años más joven que dicho maestro-, en el siguiente haiku (ver icono):

        ooashita /

mukashi fukinishi /

    matsu no kaze

 

     La gran mañana:

aires de antaño llegan

   de entre los pinos.

 

He aquí una traducción palabra por palabra, siguiendo los tres versos japoneses:

Gran-mañana/ (desde) antiguo-sopla / pino(-s)-de-viento//

El último verso ha de interpretarse como ‘viento de (los) pinos’, invirtiendo nuestro orden léxico, según la sintaxis japonesa. Obviamente, quiere significar ‘el viento que sopla entre los pinos’. La métrica de este haiku es impecable, según la conocida pauta 5/7/5 sílabas.

   “La gran mañana” se refiere a los albores de la solemne fiesta de Año Nuevo. El segundo verso –coincidente con el de la traducción-, mediante su frase “aires de antaño” puede evocar a los japoneses los “kami” o deidades de la naturaleza, así como a todos nos hace recordar a nuestros antepasados.

   Aunque el viento sea invisible, se hace visible en el vibrar de las ramitas y agujas verdes de los pinos, e incluso posiblemente se nos hace audible, mediante un tenue silbo al rozar entre las ramas. Es de notar también el contraste temporal entre “de antiguo” y “gran mañana” presente.

El verbo “fuku” ‘soplar’ (2º verso) aparece sufijado por “-nishi”, posiblemente una insinuada perífrasis verbal factitiva: ‘fuki-ni-suru” ‘hacer soplar’, expresión reducida en este contexto a “fuki-ni-shi”. La función de dicho sufijo puede ser intensiva: enfatizar el verbo “fuku” en su semántica visual y auditiva ya comentada.

   En plena naturaleza, desde un pinar acariciado por el viento, Onitsura nos invita pues a celebrar en grande la entrada del año, que se nos presenta aquí como ese aire campestre que nos llega, trayendo nueva vida a nuestros pulmones, y mostrándonos también una nueva imagen sumamente grata a la vista.

 

                                                        Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala. Universidad de Sevilla.

CORTAR EL BAMBÚ

Era el último día del congreso, cuando Mercedes Pérez “Kotori” bajó la mano y habló:

– “Para mí, es un camino de liberación del yo”.

En aquella sala de conferencias de la Universidad de Albacete, estaba a punto de cerrarse el Primer Congreso de Haiku y la pregunta en torno a una posible definición del género estaba en el aire.

Once años después, aún recuerdo la conmoción que supusieron aquellas palabras en el corazón de un licenciado en Filología Hispánica de 30 años… Con todo mi ser, quise resistirme a aquella sentencia que mi ignorancia tildaba de “blasfemia”. En el silencio de mi mente egótica, alimentada con calificaciones, autorías, valoraciones y censuras, un torbellino de frases sinsentido asomaban como caramelos para un niño malcriado:

– “Pero si yo también formo parte de este mundo, ¿por qué voy a tener que desaparecer? ¿Acaso mi vida es menos importante que la de un árbol? ¿No sería mejor que yo también pudiera existir? ¿Por qué tendría que desvanecerme como si nada…?”

“Yo, mí, yo…” Y así fui extendiendo el laberinto. Corredor tras corredor; esquina tras esquina; sin ningún centro. Muerto de miedo. Buscando la forma de no desaparecer, de no morir, de no perder aquellos sabores que tanto esfuerzo me habían costado alcanzar y que me habían dicho que eran realmente valiosos…

Nos mudamos de una tina

a otra tina…

¡Cuanta palabra sin sentido!1

.

Resbalo… y caigo

Todo en la montaña

sigue su curso 2

¡Qué sabor guardaban los haikus de Issa y Santoka!

Pero, a pesar de los versos, a pesar de los libros, de este maravilloso foro y de los paseos en soledad, solo hubo una persona capaz de cortarme el dedo que falsamente levantaba para expresarme, como ese monje que copiaba la sabiduría de su maestro zen, quien levantaba su dedo para expresar la verdadera naturaleza de la iluminación. Le estaré agradecido por siempre al Maestro Vicente Haya por ello.

Equivocado, ignorante y desorientado, no me había percatado del lastre tan enorme que aún cargaba: mi “yo” a cuestas, en cada verso, en cada puesta de sol, en cada flor…

Siempre construyendo, siempre eligiendo, siempre interpo-niéndose… Me di cuenta de que seguía siendo Occidental hasta la médula, con algunos pequeños resquicios, por los que, algunas veces, penetraba el sol naciente.

Agradezco la invitación con la que me ha honrado el equipo de ERDH. Poco puedo aportar a lo expuesto y compartido por todos los que amamos el haiku que no se haya dicho ya, salvo algunas líneas y un intento de bálsamo que alivie un poco el cansancio de pies de los que vagamos aún en el laberinto del “yo”, de forma consciente o inconsciente.

Hoy sé que mi camino debe ser el de la liberación, la muerte y la superación de mi ego; hoy sé que, sin poder vaciarme de mí mismo, jamás podré dejar que el sonido de lo sagrado resuene en el mundo…¿Y quién soy yo para seguir interponiéndome a Ello por más tiempo? Por eso hay que cortar el bambú: para comenzar a vaciar su interior y crear una flauta para el Buda. Ser flautas y dejar que la melodía de lo sagrado recorra nuestra existencia y se exprese tal cual es: pura.

Espero poder compartir con todos vosotros este camino, las experiencias y las posibles recetas que un occidental puede aprender para dejar de ser, por fin, occidental y comenzar a convertirse en algo más completo: en un ser sintiente, alejado de la discriminación, el egocentrismo y el dualismo, con una consciencia más apta para plantar y dejar crecer los frutos del haiku. Lejos de las eternas preguntas: «¿es posible el haiku fuera de las fronteras de Japón?» «¿Cómo comienzo a dejar mi ego de lado?»

Por fin, puedo volver al último día del Primer Congreso de Haiku, en Albacete, junto a mis buenos amigos, y oír nuevamente a Kotori . Por fin, puedo sentir que mi corazón sonríe con  sus palabras.

Espero que estas entregas sean propicias para todos.

Agradecido de vivir entre vosotros.

Viento.

 

1 Traducción de Vicente Haya, “Parte V. El haiku es un camino de extinción del “yo”. 88. El haiku nos invita a comenzar un viaje”, en Aware, iniciación al haiku japonés , Kairós, p. 292.

2 Traducción de Vicente Haya, “La montaña”, en Taneda Santoka. El monje desnudo. 100 haikus. Miraguano Ediciones, p. 187.

 

Enero 2020

                La luna de este verano recién estrenado es la misma que ilumina las frías calles nevadas de alguna aldea a una larga caminata desde aquí. Tal vez una estación entera tardaría en recorrer esa distancia hasta llegar. Y al hacerlo, esa luna de verano ya estará otoñando o reflejando su luz sobre las primeras flores que abrirán donde antes hubo nieve. A mitad de camino también alumbrará lugares sin primaveras ni otoños, sin veranos ni inviernos. Acaso la lluvia o la falta de ella apenas sirvan para marcar alguna diferencia. Distinciones sutiles o no tanto que les permita florecer a las plantas o empollar a las aves…

                Y así, recorriendo el camino se suceden las lunas, las lluvias, los vientos, los mares y cada una de las creaturas que conforman y formamos parte de esta trama invisible que es el mundo. Con el andar llega un haiku, o una pintura, o ambas y se complementan en un haiga.

A lo largo de este año, con cada entrega, les compartiremos dos haiga correspondientes a cada estación uno de “aquí” y uno de “allá”. El aquí y el allá dependerá de donde nos paremos para leerlos. Pinceladas que junto con el haiku intentan tan solo recordarnos que nuestro estar “acá” no es el único lugar habitado y habitable. Por cada “aquí” hay miles de “allí” también sorprendentes, maravillosos y llenos de aware.

De camino al no saber

              Con gran emoción, y enorme agradecimiento a los responsables de esta prestigiosa y rigurosa publicación que es El Rincón del Haiku, comienzo ahora una serie de colaboraciones con la sincera conciencia, como diría Borges, de que “voy a decir lo que no sé a quienes sabrán más que yo”. Pero de profundas perplejidades se nutre, dichosamente, nuestro camino en la tierra. De hecho, los lectores de esta revista somos muy afortunados de habernos encontrado algún día con una de las extrañezas más hermosas, que nos ha llegado en forma de sencilla estrofa poética desde el lejano oriente, acaso como la llave pequeñita que nos abra a horizontes no previstos en nuestros sofisticados geolocalizadores posmodernos.

            Aunque la importante acumulación de conocimientos sobre el haiku a la que hemos llegado hoy está directamente relacionada con nuestra capacidad de enamorarnos de las cosas elementales, que ya, en sí misma, supone una innegable revolución, no es menos cierto que nuestro afán de saber, nuestro instinto cultural, no tiene límites, y que ese mismo acopio pudiera colocarnos, a la vuelta de la esquina, sin darnos mucha cuenta, en un terreno seguro y confortable desde el que complacernos (como un niño burgués que manipula juguetes en su habitación alfombrada) de todo lo que ya sabemos y hemos sido capaces de acaudalar de esta peculiar tradición. Por eso me parece un ejercicio necesario volver una y otra vez al no saber, para que no nos traicione nuestra mentalidad occidental tan racionalista, y de paso nos veamos libres de caer en la tristeza de terminar enamorados de nosotros mismos, como suele ocurrir a las elites intelectuales o a los escritores de éxito. La propia elección del lema de esta sección, un inolvidable y misterioso verso de san Juan de la Cruz, sirva, pues, de aviso a navegantes, y también de petición de auxilio al poeta de las nadas, cuya ‘presencia’ me acompaña más allá del tiempo, las ideas y las creencias.

            Debo confesar, en esta especie de presentación, que mi acercamiento al haiku se produce a través de mi hermano Vicente Haya, en un momento en el que los dos iniciábamos un diálogo interminable, y que su certera punzada enseguida entró a formar parte de mi particular preocupación por entender qué sea eso de la experiencia poética, que es lo que en realidad me viene ocupando desde que comencé a escribir poemas. Por lo tanto, mi perspectiva del haiku es estrictamente poética, y eso precisamente es lo difícil de explicar, lo que me obliga a moverme en una especie de balbuceo aproximativo, que sin duda carece de la entidad argumental de los que se han acercado a él desde otras determinadas perspectivas que ya disponen de un armazón previo, como puede ser la histórica, la filosófica, la religiosa, la metafísica, la espiritual, la literaria, etc., y que a mí no me ‘interesan’ propiamente, aunque de todas ellas intento comprender sus argumentos y, desde luego, valorar sus testimonios.

            Mi intuición es que el haiku pertenece ‘radicalmente’ a la experiencia poética, pero no sé lo que es la experiencia poética, y ese no saber es mi campo de labranza, porque lo que llevo experimentado me deja bastante perplejo: no he podido acumular un saber sobre la experiencia poética sino más bien una intuición o una esperanza en que algún día pueda ser habitado, y pensado, el no saber. El haiku, en este sentido, no solo no ha contribuido a allanarme el camino hacia algún tipo de saber, sino que ha profundizado en ese hábitat abierto donde todo conocimiento ha de ser superado. Precisamente por eso me interesa.

            Aunque en las sucesivas entregas mensuales de este particular rincón que hoy abrimos intentaré compartir y ‘argumentar’ (poéticamente), en la medida de mis posibilidades, mi personal perspectiva de lo que significa el haiku como experiencia del haijín, resultará imprescindible abordar una mínima ‘deconstrucción cultural’, por decirlo así, porque toda nuestra experiencia, en cualquier ámbito de la vida y del pensamiento, está inevitablemente mediada por las pautas culturales que dominan nuestro tiempo y que hemos asumido de manera más o menos inocente a lo largo de nuestra vida. Por este motivo, no podemos hablar de ‘conciencia’, ‘racionalidad’, ‘facticidad’, ‘posibilidad’, ‘existencia’, ‘experiencia poética’, ‘verdad’, ‘pregunta por el sentido’, ‘lenguaje’ o ‘palabra’, pensando que todos compartimos una noción al menos similar de estos conceptos. Precisamente la ‘cultura’ nos acomoda en un terreno común y nos hace consumidores del acervo, es decir, nos provee de un conocimiento estable y progresivo, nos integra en la corriente, nos garantiza seguridad y, de paso, nos advierte de que no hay supervivencia fuera del sistema. Todo, desde luego, a condición (consciente o inconsciente) de aceptar las reglas de juego. Pero asimilar el haiku me obliga continuamente a salir de las reglas de juego, y es eso lo que pretendo compartir.

               No sé, como digo, lo que es la experiencia poética, pero sé que no es un saber sobre las cosas. Y a pesar de que puede considerarse claramente una ‘experiencia’ no es tampoco un saber sobre el hombre. Tal vez pudiera decir que es un tipo de experiencia que tiene lugar en el hombre sin que este se la pueda apropiar como suya. Algo que tiene que ver con las cosas pero que no define la mismidad de las cosas. Lo único que se puede intuir, en principio, es que se trata de una experiencia de tránsito. Desde luego, dicho negativamente, una especie de salida del saber hacia el no saber. Dicho positivamente, una salida de la racionalidad hacia la conciencia. En cualquier caso, en mi opinión, una experiencia que coloca la cuestión del sentido más allá de la racionalidad. Y que coloca al haiku dentro de la cuestión del sentido. Como si la experiencia poética fuese una experiencia que está teniendo lugar en el seno de la Totalidad, no en esta o aquella cualidad del hombre. Como si algo muy específico estuviera ocurriendo en el seno de la Totalidad, y su forma de ocurrir fuese eso que algunos hombres llaman experiencia poética, y que se ha hecho particularmente evidente en lo que algunos hombres reconocen como experiencia del haijín.

               Que esa experiencia del haijín tenga que ver directamente con algo esencial que está ocurriendo precisamente ahora en el seno de la Totalidad, y que eso tan esencial que está ocurriendo en el Todo se haga patente en la rotunda sencillez del haiku es lo que, a la postre, quisiera subrayar en las modestas consideraciones que iré desgranando en este espacio.

Enero 2020

… la sección se denominará “Con-des”, las sílabas iniciales, o casi, de “construir” y “destruir”. Con “construir» significo un haiku propio con que iniciaré mi colaboración. Con “destruir» significo el comentario, el análisis, la anécdota, o la mención de algún haiku o waka famoso en la literatura japonesa relacionado con algún motivo con el haiku propio aportado…

-.-

 

Entre la niebla,
la luna, el árbol, el monte.
Lejos, ladridos.

 

Compuesto en el curso de mi paseo cuando caía la noche y se elevaba la luna creciente sobre la Cabeza del Oso (el cerro que acoge mi casa en la sierra de Gredos). Un paseo que realizaba en compañía de mi fiel perrito Zarco. La visión mencionada, entre la niebla del vallejo, era espectacular. Una visión, borrosa, espectral, que los poetas antiguos japoneses denominaban «honobono». «Honobono» es eso: entrevisto a duras penas. Uno de esos términos entrañables para la sensibilidad de los japoneses. Quizás porque apunta a la ambigüedad y falta de precisión en los contornos.

Uno de los poemas «waka» (cinco versos) más célebres de la literatura japonesa empieza con tal palabra. Dice «Honobono to / Akashi no ura ni / asagiri ni / shima gakure yuku / fune o shi zo omou».  Muchos creen que es un poema anónimo, por sus arcaísmos y aire antiguo, aunque en el Kokinshu, la antología del año 905, se le atribuye al poeta Kakinomoto. Su traducción:

 

“Al alba tenue

en la bahía de Akashi,

y entre la bruma,

un barco de nostalgias

tras las islas se pierde.»

 

(Es la misma versión que aparece en «El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica japonesa» donde, por supuesto, lo «destruyo» con algún breve comentario)

El tercer verso de este haiku de la niebla vista con Zarco podría haber sido: «Al caer la noche» o «Tarde de otoño». En este último caso tendría entonces este verso cinco sílabas, que es lo que mandan los cánones del haiku convencional, pero quería darle una fuga acústica. Los cánones están, al fin y al cabo, para saltárselos. Es más divertido. Y, ciertamente, se oían ladridos a lo lejos. También, pues estaba en pleno campo, yo oía en mi paseo distantes esquilas de ovejas, pero este sonido me parecía demasiado bucólico, demasiado «hermoso». «Ladridos» me parecía más como viril. Y yo no persigo la belleza en mis modestos haikus. ¿Qué persigo?  Tampoco virilidad, claro. ¡Ah! Si lo supiera.

Esta vez no incluyo foto alguna. Que como lector/lectora te lo puedas imaginar es más sugerente, ¿verdad?