“Lo de Shiki con el béisbol es un fenómeno absolutamente anormal”

A continuación unas imágenes sobre Shiki y el béisbol. A lo largo de todo Japón, se repiten monumentos y detalles en honor a su afición (Ueno, Matsuyama, etc.)

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“Lo de Shiki con el béisbol es un fenómeno absolutamente anormal”, decían los amigos íntimos de Shiki.

Masaoka Shiki, era de Matsuyama. Su pasión e interés por cuanto llegaba de fuera al recién abierto Japón, era desproporcionada, y el béisbol no escapó a dicha pasión. Escribió un libro sobre béisbol y fue el que introdujo muchos términos del juego del inglés al japonés.  Dado que el béisbol de la escuela secundaria es popular en la prefectura de Ehime, junto a la entrada principal del estadio principal se instaló un rincón de exhibición «Museo sin pelota» que presenta la historia del béisbol en la prefectura de Ehime. El nombre «No Ball» es una referencia al nombre de infancia de Shiki, «Noboru».

Shiki se convirtió en un jugador fanático cuando se introdujo el béisbol en Japón, y no terminó su carrera en el béisbol hasta que comenzó a toser sangre en 1889. La posición en la que jugaba con más frecuencia era la de receptor. No tenía ningún interés en otros deportes, pero estaba obsesionado con el béisbol.

Como su nombre de infancia era «升» (noboru), usó «野球» (noboru) como su seudónimo. Esto es cuatro años antes de que Zhong Ma Geng tradujera béisbol (béisbol) a «pelota de campo» (yakyuu) en 1894. Por lo tanto, aunque la pronunciación es diferente, Shiki fue la primera persona en inventar la palabra «pelota salvaje», aunque esta no es una traducción correspondiente a béisbol, es solo su propio seudónimo. De hecho, Shiki escribió en un ensayo en el «Nihon Shimbun» el 27 de julio de 1896:

«Actualmente no hay una traducción para béisbol, y la traducción que se proporciona aquí es mi propia creación. Aunque sé que esta traducción puede no ser apropiada, no tengo motivos para editarla apresuradamente. Por favor, infórmenme».

Para palabras importadas como «hitter», «runner», «thrower», «four bad balls», «high fly ball» y «shortstop», Shigui también tiene traducciones correspondientes al japonés y al chino, como:  «Bola cuatro», «Bola recta», «Bola voladora», «Cobertura corta». Sin embargo, no propuso una traducción para «béisbol».

Además, también hay oraciones en Shiki, como «まり投げて见たき広场や春の草» y «九つの人九つの场をしめてすースボールの初まら», que contribuyeron a la popularización de の初まら, traducción literaria wild ball (bola salvaje). Y junto con Xin Hai Feifeng, escribió «Yamabuki no Ichie», que se considera el primer libro sobre béisbol de Japón. Por todo ello, en 2002, ingresó en el Salón de la fama del Béisbol.

La estación de tren JR Shikoku «Estación de lanzamiento » ubicada en la ciudad de Matsuyama, y ​​el nombre de su subestación es «Yoqiu, の ・ ボ ー ル», conmemora el deporte que Shiki promovió activamente durante su vida.

El beisbol es uno de los deportes más arraigados en Japón y la llegada a sus tierras data del año 1872. En esa ocasión, un profesor estadounidense de nombre Horace Wilson, fue contratado por el gobierno de Japón con el fin de modernizar las instituciones educativas y fue ubicado para dar clases en la Universidad Keiko Gakko.  Con el paso del tiempo, el profesor se percató que muchos de los estudiantes presentaban una terrible condición física, así que para ayudarlos quiso implementar la práctica de un deporte en equipo que no fuera el soccer o el básquetbol. Fue ahí que les enseñó a jugar beisbol, un deporte que gustó tanto que hicieron la petición de que se construyera el primer estadio en el campus de la universidad.

Jorge Braulio, el haijin de Cuba, nos dice:

A Masaoka Shiki (1867-1902) le encantaba el béisbol. Escribió diez tankas y nueve haikus con esa temática. Fue él quien introdujo dicho deporte en la literatura japonesa y además, la traducción del muchos términos beisboleros que aún hoy se utilizan. Con un relieve en bronce de su efigie en el Hall de la Fama del Tokyo Dome -recinto que atesora las hazañas de los peloteros más célebres de Japón-, se recuerdan los aportes de este gran renovador del haiku.

Los textos en español, más que haikus de Shiki, son variaciones realizadas con los temas que aparecen en los originales. Nuestra ignorancia del idioma japonés nos impide ir más allá. Si incluimos la transcripción en romanji es porque nos anima la esperanza de que alguien, verdaderamente capacitado, los traduzca con la fidelidad que merece este importante escritor.

  1. (1890)

Mari nagete mitaki hiroba ya haru no kusa

Hierba primaveral.
¡Verse en este parque
lanzando bolas!

  1. (1890)

Koi shiranu neko no furi nari tama asobi

Como un gato
que no conoce el amor,
juego con la pelota.

  1. (1890)

Harukaze (shunpuu) ya mari mo nagetaki kusa no hara

Brisa de primavera.
¡Lanzar unas pelotas
en este hierbazal!

4- (1890)

Tama ukeru gokuhi wa kaze no yanagi kana

Atrapar bolas…
Un secreto del sauce
que mece el viento.

  1. (1896)

Wakakusa ya kodomo atsumari te mari wo utsu

Lozanas hierbas.
Los niños, uno a uno,
batean la bola.

  1. (1896)

Kusa shigemi BASEBALL no michi shiro shi

Espesa hierba.
Las líneas blancas
del campo de béisbol.

  1. (1898)

Natsukusa ya BASEBALL no hito too shi

Hierba estival.
Los peloteros
en la lejanía.

  1. (1899)

Ikegaki no soto wa kareno ya tama asobi

Campos baldíos.
Más allá de la cerca,
juegan pelota.

9.(1902)

Tanpopo ya BALL koroge te toori keri

Dientes de león:
entre ellos, rodando,
una pelota.

El pájaro de fuego

Un cuento ruso, genialmente orquestado por Igor Strawinsky, habla de un pájaro de fuego que aparece a medianoche, iluminando con su fulgor todo el jardín, para robar las manzanas de oro del zar. (Gaston Bachelard recuerda que su abuela llamaba “pájaros del fuego” a las pequeñas fogatas que ella misma provocaba al soplar con una pajita sobre la llama). El fuego está en el origen de todos los mitos. Prometeo escala el Olimpo, lo roba, lo guarda en un junco seco o en un tallo de hinojo, y se lo entrega a la humanidad, pagando un alto precio por su osadía… En otro relato mitológico, la diosa Izanami -que acaba de crear el archipiélago japonés- morirá al dar a luz a la divinidad del fuego. La chispa divina es poderosa y es ambigua. Igual que el monte Fuji -un volcán aparentemente dormido-, sugiere temor y peligro, pero también belleza y quietud. El fuego destruyó Pompeya, pero preservó, al mismo tiempo, sus ruinas bajo las cenizas del Vesubio.

                “Al amor de la lumbre” -bella expresión que remite a la niñez más cálida- se ha contado la historia de la humanidad. Nos lo recuerda Kapuscinski en su libro “Viajes con Herodoto”: “La gente se reúne alrededor del fuego para contar historias. Más tarde se llaman mitos y leyendas, pero en el momento en que se cuentan y se escucha, todo el mundo cree que son purísima verdad, la realidad más real… La luz del fuego atrae y compacta al grupo, libera sus mejores energías. La llama y la comunidad. La llama y la historia. La llama y la memoria”. En el “Alfanhuí” de Sánchez Ferlosio encontramos este pasaje delicioso: “El maestro contaba historias por la noche. Cuando empezaba a contar, la criada encendía la chimenea. La criada sabía todas las historias y avivaba el fuego cuando la historia crecía. Cuando se hacía monótona, la dejaba languidecer; en los momentos de emoción, volvía a echar leña en el fuego, hasta que la historia terminaba y lo dejaba apagarse. (…) Una noche se acabó la leña antes que la historia, y el maestro no pudo continuar”.

El fuego está en el corazón de la cultura japonesa; en los festivales, en la cerámica, en el chanoyu, en la poesía…  En verano, los fuegos artificiales o hanabi (flores de fuego) irrumpen desde las orillas de los ríos, en Tokio, Omagari o Nagaoka; desde los barcos, en el mar de Kumano, o frente a la costa de Mijayima. Fuegos relacionados, como nuestras “fallas”, con ritos de fertilidad y regeneración de la vida, purificación y catarsis, muerte y resurrección… Negro y rojo son los colores que identifican el lacado japonés; el rojo es un color sagrado: el color del fuego, de la sangre y del sol. En la cerámica japonesa se valora especialmente el celadón perfectamente cocido; tan exclusivo, que se conoce como “color oculto” (hisoku): un azul cristalino, similar al cielo despejado después de la lluvia… El fuego es esencial en la ceremonia del té: en el batido con agua caliente; en el sonido del agua hirviendo en la tetera; en el calor de manos y labios al contacto con la taza, en el aroma del incienso y en la cerámica (evocando aquellas tazas vidriadas, blancas o verdes, que -según Lu Yü- resaltan el color ámbar del brebaje); sobre todo, esas tazas rústicas modeladas a mano, cuya belleza, peso y tacto valora el invitado.

Con el toque humorístico, tan vinculado al haiku, Sôkan advierte: “aunque haga frío, / no te acerques al fuego, / buda de nieve…” La imagen reaparecerá, casi idéntica, en otro poema de Bashô: “enciende el fuego / y verás qué sorpresa: / ¡bola de nieve!”. Desde su pobreza alegremente asumida, Ryôkan muestra su confianza y su gratitud: “el viento trae / las hojas suficientes / para hacer fuego”. Y Hakyô -un poeta más cercano, casi contemporáneo- evoca, melancólicamente, las pálidas manos de unos enfermos calentándose sobre un fuego de hojas caídas… Y al final, una bella parábola de la tradición zen: Saliendo a la oscuridad de la noche, el maestro le ofrece el farol encendido a su discípulo, pero cuando éste va a cogerlo, el maestro apaga la llama; en ese mismo momento, el discípulo alcanza la iluminación…

***

Haibun 46

Haibun 46

Punto de encuentro

Esa citación de última hora ha puesto de patas arriba mi planificación para esta noche. Después de un afanoso día de trabajo, el cansancio me supera, y es la inercia de cumplir con una rutina de vida la que me impulsa a dirigirme al lugar orientado. Una reunión que ha perdido su encanto, su veracidad, su todo.  Sin embargo, asistimos sin chistar; tal vez alguna esperanza escondida de que algo provechoso se pueda obtener para el bien común.

Al salir, el perro me sigue y cuando llego hasta el portón del batey lo hago regresar a casa. Tomo el terraplén que lleva al pueblo, el cielo encapotado me ofrece por momentos una sonrisa de luna. Voy cerrando los ojos de tramo en tramo, como cuando era niña y caminaba de la mano de mi padre jugando a no tropezar sin ver.

El pssssss de los grillos entre los matorrales se ha vuelto tan familiar, que ya no lo extraño ni me asusta, apuro el paso al vislumbrar más de cerca las luces del pueblo. El aire de lluvia me pega de golpe en la cara mientras a lo lejos el ulular de una lechuza me hace exclamar: “¡solavaya!”

Relampaguea
Se ha soltado una tira
de las sandalias.

Se dejan escuchar las canciones patrióticas que anteceden la reunión, llego al caserío embriagada con el aroma de los jazmines y los lirios. Van saliendo de mala gana algunas personas de sus casas y comienzan a reunirse en medio de la calle, frente a un balcón que funge como tribuna, adornado con carteles, cadenetas, la bandera y el escudo. Después de entonar el Himno Nacional, un hombre grueso y colorado, con voz grave, comienza a leer un panfleto inacabable. Todos en silencio, pero da la impresión que nadie escucha; deben estar sumidos en sus pensamientos, haciéndose la misma pregunta que yo: «¿qué hago aquí?»

La mujer del bodeguero acaricia a un perro que lleva cargado como si fuera un bebé, el abuelito más longevo del lugar desde su silla de ruedas asiente con la cabeza cada vez que el lector hace una pausa.  Uno de los alcohólicos del barrio se tambalea sin dejar de tocar la caneca que lleva en el bolsillo trasero del pantalón. Dos señoras, cuchichean detrás de un muro dando trapazos para espantar los mosquitos. Se ha vuelto el centro de atención un grupo de niños que pinta monerías entre el público dejando escapar risas contenidas mientras saborean durofríos de guayaba.

Farola del poste
Chocan una y otra vez
los bichos de luz.

Llega la hora de las intervenciones. Por tercera vez el señor grueso y colorado pregunta si alguien tiene algo que plantear, el silencio le sucede. Todo termina casi sin haber empezado, algunos vecinos se agrupan para firmar la lista de los presentes, eso es lo más importante: la lista de asistencia. Solo para eso hemos venido a la asamblea del delegado.

De vuelta a casa
Al cerrar la puerta
el aguacero.

                                                                                           Mayra Rosa Soris
                    Santa Clara (Cuba)

Julio 2023

Escribo este artículo durante un frente lluvioso que afecta toda la zona centro sur de Chile, sin embargo, en el hemisferio norte, donde está Japón, es verano, y de esta estación es el haiku que les traigo.

夕顔の白ク夜ルの後架に紙燭とりて

yuugao no shiroku yoru no kouka ni shisoku torite

el blanco de la ipomoea alba, con una linterna de papel voy al baño

Comencemos por el kigo: “夕顔 yuugao o ipomoea alba”, planta trepadora del género Ipomoea, también conocida con los nombres vulgares de flor de luna, dama de noche, amole, entre otros. De flores blancas con forma de embudo, que florecen por la tarde y se marchitan en la mañana, de ahí proviene su nombre en japonés 夕 yuu, atardecer y 顔 kao (gao), rostro. Es un kigo de mediados de verano. Su utilización como tópico viene del mundo del waka o poesía clásica, sobre todo en la imagen que existe desde su aparición en el Genji monogatari.

En esta ocasión, el primer verso y la mitad del segundo “夕顔の白ク yuugao no shiroku, el blanco de la ipomoea alba” lo toma Bashou de la sección 19 del Tsuredzure gusa, zuihitsu escrito en el 1331 por Kenkou Houshi. En dicha sección, Kenkou habla de las cuatro estaciones, y cuando describe el verano dice lo siguiente:

“あやしき家に夕顔の白く見えて、蚊遣火ふすぶるもあはれなり”

“Se ve el blanco de la ipomoea alba y levantarse el humo de los fuegos para espantar los mosquitos.”

Por otra parte, el resto del haiku, Bashou lo toma de una escena al inicio del capítulo cuarto ‘Yuugao’ del Genji monogatari, redactado por Murasaki Shikibu en el año 1008. En este capítulo, Genji va a visitar a la que había sido su ama de cría. Llegando de noche, le llama la atención las flores que ve en el jardín de una casa cercana y pregunta por su nombre; le responden “yuugao”, y una de las damas de la casa le envía un abanico con el siguiente poema:

心あてにそれかとぞ見る白露の光そへたる夕顔の花

kokoro ate ni soreka to zo miru shiratsuyu no hikaru soetaru yuugao no hana

creo que es él a quien veo, la luz del blanco rocío para adornar la flor de la ipomoea

En el poema se juega con el nombre de Genji, Hikaru, que significa luz, y el rostro de la dama que él ve entre las persianas y que le llama la atención; lo que le hace preguntar por las flores como subterfugio para establecer contacto con las damas. Genji lee este poema a la luz de las antorchas caminando por el jardín hacia la residencia de la dama en cuestión, pero en el haiku, Bashou va al baño. Así, una vez más, el maestro trae algo del mundo clásico y lo pone en un contexto mundano. Aunque también podemos argumentar que toma algo del mundo frívolo, secular de la corte, pero que se puede disfrutar también desde una mirada más contemplativa, o en una situación más reflexiva, ya que “後架 kouka” se refiere a el baño en los templos budistas.

Dejo a ustedes la interpretación que más les agrade, y les propongo pensar en otras posibilidades; una de las bellezas que nos ofrece la poesía asiática, tan abierta a la interpretación personal.

Me despido desde un Santiago de Chile, que por lo menos por ahora, ha decidido entrar al invierno ¡Hasta el próximo artículo!

MADURAN LOS NÍSPEROS

El sonido del arroyo
entre las cañas –
Maduran los nísperos

Gorka Arellano (España)

 

Tordos al mediodía.
Las ramas polvosas
del níspero

Jorge Moreno Bulbarela (México)

 

el viento gélido
de este anochecer…
¡las flores del níspero!

Mercedes Pérez (España)

 

Granizada…
cayó del níspero
un pequeño gorrión.

Sandra Galarza Chacón (Ecuador)

 

Puesta de sol.
Por el suelo pesadas
ramas del níspero

Mirta Gili (Argentina)

 

Brisa fría –
Un murciélago tumba
unos nísperos

Esteban Sánchez Agudelo (Colombia)

 

De su nariz,
un vaho que envuelve
las flores del níspero

Mavi Porras (España)

 

cesa la lluvia-
un nisperero maduro
en cada carril

Ángeles Hidalgo (España)

 

Camino a casa,
nuestros bolsillos
llenos de nísperos.

Roxana Dávila Peña (México)

¿Sanar al yo o matar al yo? Un conflicto moderno innecesario.

En los últimos tiempos se ha hecho bastante común señalar al yo o al ego como obstáculo, como enemigo, como una construcción mental que debe ser abandonada. En muchas publicaciones de diferentes tópicos es frecuente encontrar términos como vencer, superar, desprenderse, dominar, controlar, quitar, dejar, o los más contundentes, acabar, matar, aniquilar el yo o el ego … para referirse a la actividad esencial del ser humano que quiere sanar su mente o liberarse del sufrimiento.

De modo muy general, podría decirse que la humanidad, consciente de sus limitaciones y continuos tropiezos en su búsqueda de bienestar, especialmente en Occidente, ha estado movida en especial por dos vectores que polarizan su relación con las ideas sobre el yo y sus inconvenientes.

El primero de ellos tendría como motivación central sanar al yo, reconociendo la debilidad y falta de gobernabilidad que la mayoría de los seres humanos tienen con respeto a sus propios cuerpos y mentes y, por lo tanto, con respecto a sus relaciones con los otros y el mundo. El yo sería una entidad sustancial más o menos bien delimitada para cada individuo regida por el libre albedrío, con capacidad de ser consciente y corregirse. Esta mirada está potenciada por un largo lastre neurotizante producto de los múltiples conflictos con los otros individuos y consigo mismo, la que encuentra sus mejores ejemplos en mitos como el de Edipo, Electra o Narciso. “Sanar” a este “yo”, personaje central de grandes tragedias, controlado, afectado caprichosamente por un poder superior, trátese de dioses o ideologías, sería la única garantía de una vida saludable y satisfactoria.

El segundo vector, fomentado por el agobio de un desarrollo social acelerado y apabullante, con una marcada tendencia a la despersonalización y a la pérdida de significado de los roles humanos, propone disolver el yo como el camino deseable.  El “yo” roto, fragmentado, múltiple, fruto de la deriva psicótica que hace imposible mantener una identidad propia, ha tenido un amplio respaldo en diversos movimientos artísticos e intelectuales en el siglo pasado y el presente. Aquí, el delirio y el éxtasis estarían representados por Dionisos y las vacantes como su contraparte mítica, forzando un poco las ideas nietzscheanas en la búsqueda de una liberación profunda y radical de lo humano que debe ser superado.

Más que un punto de equilibrio, estos vectores continúan jalonando el mundo moderno generando múltiples conflictos y desacuerdos que en buena parte explican la perseverancia del egocentrismo y la proliferación de múltiples comportamientos autodestructivos. Sin embargo, quizás en ambos vectores se busque una parte de verdad dado el reclamo inherente de “encontrar una salida”, de salir de un mundo insatisfactorio dominado por el sufrimiento (Dukkha) y el asunto quizás nunca haya sido definir cuál de los dos debería dominar. Utilizando un antiguo marco de reflexión budista, el tetralema de Nagarjuna (150-250 eC), más nos valdría considerar que la construcción de la verdad, incluyendo la verdad del yo, debería expresarse reconociendo la validez simultánea de estas cuatro afirmaciones:

  1. El yo existe y es real.
  2. El yo no existe y es ilusorio.
  3. El yo existe y no existe al mismo tiempo.
  4. El yo ni existe ni no existe.

*      *      *

Miremos dos haikus escritos por prestigiosos poetas y literatos latinoamericanos del siglo XX, ambos con una clara alusión al yo.

1. Jorge Luis Borges

Callan las cuerdas.
La música sabía
lo que yo siento.
[1]

La relación de Borges con el Japón estuvo marcada por el asombro, la admiración y un profundo respeto por su cultura espiritual. Pero su acercamiento a la esencia del zen y del haiku, solo alcanzó a rozar la periferia. Sus haikus publicados (17) son más bien producto de reflexiones sobre experiencias poéticas, que fruto del asombro de un hecho cotidiano vivido. Esto es evidente en este hermoso poemita que no tiene “sabor” de haiku, a pesar de su cuidadosa métrica silábica 5/7/5. Pero lo que lo aleja radicalmente de la “esencia” del haiku es la intromisión del yo del poeta sensible que oscurece el aware. Y sin aware, no hay haiku. El yo y su experiencia o necesidades, por profundas que sean, no son el objetivo del haiku. El haiku nace de un suceso vivido, no de una reflexión. Como tantos aficionados al haiku, Borges no logró captar este gesto delicado por el que los haijines clásicos forjaron este camino espiritual.

2. Mario Benedetti

En otra dirección, pero también con un cuidado extremo con la forma 5/7/5, Benedetti tampoco encuentra el camino para el corazón del haiku, pues como el mismo lo dice, sus llamados haikus “no difieren demasiado de mis restantes obras de poesía”.[2]

Cuando muera
no se olviden de enterrarme
con mi bolígrafo

 

Un poema breve, ingenioso, relacionado con el yo del escritor que valora tanto su herramienta de trabajo que la quiere aún después de su muerte y que lo expresa con la métrica japonesa 5/7/5 pues, según Benedetti: “Esta fidelidad estructural es, después de todo, lo único verdaderamente japonés de este modesto trabajo latinoamericano.” Aunque Benedetti es gran lector y amplio conocedor de lo publicado sobre haiku en Occidente, casi ninguno de sus más de 200 haikus tiene haimi (sabor de haiku) ni aware (asombro fruto de un suceso extraordinario), pero si nos ofrece ingeniosas reflexiones, divertidas o irónicas, opiniones políticas, meditaciones poéticas, que más corresponden al estilo propio del senryu y no del haiku.

3. A modo de conclusión:

En ambas poetas latinoamericanos es notable la necesidad de expresarse desde un lugar común, el yo. En ambos poemas, la presencia del yo impide al haiku, sin que ninguno de estos poemas pierda su valor poético. El haiku es un camino en el que yo no es importante, en el que el yo no tiene más valor que cualquier otra cosa que aparece. Si Borges se hubiera acercado más al haiku, no se hubiera puesto de presente y hubiera dejado que el silencio de las cuerdas resonara en el corazón de los lectores sin atribuirles ninguna intención y menos la de saber lo que un yo siente. Lo mismo con Benedetti, el respeto por el bolígrafo que permite la escritura trasciende la historia personal. En un haiku, su existencia cobra valor porque se expresa a través de un hecho significativo que ocurre en un momento y no por un destino ensoñado por el poeta.

Foto: Luis Bernardo Cano Jaramillo

[1] https://terebess.hu/english/haiku/borges.html.

[2] https://terebess.hu/english/haiku/benedetti.html.

DE LA JAMÁS VISTA NI IMAGINADA AVENTURA QUE CON MÁS POCO DE INVENCIÓN FUE ACABADA DE FAMOSO HAIJIN EN EL MUNDO

Hay un ruido en el agua.

Agua que suena cerca de una choza

y agua que está sonando cerca de un prado.

 

Agua que vuelve al silencio

y agua en la que, de tanto en tanto, hay un estruendo de golpes

acompañados de un crujir de hierros y cadenas.

 

Agua de un día de primavera

y agua que, por la noche, suena y sigue sonando.

 

*  *  *

De la enseñanza del bosque, recuerdo que las cosas se muestran a los sentidos en un primer plano de realidades, a manera de línea o superficie, y es lo que constituye el mundo de lo patente.

Y debajo de esa superficie late la dimensión de profundidad, el mundo de lo latente, el cual no aflora de inmediato.

Estos pensamientos son hermanos de los de Ortega; aunque, debo aclarar que, a fin de seguir el flujo del tema que me ocupa, mi enfoque se aparta de su armazón conceptual.

                                        *  *  *

El Manchego y su escudero oyen el ruido del agua en la oscuridad. He ahí el primer plano de realidades, la línea de superficie de las cosas en el acto de aparecer.

A continuación, escuchan el estruendo de unos golpes en esa misma agua.

Para el “Ingenioso Hidalgo” es ocasión de acometer una de sus aventuras, ya que, en calidad de caballero andante, no está obligado a saber qué sea lo que los causa. Por lo que toca a Sancho, por ser villano, quizá atinara a reconocer aquello que los provoca, de no habérsele paralizado el entendimiento por el miedo.

He ahí el misterio de la dimensión de profundidad, lo latente, eso que, para aflorar, en este caso, espera el clarear del día.

                                    *  *  *

El Maestro escucha un breve ruido de agua. Siendo como es, hombre atento y cuidadoso, es capaz de distinguir entre el chapuzón de una rana y la caída de un caqui en un balde de agua.

El cuerpo del batracio, al saltar, no zumba como una varita de trueno al agitarse con la mano, ni mueve el aire como un abanico. Estaba, además, a cierta distancia.

A fin de cuentas, Bashô no tuvo ante los ojos ni la rana ni el agua del estanque. Ante él apareció el sonido del chapuzón con la patencia del primer plano de realidad. Por lo que respecta a la ranita y su salto, eran y son parte de lo que late bajo la superficie del primer plano, al igual que el sombrío y silente estanque.

Hasta aquí la vivencia o experiencia de vida del Maestro.

                                        *  *  *

Veamos ahora cómo fue la composición.

Al escuchar el sonido del agua, Bashô se da cuenta de que ha saltado una rana. Lo expresa verbalmente y el ritmo del lenguaje forma un par de versos. Para redondear el hokku somete el enunciado al criterio de sus discípulos. Lo hace con intenciones pedagógicas porque es todo un maestro.

Ellos dan diferentes propuestas. Destaca la de Kikaku, quien propone como primer verso: yamabuki ya, rosa amarilla de montaña o kerria, flor que en el Kokinshû se relaciona con kawazu no koe, la voz de la rana, la cual, como señala Donald Keene, es muy apreciada en el Japón, ya que es muy diferente al croar a que estamos acostumbrados.

Pero Bashô, a la hora de la verdad, que es el instante de la composición, cuando “un acontecimiento breve encuentra su forma justa”, en el decir de Barthes, lo que llama Kenneth Yasuda “el momento haiku”, cierra los oídos a la poesía convencional y sólo atiende a la voz de la Musa japonesa que, en palabras de Percival Lowell, es la Naturaleza.

                                     *   *   *

Queda una duda. Aunque se comprenda conceptualmente el haiku de la rana, ¿por qué no lo apreciamos estéticamente? Para degustarlo, ¿habrá que recurrir a una iniciación? ¿Cuál será la forma precisa de leerlo?, ¿será cosa de técnica o carisma?, ¿una gracia especial de la naturaleza?

La manía que menciona Alcibíades se desata: actuamos como niños que preguntan el porqué de todo, y somos gambusinos que rascan en las rocas en busca de una veta de respuestas.

Verdad, belleza, ¿serán valores objetivos o sólo inclinaciones subjetivas? ¿Valores universales o de vigencia local?, ¿intemporales o sujetos a caducidad? ¿Títulos de nobleza o rasgos naturales de los seres?

Si las cosas se muestran, aparecen, porque están ahí en la naturaleza y en el haiku, ¿por qué no las vemos ni gozamos? “La verdad va desnuda mas morirá doncella”, sentencia el alejandrino de Amado Nervo.

Entonces, la aletheia, el desvelamiento del ser, ¿no es más que la proyección, en el plano de las ideas, del gesto aquel de arrancarle el manto a Hanna?

Percibimos a través de los sentidos; nos informamos por medio de los ojos leyendo, observando, y de los oídos, escuchando; pero, son las categorías cognoscitivas, estéticas, morales las que juzgan lo percibido.

Leemos el haiku del salto de la rana en busca de métrica, rima, tropos, sentimientos, amores, moraleja, compromiso ético político o, en el mejor de los casos, lenguaje sugestivo. Y su naturalidad nos desconcierta e indigna como un vaso de agua en la mesa de una taberna.

Eduardo Nicol, en México, desarrolló un concepto diferente de aletheia: es un desvelamiento, no del ser sino de los ojos que no lo contemplan.

Es necesario, pues, arrancarse la venda de las ideas previas, para apreciar la verdad y la belleza de las cosas.

El ku de la rana, es más que una mera innovación literaria que dio carta de ciudadanía poética a las cosas humildes e inmediatas. Hay que leerlo con la misma actitud de su autor, porque ese ku inaugura una manera de relacionarse con las cosas. Es la instauración de una forma de vida. Pero no la confundamos con ocupación u oficio. La vida teorética era la ocupación propia del sabio dedicado a la filosofía. Así, de un modo similar, hacer versos es en lo que se ocupa el poeta; mas la forma de vida es una especie de participación, un estar en la circunstancia, en la naturaleza, en el vivir cotidiano.