nubes de otoño;
ablandar con el aliento
la tinta de la pluma
Kotori
En esta oportunidad, los haiga que les compartimos, tienen las obras Sumie y kohitsuga pinceladas con la mano de Nené Baldasarre – Buenos Aires, Argentina.
ZANCUDAS
(Octubre)
¡Ya su perfil zancudo en el regato,
en el azul el vuelo de ballesta,
o, sobre el ancho nido de ginesta,
en torre, torre y torre, el garabato
de la cigüeña!…
Antonio Machado
Las mañanas frescas de octubre en los campos de arroz de la Albufera, teñidos de ocre ( pues la siega llega a su fin), traen olor a paja y barro, y un silencio apenas roto por algunas de las aves que una nueva migración va trayendo. Sobre las motas*, en hilera, garzas, garcetas, garcillas, observan su llegada (también la nuestra). Entre ellas, inmóviles, las garzas reales parecen dormitar.
*Motas: Pequeñas barreras de tierra que rodean los campos de arroz delimitando parcelas y controlando el nivel del agua.
alba de otoño,
bajo el manto de nubes
una garza real
Marga Alcalá
Aves esbeltas, de largos tarsos desprovistos de plumas, señas de identidad, entre otras de este bello, cambiante y no siempre bien tratado paraje.
Luna creciente-
Sobre la barca sin dueño
duermen las garzas
Elías Dávila
yuukaze ya mizu aosagi no hagi o utsu
Viento del atardecer.
Se ondula el agua
alrededor de la garza
Yosa Buson
el chorlitejo chico
corre hacia la orilla
luna del alba
José Luis Vicent
Aves zancudas, de colores y picos diversos en función del alimento, generalmente migrantes, a excepción de aquellas que encuentran condiciones favorables para nutrirse, conseguir refugio y reproducirse. Su elegante y majestuosa forma de volar les permite recorrer grandes distancias buscando el calor y los mejores hábitats.
Marea baja
la garza estira sus alas
sobre la peña
Leticia Sicilia (Hadaverde)
Sol y luna;
la cigüeña coloca
un palo en el nido
M.ª Jesús Pérez Núñez
Existe una relación estrecha entre las zancudas y los humedales, pues de ellos dependen. Garcillas, garcetas, garzas, garzas reales e imperiales, espátulas, grullas, cigüeñas, flamencos, ibis, marabúes, calamones, avefrías, avocetas, cigüeñuelas, alcaravanes, chajás, cocos, martinetes, teros… Pequeñas, como andarríos o chorlitejos, o grandes como grullas o flamencos, sus patas largas y dedos ágiles les ayudarán a mantener el equilibrio y alimentarse.
Nieva en el monte-
Con una pata encogida
la cigüeña
Gorka Arellano
Cielo rojizo:
de roca en roca se oye…
picar de ostreros
Mary Vidal
playa desierta,
la sombra de una garza
estira el cuello
Fernando Mora
yukaze ya misu aosagi no hagi wo utu
brisa en la tarde:
caricia de patas
de garza en el agua
Yosa Buson
Como grupo, las zancudas son menos vocales que otras especies de aves, aunque las bandadas pueden ser ruidosas.
Olor a lluvia.
Los gritos de los teros
en la mañana
Rodolfo Langer
Dos andarríos
cantan en vuelo-
El blanco de sus vientres
Gorka Arellano
Pirr-pirr del corriol-
a l,aigual
la lluna plena
Pirr-pirr del chorlitejo
en la marisma
la luna llena
Vanni Fucci
Chidori noku nada wa hyakuri no fubuki kana
Una ventisca a lo largo de cien millas
¡los chorlitos gritan
sobre el mar abierto!
Masaoka Shiki
Solo el graznido
de grullas hacia el sur-
Cepas vacías
Daigu Neko
Grita una garza.
Va sacando los cuernos
el caracol.
Epifanía Pérez Béjar
El humo de la leña
entre la neblina-
Graznan las grullas
Gorka Arellano
Hacia el maizal
el grito de un tero
Luz de tormenta
Bibi Varela Gibb (Bibisan)
koe nakuba sagi ushinawamu asa no yuki
A no ser por sus voces
ni existirían las garzas:
alba de nieve
Chiyo-ni
Brillo en el barro,
el silencio tras la marcha
de los flamencos.
Marga Alcalá
Las garzas llevan siglos siendo tema recurrente en el arte y la literatura japonés. Aves pacientes, se les suele ver inmóviles, serenas, junto a los ríos, lagunas, pantanos o entre arrozales, con una dignidad que lleva a la calma. Su majestuoso vuelo y sobre todo su planeo en el descenso nos acerca a la paz y al misterio. En Japón son símbolo de muerte, pureza o transición.
Ruido del agua
donde se estrecha el río
la garza quieta
Luis Elía Iranzu (Luelir)
escarcha-
una garza se yergue
en la otra orilla
Rubén Marín Salvador (Benrû)
Yundadi ni sagi no ugokanu aota kana
Bajo la lluvia de la tarde
una garza inmóvil-
verde arrozal
Masaoka Shiki
Las grullas son símbolo de buena suerte, longevidad, honor y felicidad. Por sus costumbres, se las relaciona con virtudes como la diligencia y perseverancia, la previsión, la prudencia y la sabiduría.
ko o kobau tsurutachi madou fubuki kana
Las grullas nerviosas
protegiendo a sus crías
¡una tormenta de nieve!
Masaoka Shiki
hatsushimo ya mazurau Tsuru o toku miru
Primera escarcha:
Miro de lejos
a la grulla enferma
Yosa Buson
En Europa, la cigüeña es venerada desde muy antiguo, trae buena suerte y anuncia la primavera (resurrección de la naturaleza, portadora de vida nueva). En el románico, las aves zancudas en general son imagen del pensamiento y la imaginación. Simbolizan la altura y proyección espiritual por su despegue del suelo.
Por un instante
brilla el sol en las plumas
de la cigüeña
M.ª Dolores E. Cordero
batiendo las alas
la sombra de una cigüeña
fluye con el río
Mercedes Pérez
Ver una bandada que emprende el vuelo es siempre impresionante, pero aún lo es más si esta está formada por estas increíbles aves trotamundos coordinadas y precisas, de patas largas.
Como dice Arthur Morris en su libro, Shorebirds-Beautiful Beachcombers (Las zancudas, hermosas vagabundas): “Son las dueñas indiscutibles del aire”.
sagui murete Tsuru niji teru shigure kana
Aguacero
mojada la garza
la grulla seca
Yosa Buson
Vuelo de gallinuelas-
Tiembla la luz
en el pantano
Rubens Saró
Charcos de lluvia.
Cada tanto un flamenco
abre las alas.
Mary Vidal
tsuru no asobi kumoi ni hanawu hatsuhi kana
bajo el primer sol,
la armonía de ver en el cielo
las grullas que pasan
Chiyo ni
Aosagi no gyatto nakitsutsu kyô no tsuki
Mientras una garza
grita «gyaa»
la luna de hoy
Kôy- ni
Hola a tod@s, Haijin@s del Mundo:
A petición de los administradores del Foro y la Revista Digital del “Rincón del Haiku”, nos complace anunciar que los haijines Xaro Ortolá y Paco Ayala intentaremos coordinar esta sección de Foto–Haiku de la forma más honorable posible.
Introduciremos, siempre que sea posible, comentarios, enseñanzas o algún pequeño debate de l@s Maestr@s y compañer@s para enriquecer nuestras percepciones.
Comenzaremos esta sección con algún Foto-Haiku de nuestra autoría.
Para abordar el tema de forma sencilla os comentamos que en el llamado Foto-Haiku moderno (citaremos como ejemplo actual las fotos de Kotori y de momiji) estas fotos, dibujos… no son más que las Haigas de los Maestros antiguos, donde se pintaba el Aware del Haiku con pincel y tinta sobre papel de arroz. Podemos admirar, por ejemplo, las maravillosas Haigas del Maestro Yosa Buson (S.XVIII).
Ahora con cámaras, móviles y sensibilidad, es fácil para nosotros poder captar ese preciado “Momento Haiku”.
Esperamos vuestra entusiasta y prolífica participación. Será una maravillosa experiencia de disfrute y aprendizaje en áreas, fotografía y palabra, tan distintas como complementarias.
Deseamos que esta sección sea de vuestro agrado, que con cariño compilaremos para tod@s l@s que amamos el Haiku-Dō.
¡¡¡Qué los vientos de la Inspiración nos guíen a buen puerto!!!
Gracias.
Agosto, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina
Un hallazgo inútil
I
De estos años intentado descifrar algunos haikus, llegué a muchas conclusiones y formulé muchas ideas. Algunas menos interesantes que otras, pero algunas. Esas exploraciones que respondían a la obligación descriptiva que organiza el trabajo de investigación. Estas exploraciones dejaban un amplio muestrario de comentarios, muchas veces como anotaciones al margen de una traducción. En el amplio blanco que enmarca el haiku que divide la página, me permití anotar coincidencias extrañas o hallazgos inútiles. Tal vez el siguiente tan solo delate mi entusiasmo por las posibilidades de unir lo inédito del haiku, mis fantasías marginales. Con ella no quiero llegar a ninguna conclusión, quiero habilitar otro tejido de pensamiento. En ese tejido el haiku desborda su naturaleza de objeto literario volviéndose una especie de artilugio para ahondar en reflexiones atravesadas por la multiplicación de los significantes.
II
En 1904 Argentina y Chile se encuentran en medio de conflicto de demarcación de los límites de cierta zona austral de la Patagonia, residencia de grandes valles y glaciares. Hasta 1881, el “Tratado de límites” habían tenido a la cordillera de lo Andes como límite natural entre los países. Sin embargo, un problema de interpretación de la enunciado ““la línea fronteriza seguiría las altas cumbres que dividen las aguas (divortium aquarum)” y su ajuste con la falta de coincidencia cumbres y aguas etre los paralelos 40° y 52° donde los picos mas altos y las aguas no coincidían derivaron en un enfrentamiento ocasionado por el enigma constitutivo del lengua: el malentendido.
Algunos enfrentamientos entre patrullas militares y equipos de exploración de ambos países (conformados por indígenas, criollos, ingenieros) conllevaban distintas amenazas como el levantamiento de banderas en territorios imprecisos o la construcción de mojones de piedra, hechos que constituyeron explicitas provocaciones al país vecino.
Aunque respectivas prensas nacionales alentaban el conflicto armado, ambos países en revisión e sus presupuestos nacionales para redirigirlos a la preparación y reparación de las fuerzas marciales solicitan la intervención diplomática internacional de Reino Unido para resolver el conflicto, lo cual derivo en un acuerdo en un fallo arbitral en 1902 donde se estableció un límite fronterizo en base a un una combinación divisoria de aguas y las cumbres más altas. Pero la participación inglesa no terminará allí y un poco vuelve a redirigir la cámara de nuestra historia.
Ante la posibilidad de iniciar un conflicto armado, Argentina y Chile fueron compradores de una serie de busques fabricados en costas italianas preparándose para ese conflicto armado. Los cuales con la firma del tratado de 1902, una de las condiciones era el abandono de la formación militar por lo cual los buques Bernardino Rivadavia y su gemelo Mariano Moreno, encallados en las costas italianas estuvieron a la deriva quieta del destino que les dieran sus dueños latinoamericano.
A comienzos del siglo XX, Japón se encontraba en plena expansión de la flota imperial para enfrentar la inminente guerra ruso-japonesa. Empujado por su ambición de poder marítimo, Japón adquirió los dos acorazados argentinos, rebautizados con dos nombres que delatan el soplo estéticos que toca todo lo que se erige japonés en el mundo: Kasuga y Nisshin. Ambos pasaron a integrar en 1904 la recién conformada clase Kasuga, desempeñando un papel crucial como buques de defensa. Su historia se entrelaza con la del capitán argentino Manuel Domecq García, quien había presidido la comisión encargada de supervisar la construcción de estos acorazados en Génova. Ya bajo bandera japonesa, en 1904 García fue designado observador militar en la guerra ruso-japonesa, presenciando de primera mano el bautismo de fuego de los antiguos navíos argentinos: el ocaso de los emblemáticos nombres de proceres argentinos dejaba lugar a los nacientes defensores que se presentan como delicadas atmosferas para defender las costas de tierras futuras por conquistas.
III
Como si hubieran doblado un planisferio por la mitad, aquellos nombres consonánticos, fácilmente reproducibles en nuestro idioma, poco nos explican sobre la extraña coincidencia de que una batalla naval se librara bajo dos kigo presentes en innumerables haikus. Nisshin, 日進el “progreso”, y Kasuga, “un día de primavera”. Podría parecer una salida fácil suponer que la sensibilidad estacional alcanza incluso los frentes de batalla. Un deseo de conquista y defensa se esconde detrás de nombres de evocaciones de paisajes que delatan el matices. En la entrada del saijiki, encontramos que kasuga o haru no hi evoca una atmósfera primaveral, cuando el brillo del sol devuelve el color a las cosas enfriadas por el invierno.
春の日を音せで暮る簾かな
haru no hi wo oto sede kuru sudare kana
Sin ruido atardece un día de primavera tras las cortina de bambú.
Kaya Shirao
Hay un mutismo compartido entre el acorazado y el silencio de primavera. La brisa primaveral apenas mueve la sombra de las cosas pese al brillo de una luz que invade cada rincón del paisaje. Así también, esos barcos de defensa encallados en costas tranquilas parecen cabizbajos en noches de marea alta, cuando resguardan sus fuerzas para volverse un gigante imperceptible al borde de ataque. Algo de la quietud y del silencio de los grandes barcos cruzando ríos y mares, ese silencio del deslizamiento con el silencio del sol en el día de primavera, parece coincidir en este hallazgo inútil.
西山の山寺にあり春
En el templo de la montaña
en Nishiyama,
ha llegado la primavera.
Shiki
Obras completas pp. 77
Hay en kasuga algo imbricado en la estación y en la escritura, una vibración que no depende de la pronunciación ni del fonetismo, sino de una constelación de asociaciones que se solapan. Un atlas de imágenes se abre en la piel, en los oídos, en la sinestesia. Primero la mirada se levanta: la primavera licenciosa se revela en el templo de Nishiyama, donde el sol entibia las cosas con un silencio apacible. Luego la escena se desplaza al litoral: en un día semejante, quien se acerque a la costa puede descubrir la magnitud del acorazado, gigante inmóvil, como si la misma primavera devenga cuerpo de hierro y acero. Entre el kigo y el navío, entre la fugacidad y la monumentalidad, resuena la misma palabra, kasuga.
-.-
Septiembre, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina
Traducción abierta de un texto de Shiki.
Relato del pequeño jardín
Masaoka Shiki
Tengo un pequeño jardín de veinte tsubo. Como está ubicado al sur de la casa tiene como telón de fondo los cedros de parque Ueno. Gracias a que mi barrio es un suburbio deshabitado, el azul del cielo es mucho más amplio y, desde aquí, puedo disfrutar del deambular de las nubes y las aves. Cuando me mudé, el jardín parecía un cementerio de bambusal. No había ni césped ni un árbol. Tiempo después el dueño de la casa plantó tres pinos y le devolvió un poco de dignidad. Yo sumé algunos esquejes de rosas que una vecina me había regalado. Muchas veces me sorprendí adorando las cuatro o cinco flores que brotaron. Al año siguiente tuve que cubrir la presencia del ejército en Kinzhou pero el viaje se prolongó porque me enfermé y quedé internado en Kobe. Cuando volví a mi hogar a finales de otoño, el jardín estaba más desolado que la primera vez. Solo un par de crisantemos blancos torcidos crecían desor-denadamente. Mientras lo miraba en silencio un sinfín de emociones se amontonaban en mi pecho. Aunque todavía me sentía débil, me abrumó la alegría de regresar con vida. Sin pensarlo comencé a tararear san kei shū kō.[1] La sencillez de este jardín y sus flores me conmovieron en lo mas profundo. A medida que mi enfermedad empeoraba ya no podía salir de casa. El jardín se convirtió en mi mundo. Sus flores mi única inspiración. Ese pequeño espacio y sus pocas flores me han hecho olvidar que estoy agonizando en la celda personal que es mi habitación.
Al año siguiente, cuando la primavera empezaba a sentirse y el canto de los pájaros llenaban el aire, abrí la ventana de mi habitación y me arrastré hasta el jardín para que mis párpados se entibiaran. Las plantas y los árboles habían revitalizado ese espacio tan pequeño como la palma de una mano. A pesar de que la brisa fresca se filtraba por los agujeros de mi ropa, me sentí increíblemente cómodo. Había brotado un arbusto de hagi que mi vecina me había obsequiado el año anterior. Había crecido lo suficiente para ofrecerme una variedad de verdes y rojos que anticipaban la llegada del otoño. Pasé muchos días enfrascando en el movimiento de los sombras del árbol de shii.[2] Así, me pasaba los días en un estado de contemplación mezclado con cansancio.
Aunque el invierno y mi enfermedad me quitaban las fuerzas, frente a ese pequeño jardín me sentía como un recién nacido. Era como si me ofreciera la oportunidad de una nueva vida, de crecer sano junto a los brotes de hagi. A veces aparecía una mariposa, cuyo simple revoloteo bastaba para elevar mi espíritu. Sentía que mi alma se movía con su misma ligereza, persiguiendo el aroma de las flores y descansando sobre sus brotes. Luego la mariposa volaba cerca de los cedros, se paseaba por el jardín vecino y, al regresar, se entretejía entre las ramas de los pinos y el estanque. Cuando ella desaparecía me quedaba sumido en mis pensamientos hasta incomodarme. El calor de la fiebre subía y volvía a acurrucarme debajo de las sábanas. Allí entre el sueño y la ilusión, me encontraba en un vasto e infinito campo donde volaba arrebatado junto a una mariposa que exploraba el tejado de mi vecino. Mientras volábamos, más mariposas aparecían. Cuando me tomaba un instante para observarlas descubría que todas ellas eran pequeñas divinidades, hijos e hijas de los dioses. Al compás de una música que resonaba en el cielo, las mariposas bailaban y alzaban en vuelo. Yo, por no quedarme atrás, sin temer a los espinos ni a las zarzas, los pisoteaba y los saltaba, hasta que, al intentar cruzar un arroyo caía a mi despertar: empapado en sudor, con el piyama completamente mojado, y con la fiebre, quizá, ya por encima de los treinta y nueve grados.
Pasado el mejor momento de los lotos y con el hototogitsu resonando en el cielo, las rosas florecieron en abundancia. Aunque su colorido no carece de encanto, la veredera belleza de mi jardín residía en el otoño del hagi y el susuki. Este verano el hagi extendió su ramas y tuvo un crecimiento robusto. Las hojas amarillentas del año pasado han dado paso a un verdor profundo. Cuando hay sol pido que me acerquen una silla hasta él para recoger pequeño insectos de los brotes. Desde finales de agosto, campanitas (kikyō) y clavelinas (nadeshiko) mostraron sus frutos y las flores de la mañana (asagao) escanseaban, pero los hagi florecían de uno a dos capullos a la vez. Contaba con los dedos los capullos conteniendo la emoción: si hoy eran dos, mañana serian cuatro, al día siguiente ocho, luego diez, hasta que algún día serían mil. Sin embargo, tras una noche de tifón me desperté inquieto. Escuché ruidos en el jardín, me arrastré hasta allí para saber que sucedía. Me dijeron que el viento había roto las ramas del hagi que tanto se había esforzado por crecer en verano. Sentí que se me hundía el corazón. No había nada que hacer. Si lo hubiese sabido hubiera apuntalado las ramas con bastones, pero ya era tarde para arrepentirse. El viento del tifon del año pasado había volado las tejas del techo, pero no había hecho tanto daño como este que destrozo la voluntad de los tréboles. Aquel día el cielo estaba tan despejado que dejaba sentir el frescor del otoño. Pedí que me acercaran una silla y un balde con agua al jardín para limpiar el barro de las ramas que aún seguían en pie. Sólo logre que me duelan las piernas. Finalmente las ramas se pudrieron sin florecer. Nuevamente, el pequeño jardín quedo desolado, solo me quedaban los pinos y algunas hierbas.
La primavera pasada, luego equinoccio, Ogai me envío varios paquetes de semillas. Las planté de inmediato, pero apenas crecieron unas zinnias. Me desilusione por completo porque de verdad quería tener unas celosías. Cuando llegó el verano, sucedió algo muy extraño. Un brote apareció en la zona donde había sembrado las celosías. Lo até delicadamente a un bambú y lo cuidé con esmero. A medida que crecía podía verse el rojo de las primera hojas de celosía. Estaba encantado. Desmalecé toda esa zona y cuando alcanzó más de 30 centímetros, el viento del tifón volvió. Aunque las ramas de hagi volvieron a romperse, esta solo se torció un poco. La enderecé y volví a atarlo al bambú. Ahora tiene casi medio metro. Aunque delgada y tambaleante, su rojo ardiente es hermoso. Días después del tifón, mis vecino del frente me regalaron unos plantines de celosías para acompañar la mía. Tiempo después, muy temprano en la mañana, tocaron la puerta trasera. Era Fusetsu llevando una gran celosía en los brazos. Bajo suave lluvia de mañana la plantó y se fue. El contraste entre el brillo de las hojas de las celosías con las ramas de hagi desnudas creaba una escena de profunda melancolía. Aquella anciana vecina que me había ayudado a crear este pequeño paraíso regalándome rosas se mudó. Poco antes del otoño, supe que había fallecido.
Un jardín pequeño, atestado de hierbas y flores.
Octubre 1898, en Hototogistsu
Bibliografía
Masaoka, S. (1999). Ensayos sobre los nombres de las flores, vol. 9: Flores de septiembre (H. Kadota, Transcripción; S. Kobayashi, Corrección). Sakuhinsha. (Obra original publicada en 1898 en Hototogisu; recogida en Obras completas de Shiki, vol. 12 – Ensayos II, Kōdansha, 1975). Disponible en Aozora Bunko: https://www.aozora.gr.jp/cards/000305/files/42170_12291.html
Notas:
[1] 「三逕就荒」 (San-kei shū-kō): alude a un verso de un poema chino clásico, evocando jardines abandonados y la nostalgia de lo efímero.
[2] El árbol de shii es un tipo de roble.
CONSTRUIR
Por la mañana
También las piedrecitas
Tienen su sombra.
DECONSTRUIR
Octavio Paz, el gran poeta mexicano que cultivó el arte del haiku, decía que las cosas se esconden en la sombra de sus nombres. Asunto de calado filosófico. La relación entre la “cosa” y el “nombre” ha sido una cuestión omnipresente en la metafísica, alguna corriente de la cual, como el nominalismo del Medievo europeo, negaba la existencia de la realidad –de los conceptos, de las cosas, de los llamados “universales”– fuera de sus nombres. ¡Los nominalistas eran haijines sin saberlo! Y es que la mente del haijin, cuando se asoma al Inconsciente con su intuición, desnuda a las cosas no solo de sus nombres, sino hasta de la sombra, del ropaje de los nombres. La herramienta para hacerlo es su impersonalidad. Cuando el haijin se despoja de su yo o de su intelecto, la cosa –el objeto, la sensación expresada– se muestra vacía de la codificación de la semántica. Como una mariposa que, libre y feliz, sale volando, libre de las ataduras de la relación significante-significado. La claves es eso: la impersonalidad, la vaciedad del yo, el no agente personal de la acción del poema.
En la lengua japonesa, en donde no se marcan la persona o agente de la acción verbal porque no hay desinencias personales en los verbos, es relativamente fácil ser impersonal cuando se compone un haiku. En las lenguas occidentales no lo es tanto. Voy a demostrar esto con un prodigioso haiku de Issa Kobayashi.
Nani mo nai ga
Kokoro yasusa yo
Suzushisa yo
Nani mo nai ga no quiere decir exactamente «no tengo nada», sino «no hay nada» lo cual es diferente aunque la acción de no tener se aplique a uno mismo. En la expresión japonesa no hay verbo alguno que nos permita inventarnos el verbo «tener» en primera persona. Una traducción aproximada que respetara esta impersonalidad del primer verso del original sería usando el verbo «tener» en infinitivo, por ejemplo:
Sin tener nada,
Solo paz en el alma
Y frescor de la brisa.
El admirado maestro Fernando Rodríguez Izquierdo personaliza la acción de «tener» enfatizándola además con el pronombre «yo» , y lo versiona así:
Yo nada tengo,
Pero gozo de calma
Y del frescor.
Con esto de la impersonalidad del haijin no he me apartado sin razón del tema de la sombra de los nombres, de la sombra de las piedrecitas, por volver a mi haiku de este mes. Antes bien, la sombra de esas insignificantes piedras –acompaño fotografía– advertida en el suelo de hormigón, durante un paseo muy mañanero realizado hace unos pocos días, la produce un agente impersonal no mencionado en el verso: un rayo de sol.
Es, por tanto, un haiku impersonal. El haijin es solo la cámara que fotografía el instante. Un instante, me pareció, de grandiosidad cósmica. El testimonio poético de que una cosa inorgánica, en el lenguaje humano, como una pequeña piedra, posee el mismo derecho que cualquier persona u objeto grande –como un árbol o una montaña– a tener su sombra, a tener un nombre. Pero no lo tiene, aunque tenga sombra, y esto le llamó la atención al haijin. La piedrecita sin nombre pasó, entonces, a formar parte con todo derecho del engranaje de la realidad cósmica en la cual las cosas existen aun sin nombre. Todo ellos gracias a su sombra. La sombra creada por el sol naciente. La sombra que oculta el nombre de cada una de esas piedrecitas del camino, que, no por carecer del nombre, son menos cosa.
GALLINÁCEAS
(Septiembre)
Canta un gallo, mil gallos.
Amanece.
Luz tan cacareada
pocas veces se ha visto.
¿Qué traerá este día así anunciado
con clarines más vivos que sus llamas?
Ángel González (Alba en Cazorla)
Quién no ha escuchado en un pueblo cualquiera el canto del gallo al amanecer. En el mundo rural, éste forma parte del paisaje sonoro cotidiano.
tori no ne no tonari mo toshî yoru no yuki
Un gallo canta
cerca pero lejano
Noche de nieve
Kagami Shikô
Gallos, gallinas, pavos, faisanes, perdices, codornices, urogallos, pavos reales, chachalacas, paujiles… Son aves en general de patas robustas y alas cortas redondeadas, la mayoría no voladoras o de vuelo escaso. Su pico es corto, ancho y fuerte para poder alimentarse preferentemente de grano, aunque también de semillas, insectos y algunos frutos.
miwatori no oyako hiki an ochibo kana
Gallinas y pollitos
picotean juntos
los granos de arroz suelto.
Masaoka Shiki
Cielo de abril
hacia el mismo surco
todas las gallinas
Idalberto Tamayo
Criadas en granjas o silvestres, se encuentran distribuidas por todo el planeta. Son aves vinculadas históricamente a las migraciones humanas. Antes del primer milenio a. de C. no había pollos ni gallinas en Europa Occidental. En su lugar de origen, el sudeste asiático y el oeste de la India, se retrasa su domesticación, relacionándose ésta con el cultivo del arroz.
Se oye un gallo…
el plumón va y viene
en el traspatio
Ana López Navajas
Aire de lluvia
Picoteando un huevo
la bataraza*
*Bataraza: gallina de plumaje gris con pintas y manchas blancas.
Rodolfo Langer
Se crían en su mayoría para la producción de carne y huevos o con fines cinegéticos. (Las codornices se enfrentan a un riesgo alto de extinción en estado silvestre. Los faisanes son criados exclusivamente para la caza.)
Chirriar de cigarras-
En silencio el vecino
despluma un gallo.
Pilar Carmona (Piluca)
En el cubo de agua
sumerge a la gallina clueca
Aire frío
Idalberto Tamayo
Pollo al curry,
el viento de abril
en la ventana
Isabel Rodríguez (Isa)
Pero será el canto, que habla de lo cotidiano en esa vida sencilla del mundo rural, el que atraiga en mayor medida la atención de los poetas.
El gallo rojo
engulle una hebra de apio
y luego…¡canta!
María Victoria Porras (Mavi)
Sol de la tarde,
va espaciando sus cantos
el gallo afónico.
Anna María Santolaria (Estela)
kiji naku ya kumo sakete yama arawaruru
El canto de un faisán:
las nubes se abren
y aparecen las montañas
Masaoka Shiki
desvainando arvejas
junto a mi madre;
el gallo canta también…
Mirta Gili
Toda la tarde
han cantado los gallos-
Cae el azahar.
María Victoria Porras (Mavi)
Cesta de yarey*
Alrededor de la abuela
cacarean las gallinas
*Cuba: Palmera de cuyas hojas se hacen diversos útiles tejidos.
Idalberto Tamayo
Sendero angosto
rompe el silencio el canto
de la perdiz.
Idalberto Tamayo
junto al brasero
la niña imita el piar
de los pollitos
María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)
El gallo, ese altanero que impera en los corrales, es el arquetipo de ave radiante por excelencia. Su simbolismo está relacionado con su comportamiento natural más evidente: el canto al amanecer. En la India es el atributo del dios Skanda, personificación de la energía solar. En Japón, su canto está asociado a Amaterasu, diosa del Sol. En el islam, goza de una veneración absoluta y con su canto se señala la presencia del ángel. En el cristianismo, , la iglesia lo incorpora y utiliza con frecuencia. (Misa del gallo, Pedro y las tres veces que canta el gallo, la figura del gallo en cimborrios y torres de iglesias para alejar el mal…)
niebla matinal…
escarba en la hojarasca
un gallo rojo
María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)
Canta un zorzal
en la cola del gallo
de la veleta
Jorge Braulio
el gallo huido
canta bajo la luna…
setas de chopo
María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)
Criarse entre gallinas, escuchar su cloqueo, percibir el olor de sus plumas, en las manos el calor de los huevos…Gallinas, gallos, pavos, perdices o faisanes, el mundo rural cercano lo reflejan poemas, relatos, cuentos, y en el caso que nos ocupa, haijines atentos. Por muchos años.
kiku arete niwatori nerau itachi kana
En los crisantemos marchitos,
una comadreja
¡acechando a las gallinas!
Masaoka Shiki
harukaze ni o o hirogetaru kujaku kana
Con la brisa de primavera
extendiendo su cola
¡el pavo real!
Masaoka Shiki
camino a casa
comiendo higos* tintos
que picaron las perdices
*Higo, breva: fruto de la higuera.
Félix Arce (Momiji)
Se encrespa el gallo,
con su aleteo avienta
plumas caídas.
Juan Francisco Pérez (Raijo)
Se abren las nubes.
Una gallina incuba
huevos de oca
María Ángeles Millán (Hikari)
osoki hi ya kiji no oriiru hasino ne
el día
navega lentamente
faisanes
posando sobre el puente
Yosa Buson
Lluvia menuda;
se acurruca un pollito
bajo el rosal.
Roberto Miguel Escaño (Escaño)
els paons escuats
groguegen els til-lers
en la roureda
los pavos sin cola
amarillean los tilos
en el robledal
Joan Antón Mencos (mencs6)
kiji tatte hito odorokasu karena kana
Sobre el páramo marchito,
el sobresalto
por el vuelo de un faisán
Kobayashi Issa
También el viejo
sonríe ante la cola
del pavo real
Jordi Doce
Luz otoñal-
Una perdiz volando
sobre la viña
Gorka Arellano
kijinaku ya nosu no suso yama i emo nashi
El canto de un faisán:
al pie de los montes Nasu
ni una casa
Masaoka Shiki
niwatori no koe ni shigururu ushiya kana
Un gallo canta
Cae la lluvia invernal
sobre el establo.
Matsuo Bashô
Haibun 63
Habitación 105
Cuando llego están las de la limpieza. Hay que esperar a que el suelo se seque. A continuación entran a cambiarle…
Invitada por la luminosidad que se percibe, del pasillo, entro en la sala de estar. En un panel la inscripción:
…..“San Juan de Dios informa.
……………..Prevención del Covid-19.
…………………………….Mascarillas…
……………………………………………Lavado frecuente…
………………………………………………………….Al estornudar…
…………………………………………………………………….Utilice las escaleras…”
Como un autómata, y como si después de más de seis meses, fuese la primera vez que leo esas recomendaciones.
La televisión de pared presenta en su gran pantalla, imágenes veraniegas de hermosas playas con gente feliz. Todos sin protección.
En la sala hay personas mayores en sillas de ruedas. En una mesa tres de ellos con un acompañante, juegan a las cartas. Me acerco a la pared acristalada, desde donde se presenta otra perspectiva: un cielo azul, el brillo del sol, una zona ajardinada con bancos. Ahí hay un hombre joven con dos chiquillos sonrientes mirando hacia arriba. La niña levanta una pancarta en la que hay dibujado un corazón sobre fondo verde, con flores alrededor, y en letras grandes “TE QUEREMOS, ABUELO”. Y la abuela le enseña risueña:
-“¡Míralos! ¿Los ves? ¿Los ves?…”
Nadie sabrá nunca si el abuelo, en algún momento, ha llegado a verlos.
Vuelvo a la habitación y después del cambio de ropa y postura, lo encuentro con los ojos entreabiertos, pero como todo su cuerpo, inmóviles. Le saludo y le digo mi nombre… ¡Mueve ligeramente los ojos!
Sigo hablándole y le acaricio la frente: ¡la frunce!
No hay duda, se han producido dos gestos en su expresión! Mi ilusión es que ha podido percibir mi compañía, y me envía señales, pero quizás desde mi sentir, veo más allá de lo que hay.
El gran corazón de Yama está cansado y no bombea bien. Sin solución y ante el malestar, quería dormir, dormir, dormir…
Montaña blanca.
Por el curso del río
brillo de estrellas.
Carmen García Carnicér
Pamplona 22-8-2020