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LA PRÁCTICA INICIAL

Durante el Congreso mundial de budistas de 1979 en Tokio, nos dice Marc de Smedt, el Maestro Taisen Deshimaru hizo subir a la mesa del conferenciante a tres de sus discípulos y los puso a hacer zazen, a la vez que afirmaba que esa era la práctica inicial, la cual debería ser difundida y practicada.

Taisen Deshimaru, introductor del Zen en Europa, llamó poderosamente la atención durante el congreso porque apuntó directo al corazón de la mística: la contemplación.

En el Oriente se han desarrollado diferentes métodos de contemplación -que forman parte de lo que se puede llamar el conjunto de las artes místicas-. La India tiene un lugar destacado en lo que a mística se refiere. En su territorio surgió el Yoga, que viene a ser “esa filosofía practicada por los gimnosofistas”, que anhelaba conocer Plotino.

El Swami Vivekananda, comenta y traduce los Yogasutra de Patánjali, el compilador del yoga clásico o rajayoga. Allí, en el segundo aforismo del primer capítulo vemos que: El yoga es impedir, por el control, que la sustancia (o elemento fundamental) que constituye la mente (chitta) tome diversas formas (vrittis).   

El yoga, básicamente, es un método para lograr el autodominio; pero puede utilizarse en el sendero devocional o en otras actividades. Buda, durante siete años practicó ayunos y técnicas yoguis en busca de la liberación sin resultado alguno. Y, en Gaya, tras relajar su disciplina de asceta, probó alimento y se sentó bajo el árbol Bo, permaneciendo desde la tarde hasta el instante en que el lucero de la mañana le provocó el “despertar”. Quisiera entender que, en esa ocasión, Buda, encontró el antiguo camino y lo recorrió, como afirmaba.

El problema tradicional de la sabiduría india y el budismo, según Mircea Eliade, es la liberación del sufrimiento. Cabe hacer una comparación con la filosofía de la época helenística, que marcha en busca de una regla de vida que proporcione la felicidad al individuo. R. Mondolfo nos dice que Epicuro buscaba la serenidad del espíritu, que es turbada por cuatro errores: temor de los dioses, miedo a la muerte, ansia de placeres y pesar por los dolores; errores que tienen su origen en nuestras falsas opiniones. Por un lado, tenemos liberación del sufrimiento; por otro, liberación de las turbaciones que agitan el espíritu. La sabiduría india y la filosofía helenística son una especie de terapia, un método o camino de liberación.

Dice Alan W. Watts que, Hui-neng (Eno), el Sexto Patricarca, enseñaba que, en vez de vaciar la mente, había que soltarla dejando que los pensamientos entraran y salieran por sí mismos. -Este tipo de contemplación es completamente diferente al tradicional estilo indio que impide la formación de pensamientos-. Y habría que añadir que esa es la práctica inicial, precisamente la que encontró Buda.

Hay una práctica en el Budismo Zen llamada samu, que consiste en efectuar un trabajo con espíritu Zen, es decir, realizarlo con la misma actitud con la que se hace zazen (contemplación sedente). Esto permite aplicar el Zen a cualquier actividad del quehacer cotidiano, así como a un arte o un oficio, ya que “todo acto humano puede convertirse en una forma de zazen”, nos dice Watts. Como ejemplo tenemos el tiro con arco (kyudo), los arreglos florales (ikebana), la ceremonia del té (chanoyu).

Llegados a este punto surge la interrogante acerca de las relaciones del haiku y el Zen. Paso a paso la iremos devanando.

Bashô decía: <Saigyô en waka, Sôgi en renga, Sesshû en pintura, Rikyû en la ceremonia del té: lo que corre por ellos es una misma cosa>.

Mikai, discípulo del monje Myôe, en la biografía de su maestro nos da a conocer las relaciones que éste tenía con Saigyô:

<Saigyô venía frecuentemente para hablar de poesía. Afirmaba que su concepción de lo poético era inusual. Capullos de cerezo, el cuclillo, la luna, la nieve; enfrentados ante todas las manifestaciones de la naturaleza, sus ojos y sus oídos estaban llenos de vacío. Así, sus palabras no eran reales. Cuando cantaba a los capullos, los capullos no estaban en su mente; cuando cantaba a la luna, no pensaba en la luna. Escribía poemas ante un hecho casual, ante lo inmediato.>

Las palabras de Bashô y Saigyô pueden entenderse de varias formas, según sea nuestro trasfondo. Qué sea esa cosa que corre por la obra de los personajes mencionados por Bashô, o a qué se debe la concepción poética de Saigyô, lo iremos viendo en la siguiente entrega.

4. Issa y Chiyo: La compasión a los pequeños

Como ya vimos la vez pasada con el ejemplo de Bashō y la cigarra, es posible expresar simpatía y compasión por otros seres en apenas tres líneas. Es conocido que la enseñanza budista promueve la empatía y cuidado de todos los seres, por pequeños que sean. Dos ideales son clave al respecto. Uno es karuṇā (en japonés hi 悲); la palabra suele traducirse como “compasión”, pero esto puede causar confusión porque no se trata de un pasivo pesar por el sufrimiento de otros, sino del deseo de que los seres estén libres de sufrimiento. El otro, su contraparte, es maitrī (en japonés ji 慈), que significa el deseo de que los seres sean felices. Como se ve, la “compasión” budista no es un mero sentimiento pasivo, sino una dirección de la voluntad.

Sea como sea, el poeta puede expresar su maitrī y su karuṇā, y esto no dejará de tener un cariz especialmente emotivo. Dada la influencia budista, este motivo es frecuente en el haiku, con un énfasis en la simpatía hacia las más pequeñas y frágiles criaturas. Uno de los autores clásicos más reconocidos por ello es Kobayashi Issa (1763-1827). Son numerosos los ejemplos que nos ofrece. Examinemos un par, por lo menos:

蝸牛

 

そろそろ登れ

 

富士の山

katatsumuri

 

sorosoro nobore

 

Fuji no yama

Caracol, caracol

 

Despacito escala

 

El monte Fuji

(Traducción propia)

Inevitable imaginarnos a Issa animando al frágil caracolito en su paciente marcha, incluso conmovido por la constancia de la pequeña criatura. Nótese aquí la faceta volitiva que supone la compasión: deseo que el caracol esté libre de pesar, deseo que sea feliz. Esta amorosa actitud de Issa es aún más clara en la siguiente pieza:

雀の子

 

そこのけそこのけ

 

御馬が通る

suzume no ko

 

sokonoke sokonoke

 

o-uma ga tōru

Gorrioncillo

 

Apúrate, apúrate

 

Pasa el caballo

(Traducción propia)

Otra gran artista clásica del haiku, Kaga no Chiyo (1703-1775), es especialmente reconocida por una pieza que expresa su compasión no ya por un animal, sino por una pequeña planta:

朝顔に

 

釣瓶とられて

 

もらひ水

asagao ni

 

tsurube torarete

 

morai mizu

La ïpomea

 

Enredada en el pozal

 

Buscaré agua

(Traducción propia)

Recoger agua del pozo era un oficio habitualmente asignado a las mujeres en el Japón premoderno. La artista, pues, nos muestra que, al aproximarse al pozo, se encuentra con una ipomea engarzada en el cubo de sacar agua del pozo (en castellano, pozal). Nótese que esta planta floral es, justamente, una enredadera. Pero en lugar de retirarla sin más, la poetisa prefiere dejarla quieta e ir a otra parte para aprovisionarse del preciado líquido.

Ahora bien, ¿acaso las plantas son seres sintientes, seres pasibles de sentir, y por tanto merecedores de compasión? Es posible que en el budismo temprano no se considerara de esa manera, pero en los primeros siglos del budismo en Japón hubo debates al respecto y una cierta inclinación a responder afirmativamente.

A lo mejor el ideal budista de la compasión (karuṇā y maitrī) se vio especialmente coloreado por la visión antigua japonesa del mundo, que concibe todas las cosas como movidas e interconectadas por una fuerza animada, de modo que la vida y el “alma” se expresa no solo en los animales, sino también en las plantas.

 

Nieve

 Un conocido waka de Dogen resume así la ronda de las estaciones: “En primavera, las flores de cerezo; en verano, el cuco; en otoño la luna llena; en invierno, la nieve límpida y fría. Si la mente está serena, esa es la estación más feliz del año.” Llega el invierno, y su oscuridad se ilumina con el mágico resplandor de la nieve. Los poetas la cantan. Issa se despide del mundo agradeciendo su regalo, que parece venir del paraíso. Buson invoca su luz en uno de sus últimos libros. Y Shiki, recluido en su lecho de enfermo, pregunta, una y otra vez, por el espesor de la nevada… Sentida como un don inesperado, revive ahora en mi memoria aquella nieve tan antigua y tan nueva.

Ya está aquí la nieve. Madrugadora, intempestiva, coincidiendo casi con el paso de los ganados y con los últimos signos del otoño: la migración de los pájaros, los charcos de barro donde se juega al “pincho”, el airazo que baja del Puerto y golpea las puertas y hace rodar a la seroja… Esta primera nieve, todavía suave, sorprende a las niñas que saltan a la comba, pero no acaba de cuajar. Los copos racheados caen como el vuelo oblicuo de las golondrinas y se deshacen al chocar con los hilos de la luz, con el pilón de la fuente, con el verdín de los tejados.

Las barreras empiezan a blanquear, como si hubieran desparramado harina, pero aún se perciben las hojas pardas de los robles y el esplendor de los pastos reverdecidos por la otoñada. En la escuela se vive ese primer amago de la nieve como una tentación contenida entre la alegría y la sorpresa. El canto de la tabla tiene hoy otro timbre. Una luz diferente, lechosa y suave, va penetrando por las ventanas empañadas y se posa en los mapas, en el crucifijo de madera, en el cuadro de pesas y medidas, en las pizarras ensuciadas de tiza, en el viejo encerado de hule, en las láminas de colores de la Historia Sagrada, en el pesado reloj de pared, en los estandartes polvorientos.

Entrado ya el invierno, caerán los grandes nevazos de antaño y se hará un gran silencio. Una mañana, al despertar, habrá en toda la casa una luz espectral, como venida de otro mundo, un resplandor que cae de los tejados y reverbera en las solanas y transfigura la tizne de las cocinas donde se hiela el aceite o estallan los botijos. Con suerte, no habrá escuela y saldremos a hacer muñecos y a tirarnos bolas de nieve y a ver quién hace la meada más larga en ese espesor inmaculado que, de pronto, se llena de pequeños charcos amarillos. Se parará el reloj de la plaza o perderá el pulso y empezará a dar treinta o cuarenta campanadas que iremos contando a coro, y nos acordaremos de los pájaros que sobreviven con las bayas del acebo o del tejo, y de las torrenteras heladas, y bajaremos a pedir sal a la vecina o a por un poco de tardanza.

Hace mucho frío, y las madres calientan con las uñas los dedos entumidos de los niños y los dejan dormir en ese sopor blanco, arropados hasta los ojos. Cuando va a caer un gran nevazo, la temperatura se hace más dulce, como si contuviera el aliento, y todo enmudece y hasta el aire se echa, pero esta nevada temprana, incapaz de curvar los tallos del junco, da paso a un resol que multiplica los brillos y hace cantar a los últimos pájaros.

***

03. Bashō: No hay alguien, por tanto hay alguien

Bashō es heredero de esta vocación poética de expresarse a sí mismo a través del entorno. Y la hereda por dos vías: el budismo chino y el estilo poético de Japón. Reconocido por la posteridad como el primer gran maestro del haiku, era un budista muy devoto. En su primer viaje acompañó a un amigo monje y de hecho se vistió como él: la cabeza rasurada y los hábitos. La apariencia de monje les daba una cierta seguridad en los caminos. Para entonces, la gente del común debía hacer sus viajes entre ciudades a pie y los caminos podían ser muy peligrosos: los ladrones abundaban. Con el tiempo, el gran poeta fue adquiriendo más confianza y continuó sus peregrinajes, de los cuales da testimonio en sus diarios. De ellos, el más célebre es Oku no hosomichi, traducido por primera vez al castellano como Sendas de Oku hace ya un buen tiempo.

En los diarios de viaje, Bashō apela a una prosa concisa y cargada de aire poético para narrar sus aventuras y expresar sus sentimientos. No los oculta. En la prosa va intercalando numerosos haikus. Esto ya sugiere lo que señalábamos al principio: el poeta no aparece habitualmente en ellos, no expresamente. Aun así, en su modo de no aparecer se manifiesta. Este fenómeno también se puede presentar en los haikus que no figuran en sus diarios. Veamos un ejemplo:

やがて死ぬ

気色は見えず

蝉の声

yagate shinu

ki iro wa miezu

semi no koe

Pronta a morir

Sin verse el paisaje

La voz de la cigarra

(Traducción propia)

El primer verso impone un tono dramático: se nos dice que alguien morirá pronto, pero no quién. Súbitamente, el segundo verso cambia el tono remitiéndonos al entorno circundante. Seguramente es un momento oscuro del día porque no se ve el paisaje. El tercer y último verso nos remite a la imagen de una cigarra cantando poderosamente. Ahora sabemos quién morirá.

El poema nos remite, pues, al crepúsculo un día de final de verano, que es cuando las cigarras se oyen en el bosque. No sobrevivirán al comienzo del otoño, que está a la vuelta de la esquina. En ningún momento Bashō dice “yo”, ni explícita ni implícitamente. En ningún momento presenta su personalidad ni sus sentimientos ante nosotros. Aun así, logra expresar su simpatía y pesar hacia la cigarra, seguramente ignorante de la proximidad de su trágico final. A la vez, la pieza puede evocarnos la fascinación del poeta por el esplendor de la vida, tan frágil pero a la vez tan contundente como el canto de la cigarra en un anochecer de final de verano. Así pues, podríamos calificar este haiku como un ejemplo de lo que más tarde Motoori Norinaga denominaría mono no aware, o el “pathos de las cosas”.

En la literatura más temprana del budismo mahāyāna, los sutras de la perfección de la sabiduría (compuestos en India entre los siglos I a.e.c. y IV e.c.) están repletos de fórmulas negativas como “no hay Buda, por tanto hay Buda”. Tan paradójica forma de expresión ayuda a evocar que como todas las cosas surgen en dependencia de causas y condiciones, están sostenidas por todo aquello que no son. El propio ser de la cosa va mucho más allá de ella. A lo mejor algunos haiku, como el que acabamos de comentar, emergen de una profunda apercepción de ese hecho y, a través de ella, se convierten en íntima y profunda expresión de un alguien que no se cree aislado de su entorno, sino todo lo contrario: reconoce su propio ser gracias a su íntima resonancia con el entorno.

Diciembre 2024

Escribo en un Santiago en el que ya no se sabe qué esperar al levantarse cada día. Puede que esté despejado y con una temperatura casi veraniega, o nublado y con lluvia, o abochornado con fuerte viento. E incluso durante el día, de un momento a otro, todo puede cambiar. Supongo que podemos considerar que estamos teniendo una primavera aventurera. Y presente, muy presente, recordándonos todos los días que las estaciones existen y que influyen en nuestra vida diaria, y que los poetas, como los cronistas de épocas y sentimientos que son, toman esas influencias y las dejan plasmadas en sus obras.

Con este artículo cumplimos un año de ‘El mundo del kigo’, donde he intentado, precisamente, dilucidar la forma en que el paso de las estaciones se refleja en palabras que, a su vez, nos hacen conscientes de ellas en este bello género poético japonés: el haiku.

Mi objetivo este primer año fue sentar las bases para introducirnos a un estudio más profundo del kigo, partiendo por las clasificaciones temporales y temáticas. Ya vimos las 5 estaciones y sus subdivisiones: primavera, verano, otoño, invierno y Año Nuevo. De las categorías nos faltaba una, que es la que veremos a continuación: 植物 shokubutsu o vegetación. Esta categoría hace referencia a plantas en general y todos los seres vivos que se clasificaban como plantas en la herboristería tradicional japonesa (principalmente hongos). Sin embargo, aquellas que pueden considerarse comestibles, que a primera vista se identifican de esta forma, a veces se clasifican también en la subcategoría de alimentos o 食物 tabemono. Veamos algunos ejemplos de 植物 shokubutsu: クリスマスローズ kurisumasu roozu; rosa navideña o hellebore. Planta ornamental de hoja perenne originaria de Europa, cuyas hojas sobresalen de los tallos subterráneos. A principios del invierno, los tallos crecen y se abren flores de unos 3 a 6 cm de diámetro. El color principal es el morado. En Inglaterra se cultivan en invernaderos para Navidad. Otra muestra sería 蝦蛄葉仙人掌 shakoba saboten; cactus navideño. Es una planta suculenta perenne de la familia de las cactáceas. El nombre proviene del hecho de que cada nudo del tallo se parece a un camarón: 蝦蛄葉 shako = camarón y ba = hoja. Las flores florecen alrededor de Navidad. Si se utiliza sólo 仙人掌saboten; cactus, es un kigo de verano. Shakoba saboten tiene 7 sonidos, por lo tanto, si un haijin la utiliza en un haiku ya tendrá todo un verso listo, sólo para indicar el momento preciso del año que quiere reflejar en su poema.

Y hablando de poemas, los haikus que les traigo en esta ocasión corresponden a 仲冬 chuutou o mitad del invierno; diciembre en el calendario actual y 霜月 Shimodzuki; Décimo Primer Mes en el calendario lunar tradicional.

Kigo: ポインセチア ponsechia; poinsettia. Arbusto de hoja perenne de la familia Euphorbiaceae originario de Centroamérica. A principios del invierno, la parte superior del tallo, llamada bráctea, se vuelve de color rojo brillante, dándole una apariencia vívida que se asemeja a una flor artificial. Se cultiva como pequeña planta en maceta y es indispensable para la decoración navideña. Pequeñas flores de color amarillo verdoso florecen en el centro de las brácteas, pero pasan desapercibidas.

Período: 仲冬 chuutou; mitad del invierno

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Imai Tsurujo (1897-1992)

あまり赤きポインセチアに触れてみる

amari akaki poinsechia ni furete miru

palpo la poinsettia que aún no está roja

Kigo: 甘蔗の花 kansho no hana; flor de la caña de azúcar. Miembro de la familia de las gramíneas, se cultiva en regiones tropicales para la producción de azúcar. Crece hasta una altura de 2 a 4 metros. En Japón fue introducida en el continente desde las islas Ryukyu hace más de 200 años y se cultiva en Kyushu y Shikoku. En los trópicos, las flores florecen en finas espigas en invierno.

Período: 仲冬 chuutou; mitad del invierno

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Nohara Masuko (¿?)

甘蔗の花摩文仁の丘に銀波なす

kansho no hana mabuni no oka ni ginpa nasu

flores de caña, como olas plateadas en el monte Mabuni

Kigo: 冬至梅 toujiume; ciruelos del solsticio invernal. Un tipo de ciruela que comienza a florecer alrededor del solsticio de invierno. Hay flores simples con flores blancas, pero hay muchas flores dobles de color rosa claro. El ciruelo Yae Touji es muy apreciado como bonsái de Año Nuevo.

Período: 仲冬 chuutou; mitad del invierno

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Matsuse Seisei (1869-1937)

冬至梅夜は水月の宿りかな

toujiume yoru wa suigetsu no yadori kana

ciruelos del solsticio invernal, noche de agua y luna en el hostal

 

Y así completamos un año de esta columna. Para mí ha sido un placer compartir con ustedes toda mi investigación de las complejidades y maravillas del kigo. Estas palabras que llaman tanto la atención en Occidente, pero de las que, en realidad, sabemos poco. Espero ustedes hayan disfrutado también de esta travesía, así como de los haikus que presenté mes a mes. Agradezco profundamente a los amigos de El Rincón del Haiku por abrirme las puertas de esta maravillosa comunidad. Les deseo a todos un hermoso fin de año y nos leemos el 2025 con más de ‘El mundo del kigo’.

Diciembre 2024

CONSTRUIR

Se expande la luz
Por aquí y por allá.
Cardos felices.

DECONSTRUIR

Fue hace unos días, de viaje por la provincia de Soria, en las inmediaciones de un hermoso pueblo llamado Burgo de Osma. Muy temprano, cuando todavía no había roto el día, salí del hotel, dejé atrás las últimas casas del pueblo y me adentré por caminos rurales. La luz era vacilante y no se veía a nadie. A un lado y otro, solo había campos sin cultivar. Avanzaba en dirección a oriente mientras contemplaba cómo, arriba, en el cielo, se iban encendiendo las nubes.  A un lado del camino, había unos cardos secos. Cardos negros desde donde yo los contemplaba, ignorantes de la sinfonía de colores del cielo, pero felizmente iluminados desde el otro lado por la luz leve del amanecer. Felizmente. Me parecieron en verdad felices por ser testigos del día que nacía, de la luz que se derramaba generosa por todas partes de la campiña castellana.

    Sí, felices.
Ya había luz suficiente para intentar sacar una foto…


De vuelta al hotel, compuse este haiku.

     Masaoka Shiki (1867-1902), el reinventor del haiku moderno, tiene este otro cuyo segundo verso habla de la omnipresencia de un color del que es testigo otra planta:

Campos verdes
Por aquí y por allá
De arroz segados.

A través de la chispa de la poesía, los colores cobran vida.
¡Cuánto juego puede darle al haijin la luz, o bien la luz que nos permite apreciar los colores, o simplemente la luz incierta del amanecer o del anochecer, esos dos periodos mágicos del día!

Fin del sin fin

Diciembre, 2024
Primavera-verano
Córdoba, Argentina

Fin del sin fin

En Santōka hay una poética del errar; el movimiento es clave por dos motivos. El primero tiene que ver con el errabundeo como modalidad de viaje. Como hemos observado durante la lectura, en Santōka no hay destino ni punto de partida; no va en busca de nada, su experiencia es paso a paso y sobre el camino. En la estancia, cuando se aquieta, no hay ningún gesto de hospitalidad. El alojamiento del poeta es la intemperie, un lugar que no hay que ir a encontrar, sino hacer presente en la escritura, ya sea en el vuelo sin dirección de la mariposa o en la profundidad de la montaña.

El segundo motivo se encadena al anterior. El errabundeo se pliega con otro tipo de errar, uno que se da estrictamente en la escritura. Su haiku nos permite fabular, imaginar una vida que no tenemos. Aunque no conozcamos ni el canto de la chicharra en verano, ni la diferencia entre la lluvia ligera de invierno y las pesadas lluvias del verano, aun así, Santōka, a través de sus haikus, de sus palabras y pensamientos, convoca una experiencia que nos conmueve el corazón: la de errar, pasar por el costado de las postas seguras de la vida sin siquiera tocarlas. Buscar la decencia pero entregarse al alcohol; seguir el camino de Buda, pero disfrazarse de monje para pedir una botella de licor.

En esas inconsistencias se articula un ir sin destino, sin objetivo; el mismo acto de ir es a prueba y error. El haiku será testimonio de lo visto o lo vivido, pero especialmente una forma escrita para estallar aquello que no puede decirse más que de manera breve, en voz baja, susurrándolo apenas para sí mismo. De ahí, para terminar este sin fin que es Santōka, les dejo esta confesión de la mano de un poeta errante, lleno de contradicciones pero que aun así, el haiku fue una forma de vivir, una forma de vencer el martirio de los días.

Confesiones

Día a día aumenta el tedio en mi vida. Entre ayer y hoy estuve de aquí para allá, llevando a mi boca lo poco que llega a mis manos. Tal vez mañana sea igual, o peor aún, tal vez mi vida sea así hasta el día de mi muerte.  Aun así, cada día y cada noche escribo haiku. Aunque no tenga que comer ni beber, no dejaré de escribir haiku. Dicho de otra forma, aunque tenga el estómago vacío voy a seguir escribiendo. Como el fluir del agua, mi gusto por el haiku emerge hasta desbordarse. Vivo de escribir haiku. Escribo haiku para vivir.

Tengo dos deseos. Solo dos. Uno es crear mi propio haiku, mi propio estilo. Y por otro lado, tener una muerte digna. Quiero una muerte agradable. Sin sufrir durante mucho tiempo y sin causar ningún problema. Creo que moriré por azar, de un ataque al corazón o de una hemorragia cerebral.

Estoy listo para morirme en cualquier momento. Siempre estoy dispuesto a morir en cualquier momento sin ningún arrepentimiento. Pero, lamentablemente, no hice ninguno de los preparativos funerarios aún.

Inútil. Tímido pero libertino. Vago pero honesto. Albergo todas estas contradicciones con vergüenza, pero no he encontrado otro modo de vivir. Mi falta de voluntad y la fuerza de mi codicia… ¡me han causado una herida fatal!

Hiroshima, 1938.

 

Santōka, Taneda (19 de mayo de 2008) “Carta a un amigo desde Hiroshima” 「広島逓友」. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/749_34457.html La traducción es nuestra.

 

 

 

 

Ebriedad

Noviembre 2024
Primavera
Córdoba, Argentina

Ebriedad

El que actúa fracasa;
el que aferra algo lo pierde.
Por eso el sabio no actúa
y de ese modo no fracasa;
nada aferra y de ese modo nada pierde.

Tao Te Ching, LXIV (2012, p. 157)

La ebriedad es como el Tao. El principio más importante del Taoísmo es el wu-wei (no-creación). Esto es, un principio originante de lo existente. El Tao comienza por reconocer que no hay entidades fijas ni un conocimiento convencional. Frente a ello, propone un principio de espontaneidad que implica un desasimiento mental. La mente humana no es una vacuidad pueril, sino que debe basarse en su inteligencia espontánea sin forzarla. En este sentido, se postula un modo de conocimiento parcial del mundo. Se trata de una espontaneidad original que recibe el nombre de tzu-jan y podría traducirse como “cualidad de ser uno mismo así” (Watts, 2010: 23). Dejando de lado la visión central de la percepción del mundo, el Tao apuesta al uso de la visión periférica o, como refiere Alan Watts, andar ebrio por el camino. Ese andar borracho es afín al Tao: término que significa vía, camino o hablar, es decir, que implica un modo de transitar y habitar el mundo.

Los ebrios caminan zigzagueantes; pueden estar ebrio de felicidad, de tristeza, exaltados o desanimados, aturdidos en los oídos o iluminados en un remolino infinito que trae la aceptación de las cosas tal como son. Los borrachos se enojan y dicen verdades. Todos conocemos algún tipo de borracho. Pero ¿quién podría emborracharse hasta el poema? Emborracharse de un shot de sake, de un shot de haiku.

ほろほろ酔うて木の葉ふる

horohoro youte konoha furu

 Como las hojas al caer, me emborracho lentamente

*

酔へなくなったみじめさはこほろぎがなく

yoi e nakunatta mijimesa wa kohorogi ga naku

 sin haberme emborrachado aún, los grillos suenan infelices.

*

食べる物はあって酔ふ物もあつて雑草の雨

taberu mono wa atte yoi fu mono mo a tsute zassō no ame

Hay comida, hay alcohol
Lluvia sobre la maleza

*

酔ざめの風のかなしく吹きぬける

yoi zamenofū no kanashiku fuki nukeru

 El viento sopla tristemente mi embriaguez.

 

Bibliografía

Lao-Tse. (2012). Tao Te Ching. (ed.; trad. I. Preciado Idoeta) Trotta: Madrid.

Watts, Alan. (2014). Budismo. Kairós: Barcelona.

Santōka, Taneda (16 de septiembre de 2014) 草木塔 [Pagoda vegetal (selección de haikus)]. Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/749_34457.html La traducción es nuestra.

Noviembre 2024

CONSTRUIR

Entra una hormiga
En la sala de conferencias.
Tarde de otoño.

 

DECONSTRUIR

El fin de semana pasado, 1-3 de noviembre, en Castrojeriz, Burgos, la empresa de ocio cultural Remanso organizó un retiro de Lectura dedicado a una novela de Tanizaki titulada Sobre Shunkin, un prodigio de factura literaria.

https://unremanso.com/retiro-carlos-rubio-casa-asia-castrojeriz.html

Fueron dos días dedicados solo leer, reposada y atentamente, en el entorno apacible y cómodo de un antiguo convento llamado Quinta de San Francisco.  Me pidieron que coordinara las dos o tres sesiones de dicho Retiro. En ellas aprendí mucho de las impresiones que la lectura de ese libro iba dejando en unos 20 avezados lectores llegados de toda España. Las sesiones tuvieron lugar en un moderno pabellón acristalado de hermoso techo de madera. La primera, quizás por ser la primera de las sesiones o por lo espacioso de la sala o porque aún no nos conocíamos y había cierta tensión, empezó con un extraño aire de solemnidad. Era el momento de las presentaciones. Mientras alguien hablaba, observé cómo a mis pies una diminuta hormiga negra avanzaba por el suelo entarimado de la sala. ¿Qué podía hacer esta criatura en este lugar? ¿Acaso algo menos importante de lo que en ese momento hacíamos nosotros, cómodamente sentados en círculo dentro de esta gran sala?

Dentro, en mi imaginación, nació el germen de este haiku:

Una hormiga
Entre seres humanos
En la gran sala.

Issa Kobayashi, el gran haijin de las criaturas más humildes, tiene este otro:

Seres humanos
Y una mosca perezosa
En la gran sala.

Pero a mi haiku yo quería darle color. Durante esa sesión de la Quinta de San Francisco, a través del amplio ventanal de la sala, la caída de la tarde era anunciada por el amarillo pálido de unos chopos. Quise darle juego al otoño burgalés de esa tarde con el haiku que hoy presento a la atención amable de los lectores de El Rincón. Quisiera que el amarillo del otoño y el negro del pequeño insecto lo pongáis vosotros.

Espacios de vida

Bashô, el eterno viajero, enferma en el camino y se despide delirando, soñando con el páramo seco. Ese desasosiego nace de un impulso irresistible, la búsqueda de la belleza y del conocimiento, que acaba integrándolo todo: la actividad y la quietud, lo exterior y lo interior; monte y jardín, adentrándose en salón de la casa. El poeta lo vive todo con los cinco sentidos, en un constante despertar que incluye valores esenciales: curiosidad, asombro, compasión, delicadeza, humor, generosidad, gratitud… Comparte techo en albergues, en templos, en casas de amigos. Ve cómo aguanta el Templo de la Luz el empuje de las lluvias de mayo; se pregunta -avanzado el otoño- qué hará el vecino, y observa, con naturalidad, las cosas más humildes: el escalofrío de unos puerros blancos recién lavados; el riesgo de una bola de nieve ante el fuego; unos monjes sorbiendo té en silencio: la emoción con que se mira a los caballos una mañana nevada; un hombre que bebe solo y que no se consuela ni con las flores ni con la luna…

                En sintonía con el gran maestro, los espacios de vida afloran constantemente en el haiku. Uno de los más intensos es el de la soledad: Rotsû, el mendigo, excluido de los regalos del fin de año; Onitsura, resignado a contemplar la luna de otoño sin su niño en las rodillas; Chiyo-ni, angustiada, preguntándose a dónde habrá ido su pequeño cazador de libélulas; Hôsai, que hasta tosiendo se siente solo y para consolarse abre la mano para ver sus cinco dedos… Buson siente cierta alegría en la soledad; e Issa llega a decir que hasta la picadura de un mosquito es consuelo, si se está solo. Issa comparte con la pulga su noche larga y solitaria; invita al gorrión huérfano a jugar con él, y anima a la pequeña rana débil en su lucha, y al caracol en su intento escalar el Fuji. El poeta nos brinda unas escenas inolvidables: el gato sin dueño que duerme en las rodillas del gran Buda, o el gato doméstico, sentado -como uno más de la familia- un fin de año… El ser humano convive con otras criaturas que comparten su espacio íntimo o cercano: el perro, la golondrina, el ratón, el grillo, la mosca o la mariposa.

             Algunos poetas viven su soledad insomne escuchando el viento de la montaña o el fragor de una cascada que cae al mar. Otros ven la belleza en las cosas más humildes: la luna llena, hasta en la olla de cocer las patatas (Kyoroku), o la maravilla de la Vía Láctea a través de la ventana rota (Issa). Y, en un alarde de sensibilidad, la vergüenza que siente antes los iris la cacerola sucia (Chiyo-ni). La compasión es otro rasgo que humaniza y consuela. Compasión por el inválido, por el recogebotellas aterido bajo la nevada, por la grulla enferma y hasta por el espantapájaros, casi humano, mojándose. Y, “contra todos los contras” -que diría César Vallejo-, la entereza frente a la pérdida o a la desgracia: Masahide, sobreponiéndose, con cierto humor poético, al incendio su propia casa; Kikaku, celebrando la suerte de haber nacido con el fresquito; Shôha, sintiendo la dicha de despertarse vivo con la lluvia invernal… Y este intenso mensaje de Kusatao -hoy más que nunca-: “que el valor sea la sal del mundo”.

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