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El Nuevo Haiku Emergente por Itō Yūki (traducción)

¡VERSIÓN ACTUALIZADA!

 

El Nuevo Haiku Emergente

La evolución del Haiku Japonés Moderno y el Incidente de la Persecución del Haiku

por Itō Yūki
Traducción al español de Jaime Lorente

VERSIÓN ACTUALIZADA A NOVIEMBRE DE 2023 

Novedad! Actualizado el libro «El Nuevo Haiku Emergente» de Itō Yūki, con la traducción de Jaime Lorente. Junto a la entrevista de Ido Wenzel sobre el ensayo (2007) ahora se añade una entrevista de Jaime Lorente a Itō Yūki (2023) para cerrar definitivamente este trabajo, buscando más respuestas al desarrollo del haiku japonés en el siglo XX.

Texto inicial:
Si bien el documento es de 2007, pero Itô Yûki ha realizado una pequeña actualización del documento y lo ha publicado en junio de 2023. El traductor al español Jaime Lorente ha recibido autorización para utilizar dicha revisión y traducir los pequeños cambios que ha habido y que indica en el documento. Además, resulta muy interesante porque se añade una entrevista de Udo Wenzel a Yûki de 2007, sobre el ensayo en cuestión, con mucha información extra de interés. La entrevista se titula: «Perdona, pero no olvides. Haiku moderno y totalitarismo».

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NUEVO HAIKU EMERGENTE (versión actualizada noviembre de 2023)

La contemplación estética y la muerte

En nuestra entrega anterior hemos hablado un poco acerca del aware y el mujôkan. En particular es importante recordar la importancia de ese sentimiento de la impermanencia de las cosas. Pensar en la impermanencia del mundo (mujôkan, 無常感) es ponernos directamente en una posición afectiva y reflexiva frente al mundo y a la vida. No se trata, solamente del hecho de que el mundo fenoménico es inescencial y transitorio, sino que cuando el ser humano se abre a ese hecho, se pone en una particular apertura emocional ante el mundo que lo rodea. En occidente la consciencia de nuestra finitud muchas veces llevaba consigo el sentimiento de angustia. Heidegger decía que esa angustia (o luego el aburrimiento) eran las tonalidades afectivas que ponían al ser humano (Dasein) ante el ser y su interrogación. Podemos interpretar eso como la interpelación de la negatividad al ser humano, y cómo ese ser humano reacciona con emociones que (al menos de primera intención) buscan huir o negar esa negatividad. Podríamos decir que el mujôkan es también una tonalidad afectiva que nos pone frente al ser, pero es una tonalidad diferente a la angustia. De la misma manera, el ser de las cosas nos interpela desde la consciencia de la fugacidad de todo cuanto nos rodea, nos pone ante los entes, nos cuestiona por los sentidos que pueden tener cada uno de ellos, y aún así, la respuesta es serena y conmovida.

En el pensamiento budista, se busca activamente neutralizar la ilusión del ego. El yo, no es algo substancial, no es algo que tenga una existencia absoluta o fundamental, es un aparecer de formas e imágenes cuya esencia es siempre, en última instancia, el vacío (mu, 無). El caer de las flores de cerezo, el desvanecimiento del rocío en la mañana, lo efímero de ruido en el agua del estanque al que acaba de saltar la rana; todas esas escenas suponen la misma realidad que el yo que las experimenta. Lo efímero de cada una de esas cosas nos vincula con lo efímero de nuestra propia vida y consciencia, y con lo efímero de las montañas, los bosques, el cielo y la tierra. Robert Wicks diría que lo único constante es un ahora, este instante, frente al que todo es contingente, y naturalmente ese ahora es efímero (2005: 94)[1]. La consciencia, el yo, es el flujo de imágenes, de posibilidades de actos, es como un río cuya realidad no está en otro lado que en el fluir mismo. En el budismo, se cree en la reencarnación, se cree que renacemos tras la muerte, y lo hacemos indefinidamente a menos que logremos la iluminación, el satori (悟り), que podríamos decir que es la plena consciencia de la insustancialidad del mundo y de nosotros mismos. Curiosamente ese “yo” que renace no es la consciencia con su continuidad (como identificaban a la persona filósofos como Locke, Hume, Parfit, etc.), es una entidad que es sufrimiento mientras no reconozca su inesencialidad. De esta manera, no hay razón para aferrarnos a esta existencia, a esta consciencia ni a este momento. No hay razón para tratar de buscar “algo” que permanece en el cambio, ya que lo constante es el fluir. Así mismo la muerte misma se nos aparece como la desaparición de ese “yo” que más que conservar, debo buscar disolver.

El maestro Soyen Shaku nos dice:

… nosotros los budistas creemos que los hombres aparecen en esta tierra una y otra vez y no descansarán hasta que se haya alcanzado el fin, esto es, hasta que hayan alcanzado su ideal de vida; porque las vidas siguen prevaleciendo. Es una característica peculiar de nuestra fe que apela poderosamente a la imaginación japonesa, que la vida del hombre no está limitada solo a esta existencia, y que, si él piensa, siente y actúa con verdad, nobleza, virtud y desinterés, vivirá para siempre en esos pensamientos, sentimientos y obras… (Soyen Shaku 1907: 1)[2]

Lo que sobrevive a ese hombre, no es su yo, ni su consciencia, ni su perspectiva sobre las cosas. Los pensamientos, sentimientos y obras sobreviven como sobrevive un poema, como una experiencia que se manifiesta y se recrea cada vez que alguien piensa en ella. La “verdad” de ese hombre, no es para “él”, ni para “su” salvación, sino que es algo que se entrega al mundo, que se manifiesta, aunque su protagonista no exista más.

El mujôkan es esa apertura al mundo desde la perspectiva de la contingencia de todo, empezando con la del propio yo. Desde esta perspectiva, la muerte siempre está presente, no como la destrucción o desaparición del algo precioso, sino como el desatarse de un ramo de pensamientos, sentimientos y obras que se vierten en el cosmos, integrándose en él. La belleza de la flor de cerezo que cae no es solamente análoga a, por ejemplo, la belleza del samurai que muere luego de haber llevado su deber hasta el final; ambas situaciones son iguales en naturaleza, en ambas el ser se ha entregado plenamente al mundo, ha suscitado aware, y se ha disuelto en el inexorable paso del tiempo. Cada emoción, pensamiento, u obra humana es parte de la naturaleza, está integrada en ella y en su fluir. Contemplar estas cosas (mono, 物), con la perspectiva del mujôkan, no solo nos lleva a una reflexión, sino que nos dispone afectivamente de una manera concreta y nos abre a que esa contemplación sea una experiencia estética. En esa dimensión, el aware (哀れ) adquiere toda su profundidad.

[1] WICKS, Robert. 2005. “The Idealization of Contingency in Traditional Japanese Aesthetics”. En: The Journal of Aesthetic Education, Vol. 39, No. 3 (Autumn, 2005), pp. 88-101. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/3527434, el 19-12-2016.

[2] SOYEN, Shaku. 1907. “The buddhist conception of death”. En: The monist, Vol. 17, No. 1 (January, 1907), pp. 1-5.

 

Jeancarlos K. Guzmán Paredes
Pontificia Universidad Católica del Perú

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La celebración de la primavera en el templo Dragón Verde

El día del equinoccio de marzo, asistí por primera vez a una ceremonia de bienvenida a la primavera, al final de la meditación en un templo zen en San Francisco (USA). Es una costumbre en los templos zen de Norteamérica que proviene probablemente de Japón y China, cuna del Zen. En estos países, la llegada de la primavera se celebra con gran regocijo e inspiración. Quizás lo mismo pase en todos los países en los que el cambio de la estaciones se presenta de forma semejante. Pero no sucede lo mismo en los países tropicales. La ciudad en la que habito, como muchas otras de condiciones semejantes, ha sido llamada, por su clima amable, la “ciudad de la eterna primavera”. Pero en ella solo conocemos estaciones de lluvia y de sol, lo cual se refleja en la exuberancia de una vegetación que florece de manera continua.

Al ser incluido, de manera más bien inesperada, en una ceremonia que por medio de la palabra celebraba la primavera con versos, canciones y bellas declaraciones, algunas de ellas con un tono de fervor y veneración, al llegar mi turno, no logré juntar en mi escaso inglés palabras suficientes para expresar algo apropiado para el momento.

Los días anteriores habían sido de lluvias intensas y la tierra de la bahía de San Francisco, habitualmente reseca, se veía reverdecida; las ramas de cerezos, duraznos, ciruelos y muchos otros árboles habían comenzado a cubrirse con brotes delicados y llenos de color.  Aunque no lo expresé en inglés, en el momento requerido, esto fue lo que apareció en mi mente-corazón en ese momento y, después de la ceremonia, escribí en español:

Lluvias de primavera

Por la vieja senda

de las nubes blancas,

hijos e hijas de buenas familias

siguen sus huellas.

Tal vez un ghata (estrofa tradicional budista) sea apropiado para un templo zen, pero mi sensibilidad de haijin me recordaba que todavía era posible expresarse de una manera más natural, más simple, menos solemne. Y escribí después algunos haikús que solo ahora comparto:

lluvias de primavera…

el canto agudo de las ranas

hasta el alba

 

lluvias de primavera—

una garza solitaria

acecha en el jardín

 

primavera:

quieta la luna llena

sobre las olas

 

luna de primavera,

alegre el canto matutino

del pavo salvaje

 

 

  (San Riki Sui Shin)
Diente de León

Marzo -abril 2023
Green Gulch Farm, San Francisco CA.

La canción de la tierra (1)

Contaba José Saramago, al recibir el Nobel en 1988, que su abuelo Jerónimo, ya gravemente enfermo, “se despidió de los árboles de su huerto, uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.” Ese hombre sabio no sabía leer ni escribir, pero encarnaba -sin saberlo- el mito de Anteo, el gigante que recobraba su fuerza al contacto con su madre Gea, la tierra, y a quien Hércules sólo pudo vencer sosteniéndolo en el aire. El mito griego subraya la intensidad de un arquetipo universal, el de la Tierra-madre y su correspondencia con el Cielo, según el dicho esotérico: “Como es arriba, es abajo”. La rama budista de la Tierra Pura (Jôdo) enlaza ambos mundos a través de la recitación del Namuamidabutsu (“Gloria a Amida Buda”), que asegura el renacer en el Paraíso del Oeste.

La conexión tierra-cielo se concreta en el símbolo del árbol, el Árbol de la Vida, que conecta, en ascensión permanente, los tres niveles del cosmos: el subterráneo, por las raíces; el de la superficie terrestre, por el tronco y las ramas, y el de las alturas, por la copa. La poesía también nace y se expande en todas las direcciones del universo. Ki no Tsurayuki escribía, en los albores del siglo X, presentando la antología imperial del Kokinhsû: “Poesía es aquello que, sin esfuerzo, mueve cielo y tierra, y suscita la piedad de los demonios y dioses invisibles; es aquello que endulza los vínculos entre hombres y mujeres, y aquello que puede confortar el corazón de los feroces guerreros”. Y recordaba los momentos en que se inspiraban los poetas: “Cuando contemplaban las flores dispersas en una mañana de primavera; cuando escuchaban la caída de la hoja en un atardecer de otoño; cuando suspiraban ante la nieve y las olas reflejadas por sus espejos con cada año que pasaba; cuando al ver el rocío en la hierba o la espuma en el agua, les sobrecogían los pensamientos sobre la brevedad de la vida; o cuando ayer todos soberbia y esplendor, habían pasado de la fortuna al abandono; o cuando, habiendo sido amados tiernamente, se encuentran abandonados”.

Como elemento primordial -junto al aire, el fuego y el agua-, la tierra sugiere fertilidad, solidez, masa; pero el nombre se precipita por todas partes en un abanico casi infinito de connotaciones: alimento, vida, biodiversidad. En la cultura japonesa, la Naturaleza es esencial: divinizada por el sintoísmo en infinitos kami o deidades, y dignificada también por el budismo; sentida como presencia íntima; contemplada y compartida; reproducida y cantada. El jardín japonés la imita y, al mismo tiempo, la encarna, matizada por el paso de las estaciones: cerezos, lotos, arces y camelias. Se habla de la fragilidad y la fugacidad de la flor del cerezo, pero hay plantas, como la sagaribana, que sólo florece una vez al año, por la noche, para flotar después, río abajo… En el karesansui -jardín seco o jardín zen-, la piedra y la arena rastrillada evocan las colinas y el agua, las islas y el mar… La tierra lo abarca todo, porque incluye todos los elementos, como el Fujiyama, la montaña más bella del mundo, abierta al aire, con su nieve visible y su fuego secreto.

***

Observación desde la cama

病牀所見

 

 

 

Notas.-

Una vista del porche y su chozubaki desde la línea baja de visión de la cama de enfermo. Las maderas del marco del shoji, intencionadamente dibujadas, junto al verde intenso de las hojas, resaltan las pequeñas flores rojas de las plantas otoñales.

Shiki recibió unas acuarelas de Fusetsu Nakamura, pintor amigo que participó activamente en las ilustraciones de los periódicos «Nippon» y «Hototogisu».

Chozubachi: es una pila, un recipiente grande con agua para lavarse las manos, generalmente de cerámica o piedra tallada.

Futón: Colchoneta de algodón que sirve como asiento o como cama, típica del Japón.

Tatami: Una estera hecha de juncos. Está colocado en el suelo de una habitación tradicional japonesa.

Shoji: Una puerta o ventana corredera cuyo marco es de madera, y los paneles de papel. Es normal en una habitación tradicional japonesa.

Nota de Youko Akinaga: El punto de vista de Shiki desde la cama es interesante. Shiki expresa su afecto por las begonias, que tan bien conocía en su jardín. Dice que se ha cansado de la flor y, sin embargo, parece que le gustaban las begonias. Fueron las flores que Shiki eligió para su primer boceto en acuarela.  Youko Akinaga

Desayuno, almuerzo, merienda

朝,昼,間食

 

8 de septiembre. Soleado primero, nu-blado alrededor de las 3:00 p.m., y nueva-mente soleado después de un rato.

 

Desayuno: 3 tazones de kayu* (gachas de arroz), tsuku-dani* (conserva agridulce), ume-boshi* (ciruelas saladas), 5 shakus* (90 cc.) de leche con cacao y varios bollos de pan dulce.

Almuerzo: 3 tazones de kayu, sashimi* de shougyo* (bonito crudo marinado), fuji mame* (frijoles dulces), tsuku-dani*, ume-boshi* y nashi* (pera).

Merienda: 5 shaku* de leche con cacao y varios bollos de pan dulce.

junto a pan 1: Los puntitos oscuros en ese pan son perilla.

junto a pan 2: Este pan es seco y desmenuzable.

junto a pan 3: Este otro pan contiene frijoles rojos endulzados y machacados en su interior.

junto a pan 4: Este pan es muy suave.

Cuando hay varios bollos dulces de pan, disfruto comiendo los diferentes tipos uno por uno.

Trazos de esponja vegetal

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Notas:

– Shiki tenía solo 35 años cuando escribió sus ensayos tipo diario en su lecho de enfermo. Gyoga-Manroku especialmente, y como podemos comprobar, tiene características muy fuertes de “un diario”.

– En sus dibujos, a veces usa un único color en diversos tonos, a veces le encanta jugar con colores muy diferentes.

* los bollos dulces en los tiempos de Shiki eran mucho más pequeños de lo que son ahora en Japón.

*kayu: gachas de arroz.

*tsuku-dani: una especie de comida en conserva que lleva marisco guisado, verduras o algas marinas en salsa de soja, azúcar y mirin (sake dulce).

*las gachas de arroz y las ciruelas saladas son la dieta típica para un desvalido en Japón. Las ciruelas saladas y el tsuku-dani añaden sabor al arroz cocido y son muy familiares para los japoneses en su vida cotidiana, incluso hoy en día.

*ume-boshi: ciruelas saladas.

*shaku: una unidad de capacidad (alrededor de 0,018 litros).

*shou-gyo: es un pescado muy familiar en la cocina japonesa, conocido más comúnmente como icatsuo*, es nuestro bonito o atún listado. Tiene un sabor fuerte, incluso cuando se come crudo, por lo que su superficie se marca ligeramente y luego se marina en salsa de soja, jugo de limón, ajo picado, jengibre y varias hierbas, para suavizar el olor. Por todo ello, para comer un bonito completamente crudo como sashimi, tiene que estar absolutamente fresco. Esto demuestra que Shiki era un gourmet que disfrutaba de platos raros.

*sashimi: plato de pescado crudo.

*syou-gyo: un bonito.

*fuji mame: frijoles cocidos en azúcar.

*nashi: un tipo de pera japonesa.

*katsuo (icatsuo) es el bonito o atún listado.

*shiso o perilla: una hierba asiática de la familia de la menta con usos medicinales y culinarios, muy común y popular entre los japoneses.

– Nota de Rie Yamanouchi: Es interesante conocer la dieta de su época, sobre todo los detalles sobre el tamaño y la variedad de los bollos. Me parece muy humano que Shiki registrara minuciosamente todo lo que comía, como para guardar el recuerdo de cada sabor. Siento una naturaleza humana común con él.       Rie Yamanouchi

Última fotografía de Shiki (y la historia de una jaula y un pintor)

El mes pasado veíamos como en la fotografía del Busonki que se celebraba en casa de Shiki (Shikian) del año 1897, el maestro ocupaba la posición central de la fotografía conmemorativa del grupo: en el centro de la fila del cento. Si observamos la fotografía del Busonki de 1899, Shiki ya ocupa la posición central de la fila de abajo: necesitaba estar apoyado en un reposabrazos. Aquí vemos ahora la fotografía del Busonki de 1900 (Imagen 1).

Imagen 1.- Busonki de 1900 en Shikian ¿dónde  está el maestro?

Shiki no aparece. Su progresivo deterioro le ha llevado a esto, a no poder estar con sus discípulos y amigos para inmortalizar el momento. Pero, eso no quiere decir que Shiki no estuviera en esa reunión, simplemente se trata de que no tenía ya fuerzas para salir al jardín. No obstante, a Shiki se le haría de forma individual una fotografía en aquel acontecimiento, sin duda su fotografía más extendida y conocida, la que a la postre sería la última fotografía de Shiki (Imagen 2).Imagen 2.- Conocidísimo retrato. Es la última fotografía de Shiki, el 24 de diciembre de 1900 con motivo del Busonki, pero de forma individual.

Fue el 24 diciembre 1900. Y a fin de que el maestro aparezca en la fotografía con el grupo de aquel Busonki, la imagen “oficial” de grupo tiene la mítica fotografía de Shiki, realizada en ese mismo evento, insertada en el ángulo superior derecho (Imagen 3).Imagen 3.- Imagen oficial del Busonki de 1900, con la última foto de Shiki insertada en la del grupo al no poder salir al jardín con el resto.

Y ahora, hagamos zoom en la parte izquierda y primer plano de esa fotografía (Imagen 1 y 3): observaremos una gran jaula. ¿De dónde salió y qué hace ahí? Bien, es el momento de narrar su historia.

En enero de 1900, como veremos en la próxima entrega, se celebró una fiesta de despedida en Shikian para el pintor Chu Asai* (Imagen 4), que se iba a París para cursar estudios en el extranjero y de paso visitar la Exposición Mundial de París.

Imagen 4.- Asai Chu, pintor, gran amigo y colaborador de Shiki.

Chu Asai regaló una pintura de acuarela de flores de otoño a Shiki, y sobre todo, dejó en Shikian una gran jaula que pidió prestada antes de emprender viaje. En su diario Una gota de tinta, el 7 de marzo Shiki escribió:

“Cuando enfermé, alguien pidió prestada una jaula de alambre muy grande, para que mi mente no quedara siempre pendiente de la cama. La tuve colocada frente a la ventana, con diez pájaros dentro. Disfruto verlos desde mi lecho de enfermo, porque tienen una forma divertida de bajar corriendo para bañarse cuando se cambia el agua de su cuenco. Antes de que uno pueda siquiera apartar la mano del depósito de agua y sacarla de la jaula, los pinzones vuelan hacia abajo, por delante de cualquiera de los otros. También son los mejores bañistas, salpicando tan enérgicamente, que la mitad del agua se ha vaciado en un instante

Luego, las otras aves tienen que turnarse para bañarse en la poca agua que queda. Dudo que los dos capuchinos de cabeza negra decidieran conscientemente cambiar las cosas, pero últimamente vuelan justo cuando los pinzones están a punto de saltar, luego los alejan y se bañan uno al lado del otro. Después de ellos vienen los gorriones de Yakarta y luego los pinzones cebra y los canarios. Finalmente, el borde del cuenco está atestado de aves ordenadas por orden de llegada. Cada uno vuela hasta la barra de arriba cuando termina de bañarse, y agita sus alas furiosamente. ¡Se ven tan felices! Ahora que lo pienso, deben haber pasado unos cinco años desde que pude darme mi último baño.”

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* Asai Chū (浅井 忠, 22 de julio de 1856 – 16 de diciembre de 1907) fue un pintor japonés, conocido por ser pionero en el desarrollo del movimiento artístico yōga (estilo occidental) a finales del siglo XIX y principios del XX de la pintura japonesa del siglo XX. Este estilo supuso la modernización de la pintura japonesa (Nihonga) y la entrada al país nipón de las técnicas pictóricas europeas. Un pintor de estilo occidental en el Período Meiji de Japón. Participó en la fundación de la Sociedad de Bellas Artes de Meiji (Meiji Bijutsu-kai). Él mismo pintó muchas escenas pastoriles llenas de sentimiento o emoción con el realismo. Se esforzó toda su vida en difundir el trabajo de Shiki.

Imagen 5.- «Mi Cosecha», 1890. De Asai Chu; Óleo sobre lienzo, 96,5 x 68,5cm.

 

Imagen 6.- “Ranas negras, nenúfares naranjas”, 1905. De Asai Chu; para portada de revista.

El mes sin dioses

En el calendario lunar japonés, octubre es “el mes sin dioses” (kami nashi zuki), cuando -según un relato mítico- los kami o deidades de todo el país abandonan Ise para reunirse en Izumo y decidir las bodas del año siguiente; por eso, en el santuario y en la región de Izumo, octubre es “el mes de los dioses” (kami ari zuki), cuya presencia es acogida con todos los honores. La religión originaria, el sintoísmo, diviniza las fuerzas naturales o sobrenaturales, alentando a vivir en armonía con ellas y a mantener el culto a los antepasados. El budismo zen busca el “despertar”, la iluminación o satori, a través de la meditación y otras prácticas; un camino difícil pero abierto a todos, en un proceso que se resume así: «Antes de la iluminación, los ríos eran ríos y las montañas eran montañas. Cuando empecé a experimentar la iluminación, los ríos dejaron de ser ríos y las montañas dejaron de ser montañas. Ahora, desde que estoy iluminado, los ríos vuelven a ser ríos y las montañas son montañas».

Con el tiempo, sintoísmo y budismo se han ido entreverando e incluso diluyéndose uno en otro.  Bonchô, un poeta del siglo XVII, relaciona ya ambos mundos: “un templo zen: / caen agujas de pino, / el mes sin dioses”. El templo (con la esvástica nipona o la rueda del dharma, las puertas, las campanas y las grandes estatuas de Amida o de Kannon) se asocia más al budismo, pero el último verso de Bonchô reafirma la tradición del santuario sintoísta, precedido por el rojo encendido de los torii, las cuerdas trenzadas de papel de arroz y los perros leones guardianes, antes de adentrarse en el espacio de oración y de ofrenda, umbral del reino de las divinidades. El santuario de Ise, corazón del shinto –“camino de los dioses”-, guarda uno de los tres tesoros sagrados de Japón: el espejo que hizo salir a Amaterasu, diosa del sol, de la cueva donde se había recluido dejando al mundo entero en tinieblas… (Los otros dos tesoros son la espada -que se encuentra en el templo Atsuta de Nagoya- y la joya -custodiada en el Palacio Imperial de Tokio-).

                Octubre, mes sin dioses, sugiere melancolía y recogimiento. En el silencio de las largas noches frías, el murmullo sagrado del Gloria al Buda Amida, el nembutsu, se extiende en oleadas por el espacio infinito, como si reclamase una presencia por ausencia… Pero octubre es también la estación que evoca la serie pintada por Hiroshige a mediados del siglo XIX: “Flores de otoño a la luz de la luna”, entre ellas el clavel silvestre (nadeshiko), incluido por Sei Shônagon entre las “cosas encantadoras”, junto al rostro de un niño dibujado en un melón, los huevos de pato y también sus nidos…  Octubre es el mes de la caza del halcón, el mes del sake nuevo -vino de arroz que se ofrece como primicia a las deidades-, y el pretexto para recordar a Bashô, fallecido el 12 de octubre de 1694, que había escrito en uno de sus diarios: “¡Ay, no fui capaz de escribir un solo poema…! Sin embargo, en ese preciso momento, la luz de la luna caía en un ángulo de mi habitación, pasando por las hojas y grietas de la pared.  Al prestar atención al ruido de las aldabas de madera, y a las voces de los aldeanos cazando gamos silvestres, sentí en mi corazón la soledad del otoño y dije a mis acompañantes: ‘Vamos a beber bajo el brillante resplandor de la luna…’”

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