La flor de la chumbera

Barranco de Lújar –
Que suave la flor
de la chumbera

Pilar Carmona

 

Cientos de estrellas
De aquí allá un maullido
en la nopalera

Jaspe Uriel Martínez

 

Almendro en flor;
la chumbera ya llega
hasta las ramas.

Manuel Díez Orzas

 

Chorreando lluvia,
al borde del barranco
la palera en flor

Juan Francisco Pérez

 

en los nopales
semillas del dandelión –
nubes oscuras

Cecilia Iunniso

 

Chumberas de higos verdes –
Tierra adentro
las nubes se juntan

Mavi Porras

 

Fin del invierno.
Se retuerce sin vida
la palera

Paco Ayala

 

brisa nocturna-
llega hasta las chumberas
aroma de yerbabuena

Juan Carlos Moreno

 

 

 

Haiku 58

58

 

草霞み水に声なき日ぐれ哉 

Kusa kasumi mizu ni koe naki higure kana

La hierba brumosa,
el silencio del agua
al atardecer.

Buson escribe aquí un poema del “no sonido” 声なき (koe naki) del agua en la llegada del ocaso. La niebla aún no se ha retirado de la hierba y, a modo de obra pictórica, la paleta de colores del haijin es múltiple: el blanco, el verde, el azul y el naranja/negro del atardecer. Una fusión de sensaciones que incide en el cromatismo de la escena, en el aware del haijin condensado en la brevedad límite del poema. De nuevo, Buson nos muestra la matriz pictórica de una escena, primitiva y profunda,  sugerente y ancestral: el agua, la hierba, y el ocaso pintados de silencio.

 

Haibun 51

Haibun 51

Este dos de noviembre

La luna está en menguante. Las nubes, de un gris lagartija, arrastradas por el viento frío, la cubren de inmediato. Mis piernas temblorosas dan media vuelta y regresan a casa.
Empieza a amanecer. Me traslado, no «a lomo de mula», sino «a lomo de memoria», a la tierra de mis parientes. Desde el arroyo hasta el borde de la barranca, todo era un vergel. Y ese paraíso fue brotando, poco a poco, gracias a las manos callosas de los bisabuelos que talaron el palo hueco del huarumbo lleno de hormigas, respetaron el cornezuelo, esa especie de huizache de los linderos del siempre verde potrero, y sembraron «matas de café», «matas de plátano», árboles frutales, maíz y frijol. Pero todo fue desapareciendo a medida que se llenaba de cañaverales. Ya pasó la zafra. Mis pies se cubren de ceniza y se manchan con el cisco de los restos de la «roza», la quema de los muñones de la caña. ¿Para qué buscar a los tíos en el camposanto? Este desierto es un cementerio, sus huellas están bajo el polvo. Y en este día de muertos quiero pedirle un favor a la más chica de las tías, que me preste al «Turi», ese perro bravo y fiel, mestizo de «pastor» y «perro criollo». La familia de la abuela, en aquellos tiempos, no podía pagar el óbolo de la barca, y tenía que usar, a manera de «jamaca» o puente colgante, el rosario de la Virgen, Patrona del «pueblo», más bien del caserío que, entre todos, levantaron a su llegada. Pero mi abuelo sí necesita un can fuerte y leal para cruzar las aguas de regreso al otro mundo.

Altar de muertos –
El dibujo de un perro
junto al abuelo

Jorge Moreno Bulbarela  “Jor”
 Xalapa, Ver., México

Diciembre 2023

“Este es el último artículo de la columna «Bashou y los clásicos».” Escribiendo esta frase me abruman muchas emociones, muchos recuerdos, pero no las palabras adecuadas para expresarlos. Por una parte, está el honor inmenso que significa ser invitada a formar parte de los colaboradores de El Rincón del Haiku, una comunidad tan importante, la más importante en habla hispana con respecto a la difusión e investigación de este arte poético japonés, y en la que han dejado sus ensayos, ideas y sentimientos plumas destacadísimas, a quienes había leído durante años con la reverencia del alumno al maestro. Por otra, confieso que ese honor iba acompañado de cierta cuota de aprensión, sin saber si estaría a la altura, si mi línea investigativa sería interesante para los lectores, si lograría cumplir mi cometido. Pero ha sido una aventura interesante, entretenida, compleja, que me ha permitido dar a conocer parte de mi trabajo, pero también me ha ayudado a desarrollar mis habilidades investigativas y de redacción, por lo que estaré por siempre agradecida de esta oportunidad maravillosa.

Y como corresponde, me despido con un haiku que se inspira en un poema que, a su vez, se inspira en otro, para ejemplificar magníficamente el propósito de esta columna durante estos tres años: mostrar que en el haiku, específica, pero no exclusivamente, de Bashou, no sólo encontramos la inspiración del instante, sino el destilado de una tradición literaria milenaria que va manteniéndose vigente en su iteración, en su reinterpretación, que conserva fresco y vigente lo clásico y ancestral. El haiku que elegí es, además, uno que puede parecer, a simple vista, triste, pero que, considero, muestra esa actitud muy budista, muy zen, muy japonesa, de aceptar la vida y vivirla en su totalidad.

世にふるもさらに宗祇のやどり哉

yo ni furu mo sara ni sougi no yadori kana

vivir en este mundo, es más que nunca como la posada de Sougi

Bashou compuso este haiku pensando en uno de los poetas japoneses más admirados por él, Sougi (1421 – 1502), considerado el más grande maestro de renga; poema continuado compuesto por varios poetas. Más que una inspiración, diría que es una cita, algo indirecta, ya que para entenderlo debemos conocer el original, que es el siguiente:

世にふるも更に時雨のやどりかな

yo ni furu mo sara ni shigure no yadori kana

vivir en este mundo, y además la lluvia en la posada

A su vez, este poema de Sougi toma inspiración en un tanka que figura en la octava antología imperial (1205) Shin Kokin Wakashuu, compilado con el número 590 en el rollo de Invierno, de la poeta Nijou In no Sanuki (¿1141 – 1217?), dama de la corte del Emperador Nijou.

世にふるは苦しきものを槇の屋にやすくも過ぐる初時雨哉

yo ni furu wa kurushiki mono wo maki no ya ni yasuku mo suguru hatsu shigure kana

vivir en este mundo, en ese dolor la primera lluvia cae sin contemplaciones sobre la habitación de kusamaki

Los tres poemas utilizan el mismo primer verso “世にふる yo ni furu”, el cual significa “sobrevivir en este mundo”. El verbo del verso “ふる furu” es un kakekotoba ―palabra homófona― de 降る o llover y 経る pasar por; por otra parte, “世 yo” es el mundo, la sociedad que habitamos, de ahí el sentido del verso, que juega con la sonoridad del kakekotoba para asociarlo, a su vez, con la lluvia.

A primera vista ―o lectura― parecen poemas tristes, que hablan de la dificultad de vivir en el mundo que nos ha tocado habitar, interesante considerando que los autores compusieron separados por siglos, pero como dicen, los problemas son para quienes los tienen. Sin embargo, si hacemos una lectura más reflexiva, también podemos percibir una cierta aceptación de las circunstancias, incluso un pequeño disfrute. Tanto Sougi como Nijou In no Sanuki encuentran refugio de la lluvia, y Bashou encuentra el solaz de la poesía de un admirado maestro. O, como se ha dicho en Asia durante milenios, las cosas no son buenas ni malas, simplemente, son.

Las despedidas siempre son tristes, no obstante, este es el último paso de un camino para dar el primero en otro. A partir de enero 2024 les traeré otra columna en la que combinaré mi amor por la poesía, especialmente el haiku, con mi pasión por los idiomas y mi experiencia como profesora y traductora de japonés. Así que esto es un hasta pronto. Muchas gracias por haberme acompañado mes a mes durante estos tres años. Espero haberles acercado el trabajo de Matsuo Bashou de una forma diferente y haber complementado un poco todo lo ya dicho sobre el maestro. Quiero agradecer también a quien me ha acompañado en esta aventura, mi editora Constanza Veloso, quien lucha valientemente por mantenerme dentro de los márgenes de la coherencia narrativa.

¡Nos vemos el 2024 con mi nueva columna en El Rincón del Haiku!

8. La percepción: el gran umbral

Verbos como aniquilar, matar, silenciar, apagar, callar el “yo” no son quizás las expresiones más adecuadas para referirnos a las maneras saludables de construir nuestra realidad o de escribir haiku. Como seres humanos, deudores de nuestra condición de seres sociales, inevitablemente siempre estaremos actuando como “yoes” que se comunican y trabajan en conjunción con los “yoes” de otros seres humanos. En el camino del haiku tanto como en el zen, el abandono del núcleo cerrado del “yo” sigue otro camino. En palabras del maestro zen Eihei Dogen en el Genjo Koan:

 

“Estudiar la vía del Buda es estudiar al sí mismo.
Estudiar al sí mismo es olvidar al sí mismo.
Olvidar al sí mismo es ser manifestado por miríada de cosas.
Cuando estás manifestado por miríada de cosas
tu cuerpo–mente tanto como el de los otros son abandonados”                                                                                                     (dejados caer…).”

 

Así como el haiku, el yo también es un asunto de creación responsable, o mejor, de cocreación por todos los elementos “no-yo” de los que estamos hechos. Como ningún ser humano cuando aparece en este mundo es tabula rasa, la invitación a conocerse a sí mismo, pero, ante todo, a tomar cuidado de sí mismo, es el inicio del “olvido del yo”. Porque el que no se conoce no podrá tomar decisiones saludables sobre qué y cómo ser; sin saberlo, siempre estará respondiendo a condiciones que se salen de su control.

A partir de esto, surge entonces la necesidad de actuar con cuidado, de hacerse responsable de las palabras y discursos que usamos, de apreciar la vida, de elegir sabiamente todo lo que hacemos, conscientes de las consecuencias, de los daños que los actos descuidados y egoístas conllevan. Nada peor que un “yo” arrastrado, secuestrado por sus emociones y pasiones ingobernables. Por eso el Buda consideraba esencial para el camino del Despertar, el cultivo de una vida ética.

Cultivar un yo con sentido ético implica evitar el sufrimiento propio y ajeno por medio de acciones hábiles: ahimsa, no violencia, no dañar físicamente; no dañar con la palabra; no tomar lo que no se nos ofrece; no intoxicar la conciencia propia o ajena; no hacer daño con la energía sexual… Pero también nos recuerda, que podemos y debemos cultivar una alegría constante, un contento y una profunda y satisfactoria felicidad compartida fruto del desaferramiento y del reconocimiento del bienestar y la felicidad que todos los seres anhelan. Esto último podría definirse como el cultivo de un sentido ético del no-yo.

Fotografía de Luis Bernardo Cano Jaramillo

El camino que enseñó el Buda nos invita a trabajar por la salud de nuestros “yoes” que estamos creando continuamente, para que al tener “yoes” sanos y saludables podamos ver, entender y aceptar todos los elementos “no-yo” que nos mantienen y hacen posible nuestra existencia instante tras instante. Finalmente, ni unos ni otros son permanentes, no son indispensables ni satisfactorios y nuestra mayor felicidad es poderlos soltar, dejarlos ir sin sufrimiento.

Ver que el “yo” es una ilusión, no implica la disolución. El camino del haiku como el camino budista son caminos que siguen seres humanos que se expresan como “yoes”. Olvidarse del “yo” es aprender a perder la importancia personal, aprender a ser lo que realmente somos: vacío, el más allá de toda racionalidad, la ruptura con una identidad auto centrada que nos endurece y atenaza.

Pero el vacío del que se habla en el budismo no es vacío, no es ausencia ni falta. Como lo expresa bellamente el maestro Thich Nhat Hanh en una magistral ecuación de la vida:

VACÍO = TODO- YO.

La equivalencia de los términos a los dos lados de la ecuación nos descubre la realidad que nunca nos ha faltado, la presencia del todo del que nunca hemos sido excluidos, la experiencia plena de lo sagrado manifiesta en todo lo que percibimos.

*     *     *

No servimos para nada
Ni yo ni este arbusto…
¡Pero el cuco!

 Santoka

Santoka el transgresor, Santoka el errabundo, el sin hogar, el despojado; su “yo” como un guijarro arrastrado por la corriente de un arroyo en la montaña o como una hoja de hierba mecida por la briza de la tarde, es un testigo atento de la impermanencia y la disolución; la voz de Santoka siempre nos engancha, nos hace cómplices de su itinerario desnudo, desposeído, vibrante… Un “yo” que abraza, que se entremezcla, que se diluye. 99 HAIKUS DE MU-I, traducción de Vicente Haya y Keiko Kawabe, p. 93, MANDALA Ediciones, Madrid, 2010.

  

yo, cáscara…
reza
la voz de la cigarra

 Yayu (m. 1783)

Como las serpientes o las cigarras, la vida y el crecimiento del “yo” se dan por medio de “mudas”, algunas imperceptibles, otras dolorosas… La piel humana esta de muda constante, pero imperceptible. Yuya percibe la revelación de la cigarra cuando abandona su viejo caparazón que quizás, le recuerda sus propias “mudas”, los cambios a lo largo de su vida. Este haiku péndula entre una visión intimista, melancólica de un yo desgarrado y una comprensión muy profunda de lo sagrado que se reconoce en el cambio.

Esta es una versión personal de la traducción que aparece en HAIKUS DEL YO, M. Concepción Cabrera G. Tesis de grado, U. de Sevilla, p. 22.

SHIKI: ÁLBUM FAMILIAR (3 DE 3)

Y aquí va la última entrega, al menos de momento. Nos seguimos encontrando con algunas conocidísimas imágenes y otras, apenas vistas y muy curiosas.


5 de abril de 1900

En la cama escribiendo haikus y tankas. Una imagen que refleja el entorno diario de la vida de Shiki.

 

1900 Tradicional Busonki de diciembre.

Sería el último del que queda constancia en imágenes. Como ya explicó en la entrada sobre las reuniones, en este encuentro Shiki ya no pudo salir al jardín a hacerse la fotografía de grupo, haciéndose una en privado (la que se añade a continuación) que luego sería añadida a la imagen oficial definitiva, situándola, como puede apreciarse, en el ángulo superior derecho de la imagen.

 

 

24 de diciembre de 1900. Última fotografía de Shiki.

Como se explica en la imagen anterior, al no poder posar con el grupo, a Shiki se le hizo esta fotografía individual que luego sería añadida a la del grupo del Busonki de ese año (así era el photoshop de la época). A la postre, sería la última fotografía que se hiciera del maestro y a su vez, la más extendida y conocida.

Yae en septiembre de1911

Yae, la madre de Shiki, aparece relajada observando, frente al jardín, las crestas de gallo en flor que tanto gustaba pintar a su hijo y sobre las que escribió varias veces en los últimos meses de su vida . Ella compraba semillas para que Shiki al menos disfrutara de algo de naturaleza, y Ritsu trabajó duro para cultivar y cuidar esas plantas con flores. Los alumnos y amigos de Shiki, especialmente Fusetsu, Ogai, una hija de Katsunan Kuga, el dueño de Nippon, el periódico donde trabajaba Shiki, que vivía al lado, y el amigo barbero  que visitaba a Shiki y a quien dedica un dibujo y un senryu en su diario privado Gyouga Manroku, también llevaban semillas de flores a Shikian. Esta imagen fue tomada por Hekigotō Kawahigashi, el famoso discípulo de Shiki.

 

1914. Ritsu, la hermana de Shiki  (izquierda), Chuzaburo, «de primo a sobrino póstumo» de Shiki  (centro) y Yae, su madre  (derecha).

Esta fotografía fue tomada poco después de la adopción del niño. La familia Masaoka adoptó a Chuzaburo, el tercer hijo de Tsunetada Kato, hermano de Yae (la madre de Shiki), quien también era responsable de la familia Masaoka, como cabeza de familia.

1916. Madre Yae en el centro, tío Tsunenori a la derecha y tío Takugawa a la izquierda

 

1918. La madre de Shiki, Yae 八重 (73 años) y su hermana menor Ritsu と律 (48 años).

Con la ayuda de algunos discípulos y amigos, ellas dos cuidaron principalmente de Shiki cuando pasó sus últimos años de vida postrado en una cama de enfermo de 6 pies de largo, inactivo físicamente, hiperactivo intelectualmente.

 

1920 Ritsu と律 y Sokotsu Samukawa 寒川 鼠骨.

Fueron ellos  dos quienes quienes desde el primer momento secan, manejan y preservan los manuscritos de Shiki, que cuando se apilan, como puede observarse en esta fotografía tomada 18 años después de su muerte, superaban con creces la altura de una persona. Samukawa era paisano, amigo y discípulo de Shiki, le atendió en su lecho de enfermo, cuidó de su afligida familia y se dedicó a preservar su obra y sus restos.

 

1937. Ritsu と律, la hermana menor de Shiki, con 67 años.

 

Fuentes de la serie:

  • Casa de Shiki (Shikian)
  • Museo de Shiki en Matsuyama
  • Museo Memorial de Kyoshi
  • Las citadas puntualmente en algunas imágenes

Gozos del tacto

                La poesía -también la del haiku- refleja y canta las cuatro sensaciones esenciales del quinto sentido: frío, calor, dolor y contacto. La gama del frío es una suma de matices: frío intenso, escalofrío, frescor que llega en oleadas, o ese fresquito delicioso que aviva la conciencia de ser, la suerte de vivir. Imágenes intensas: noches frías y mañanas heladas, para resistir o para iluminarse; gente extraña o solitaria tomando el fresco en las noches de verano, sobre un puente o en la terraza de un viejo monasterio… Tras los últimos fríos del deshielo, la tibieza primaveral se despereza por toda la piel y va buscando ya ese calor que flota sobre las hierbas requemadas, el sopor que hace caer la mano que movía el abanico, el sol ardiente que se desploma en el mar, el insoportable bochorno que presagia el fragor del trueno….

             El tacto es, esencialmente, roce, sensibilidad. Ransetsu se emociona al ver con qué ternura trata a las muñecas una mujer estéril. Y una mañana helada, Issa observa qué tiernamente se lamen unos cervatillos… Hay ternura y hay erotismo. En Sute-jo, Chiyo-ni o Sugita Hisajo, aflora la conciencia femenina de la propia piel: cálida y a la vez recatada, floreciendo como la luna llena o dejándose penetrar por su luz a través de un kimono ligero. Shiki -más intenso- percibe el calor de una escena banal: la de algunos hombres y una sola mujer… Erotismo e instinto, también en el reino animal: Issa, que ha observado a un gato vagabundo durmiendo en las rodillas del gran Buda, lo ve también buscando pareja al anochecer. Y la apasionada y heterodoxa Masajo Suzuki celebra el idilio de dos luciérnagas sobre la hierba.

                Releo a Gabriel Miró, nuestro gran escritor sensitivo, y me sumerjo en un mar de sensualidad. Beatriz y Félix, protagonistas de “Las cerezas del cementerio” viven su pasión incontenible en una especie de intimidad cósmica: “Se miraron, y vieron, dentro de sus retinas, luna, noche, inmensidad; y temblaron recibiendo el recuerdo de la mirada en el claro y vivo espejo del agua de la cisterna. […] Entonces los brazos de Félix la ciñeron. Parecióle que estaban en el templo solitario de un astro, alumbrado suavemente para ellos. Y tuvo la divina sensación de que abrazaba un alma desnuda, alma hecha de luna y jazmines. Y exclamaba: ¡Mirar el cielo y tenerla abrazada, Dios mío!».

                En “Gozos de la vista”, Dámaso Alonso ruega a Dios que se apiade de los ciegos que vieron la hermosura del mundo, y de los que no vieron jamás; pero, de esa desazón compasiva, emerge de pronto la conciencia maravillada del que ve, y pide para los ciegos “esa inundación súbita, ese riego glorioso / -bocanadas de luz, dicha, gloria, colores-“. El poeta celebra el milagro de su propia visión, y en el “Gozo del tacto” afirma aún más su asombro: “Estoy vivo y toco”, “¡Qué alegría loca! / Toca. Toca. Toca.” Su amigo Gerardo Diego lo expresa más serenamente en el soneto “Cumbre de Urbión”, en unos versos memorables –“al beso y tacto de infinita onda”- que culminan en una bellísima aliteración: “una nostalgia trémula de aquellas / palmas de Dios palpando su relieve”. Vuelvo a Miró, a las cerezas del cementerio, evocadas en una atrevida y prolongada metáfora, en un revuelo de sensaciones: “…cerezas, ya grandes, con un brillo tierno, jugoso y frio en su encendimiento de sangre y de brasa…».  Ahí están, genialmente expresados, los gozos de los cinco sentidos.

***

ZEN, EL ESTADO MENTAL DEL HAIKU 11. NO MATERIALIDAD, 12. AMOR Y 13. CORAJE

11

Materialidad

El Zen, como el haiku, enfatiza lo material frente a lo llamado espiritual. No hay argumentos abstractos ni principios generales. Todo es concreto. Si echamos un vistazo a una serie de haikus, descubriremos que tratan enteramente de cosas: nieve, flores de cerezo, gente bailando, ranas, el viento. A Walden le pasa lo mismo. Hablando de él mismo, Thoreau dice

Sentí que algunas bayas que había comido en la ladera de una colina habían alimentado mi genio.

Lawrence nos dice, en El Hombre que Murió, que Cristo se dio cuenta, después de su muerte, con respecto a María Magdalena, que su enseñanza, su vida misma, había sido demasiado espiritual.

Les pedí a todos que me sirvieran con el cadáver de su amor. Y al final les ofrecí sólo el cadáver de mi amor.

Estas palabras parecen una llamada muy alejada de aquellas palabras en las que Chora se describe a sí mismo, pero hay una profunda afinidad entre ellas:

夜はうれしく素は静かや春の雨

Yo wa ureshiku    hiru washizuka ya    haru no ame

Por la noche, felicidad;
de día, tranquilidad,
lluvia primaveral.

(Chora)

 

冷永にせんべい二枚様良が夏

Hiyamizu ni    senbei ni-mai    chora ga natsu

Agua fría,
dos galletas:
el verano de Chora.

 

El segundo de estos dos poemas nos recuerda las palabras de reproche a Marta,

Pero una cosa es suficiente.

Es un error suponer que en la poesía hemos de percibir lo absoluto en lo relativo, lo eterno, lo infinito en lo finito, lo espiritual en lo material. Si hay alguna antítesis al Zen, es este tipo de zoroastrismo, en el que es tan fácil caer, porque es de la propia naturaleza del intelecto funcionar dicotómicamente. Nuestra vida poética, nuestra vida religiosa es una larga e interminable lucha contra esta tendencia. La naturaleza del alma, sin embargo, es simple; el ojo del alma es único. Eckhart dice:

Ein Meister spricht: “Die Seele ist ein Punkt oder eine Ecke, wo sich Zeit und Ewigkeit treffen. Die Seele aber ist weder von Zeit noch von Ewigkeit gemacht, sondern sie hat eine Natur aus Nichts geschaffen zwischen beiden.” Ware sie von Zeit gemacht, so ware sie verganglich; ware sie dagegen von Ewigkeit geschaffen, so ware sie unwandelbar. (NT: Un maestro dice: “El alma es un punto o una esquina donde se encuentran el tiempo y la eternidad. Pero el alma no está hecha ni de tiempo ni de eternidad, sino que tiene una naturaleza creada de la nada entre ambas”. Si fue hecha de tiempo, fue transitoria; si fue creada de la eternidad, fue inmutable.

La materialidad del Zen se manifiesta en el hecho de que la vida religiosa está en su punto más bajo en la iglesia, donde todo está dispuesto para inclinar la mente hacia algún otro lugar, el Cielo o el Infierno, algún otro tiempo, el pasado o el futuro. Hay más religión en una taberna o en un campo de batalla. Es por eso que, como dice Cristo,

los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios

Los hombres viven según el Zen. Todo lo que desean es verlo y sentirlo. Van al cine por ello. Los romances de vaqueros están llenos de fracasos para conseguirlo. Cuando el “asesino” entra en el salón de baile con las manos preparadas para desenfundar, es en su Zen en lo que se fijan nuestros ojos. Pero este llamado “Zen” no existe como tal. No hay nada de simbólico en él. Goethe dice,

Alles Vergangliche ist nur ein Gleichnis.

(NT: Todo lo que es transitorio es sólo una parábola).

Pero no nos dice de qué es un símbolo, porque no puede. Es “un símbolo propiamente dicho”, como lo llama Carlyle, lo que significa, como diría Rinzai, un no-símbolo. En este sentido podemos recordar los versos de Keats:

Es un defecto

en la felicidad ver más allá de nuestra frontera,

nos obliga a lamentarnos en los cielos de verano,

estropeando el canto del ruiseñor.

En poesía, al menos tal como la entienden los poetas de haiku, simplemente no se puede prescindir de las cosas. Contraste el primero de los siguientes poemas con los otros tres, todos sobre el tema del cambio de sirvientes, que en la antigüedad tenía lugar el quinto día del tercer mes del calendario lunar:

出がはりや幼心に物はれ

Degawari ya    osana-gokoro ni    monoaware

Cambio de sirvientes:
el patetismo
de su corazón infantil.

(Ransetsu)

 

出がはりや傘提げてタながめ

Degawari ya    karakasa sagete    yū nagame

El criado que se va;
paraguas en mano,
contempla el atardecer.

(Kyoroku)

 

出代や農へ落す涙かな

Degawari ya    tatami e otosu    namida kana

El cambio de sirvientes;
sus lágrimas
salpican el tatami.

(Taigi)

 

紙屑や出代のあとの物淋し

Kamikuzu ya    degawari no    ato no mono sabishi

Algunos trozos de papel,
Después de que ella se haya ido:
Un sentimiento de soledad.

(Senna)

La poesía se ocupa mucho de los paraguas, los tatamis, los trozos de papel. Goethe, con la valentía que le caracteriza, parece contradecir sus propias palabras sobre el carácter “simbólico” de todas las cosas:

No busques, te lo ruego, no hay nada detrás de los fenómenos. Ellos mismos son su propia lección. (Sie selbst sind die Lehre.) (NT: Tú mismo eres la enseñanza).

En el conocido poema estadounidense Little Boy Blue, de Eugene Field, se nos cuenta la lección que las cosas guardan para nosotros; pero las cosas (los juguetes) son tan fuertes que son capaces de superar el peso muerto de su propia lección y hablar por sí mismas:

El perrito de juguete está cubierto de polvo,

pero se mantiene firme y robusto.

El soldadito de plomo está rojo de óxido,

y su mosquete se amolda en sus manos.

Hubo un tiempo en que el perrito de juguete era nuevo,

y al soldadito le pasaba igual,

y fue en aquel tiempo cuando nuestro Pequeño Niño Azul,

los besó y los puso allí.

“Ahora no te vayas hasta que yo venga”, dijo,

“y no hagas ningún ruido”.

Así que, caminando a su cama nido,

soñaba con sus bonitos juguetes.

Y mientras soñaba, la canción de un ángel,

despertó a nuestro Pequeño Niño Azul.

Ah, los años son muchos, los años son largos,

pero nuestros amiguitos de juguete son fieles.

¡Ay!, fieles al Pequeño Niño Azul permanecen,

cada uno en el mismo viejo lugar,

esperando el toque de una pequeña mano,

y la sonrisa de una carita.

Y se preguntan, mientras esperan todos estos largos años,

en el polvo de esa pequeña silla,

“qué ha sido de nuestro Pequeño Niño Azul,”

desde que los besó y los puso allí.

(Rompecabezas: señala la línea donde está el Zen). Esta es la fidelidad de las cosas, aquello a lo que el salmista se refiere indirectamente en los versos tantas veces citados:

El Señor es mi pastor;

nada me falta.

Se ve en lo siguiente;

あろし置く笑に地震る夏野哉

Oroshi oku    oi ni naefuru    natsuno kana

El altar ambulante acaba de posarse,
sacudido por un terremoto,
en el páramo de verano.

(Buson)

 

夕風や水青鷺の麗をうつ

Yûkaze ya    mizu aosagi no    hagi wo utsu

Con la brisa de la tarde,
el agua choca
contra las patas de la garza.

(Buson)

 

蝋打に花さくも打たれけり

Hae uchi ni    hana saku kusa mo    utare keri

Golpeando la mosca,
he golpeado también
una planta en flor.

(Issa)

Otro poeta estadounidense nos ofrece una lista de las cosas que más valora un poeta, especialmente un poeta de haiku, valora más:

sombras, colores, nubes, brotes de hierba y restos de orugas, ramas donde se posan las abejas silvestres, ¡colores que manchan el pétalo de la violeta.[1]

Esta es la practicidad del haiku. La practicidad del Zen resulta de la constitución del mundo en que vivimos. Cualquier creencia que tengamos carece de sentido excepto en la medida en que motiva nuestra vida interior, con la necesaria expresión en la forma y los actos:

Pero en verdad la convicción, que nunca fue tan excelente, ¿es inútil hasta que se convierte en conducta?[2]

Esta “sentida certeza indudable de la experiencia” debe ser sentida dentro y a través del cuerpo:

Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, se la dio diciendo: Bebed de ella todos.[3]

En la Ceremonia del Té, es el olor, el sabor del té, el sonido del agua hirviendo, el tacto de la tetera lo que da al devoto el significado que ningún pensamiento abstracto, ninguna observación de la ceremonia del té podrá transmitir jamás.

La duda de cualquier tipo no puede ser eliminada, excepto la acción.[4]

¿Qué tipo de acción es esta? Es la actividad física de escuchar al higurashi mientras las sombras caen en el cielo. Era el olor de la flor que Buda mostró ante la congregación de monjes. Es el sabor de la lágrima que cae, no sabemos por qué, el tacto del torno del dentista, la visión de las personas feas que amamos.

Suponemos que el cuerpo es una máquina y que el alma lo conduce a voluntad de aquí para allá, pero es al revés. Nuestro presumido autocontrol, confesión y penitencia, reforma, conversión, salvación, … todo está determinado físicamente, en nuestros cuerpos. Estos tienen la verdadera vida oscura. Es la raíz la que en la tierra fría y silenciosa decide qué flores han de florecer al viento y al sol. Spengler lo ha descrito a su manera, con su pensamiento característico, casi físico, su violencia intelectual:

El ser cósmico vegetal, cargado de destino, sangre, sexo, posee un inmemorial dominio y lo conserva. Es la vida. El otro sólo es un sirviente de la vida. Pero este otro quiere, no servir, sino gobernar; más aún, cree que gobierna, pues una de las pretensiones más decididas del espíritu humano es su pretensión de tener poder sobre el cuerpo, sobre la “naturaleza”. Pero la pregunta es: ¿no es esta misma creencia un servicio a la vida? ¿Por qué nuestro pensamiento piensa así? Tal vez porque el “ello” cósmico quiere que así sea. El pensamiento muestra su poder cuando llama al cuerpo al movimiento, cuando establece la miseria del cuerpo y ordena a las voces de la sangre que callen. Pero en verdad la sangre gobierna, en el sentido de que, silenciosamente, ordena que la actividad del pensamiento comience y cese.[5]

Incluso cuando el tema no admite un tratamiento muy burdo o terrenal, es bueno volver a lo material aunque sólo sea por un momento, no sea que perdamos el contacto con el terreno firme:

“Entonces dime”, dije, “¿de dónde crees que vienen estos momentos?” ¿Y me darás la mitad de tu cebolla? “Con mucho gusto”, y respondió, “porque ningún hombre puede comerse una cebolla entera; y en cuanto a ese otro asunto; bueno, creo que la puerta del cielo está entreabierta de vez en cuando, y esa luz brilla sobre nosotros por un momento entre su apertura y su cierre”.[6]

雷晴れて一樹の夕日蝉の撃

Rai harete    ichiju no yūhi    semi no koe

La tormenta ha amainado,
el sol del atardecer brilla en un árbol
donde canta una cigarra.

(Shiki)

Por este aspecto de materialidad, las cosas animadas e inanimadas pierden gran parte de su diferencia, como también lo hacen las humanas y las no humanas. El hombre pierde su dignidad de señor de la creación, las cosas se ven con su naturaleza de Buda plenamente desplegada:

Era tan grande que no pudo evitar sentirse un poco tímida con él, como le había sucedido con el cordero; sin embargo, venció su timidez con un gran esfuerzo, cortó un trozo y se lo entregó a la Reina Roja.

“¡Qué impertinencia!”, dijo el Budín. “Me pregunto qué te parecería si cortara una rebanada de ti, criatura!”

Imagen 19

La Calabaza, de Mushakoji Saneatsu

Esta igualdad de las cosas y de nosotros mismos, nuestra naturaleza común, es recíproca. Sólo existimos si ellas existen. No serán despreciadas. Somos iguales y podemos convivir armoniosamente, sólo si se reconoce nuestra independencia y dependencia, nuestra separación y continuidad. Las cosas ya han hecho su parte; nos corresponde a nosotros hacer la nuestra:

“Bueno, ahora que nos hemos visto”, dijo el Unicornio, “si tú crees en mí, yo creeré en ti. ¿Es un trato?” “Sí, si quieres”, dijo Alicia.

 

12

Amor

El zen es amor al universo. Sin este “amor”, la alegría es incierta, el dolor es inevitable, todo carece de sentido. Otelo dice,

Cuando no te quiero,

¡el caos vuelve!

Este amor debe ser completo, …… no es que apunte al universo como un todo, sino que la personalidad como un todo debe debe concentrarse en la cosa; la cosa debe estar impregnada con la personalidad. Luego tenemos el estado, descrito abstractamente por el Dr. Suzuki en las siguientes palabras:

Cuando se coge un objeto, todo lo demás, Uno y Todo, viene junto con él, no a modo de sugestión, sino de manera omniinclusiva, en el sentido de que el objeto es completo en sí mismo.

Dickens nos ofrece lo mismo, pero vivo y palpitante:

Los caballos y los perros son el capricho de algunos hombres. Para son las bromas … el alojamiento, esposa e hijos… lectura, escritura y aritmética… rapé, tabaco y sueño.

Obtenemos el mismo amor completo y desinteresado por el universo, concentrado en una cosa descrita en el Caso 19 del Hekiganroku:

Cualquiera que fuera la pregunta que le hicieran a Gutei,

él simplemente levantaba un dedo.

Debe ser sin calificaciones ni reservas, tomando el universo en buena salud y en mala salud, para bien y para mal, sin miedo a la muerte.

Si debo morir,

me encontraré con la oscuridad como con una novia,

¡y la abrazaré entre mis brazos![7]

Debe ser sin apego a la vida. El ejemplo clásico de esto en la literatura inglesa es la escena de la muerte del viejo Euclio, de Pope:

“¿Su dinero, señor?”— “Mi dinero, señor, ¿eso es todo? Por qué —si es necesario—(entonces llora) se lo doy a Paul”— “¿La mansión, señor?”— “¡La mansión! ¡sostenedme! Eso no, no puedo separarme de eso”, y murió.

En la medida en que dudamos de la “paternidad” de Dios, de su amor por el gorrión, los gusanos y los gérmenes de las enfermedades, no tenemos tranquilidad, porque no podemos evitar amarlo por la belleza de las hojas y las flores, de la lluvia que cae, las montañas brumosas y

“¡oh, qué condenados minutos cuenta el que idolatra y, no obstante duda; sospecha y, sin embargo, ama profundamente!”.[8]

La relación entre el amor y la poesía puede ser fácil de identificar, pero la relación con el Zen es mucho más difícil. Míralo así. Si estamos sin amor propio, sin avaricia, sin deseo de ganancia, de felicidad, de vida misma, toda esta energía debe desbordarse en alguna parte. Se desborda en todas las cosas, incluido en uno mismo, de modo que ahora ninguna acción es egoísta o desinteresada, buena o mala, sino que es como la luz del sol o la lluvia, pero con mente en lugar de sin mente.

Decimos que vemos la belleza de las finas gotas de lluvia, el brillo de las hojas al sol, las estrellas en su calma, pero lo que realmente vemos es la mente del hombre, nuestra propia mente, en todas estas cosas. A través de nuestra actividad y cooperación, estas cosas inanimadas adquieren mente y afecto. Las olas ahogan con pesar al náufrago, el sol abrasa con remordimiento al viajero cansado,

Sosteniendo su pañuelo de bolsillo

ante sus ojos llorosos.

A cambio, nos convertimos en criaturas ventosas, lluviosas, estrelladas, soleadas, que viven en todas las cosas, en todos los tiempos y lugares. Un hombre que existe así, ayuda a su prójimo como se ayuda a sí mismo; porque le produce el mismo placer. Si se le pide que camine una milla, con gusto camina dos, pero también, como dice Goldsmith,

El desnudo se viste todos los días

cuando se pone la ropa.

El hecho es que, como señaló una vez Bernard Shaw, no podemos persuadirnos a nosotros mismos de amar a lo desagradable, a los enemigos, a aquellos que nos dañan, ya sean cosas o personas. Aquí ambos, el cristianismo y el budismo, fallan. Pero lo que podemos hacer es vaciar nuestra mente del amor propio al darnos cuenta de un hecho: el hecho de que no hay un yo al que amar ni un amante al que amar. Nadie nos alaba, nadie nos culpa, nadie mata, nadie mató. Son sólo innumerables Budas que se inclinan unos ante otros, hombres, criaturas y cosas que alaban a Dios de común acuerdo.

Este tipo de “amor”, entonces, no es el primer paso ni es el medio, sino el fin, el objetivo y la consumación de nuestra peregrinación aquí. Se expresa de maneras muy distintas al altruismo y la abnegación. Es continuo y sin esfuerzo, inconsciente y sin nombre, pero lo sentimos y lo conocemos en nosotros mismos y en los demás como la salud del alma.

澁いとこ母が喰ひけり山の柿

Shibui toko    haha ga kui keri    yama no kaki

Caquis de montaña;
la madre está comiendo
las partes astringentes.

(Issa)

El Zen no puede cambiar el carácter innato de un hombre. (Lo que llamamos “carácter innato” es la Budeidad universal e idéntica en su manifestación físicamente limitada y específica). Nada puede hacerlo. No puede convertir un corazón frío y egoísta en uno cálido y amoroso. Lo que sí hace es cambiar la dirección de la energía interior, sacar a la luz todo el poder latente, para mostrar cosas interesantes que no se notaron o que se consideraban insignificantes o repulsivas:

山門をぎいと鎖すや秋の暮

Sanmon wo    gli to tozasu ya    aki no kure

Cerrando la puerta del gran templo,
¡un crujido!:
tarde de otoño.

(Shiki)

 

吾行けば共に歩みぬ遠案山子

Ware yukeba    tomo ni ayuminu    tōkakashi

Caminaba conmigo
mientras yo caminaba,
el espantapájaros a lo lejos.

(San-in)

Este amor es de Aquel que es tan libre como podríamos ser nosotros mismos, si tan sólo lo deseáramos. Hacemos nuestras solemnes e inútiles preguntas, y obtenemos nuestras respuestas, pero difícilmente son de nuestro agrado, pero

¡No estoy obligado a complacerte con mis respuestas![9]

Sin embargo, en nuestro corazón secreto amamos el universo tal como es, las cosas cortas tan cortas, las cosas largas tan largas, e interiormente detestamos ese mundo falsamente justo y superficialmente perfecto que pretendemos esperar o en el que pretendemos creer.

Así como el Zen es amor, el haiku puede denominarse poemas de amor y el Chushingura una historia de amor. El amor apasionado entre los sexos no está implícito aquí, y debe admitirse como una debilidad fundamental tanto del budismo como del cristianismo, que nunca han abordado el amor entre hombres y mujeres, sino que han ignorado todo el asunto, como si todos hubiéramos venido al mundo por generación espontánea, en lugar de como resultado del amor de nuestros padres.

El haiku es una expresión de la alegría de nuestro reencuentro con las cosas de las que nos hemos separado por la autoconciencia, tan fuerte y tierna en el acto sexual, más difusa, pero igualmente poderosa y delicada en nuestros momentos poéticos. Aunque nuestro amor por las cosas sea tan débil, todos deseamos ser amados ardientemente de la manera equivocada, la no budista, la no cristiana. Keats dice,

A ti mismo, tu alma, por piedad, dámelo todo,

no retengas ni un átomo de ningún átomo, o moriré,

y aquí, como siempre, es difícil evitar tirar al bebé con el agua del baño, especialmente porque desde el punto de vista zen, el bebé es el agua del baño; sin bebé, no hay agua para el baño; sin agua para el baño, no hay bebé. En verdad, es difícil amar como Dios ama al justo y al injusto, al violador y a la violada, a la babosa y a la lechuga.

 

 

13

Coraje

La última de estas manifestaciones del Zen es la valentía. Aunque no es una de las virtudes especialmente enfatizadas por un moralista, incluye las otras doce características mencionadas anteriormente: altruismo, soledad, aceptación agradecida, silencio, no intelectualidad, contradicción, humor, libertad, no moralidad, materialidad y amor. Todos estos elementos están de alguna manera presentes cuando se realiza un acto de valentía. Puede que sea difícil, sin embargo, es posible ver cómo el coraje es una parte esencial, incluso la más esencial, de un poeta. Podemos considerar el asunto de la siguiente manera.

Cuando oímos hablar de alguna calamidad que nos afecta a nosotros mismos, nuestros padres o familiares, la mente se esfuerza instantáneamente por encontrar alguna compensación barata, algún beneficio en la pérdida, algo que nos consuele de la inevitable pena. Esto no es malo en sí mismo. Es un elemento necesario en un universo que, aunque nos apoya constantemente, no deja de atacarnos y amenazarnos sin un momento de respiro; el mundo, la carne y el diablo nos atacan todo el tiempo. Pero esta división en pérdidas y ganancias debe entenderse y considerarse superficial; puede que incluso fuerte y profundamente superficial, siendo sólo las olas en la superficie de un profundo abismo de aguas. En nuestra timidez y egoísmo preguntamos con recelo: “Supongamos que pudiera asumir, y de hecho lo hiciera, todos los males y alegrías de toda la Creación, ¿cómo puedo saber si ese es un estado bendito o no?” En otras palabras; ¿El universo es bueno o no? ¿Sería mejor que nunca hubiera existido? O para decirlo de otra manera, ¿preferirías ser un terrón, un guijarro al borde del camino, o tomarías lo amargo con lo dulce, serías un hombre de dolores y experimentado en quebrantos, además de regocijarte siempre en el camino, en la presencia de Dios?

Es en respuesta a esta pregunta donde se muestra el coraje del poeta, y el coraje es, por tanto, la mayor de las virtudes, porque sin él la verdadera vida poética, la verdadera vida religiosa, es imposible:

​Dios no hará que su obra se manifieste por cobardes.

Sin coraje, ni siquiera se puede llegar a primera base, como dicen los americanos. Este coraje es de dos clases, que se corresponden aproximadamente con la división popular en coraje físico y coraje mental. Ambos son importantes; la falta de cualquiera de ellos es fatal para una vida de perfección. Por valor físico se entiende el valor en relación con el dolor físico y la muerte. Por coraje mental, la voluntad de mirar los hechos a la cara, la capacidad de comprender la inutilidad, el sinsentido de las cosas,[10] el poder de percibir la propia falta de autoestima, la carencia de cualquier derecho, la ausencia del llamado “amor de Dios” por nosotros,[11] es decir, la “indiferencia” del universo. Spengler dice,

Por comprender el mundo me refiero a ser igual al mundo.

El coraje es vida, vivir. Vida es cambio; el cambio es sufrimiento; la voluntad de sufrir es coraje. El mundo es, por un lado, un mundo de derecho, y

La naturaleza está escrita en lenguaje matemático,

pero la vida es incalculable.

Cuando Raleigh navegó hasta Cádiz y todos los fuertes y barcos abrieron fuego contra él a la vez, se negó a disparar también y respondió con un toque de trompetas insultantes. Prefiero esta bravuconería a las más sabias disposiciones para asegurar la victoria; ¡Viene del corazón![12] y va hacia ello.[13]

Goethe le dijo una vez a Eckermann,

La Divinidad es eficaz en los vivos y no en los muertos, en el devenir y en el cambiar, no en el devenir y el fijarse, y por eso, de manera similar, la razón (Vernunft) sólo se preocupa de aspirar a lo divino a través del devenir y el vivir; y la comprensión (Verstand) sólo para hacer uso del devenir y del fijarse.

Este “luchar hacia lo divino” es vida, es coraje. Cada animal y cada planta, en la medida en que hace este esfuerzo, tiene este coraje. Es una luz que, por muy baja que sea, arde hasta el final y sólo se apaga con la muerte. No sólo los hombres, sino todas las cosas son

debilitadas por el tiempo y el destino, pero fuertes en la voluntad de esforzarse, buscar, encontrar sin ceder.[14]

Es la voluntad de vivir que en las cosas inanimadas es la voluntad de existir. En el budismo se llama el “así de las cosas” que a su vez es el “devenir” de las cosas de Goethe.

Se requiere valor para dar cuerda al reloj antes de ser ejecutado. Hace falta valor para descartar todo lo que colorea la mente y la emoción de una cosa, para desdeñar todo lo que pasa por poesía pero que es ornamento superfluo, palabras que atascan el alma. El valor religioso y poético son una y la misma cosa en sus manifestaciones más elevadas. En la siguiente cita de Spengler podemos aplicar sus palabras con facilidad:

Con el despertar del alma, también la dirección alcanza primero expresión viva, la expresión clásica en la firme adhesión al presente próximo y la exclusión de lo lejano y futuro, la expresión fáustica en la dirección-energía que sólo tiene ojos para los horizontes más lejanos; la expresión china en el libre vagabundeo de aquí para allá que, sin embargo, se dirige a la meta; egipcio en la marcha decidida por el camino una vez iniciado.[15]

Otra cita de Spengler pondrá aún más de manifiesto que la poesía es coraje.

Consideremos su tratamiento (de Hebbel) de la historia de Judith. Shakespeare la habría tomado tal cual era y habría olido un secreto del mundo en el encanto fisonómico de la pura aventura.[16]

Este “secreto del mundo” está en la mente del propio Shakespeare. Él debe sacar los esqueletos de su propio armario y, cuando esto se haga, todo lo sombrío y horroroso aparece como “encanto fisionómico”, lo que Schiller llama “diversión”; la historia sórdida y brutal se convierte en “pura” aventura. Es el coraje del poeta el que efectúa esta transformación. Emerson dice:

El heroísmo siente y nunca razona, y por lo tanto siempre tiene razón.

Es el heroísmo del poeta lo que hace que cada palabra poética que Cristo pronunció sea perfectamente verdadera y eternamente válida.

De la valentía viene la falta de palabras y el silencio:

si tienes un dolor, no se lo digas al enemigo,

díselo a tu montura, y cabalga cantando.[17]

 

De él se deriva la abnegación:

Tuve una sensación singular al estar en su compañía. Porque apenas podía creer que estaba presente en la muerte de un amigo, y por lo tanto no me compadecí de él.[18]

Da libertad:

格に入りて、格を出て始めて自在を得べし。

Acata las reglas, luego tíralas por la borda, y por primera vez alcanzarás la libertad.[19]

La sencillez es su acompañante invariable:

道のほとりのあだどとの中に我が

一念の養心を築しむ。                    鴨長明

Cosas triviales dichas al borde del camino alegran la fe de mi corazón despierto.[20]

Nos permite aceptar contradicciones y absurdos sin cuestionarlos:

高山重から市君恩重し。

一髪艦からす、我が命軽し。

                                                                大石良離

Diez mil montañas no son pesadas, pero la benevolencia de mi señor sí. Un solo cabello no es, pero mi vida sí.[21]

El valor da esa “soledad” que desafía toda definición:

人を相手にせす、 天を相手にせよ

No trates con los hombres; trata con el Cielo.[22]

 

Nos hace intimar con las cosas materiales:

養水を汲まざれしば善農となること能はナ。 大宰春

A menos que un hombre sirva con cucharón, no puede ser un buen agricultor.[23]

 

Es totalmente no intelectual:

あしはらの, みずほの図はかんながら

ことあげせぬ戦。

                                                         人旅

Japón es un país donde la gente no discute contra la voluntad de los dioses.[24]

El coraje es lo que nos dota del poder de aceptar con gratitud todo lo que sucede; dice Bashō:

見るととろ花cあらすと云ととなし、

思よととろ月にあらすと云ふととなし。

No hay nada que veas que no sea una flor; no hay nada en lo que puedas pensar que no sea la luna.

Debemos tener esa audacia que no se acobarda ante lo absurdo.

La Reina Roja dijo: “Esa es una pobre y delgada manera de hacer las cosas. Aquí, la mayoría de las veces tenemos días y noches dos o tres a la vez, y a veces en el invierno tomamos hasta cinco noches juntas, para entrar en calor”.

“¿Son cinco noches más cálidas que una noche, ¿entonces?” se aventuró a preguntar Alicia.

“Cinco veces más calientes, por supuesto”.

“Pero deberían ser cinco veces más frías, por la misma regla”.

“¡Eso es!”, gritó la Reina Roja.

“Cinco veces más caliente, aun cinco veces más frío, así como yo soy cinco veces más rica que tú, y cinco veces más lista”.

Sin coraje, nunca seremos capaces de comprender… el hecho de que todas las cosas, todos los acontecimientos son vehículos de algo que está muy por encima y más allá de las reglas de la moralidad:

El sol poniente se refleja tanto en las ventanas de las casas de beneficencia como en la morada del rico.

Por último, el amor y el valor son una sola cosa en las siguientes líneas del final de Woodnotes I de Emerson:

Cuando el bosque me engañe

cuando la noche y la mañana yazcan,

cuando el mar y la tierra se nieguen a alimentarme,

será tiempo suficiente para morir:

entonces mi madre me dará

una almohada en su campo más verde,

ni las flores de junio despreciarán cubrir

la arcilla de su amante difunto.

:::::::::::::::::::::::::::

 

[1] Emerson, Woodnotes, I.

[2] Sartor Resartus.

[3] Matt, 26, 27.

[4] Sartor Resartus.

[5] Lo cósmico y el microcosmos.

[6] Belloc, El comedor de cebollas.

[7] Medida por medida, III, 1.

[8] Othello, 3, 3.

[9] El Mercader de Venecia, IV, 1, 65

[10] Goethe dice: Lo importante en la vida es la vida, no el resultado de la vida.

[11] El cansancio no demuestra que tiene dónde descansar. Arnold, Empédocles.

[12] La naturaleza de Buda.

[13] Stevenson, Los Almirantes Ingleses.

[14] Tennyson, Ulises.

[15] Simbolismo y espacio, IV.

[16] Destino y Causalidad, XI.

[17] Proverbios de Alfred, 1246-50.

[18] Phaedo, 58.

[19] Bashō.

[20] Kamo no Chōmei, siglos XII-XIII.

[21] Oishi Yoshio, 1659-1703.

[22] Saigō Takamori, 1827-1877.

[23] Dazai Shuntai, 1680-1747.

[24] Kakinomoto-no-Hitomaro, c.662-c.709.