Haibun 52

Haibun 52

Tarde de Reyes

Anoche llovió. Desde el amanecer el cielo cubierto de nubes acentúa la sensación de frío. Esta tarde, junto al mar, un débil círculo de luz se desplaza hacia el oeste.

En el espigón dos siluetas erguidas. La más cercana al agua, alguien que pesca… la otra, un hombre acompañado de su perro. En el azul profundo del atardecer a las dos figuras les falta poco para rozar con su cabeza la línea del horizonte.

Casi es la hora de que lleguen los Reyes Magos. En esta parte de la bahía nadie parece esperarlos. Gente que pasea tranquilamente a sus perros por la playa. Una paloma que vuela de la arena hasta la rama sin hojas del árbol paraíso. En uno de los bancos de madera dos mujeres mayores sentadas muy juntas charlan animadamente.

-Abrazar el amor…, dice una de ellas.
-Abrazar el amor y saber que no somos tan diferentes… -oigo al pasar.

Sin pizca de viento, hasta el mar parece estar en silencio.

Al otro lado, en el puerto, van juntándose cada vez más niños con los fanalets de reis* encendidos para recibirlos. Ilusionados, expectantes, algunos asustados por el bullicio de la fiesta y el movimiento. En este pueblo los Reyes llegan en barca.

Comienzan a aparecer tonos rojizos en el cielo, en el mar… en este mar sereno del atardecer.

Una y otra vez mis pensamientos van hacia la noticia que he recibido hoy. Se ha ido un amigo de la juventud. Hace muchos años que no le veía. La última vez que coincidimos fue en el 2012. Nuestros caminos hacía tiempo que se habían separado.

Siguen los hombres erguidos en el espigón. En el horizonte una franja blanca de luz contrasta con  el azul noche que nos envuelve.

Junto a una mujer cruzan tres niños. Llevan farolillos en la mano y los ojos muy grandes.

Para que la espera sea más dulce los invitan a chocolate caliente y melindros**.

Mar en calma.
La pareja de abuelos
arrastra el paso

M.Ángeles Millán “Hikari”
Palamós (Girona)

* fanalets de Reis: farolillos de Reyes

** melindro: bizcocho de soletilla

De Nochebuena a Reyes

Navidad
Las orquídeas rosadas
detrás del humo.

Jorge Braulio Rodríguez

 

Flores de Pascua.
Nadie a quien regalar
–dice el anciano

Mari Ángels Millán “Hikari”

 

La nochebuena;
una luz en la mesita
por los que no están

Xaro Ortolá

 

El año nuevo.
Vuela un zorzal por los
olivos arrancados.

Gorka Arellano

 

Navidad;
en el tendal unas gotas
llenas de sol

María Jesús Pérez

 

noche de lluvia –
el llanto de un cachorro…
después de Reyes

Mirta Gili

 

Víspera de navidad
En el umbral de la iglesia
duerme un mendigo

Idalberto Tamayo

 

Suenan campanas.
Sobre el pueblo nevado
cientos de estrellas

Piluca Carmona

 

El vaho que echan
los auroros cantando.
Sol de Año Nuevo

Mavi Porras

 

Nieve en la sierra.
Trabado en el tejado
un globo de Reyes.

Roxana Dávila

 

noche de fin de año –
dos babosas subiendo
por la leñera

José Luis Vicent

 

Nochevieja.
La perra mira al niño
comer las uvas.

Marga Alcalá

 

Los trinos
en la Fuente Garcíez –
Mañana de Año Nuevo

Juan Francisco Ramos

 

el sonido de la hojarasca
al cruzar la calle –
brisa de Navidad

Israel López Balan

 

Una tras otra
las montañas nevadas.
Luz de año nuevo

Rubén Marín Salvador

 

fin de año-
el graznido de una corneja
bajo la lluvia

Luis Herrero

 

Día de Reyes.
Las yerbas de los Monegros
escarchadas

Mercedes Pérez

 

Nochebuena…
También rumor del viento
entre los pinos

María Isabel Vidal

 

Luz del ocaso.
El abrazo de la abuela
en Navidad

Robert Rodríguez

 

Any Nou –
cauen de les branques
gotes de boira

Año Nuevo –
caen de las ramas
gotas de niebla

Joan Anton Mencos

 

se acerca el solsticio –
el frío en el arañazo
del cardo santo

Jorge Moreno Bulbarela

 

Atardecer –
El canturrear del mendigo
en Navidad.

Javier Sánchez

 

año nuevo,
gotea en el poyete
la Flor de Pascua

Elías Rovira

 

Nochebuena
con gotas de rocío
el pan casero.

Bibi Gibb

 

Año nuevo;
mientras crepita la leña
hablan de los ausentes.

Manuel Díez Orzas

 

(senryû)

Ya reunidos
junto al árbol de navidad.
Pedo del perro

Rodolfo Langer

El tiempo de los dioses

Comienza un año nuevo y renace, contra toda esperanza, el sueño mítico: la armonía de cielo y tierra evocada por Shiki en un célebre haiku. Recordamos la palabra creadora del Génesis, y recordamos la leyenda de Amaterasu: la diosa del sol, enfadada y temerosa de su propio hermano, se recluye en su cueva celeste, dejando al mundo sin calor y sin luz. Ochocientas divinidades fracasan en el intento de convencerla para que salga de la cueva, hasta que Uzume, diosa de la alegría y del baile, inicia una danza lasciva que provoca el aplauso y las risas de los demás dioses. Picada por la curiosidad, Amaterasu entreabre la puerta de la cueva y ve su rostro en un espejo de bronce que habían colocado a la entrada, Deslumbrada por su propia luz, la diosa sale al exterior, los dioses cierran la puerta tras ella, y el sol vuelve a brillar sobre la tierra.

                El día de Año Nuevo ha generado todo un “corpus” poético en el calendario estacional del haiku.  Los poetas valoran el primer sueño -sobre todo, si se sueña con el Fuji o con un halcón-, expresan su alegría, su decepción o su sorpresa. A Yayû no le importa que la gente pise la nieve. Ichiku introduce una percepción sutilísima cuando dice: “día de Año Nuevo / qué lejos me parece / el día de ayer”. Sin embargo, Issa ve que el montón de basura parece el mismo, y Hôrô muestra su desencanto: “tanto esperar, ¿y qué?: / un día más…” El fin de año tiene un toque de quietud y de melancolía: Issa nos ofrece la estampa del gato sentado ahí, como uno más de la familia. Rotsû, el mendigo, expresa su soledad y desamparo, porque todos reciben regalos, pero nadie se acuerda de él.  Y Buson recuerda, nostálgico, al maestro: “se fue Bashô / y yo sigo inmaduro / y acaba el año” … Serenamente se celebra la sucesión de la estaciones -cerezo, cuco, luna y nieve- y se medita en la fugacidad de la vida.

                El tiempo mítico persiste y reaparece en una leyenda muy nuestra: la del monje y el pájaro. Un monje medita en el misterio de la eternidad y en la duración del paraíso, se dirige hacia el bosque y de pronto escucha el canto de un pájaro junto a una fuente, pierde la noción del tiempo -pasan 300 años- y saborea el tiempo sin tiempo del paraíso. Una versión sitúa la leyenda en el siglo X, protagonizada por Virila, monje del monasterio navarro de Leyre. En otra versión, el protagonista es el monje Dom Ero, fundador del monasterio pontevedrés de Armenteira, que después aparece en la Cantiga 103 de Alfonso X el Sabio. A este tema dedicó el sabio gallego Xosé Filgueira Valverde su tesis doctoral “Noción del tiempo y gozo eterno en la narrativa medieval”. Otras leyendas, como la de “Los siete durmientes de Éfeso” o la de “Margarita la tornera”, ahondan en el enigma del sueño del tiempo o en la amorosa suplantación que la Virgen María hace de la monja raptada.

                Y llegamos a la música, “esa misteriosa forma del tiempo” -como la define Borges en su “Poema de los dones”-. También en los tiempos sombríos es posible cantar. Y aquí está, como un regalo inmenso, en la incomparable voz de Mahalia Jackson, una canción que nos habla de que hay un tiempo para cada cosa, “The green leaves of Summer”, las hojas verdes del verano.

***

Enero 2024

CONSTRUIR

En luna llena,
lejos, unos ladridos.
Final de año.

 

DECONSTRUIR

El haiku que presento estos días finales del año tiene, como todos, una historia, es decir, unas circunstancias de composición. Fue una historia feliz porque acabó en haiku. Pero también tuvo otra historia infeliz porque fue el resultado de un haiku malogrado. O no. Cuento ambas historias.

Este haiku lo compuse hace cuatro o cinco días, un 24 o 25 de diciembre. Era la hora del crepúsculo, el momento mágico para componer haikus, entre dos luces, cuando, como casi todos los días, salgo a pasear cerca de mi casa, por caminos rurales bordeados de castaños y robles, en el Real de San Vicente donde paso estos días. En el trayecto de vuelta, ya de bajada, veía el disco luminoso de la luna elevarse por encima de la Cabeza del Oso. Pero el día en que compuse este haiku no salí de paseo para disfrutar viendo la luna, sino porque, por estas fechas y a esa hora en que llega la noche, casi siempre oigo el ulular del búho. Dicen que se trata del búho real, que habita por estos parajes. Y tenía la esperanza de que su canto lejano, lúgubre, uuuuhh, uuuhh, me sirviera para componer un buen haiku.

   Tal fue mi deseo durante el paseo de esa tarde. Pero esa tarde, casualmente, no oí al búho. Decepcionado, pensé:

Sale la luna,
Pero no canta el búho.
Final del año.

Menos, tal vez, poético, que el ulular del búho,  el ladrido de algún perro, muy lejano, sí que llegó a mis oídos esa tarde noche. ¿Cuál de los dos haikus os parece mejor, o menos malo? ¿Será cuestión de estéticas: es más hermoso el canto del búho que el ladrido de un perro? ¿O cuestión de lo que fue, lo que se oyó, comparado con lo que no se produjo (pero que podemos imaginar)?

    Los dos haikus, eso sí, expresan, sin saber yo muy bien porqué,  el misterio de la vida, la perplejidad de la conciencia humana ante el paso del tiempo.

    Un año más se acaba. Pero los perros siguen ladrando como si nada, los búhos siguen sin ulular cuando esperamos que lo hagan, la luna sigue saliendo. Y el haijin sigue columpiándose en diecisiete sílabas para lanzar su canto al aire.

   Ah, una nota publicitaria para algún lector que viva en Madrid o cercanías. Desde el 16 de enero del nuevo 2024, todos los martes, hasta mediados de agosto, imparto un curso presencial en Casa Asia de Madrid (información en la web de esta institución. Inscripciones abiertas hasta el 10 de enero). Se titula: «Poesía clásica y moderna de Japón». Y, ciertamente, habrá en él una sesión dedicada a esta extraña pasión nuestra: al haiku. Por esta razón, por su relación directa con nuestra pasión,  me tomo la libertad de mencionarlo aquí.

  Uno año rico en haikus deseo de todo corazón a los lectores de El Rincón.

Presentación. Enero 2024: Comenzar

Presentación

Hace 8 años atrás, apenas siendo una estudiante de japonés inicial, descargaba de un sitio sospechoso El monje desnudo de Taneda Santôka. Me acuerdo que lo leí completo una madrugada de enero en la que el calor no cedía. Después de esa lectura de un tirón y en caliente, iba y volvía entre los haikus: buscaba los kanjis que entendía, arriesgaba traducciones novatas y creaba hipótesis con los dobles sentidos que se originaban entre la falta de corte del verso y los kanas. Es cierto, que castellano de esa traducción no era el mío. Muchas veces necesitaba recomponer la traducción a mi español argentino, incluso al de mi provincia natal, Santiago del Estero, donde conjugamos en otro tiempo verbal y, a veces, usamos algunas palabras en dialecto. Así, el ejercicio de “traducir” haiku, de deslizar los sentidos entre lenguas y ensayar hipótesis que destejan el universo simbólico japonés ha estado conducido principalmente por los haikus de Santôka.

Esta columna está dirigida a un público de habla hispana en general. Sin embargo, lo que quiero expresar con las palabras anteriores es que algunas traducciones pueden sonar extrañas. Cuando interpreto y hago el pasaje de una lengua a otra, me permito ciertas libertades con la intención de capturar el efecto haiku o, parcialmente, el mensaje de los fragmentos de diarios u otros escritos que quiero compartirles.

En el caso de los haikus, en particular, a veces los van encontrar acompañados con comentarios que no solo se relacionan con mi interpretación (una entre muchas posibles), sino también con la aclaración de algunos términos. No obstante, a aquellos que conozcan el japonés, los animo a intentar visualizar las imágenes desde la lengua original. Aunque puede que no cause el mismo impacto que en los corazones nativos, creo que en demora de la lectura. Una demora necesaria para imaginar una traducción instala un tiempo clave para ejercitarnos en el camino del haiku: dar precisión a los significados de las palabras, a veces difuminarlos, poner en juego nuestra intuición, captar posibles desvíos de sentido, pero siempre bajo un trazo conectado con un sentido más literal y determinado por ciertos contextos, entre otras tareas. Estas configuran la imaginación poética necesaria para acercarnos al universo poético de cada haijin y, a su vez, reencontrarnos con el propio. Leer haikus no es simplemente un camino de ida hacia el universo del haiku en japonés, sino más bien un camino de vuelta hacia la reconfiguración de nuestra imaginación sobre él.

Dicho esto, con esta columna quiero presentarles y comentar traducciones de haikus inéditos, así como también editados, y ofrecer fragmentos de los diarios y algunos ensayos de Santôka. Creo que desde las primeras traducciones de Vicente Haya, con las antologías El monje desnudo y Saborear el agua, Santôka se ha vuelto uno de los poetas del haiku más admirados, tanto por lectores experimentados como por aquellos menos familiarizados. Poeta y monje zen, que viajaba a pie por Japón, recuerda un poco al maestro Bashô, pero a su vez sus haikus expresan su carácter decadente y desprolijo, características que lo volvieron muy atractivo en los últimos años. Sin embargo, en esta columna quiero ofrecerles una figura de Santôka más amplia a través de traducciones y comentarios. Sabemos que fue monje zen, pero le parecía una hipocresía serlo, y fue arrestado muchas veces por no parecerlo. Sabemos que bebía sake a la luz de la luna de otoño, pero no sabemos realmente que era un alcohólico. Sabemos que fue un gran admirador de las sutilezas de los caminos, pero tal vez no sepa que era profundamente crítico con la sociedad y los efectos de la guerra. Sabemos que pregonaba los ideales de estar en armonía con la naturaleza, pero desconocemos el malestar existencial que motorizaba la travesía de este poeta que caminó sin destino y sin fin casi hasta su muerte.

Ir sin fin se trata de un viaje que durará un año pero que no tiene ningún fin ni destino. No buscaré la rectilínea coherencia sino explorar recovecos, tocar las paredes de los callejones sin salida y perderme en los laberintos de la lectura del haiku. Quisiera con esto responder a la búsqueda de Santôka: viajar como él viaja, vagando de aquí allá liberada de las obligaciones que corresponden a la demostración de una hipótesis.

Junto con los lectores, quisiera que, al igual que Santôka, nos expongamos a la intemperie de la naturaleza, que en nuestro caso es la naturaleza de otra lengua. Para mí, esto implica ir sin fin: reflexionar, deconstruir y reconstruir la escritura de Santôka desde lugares alternativos, pero no menos críticos, con traducciones cuestionables, pero no menos dedicadas. Esta columna busca conciliar una investigación extensa con mi propio entusiasmo poético.

Enero 2024

Verano
Córdoba, Argentina

Comenzar

「...道は前にある、まっすぐに行こう、まっすぐに行こう。」

michi wa mae ni aru, massugu ni ikou, massugu ni ikou.

El camino está por delante, ve recto, ve recto.

La ilusión del comienzo es puramente antrópica. Iniciamos el año porque dividimos el tiempo en porciones de meses que organizan las variaciones climáticas o, alternativamente, en los ciclos lunares y la llegada de un nuevo animal que, se cree, marca la tendencia cósmica. Empezamos un viaje con un boleto de ida y lo finalizamos con uno de vuelta. Organizamos el tiempo más allá de la noche y el día. Sin embargo, ¿es posible comenzar a describir una poética desde el principio?

Cuando intentamos determinar la génesis de una forma poética o la poética (en términos de la creación poética) de un autor, siempre encontramos afirmaciones que parecen ser la “base” o “los principios” que desmienten cualquier otra que quiera reemplazarlas. Decir: aquí se escribió el primer haiku, aquí se convirtió el poeta, sería en vano. No solo sería inútil porque no podríamos verificarlo «a ciencia cierta», sino porque siempre otro acontecimiento se impondrá sobre el anterior.

Algo similar sucede con las críticas biográficas: las referencias a la trayectoria personal solo verificarían ciertos contextos de producción y, aunque una vida comienza y acaba, tiñe de matices la escritura. Suelen tener un carácter testimonial y, aunque pueden contribuir a la interpretación de la información del haiku, no influyen demasiado a la hora de determinar la fuerza poética de la escritura.

Entonces, si hay un comienzo, este se encuentra en media res, en el medio de toda la escritura. El subtítulo de la traducción que quiero compartir hoy da una idea general de esta forma de “comenzar”. El subtítulo es 「扉の言葉」 tobira no kotoba, “Palabras en la puerta de entrada”. Una interpretación rápida podría pensar que el texto que acompaña al subtítulo funciona como un prefacio. Sin embargo, creo que la interpretación debe dirigirse hacia otro lado. En primer lugar, porque este fragmento es extraído de en medio de sus diarios de febrero de 1933, pero también porque en lugar de funcionar como prefacio, el texto presenta una especie de ley vital. El breve texto inscribe los haikus de Santôka bajo dos ideas. Por un lado, la composición poética del haiku como camino, 俳句道haiku-do, donde se inscribe una ética: ir recto por el camino significa estar presente a cada paso. Ir por el camino que se tiene por delante sin punto de partida ni de llegada, un viaje sin auto-destinación sino determinado por la pura voluntad de ir, tal como escribe en la primera entrada de su segundo viaje en 1930:

9 de septiembre 1930.
De nuevo en marcha. Una vez más me doy cuenta de que en realidad no soy más que un monje mendigo. Así, comienzo otro viaje. Voy a caminar tanto como pueda, iré lo más lejos que pueda ir. (Santōka, 2003, p. 31)

Por otro lado, la del camino de la composición poética del haiku en un sentido material: el haiku que se hace al caminar, que se sirve de las sutilezas del entorno que acompañan ese tránsito. Esta es la poiesis de Santôka: la hierba al borde del camino, la alondra que canta al alba, las flores y luciérnagas que anticipan la llegada a un pueblo o ciudad, o el cielo que deviene su compañero de viaje.

*Camino
Palabras en la puerta de entrada

Hace mucho tiempo, mientras mendigaba en la región de Hyuga, me sucedió algo extraño. Era una tarde soleada de otoño, me habían invitado una comida humilde en una taberna de las afueras de una ciudad. Me había levantado el ánimo pero seguía hambriento así que caminé en dirección a mí posada. De improviso un hombre se detuvo frente a mí: parecía de mediana edad, era delgado y pálido. Su rostro me pareció algo nervioso.

— ¿Eres un monje zen? … Dime ¿dónde está mi camino? —

— El camino está frente a ti, camina recto. —

No sé si me estaba probando con una pregunta en el camino, pero de todos modos, parecía satisfecho con mi respuesta inmediata, así que seguí por el camino que estaba frente de él.

“El camino está delante, ve recto.”  Esta es mi creencia. No tengo la habilidad para verificarla, pero creo que esta frase sugiere un sentido que tiene algo de cierto-

Creo que el camino de composición del haiku es igual relevante que la composición como un camino. Los elementos necesarios para un haiku están en todas partes, la clave está en cómo capturarlos. En otras palabras, se trata de cuánto y cómo puedes apreciar la naturaleza. La expresión del estilo, la composición de las circunstancias del haiku, la aparición de patrones formales y los cortes del verso dependen de esta capacidad.

“La mente en calma es el camino”, abogaba el monje Jôshû Jûshin. El viejo Buda Sakyamuni proclamaba: “Cuando sirvan té, toma té; cuando sirvan arroz, come arroz”. Por supuesto, esto se entiende a través de la lógica conceptual de: “La montaña no es montaña, el agua no es agua” que vale tanto como “La montaña es una montaña, el agua es agua”. Una hierba es simplemente una hierba, y eso es la budeidad. ¡Saludo al Buda de la hierba!

El camino no es buscar lo extraordinario, sino practicar lo ordinario. Del aprendizaje gradual viene la trascendencia directa. Al saltar de la matriz nos hundimos en la profunda contemplación.

En fin pulir un verso es pulir el ser humano, el resplandor de un humano se convierte en el resplandor de un verso. Sin el humano no hay camino, sin el camino no hay humano.

El camino está frente a ti, ve recto, ve recto.

*Entrada 389 del sexto volumen de Gyokotsu no nikki, fechado el 28 de febrero de 1933

Referencias

Santôka (19 de mayo 2008) 道〔扉の言葉〕[Camino: palabras en la puerta de entrada].  Aozora Bunko. Recuperado de: https://www.aozora.gr.jp/cards/000146/files/48262_31577.html La traducción es nuestra.

Santôka (2003). For all my walking. Free-verse Haiku of Taneda Santōka with Exerpts from His Diary [Introducción y traducción de Burton Watson]. New York: Columbia University Press. La traducción es nuestra y ha sido cotejada con el original en japonés.

Presentación de Momiji en Japón. Hojas rojas.

Ésta es la primera entrega de una serie de 6 haibun en los que pretendo compartir algunos de los asombros percibidos en el viaje planeado por Carlos Eduardo Viveros Torres para el otoño de 2023. El objetivo era recorrer juntos, algunos de los sitios de la peregrinación espiritual que Matsuo Bashō dejó relatada con poemas en Las sendas de Oku y también lugares conectados con El relato de un Genji de Murasaki Shikibu.

Acompañada por mi maestro, poco a poco me fui integrando en silencio y respetuosamente a la forma de vida japonesa. Así, en calma, sin prisa, con cortesía y consideración hacia los demás, traté de cuidar los espacios y el vacío. Con cierta curiosidad, incorporé una insólita forma de vida. La esencia de la estética y la sensibilidad japonesas me conmovió hasta los huesos y me volvió más consciente de la fragilidad y de la impermanencia de todo ser vivo, pues me permitió descubrir detalles que son difíciles de percibir y que nos llevan a un trance más profundo. Abro mi pecho y mi corazón para que la Gracia penetre.

 

Hojas rojas

Roxana Dávila Peña
“mushi”

Las hojas rojas del arce se agitan con el paso del viento.

Colina arriba, se extiende el cielo despejado sobre otros árboles bañados por el sol de la mañana que apenas calienta.

El ginkgo más alto ya tiene todas sus hojas amarillas y va perdiéndolas poco a poco con las rachas de aire frío. Parecen mariposas.

Las ramas de los cerezos ya están totalmente desnudas.

A un lado un arroyo: agua que baja entre las piedras y las hojas de colores ocres, rojos, amarillos y naranjas. Algunos destellos aparecen y otros desaparecen sobre los líquenes.

Pienso en Hashimoto Takako, en el esplendor de su vida y también en el declive… en la despedida final. Recuerdo ese haiku donde deja ir las linternas flotantes y ve todas esas cosas pasajeras.

Sigo andando. Me limpio las manos y la boca en el temizuya para entrar al mausoleo. ¡Qué frescura! Agua de las montañas sagradas de Nikko para purificarme.

Más y más arriba, con vista al santuario donde casi no llegan los turistas, en Taiyu-in, contemplo el paisaje y pienso en cómo sería percibir el mundo desde el cielo.

Escucho la voz de un monje que recita un mantra y me acerco. Una vara de incienso se va quemando y el humo asciende mientras la ceniza poco a poco va cayendo.

Emprendo el regreso con algunas ramitas de maple en el cabello. Los arboles se agitan, luego se aquietan.

Entre mis dedos,

el agua que rebasa

por poco el musgo.

Presentación. Enero 2024

¡Feliz 2024! Les saludo desde un Santiago de Chile que ya sufre los embates de los incendios forestales, a pesar de estar en primavera aún. Efectos del calentamiento global, resultado de nuestras acciones descuidadas con el mundo que nos acoge, que afecta el progreso de las estaciones, las temperaturas y la vida en general.

Con el sonido del ventilador de fondo ―no porque tenga calor, sino para aliviar el humo que me ahoga― reflexiono que, por extraño que parezca, esta nueva columna que comienzo con este artículo me llevará a pensar ―y los llevaré conmigo― precisamente en las estaciones; cómo estas se manifiestan, cómo las percibimos, las vivimos y son reflejadas en la literatura. Y que si queremos comprender y disfrutar mejor esa literatura, debemos entender más profundamente ese vínculo.

Llevo 17 años trabajando como profesora de idioma japonés, y ocho enseñando literatura clásica japonesa. Ambos trabajos están intrínsecamente relacionados, de hecho, uno le dio origen al otro, por lo que siempre están presentes ambos en mi labor, ya sea en el aula, escribiendo o traduciendo. Tal vez sea dicha experiencia la que ha fomentado mi interés en la poesía clásica japonesa, ya que esta es un perfecto ejemplo de cómo el mundo lingüístico y literario se nutren y codependen el uno del otro al punto de convertirse en arte. Los estilos clásicos de lírica nipona no sólo se ajustan a la definición de Coleridge de que “poesía son las mejores palabras en el mejor orden”, sino que el uso de ellas estaba pensado, desarrollado y reglamentado a un nivel tal, que su manejo en sí era gran parte del proceso de convertirse en un artista en las letras.

Específicamente en el haiku clásico, muchas de sus reglas tenían que ver, precisamente, con el uso del vocabulario, como por ejemplo, los casos del kireji y el kigo. Y es en este último que me centraré en esta nueva columna, a la que, después de mucho pensar, decidí darle el sencillo y directo nombre de “El mundo del kigo”. Mes a mes introduciré un aspecto de esta técnica poética, y tras la parte más teórica presentaré también haikus ―traducidos por mí― que muestren ese aspecto del kigo, por lo que, además de comprender mejor la complejidad de estas “palabras estacionales”, puedan disfrutar de bellos poemas. Así que ¡bienvenidos a “El mundo del kigo”!

Cuando se habla del haiku es inevitable mencionar el kigo y explicar que es la palabra estacional que debe contener cada poema, cuando menos en el caso del haiku tradicional. Y si se requiere mayor claridad, usualmente se dice que con “palabra estacional” nos referimos a una que indique en qué estación del año está situado el haiku. Luego nos deleitamos con algunos ejemplos, como 桜 sakura, cerezo = primavera, o 短夜 mijikayo, noche corta = verano. Pero al profundizar un poco más nos encontramos con que el asunto es mucho más complejo. Basta con revisar un saijiki o kiyose, diccionarios de kigo, para notar que las palabras no sólo reflejan una estación en particular, sino que hay categorías de ellas, ej.: eventos, astronomía, plantas, etc; que no cualquier palabra que retrate un momento del año es un kigo, que algunas se utilizan hace siglos, y otras, más recientemente, y que las razones para ser incluidas varían entre literarias, históricas, de costumbres, u otras. Las mismas estaciones reciben un tratamiento más detallado de lo que se podría pensar. No son simplemente cuatro estaciones, sino que, a su vez, se identifica su inicio, apogeo o declive, y, yendo aun más allá, se dividen en micro estaciones que representan la progresión de los cambios estacionales. Toda esta especificidad podría hacer creer que mata la creatividad, o que, cuando menos, la restringe significativamente. Personalmente pienso que, al contrario, ayuda a prevenir el bloqueo creativo. El haijin ya no se enfrenta a la temida página en blanco, ya sea literal o figurativa, sino que tiene algo de donde partir, una especie de base, de punto de origen que le da el puntapié inicial en la composición. Por supuesto, esto implica también estudiar, investigar, aprender mucho vocabulario, o consultar asiduamente un diccionario de kigo, pero precisamente, es esa práctica lo que ha mantenido viva mucha de la tradición literaria, lingüística, social e histórica que, de otra forma, se habría perdido en las vueltas y cambios de los siglos. Visto desde una mirada extranjera, aunque alguien podría decir que leerá los haikus traducidos, o que sólo quiere componer poemas propios en su lengua que no es la japonesa, creo que es igualmente importante conocer y comprender mejor el funcionamiento del haiku en japonés, ya que, a fin de cuentas, es un estilo poético originario de Japón, y por lo tanto, sólo si nos hacemos familiares con él podemos apreciarlo en su belleza y complejidad, o tratar de replicarlo.

Para este primer artículo he elegido un kigo de Año Nuevo: “新年 shin nen o nuevo año”, que pertenece a la categoría estacional, con las variaciones 年新た toshi arata = el año comienza, 新玉 aratama = joya sin pulir, 年始め toshi hajime = el año que comienza, 年立つ toshi tatsu = el año que pasa, 年迎ふ toshi mukau = el año que viene o recibimos, 来る年 kuru toshi = el año que viene, 年明く toshi aku = año brillante o luminoso (por el nuevo amanecer), y 年改まる toshi aratamaru = el año que cambia o el año que comienza. A pesar de la simplificación en la vida moderna respecto a muchos rituales relacionados con esta fecha, todavía tiene una atmosfera solemne y un lugar importante en la vida de los japoneses. Aunque generalmente se le llama “新春 shin shun o nueva primavera”, de acuerdo con el calendario solar ―el Gregoriano es uno de ellos y fue adoptado por Japón a partir de la Era Meiji (1868 – 1912) ― corresponde a mediados de invierno.

Los tres haikus que seleccioné representan diferentes situaciones que asociamos con este importante momento del año: resoluciones, nuevas energías, deseos.

 

Kuroda Momoko (1938 – 2023)

句を捨てゝしづかに年の改まり

ku wo sutete shizuka ni toshi no aratamari

botando el poema tranquilamente el cambio de año

 

Okada Nichio (1932 – 2022)

山に立ち山に礼して年迎ふ

yama ni tachi yama ni rei shite toshi mukau

parado en la montaña la saludo y le doy la bienvenida al año

 

Hoshino Bakukyuujin (1925 – 2013)

只の年またくるそれでよかりけり

tada no toshi mata kuru sorede yokari keri

sería bueno si este fuera un año común y corriente

 

Hago eco del sentimiento del último haijin: dado el contexto mundial, tal vez lo mejor que podemos desear es que este 2024 sea un año lo más normal, común y corriente posible.

Espero hayan disfrutado del inicio de esta nueva columna ¡Nos vemos en el próximo artículo!

Salutatio. Las manitas del gurí enrojecidas.

Salutatio

Decían los gramáticos antiguos que toda epístola tenía cinco partes: salutatio, captatio benevolentiae, narratio, petitio y conclusio. Rescato estos latinismos del baúl de la retórica porque me gustaría concebir esta sección como una comunicación fluida y dinámica entre el corazón de los lectores y el autor, como si fuera una suerte de conversación epistolar entre ambos. De las cinco divisiones anteriores, sólo querría mencionar dos de ellas: la salutatio, donde se exponían los temas que se iban a tratar, y la narratio, cuyo texto exponía los hechos epistolares.

Mi objetivo, mejor o peor conseguido, sería que esta entrada actuase como salutatio, y, las demás, como cuerpo de la narratio que la sigue. Sirva este preámbulo como presentación de esta sección, “Celebrar la vida”, cuyas entradas estarán basadas en haikus publicados por usuarios del foro “El Rincón del Haiku” durante el año 2023. A lo largo de dichas entradas intentaré que los haikus presentados emocionen a los lectores tanto como a mí durante el viaje que ha supuesto escogerlos, leerlos y vivirlos con sus haijines y los compañeros del foro durante su concepción y su pulido. Intentaré desarrollar ―aunque no prometo nada― sendos hilos conductores que vayan pasando tenuemente de un haiku a otro, sin otro objeto que el de resaltar la belleza intrínseca que poseen y disfrutar de los mismos.

Si algo de captatio benevolentiae hay en esta entrada, es justamente esa: todo el mérito de la sección recae en los verdaderos autores de los haikus y en los compañeros que los trabajaron, no en mí. Yo únicamente puedo enmudecer y asentir ante la grandeza del mundo que ellos plasman por escrito, y difundir, en la medida de lo posible, el haiku que ellos hacen. En fin, dejémonos de palabras y vayamos al meollo, a lo que importa de verdad: corramos prestos a celebrar la vida y el mundo con los haikus.

 

Las manitas del gurí enrojecidas

 Decía Matsuo Bashō que, para escribir haikai (haiku), había que buscar a un niño de un metro de altura. Ellos, los niños, son el último reducto de pureza en un mundo de adultos cada vez más deshumanizado; un mundo donde la polarización campa a sus anchas, la confrontación impera y la imposición triunfa. Los niños, por suerte, aún son ajenos a las diatribas de los adultos quienes, arrogantemente, olvidan lo más importante: vivir. Por esta razón, me gustaría dedicar la primera entrada de esta sección a los niños, con un claro propósito de Año Nuevo: aprender de ellos.

Con el paso de la niñez a la etapa adulta, nos volvemos indolentes al asombro que genera una experiencia por su cotidianeidad, y los niños han de venir a sacarnos del error recordándonoslo:

 Paseo campestre

Dice mi hijo: “¡cuidado!,

no pises las margaritas”

Para un niño, es inadmisible pisar una margarita. ¿Tiene derecho siquiera una persona, por importante y poderosa que sea, a destruir algo bello? La respuesta es tajante: jamás lo tendrá. Ellos son quienes nos deberían enseñar de nuevo a asombrarnos por todo lo que el mundo contiene, a vivir todas las experiencias como si fuesen la primera vez que las sentimos:

 

processionària –
li agafa la ma i diu:
iaia, iaia!

 

procesionaria –

le coge la mano y dice:

“¡yaya, yaya!”

 

Se palpa el miedo en el haiku anterior: el encuentro con una procesionaria por primera vez es, sin duda alguna, escalofriante y peligroso. El niño busca refugio en su abuela —benditas abuelas— , y ella se lo brinda con ternura.

Pocas cosas hay más fuertes que el amor que una madre siente por su hijo:

En sus brazos

le susurra al bebé

Claridad de invierno

Este haiku, rebosante de amor, es una estampa fidedigna de ello. Llama la atención en el haiku la disposición proxémica de los elementos: a nuestro entender, se presupone una madre que se encuentra en el exterior, disfrutando esa claridad brindada por un sol tibio de invierno. La madre siente la calidez del sol; y el bebé, la de su madre. La interrelación que se teje por la transmisión de esa calidez en cadena, que involucra los dos polos del haiku, dota a este de una atmósfera de hosomi bellísima. Por otro lado, el haiku también evoca, en cierto modo, la asociación inconsciente luz/vida, de gusto tan japonés.

Olor a leña –

Las manitas del gurí 1

enrojecidas

1 gurí, risa: 1. m. y f. rur. Arg. y Ur. Niño, muchacho.

En este haiku también está presente esa transmisión de calor, asociada a la vida casi por definición. No sabemos si el pequeño tenía las manos enrojecidas del frío, lo que motiva su acercamiento a la lumbre; o si es consecuencia de permanecer mucho tiempo junto a ella. En cualquier caso, ambas interpretaciones despiertan el mismo sentimiento: ternura.

Sin embargo, cuando los niños ya no conviven con nosotros, las propias casas cambian:

Noche de Reyes.

El silencio

de una casa sin niños

En este haiku de mu-i, el asombro viene precisamente por aquello que no está. Es costumbre cristiana preparar las botas frente al belén la noche de la cabalgata, que el madrugón sea obligado el día de la Epifanía en una casa con niños para abrir los regalos, y que los niños jueguen con ellos todo el día. La ilusión de los más pequeños, pletóricos de haber recibido los regalos, se contagia a todos los presentes. Sin embargo, los niños crecen, y en este haiku la autora se asombra del paso del tiempo; de cómo la vida va cambiando sin darnos cuenta, y el único testigo que queda es ese silencio que impera en la casa, desterrado al ostracismo cuando sus niñas eran niñas.

A otros niños, por desgracia, el mundo los golpea con una crueldad inusitada. El siguiente haiku, que no merece ser empañado por cualquier comentario de palabras vacías, debería remover la conciencia de cualquiera por su absoluta claridad:

Isla de Lesbos:

la marea volvió a arrastrar

el cadáver de un niño

 

Para concluir, espero que con esta breve selección hayamos conseguido parte del objetivo originario: aprender de los niños y vivir el mundo como si fuese siempre la primera vez. Intentemos, por todos los medios, no perder esa ilusión tan necesaria en la actualidad.

(Los haikus seleccionados, en orden de aparición, pertenecen a Idalberto Tamayo, mencs6, Idalberto Tamayo, Bibisan, Mavi y Vanni Fucci).