Todas las entradas de: el rincón del haiku

Mayo 2022

Mar

Tarde fresca. Decido sentarme al borde del acantilado desde donde puedo observar el mar y su movimiento. Una placidez profunda llena los sentidos. Sombras de pequeñas nubes corren del mar a la meseta.

Pasados unos minutos retomo la caminata por el sendero.

Tarde de abril.
Fulgor en las chauchas
del algarrobillo

http://faunayfloradelargentinanativa.blogspot.com/2017/08/algarrobo-patagonico-prosopis-denudans.html

Me dirijo hacia la orilla, avanzando con el sonido de las piedras bajo los pies.

La marea comienza a subir; entre espuma, arenas grises y pequeños remolinos unas Ostreas máximas (fósiles del Mioceno inferior).

En una zona donde la marea no baja  el bullicio de gaviotas y gaviotines,  brillos de pececillos que saltan en gran cantidad,  indica la presencia de un cardumen de sardinas. Cada tanto  asoman unas aletas, rígidas, y me parece ver desaparecer un ave. Son ¿tiburones? Es probable, si fueran delfines emergen y dejan ver sus cuerpos.

Más adelante encuentro una cueva formada en una roca, con algas verdes que parecen una verdadera obra de arte.

Olor de algas
Entre fucus*
unos erizos

*alga parda

Mayo 2022

Este mes de mayo les traigo un poema inusual de Bashou, pero intensamente japonés, cargado de historia y tradiciones. Y para comenzar, también de forma inusual, lo haremos por el haiku:

あやめ生り軒の鰯のされかうべ

ayame oikeri noki no iwashi no sarekau be

crece el iris en el alero con el cráneo de la sardina

Partamos por el kigo: ayame, que significa iris, el cual hace referencia al Kodomo no hi o Día del niño, que se celebra el 5 de mayo. En esta festividad, que en la antigüedad estaba reservada a los varones, una de las costumbres era decorar con esta flor los aleros en contra de la mala suerte y la enfermedad. Luego tenemos otra referencia a una celebración tradicional: el Setsubun, que en el antiguo calendario era el último día antes de primavera y en la actualidad se festeja el 3 de febrero. En ella se pone énfasis en la “limpieza” de la energía para comenzar un nuevo ciclo. Uno de sus rituales consistía en colocar cabezas de sardinas, o iwashi, en ramas que se insertaban en dinteles de puertas o aleros de casas para ahuyentar a los demonios. Dado que transcurren un par de meses entre una celebración y otra, sólo queda el cráneo cuando comienzan a crecer los iris. Bashou une así estas dos festividades en su haiku.

Pero Bashou no sólo se basa en costumbres relacionadas con los festivales, sino que busca en las tradiciones literarias también. Cuando se habla de cráneos, uno famoso desde tiempos antiguos es el de Ono no Komachi, única mujer del selecto grupo de los Rokkasen o Seis Poetas Magistrales. De hecho, Kamo no Choumei, en su Mumyoushou, texto de teoría poética del período Kamakura, cuenta la siguiente anécdota sobre Ariwara no Narihira, otro de los Magistrales: “cuando Narihira secuestra a Takako y va con ella a cuestas por el campo, de pronto escucha una voz diciendo ‘cada vez que el viento otoñal sopla, oh, duelen mis ojos…’ pero por más que miraba quién podría estar hablando, sólo encontró un cráneo de cuyos ojos salían iris, por lo que pensó que sería un juego del viento pasando por lo orificios. Narihira pensó que este era un buen signo, y luego al preguntar a los lugareños, estos le dijeron que probablemente era el cráneo de Ono no Komachi, quien alguna vez había viajado por esa zona. Narihira, conmovido, dijo: Komachi debe ser, dado que crecen iris.”

Y así, con este haiku inusual, hemos podido realizar un viaje fantástico y misterioso, a través de siglos de lenguaje, tradiciones, leyendas y personajes. Si me preguntan a mí, una buenísima forma de comenzar un nuevo mes.

Haiku 39

39

藪いりやよそ目ながらの愛宕山


Yabuiri ya yosome nagara no atago-san

Las vacaciones del sirviente-
durante todo el tiempo mira
el monte Atago.

Desglose:

 やぶ入[ yabuiri: vacaciones concedidas a los criados], よそ目[yosome: los ojos de otros], ながら[nagara: mientras, durante todo el tiempo], 愛宕山[atago-san: monte atago].

 

Comentario y notas culturales:

 Atago es una montaña (924 metros) al noroeste de Kyoto que alberga numerosos templos. Es un monte protector que se aprecia desde cualquier punto de la ciudad, de tal modo que en el regreso a casa el criado lo tiene presente. Es una especie de símbolo que le protege en el camino . El sufijo “san” hace referencia tanto a la montaña como al tratamiento de cortesía de una persona.

Como nos decía Kavafis en su célebre poema “Ítaca”, lo importante no era tanto la llegada como el propio viaje, el periplo: una oportunidad para sentir, admirar, celebrar la vida. Buson  capta a menudo esta sensación:

 

A.- やぶ入や鳩にめでつゝ男山

yabuiri ya hato ni mede- tsutsu Otoko- yama

Las vacaciones del criado-
admira las palomas
en la colina de Otokoyama.

* Otoko-yama: esta montaña, al sur de Kioto, es el sitio del Santuario Iwashimizu a Hachiman (el dios de la guerra). Las palomas son sus mensajeras y sirvientas: un paralelismo entre semejantes profesiones.

B.-やぶいりのまたいで過ぬ凧の糸

 yabuiri no mataide suginu tako no ito

 El criado en sus vacaciones
camina y pasa de largo
ante los hilos de las cometas.

Rosas

Vicente Huidobro advertía en su “Arte poética”: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema”. Así incitaba a la perfección, como lo haría Juan Ramón Jiménez, advirtiendo ante el poema acabado: “¡No le toques ya más, / que así es la rosa!” ¿Cómo apresar ese lujo sospechoso en la divagación de un artículo, sumando un peso más a la vasta y suntuosa bibliografía sobre las rosas de este mundo? Ninguna flor ha gravitado tanto sobre la cultura de Occidente, hasta ahogarla con su mórbido perfume. Traspuesta, idealizada, esculpida, la rosa ha enseñoreado las artes, ha refinado y enloquecido a sus amantes, se ha erigido en símbolo de la perfección absoluta. En la Edad Media era símbolo de silencio: su presencia en una reunión obligaba al secreto… ¿Cómo no recordar el “Roman de la Rose”, iniciado en el siglo XIII por el joven poeta Guillaume de Lorris, delicado compendio del Arte del Amor? ¿Cómo olvidar a todos los poetas que cantaron a esta flor divina? Rilke esculpió con ella el famoso epitafio que guarda su sueño en Raron:

“Rosa, oh contradicción pura, delicia

de no ser sueño de nadie bajo tantos párpados”.

                A Borges el perfume de la rosa y del jazmín le trae la certidumbre de la dicha perdida. La rosa uruguaya de Matilde Bianqui es rosa de lucha y de perdón y también “rosa verde de mar y de arena”. Pedro Salinas ve palpitar el pecho del océano en la “rosa frágil, de espuma, blanquísima”. Adscrita a la fugacidad, como si anticipara toda despedida, la rosa ha escapado del sino barroco para entrar, audazmente, en la inmortalidad, como si apelara a su origen divino, pues cuenta la leyenda que fue naciendo blanca y perfecta de las pisadas de Afrodita cuando, recién nacida de la espuma, la diosa erraba por las solitarias playas de Citerea. Otra leyenda siria explica la transformación de la rosa blanca en rosa roja: fue la misma diosa la que, al ir a socorrer a su amado Adonis, se pinchó con las espinas de un blanco rosal, tiñendo con su sangre las flores.

                Ya nunca dejará la rosa de ser símbolo de amor ruboroso y ardiente. Su culto prende arrebatado en los dioses y en los mortales. Su perfume trasmina e Oriente a Occidente, desdibujando las fronteras entre la muerte y la vida. En las tumbas egipcias se han encontrado restos de rosas, pero también los muertos han alimentado desde su oscuridad orgánica la semilla inmortal. Millares de volúmenes hablan de su éxito entre los eruditos. Se dice que un emperador chino tenía en su biblioteca más de quinientos volúmenes sobre el cultivo de las rosas. El escritor portugués Eça de Queiroz recuerda en un espléndido ensayo los rumbos de esta flor: su misterioso nacimiento en Citerea; aquel Jardín de Midas donde sólo crecían los rosales que Baco regaba con el agua purísima que, desde la fuente Castalia, traían las Náyades; las rosas que los pontífices del imperio romano cortaban al amanecer con la hoz de plata para perfumar las aras de Venus; la “capitular” de Carlomagno sobre el cultivo de la flor; los “torneos de rosas” en España y Provenza, donde damas y caballeros se arrojaban pesados ramos; la rosa bautizada como flor de María, “Rosa Mystica”; la rosa roja de los rosacruces, símbolo del amor divino, con su alegoría -“Dat rosa mel apibus”-; la esquiva rosa azul, posible e imposible, cifra de lo maravilloso y del olvido…

                En la metamorfosis de su color, cada superstición o creencia ha ido retocándola con inflexiones propias. La blanca rosa original, que primero fue roja por la sangre de Afrodita, lo será luego por la sangre redentora de Cristo. Pero hoy la rosa arrastra una existencia vergonzante y furtiva, como si hubiera consentido un mal pensamiento. Arrojada del paraíso, ya no inunda la vida, sino que la roza como al descuido, asustada de su propio rubor. Ya no es norma, sino lujo marginal. Madrid cuenta con la más bella rosaleda de Europa, pero esa espléndida excepción, apenas advertida, no puede con las tristes transmigraciones de los invernaderos ni con el oprobio de nuestra prisa. Ya no arrojan los novios su ramo ardiente a las puertas de sus enamoradas, esperando con ansia el “sí” o el “no”. Los amantes ya no se tiran rosas a la cara. Se diría que es ésta una edad bárbara que ha canjeado la pasión por la rutina, recordando vagamente que la rosa fue siempre ornato de banquetes y triunfos, gloria de los manteles y del vino, compañera de viaje, reclamo de los muertos que no querían sufrir el desaire de su ausencia.

                Anacreonte llegó a exagerar deliciosamente: “¿Qué sería de la humanidad sin la rosa?” Ella dio nombre, aunque simbólico, a la guerra entre York y Lancaster, las dos ramas de los Plantagenet, cuyos blasones respectivos eran una rosa blanca y una rosa roja. Mucho antes de esa incivil derivación, las primeras rosas del año eran ofrecidas en Roma, en las calendas de mayo, a la gran diosa de las cortesanas, que marchaban en procesión, envueltas en velos amarillos, al son de las cítaras. La diosa de los campos, la Dea-Dia, recibía también la ofrenda de los panes cubiertos de rosas. Ya el padre Homero nos contaba cómo había ungido Afrodita el cuerpo de Héctor con el óleo de la rosa silvestre, mientras inauguraba la metáfora insigne sobre la aurora, “la de rosados dedos”. Rosas en el agua del baño y en el vino de las libaciones. Rosas en los manteles de las bodas y en las apoteosis. Un mundo densamente embriagado. En la antigüedad fueron célebres las rosas de Damasco, Malta, la Campania y Poestum. También las de Persia que, junto con los pavos reales, forman la simbólica quintaesencia de aquel viejo país. La rosa sigue teniendo sus adeptos, pero ese culto apasionado se me antoja un culto de “gehto”. La rosa encarcelada, la rosa de las catacumbas se ve obligada a convivir con el hacinamiento. Ya no despliega su esplendor deslumbrante con su rica e íntima lentitud. La rosa urbana acelera su ciclo frágil, como si no fuera ya de este mundo, “sueño de nadie bajo tantos párpados”… Pero quien la regala da su alma.

***

Abril 2022

CONSTRUIR

Tarde de abril.
Con nada que se interponga
entre el agua y yo.

 

DECONSTRUIR

Con el paraguas en la mano por si me sorprendía la lluvia, en el paseo de la tarde de hace dos o tres días, mis pasos me llevaron al paraje que por acá llaman “los praos cimeros” (sin duda por oposición a los prados bajeros que están, muy cerca, en el fondo del vallejo donde suelo pasar los fines de semana, en el Real de San Vicente). Me sorprendió el vigor y alegría con que salía el agua de la fuente de ese paraje. Una fuente con sus tres caños rebosantes de agua, como se puede apreciar en la foto. Una vigor y alegría tal vez debidos a las abundantes lluvias de las últimas semanas, después de un invierno bastante seco.

  El agua. Cuando mis ojos se clavaron en los tres chorros, con el cuerpo suspendido entre una tierra bajo la cual corrían los manantiales y un cielo preñado de nubes, con la cabeza perdida en medio del aire húmedo de la tarde, me pareció que el agua y mi conciencia eran uno, un algo que no supe qué.

    Dándole vueltas a esta impresión, cuando regresé a casa, me acordé de los maravillosos versos de la haijina Tagami Kikusha (1753-1826) donde, tal vez con una sensación teniendo, en su caso, a la luna enfrente, escribió:

Tsuki to ware to
Bakari noririnu
Hashi suzumi.

Tomando el fresco
sobre el puente a solas,
la luna y yo.

Parece que pudo inspirarse en este otro haiku de la famosa Sono jo o Shiba Sonome:

Dormidos todos,
no se interpone nada
entre la luna y yo. 

Es un acto osado personalizar el haiku con un pronombre cualquiera, como el “yo” de la última palabra de mi haiku (o el ware japonés del primer verso de Tagami) porque el haiku es, por esencia, impersonal, tan impersonal como es la naturaleza. Pero en este caso, me ha parecido que no iba contra el espíritu poético el incluir esta concesión, porque la individualidad se me apareció disuelta en la naturaleza representada aquí por el agua.

   Que el haijin se disuelva en su entorno (naturaleza o situación ambiental) al máximo y, camuflado en el peor de los casos, lance al aire su “fotografía” de tres versos, es tan natural como la respiración o el sonido suave de la lluvia al caer en un charco.  En el haiku de este mes el camuflaje ha sido torpe: el pronombre “yo” dentro de una fuente cantarina al comienzo de la primavera.

Lluvia y fuente. Otra vez  el agua…  Y es que el agua… ¿Es que somos algo más que agua con sensaciones?

Cerezos

El cerezo nos regala belleza, nos regala vida. “Imán de los sentidos” –recordando a Calderón-, el cerezo es luz, armonía, fragancia, alimento y abrazo. Si Herodoto llamó a Egipto “don del Nilo”, podemos decir que el Valle del Jerte ha llegado a ser el “don del cerezo”. Se cree que fueron los árabes quienes bautizaron al río y al valle como “Xerit” o “Xerete” –con el doble significado de aguas cristalinas y paraje angosto- y quienes implantaron o perfeccionaron el cultivo del cerezo. Todo es bello en el árbol: el raso gris de la corteza, el satén deslumbrante y delicado de las flores, la forma y el color del fruto, las hojas verdes del verano, sus tonos ocres y leonados en la melancolía del otoño…

El cerezo es un mundo: junto al frutal originario del Asia Menor, que nos brinda, en sus múltiples variedades, la “perla roja” –que aquí, en el Valle del Jerte, alcanza su máxima calidad reconocida-, se despliega el cerezo ornamental, nacido en el corazón de Asia y reimplantado en China y en Japón. Los remotos antepasados del Neolítico ya conocían y disfrutaban de los frutos del cerezo salvaje. Las primeras referencias de cultivo se remontan a la Grecia clásica, y los romanos cultivaban más de diez variedades, entre ellas la afamada cereza de Lusitania, probable antecesora de la nuestra. Según cuenta Plinio, fue Lúculo, general romano, quien importó algunas variedades de cerezo desde la colonia griega de Kerassos, ubicada en la costa del Mar Negro, tras combatir contra Mitrídates, rey del Ponto, a finales del siglo I a. C. Ahí podría estar también el origen de la palabra “cerezo” (del griego “kerassos”, que habría derivado en el latín “cerasus”).

En la cultura japonesa, la flor del cerezo –asociada con el ruiseñor, uguisu– llegó a imponerse como símbolo de belleza y de afirmación nacional frente a la cultura china, simbolizada por la flor del ciruelo. Hoy como ayer –en una larga persistencia popular y culta- las flores por excelencia, hana, son las del cerezo, sakura, que resumen, al mismo tiempo, toda la primavera, como recordaba Dogen, poeta y monje del siglo XIII: “En primavera, las flores de cerezo; en verano, el cuco; en otoño, la luna llena; en invierno, la nieve límpida y fría; si la mente está serena, ésa es la estación más feliz del año”. En la estética japonesa, “nieve, luna y flores” forman la “trinidad de la belleza” que sigue el paso de las estaciones y representa la totalidad de la naturaleza y de los sentimientos humanos. Ryôkan (1758-1831) lo expresó maravillosamente en su “poema final”:

 

«¿cuál será mi legado?

las flores de la primavera

el cuco en las montañas

las hojas del otoño”. 

                No hay nada más bello ni más frágil. La flor del cerezo nos recuerda, en su fugacidad, que, aunque estamos de paso, debemos valorar cada instante y aprender a morir bellamente. Por eso simboliza el honor del guerrero o samurai: porque cae antes de perder su integridad, y porque encarna las cualidades esenciales del ideal caballeresco: pureza, lealtad, honestidad y valor. El samurai se parece a la flor del cerezo, presta a morir al primer soplo de la brisa matinal. Cada primavera, desde el siglo VIII, los japoneses celebran el festival de hanami (“contemplar las flores”), cuando los cerezos ornamentales despliegan su floración rosada. Una leyenda dice que la flor del cerezo japonés es, en origen, blanca –como la nuestra-, pero que toma esa tonalidad rosa de la sangre de los antepasados que yacen bajo el árbol… La celebración del hanami reúne, en comunión gozosa, a nativos y a forasteros, tal como dice un célebre haiku de Issa:

“bajo la sombra

del cerezo florido,

nadie es extraño”.

La gente suele llevarse una esterilla –que se llama gozâ– y, a la sombra de los cerezos en flor, se bebe sake (vino de arroz), se canta y se baila., en una fiesta que se prolonga hasta muy tarde con la contemplación de los “cerezos de noche”. Todo el país sigue con expectación los partes meteorológicos que anuncian, con varios días de antelación, el acontecimiento, y se disponen trenes especiales, los “trenes de las flores”, para visitar los parajes más célebres. Los primeros cerezos florecen, en enero, en las islas de Okinawa (al sur), y los últimos, en mayo, en la isla de Hokkaido (al norte). Son muy populares los hanami de Kyoto, Tokio y Yokohama, pero el más famoso es el del monte Yoshino, en la región de Nara, donde unos cien mil cerezos, agrupados en masas discontinuas, florecen hacia el 10 o el 15 de abril. Se dice que los primeros cerezos fueron plantados en Yoshino por el sacerdote budista Enno Ozunu (a finales del siglo VII), poniéndolos bajo la protección de Zaô Gongen, divinidad de la montaña, que representa la fuerza y la cólera contra el espíritu del mal. Otra leyenda habla de la diosa de la primavera, cuyo espíritu habría tomado posesión de un cerezo que habría hecho descender del cielo.

                En la pintura clásica coreana aparece con frecuencia el tema de las “cuatro plantas nobles”: la flor de cerezo, la orquídea, el crisantemo y el bambú, pero el cerezo tiene también una larga e intensa simbología en Europa. Bajo su sombra bailan las hadas eslavas y los duendes nórdicos, en una ambigua danza de protección o de amenaza; sus flores representan el incesante ciclo del vivir, el morir y el renacer, y el árbol mismo entra de lleno en la “leyenda dorada”: floreciendo o reverdeciendo a destiempo, quemándose en el solsticio invernal para fortalecer al sol o para asegurar la fertilidad, dando nombre a numerosas advocaciones marianas… El “tiempo de las cerezas” evoca la primavera, pero es también el título de una canción alegre y subversiva que alentó a los revolucionarios de la Comuna de París.

En el imaginario colectivo, el cerezo –consagrado a Venus- favorece el amor, permite expresar los tres deseos de los cuentos y adivinar el futuro, protege a las personas y a los bienes, modula los sueños con diversa fortuna… También aquí, en el Valle del Jerte, protagoniza la “enramá” de la noche mágica de San Juan y el caudal de las coplas:

“A tu puerta puse un guindo,

y a tu ventana, un cerezo,

por cada guinda, un abrazo

por cada cereza, un beso.”

La cereza es el “fruto del paraíso” que se sugiere en algunas obras del arte cristiano medieval, pero es, directamente, el alimento prodigioso –entre la necesidad y la gula- que remite a la niñez, al robo furtivo, a la libertad de los campos. Rica en potasio y en vitaminas A y C, baja en calorías, la cereza despliega sus poderes con adjetivos rotundos: diurética, refrescante, astringente, reconstituyente, antirreumática, cardiotónica, cicatrizante… En sí misma, o en sus conexiones naturales con el árbol que la regala, participa en el “agua de vida” -ese aguardiente insuperable de 42 grados- y aviva la imaginación gastronómica en toda su gama. Y aquí, precisamente aquí, contamos con las mejores cerezas del mundo, ésas que han merecido el sello de denominación de origen: la “navalinda” con rabo, y las cuatro picotas que son como los cuatro ases de la baraja: la “ambrunés”, la “pico negro”, la “pico limón negro” y la “pico colorado”.

                El cerezo requiere aire, altura, frescor: todo un ideal de vida. Un millón de cerezos aguardan al viajero en el Valle del Jerte. Uno solo sería suficiente para la felicidad. A finales del siglo XII, el poeta japonés Saigyô –que tanto amó este árbol- se despedía del mundo con este deseo:

Quiero morir

bajo los cerezos floridos

en este mes primaveral

cuando sea luna llena.

***

Abril 2022

Otoño

Aires  de otoño con nieblas, alternancia de días cálidos y frescos.

La achicoria silvestre sigue regalando la belleza de sus flores celestes a pesar que sus tallos,  al ritmo de la nueva estación,  se notan secos. Como muchas de las autóctonas de esta región, al querer cortar una rama, sus espinas se dejan sentir.

Con los primeros rayos de sol, la mañana apacible invita a disfrutar de la naturaleza. Sobre la piel ese aire fresco con retazos de olores marinos. Unos zumbidos de abejas, el trisar de golondrinas que llega desde algún lugar, el olor de pan horneando, se mezclan con el verde  de este pequeño espacio.  Recorro el sendero de lajas hasta llegar al rincón de rocallas y encuentro al cactus espiral en actividad, si, actividad!!!  El pimpollo, grande, alargado, hoy muestra los sépalos, blancos en el centro con borduras moradas hacia los extremos.

Tomo fotos y regreso a preparar el desayuno

Pasados unos minutos salgo, no puedo dejar de pensar en esa belleza que esta mañana me regala, vuelvo al lugar y noto que sigue el proceso natural   y  abre los pétalos, me quedo cerca con mi cámara fotográfica y  puedo seguir todo el proceso.

Mañana de sol

Infinidad de estambres

en el cactus espiral

Una maravilla de la naturaleza.

Ayer…hoy

La flor de ayer,

en el cactus espiral,

se ha cerrado.

Un cielo rojizo, la quietud de hojas amarillando en los álamos, los gorriones, el ruido de las olas desde la lejanía, bandadas de gaviotas…

Moscas…

Los pétalos atigrados

de la flor estrella

Abril 2022

Mentre camino pels entorns del poble, de vegades em pregunto per què aquest temps em costa de passar.

A partir de mitjans de febrer, encara que fa fred -molt de fred alguns dies- si no fa aire, l’ambient resulta molt agradable, fins i tot calorós a migdia. Normalment, es van repartint algunes pluges lleugeres al llarg dels dies, i no és estranya  alguna nevada a final de mes o la primera quinzena de març. El bosc es comença a poncellar, ja se sent el reclam dels ocells que cerquen parella per niar i, de vegades, se’ls pot arribar a veure portant branquillons d’aquí cap enllà.

remor d’aigua
empaita una femella
l’ànec collverd

Tot és un esclat de vida al meu voltant. Als carrers es veu més gent, més alegria i ganes de respirar a l’aire lliure, de seure a les terrasses a fer el vermut el diumenge. La roba és més acolorida, com els arbres o el sotabosc, en què algunes flors es van obrint. Els conreus verdegen…

el record d’una antiga pèrdua
arriba la primavera

-.-

Mientras camino por las cercanías del pueblo, a veces me pregunto por qué me cuesta pasar esta época.

A partir de mediados de febrero, aunque hace frío -mucho frío algunos días- si no hay aire, el ambiente resulta muy agradable, incluso caluroso a mediodía. Normalmente, se van repartiendo algunas lluvias ligeras a lo largo de los días, y no es extraña alguna nevada a fin de mes o en la primera quincena de marzo. El bosque empieza a brotar, ya se oye el reclamo de los pájaros que buscan pareja para anidar, y, a veces, puede llegar a vérseles llevando ramitas de aquí para allá.

rumor de agua
persigue una hembra
el pato de collar *

Todo es una explosión de vida a mi alrededor. Por las calles se ve más gente, más alegría y ganas de respirar al aire libre, de sentarse en las terrazas a tomar el aperitivo el domingo. La ropa es más colorida, como los árboles o el sotobosque, en que empiezan a abrirse algunas flores. Los cultivos verdean…

el recuerdo de una antigua pérdida
llega la primavera

* https://www.audubon.org/es/guia-de-aves/ave/pato-de-collar