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Poetas en el camino: Santôka

En la tradición japonesa del poeta errante, Taneda Santôka (1882-1940) nos deslumbra por su intensidad. Seguidor tardío de poetas zen, como Saigyô (1118-1190), Ikkyû (1394-1481), Bashô (1644-1694), Hakuin (1685-1768) o Ryôkan (1758-1831), Santôka elige la vía más radical: vitalmente, la intemperie y la huida hacia delante; poéticamente, el haiku de forma libre (jiyûritsu haiku) -siguiendo a su maestro Seisensui (1884-1976)-, sin ataduras formalistas, directo y breve, cuyo aliento comparte con Ozaki Hôsai (1885-1926) a través de la revista Sôun.

La poesía de Santôka se centra en la errancia, la vida al aire libre, la mendicidad, la nostalgia del retorno y la belleza del paisaje; ensombrecida por el remordimiento, y a la vez exaltada y luminosa, con la fuerza de su verdad desnuda.

Con destellos de efímera felicidad, la biografía de Santôka está marcada por la depresión, el alcoholismo y el fracaso: su madre se suicida cuando él tiene diez años; en 1910, el poeta se casa y tiene un hijo, pero acabará separándose, arruinando el negocio familiar de sake y su propia tienda de libros usados; tras un intento de suicidio en 1924, pasa a servir en un templo y se hace monje, pero finalmente opta por una nueva vida en solitario: la de monje errante, con su hábito (hoe), sus sandalias (waraji) y sombrero de paja (kasa), y con su cuenco de metal (teppatsu), mendigando comida o dinero…  Santôka elige, como el verso de César Vallejo, “la soledad, la lluvia, los caminos”, sin renunciar ni a la bebida ni a la poesía, precisando los días en que no disfruta: “cualquier día en que no camino, no bebo sake y no compongo haiku”. En 1926 inicia un largo viaje a pie por Japón, visitando la isla de Shikoku -famosa por la peregrinación de los 88 templos-, la isla de Shodoshima, donde acaba de fallecer su admirado Hôsa, y otros lugares célebres. En 1932, cansado de tanto vagar, se instala en una pequeña cabaña, en Ogori (Yamaguchi), y en 1939 se muda a Matsuyama (Shikoku), a la ermita donde, al año siguiente, muere mientras duerme.

A diferencia de Bashô, que se rodea de discípulos y amigos en sus viajes, Santôka viaja solo, pero comparte con el maestro el “sabor de zen”: sentimiento de soledad, simplicidad, conciencia de lo efímero… (Al final de su vida, Santôka -el solitario indómito- siente nostalgia por las alegres reuniones de su juventud e intenta cultivar renku, la poesía encadenada, tan ligada al haiku clásico, en la que participan varios poetas, pero no queda huella de ese sueño). Santôka siente la mordedura del remordimiento y se lanza al camino, en la búsqueda incierta, pero honesta, de una posible redención. Y en ese anhelo frente a la depravación y la inseguridad, siente alguna certeza, como la del perdón materno, cuando recuerda su desgana infantil: “tallarines; ésta es mi ofrenda, madre: me lo comeré todo…” Poesía y vida se interpenetran en un mismo aliento. Hay melancolía y conformidad cuando el cuenco acepta hojas caídas o granizo, o cuando no hay tabaco en el estanco, o cuando siente en lo más hondo la propia nada: “sin dinero, sin cosas, sin dientes, solo”. Celebra, como Issa, la comunión con las pequeñas criaturas: padres y crías de arañas, juntas, felices, al anochecer; luciérnagas donde estuvo la casa natal; una mantis encolerizada rezando frente al viento de otoño … Siempre la naturaleza, inagotablemente hermosa: montañas verdes, la sombra del viento, la belleza de las hierbas marchitas y húmedas, la Vía Láctea a medianoche y un borracho -tal vez él- bailando…

Inagotable Santôka, yendo y viniendo a nuestra memoria con la intensidad del relámpago, celebrando la vida con la lluvia menuda (“sirimiri… todavía vivo”), afirmándose ante la inmensidad del mar azul, sintiendo ante la muerte la frescura del viento…

***

Haiku 33

しら梅の枯木にもどる月夜哉

Shiraume no kareki ni modoru tsukiyo kana

A la luz de la luna
el blanco ciruelo vuelve a ser
un árbol marchito.

 

 La luz -blanca- de la luna- blanca, se proyecta sobre las flores -blancas- del ciruelo hasta que desaparecen porque se mimetizan. Entonces sólo se aprecian las oscuras ramas del árbol, desnudas como en invierno.

Esta idea contrasta con su verdadero jisei :


白梅に明くる夜ばかりとなりにけり

Shiraume ni akuru yo bakari to narinikeri

 desde ahora
cada noche amanecerá
con las blancas flores del ciruelo.


Se demuestra con este haiku su predilección por el ciruelo frente al cerezo, es decir, su gusto más cercano a la tradición china: la hoja duradera, resistente y heroica del ciruelo, que nace en invierno y resiste sus embestidas; un deseo de vida, de fortaleza frente a la efímera del cerezo. Su obra para la posteridad, un alegato de su vocación poética y pictórica: un cuadro para ser contemplado en los siglos venideros. Buson le pide a Gekkei que añada un título: “El comienzo de la primavera”, indicando que es un haiku para el futuro, varios días después de la luna del 25 de diciembre, cuando ya haya fallecido. La flor del ciruelo florecerá blanca, venciendo el crudo invierno, y a ella se aproximarán los ruiseñores con su canto, ya agudo y vigoroso (recuérdese los dos intentos previos de jisei con ruiseñores en invierno, de canto breve y tibio -véase en los poemas número 7, A y B.

Octubre 2021

CONSTRUIR

En la pileta
Lengüetea  la gata.
Cae la tarde.

DECONSTRUIR

Acompaño una fotografía de la gata Sally dando lametazos al agua del recipiente que hay sobre la mesa del patio de mi casa. Era a esa hora en que la tarde cae y pierde brillo el sol de final de verano. Una tarde estremecida, de repente, por las pequeñas ondas concéntrica de la pileta en forma de flor de loto desatadas por la lengua sedienta de Sally. Un descubrimiento que me sacudió mientras estaba sentado a la mesa hace dos o tres semanas.

   Me pareció que estos tres versos ilustran ese, ¿sexto, séptimo?, principio del arte de composición del haiku según Matsuo Basho que desde hace varios meses vengo comentando, uno a uno, en este foro siguiendo la interpretación de Makoto Ueda. El mes pasado hablé de la resonancia, del eco que produce un buen haiku. El mes que viene, tocará el principio de la fragancia. Hoy toca el del reflejo.

     Este principio yo lo interpreto en un doble sentido. Primero, conforme afirma Ueda,  como el reflejo observado en la segunda parte del poema del enunciado de la primera. Es decir, la segunda parte es la correspondencia fiel de la primera mitad, tan fiel como la imagen representada en un espejo es el resultado de la forma expuesta ante la bruñida superficie del mismo. Pero, misterio del haiku, no es una correspondencia cronológica. En el universo poético del haiku el tiempo está disuelto en un mar en el cual no hay comienzo ni final, en el pozo insondable del no tiempo donde se ahoga sin remedio toda concepción humana del mismo.  ¿Qué ocurre antes: la sucesión de lametazos de Sally o mi conciencia de la caída de la tarde? Ni lo sé, ni me interesa saberlo. Sí que sé que cuando la gata bebe de la pileta, la tarde se desmorona. Es decir, el desmoronamiento de la tarde es el reflejo del acto de beber del felino. Podría invertir el orden de los versos y escribir:

Cae la tarde.
Lengüetea la gata
en la pileta,

En este caso las lametadas de Sally son el resultado, el reflejo, de la caída de la tarde. La sucesión cronológica y la lógica hechas añicos. El mundo del haiku.

    Pero el concepto de reflejo del haiku también, a mi entender modesto, posee otra dimensión, una vertiente, menos filosófica (si filosófico ha podido parecer el anterior razonamiento), una vertiente sinestésica. Me refiero al valor semántico que contiene el término “reflejo”: un valor visual. En este poema, se observa claramente –aunque mejor a través de la fotografía adjuntada que de la lectura del haiku– en la relación directa entre el acto de lamer la superficie del agua y la tarde. Esta, la tarde, se hallaba reflejada apaciblemente en el espejo de la pequeña superficie del agua. Pero tal reflejo ha sido perturbado por la intromisión inesperada de la lengua de Sally. Las ondas concéntricas, visibles en la fotografía a pesar de su estado borroso, son la prueba. El elemento de visualidad, por tanto, con o sin documento gráfico, está presente en estos versos.

    El haiku japonés es rico en visualidad, a veces en forma de color, otras veces en forma de un sutil brillo agazapado en sombras, como el fulgor débil de las estrellas en una noche sin luna. En el haiku, el lector “ve cosas”. Recordemos el famoso de la rana del viejo estanque de Basho. Sin mencionarlas, también en él hay ondas concéntricas causadas por el salto de rana. El lector las “ve”.

    En los siguientes dos poemas igualmente podemos “ver” reflejos, colores, brillos. Uno es el famoso de Rensetsu (1654-1707) sobre la sandía cuyo opulento color rojo, aunque no se mencione –o tal vez por eso– casi deslumbra.

Mi hitotsu  o
moteatsukaeru
suika kana

Capaz solita
de cuidarse a sí misma,
¡ah, la sandía!

Otro, más sutil, es este de Issa  (1763-1828):

 Yabukage mo
tsuki sae seseba
wagaya kana

 Aun bajo los árboles,
mi casa, cuando la luna brilla,
es mi casa.

Podrá ser una casa a la que en todo el día no llega el sol por estar a la umbría de árboles, pero con el fulgor suave de la luna, se convierte en la casa de Issa, en la humilde vivienda de un poeta, de un mago de la realidad capaz de hacernos ver reflejos.

Octubre 2021

Haibun 25

Viaje en el recuerdo II

Podéis leer Viaje en el recuerdo I, el haibun 3,
también de Mayra en la revista
de Mayo de 2020, clicando aquí.

Rompe la primavera con sus olores, sonidos y colores. Se han congregado nuestros vecinos y compañeros del colegio frente al edificio para vernos partir. ¡Cuánto silencio!

Este viaje no es en tren, nos montamos en un carro extraño, negro y viejo. Mis padres en un abrazo bien estrecho, ocupan solo un asiento y medio, se dicen tantas cosas sin hablar. Mi hermano no me pide el lado de la ventanilla… Ni siquiera está a mi lado; y yo, me veo tan chica detrás del cristal.

Ni una nube,
cae a la carretera
un ramo de gladiolos.

Van pasando lentamente los campos surcados, listos para la siembra. En la distancia, niños empequeñecidos corretean descalzos por las explanadas como hicimos él y yo tantas veces. Los ríos comienzan a crecerse con las intensas lluvias de los últimos días, las palmeras mueven las pencas a voluntad del viento. El  marabú a ambos lados de la carretera exhibe pompones rosas y amarillos. Todo ese paisaje que nos sabemos de memoria parece no estar.

Hace calor, una anciana retrasa el paso en un sendero para vernos pasar, se persigna. El olor a pino recién cortado  y azucenas nos compaña todo el camino.

Con los ojos aguados no logro ver el mar, solo una línea azul en el horizonte. Casi llegamos, cuando el carro se detiene me late con fuerza el corazón.

Funeraria
La butaca más cómoda
para mi madre.

                                                                                          Mayra Rosa Soris
Santa Clara (Cuba)

Haiku 32

梅咲ぬどれがむめやらうめじややら

Ume sakinu dore ga mume yara ume ja yara

Se llame “mume”
o “ume”,
el ciruelo florece.

Desglose:
咲 [saki, de saku 咲く: florecer],やら[yara: sobre dos cosas, muestra incertidumbre],

 Comentario y notas culturales:
Buson emplea su humor en este haiku sobre las argumentaciones, eruditas y sesudas, de académicos y escolares acerca de la ortografía correcta de ciruelo: ume o mume. Este poema fue escrito como respuesta al poeta y académico Ueda Shuusei (1734-1809) contemporáneo del erudito Motoori Norinaga (1730-1801). “Mume” fue la forma antigua y obsoleta de “ciruelo”, pero ya en tiempos de Buson se decía “ume”, como en la actualidad. Ueda consideraba que la “mu” debía mantenerse con el sonido “n”-me, mientras que Buson niega la mayor con este haiku en tono humorístico, confirmado por la explicación introductoria del poema:

あらむつかしの假名遣ひやな。字儀に害あらずんばア丶まゝよ

[Es difícil decidir qué ortografía es correcta. Cuando la ortografía no cambia el significado… ¿Acaso importa?]

Octubre 2021

Katatsumuri non-non aruku ame no naka

El caracol camina
a paso lento “pachín-pachín”
en la lluvia

Niño japonés de 6 años

 

                       Compartimos en esta entrega una de las actividades que se llevaban adelante en el taller del Villa Devoto School, en la ciudad de Buenos Aires.

            Para comenzar la actividad de construcción del haiku, consideramos  que el instante en el que se produjo el aware es fundamental como punto de partida. Por esa razón cada participante del taller escribe primeramente su propio relato previo a la escritura del haiku en cuestión. A veces un mismo relato da origen a más de un haiku.

            En principio les sugerimos a los pequeños haijines que el texto sea lo más exacto posible al momento vivido. Que incorporen no solo lo que perciben con la vista sino con todos los sentidos y que además incluyan las sensaciones que  les generó ese momento.

            Al finalizar el haiku algunos eran representados  al estilo HAIGA

Estos son algunos ejemplos:

Al amanecer
el lago se congela,
bajo el hielo, los peces.

Gala – 9 años:

Mediodía  soleado,  había llovido toda la mañana y en el cantero del colegio había una paloma gris tomando sol muy tranquila.

Cantero del colegio,
posando bajo el sol
una paloma.

Connie- 11 años:

Era un día muy húmedo, había llovido y estaba medio embarrado. Estaba corriendo y mientras pasaba vi tirada en un conjunto de hojas una paloma. Sonaba el canto de los pajaritos pero era muy leve. Aunque había sol, lo que predominaban eran las nubes. Se sentía mucho el olor al barro, a la lluvia. Me pareció impresionante ver a la paloma en el medio del camino. Me provocó asco, miedo y ternura.

Olor a humedad,
entre las hojas
una paloma muerta.

 

Juani – 11 años:

En La Catita que es (el nombre de) un campo al cual visitamos en sexto grado fuimos a ver las estrellas. Escuchar el sonido de los grillos en una noche tan bella me generó mucha paz y tranquilidad.

El campo,
en la noche estrellada
el sonido de los grillos.

 

 Abril – 11 años:

En un día tormentoso, la lluvia y las nubes predominaban en el cielo.  Yo desde mi ventana haciendo la tarea observé como las gotas de lluvia caían sobre las hojas de un árbol. El sonido era relajante y brinda tranquilidad.

Media mañana,
el sonido de la lluvia
sobre las Hojas.

 

 

 Micaela – 11 años:

Era una tarde nublada y fresca. Todo estaba calmado en el campo, nada más se escuchaba el ruido de los pajaritos. Cuando fui a ver los terneros, no aguanté y toqué uno. Me asombró mucho su suave y cálida piel y sentí mucha calma.

Tarde nublada,
la cálida y suave piel
de un ternero.

 

 

Día de sol.
Mi tortuga
se come las azaleas.

Octubre 2021

Ya está la abuelita
hablándole a los peces de colores
en el idioma de su pueblo.

– Niño japonés de 11 años
(Trad. Vicente Haya)
(Gracias a Elías Rovira)

«12. Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.
a. Eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color, el género, la orientación sexual, la religión, el idioma y el origen nacional, étnico o social.
b. Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible.
c. Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras comunidades, habilitándolos para que ejerzan su papel esencial en la creación de sociedades sostenibles.
d. Proteger y restaurar lugares de importancia que tengan un significado cultural y espiritual».

(de la Carta de la Tierra)

Octubre 2021

El fin de los mundos
(primeras páginas de un libro futuro)

(Mediodía en la cala de Punta Bela. Cala juega en la orilla, se adentra con su cubo para coger agua y la vierte en el castillo de arena que le construye su padre. Su tito Fran se levanta para darse un baño).
-¿Adónde vas, tito?
-Voy a nadar…-sonríe- ¡hasta el fin del mundo! (Señala el
horizonte donde se divisa, como un gigante marino, Cabo
Cope).
(La niña sigue con la rutina de su juego. El tito Fran es ahora un punto que se desplaza nadando mar adentro).
-Cala, ¿adónde se ha ido el tito Fran? -le pregunta su abuela Mariló.
-Se ha ido al fin de los mundos.

A mi nieta Cala, que me dio el título

Cada año, cada mes, cada día, cada minuto, cada hombre es un mundo que brilla y se extingue con la misma ligereza, con la misma levedad, con la misma sorpresa con la que aparece. En el momento mismo en que se vive y se presencia no se presagia su endeble consistencia, su latido efimeral. Luego llega el recuerdo, en el que permanece hasta que, sin saber cómo ni por qué, deja de acudir a la memoria y se hunde en el magma indistinto del olvido.

         La poesía, el verso, la prosa, el verbo, acuden entonces en nuestro auxilio para recuperar fragmentos perdidos, vivencias que se fabulan y confabulan para erigir un mundo a la medida de lo que creímos haber vivido. Un mundo nuevo que fija la escritura, que se alimenta del pasado para dar continuidad y argumento a nuestra historia.

El aroma del mar
enciende la memoria
de la esponja
inocente y ávida
de la infancia.

Nubes de lluvia.
Amarillean las hojas
del avellano.

 

Otros mares, otras playas,
otra luz, otros cantos,
otros arrullos, otras olas,
otros cuerpos, otras voces
emergen del fondo marino
-el mismo mar que ya no es el mismo-,
flotan en la espuma,
se esparcen en la arena
y se diluyen en efluvios
que se infiltran y sedimentan
en el alma. El limo que dejan
lo arrastrará de nuevo
el torrente indómito del tiempo.

Se ha marchitado
la flor de la maceta.
Sol de septiembre.

 

Se escucha la lluvia
que llega del mar
en las hojas del arce.
Gota a gota cae
desde la copa,
de rama en rama
hasta llegar al suelo
mullido de hierba.
Una babosa naranja
se desliza por las berzas.
Enmudecen los pájaros.
Sólo el discurrir del agua
por los canalones,
 por las hojas, por las riegas,
por los cristales, por las fuentes,
por los caminos… también
por las tejas rotas del hórreo
que auguran su derrumbe.

Llueve a cántaros.
Sólo flores secas
en la hortensia.

         Casas deshabitadas, o ya en ruinas; puertas desvencijadas, paredes desconchadas; la herrumbre en los clavos, en las cerraduras, en los arados, en las azadas, en las ruedas de los carros; caminos perdidos, cerrados, engullidos por la foresta; árboles roídos por la edad que se pudren lentamente hasta perder la última de sus verdecidas ramas; las arrugas en la cara y las manos de los viejos paisanos que aún quedan como rara avis en lo que antaño fueran florecientes aldeas regidas por el ciclo vital de las cosechas… Sic transit gloria mundi.

Olor a humedad.
En la cuadra abandonada
los arreos de las mulas.

 

         Amanece. Una fina gasa de niebla sube por la ladera del monte, se difumina, se extingue… Despierta el canto de los pájaros. Desde el bosque, los prados, los huertos, los jardines, las cercas, las tenadas, los aleros, los hilos de la luz… llegan sus trinos, sus gorjeos, sus silbos. Un tímido sol aparece y desaparece entre restos de nubes que se disgregan. A lo lejos, el humo blanco de una hoguera se confunde con la neblina. Por la ventana abierta de una casa salen las notas de un viejo piano que se une también, como un ser vivo más, a la sinfonía de la mañana.

Salta un sapo
por el camino cubierto
de hojas de higuera.