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INTERCAMBIOS Y RELACIONES ENTRE ASIA Y EUROPA E INFLUENCIA EN LA TRANSFORMACIÓN DEL HAIKU.

El pino vive cien años,
el suave viento de la montaña solo un día.
Pero ambos cumplen su destino
(Poema Zen, anónimo).

Este artículo pretende continuar con la presentación de la evolución del haiku, así como su conocimiento y estudio en el momento en que Occidente y Japón establecieron sus primeros contactos en época de la Restauración Meiji (“gobierno de las luces o gobierno ilustrado”).
En la segunda mitad del S. XIX fue cuando los escritores japoneses sintieron inquietud por experimentar con estilos y motivos tomados de Occidente; de este modo, comienzan por familiarizarse con diferentes estéticas como la del realismo ruso, la poesía inglesa del S. XIX y especialmente Shakespeare, Cervantes…; fue en este momento, en el que Yosano Tekkan[1] comienza a defender la occidentalización del haiku y apoya la subjetividad de la voz poética, así como la expresión individualista, alejándose de este modo de voces interpersonales.
Masaoka Shiki por su parte, también apoya los cambios en la escritura del haiku y propugna en él, un realismo de corte occidental; de este modo la obra del haijin pasaba a ser una pintura de las cosas. Por lo tanto, requería de una lectura más mimética en la cual, el texto se encontraba total o parcialmente desprovisto de referentes externos y, era a través de la lengua y lo expresado con ella como se lograba esclarecer semejanzas inmateriales. De ahí, proviene el prolífico uso de las onomatopeyas en los haikus japoneses donde el lenguaje pasa a adquirir matices imitativos por encima de los simbólicos. En ocasiones, este haiku modernizado también podía carecer del kire y el kireji.

Comiendo kaki
replicó la campana
templo Hōryūji

Shiki

Muu, muu, muu…,
Muge la vaca, y sale
de entre la niebla.
Issa

A su vez, Taneda Santōka (1882-1940) y Ozaki Hōsai (1885-1926) muestran una consideración moderna de la naturaleza, en su poesía el individuo establece una contienda por la autosuperación y la sinceridad de espíritu.

Mojada hasta los huesos…
la piedra que señala
el camino.
Santōka

Mientras más me adentro…
más me adentro…
verdes montañas.
Santōka

En la penumbra de un pozo
reconozco mi cara.
Hōsai

Pero, a finales del S.XIX y a principios del S.XX, las corrientes de vanguardia japonesas encabezadas por el poeta Tekkan vuelven la vista nuevamente a la tradición, tanto oriental como occidental; aunque aclarando que no pueden “cavar campos ya cultivados” y, dejan de publicar en la revista literaria Myōjō [2] adaptaciones de géneros literarios occidentales para pasar a actualizar los géneros y las formas clásicos como el haiku.
El arte y en este caso el haiku, ha sido siempre un puente entre culturas, Mientras los japoneses se occidentalizaban y usaban vestimentas ajenas a sus costumbres ancestrales, adoptaban el verso libre y surgían las vanguardias; los occidentales exploraban la renovación de las formas y el pensamiento mirando hacia los enfoques artísticos orientales.
Resumiendo lo planteado, cabe destacar que a principios del S. XX sucederá una reversión de la corriente intercultural y la estética asiático-japonesa ejercerá una mayor influencia en occidente y no viceversa.

[1] Yosano fue discípulo de Ochiai Naobumi, y un destacado miembro fundador de la sociedad Asaka.
En 1900, Yosano fundó la revista literaria Myojo fue discípulo de Ochiai Naobumi.
[2] Myojo ( 明星Myojo ) era una revista mensual literaria publicada en Japón entre febrero de 1900 y noviembre de 1908. El
nombre Myojo significaba“estrella de la mañana”. La revista fue inmediatamente popular entre los poetas jóvenes que
compartieron el entusiasmo de Yosano por revitalizar el waka a través de la poesía de tanka.

 

BIBLIOGRAFÍA
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Poética del haiku (I). Palabra, conciencia, existencia.

Como apunté al final de la anterior entrega, voy a intentar una aproximación general a lo que yo entiendo que podría ser una poética del haiku, desde el punto de vista de la conciencia de la pregunta que vengo exponiendo. La sencilla palabra que allí se dice posee para mí un doble alcance: por un lado, tiene que ver con la salida del relato (desde la perspectiva del haijín), y por otro con la salida de la facticidad (desde la perspectiva de la naturaleza-existencia). En esta entrega de junio voy a centrarme en este segundo aspecto, e intentaré abordar en la próxima qué significa la salida del relato y qué implicaciones tiene para el hombre y su historia.

Debo subrayar, antes de todo, que la experiencia poética que aquí estoy defendiendo, como capacidad de la conciencia para asumir la pregunta como pregunta, ha de generar un pensamiento poético del que carecemos, que sería la verdadera herramienta para construir una crítica global de la racionalidad de la supervivencia y, más allá de eso, recolocar al hombre de cara a un horizonte de sentido completamente diferente del establecido. Estos breves apuntes no pueden pretender algo tan ambicioso. Solo está en mi mano apuntar algunos principios que considero básicos. Es obvio que tal pensamiento poético (un pensar desde el no saber), no puede establecerse como una reflexión racional de la experiencia poética o un estudio científico de la obra resultante (que es lo que hace la tradición cultural en la que nos encontramos). Sería, más bien, un intento de la propia experiencia poética de la conciencia por dar cuenta de sí misma y, quizá en ese esfuerzo, mostrar otra forma de pensar, generar otra forma de enjuiciar lo que está pasando con el hombre, la vida, la naturaleza, la existencia, la Totalidad…, de manera que pudiéramos verdaderamente darnos cuenta de que estamos siendo reos de una interpretación, de que somos, nos movemos y existimos dentro de la interpretación racional, por muchos matices secundarios que esta tenga.

Desde mi punto de vista, si la experiencia poética de la conciencia no supone una alternativa radical a la interpretación racional de la realidad y la existencia, entonces carece de verdadera significación, no deja de ser un subproducto de la magna racionalidad omnipresente: acaso una experiencia de la subjetividad psicológica, un alegato de la sentimentalidad, una habilidad alcanzada tras la deriva simbólica del lenguaje, una artesanía que coloca de manera novedosa las piezas que el acervo va multiplicando sobre la mesa de la cultura… Pero he de señalar que el verdadero problema radica en que estamos inconscientemente convencidos de que no podemos vivir fuera de un relato, fuera de una interpretación, con lo que se supone que la hipotética posibilidad de alcanzar un pensamiento estrictamente poético lo que nos reportaría sería otra interpretación desde la que poder configurar nuestra experiencia de la vida. En rigor, lo que intento transmitir es que la experiencia poética no configura en sí misma ninguna interpretación, es precisamente la posibilidad de alcanzar una experiencia de la existencia no interpretable, radicalmente abierta, radicalmente enfrentada a cualquier interpretación: lo que he llamado la experiencia de la pregunta como pregunta.

No es posible, en efecto, crear un ‘relato’ alternativo de sentido para dar cuenta de la experiencia poética tal como la concibo. Solo es posible abundar en la pregunta como pregunta, es decir, desvincular la pregunta de todo discurso de sentido, desvincular la pregunta de toda estrategia de respuesta. Pero para hacer esto tendríamos que empezar por desactivar la lógica racional inherente a los ‘conceptos’ concretos que estamos manejando. Cuando hablo de ‘poética’, por ejemplo, no estoy refiriéndome a un hacer del haijín, a una creación personal del yo poético autor de una obra (el haiku). Ese es el planteamiento racionalista que desde el inicio de la filosofía viene orientando todas las poéticas que se han ido configurando a los largo de la historia. En próximas entregas intentaré referirme a algunas de esas poéticas (al menos la de Aristóteles, Kant, Heidegger y Zambrano) para poder comprobar hasta qué punto se encuentran en las antípodas de lo que estoy proponiendo. Cuando hablo de ‘poética’, por tanto, no estoy hablando de un quehacer creativo del poeta autor, de la forma de una obra y el particular modo en que queda ensamblada junto a otras obras en el acervo. ‘Poética’, como ya he dicho, es la manera precisa en que la conciencia se reconoce como estadio de la pregunta en el seno de la existencia. El surgimiento de la pregunta como pregunta es advertido en su particularidad con respecto al movimiento racional de la pregunta como respuesta. Cuando una pregunta nos abre a un horizonte de sentido solo transitable cuando permanece como pregunta, entonces estamos, a mi juicio, ante una experiencia ‘poética’ de la conciencia. Cuando una pregunta nos abre a un horizonte de respuesta, entonces estamos ante una experiencia de la racionalidad. La poética, por tanto, abre el horizonte, que como tal no orienta ni dirige, es pura posibilidad de transitar un no saber. Porque el no saber puede ser transitado. Puede serlo por la conciencia, no por la razón. La conciencia sí puede transitarlo como no saber. Y puede decir algo, un algo que no lleve al saber sino que profundice en la apertura, en el horizonte. Intuyo que la palabra del haiku es de este calibre. Y también lo es parte de la experiencia poética que se encuentra diseminada a lo largo de la historia, desde las más antiguas composiciones de los indios americanos a los poemas con los que muchos de nuestros contemporáneos se enfrentan a la dolorosa identidad que les impone la cultura; versos, en este caso, diluidos en la configuración general de la ‘obra’ creativa del yo-poético de la racionalidad, irreconocibles por la crítica especializada, auténtica policía del imperialismo racionalista, cuando no mera criada de los amos del comercio.

Poética’, por tanto, es para mí experiencia de la pregunta como pregunta. Y llamo ‘conciencia’ no a un saber especial sobre algo, sino al estadio en que aparece la pregunta como pregunta. Saber un no saber es lo que ‘sabe’ la conciencia. Y esto no tiene nada que ver con la antigua máxima socrática. La racionalidad dice “solo sé que no sé nada” en un gesto de honestidad, contra los engreídos y prepotentes, ante el inmenso camino que va hacía el pleno conocimiento de las cosas, hacia la respuesta como tal. Porque el camino de la respuesta, hacia la meta de la Verdad, es realmente arduo y apasionante. Pero la conciencia poética es otra cosa: el estadio de la existencia donde se ha alcanzado la pregunta como pregunta. Por tanto no es una cualidad del homo sapiens sapiens como especie animal, sino un estadio que se encuentra más allá de la determinación biológica. Lo que quiero decir es que la vida ha surgido en el proceso fáctico de la existencia material, y que la conciencia no pertenece ya a ese estadio de la existencia que llamamos vida, sino que supone un estadio diferente, completamente ‘sin sentido’ en el ámbito de los procesos fácticos que han llevado, por ejemplo, al hierro desde las estrellas hasta las células. No hay duda de que de la latencia a la energía, de la energía a la materia, y de la materia a la vida se han producido saltos cualitativos. Lo que intuyo es que de la vida a la conciencia se está produciendo un salto cualitativo aún de mayor calibre que los experimentados en el proceso de la existencia hasta ahora, porque este nuevo estadio ha aparecido como pura posibilidad, como horizonte abierto, es un estadio de extrañamiento radical. Podemos afirmar que no se ha producido de manera fáctica precisamente porque no responde a ningún desarrollo previsible de la supervivencia, porque no aparece en continuidad con la vida, porque, antes bien, parece colocar a la supervivencia en una delicada tesitura: si la supervivencia fuese la etapa culminante del desarrollo de la vida, tal estadio existencial quedaría automáticamente encerrado en sí mismo, porque el ciclo de la existencia fáctica habría llegado a su autoconocimiento pleno en eso que llamamos racionalidad. Pero la aparición de la conciencia no ratifica la supervivencia sino todo lo contrario. Por eso decimos que el desarrollo del estadio de la conciencia no se va a realizar fácticamente, sino que solo aparece como pura posibilidad, como extrañamiento radical en el orden de lo fáctico.

Es cierto que el extrañamiento que supone la aparición de la conciencia no pulula por el aire como un fantasma invisible, sino que está dentro del corazón humano, en su punzada más honda e indescifrable. Pero ha sido sistemáticamente racionalizado. Y la racionalidad no ha hecho sino lo que podía hacer: configurar respuestas. Y lo que ha conseguido es crear el sentido en lugar de pensar el sin sentido; en lugar de asumir la sospecha, fabricar una respuesta aparentemente diversificada: la metafísica, la filosofía, la ciencia, la religión, la espiritualidad… todas ellas basadas en la idea de que la salida de la vida ha de ser fáctica, como lo fue la entrada. Una salida hacia la Nada, hacia el Todo, hacia Dios, hacia el Ser… La conciencia, sin embargo, no puede concebir una salida fáctica de la vida. La respuesta de la racionalidad ha colocado la extrañeza a la altura de la racionalidad, la ha configurado a su manera, hasta lograr que quede insertada en el proceso fáctico global que está a su alcance proponer. Todo, Ser, Verdad, Dios, Bien, Espíritu, Nada… son las configuraciones de la respuesta que le es posible concebir a la racionalidad fáctica. Si la ‘experiencia poética’ no supone una alternativa radical a este planteamiento, entonces tal experiencia carece de significación. Pero insisto en que esa ‘alternativa’ solo podría transitarse desde el no saber, no es un camino hacia el conocimiento o hacia la Verdad.

Podemos intuir que en el desarrollo de la vida biológica ha surgido una extrañeza radical: la capacidad de preguntar por el sentido no tiene sentido dentro de lo fáctico. Lo que quiere decir que la capacidad de preguntar por el sentido de la existencia (latencia, energía, materia, vida) nos advierte de que el proceso fáctico desarrollado hasta aquí se ha visto drásticamente problematizado por la aparición de esta pregunta radical. La aparición de la pregunta como pregunta abre a un horizonte de posibilidad, pues si estuviéramos ante una pregunta como respuesta nos encontraríamos en un horizonte fáctico: la respuesta ya existiría en el germen de la pregunta, la pregunta solo sería una etapa del proceso de realización de la respuesta. Si lo que está planteando la conciencia es una pregunta como pregunta, entonces se ha producido un horizonte sin realización, un no saber, una pura posibilidad de transitar, y el desarrollo posible de lo existente a partir de aquí es absolutamente inconcebible, no hay referencias, no hay señales, no hay previsiones, no hay proyecto… La experiencia poética es la experiencia de la pregunta como pregunta. Y llamo estadio de la conciencia precisamente a este en el que hemos comenzado a tener la posibilidad de experiencia poética.

Podemos decir que el hombre es el momento de la existencia biológica donde se abre esta posibilidad. Podemos afirmar que esta posibilidad no pertenece al hombre como si constituyese un mérito de su capacidad biológica, sino que pertenece, insisto, al proceso de la existencia (latencia, energía, materia, vida), que parece estar inaugurando un estadio totalmente desconcertante que incumbe a lo existente como tal. Al ser la existencia, entonces, la que se muestra ahora como pregunta radical, esto nos indica que tal pregunta se está produciendo en el seno de la Totalidad. No puede darse un fenómeno de conciencia de la pregunta sin que la Totalidad quede radicalmente problematizada. Para la racionalidad, la Totalidad (que puede asumir muchos nombres, como hemos visto) es fáctica por definición. Solo esa facticidad garantiza su correlato racionalista. O dicho de otra forma: la racionalidad solo puede concebir una Totalidad fáctica, le dé el nombre que le dé. Si es concebible la pregunta como pregunta en el seno de la existencia, entonces es la propia Totalidad la que queda abierta a un proceso de identidad, por decirlo así, no fáctico.

Es posible que algún lector piense que estoy deambulando por los cerros de Úbeda. No es así. Si no concebimos la experiencia del haijín y la palabra del haiku en este contexto, entonces la tradición del haiku carece de significación ‘poética’, a mí entender. Pero he de aclarar de inmediato algo fundamental: ni la tradición del haiku está desprovista de innumerables significaciones culturales, espirituales, literarias, etc., ni yo estoy proponiendo una visión unívoca del fenómeno. Solo estoy proponiendo la posibilidad de pensar el haiku de otra manera: desde la conciencia y la pregunta. Y solo pretendo que esta modesta perspectiva alimente el debate y ensanche, si acaso, la posibilidad de una comprensión más global de lo que está sucediendo en el haijín, por más que su propia racionalidad cultural, literaria, filosófica, espiritual, estética o religiosa ya le hayan ofrecido los parámetros desde los que interpretar lo que está haciendo. Tampoco san Juan de la Cruz –lo he comentado en otras ocasiones– pudo interpretar los versos de su propio Cántico Espiritual sino con las herramientas de la teología tridentina que acababa de estudiar en la universidad de Salamanca.

Es muy importante entender que si bien, desde el punto de vista de la racionalidad cultural, el haiku es una tradición japonesa cuya génesis se encuentra vinculada a las culturas orientales de las que tal tradición se alimentó durante siglos, desde el punto de vista de la experiencia poética que aquí mantengo el haiku es un signo de la conciencia, una experiencia de la pregunta como pregunta, y que por tanto aunque ocupe un lugar eminente de la tradición nipona que ha llegado a nosotros por derroteros estrictamente culturales, desde el punto de vista de la conciencia que aquí mantengo la identidad del haiku no se encuentra en su pasado sino en su porvenir, no le viene de su manantial sino de su horizonte. El haiku todavía no ha alcanzado su verdadera dimensión, no ha llegado a su horizonte, por eso a nuestra aproximación ‘científica’ en torno a su historia y despliegue cultural, ha de sumarse una decidida indagación de los caminos que abre como experiencia de la conciencia. Y sería, a mi modo de ver, ciertamente frustrante que una de las experiencias más desnudamente poéticas, más evidentemente desconcertantes para la racionalidad, se quedase precisamente en el cajón de la racionalidad cultural.

El haiku es una de las más evidentes manifestaciones de la conciencia poética. Aunque el haijín, como hombre de su tiempo condicionado por la cultura dominante, pueda interpretar que está realizando una descripción de lo que está ahí en la naturaleza, lo que ‘poéticamente’ está sucediendo es otra cosa: es el propio haijín el que emana de aquello que está sucediendo, acaba de salir de allí, como si brotara del propio aparecer de lo que está dando testimonio. Por eso el haiku es un testimonio del nacimiento del haijín desde lo que acaba de suceder en la naturaleza. Volvamos al haiku de Bashô que nos viene sirviendo de ejemplo: “Un viejo estanque; / se zambulle una rana, / ruido de agua”. Desde la perspectiva poética que propongo, lo que hemos de entender es que junto al “ruido de agua” lo que aparece es el propio Bashô, lo que trae el ruido del agua es al propio Bashô. Bashô ‘aparece’ tras el ruido del agua, es el propio ruido, el propio acontecer de lo que ha acontecido, porque sin Bashô ese ruido habría quedado perdido en la fenomenología fáctica de la naturaleza, en el silencio de lo que no cambia. Por tanto, lo que ocurre en este haiku es Bashô mismo, una extraña identidad que no busca reconocimiento ‘literario’, que no busca autoafirmación personal, que no construye belleza ni ofrece información, ni nada por el estilo. La acción de Bashô, su acto de escritura, ese apunte mínimo en su cuadernillo, es en realidad la manifestación de que Bashô acaba de surgir desde el ruido del agua que ha provocado la rana al saltar sobre el viejo estanque. Y ese nacimiento es la conciencia, y yo llamo ‘experiencia poética’ a la que permite que nos demos cuenta de que estamos verdaderamente ante la conciencia y no ante un supuesto mecanismo racional de creatividad artística o cualquier otra intencionalidad subjetiva.

Lo que aparece en el haiku de Bashô no es el ruido del agua del estanque tras el salto de la rana, porque eso ya estaba allí y se había producido millones de veces a lo largo del desarrollo de la facticidad. La ‘novedad’ es Bashô mismo, la palabra, la conciencia. Que eso que estaba ahí ahora está en otro nivel, en otro estadio, ahora ha accedido a la palabra, a la conciencia. Esta realidad estrictamente ‘poética’ es anterior a cualquier otra consideración de lo que está sucediendo en el haiku, aunque suele quedar sepultada por la engreída racionalidad que le concede al ‘autor’ un protagonismo patético, aduciendo su capacidad artística, su categoría espiritual, su conocimiento de las artes tradicionales, etc. Abundantes baratijas al lado del sencillo y desconcertante hecho de que él es, sencillamente, la conciencia de lo existente, el momento en el que lo existente alcanza el estadio de conciencia.

Que el haiku manifieste de una manera tan radical y desnuda que la naturaleza-existencia ha alcanzado el estadio de la conciencia, es un hecho desconcertante de extraordinaria relevancia. ¿Qué necesidad tiene la naturaleza fáctica de alcanzar un estadio de conciencia? ¿Conocerse a sí misma? ¿Necesita acaso lo fáctico conocerse a sí mismo? ¿No es precisamente lo fáctico aquello que ya es como es y siempre será como será? ¿No da cuenta de ese modo de ‘ser’ la propia racionalidad? Un pensamiento poético sería aquel que intentase transitar por el horizonte abierto por esta perplejidad: que la conciencia no le pertenece al hombre (no es un saber sobre las cosas) sino que es el estadio en el que la existencia muestra un desfondamiento sin sentido en el orden de la facticidad. Porque la palabra del haiku es precisamente (desde el punto de vista de la experiencia poética que aquí mantengo), el momento de ruptura entre el origen fáctico y el horizonte abierto de lo existente. Para la racionalidad fáctica (como tendremos ocasión de comprobar en las distintas ‘poéticas’ que comentaremos más adelante), el horizonte es solo un despliegue del origen. En rigor, no hay horizonte. El círculo está cerrado desde siempre. El haiku del haijín se limita a reconocer y certificar esa facticidad. La experiencia poética, sin embargo, es la que está intuyendo una salida de lo fáctico, es decir, la que está intuyendo que el sentido de la existencia se encuentra en su horizonte, no en su origen. Y que ese horizonte no está determinado, y por eso no podemos ‘saber’ sobre él.

Si desde la perspectiva de la racionalidad la palabra del haiku queda encerrada en el relato de la existencia fáctica, traduce a lenguaje lo que ya es como es, desde el punto de vista ‘poético’ que aquí mantengo, la palabra del haiku significa que eso que estaba sucediendo en la existencia fáctica ha pasado a suceder en el estadio de la conciencia. Que la palabra acaba de emerger sin intencionalidad de nombrar, que la palabra se ha vuelto contralingüística, porque la palabra no designa un objeto, no nos dice lo que hay ahí, sino que manifiesta que lo que hay ahí ha pasado de ahí a la conciencia. A ese tránsito, a esa conmoción profunda que hace nacer el haiku, la tradición le llama ‘aware’. Desde la experiencia ‘poética’ el aware sería justamente el modo de experimentar el momento del ‘tránsito a la palabra’, un dolor de parto que surge en la propia naturaleza y que es sentido en el corazón del haijín. Esa especie de doloroso júbilo de la naturaleza por hacerse palabra es la conmoción propia del aware, aunque sea ‘lógico’ que la interpretación racionalista se quede en el aspecto sicosomático del fenómeno, y a partir de ahí valore su intensidad espiritual, su destreza literaria, etc., todo ello haciendo hincapié en la capacidad del haijín y olvidando por completo a la naturaleza, que permanece inmóvil y estática esperando que el haijín la contemple y diga lo que ve y oye. Este olvido de la naturaleza, este increíble protagonismo del haijín como autor, es muy propio de la racionalidad, incapaz de entender que la conciencia no pertenece al hombre sino que es un estadio de la existencia. Y ese protagonismo racionalista del haijín explica el devenir del haiku como forma literaria y su empaquetado en los comercios culturales de todo el mundo, y la desoladora evidencia de que tal vez estemos perdiendo, nuevamente, la oportunidad de salir del relato, a pesar de que muy pocas veces nos hayamos encontrado ante una manifestación tan cuestionadora.

Si el haijín es lo que sucede en el haiku, y no al contrario, entonces quizá debamos desmontar el papel no solo del ‘autor’, sino del hombre mismo. Parece que desde la conciencia poética el relato de la racionalidad superviviente pudiera encontrar una salida. Pero si la conciencia no puede ofrecer un relato de reemplazo, sabemos de antemano que la racionalidad la tachará de pura aporía. Ese horizonte carece de camino. Sea como fuere, intentaremos seguir hacia el no saber.

 

Junio 2020

CONSTRUIR

 En el paseo,

miró atrás y sonrió.

La primavera.

 DECONSTRUIR

Los que escribimos haikus en español tenemos la suerte de no precisar escribir los pronombres personales. En japonés antiguamente apenas se usaban; y todo el mundo entendía (aunque fuera sin “entender”) quién ejecutaba la acción verbal.

Para mi coleto, en este haiku, el sujeto de “mirar” y “sonreír” es “ella”, “una joven”. Es decir, pienso en una muchacha, consciente de su belleza, que, ante el estímulo que sea, gira la cabeza y sonríe adorablemente (aunque, oh, sea con la mascarilla puesta). Ahora bien, para quienquiera que lea estos versos, podría tratarse de otro sujeto verbal, un hombre, un anciano, un niño, qué sé yo.  Y estaría también muy bien así que así fuera.

Y es que la impersonalidad del haiku es, para mí, uno de los grandes tesoros de esta forma poética que tanto nos gusta a quienes nos acercamos a El Rincón del Haiku. También la naturaleza es impersonal, ¿verdad?

 La impersonalidad es un puente vaporoso uno  de cuyos finales está suspendido, en el aire. Y esto es cosa de maravilla. Pura magia de la poesía. La personalidad, por el contrario, el corsé del “tú”, “yo” y otros pronombres, me parece que limita la dimensión poética. En fin, cuestión de gustos, ¿verdad?

 La verdad es que esos versos me los inspiraron dos hermosos tankas sobre la primavera de la gran poetisa japonesa Akiko Yosano, una mujer valiente, que en 1901 revolucionó la poesía japonesa del tanka –creo que en mayor grado que hizo Masaoka Shiki con el haikai– con su libro Midaragemi (Cabello alborotado). Un apasionado himno a la belleza de la entrega amorosa y del cuerpo femenino. Un himno que antes, en Japón, simplemente no se llevaba.

 Los dos poemas de la gran Akiko los comenté recientemente en el curso online que esta extraña primavera del 2020 imparto, todos los martes por la tarde, en Casa Asia titulado “Escritoras japonesas del siglo XX y XXI”. Además tuvimos la fortuna de que  nos fueron leídos en la propia voz declamatoria de Akiko Yosano, gracias a la generosidad de una de las participantes al curso, Begoña Castro, que también los interpreta con su danza. En fin, los dos poemas en cuestión son estos:

 “«La primavera es corta,
¿Quieres sentir su eternidad˛», le dije,
Y, tomando sus manos,
Las hundí en mis pechos
Rebosantes de vida”.

 Y el otro:

 Pregunta al verso
Quién osa rechazar
El rojo de las flores.
¡Oh, qué encantadoras
las chicas pecando en primavera.

 

 De ambos ofrezco la versión original en El pájaro y la flor (Alianza, 2011).

En mi siguiente entrega de CONDES hablaré de las ideas de Akiko Yosano sobre poesía que publica en un ensayo de 1931 titulado “La mente de un poeta”.

 

Aprender de una flor de colza. Sobre la importancia del kiyose mexicano.

A Carlos, con agradecimiento

Ser siempre estudiante es algo que encaja bien con este lugar. Ser muy bueno en aprender nos hace maestros, ah, pequeña gran verdad escondida en todas las cosas.

Entonces, recuerdo que hubo un maestro zen que buscaba aprender hasta de un niño.

Algo he encontrado en el espíritu de esta tierra que me hace reflexionar. Hay muchas maneras de aprender, pero sólo se profundiza poniendo el corazón. Y con todo, nuestro aprendizaje es sólo un modesto paso en un camino.

(Pensado tras una conversación con alguien de México).

Preámbulo

Hace varias semanas mi amigo Carlos Viveros y un grupo de estudiantes latinoamericanos pasamos en nuestras bicicletas por un campo repleto de flores amarillas muy fragantes llamadas en Japón na no hana 菜の花 (literalmente: flor de verdura). Ese día, le pregunté a Carlos si sabía cómo se llama esta flor en español y me dijo que se trataba de una planta pariente de la canola. Durante los días de marzo y abril he visto a las na no hana cuando doy un paseo por el campo, tanto en los campos cultivados como en los terrenos baldíos y junto a los arroyos. Mi vecindario, llamado Hanabatake 花畑 (campo de flores) comparte el paisaje agrícola con el semi-urbano y, pese al estado de emergencia por la epidemia que también azota a Japón, todavía es posible caminar por los campos. Mi pregunta a Carlos estaba en parte motivada por el interés en cómo traducir al español, o castellano, esta flor que aparece en varios poemas antiguos y modernos. Aquella pregunta se convirtió en el comienzo de una ruta de exploración por las relaciones entre la poesía y el medio ambiente, y de una herramienta poética y ecológica que se resguarda el mundo del haiku: el saijiki y kiyose.
Na no hana 菜の花 (la “flor de verdura”) cultivada frente a un jardín de niños en Japón. Marzo de 2020, Tsukuba.

Poco tiempo después de aquella anécdota, y de una conversación con Carlos sobre la posibilidad de crear palabras estacionales (llamadas kigo) del medio ambiente de México, vi que Cristina Rascón y el equipo de Haiku y Kigo publicaron un Diccionario kiyose japonés y Diccionario kiyose mexicano en la página http://haikukigo.com. En esta página web se puede consultar en línea y de manera libre dos tipos de diccionarios en español: el Diccionario kiyose japónés, de palabras estacionales japonesas, y el Diccionario kiyose mexicano, que es una propuesta de kiyose de palabras estacionales de México. [1] A continuación, intentaré explicar qué es un kiyose japonés.

De manera general, un kiyose (季寄せ) es un diccionario sintético de palabras estacionales llamadas kigo 季語 que se utilizan en el haiku tradicional. El kiyose es la versión abreviada de un compendio más extenso llamado saijiki (歳時記). Las palabras estacionales, o “los kigos” (como yo les digo a veces) son palabras que se refieren a la flora, fauna, fenómenos astronómicos, asuntos de la vida cotidiana (como las comidas y bebidas) y las celebraciones. Algunos ejemplos de esas palabras son la flor de cerezo (sakura), el faisán (kiji), y el melón oriental (uri), que tanto gustaba al poeta Bashō. Algunos kigos pueden ser muy generales, como decir pino para evocar al invierno o melón para el verano, sin embargo, la mayoría tienden a ser un poco más específicos, por ejemplo, el pájaro anteojitos blanco o mejiro (en vez de un pájaro cualquiera). Algunos otros son realmente especializados, por ejemplo, oborozuki, para decir “la luna que asoma entre nubarrones en primavera”. Es a partir de lo específico que comienza lo delicado y sensible, pero gratificante, de la traducción.

En cuanto a los saijiki y kiyose, estos nacieron como listas, glosarios, recopilaciones o colecciones de palabras, y podemos decir que tampoco son diccionarios en un sentido ilustrado o enciclopédico, sino que pertenecen a su propia evolución dentro de la extensa construcción de la cultura-naturaleza japonesa a lo largo de siglos de poesía y artes[2]. El primer saijiki japonés se llamó Manantiales de la montaña (Yama no i) y se publicó en 1647 en el periodo Edo.[3] Actualmente, los saijiki y kiyose se encuentran muy difundidos, con numerosas versiones e impresiones, y son herramientas de consulta para las personas interesadas en la poesía y las artes tradicionales japonesas.

Volvamos a nuestras “flores de verdura” trasplantadas al español, pues he llegado a un punto en el que quiero introducir las siguientes preguntas: por qué es poética y ecológicamente interesante un kiyose mexicano y, qué beneficio ecológico podrían traer los kiyose y saijiki mexicanos. Ambas son preguntas ecopoéticas, y asumen de antemano que la poesía, o el mundo de lo poético, es como una caja de herramientas con impacto medio ambiental. De paso, adelanto que, plantea un reto a poetas, escritores y artistas, pero también a biólogos, ecólogos, ecologistas, educadores, niños, gestores de jardines botánicos y proyectos de divulgación, sobre la manera en cómo conocemos nuestro hogar, nuestro vecindario, o si se prefiere a la naturaleza.

Al prestar atención al Diccionario kiyose mexicano noto que se trata de una propuesta que asume la importancia de la diversidad de lenguas, grupos y culturas, y que además experimenta con las posibilidades, de aquello que se dice académicamente en inglés cross-pollination, es decir, la polinización cruzada entre culturas. Y no sólo eso, pues también estos géneros japoneses plantean una visión post-literaria, para armonizar y complementar, ciencia y poesía en la construcción de una conciencia ecológica sensible, en la que sea tan importante el nombre científico de la “flor de la verdura”, como los usos y costumbres, y las palabras del corazón que nos habla sobre ella.

Dos tipos de flores. El kiyose japonés y el mexicano.

De acuerdo con la página de Haiku y Kigo, este Diccionario kiyose japonés es fruto del trabajo de traducción que hizo la escritora y traductora Cristina Rascón de 500 palabras estacionales, recopiladas por Kenkichi Yamamoto (en su famoso Kiyose de 1986) al que “añade palabras de origen mexicano presentes en el saijiki original japonés, así como palabras no estacionales, sumando en total 547 palabras”. El segundo, el Diccionario kiyose mexicano comprende, inicialmente, 334 palabras seleccionadas por Cristina “quien trasladó la lógica de la estacionalidad de palabras nacionales de Japón a la cultura mexicana”. Una característica de este kiyose mexicano es que “Nace de trasladar la lógica de la estacionalidad de las palabras del diccionario original japonés a la flora, fauna, vida cotidiana y celebraciones de México, tomando en cuenta no sólo palabras en español, sino también términos cuyo origen proviene de lenguas originarias como el náhuatl, el maya, entre otras.” Como precisa su autora, por tratarse de la versión abreviada “no encontrarás explicaciones de historia de la literatura, haikus como ejemplo o imágenes, pero sí encontrarás la clasificación de a qué estación y subestación pertenece la palabra en cuestión, así como la clasificación de a qué categoría pertenece.”[4] (Rascón 2020)

Si fuese sólo una traducción del Kiyose de Yamamoto ya sería bastante loable, sin embargo, quiero destacar que la propuesta ha ido más allá de la mera traducción literal de un kiyose japonés. Hay una intención, en ambos proyectos, de concebir, germinar, y hacer nacer una sensibilidad mexicana, que pone este proyecto en la vanguardia de lo que es pensar sobre traducir. El pensamiento en estos diccionarios no es el de presentar algo exótico al orbe literario hispánico, sino adaptar cierta lógica, con el cuidado de aquello que se transplanta, a un ambiente nuevo. Este ambiente es el suelo del español que es más como un lugar de encuentro de varias lenguas, entre ellas las muchas lenguas indígenas. Su visión es clara, no sólo hay que reconocer la raíz indígena que está grabada en el origen mismo de nuestras palabras, sino convocar el aporte necesario que tienen los poetas en lenguas indígenas en el camino del haiku en México y, yo diría, en el camino de la ecopoética en todo el continente.[5]

A continuación, exploremos la parte técnica. ¿De qué tipo de herramienta hablamos? Comenzaré por buscar la famosa na no hana “flor de verdura” en el Diccionario kiyose japonés. Cito textualmente la entrada:

Flor de colza, flor de nabo o flor de mostaza.

Estación: primavera (春)
Categoría: plantas(植物)

Flor de colza, flor de nabo o flor de mostaza. Na no hana, 菜の花, なのはな. Lit. Flor de vegetal (flor de Brassica).

Observemos esta entrada en particular, es como la que podríamos encontrar en un diccionario botánico, o en el glosario de un libro sobre la biodiversidad de un ecosistema. Los tres nombres: flor de colza, flor de nabo y flor de mostaza, nos sugieren que na no hana es un nombre común y genérico para estas especies. La mención del nombre científico nos ayuda a precisar que se trata de especies que forman parte del árbol genealógico, o comunidad tribal, de Brassica, la cual incluye a especies silvestres, domésticas, y cimarronas. En Brassica encontramos especies comestibles como nabos y verduras de hoja, especies que se consideran malezas, y otras (como la canola o colza) que se aprovechan para obtener aceite comestible. En un saijiki japonés a esta entrada se le añade, por ejemplo:

  1. Una ilustración, o fotografía de la planta.
  2. Palabras y expresiones estacionales emparentadas, algo así como “sembradío de flores de colza”.
  3. Descripción general de la planta y su relación con la cultura moderna. Una descripción de cómo es la planta (flores amarillas, fragantes, hierbas estacionales) y qué tipo de lugar ocupa actualmente en la región, por ejemplo, se puede decir que esta planta actualmente se cultiva extensamente como fuente de aceite en la región de Kansai, por lo que es común ver grandes terrenos cubiertos de amarillo en la primavera.
  4. La información literaria. Qué referencias literarias se conocen de esta flor, quizá alguna cita famosa, verso o dicho popular. En este caso, se puede incluir que “un campo de flores de colza” (“na no hana no hanabatake”) es el inicio de la famosa canción “Oborozduki” de Tatsuyuki Takano (1876-1947).
  5. El punto de vista científico. En el que se incluye la información botánica de la flor, si se trata de una planta nativa o introducida, su periodo de florecimiento, sus propiedades medicinales etc.
  6. Poemas ejemplares. Una selección de haikus o poemas donde aparece esa planta[6]. Yo pongo aquí uno de Natsume Sōseki.

菜の花の中に小川のうねりかな

Na no hana no naka ni ogawa no uneri kana

En medio de flores
de colza, las ondas
del arroyo

                                  Natsume Sōseki

Se puede pensar en la lista anterior, para pensar en lo que podría decirse, por ejemplo, de un manzano en la sensibilidad de un inglés, del tanti rao para un shipibo, o del nopal para quien creció en Santa Rosa, Querétaro. Es una tarea lenta, pero que fructifica. En Japón hay algunos saijiki con 5000 palabras y su lista crece y se actualiza, con plantas que no había hace quinientos, o apenas cien años (varias de ellas americanas, como el chayote que en japonés se conoce como melón de hayato, ハヤトウリ), animales y fenómenos climáticos nuevos. Algunas cosas también se van borrando mientras las nuevas llegan, pues se trata de la herramienta viva de un proyecto cultural vivo[7]. El loable trabajo de la traductora ha sido abrirnos la puerta a ese mundo de raíz honda que no desdeña la ciencia, sino que la incorpora. El mundo de una herramienta poética, y yo diría también de una herramienta ecológica.

Finalmente, cuando observamos un saijiki o kiyose moderno, estamos frente a un proyecto híbrido, que nace en el lugar de encuentro de la poesía, la observación científica, y la memoria. Na no hana es la flor que refiere a muchas especies y variedades de Brassica, y también es la flor de los poemas y canciones de distintas personas que han observado las flores amarillas llegar con la primavera. La parte poética añade algo único, y es la cualidad de una relación que no es nunca la misma, pues allí donde alguien se percata que florecieron las junto un arroyo, tres siglos más tarde alguien dice que florecieron en un vertedero clandestino, o junto a la cerca de un laboratorio de partículas elementales. Aquí hay un asunto ecológicamente importante: los poemas traen a nosotros un conocimiento que se ha guardado en el corazón humano de otro ser con vida y que da cuenta de la calidad de su relación con éste. En el saijiki, el conocimiento botánico, geográfico, histórico, que es un conocimiento ecológicamente importante, se amplía gracias al conocimiento poético que incluye, sentimientos, costumbres, usos culinarios, medicinales, sensaciones, recuerdos, sueños y chistes. Todo ello se actualiza siempre en los ojos de quien lee y convierte esta herramienta en algo valioso para el aprendizaje del mundo que llamamos hogar. Se trata de una herramienta que quizá supera en rango y profundidad de las relaciones entre ser humano-naturaleza a la que podría encontrarse en una enciclopedia. Si la enciclopedia es un proyecto humano del conocimiento, el saijiki, y su versión abreviada, el kiyose, son otra alternativa.

Colofón.

Este artículo es también un llamado a los jardines botánicos, a las páginas de divulgación, periódicos y otros proyectos similares para voltear a ver a la ecopoética. Proyectos como el kiyose, guardan similitudes con los glosarios ecopoéticos, y recopilaciones poéticas en antologías, recuentos, memorias, cancioneros, diarios, etc. En estos días en los que gran parte de los seres humanos hemos tenido que tomar refugio y resguardar nuestras actividades a un circuito limitado o moderado, se vuelve importante el tema de la calidad de nuestro hogar, un tema que es también por los aspectos cualitativos en nuestras relaciones con las plantas y animales, el clima, las comidas y bebidas, y las celebraciones. Ante la situación de desastre y crisis actual, los poetas y escritores, que al igual que los científicos son vulnerables y mortales, se preguntan qué hacer y cómo hacer. Cómo enderezar este rumbo torcido, que se ha torcido al atentar, desdeñar u olvidar contra nuestro bienestar y habitación en el mundo. Hogar es el entorno donde se come, se trabaja, se cría y donde descansan nuestros sueños y donde se nutren nuestras relaciones superficiales y profundas. ¿Qué tan bien queremos comprender el lugar donde hacemos hogar? Si podemos percibir a los seres frágiles que se marchitan como las flores de estación, el alegre canto de los gorriones, a los seres que perdurarán más allá de nuestro paso como el sabino o ahuehuete; o si aprendemos a respetar a los seres que migran como las mariposas monarcas, entonces sí empezaremos a comprender de manera íntima lo que debemos cuidar.

En adelante quiero hacer mi contribución a este proyecto, recolectando haikus, y kigos, que pudieran conectarse de alguna manera con el kiyose o saijiki mexicano, japonés, o indoamericano. Por ello, lector, mis próximas contribuciones estarán orientadas a esta tarea.

Primera recopilación, de la meseta de Anáhuac

Acahual

ESTACIÓN: VERANO (finales) y OTOÑO (principios)

CATEGORÍA: Flor

Acahual. Del náhuatl acahualli: «tierra baldía». Alfombra de oro silvestre, planta herbácea de flores amarillas con usos medicinales. Florece en grandes cantidades en los llanos y tierras baldías en agosto y septiembre.[8] Con este nombre se designa a varias especies de flores amarillas y anaranjadas de la familia Asteraceae, entre ellas:

Simsia amplexicaulis, Heterotheca inuloides, Tithonia tubiformis, Melampodium divaricatum.

Varias de estas especies están consideradas como malezas y hierbas para forraje. Algunas también como plantas medicinales para el tratamiento de heridas, por sus propiedades desinfectantes y cicatrizantes (árnica mexicana), y otras más tienen propiedades para curar padecimientos de la bilis y la bronquitis. También sus flores son importantes para la producción de miel. En México se comercializa una rica miel de abeja de alta calidad llamada “miel de acahual” que es cremosa como la mantequilla.

¿Na no hana?
—flor de canola—
(pero me acuerdo
del acahual)

Sol VerdeEl acahual creciendo con los nopales en la tierra de mi cuñado. Santa Rosa, Querétaro. Septiembre, 2018.

 

Bibliografía

Melchy Ramos, Yaxkin. 2019. Meditaciones Del Pedregal. Visiones Ecopoéticas. México: Astrolabio.

Miura, Satomi. 2015. “Representaciones de Los Alimentos En La Poesía de La Época Premoderna de Japón: El Kigo de Matsuo Bashō.” Estudios de Asia y África 50 (3): 759–778.

Rascón, Cristina. 2020. “Haiku y kigo | Diccionario en español.” Haiky y Kigo. 2020. En línea. Disponible en http://haikukigo.com/.

Kigosai Saijiki『きごさい歳時』En línea. Disponible en: http://kigosai.sub.jp/

Fotografías

Yaxkin Melchy Ramos Yupari

-.-

[1] En la página de Haiku Kigo se dice que dicho proyecto se trata de un homenaje al haikuísta, poeta y filósofo mexicano Arturo González Cossío (Ciudad de México, 1930-2016). También participa Diana Lucinda González de Cossío.

[2] Esta evolución parte con la adaptación de la tradición de las cuatro estaciones en la poesía y artes chinas a las tierras japonesas alrededor del siglo VIII. La influencia de la cultura-naturaleza China en la poesía y artes japonesas se ha mantenido de manera variable, pero constante por siglos.

[3] Para conocer más sobre la evolución de las palabras estacionales y estos compendios recomiendo un interesante artículo: “Representaciones de los alimentos en la poesía de la época premoderna de Japón: el kigo de Matsuo Bashō” (Miura 2015). Disponible en línea en:

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-654X2015000300759 .

[4] En este punto invito al lector a explorar la herramienta. La cuál tiene una interfaz amigable y fácil de usar e incluye una buena sección de preguntas y respuestas orientadas a las personas con interés por los haikus, la cultura japonesa y la traducción.

[5] A muchos mexicanos se nos plantea el reto de cómo empezar a construir la ecología poética y la poética ecológica sobre lo que ha sido colonizado, saqueado, violentado, y cuando no, muchas veces negado y discriminado por nosotros mismos. Lo que planteo es que la idea de naturaleza como hogar poético en México debe ser una tarea abierta a la polinización cruzada y a un nuevo (moderno, pero alternativo) enraizamiento de nuestras raíces, ya sea en urbes como Atizapán de Zaragoza, biorregiones como el Itsmo de Tehuantepec o el territorio de diversas naciones.

[6] Para construir esta lista me he basado en un saijiki en línea japonés llamado Kigosai: http://kigosai.sub.jp

[7] Pienso que sería posible rastrear fenómenos como el calentamiento global en una tradición como el haiku. Pasando por un pueblo a los pies de Monte Hokkyō hay una estela que tiene grabado un haiku escrito hace aproximadamente cien años. En este haiku se habla de la nevada que había cubierto de blanco dicha montaña. Sin embargo, este año 2020, no hubo paisajes blancos cubiertos de nieve en esa región.

[8] (Parte que tomé de mi glosario en Meditaciones del Pedregal). (Melchy Ramos 2019)

APRENDER DE LAS NUBES

Quizás uno de nuestros grandes logros sea aprender de las nubes. “Ahora estoy aquí”. ¿Qué más podríamos atrevernos a sentenciar con firmeza?

Nubes que salen

de ninguna parte

nubes de otoño[1]

¿Acaso tenemos alguna idea sobre nuestro origen, alguna aseveración irrefutable sobre nuestro deambular por esta tierra? ¿Qué firmeza podría haber en ello? Volubles, cambiantes y hechos de innumerables formas sorprendentes e inauditas. Somos como el viajero, consciente de que desconocerá su verdadero rumbo mientras viva:

Está lloviznando

No hay quien lea

la señal del camino[2]

Hoy, aquí. No hay nada más: nuestra vida son tres versos. El resto, una ilusión. Nuestro viento no dejará de soplar, de empujar, de llevar, de transformar: ¿acaso no somos ya nubes? No podremos aferrarnos a ninguna cumbre, a ninguna copa, a ningún valle ni a ningún ser. Viento, viento, viento… Entonces, ¿a qué le llamamos “yo”? ¿Dónde está nuestra firmeza?

Los antiguos ya vieron nuestra realidad: Anatman. No hay un “yo” sólido, fijo e inmutable que nace y muere; hay un sólo Ser, Absoluto y Único, que podemos vivenciar y del que siempre hemos sido parte y jamás dejaremos de serlo, porque esta energía que nos alimenta es la Energía que alimenta al Universo, al Todo, a Atman, a Buda…

Durante todo el día

sólo me encontré

con demonios y budas[3]

Mientras lo hacemos, avanzamos tan insustanciales, tan cambiantes y tan polimórficos como un mundo de nubes. Contemplemos aquí y ahora esa parte del fluir que nos está siendo dada, con toda su belleza y sacralidad, con toda la energía que anima al universo y que se despliega en cada movimiento y en cada cambio. Una miríada de mezcolanzas, esencialmente conectadas, sin ninguna individualidad aislada, sin principio ni fin. Así pues: ¿qué firmeza puede haber en mí más que en la de una nube?

Estoy calado por el agua

que esa nube ha dejado caer[4]

Agua en la nube. Agua en el hombre. El tránsito de la nube. El tránsito del hombre. El cambio en la nube. El cambio en el hombre…

Y, por fin, ¡el don de aprender de una nube!

También la nube que flota

en el cielo de otoño

se acaba quedando a solas[5].

 

Para el beneficio y la felicidad de todos mis amigos de
“El Rincón del Haiku”.

Viento.

 

[1] SANTÔKA, Taneda, en “Las nubes”, en El monje desnudo. 100 haikus, Miraguano Ediciones. Libro de los Malos Tiempos, edición y traducción de Vicente Haya, Akiko Yamada y José Manuel Martín Portales, p. 121.

[2] SANTÔKA, Taneda, en “La lluvia”, ibídem, p. 79.

[3] SANTÔKA, Taneda, en “El Buda”, ibídem, p. 67.

[4] SANTÔKA, Taneda, en “Lluvia”, en Saborear el agua. Cien haikus de un monje zen, Poesía Hiperión, traducción de Vicente Haya y Hiroko Tsuji, p. 63.

[5] SANTÔKA, Taneda, en “Contemplación”, ibídem, p. 87.

 

Lenguaje y ‘racionalidad extendida’. Habitar el relato.

Si en anteriores entregas intenté delimitar precariamente mi intuición de lo que es la conciencia (la pregunta) confrontándola, aunque de manera sucinta, con la racionalidad como generadora de respuestas desde la lógica interna de lo fáctico, similar procedimiento propongo ahora para dar a entender el significado que para mí tiene la palabra radical de la auténtica experiencia poética del haijín, no sin antes entrever el lenguaje como gran formalización de la racionalidad. A este último aspecto concreto dedicaré la presente entrega.

Desde el punto de vista que mantengo en estas colaboraciones, ya he referido con anterioridad la evidencia de que es la propia estructura biológica de los seres vivos la que está diseñada para permanecer y desarrollarse. A esa estrategia interna de la supervivencia he llamado sin más, quizá impropiamente, racionalidad, a modo de capacidad innata mediante la que los organismos adecúan sus órganos a la resolución de las diferentes necesidades que se le plantean en relación con su medio. Este modus operandi puramente biológico se va refinando a lo largo de la evolución y alcanza en los homínidos una capacidad de desarrollo impensable si tenemos en cuenta al resto de la fauna viviente. Hace seis millones de años los individuos de una especie de los primates hominoideos, presionados por las condiciones climáticas, bajan de los árboles y se hacen bípedos terrestres. Hace dos millones y medio de años, estos homínidos se diversifican, y aparece en África el género Homo (erguido, bípedo, con destreza manual y un cerebro más grande). La industria material que desarrollan y el grado de complejidad social que van asumiendo ya será imparable. Y aún los antropólogos hablan de un evidente salto cualitativo en esta proyección: la que tiene lugar hace unos doscientos mil años con el ser humano anatómicamente moderno, que evolucionó de homo sapiens más primitivos: la subespecie homo sapiens sapiens a la que pertenecemos.

Lo que parece haber sucedido es que determinados órganos de esta especie (en principio dedicados a la pura supervivencia en equilibrio ecológico) comienzan a ofrecer (en la medida en que se interrelacionan entre sí gracias al desarrollo de la red neuronal) otras funciones (el lenguaje, por ejemplo) que van a propiciar una extraordinaria complejidad cerebral, que a su vez va a permitir una interacción social sin precedentes cuya consecuencia más significativa, a mi modo de ver, va a ser el crecimiento exponencial de la población, que ya no se va a ver limitada por su nicho ecológico, en tanto cree que puede manipularlo a su conveniencia. Al fenómeno que propicia este desarrollo desvinculado del hábitat podríamos llamarlo ‘racionalidad extendida’, una racionalidad ya no sujeta a los procesos de la estricta supervivencia biológica en un entorno ecológico determinado, y por tanto que ya no buscará la supervivencia de la especie como tal sino la supervivencia de los grupos que hayan alcanzado un estatus de poder en las diferentes poblaciones, principalmente de aquellos que controlan los beneficios de la manipulación del hábitat. Esa racionalidad extendida, germen de los procesos civilizatorios del Neolítico, orienta la definitiva desvinculación del equilibrio con la tierra y establece enemistad con las poblaciones de la misma especie que le disputan los recursos limitados del planeta, iniciando un camino de conquista fratricida cuyo fin no es otro que la extinción del hermano débil o el colapso. Que la racionalidad biológica se desvincule del hábitat de su propia supervivencia, en eso que he denominado racionalidad extendida, es la suicida contradicción en la que ha entrado el homo sapiens sapiens en su última etapa, conocida como ‘historia’. Y el suicidio como especie aparece precedido, como podemos comprobar, por la muerte (muerte física o invisibilidad social) de los individuos y comunidades de la especie que han sido desheredados.

La tesis que mantengo en esta entrega es que solo gracias al lenguaje el homo sapiens sapiens ha podido encaminarse al depredador aniquilamiento de los recursos de la tierra y dirigirse hacia el suicidio de la especie. Porque el lenguaje le ha proporcionado la posibilidad de habitar en otra parte, de habitar en el relato. El relato va a proporcionar a la racionalidad la ilusión de que puede subsistir por sí misma al margen de la tierra, el relato va a proporcionarle el horizonte cerrado donde perpetuarse como racionalidad extendida, a costa, como digo, de haberle tapado los ojos ante la evidencia. Dicho de otra forma, el relato es la configuración cultural de lo que en entregas anteriores hemos llamado la ‘respuesta’, el modo en el que el hombre vive y se desarrolla en la respuesta que se ha dado a sí mismo. Y el relato, también, va a propiciar que los desheredados asimilen y terminen aceptando su papel de víctimas en esa especie de macro-lógica de la historia creada por el relato de la racionalidad extendida.

El origen del leguaje es uno de los asuntos más controvertidos y apasionantes de la investigación actual, no solo antropológica. Para la biología, los cambios anatómicos que lo propiciarán no está claro si aparecen de manera gradual, por selección natural, o como consecuencia de una exaptación. La neurología nos da a conocer que la corteza cerebral, donde tienen lugar los procesos cognitivos y lingüísticos, presenta en los homínidos un desarrollo mayor que en los demás primates. Su inmadurez neurológica en el momento del nacimiento es muy acusada, y por eso el sistema nervioso se va configurando con una plasticidad mayor a medida que va entrando la información sensorial procedente del mundo exterior. La psicología cognitiva, por su parte, nos dice que poseemos una extraordinaria capacidad de procesar información porque hemos desarrollado un sistema neurológico capaz de recibirla, procesarla, almacenarla y recuperarla. Y el lenguaje va a ser el medio por el cual aprendemos todos los conceptos abstractos que después van a condicionar absolutamente nuestro pensamiento. Belinchón y Vygotsky (citados en Rivera 2009) reconocían que el niño, al ir asimilando las abstracciones que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive, dentro de su periodo crítico de maduración neurológica, organiza su sistema nervioso en función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen. Lo que quiere decir que el lenguaje es un instrumento regulador de la conducta y del desarrollo cognitivo de los seres humanos, porque el lenguaje que usamos no forma parte de la herencia biológica (lo que se hereda es un conjunto de características anatómicas y fisiológicas que facilitan su adquisición y uso), sino que forma parte de la herencia cultural; es algo aprendido, algo que puede enseñarse.

Parece ser que las potencialidades neurológicas del homo sapiens sapiens comienzan a posibilitar una especie de bucle de la identidad. Muchos especialistas consideran que el lenguaje regula la conducta, como antes vimos, y que, después, de la propia conducta surge una especie de propiedad emergente que se llama conciencia reflexiva y que tiene que ver con la unificación funcional de todas las capacidades cognitivas. Edelman y Tononi (2000) dicen que la suma funcional de esas capacidades daría lugar a las propiedades de la autoconciencia humana. La sociología, por su parte, nos asegura que todo lo anterior solo pudo realizarse en sociedades intercomunicadas y estables, que pudieran asegurar la continuidad cultural; por tanto, solo a partir de finales del Paleolítico Medio y Superior.

Aunque parece lógico que el lenguaje hunda sus raíces en la incipiente comunicación de los primeros grupos para favorecer su propia supervivencia (como por otra parte hacen la mayoría de las especies, dependiendo de su anatomía y con sus códigos específicos), no cabe duda de que el desarrollo posterior de esta capacidad va a convertirla en la característica principal del homo sapiens sapiens. Podríamos decir que el homo sapiens ha creado el lenguaje y que el lenguaje ha creado al homo sapiens sapiens. Ese plus de ‘sabiduría’ no nos pertenece, más bien nosotros le pertenecemos. (Un ejemplo actual: nosotros creemos que estamos dirigiendo el progreso, pero es el progreso el que nos está diciendo por dónde tenemos que ir, lo que se puede y no se puede hacer. Los que hoy hablan de decrecimiento, sin ir más lejos, son tachados de herejes o ingenuos).

Dice Lledó (1996), con franco optimismo, que la vanguardia del pensamiento actual apunta hacia un reencuentro con la naturaleza, después de los grandes relatos míticos y religiosos que nos han precedido. Pero podríamos preguntarnos si el ‘pensamiento’ puede realizar ese reencuentro. Yo creo más bien que el pensamiento solo puede revisar el pensamiento, solo puede reencontrarse consigo mismo. Morris (1962), al que precisamente cita Lledó, es mucho más crudo y directo: “Desde la cuna hasta la tumba, desde que se levanta hasta que se acuesta, el individuo de hoy se halla rodeado por una interminable red de signos mediante los cuales procuran los demás adelantar sus propios objetivos. Se le indica lo que ha de creer, lo que debe aprobar o desaprobar, lo que debe hacer o evitar”. ¿Qué está ocurriendo, entonces?

La tesis que mantengo es que si bien el pensamiento pudo nacer como 1)- reflejo de la realidad en el cerebro humano, creado por el lenguaje, 2)- la actividad práctica y 3)- el conocimiento que nos proporcionaban los sentidos, estas dos últimas experiencias han sido completamente absorbidas por el lenguaje. A través de un proceso de simbolización y abstracción, el lenguaje se ha apropiado de la naturaleza y de la voluntad, las ha traído a su terreno, las ha configurado a su modo. Naturaleza y acción están ocurriendo dentro del lenguaje, que es el instrumento con el que la racionalidad extendida ha asumido el control y la interpretación de toda experiencia humana. Si el pasado (enraizado en la naturaleza) y el futuro (fruto creativo de la acción) están subsumidos en el lenguaje, entonces es que el hombre contemporáneo es un rey enrocado a la espera de la última jugada. Aunque su relato le asegure un futuro airoso: hasta ahora el progreso, hoy la vida virtual, mañana mismo la vida artificial…

La construcción de los primeros relatos formalmente constituidos como memoria de las respuestas sobre el origen y la identidad de los primeros pueblos se produjo mucho antes de que los griegos comenzasen a formular los conceptos de la racionalidad que siguen enraizando nuestra cultura occidental. Precisamente lo que hacen los primeros ‘filósofos’ es desvelar la racionalidad que subyace en las creencias mitológicas, aunque desprecien su parafernalia onírica y su poder de encantamiento emocional. Las imágenes, los sucesos y las actitudes de los personajes legendarios van a convertirse en conceptos, de la misma manera que se convirtieron en imágenes, sucesos y actitudes las recónditas emociones con las que se contemplaba el amanecer, se temía la tormenta o se proyectaba la caza. El salto hacia el lenguaje conceptual ha permitido, sobre todo, comprimir la información y centralizar la interpretación de las diferentes señales que nos llegan del exterior y que en algún momento pretérito debieron sumirnos en un auténtico éxtasis emocional, cuando todavía la tierra era una fuente inagotable de misterios. La inteligencia artificial, como es lógico, tampoco será ningún hecho extraordinario, sino la constatación de que la racionalidad extendida amplía su imperio aprovechando los recursos del momento, como siempre ha hecho.

El que habita el relato cree que está viviendo en una superestructura a la medida de sus necesidades. Pero en realidad, esa superestructura es la que ha creado al habitante. Y el habitante del relato ya solo puede pensar y sentir como habitante. En muchos aspectos, los robots que comienzan a actuar en nuestro mundo son solo una extensión lógica del comportamiento del habitante.

Me parece fundamental tomar conciencia de que somos habitantes del relato, actores de un guión impuesto por la racionalidad extendida, porque esto es lo verdaderamente difícil, ya que no tenemos perspectiva para mirarnos desde fuera. El relato ha sido blindado. No existe un ‘fuera’ del relato. La racionalidad, que emergió como el ‘logos’ interno de lo fáctico, se ha extendido hacia la construcción de esta superestructura fáctica que es el relato, que ahora actúa como nueva ‘naturaleza’ donde se desenvuelve el hombre. La tesis que yo mantengo es que esta evidencia quedaría completamente cerrada en su lógica interna (el cerebro humano no estaría sino constatando la facticidad biológica en un estadio cognitivo de racionalidad extendida) si no fuese porque ha surgido la conciencia como pregunta. A mi modo de ver, no existe, en efecto, un ‘fuera’ del relato, pero no existe porque ha de ser creado, ha de ser inaugurado con una experiencia de ‘salida’.

Llamo experiencia poética (asumir la pregunta como pregunta) a esa experiencia de ‘salida’. Y tal experiencia ha de comportar, según lo que hemos visto hasta ahora, dos dimensiones: por una parte, la salida del relato de la racionalidad extendida, y, por otra parte, el reconocimiento de que lo existente se encuentra en un proceso de salida de lo fáctico. Esta es la ‘posibilidad’ a la que abre la experiencia poética.

En la próxima entrega intentaré, en la medida de mis posibilidades, entrever la radicalidad poética de la palabra del haiku, que para mí tiene que ver con la salida del relato (por parte del haijín) y con la salida de la facticidad (por parte de la naturaleza).

Haiku 15

梅ちてさびしく成しやなぎ哉

ume chirite sabishiku narishi yanagi kana

Las flores del ciruelo caen;
el sauce
aún más solo.

 

Entre el ciruelo y el sauce existe una relación asociativa profunda, de hermandad. Ambos comparten, por ejemplo, unas flores de color blanco. La sensibilidad de Buson observa este vínculo entre el hermano mayor, que pierde sus flores, y el hermano pequeño refugiado en su creciente soledad. En ese microcosmos o representación del universo que es la naturaleza, según el taoísmo, los árboles se necesitan, se acompañan: no se trata de una personificación sino de una muestra compasiva por parte del poeta, a quien le duele, le aflige la caída de las flores, de las hojas, de los pétalos de un ser vivo, (elemento de lo sagrado que conforma la realidad en que transita el haijin).

Cada pétalo caído es un avance hacia la vejez de sus ramas y, en definitiva, del propio árbol. En este caso, la relación entre ambos seres y el contrate complementario entre la vida y la muerte, la lozanía y la caducidad, permanece en la mirada del poeta, quien nos dice en otro haiku (recogido por Blyth, Spring, p. 317):

散るたびに老行く梅の梢かな

chiru tabi ni oi-yuku ume no kozue kana

 

Con cada pétalo caído
las ramas del ciruelo
envejecen.

 

Sabishii queda abreviado en sabi. El aware puede incluir dos términos estéticos que han arraigado en la sociedad japonesa: es el wabi-sabi o belleza triste de las cosas. Este concepto se encuentra al mismo nivel que el orden racional y el canon de belleza del mundo griego de Occidente. Son palabras de difícil traducción: wabi sugiere el sentido austero, sobrio, de la belleza; sabi implica soledad, abandono, realidad cambiante, asimetría. Refieren a lo efímero de la vida, a lo imperfecto, humilde, simple y modesto, con cierta carga melancólica. En este haiku está muy presente la fugacidad de la vida, el paso del tiempo que acecha la primavera para derruir la flor. Sin embargo, el haijin no introduce sus sentimientos u opinión acerca de lo ocurrido. El cerezo japonés, sakura, es una muestra de la existencia transitoria de todos los seres, también nosotros. En Occidente podemos asimilarlo al tempus fugit latino y al «todo fluye, nada permanece» de Heráclito. Wabi-sabi es, en definitiva, la toma de conciencia y aceptación sobre lo efímero de la existencia y la fragilidad de las cosas.

En Occidente, el paisaje es una estructura fija, detenida: una imagen o icono. Sin embargo, en esta cultura oriental la palabra connota aspecto del viento, es decir, algo que fluye o se derrama, imperfecto y asimétrico, en continua transformación. Según cierto proverbio japonés: «al dibujar una rama también es necesario escuchar el soplo del viento». Mientras nosotros valoramos lo monumental, canónico, racional, simétrico, antiguo y duradero, el japonés afirma la belleza en un vaso roto o en una reciente flor marchita. Ambos son wabi-sabi: estructuras asimétricas en continuo cambio.

Bashō nos lo muestra:

落ざまに水こぼしけり花椿

ochizama ni mizu koboshi keri hana tsubaki

La flor de la camelia
ha caído
derramando su agua.

Y la réplica de Buson:

椿落ちて昨日の雨をこぼしけり

tsubaki ochite kinoo no ame o koboshi keri

La camelia cae
tras la lluvia de ayer,
derramando su agua.

Mayo 2020

CONSTRUIR

  Tan ignorante
de la muerte que llega.
Ze, ze, ze, ze, ze.

Otro:

En soledad
Una vida se esfuma.
El cielo azul.

DECONSTRUIR

Estos dos haikus nos hablan de la muerte. Rehuir este tema es hacer el juego a la innaturalidad de no tenerla presente en nuestros pensamientos. ¿Podemos vivir sin tener presente a la vida? La vida es parte de la muerte, tanto como la muerte es parte de la vida. Somos invitados en este mundo y los invitados, tarde o temprano, se van. Quedan el aire, la tierra, el agua, elementos que, forzoso es reconocerlo, parecen estar mejor sin nuestra actividad y presencia. Nada pues más natural que tener presente en nuestros poemas a la muerte, a nuestra partida, a nuestra salida de la jaula, al comienzo del vuelo hacia la nada.

El primer poema recrea uno famoso de Bashō sobre una cigarra que dice:

Yagate shinu
Keshiki wa miyezu
Semi no koe

 

De su pronta muerte
Sin señales mostrar,
Voz de cigarra.

A mi entender, todo el peso de este maravilloso haiku está en el tercer verso: el canto de este insecto que, en Japón, nos evoca el calor sofocante del verano.

En una vuelta de tuerca, yo he pretendido reproducir torpemente, por falta de consonantes apropiadas en español, el sonido de la cigarra: un “ye, ye, ye, ye, ye”, pero pronunciando esta “ye” algo así como con una palatal fricativa, parecido al inglés “je” aunque alargando del fricación, como con un prolongado roce. En suma, el canto de la cigarra.   Este poema siempre me ha llamado la atención porque, en contra de la opinión de la tesis moralista de algunos que afirman la lección sobre la fugacidad de la vida que nos puede dar Bashō con estos versos, creo que la cigarra se ríe de nuestra preocupación por la muerte o por las cosas que no han llegado.

Compongamos haikus, con la inconsciencia con que canta la cigarra, sobre la vida o sobre la muerte porque lo único importante es el AQUÍ y el AHORA, es decir, el espíritu del haiku.

En cuanto al segundo poema que hoy presento a la atención de los amigos de El Rincón del Haiku, incide sobre la misma sensación: la indiferencia del azul del cielo (antes era el canto de la cigarra) ante el insignificante drama de la desaparición de una vida. Al fin y al cabo, como he comentado antes, ¿no va estar más limpio y más azul el cielo cuando nos hayamos ido?

La foto que adjunto, con la ramita de cerezo en flor en primer plano, lo dice mejor.

Ni el azul del cielo ni la cigarra tienen temor a la muerte. Son intrépidos, como intrépido es el haijin cuando con la flecha de su arte perfora el Inconsciente, es decir, la vida interior de las cosas.

  “Japón ha siso capaz de impregnarse de rasgos
de otras culturas y civilizaciones; pero conservando
su propia idiosincrasia”

Watanabe

El haiku es el placer de una escritura que nos
libera de la incontinente carga ideológica occidental
pesada y cautivadora. El sujeto, la terrible y pétrea
individualización culpabilizadora de occidente, se
disuelve, se difumina, desaparece”.

Adolfo García Ortega

     En los artículos precedentes habíamos presentado la literatura y en concreto, el haiku como ejemplo de conexión de contenidos, valores y referencias culturales (etnológicas, históricas, sociolingüísticas, folklóricas…) prioritariamente desde Japón a Occidente; pero también podríamos hablar de una bidireccionalidad de influencias.

         Lo cierto es que oriente y occidente han vivido y viven, conociéndose y observándose mutuamente, al mismo tiempo que defienden sus fronteras de identidad.

         Con el inicio en Japón de la revolución cultural del último tercio del S. XIX, que culminó en la Restauración Meiji (“gobierno de las luces o gobierno ilustrado”) de 1868 en la cual, la Corte Imperial se trasladó a Tokio; se propició una nueva cultura finisecular, permitiendo la recepción de la literatura y las ideas provenientes de Occidente y su sincretismo con el pensamiento japonés.

         En este momento, fue cuando se produjo el fenómeno denominado “bummei kaika” (civilización e ilustración), siendo tal vez el movimiento intelectual que más contribuyó a la recepción del pensamiento y la cultura Occidental en Japón.

         Este cambio tan relevante en su historia, determinó la labor de algunos pensadores muy influyentes en el proceso de modernización y apertura al exterior como fueron Yukich Fukuzawa, Inazo Nitobe, Natsume Söseki…, entre otros, los cuales se interesaron por la literatura, la ciencia y las lenguas occidentales, generando un puente de conexión entre Japón y Occidente. Culturas que, a pesar de ser muy diferentes, poseen puntos en común, los cuales han quedado reflejados en la mutua influencia literaria, amén de otras áreas del saber.

         Las fronteras culturales, por lo tanto, se amplían y en algunos casos, absorben límites que tradicionalmente habían sido considerados infranqueables y la cultura Occidental, junto con sus manifestaciones artísticas y literarias, evolucionan marcando relaciones de paralelismo, complementariedad y contraste.

   Así comenzó Japón su periodo de occidentalización con avances y estancamientos en los que tradición y modernidad se fusionaron; pero retornando a su vez a poetas y conceptos clásicos, arraigados a su tradición como sería Bashō y su obra.

         Watanabe, destaca que Japón ha sido capaz de impregnarse de rasgos de otras culturas y civilizaciones; pero conservando su propia idiosincrasia. Por lo tanto, matizamos que ha logrado asimilar lo mejor de Occidente a su propia cultura. Siendo significativa la marcada influencia de la poesía y la novela realista como modelos literarios occidentales; a la vista de lo expuesto se puede concluir que Japón durante este periodo se da a conocer al resto del mundo y, al mismo tiempo, entra en contacto con el resto de países extranjeros. Desde este proceso de transculturización, se logra construir, a través del haiku y de su estrofa una identidad que refleja los valores autóctonos, articulados con los provenientes del exterior; pero sin dejar de visualizar la necesidad de conciliar de forma recíproca el bagaje de ambas culturas que desde un espacio de encuentro logran el ensamblaje necesario para alcanzar una voz unánime en las diferentes manifestaciones artísticas.

     En estos momentos, están en la brecha de la vanguardia del haiku, haijines de la talla de:

  • Tanedo Santōka. Seudónimo de Taneda Shōichi (1882-1940). Fue de los primeros en mantener contacto con la literatura Occidental como traductor, en 1911 publicó en la revista Seinen traducciones de Iván Turguénev y Guy Mauppassant
  • A su vez Taneda Santōka como haijin transcendió las diferencias con las poéticas del haiku tradicional.
  • Masaoka Shiki (1867-1902). Publicó en la revista Hototogitsu y fue en ella en la que declaró tres principios funda-mentales:

-El haiku es literatura
-El haiku debe ingresar en la realidad.
-Los maestros del viejo estilo del haiku, deben ser reemplazados si se quiere que el haiku sobreviva.

  • Ozaki Hōzai (1885-1926). Dejó escritas verdaderas sentencias reflexivas sobre el ser humano. Discípulo y amigo de Seisensui que preconizaba el verso libre.
  • Ogiwara Seisensui (1884-1976). Cofundó la revista literaria de vanguardia Sōun.

    Lo dicho hasta aquí, nos ha servido de punto de partida e introducción para señalar la sincronía temporal entre la llegada del haiku a Occidente y la apertura de Oriente a Europa y al mundo exterior.

BIBLIOGRAFÍA:

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Doble panorama

La palabra “panorama” ya es bastante expresiva de una totalidad, ya que significa –a partir del griego- “ver(lo) todo”. El ojo humano es muy abarcador, y focaliza enseguida una imagen dada, ya sea cercana o lejana. Puede verse, pues, un amplio paisaje en conjunto, aunque nos resulta imposible mirar simultáneamente al cielo y al suelo. Sería lo que podemos llamar “doble panorama”. Y este haiku de Joosoo (léase “Yoosoo”) (1665-1604) –contemporáneo de Bashoo y uno de sus discípulos inmediatos- así nos hace ver lo aparentemente imposible:

hototogisu / naku ya kosui no / sasa nigori

 

Canta un cuclillo.

Por el lago va un cielo

con finas nubes.

 

 

   Para hacer posible lo imposible se requiere: el canto de un pájaro, que alerte nuestra sensibilidad; y un reflejo del cielo a ras del suelo, en las aguas de un lago o charco. Tal es la escena que nos brinda Joosoo en su haiku. Pasamos a aclarar las palabras:

“hototogisu”: cuco o cuclillo.

“naku”: verbo en presente que expresa el canto o grito de un animal. En este caso, un canto.

“ya”: “kireji” o palabra de cesura. Equivale a una pausa.

“kosui”: sustantivo, que es un compuesto de lectura china: “ko” ´lago”, y “sui” “agua”. El conjunto significa a su vez “lago”“.

“no”: posposición equivalente a nuestra preposición “de”.

“sasa”: “leve, ligero”; actúa aquí como adverbio, antepuesto al verbo que sigue.

“nigori”: verbo “nigoru” “nublarse”, aquí en una forma de infinitivo sustantivado, y matizado por el adverbio precedente, significando “leve nublado”. El verbo “nigoru” presta cierto dinamismo al contexto. De hecho, en español, la palabra “nublado” puede considerarse nombre, adjetivo, o participio del verbo “nublarse”.

Estamos ante un poema sobre todo visual, aunque también interviene el sentido auditivo, en el canto del cuclillo.   En el aspecto visual, existe un doble plano: el reflejo a nivel del suelo, y la realidad del cielo en lo alto. La métrica del poema es perfecta.

Podemos incluso imaginar el suave murmullo de las olitas del lago, como haciendo fondo al canto del ave, y acaso prestando su tenue son a la imagen de la nubes.

 

Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala.

Universidad de Sevilla.