La flor de la chumbera

Barranco de Lújar –
Que suave la flor
de la chumbera

Pilar Carmona

 

Cientos de estrellas
De aquí allá un maullido
en la nopalera

Jaspe Uriel Martínez

 

Almendro en flor;
la chumbera ya llega
hasta las ramas.

Manuel Díez Orzas

 

Chorreando lluvia,
al borde del barranco
la palera en flor

Juan Francisco Pérez

 

en los nopales
semillas del dandelión –
nubes oscuras

Cecilia Iunniso

 

Chumberas de higos verdes –
Tierra adentro
las nubes se juntan

Mavi Porras

 

Fin del invierno.
Se retuerce sin vida
la palera

Paco Ayala

 

brisa nocturna-
llega hasta las chumberas
aroma de yerbabuena

Juan Carlos Moreno

 

 

 

Haiku 58

58

 

草霞み水に声なき日ぐれ哉 

Kusa kasumi mizu ni koe naki higure kana

La hierba brumosa,
el silencio del agua
al atardecer.

Buson escribe aquí un poema del “no sonido” 声なき (koe naki) del agua en la llegada del ocaso. La niebla aún no se ha retirado de la hierba y, a modo de obra pictórica, la paleta de colores del haijin es múltiple: el blanco, el verde, el azul y el naranja/negro del atardecer. Una fusión de sensaciones que incide en el cromatismo de la escena, en el aware del haijin condensado en la brevedad límite del poema. De nuevo, Buson nos muestra la matriz pictórica de una escena, primitiva y profunda,  sugerente y ancestral: el agua, la hierba, y el ocaso pintados de silencio.

 

Haibun 51

Haibun 51

Este dos de noviembre

La luna está en menguante. Las nubes, de un gris lagartija, arrastradas por el viento frío, la cubren de inmediato. Mis piernas temblorosas dan media vuelta y regresan a casa.
Empieza a amanecer. Me traslado, no «a lomo de mula», sino «a lomo de memoria», a la tierra de mis parientes. Desde el arroyo hasta el borde de la barranca, todo era un vergel. Y ese paraíso fue brotando, poco a poco, gracias a las manos callosas de los bisabuelos que talaron el palo hueco del huarumbo lleno de hormigas, respetaron el cornezuelo, esa especie de huizache de los linderos del siempre verde potrero, y sembraron «matas de café», «matas de plátano», árboles frutales, maíz y frijol. Pero todo fue desapareciendo a medida que se llenaba de cañaverales. Ya pasó la zafra. Mis pies se cubren de ceniza y se manchan con el cisco de los restos de la «roza», la quema de los muñones de la caña. ¿Para qué buscar a los tíos en el camposanto? Este desierto es un cementerio, sus huellas están bajo el polvo. Y en este día de muertos quiero pedirle un favor a la más chica de las tías, que me preste al «Turi», ese perro bravo y fiel, mestizo de «pastor» y «perro criollo». La familia de la abuela, en aquellos tiempos, no podía pagar el óbolo de la barca, y tenía que usar, a manera de «jamaca» o puente colgante, el rosario de la Virgen, Patrona del «pueblo», más bien del caserío que, entre todos, levantaron a su llegada. Pero mi abuelo sí necesita un can fuerte y leal para cruzar las aguas de regreso al otro mundo.

Altar de muertos –
El dibujo de un perro
junto al abuelo

Jorge Moreno Bulbarela  “Jor”
 Xalapa, Ver., México

Diciembre 2023

“Este es el último artículo de la columna «Bashou y los clásicos».” Escribiendo esta frase me abruman muchas emociones, muchos recuerdos, pero no las palabras adecuadas para expresarlos. Por una parte, está el honor inmenso que significa ser invitada a formar parte de los colaboradores de El Rincón del Haiku, una comunidad tan importante, la más importante en habla hispana con respecto a la difusión e investigación de este arte poético japonés, y en la que han dejado sus ensayos, ideas y sentimientos plumas destacadísimas, a quienes había leído durante años con la reverencia del alumno al maestro. Por otra, confieso que ese honor iba acompañado de cierta cuota de aprensión, sin saber si estaría a la altura, si mi línea investigativa sería interesante para los lectores, si lograría cumplir mi cometido. Pero ha sido una aventura interesante, entretenida, compleja, que me ha permitido dar a conocer parte de mi trabajo, pero también me ha ayudado a desarrollar mis habilidades investigativas y de redacción, por lo que estaré por siempre agradecida de esta oportunidad maravillosa.

Y como corresponde, me despido con un haiku que se inspira en un poema que, a su vez, se inspira en otro, para ejemplificar magníficamente el propósito de esta columna durante estos tres años: mostrar que en el haiku, específica, pero no exclusivamente, de Bashou, no sólo encontramos la inspiración del instante, sino el destilado de una tradición literaria milenaria que va manteniéndose vigente en su iteración, en su reinterpretación, que conserva fresco y vigente lo clásico y ancestral. El haiku que elegí es, además, uno que puede parecer, a simple vista, triste, pero que, considero, muestra esa actitud muy budista, muy zen, muy japonesa, de aceptar la vida y vivirla en su totalidad.

世にふるもさらに宗祇のやどり哉

yo ni furu mo sara ni sougi no yadori kana

vivir en este mundo, es más que nunca como la posada de Sougi

Bashou compuso este haiku pensando en uno de los poetas japoneses más admirados por él, Sougi (1421 – 1502), considerado el más grande maestro de renga; poema continuado compuesto por varios poetas. Más que una inspiración, diría que es una cita, algo indirecta, ya que para entenderlo debemos conocer el original, que es el siguiente:

世にふるも更に時雨のやどりかな

yo ni furu mo sara ni shigure no yadori kana

vivir en este mundo, y además la lluvia en la posada

A su vez, este poema de Sougi toma inspiración en un tanka que figura en la octava antología imperial (1205) Shin Kokin Wakashuu, compilado con el número 590 en el rollo de Invierno, de la poeta Nijou In no Sanuki (¿1141 – 1217?), dama de la corte del Emperador Nijou.

世にふるは苦しきものを槇の屋にやすくも過ぐる初時雨哉

yo ni furu wa kurushiki mono wo maki no ya ni yasuku mo suguru hatsu shigure kana

vivir en este mundo, en ese dolor la primera lluvia cae sin contemplaciones sobre la habitación de kusamaki

Los tres poemas utilizan el mismo primer verso “世にふる yo ni furu”, el cual significa “sobrevivir en este mundo”. El verbo del verso “ふる furu” es un kakekotoba ―palabra homófona― de 降る o llover y 経る pasar por; por otra parte, “世 yo” es el mundo, la sociedad que habitamos, de ahí el sentido del verso, que juega con la sonoridad del kakekotoba para asociarlo, a su vez, con la lluvia.

A primera vista ―o lectura― parecen poemas tristes, que hablan de la dificultad de vivir en el mundo que nos ha tocado habitar, interesante considerando que los autores compusieron separados por siglos, pero como dicen, los problemas son para quienes los tienen. Sin embargo, si hacemos una lectura más reflexiva, también podemos percibir una cierta aceptación de las circunstancias, incluso un pequeño disfrute. Tanto Sougi como Nijou In no Sanuki encuentran refugio de la lluvia, y Bashou encuentra el solaz de la poesía de un admirado maestro. O, como se ha dicho en Asia durante milenios, las cosas no son buenas ni malas, simplemente, son.

Las despedidas siempre son tristes, no obstante, este es el último paso de un camino para dar el primero en otro. A partir de enero 2024 les traeré otra columna en la que combinaré mi amor por la poesía, especialmente el haiku, con mi pasión por los idiomas y mi experiencia como profesora y traductora de japonés. Así que esto es un hasta pronto. Muchas gracias por haberme acompañado mes a mes durante estos tres años. Espero haberles acercado el trabajo de Matsuo Bashou de una forma diferente y haber complementado un poco todo lo ya dicho sobre el maestro. Quiero agradecer también a quien me ha acompañado en esta aventura, mi editora Constanza Veloso, quien lucha valientemente por mantenerme dentro de los márgenes de la coherencia narrativa.

¡Nos vemos el 2024 con mi nueva columna en El Rincón del Haiku!

8. La percepción: el gran umbral

Verbos como aniquilar, matar, silenciar, apagar, callar el “yo” no son quizás las expresiones más adecuadas para referirnos a las maneras saludables de construir nuestra realidad o de escribir haiku. Como seres humanos, deudores de nuestra condición de seres sociales, inevitablemente siempre estaremos actuando como “yoes” que se comunican y trabajan en conjunción con los “yoes” de otros seres humanos. En el camino del haiku tanto como en el zen, el abandono del núcleo cerrado del “yo” sigue otro camino. En palabras del maestro zen Eihei Dogen en el Genjo Koan:

 

“Estudiar la vía del Buda es estudiar al sí mismo.
Estudiar al sí mismo es olvidar al sí mismo.
Olvidar al sí mismo es ser manifestado por miríada de cosas.
Cuando estás manifestado por miríada de cosas
tu cuerpo–mente tanto como el de los otros son abandonados”                                                                                                     (dejados caer…).”

 

Así como el haiku, el yo también es un asunto de creación responsable, o mejor, de cocreación por todos los elementos “no-yo” de los que estamos hechos. Como ningún ser humano cuando aparece en este mundo es tabula rasa, la invitación a conocerse a sí mismo, pero, ante todo, a tomar cuidado de sí mismo, es el inicio del “olvido del yo”. Porque el que no se conoce no podrá tomar decisiones saludables sobre qué y cómo ser; sin saberlo, siempre estará respondiendo a condiciones que se salen de su control.

A partir de esto, surge entonces la necesidad de actuar con cuidado, de hacerse responsable de las palabras y discursos que usamos, de apreciar la vida, de elegir sabiamente todo lo que hacemos, conscientes de las consecuencias, de los daños que los actos descuidados y egoístas conllevan. Nada peor que un “yo” arrastrado, secuestrado por sus emociones y pasiones ingobernables. Por eso el Buda consideraba esencial para el camino del Despertar, el cultivo de una vida ética.

Cultivar un yo con sentido ético implica evitar el sufrimiento propio y ajeno por medio de acciones hábiles: ahimsa, no violencia, no dañar físicamente; no dañar con la palabra; no tomar lo que no se nos ofrece; no intoxicar la conciencia propia o ajena; no hacer daño con la energía sexual… Pero también nos recuerda, que podemos y debemos cultivar una alegría constante, un contento y una profunda y satisfactoria felicidad compartida fruto del desaferramiento y del reconocimiento del bienestar y la felicidad que todos los seres anhelan. Esto último podría definirse como el cultivo de un sentido ético del no-yo.

Fotografía de Luis Bernardo Cano Jaramillo

El camino que enseñó el Buda nos invita a trabajar por la salud de nuestros “yoes” que estamos creando continuamente, para que al tener “yoes” sanos y saludables podamos ver, entender y aceptar todos los elementos “no-yo” que nos mantienen y hacen posible nuestra existencia instante tras instante. Finalmente, ni unos ni otros son permanentes, no son indispensables ni satisfactorios y nuestra mayor felicidad es poderlos soltar, dejarlos ir sin sufrimiento.

Ver que el “yo” es una ilusión, no implica la disolución. El camino del haiku como el camino budista son caminos que siguen seres humanos que se expresan como “yoes”. Olvidarse del “yo” es aprender a perder la importancia personal, aprender a ser lo que realmente somos: vacío, el más allá de toda racionalidad, la ruptura con una identidad auto centrada que nos endurece y atenaza.

Pero el vacío del que se habla en el budismo no es vacío, no es ausencia ni falta. Como lo expresa bellamente el maestro Thich Nhat Hanh en una magistral ecuación de la vida:

VACÍO = TODO- YO.

La equivalencia de los términos a los dos lados de la ecuación nos descubre la realidad que nunca nos ha faltado, la presencia del todo del que nunca hemos sido excluidos, la experiencia plena de lo sagrado manifiesta en todo lo que percibimos.

*     *     *

No servimos para nada
Ni yo ni este arbusto…
¡Pero el cuco!

 Santoka

Santoka el transgresor, Santoka el errabundo, el sin hogar, el despojado; su “yo” como un guijarro arrastrado por la corriente de un arroyo en la montaña o como una hoja de hierba mecida por la briza de la tarde, es un testigo atento de la impermanencia y la disolución; la voz de Santoka siempre nos engancha, nos hace cómplices de su itinerario desnudo, desposeído, vibrante… Un “yo” que abraza, que se entremezcla, que se diluye. 99 HAIKUS DE MU-I, traducción de Vicente Haya y Keiko Kawabe, p. 93, MANDALA Ediciones, Madrid, 2010.

  

yo, cáscara…
reza
la voz de la cigarra

 Yayu (m. 1783)

Como las serpientes o las cigarras, la vida y el crecimiento del “yo” se dan por medio de “mudas”, algunas imperceptibles, otras dolorosas… La piel humana esta de muda constante, pero imperceptible. Yuya percibe la revelación de la cigarra cuando abandona su viejo caparazón que quizás, le recuerda sus propias “mudas”, los cambios a lo largo de su vida. Este haiku péndula entre una visión intimista, melancólica de un yo desgarrado y una comprensión muy profunda de lo sagrado que se reconoce en el cambio.

Esta es una versión personal de la traducción que aparece en HAIKUS DEL YO, M. Concepción Cabrera G. Tesis de grado, U. de Sevilla, p. 22.

SHIKI: ÁLBUM FAMILIAR (3 DE 3)

Y aquí va la última entrega, al menos de momento. Nos seguimos encontrando con algunas conocidísimas imágenes y otras, apenas vistas y muy curiosas.


5 de abril de 1900

En la cama escribiendo haikus y tankas. Una imagen que refleja el entorno diario de la vida de Shiki.

 

1900 Tradicional Busonki de diciembre.

Sería el último del que queda constancia en imágenes. Como ya explicó en la entrada sobre las reuniones, en este encuentro Shiki ya no pudo salir al jardín a hacerse la fotografía de grupo, haciéndose una en privado (la que se añade a continuación) que luego sería añadida a la imagen oficial definitiva, situándola, como puede apreciarse, en el ángulo superior derecho de la imagen.

 

 

24 de diciembre de 1900. Última fotografía de Shiki.

Como se explica en la imagen anterior, al no poder posar con el grupo, a Shiki se le hizo esta fotografía individual que luego sería añadida a la del grupo del Busonki de ese año (así era el photoshop de la época). A la postre, sería la última fotografía que se hiciera del maestro y a su vez, la más extendida y conocida.

Yae en septiembre de1911

Yae, la madre de Shiki, aparece relajada observando, frente al jardín, las crestas de gallo en flor que tanto gustaba pintar a su hijo y sobre las que escribió varias veces en los últimos meses de su vida . Ella compraba semillas para que Shiki al menos disfrutara de algo de naturaleza, y Ritsu trabajó duro para cultivar y cuidar esas plantas con flores. Los alumnos y amigos de Shiki, especialmente Fusetsu, Ogai, una hija de Katsunan Kuga, el dueño de Nippon, el periódico donde trabajaba Shiki, que vivía al lado, y el amigo barbero  que visitaba a Shiki y a quien dedica un dibujo y un senryu en su diario privado Gyouga Manroku, también llevaban semillas de flores a Shikian. Esta imagen fue tomada por Hekigotō Kawahigashi, el famoso discípulo de Shiki.

 

1914. Ritsu, la hermana de Shiki  (izquierda), Chuzaburo, «de primo a sobrino póstumo» de Shiki  (centro) y Yae, su madre  (derecha).

Esta fotografía fue tomada poco después de la adopción del niño. La familia Masaoka adoptó a Chuzaburo, el tercer hijo de Tsunetada Kato, hermano de Yae (la madre de Shiki), quien también era responsable de la familia Masaoka, como cabeza de familia.

1916. Madre Yae en el centro, tío Tsunenori a la derecha y tío Takugawa a la izquierda

 

1918. La madre de Shiki, Yae 八重 (73 años) y su hermana menor Ritsu と律 (48 años).

Con la ayuda de algunos discípulos y amigos, ellas dos cuidaron principalmente de Shiki cuando pasó sus últimos años de vida postrado en una cama de enfermo de 6 pies de largo, inactivo físicamente, hiperactivo intelectualmente.

 

1920 Ritsu と律 y Sokotsu Samukawa 寒川 鼠骨.

Fueron ellos  dos quienes quienes desde el primer momento secan, manejan y preservan los manuscritos de Shiki, que cuando se apilan, como puede observarse en esta fotografía tomada 18 años después de su muerte, superaban con creces la altura de una persona. Samukawa era paisano, amigo y discípulo de Shiki, le atendió en su lecho de enfermo, cuidó de su afligida familia y se dedicó a preservar su obra y sus restos.

 

1937. Ritsu と律, la hermana menor de Shiki, con 67 años.

 

Fuentes de la serie:

  • Casa de Shiki (Shikian)
  • Museo de Shiki en Matsuyama
  • Museo Memorial de Kyoshi
  • Las citadas puntualmente en algunas imágenes

Gozos del tacto

                La poesía -también la del haiku- refleja y canta las cuatro sensaciones esenciales del quinto sentido: frío, calor, dolor y contacto. La gama del frío es una suma de matices: frío intenso, escalofrío, frescor que llega en oleadas, o ese fresquito delicioso que aviva la conciencia de ser, la suerte de vivir. Imágenes intensas: noches frías y mañanas heladas, para resistir o para iluminarse; gente extraña o solitaria tomando el fresco en las noches de verano, sobre un puente o en la terraza de un viejo monasterio… Tras los últimos fríos del deshielo, la tibieza primaveral se despereza por toda la piel y va buscando ya ese calor que flota sobre las hierbas requemadas, el sopor que hace caer la mano que movía el abanico, el sol ardiente que se desploma en el mar, el insoportable bochorno que presagia el fragor del trueno….

             El tacto es, esencialmente, roce, sensibilidad. Ransetsu se emociona al ver con qué ternura trata a las muñecas una mujer estéril. Y una mañana helada, Issa observa qué tiernamente se lamen unos cervatillos… Hay ternura y hay erotismo. En Sute-jo, Chiyo-ni o Sugita Hisajo, aflora la conciencia femenina de la propia piel: cálida y a la vez recatada, floreciendo como la luna llena o dejándose penetrar por su luz a través de un kimono ligero. Shiki -más intenso- percibe el calor de una escena banal: la de algunos hombres y una sola mujer… Erotismo e instinto, también en el reino animal: Issa, que ha observado a un gato vagabundo durmiendo en las rodillas del gran Buda, lo ve también buscando pareja al anochecer. Y la apasionada y heterodoxa Masajo Suzuki celebra el idilio de dos luciérnagas sobre la hierba.

                Releo a Gabriel Miró, nuestro gran escritor sensitivo, y me sumerjo en un mar de sensualidad. Beatriz y Félix, protagonistas de “Las cerezas del cementerio” viven su pasión incontenible en una especie de intimidad cósmica: “Se miraron, y vieron, dentro de sus retinas, luna, noche, inmensidad; y temblaron recibiendo el recuerdo de la mirada en el claro y vivo espejo del agua de la cisterna. […] Entonces los brazos de Félix la ciñeron. Parecióle que estaban en el templo solitario de un astro, alumbrado suavemente para ellos. Y tuvo la divina sensación de que abrazaba un alma desnuda, alma hecha de luna y jazmines. Y exclamaba: ¡Mirar el cielo y tenerla abrazada, Dios mío!».

                En “Gozos de la vista”, Dámaso Alonso ruega a Dios que se apiade de los ciegos que vieron la hermosura del mundo, y de los que no vieron jamás; pero, de esa desazón compasiva, emerge de pronto la conciencia maravillada del que ve, y pide para los ciegos “esa inundación súbita, ese riego glorioso / -bocanadas de luz, dicha, gloria, colores-“. El poeta celebra el milagro de su propia visión, y en el “Gozo del tacto” afirma aún más su asombro: “Estoy vivo y toco”, “¡Qué alegría loca! / Toca. Toca. Toca.” Su amigo Gerardo Diego lo expresa más serenamente en el soneto “Cumbre de Urbión”, en unos versos memorables –“al beso y tacto de infinita onda”- que culminan en una bellísima aliteración: “una nostalgia trémula de aquellas / palmas de Dios palpando su relieve”. Vuelvo a Miró, a las cerezas del cementerio, evocadas en una atrevida y prolongada metáfora, en un revuelo de sensaciones: “…cerezas, ya grandes, con un brillo tierno, jugoso y frio en su encendimiento de sangre y de brasa…».  Ahí están, genialmente expresados, los gozos de los cinco sentidos.

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