Risshakuji: el sonido que el silencio traspasa.

Risshakuji: el sonido que el silencio traspasa

Roxana Dávila Peña
«mushi»

Por fin, me encuentro frente al Buda de la Medicina del Recinto Fundacional (Konponchūdō) de Yamadera, el templo en las montañas de Yamagata donde, ya trepado por los peñascos, Matsuo Bashō escribió el hokku “¡cuánta calma! / la voz de la cigarra / inunda las rocas”.

Sin saber cómo hacerlo, intento purificar el karma negativo. Pienso en mis elecciones y en lo bien que me haría perdonarme y sentir más compasión por todos los seres.

Algo hay aquí en el bosque, no sé bien qué es. Surge y desaparece. Reconozco el sonido de un grillo que salta hacia la maleza y luego hacia el hueco de un roble. Permanezco inmóvil mientras vuelve y se va. De momento, ocupa toda mi atención, aunque sé que apenas comienza la subida hacia lo más alto de la montaña. Hay más de mil escalones, además de piedras, estelas con poemas grabados y faroles cubiertos de musgo.

Por el espacio vacío entre las hojas, se cuela la luz del sol hasta las raíces de los cedros. El tono de los verdes cambia y se vuelve más intenso. El follaje se agita nuevamente. En la senda, hacia la parte superior del templo, veo las sombras de los peregrinos que van y vienen sobre la escalera, la cual se va llenando de las hojas que caen poco a poco aquí y allá. Una queda atrapada en una telaraña que apenas se distingue al brillar por un instante.

Comienzo a sentir el peso de mi mochila. Mis pies se entumecen otra vez y avanzo lento. El grito de un cuervo viene y va. Lo puedo escuchar claramente; tan pronto como surge, desaparece de nuevo e intento seguirlo con la vista de un pabellón a otro entre las rocas escarpadas. Siento cómo voy dejando atrás algunos sinsabores y uno que otro resentimiento. Agradezco cada lección de vida y todas las bendiciones y oportunidades que me rodean. Conecto con la abundancia del presente y reposo por unos minutos. Aflojo mi bufanda y siento en el cuello una brisa ligera. Logro despejar mi mente. Regalo mis mandarinas.

Unos escalones más, ya los últimos, hasta llegar al Recinto de los Cinco Grandes (Godaidō) en la cima, donde las nubes, al disolverse completamente, me permiten contemplar los colores otoñales de las montañas llenas de arces y hayas que contrastan con el verde del campo. Parece tan pequeño desde ahí arriba y yo también me siento pequeña, muy pequeñita.

Un escalón más arriba,
la única hoja
que no lleva el viento.