Todas las entradas de: el rincón del haiku

Presentación de Xaro Ortolá y Paco Ayala

Hola a tod@s, Haijin@s del Mundo:

         A petición de los administradores del Foro y la Revista Digital del “Rincón del Haiku”, nos complace anunciar que los haijines Xaro Ortolá y Paco Ayala intentaremos coordinar esta sección de Foto–Haiku de la forma más honorable posible.

     Introduciremos, siempre que sea posible, comentarios, enseñanzas o algún pequeño debate de l@s Maestr@s y compañer@s para enriquecer nuestras percepciones.

         Comenzaremos esta sección con algún Foto-Haiku de nuestra autoría.

         Para abordar el tema de forma sencilla os comentamos que en el llamado Foto-Haiku moderno (citaremos como ejemplo actual las fotos de Kotori y de momiji) estas fotos, dibujos… no son más que las Haigas de los Maestros antiguos, donde se pintaba el Aware del Haiku con pincel y tinta sobre papel de arroz. Podemos admirar, por ejemplo, las maravillosas Haigas del Maestro Yosa Buson (S.XVIII).

         Ahora con cámaras, móviles y sensibilidad, es fácil para nosotros poder captar ese preciado “Momento Haiku”.

         Esperamos vuestra entusiasta y prolífica participación. Será una maravillosa experiencia de disfrute y aprendizaje en áreas, fotografía y palabra, tan distintas como complementarias.

         Deseamos que esta sección sea de vuestro agrado, que con cariño compilaremos para tod@s l@s que amamos el Haiku-Dō.

¡¡¡Qué los vientos de la Inspiración nos guíen a buen puerto!!!

                   Gracias.

Un hallazgo inútil + Traducción abierta de un texto de Shiki: Relato del pequeño jardín

Agosto, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

Un hallazgo inútil

I

    De estos años intentado descifrar algunos haikus, llegué a muchas conclusiones y formulé muchas ideas. Algunas menos interesantes que otras, pero algunas. Esas exploraciones que respondían a la obligación descriptiva que organiza el trabajo de investigación. Estas exploraciones dejaban un amplio muestrario de comentarios, muchas veces como anotaciones al margen de una traducción. En el amplio blanco que enmarca el haiku que divide la página, me permití anotar coincidencias extrañas o hallazgos inútiles. Tal vez el siguiente tan solo delate mi entusiasmo por las posibilidades de unir lo inédito del haiku, mis fantasías marginales. Con ella no quiero llegar a ninguna conclusión, quiero habilitar otro tejido de pensamiento. En ese tejido el haiku desborda su naturaleza de objeto literario volviéndose una especie de artilugio para ahondar en reflexiones atravesadas por la multiplicación de los significantes.

  II

    En 1904 Argentina y Chile se encuentran en medio de conflicto de demarcación de los límites de cierta zona austral de la Patagonia, residencia de grandes valles y glaciares. Hasta 1881, el “Tratado de límites” habían tenido a la cordillera de lo Andes como límite natural entre los países. Sin embargo, un problema de interpretación de la enunciado ““la línea fronteriza seguiría las altas cumbres que dividen las aguas (divortium aquarum)” y su ajuste con la falta de coincidencia cumbres y aguas etre los paralelos 40° y 52° donde los picos mas altos y las aguas no coincidían derivaron en un enfrentamiento ocasionado por el enigma constitutivo del lengua: el malentendido.

    Algunos enfrentamientos entre patrullas militares y equipos de exploración de ambos países (conformados por indígenas, criollos, ingenieros) conllevaban distintas amenazas como el levantamiento de banderas en territorios imprecisos o la construcción de mojones de piedra, hechos que constituyeron explicitas provocaciones al país vecino.

    Aunque respectivas prensas nacionales alentaban el conflicto armado, ambos países en revisión e sus presupuestos nacionales para redirigirlos a la preparación y reparación de las fuerzas marciales solicitan la intervención diplomática internacional de Reino Unido para resolver el conflicto, lo cual derivo en un acuerdo en un fallo arbitral en 1902 donde se estableció un límite fronterizo en base a un una combinación divisoria de aguas y las cumbres más altas. Pero la participación inglesa no terminará allí y un poco vuelve a redirigir la cámara de nuestra historia.

    Ante la posibilidad de iniciar un conflicto armado, Argentina y Chile fueron compradores de una serie de busques fabricados en costas italianas preparándose para ese conflicto armado. Los cuales con la firma del tratado de 1902, una de las condiciones era el abandono de la formación militar por lo cual los buques Bernardino Rivadavia y su gemelo Mariano Moreno, encallados en las costas italianas estuvieron a la deriva quieta del destino que les dieran sus dueños latinoamericano.

    A comienzos del siglo XX, Japón se encontraba en plena expansión de la flota imperial para enfrentar la inminente guerra ruso-japonesa. Empujado por su ambición de poder marítimo, Japón adquirió los dos acorazados argentinos, rebautizados con dos nombres que delatan el soplo estéticos que toca todo lo que se erige japonés en el mundo: Kasuga y Nisshin. Ambos pasaron a integrar en 1904 la recién conformada clase Kasuga, desempeñando un papel crucial como buques de defensa. Su historia se entrelaza con la del capitán argentino Manuel Domecq García, quien había presidido la comisión encargada de supervisar la construcción de estos acorazados en Génova. Ya bajo bandera japonesa, en 1904 García fue designado observador militar en la guerra ruso-japonesa, presenciando de primera mano el bautismo de fuego de los antiguos navíos argentinos: el ocaso de los emblemáticos nombres de proceres argentinos dejaba lugar a los nacientes defensores que se presentan como delicadas atmosferas para defender las costas de tierras futuras por conquistas.

III

    Como si hubieran doblado un planisferio por la mitad, aquellos nombres consonánticos, fácilmente reproducibles en nuestro idioma, poco nos explican sobre la extraña coincidencia de que una batalla naval se librara bajo dos kigo presentes en innumerables haikus. Nisshin, 日進el “progreso”, y Kasuga, “un día de primavera”. Podría parecer una salida fácil suponer que la sensibilidad estacional alcanza incluso los frentes de batalla. Un deseo de conquista y defensa se esconde detrás de nombres de evocaciones de paisajes que delatan el matices. En la entrada del saijiki, encontramos que kasuga o haru no hi evoca una atmósfera primaveral, cuando el brillo del sol devuelve el color a las cosas enfriadas por el invierno.

春の日を音せで暮る簾かな

haru no hi wo oto sede kuru sudare kana

Sin ruido atardece un día de primavera tras las cortina de bambú.

Kaya Shirao

    Hay un mutismo compartido entre el acorazado y el silencio de primavera. La brisa primaveral apenas mueve la sombra de las cosas pese al brillo de una luz que invade cada rincón del paisaje. Así también, esos barcos de defensa encallados en costas tranquilas parecen cabizbajos en noches de marea alta, cuando resguardan sus fuerzas para volverse un gigante imperceptible al borde de ataque. Algo de la quietud y del silencio de los grandes barcos cruzando ríos y mares, ese silencio del deslizamiento con el silencio del sol en el día de primavera, parece coincidir en este hallazgo inútil.

西山の山寺にあり春

En el templo de la montaña

en Nishiyama,

ha llegado la primavera.

Shiki

Obras completas pp. 77

    Hay en kasuga algo imbricado en la estación y en la escritura, una vibración que no depende de la pronunciación ni del fonetismo, sino de una constelación de asociaciones que se solapan. Un atlas de imágenes se abre en la piel, en los oídos, en la sinestesia. Primero la mirada se levanta: la primavera licenciosa se revela en el templo de Nishiyama, donde el sol entibia las cosas con un silencio apacible. Luego la escena se desplaza al litoral: en un día semejante, quien se acerque a la costa puede descubrir la magnitud del acorazado, gigante inmóvil, como si la misma primavera devenga cuerpo de hierro y acero. Entre el kigo y el navío, entre la fugacidad y la monumentalidad, resuena la misma palabra, kasuga.

-.-

Septiembre, 2025
Invierno
Córdoba, Argentina

 

Traducción abierta de un texto de Shiki.

 Relato del pequeño jardín

Masaoka Shiki

 

    Tengo un pequeño jardín de veinte tsubo. Como está ubicado al sur de la casa tiene como telón de fondo los cedros de parque Ueno. Gracias a que mi barrio es un suburbio deshabitado, el azul del cielo es mucho más amplio y, desde aquí, puedo disfrutar del deambular de las nubes y las aves. Cuando me mudé, el jardín parecía un cementerio de bambusal. No había ni césped ni un árbol. Tiempo después el dueño de la casa plantó tres pinos y le devolvió un poco de dignidad. Yo sumé algunos esquejes de rosas que una vecina me había regalado. Muchas veces me sorprendí adorando las cuatro o cinco flores que brotaron. Al año siguiente tuve que cubrir la presencia del ejército en Kinzhou pero el viaje se prolongó porque me enfermé y quedé internado en Kobe. Cuando volví a mi hogar a finales de otoño, el jardín estaba más desolado que la primera vez. Solo un par de crisantemos blancos torcidos crecían desor-denadamente. Mientras lo miraba en silencio un sinfín de emociones se amontonaban en mi pecho. Aunque todavía me sentía débil, me abrumó la alegría de regresar con vida. Sin pensarlo comencé a tararear san kei shū kō.[1] La sencillez de este jardín y sus flores me conmovieron en lo mas profundo. A medida que mi enfermedad empeoraba ya no podía salir de casa. El jardín se convirtió en mi mundo. Sus flores mi única inspiración. Ese pequeño espacio y sus pocas flores me han hecho olvidar que estoy agonizando en la celda personal que es mi habitación.

    Al año siguiente, cuando la primavera empezaba a sentirse y el canto de los pájaros llenaban el aire, abrí la ventana de mi habitación y me arrastré hasta el jardín para que mis párpados se entibiaran. Las plantas y los árboles habían revitalizado ese espacio tan pequeño como la palma de una mano. A pesar de que la brisa fresca se filtraba por los agujeros de mi ropa, me sentí increíblemente cómodo. Había brotado un arbusto de hagi que mi vecina me había obsequiado el año anterior. Había crecido lo suficiente para ofrecerme una variedad de verdes y rojos que anticipaban la llegada del otoño. Pasé muchos días enfrascando en el movimiento de los sombras del árbol de shii.[2] Así, me pasaba los días en un estado de contemplación mezclado con cansancio.

    Aunque el invierno y mi enfermedad me quitaban las fuerzas, frente a ese pequeño jardín me sentía como un recién nacido. Era como si me ofreciera la oportunidad de una nueva vida, de crecer sano junto a los brotes de hagi. A veces aparecía una mariposa, cuyo simple revoloteo bastaba para elevar mi espíritu. Sentía que mi alma se movía con su misma ligereza, persiguiendo el aroma de las flores y descansando sobre sus brotes. Luego la mariposa volaba cerca de los cedros, se paseaba por el jardín vecino y, al regresar, se entretejía entre las ramas de los pinos y el estanque. Cuando ella desaparecía me quedaba sumido en mis pensamientos hasta incomodarme. El calor de la fiebre subía y volvía a acurrucarme debajo de las sábanas. Allí entre el sueño y la ilusión, me encontraba en un vasto e infinito campo donde volaba arrebatado junto a una mariposa que exploraba el tejado de mi vecino. Mientras volábamos, más mariposas aparecían. Cuando me tomaba un instante para observarlas descubría que todas ellas eran pequeñas divinidades, hijos e hijas de los dioses. Al compás de una música que resonaba en el cielo, las mariposas bailaban y alzaban en vuelo. Yo, por no quedarme atrás, sin temer a los espinos ni a las zarzas, los pisoteaba y los saltaba, hasta que, al intentar cruzar un arroyo caía a mi despertar: empapado en sudor, con el piyama completamente mojado, y con la fiebre, quizá, ya por encima de los treinta y nueve grados.

    Pasado el mejor momento de los lotos y con el hototogitsu resonando en el cielo, las rosas florecieron en abundancia. Aunque su colorido no carece de encanto, la veredera belleza de mi jardín residía en el otoño del hagi y el susuki. Este verano el hagi extendió su ramas y tuvo un crecimiento robusto. Las hojas amarillentas del año pasado han dado paso a un verdor profundo. Cuando hay sol pido que me acerquen una silla hasta él para recoger pequeño insectos de los brotes. Desde finales de agosto, campanitas (kikyō) y clavelinas (nadeshiko) mostraron sus frutos y las flores de la mañana (asagao) escanseaban, pero los hagi florecían de uno a dos capullos a la vez. Contaba con los dedos los capullos conteniendo la emoción: si hoy eran dos, mañana serian cuatro, al día siguiente ocho, luego diez, hasta que algún día serían mil. Sin embargo, tras una noche de tifón me desperté inquieto. Escuché ruidos en el jardín, me arrastré hasta allí para saber que sucedía. Me dijeron que el viento había roto las ramas del hagi que tanto se había esforzado por crecer en verano. Sentí que se me hundía el corazón. No había nada que hacer. Si lo hubiese sabido hubiera apuntalado las ramas con bastones, pero ya era tarde para arrepentirse. El viento del tifon del año pasado había volado las tejas del techo, pero no había hecho tanto daño como este que destrozo la voluntad de los tréboles. Aquel día el cielo estaba tan despejado que dejaba sentir el frescor del otoño. Pedí que me acercaran una silla y un balde con agua al jardín para limpiar el barro de las ramas que aún seguían en pie. Sólo logre que me duelan las piernas. Finalmente las ramas se pudrieron sin florecer. Nuevamente, el pequeño jardín quedo desolado, solo me quedaban los pinos y algunas hierbas.

    La primavera pasada, luego equinoccio, Ogai me envío varios paquetes de semillas. Las planté de inmediato, pero apenas crecieron unas zinnias. Me desilusione por completo porque de verdad quería tener unas celosías. Cuando llegó el verano, sucedió algo muy extraño. Un brote apareció en la zona donde había sembrado las celosías. Lo até delicadamente a un bambú y lo cuidé con esmero. A medida que crecía podía verse el rojo de las primera hojas de celosía. Estaba encantado. Desmalecé toda esa zona y cuando alcanzó más de 30 centímetros, el viento del tifón volvió. Aunque las ramas de hagi volvieron a romperse, esta solo se torció un poco. La enderecé y volví a atarlo al bambú. Ahora tiene casi medio metro. Aunque delgada y tambaleante, su rojo ardiente es hermoso. Días después del tifón, mis vecino del frente me regalaron unos plantines de celosías para acompañar la mía. Tiempo después, muy temprano en la mañana, tocaron la puerta trasera. Era Fusetsu llevando una gran celosía en los brazos. Bajo suave lluvia de mañana la plantó y se fue. El contraste entre el brillo de las hojas de las celosías con las ramas de hagi desnudas creaba una escena de profunda melancolía. Aquella anciana vecina que me había ayudado a crear este pequeño paraíso regalándome rosas se mudó. Poco antes del otoño, supe que había fallecido.

Un jardín pequeño, atestado de hierbas y flores.

Octubre 1898, en Hototogistsu

Bibliografía

Masaoka, S. (1999). Ensayos sobre los nombres de las flores, vol. 9: Flores de septiembre (H. Kadota, Transcripción; S. Kobayashi, Corrección). Sakuhinsha. (Obra original publicada en 1898 en Hototogisu; recogida en Obras completas de Shiki, vol. 12 – Ensayos II, Kōdansha, 1975). Disponible en Aozora Bunko: https://www.aozora.gr.jp/cards/000305/files/42170_12291.html

 

Notas:

[1] 「三逕就荒」 (San-kei shū-kō): alude a un verso de un poema chino clásico, evocando jardines abandonados y la nostalgia de lo efímero.

[2] El árbol de shii es un tipo de roble.

Septiembre 2025

CONSTRUIR

Por la mañana
También las piedrecitas
Tienen su sombra.

DECONSTRUIR

Octavio Paz, el gran poeta mexicano que cultivó el arte del haiku, decía que las cosas se esconden en la sombra de sus nombres. Asunto de calado filosófico. La relación entre la “cosa” y el “nombre” ha sido una cuestión omnipresente en la metafísica, alguna corriente de la cual, como el nominalismo del Medievo europeo, negaba la existencia de la realidad –de los conceptos, de las cosas, de los llamados “universales”– fuera de sus nombres. ¡Los nominalistas eran haijines sin saberlo!  Y es que la mente del haijin, cuando se asoma al Inconsciente con su intuición, desnuda a las cosas no solo de sus nombres, sino hasta de la sombra, del ropaje de los nombres.  La herramienta para hacerlo es su impersonalidad. Cuando el haijin se despoja de su yo o de su intelecto, la cosa –el objeto, la sensación expresada– se muestra vacía de la codificación de la semántica.  Como una mariposa que, libre y feliz, sale volando, libre de las ataduras de la relación significante-significado.  La claves es eso: la impersonalidad, la vaciedad del yo, el no agente personal de la acción del poema.

En la lengua japonesa, en donde no se marcan la persona o agente de la acción verbal porque no hay desinencias personales en los verbos, es relativamente fácil ser impersonal cuando se compone un haiku. En las lenguas occidentales no lo es tanto. Voy a demostrar esto con un prodigioso haiku de Issa Kobayashi.

 Nani mo nai ga
Kokoro yasusa yo
Suzushisa yo

 Nani mo nai ga no quiere decir exactamente «no tengo nada», sino «no hay nada» lo cual es diferente aunque la acción de no tener se aplique a uno mismo. En la expresión japonesa no hay verbo alguno que nos permita inventarnos el verbo «tener» en primera persona. Una traducción aproximada que respetara esta impersonalidad del primer verso del original sería usando el verbo «tener» en infinitivo, por ejemplo:

Sin tener nada,
Solo paz en el alma
Y frescor de la brisa. 

El admirado maestro Fernando Rodríguez Izquierdo personaliza la acción de «tener» enfatizándola además con el pronombre «yo» , y lo versiona así:

Yo nada tengo,
Pero gozo de calma
Y del frescor.

Con esto de la impersonalidad del haijin no he me apartado sin razón del tema de la sombra de los nombres, de la sombra de las piedrecitas, por volver a mi haiku de este mes.  Antes bien, la sombra de esas insignificantes piedras –acompaño fotografía– advertida en el suelo de hormigón, durante un paseo muy mañanero realizado hace unos pocos días, la produce un agente impersonal no mencionado en el verso: un rayo de sol.

Es, por tanto, un haiku impersonal. El haijin es solo la cámara que fotografía el instante.  Un instante, me pareció, de grandiosidad cósmica. El testimonio poético de que una cosa inorgánica, en el lenguaje humano, como una pequeña piedra, posee el mismo derecho que cualquier persona u objeto grande –como un árbol o una montaña– a tener su sombra, a tener un nombre. Pero no lo tiene, aunque tenga sombra, y esto le llamó la atención al haijin. La piedrecita sin nombre pasó, entonces, a formar parte con todo derecho del engranaje de la realidad cósmica en la cual las cosas existen aun sin nombre.  Todo ellos gracias a su sombra. La sombra creada por el sol naciente. La sombra que oculta el nombre de cada una de esas piedrecitas del camino, que, no por carecer del nombre, son menos cosa.

 

GALLINÁCEAS

 GALLINÁCEAS

(Septiembre)

 

Canta un gallo, mil gallos.

                                                        Amanece.

Luz tan cacareada

 pocas veces se ha visto.

¿Qué traerá este día así anunciado

con clarines más vivos que sus llamas?

Ángel González  (Alba en Cazorla)

 

Quién no ha escuchado en un pueblo cualquiera el canto del gallo al amanecer. En el mundo rural, éste forma parte del paisaje sonoro cotidiano.

 

tori no ne no tonari mo toshî yoru no yuki

 

Un gallo canta

cerca pero lejano

Noche de nieve

 

Kagami Shikô

Gallos, gallinas, pavos, faisanes, perdices, codornices, urogallos, pavos reales, chachalacas, paujiles… Son aves en general de patas robustas y alas cortas redondeadas, la mayoría no voladoras o de vuelo escaso. Su pico es corto, ancho y fuerte para poder alimentarse preferentemente de grano, aunque también de semillas, insectos y algunos frutos.

 

miwatori no oyako hiki an ochibo kana

 

Gallinas y pollitos

picotean juntos

los granos de arroz suelto.

 

Masaoka Shiki

 

Cielo de abril

hacia el mismo surco

todas las gallinas

 

Idalberto Tamayo

 

Criadas en granjas o silvestres, se encuentran distribuidas por todo el planeta. Son aves vinculadas históricamente a las migraciones humanas. Antes del primer milenio a. de C. no había pollos ni gallinas en Europa Occidental. En su lugar de origen, el sudeste asiático y el oeste de la India, se retrasa su domesticación, relacionándose ésta con el cultivo del arroz.

 

Se oye un gallo…

el plumón va y viene

en el traspatio

 

Ana López Navajas

 

Aire de lluvia

Picoteando un huevo

la bataraza*

*Bataraza: gallina de plumaje gris con pintas y manchas blancas.

Rodolfo Langer

 

Se crían en su mayoría para la producción de carne y huevos o con fines cinegéticos. (Las codornices se enfrentan a un riesgo alto de extinción en estado silvestre. Los faisanes son criados exclusivamente para la caza.)

 

 

Chirriar de cigarras-

En silencio el vecino

despluma un gallo.

                

 Pilar Carmona (Piluca)

 

En el cubo de agua

sumerge a la gallina clueca

Aire frío

 

Idalberto Tamayo

 

Pollo al curry,

el viento de abril

en la ventana

 

Isabel Rodríguez (Isa)

 

Pero será el canto, que habla de lo cotidiano en esa vida sencilla del mundo rural, el que atraiga en mayor medida la atención de los poetas.

 

El gallo rojo

engulle una hebra de apio

y luego…¡canta!

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Sol de la tarde,

va espaciando sus cantos

el gallo afónico.

 

Anna María Santolaria (Estela)

 

kiji naku ya kumo sakete yama arawaruru

 

El canto de un faisán:

las nubes se abren

y aparecen las montañas

 

Masaoka Shiki

 

desvainando arvejas

junto a mi madre;

el gallo canta también…

 

Mirta Gili

 

Toda la tarde

han cantado los gallos-

Cae el azahar.

 

María Victoria Porras (Mavi)

 

Cesta de yarey*

Alrededor de la abuela

cacarean las gallinas

*Cuba: Palmera de cuyas hojas se hacen diversos útiles tejidos.

 

Idalberto Tamayo

 

Sendero angosto

rompe el silencio el canto

de la perdiz.

 

Idalberto Tamayo

 

junto al brasero

la niña imita el piar

de los pollitos

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

El gallo, ese altanero que impera en los corrales, es el arquetipo de ave radiante por excelencia. Su simbolismo está relacionado con su comportamiento natural más evidente: el canto al amanecer. En la India es el atributo del dios Skanda, personificación de la energía solar. En Japón, su canto está asociado a Amaterasu, diosa del Sol. En el islam, goza de una veneración absoluta y con su canto se señala la presencia del ángel. En el cristianismo, , la iglesia lo incorpora y utiliza con frecuencia. (Misa del gallo, Pedro y las tres veces que canta el gallo, la figura del gallo en cimborrios y torres de iglesias para alejar el mal…)

 

niebla matinal…

escarba en la hojarasca

un gallo rojo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Canta un zorzal

en la cola del gallo

de la veleta

 

Jorge Braulio

 

el gallo huido

canta bajo la luna…

setas de chopo

 

María Rosario Ortolá (Destellos/Xaro La)

 

Criarse entre gallinas, escuchar su cloqueo, percibir el olor de sus plumas, en las manos el calor de los huevos…Gallinas, gallos, pavos, perdices o faisanes, el mundo rural cercano lo reflejan poemas, relatos, cuentos, y en el caso que nos ocupa, haijines atentos. Por muchos años.

 

kiku arete niwatori nerau itachi kana

 

En los crisantemos marchitos,

una comadreja

¡acechando a las gallinas!

 

Masaoka Shiki

 

harukaze ni o o hirogetaru kujaku kana

 

Con la brisa de primavera

extendiendo su cola

¡el pavo real!

 

Masaoka Shiki

 

camino a casa

comiendo higos* tintos

que picaron las perdices

*Higo, breva: fruto de la higuera.

Félix Arce (Momiji)

 

Se encrespa el gallo,

con su aleteo avienta

plumas caídas.

 

Juan Francisco Pérez (Raijo)

 

Se abren las nubes.

Una gallina incuba

huevos de oca

 

María Ángeles Millán (Hikari)

 

osoki hi ya kiji no oriiru hasino ne

 

el día

navega lentamente

faisanes

posando sobre el puente

 

Yosa Buson

 

Lluvia menuda;

se acurruca un pollito

bajo el rosal.

 

Roberto Miguel Escaño (Escaño)

els paons escuats

groguegen els til-lers

en la roureda

 

los pavos sin cola

amarillean los tilos

en el robledal

 

Joan Antón Mencos (mencs6)

 

kiji tatte hito odorokasu karena kana

 

Sobre el páramo marchito,

el sobresalto

por el vuelo de un faisán

 

Kobayashi Issa

 

También el viejo

sonríe ante la cola

del pavo real

 

Jordi Doce

 

Luz otoñal-

Una perdiz volando

sobre la viña

 

Gorka Arellano

 

kijinaku ya nosu no suso yama i emo nashi

 

El canto de un faisán:

al pie de los montes Nasu

ni una casa

 

Masaoka Shiki

 

niwatori no koe ni shigururu ushiya kana

 

Un gallo canta

Cae la lluvia invernal

sobre el establo.

 

Matsuo Bashô

Haibun 63

Haibun 63

Habitación 105

Cuando llego están las de la limpieza. Hay que esperar a que el suelo se seque. A continuación entran a cambiarle…

Invitada por la luminosidad que se percibe, del pasillo, entro en la sala de estar. En un panel la inscripción:

…..“San Juan de Dios informa.
……………..Prevención del Covid-19.
…………………………….Mascarillas…
……………………………………………Lavado frecuente…
………………………………………………………….Al estornudar…
…………………………………………………………………….Utilice las escaleras…”

Como un autómata, y como si después de más de seis meses, fuese la primera vez que leo esas recomendaciones.

La televisión de pared presenta en su gran pantalla, imágenes veraniegas de hermosas playas con gente feliz. Todos sin protección.

En la sala hay personas mayores en sillas de ruedas. En una mesa tres de ellos con un acompañante, juegan a las cartas. Me acerco a la pared acristalada, desde donde se presenta otra perspectiva: un cielo azul, el brillo del sol, una zona ajardinada con bancos. Ahí hay un hombre joven con dos chiquillos sonrientes mirando hacia arriba. La niña levanta una pancarta en la que hay dibujado un corazón sobre fondo verde, con flores alrededor, y en letras grandes “TE QUEREMOS, ABUELO”. Y la abuela le enseña risueña:

-“¡Míralos! ¿Los ves? ¿Los ves?…”

Nadie sabrá nunca si el abuelo, en algún momento, ha llegado a verlos.

Vuelvo a la habitación y después del cambio de ropa y postura, lo encuentro con los ojos entreabiertos, pero como todo su cuerpo, inmóviles. Le saludo y le digo mi nombre… ¡Mueve ligeramente los ojos!

Sigo hablándole y le acaricio la frente: ¡la frunce!

No hay duda, se han producido dos gestos en su expresión! Mi ilusión es que ha podido percibir mi compañía, y me envía señales, pero quizás desde mi sentir, veo más allá de lo que hay.

El gran corazón de Yama está cansado y no bombea bien. Sin solución y ante el malestar, quería dormir, dormir, dormir…

Y comenzó la sedación.

Montaña blanca.
Por el curso del río
brillo de estrellas.

 

 

Carmen García Carnicér
Pamplona 22-8-2020

Un viaje al pasado de la Tierra

Roxana Dávila Peña
mushi

Ya debe ser medio día. Huele a lluvia.  Desde los postes, dos zopilotes abren sus alas y vuelan bajito hacia los matorrales. Todo está verde. Las biznagas y las candelillas con una que otra flor. Vine a Rincón Colorado a ver la historia de un pasado sumergido. El mar ha desaparecido y queda un sendero lleno de fósiles, caracoles y ostras. Siento el crujido de las piedras bajo mis pies como un eco seco en el silencio del desierto coahuilense, donde antes había dinosaurios.

Casi resbalo. La mano cálida de papá se apoya sobre la mía. Acomoda su sombrero y me habla sobre lo que guarda en su memoria. ¿Cómo sería ese mundo? Me vuelvo viajera. Casi metálico, comienza bajo y asciende poco a poco el chirrido de una chicharra. Desde el mirador, a lo lejos, en los cerros, se alternan la sombra y la luz bajo nubes inmóviles. Ya de regreso, el sabor de una manzana que traje de Arteaga.

Voz que se apaga.
Espinas de huizache
en mi vestido.

 

 

Septiembre de 2025

Ha vuelto el invierno de forma bastante violenta, con temporales de lluvia y viento, además de mucha nieve en la Cordillera de los Andes, lo que ha convertido a Santiago en un verdadero congelador. Sin embargo, los primeros brotes de almendros, duraznos y ciruelos me consuelan con la promesa de la pronta llegada de la primavera. Por mientras, disfruto del calor literario que me entrega escribir sobre el otoño en Japón.

Septiembre, en el mundo del kigo, corresponde a 仲秋 chuushuu o mitad del otoño; en el calendario lunar sería 葉月 Hadzuki u Octavo Mes. Abarca desde 白露 hakuro o blanco rocío, alrededor del 8 de septiembre, al día anterior al comienzo de 寒露 kanro o rocío frío, alrededor del 8 de octubre. Se escuchan los insectos y la luna es más brillante que nunca. Cada mañana se ve más rocío sobre la vegetación al amanecer, el cual va haciéndose cada vez más frío con el avance de la estación. El 23 de septiembre ocurre el 秋分 shuubun o equinoccio de otoño, durante el cual el día y la noche tienen prácticamente la misma duración.

Es, desde la antigüedad, la estación favorita de los poetas, así que la elección de este mes fue difícil.

Kigo: 名月 meigetsu; luna llena. Se refiere a la luna que cae el 15 del octavo mes del calendario lunar. Como sugiere un famoso haiku de Issa, la luna es tan grande que parece que se puede tocar con la mano. Se venera a esta luna con pastelillos de arroz, castañas o patatas dulces, poniéndolos junto a un jarrón con varillas de miscanto. Fue utilizado como kigo por primera vez en el Haikai Shougakushou (1641).

La Luna de Medio Otoño es un evento anual que existía antes de la introducción del calendario lunar en Japón, y que se celebra aun en la actualidad. En la antigüedad, el taro (Colocasia esculenta) era una importante fuente de alimento en Japón, y la Luna de Medio Otoño era el festival de su cosecha. Esto es un vestigio del hecho de que a la Luna de Medio Otoño también se le llama imo-meigetsu o luna de la patata. Es importante notar que la Luna de Medio Otoño no necesariamente coincide con la luna llena. Estadísticamente, es más probable que ocurra en una luna que no es luna llena. Esto se debe a que el calendario lunar y la edad de la luna no coinciden exactamente, lo que resulta en una discrepancia en el tiempo entre la luna nueva y la luna llena.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 天文 tenmon; astronomía

Haijin: Matsuo Bashou (1644-1694)

名月や池をめぐりて夜もすがら

meigetsu ya ike wo megurite yo mo sugara

luna llena, rodeando el estanque toda la noche

Kigo: 啄木鳥 kitsutsuki; pájaro carpintero. Término general para los pájaros carpinteros de la familia de los carpinteros (Picidae), que incluye el pico kizuki, el pico picapinos y el pito japonés. Estas aves son residentes. Sus llamativos colores y el sonido que emiten al buscar alimento son impactantes en los bosques de otoño.

Período: 三秋 sanshuu; tres otoños

Categoría: 動物 doubutsu; animales

Haijin: Mizubara Shuoushi (1892-1981)

啄木鳥や落ち葉をいそぐ牧の木々

kitsutsuki ya ochiba wo isogu maki no kigi

pájaro carpintero, apura las hojas caídas, árboles del prado

Kigo: 月見 tsukimi; contemplación de la luna.  El acto de contemplar y apreciar la luna de la cosecha a mediados de otoño. Se hacen arreglos de hojas finas con ofrendas de pastelillos de arroz y alimentos de temporada. Se celebra con amigos y familia y, además de contemplar la luna, se disfruta de comida y bebida, y poemas que enriquecen el ambiente. Mucha gente también visita lugares famosos para contemplar la luna, como Matsushima, Obasute y el templo Ishiyama dera.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 生活 seikatsu; vida diaria

Haijin: Hatano Souha (1923-1991)

仲よしの女二人の月見かな

nakayoshi no onna futari no tsukimi kana

dos amigas contemplando la luna

Kigo: コスモス kosumosu; cosmos. Esta planta anual de la familia de las Asteráceas alcanza una altura de unos dos metros. Sus hojas están finamente divididas y sus tallos son delgados. Produce flores blancas o rosadas de septiembre a octubre. El cosmos es una planta anual de la familia de las Asteráceas, originaria de México, introducida en Japón después del período Meiji. Se cultiva en jardines y parterres por sus hermosas flores. Su inflorescencia tiene la misma estructura que la de un girasol, con una flor tubular en el centro y grandes pétalos alrededor.

Período: 仲秋 chuushuu; mitad del otoño

Categoría: 植物 shokubutsu; vegetación

Haijin: Kitayama Hiroji (¿?)

コスモスや茎より素描始めたる

kosumosu ya kuki yori sugaki hajimetaru

cosmos, el primer boceto desde el tallo

Espero hayan disfrutado estos haikus de mitad de otoño que seleccioné para ustedes. Deseando les acompañen durante septiembre, me despido hasta el próximo artículo.