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julio 2021

Hoy la basura
toda es flor de cerezo;
templo al crepúsculo.

– Tan Taigi
(trad. Fernando Rodríguez-Izquierdo)

«7. Adoptar patrones de producción, consumo y reproducción que salvaguarden las capacidades regenerativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario.
– Reducir, reutilizar y reciclar los materiales usados en los sistemas de producción y consumo y asegurar que los desechos residuales puedan ser asimilados por los sistemas ecológicos.
– Adoptar formas de vida que pongan énfasis en la calidad de vida y en la suficiencia material en un mundo finito.»
(de la Carta de la Tierra)

Junio 2021

Miércoles

             El tiempo está cambiando. Tras las copiosas lluvias de abril, el frío, el fuego en la estufa al atardecer… luce ahora un sol radiante que, al tamiz de la humedad ambiente, aumenta la sensación de calor. El campo y el monte están tapizados de un verde inusitado por estas latitudes levantinas; no lo veremos más en todo el año. Flores de todos los colores menudean por doquier: el fucsia de las jaras y las corrigüelas, el amarillo de las castañuelas, las albaidas, las candileras, las siemprevivas que ya comienzan a ajarse, el blanco de las jarillas y del quiebraolla o romero macho, el azul de las centáureas, de los cardos, de las viboreras… En todos los árboles, renuevos, rebrotes, renacer de hojas de un verde claro, tierno, suave. Musgo en las umbrías. Al borde de los caminos surgen matas y arbustos que aguardaban en sus enterradas semillas el momento de dar a luz y crecer con vigor asombroso. Esta tarde de mayo el tiempo ha cambiado. Pica el sol. La naturaleza se apresura a alcanzar su esplendor antes de sucumbir al irrefrenable termómetro del verano que siempre se anticipa en estas insoladas tierras del Mediterráneo.

Fosca* en la tarde.
En la rama de un pino
canta la oropéndola.

*en el habla murciana significa -además de neblina- bochorno.

       Jueves

       En el norte hay otra luz. La frondosidad ubicua del verde, las nubes que permanecen inmóviles en el cielo, o lo surcan y desaparecen… El azul intenso del mar de aguas frías que baña las costas y se evapora en la raya difusa del horizonte… El gris de las montañas calizas, el blancor refulgente de la nieve que las cubre en invierno o de los gélidos neveros que persisten en verano y el incoloro evanescente de la niebla que se desliza por las laderas y los collados, o que se estanca en los bosques y lentamente se diluye y se despeja… Es primavera. Las hojas tiernas de las hayas, los nogales, los tilos, los avellanos, los arces, los prunos, los manzanos… ondean al viento destemplado que llega de la rasa litoral. Una yeguada pace en el prado colindante con mi casa. Lentamente va segando la hierba que crece por días rauda, fresca. Junto al trinar innumerable de los pájaros y el roce del aire en las ramas, el corte ritmado de las mandíbulas en el pasto.

Reverbera el sol
en la corteza
de los abedules

       Viernes

          Amanece orvallando. Tímidos pájaros cantan a la luz que tarda en expandirse por la aldea. Las hojas de los árboles rociadas de pequeñas gotas que se agrupan en el ápice y caen pesadas a la tierra. Lentamente se va desvaneciendo la tenue gasa de niebla atrapada en la arboleda o posada en las colinas… En la casa, el tictac del reloj, la luz mortecina que a duras penas entra por las ventanas, la luz artificial que se hace necesaria en esta oscura mañana de primavera, el silencio reinante moteado de amortiguados pitidos, silbos, trinos… 17º en el interior. 12º afuera. La mesa recogida del desayuno y ya preparada para la comida. La jarra a medio llenar con agua de manantial de la traída del pueblo. Un bolígrafo con el que acabo de anotar la lista de la compra. Un cuento infantil a mi derecha listo para contar a mi nieta en cuanto me llame por FaceTime desde London… Al frente, sobre la repisa de la ventana, una mariposa con cierto toque naíf pintada sobre una piedra arenisca regalo de la vecina que cuida la casa en nuestras prolongadas ausencias… Nadie aún en los caminos. Sólo el suave balanceo de las ramas del abedul en la leve brisa que llega del mar…

Día lloviznoso.
Volando a ras del suelo
las golondrinas.

Sábado

       Desde mediodía no cesa de llover, mansa pero continuamente. Ya discurre el agua por los surcos de los caminos, como venas abiertas que se derraman. Nubes vaporosas cargadas de finas gotas van empapando el bosque a su paso. Por los canalones desciende la lluvia como un manantial que va llenando el aljibe que ha de proveer el suministro doméstico y regar el jardín durante el largo estío que se avecina. No cabe más agua en las flores cerradas, ni en las macetas, ni en las espigas inclinadas,  ni en las hojas que la vierten sobre la tierra… En este atardecer perpetuo en que se ha convertido el día, el orbe se concibe y se alumbra con una luz ilimitada, indefinida, sin nombre aún, como en el albor de los tiempos.

Burbujas de lluvia
en los charcos del patio.
Pasa la niebla.

Junio 2021

Acá y allá
escuchan la cascada
jóvenes hierbas.

– Yosa Buson
(trad. Antonio Cabezas)

«Del punto 5 – Proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos de la Tierra:
– Establecer y salvaguardar reservas viables para la naturaleza y la biosfera, incluyendo tierras silvestres y áreas marinas, de modo que tiendan a proteger los sistemas de soporte a la vida de la Tierra, para mantener la biodiversidad y preservar nuestra herencia natural.
– Manejar el uso de recursos renovables como el agua, la tierra, los productos forestales y la vida marina, de manera que no se excedan las posibilidades de regeneración y se proteja la salud de los ecosistemas.»
6. Evitar dañar como el mejor método de protección ambiental y cuando el conocimiento sea limitado, proceder con precaución.»
(de la Carta de la Tierra)

Mayo 2021

Domingo

             Amanece con niebla. Entre los pinos discurren las nubes que ascienden desde las huertas que riega el río en su vega media. Todo está quieto y en silencio. Ni siquiera el canto de los pájaros. Ni siquiera la brisa meciendo las ramas… En otros tiempos aquí hubo un mar. Leo en internet que hace más de 100 millones de años, durante el Cretácico, el nivel del mar estaba cientos de metros por encima del actual y vastas extensiones de tierra firme estaban inundadas por los mares, entre ellos el Mar de Tethys, antecesor del Mediterráneo, que cubría inmensas zonas de Europa y del norte de África.  Desde aquel lejano entonces el imparable transcurso del tiempo sigue evolucionando hacia un incógnito destino. Como el trasiego de esta niebla en su silente quietud…

Sube la niebla.
En el fondo del valle
canta un gallo.

Lunes

       Truena. Comienza a llover. Escasas pero gruesas gotas. Me cobijo bajo un pino y al poco hace su aparición un arco iris perfecto que dibuja un puente entre la sierra de las Coronas y la del Cajal que está enfrente. Todavía el cielo mantiene su alianza secular con la tierra. Todavía. ¿Tal los seres humanos? No deja de maravillarme la fidelidad de la naturaleza para consigo misma, humanidad incluida, aunque no sea correspondida en la misma medida por ésta. Me maravilla y me enardece de amor por lo salvaje, por lo indómito, lo que escapa al control y el dominio del hombre (“Todo lo bueno es libre y salvaje”, reza el título de un hermoso libro de Thoreau). Ante el fragor de la tormenta y la magnificente belleza del arco iris uno se siente minúsculo, frágil y a la vez protegido y a resguardo, como una criatura originaria. En el camino de vuelta se pega el barro al calzado, como una reminiscencia sagrada de lo que somos.

 Lluvia en las jaras.
Se cierne sobre el pinar
un cernícalo.

Martes

       Toda la mañana lloviendo. Mansa pero incesantemente. Lo veo en los charcos del patio, en las burbujas y los círculos de las gotas. Lo oigo en el discurrir del agua por los canalones que desembocan en el aljibe, en la caída del agua sobre las las ramas y las hojas aciculares de los pinos… Las sierras se cubren de nieblas pasajeras que se deslizan por las laderas o se remansan en las vaguadas… En lo alto se intuye el sol que se tamiza y se difunde en luz homogénea, sin horas, indiferenciada. Como la nube del no saber, que rezaba el título de un anónimo inglés del siglo XIV para describir la experiencia contemplativa. Contemplar, no saber… ¿qué decía el místico, nuestro místico renacentista Juan de la Cruz?:

“Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.”

       En esta ignorancia innombrable se solaza el alma y se sacia del manantial que no se agota. El fruto de la nada, que diría el Maestro Eckhart, bienaventurado místico medieval.

       A esta hora de la tarde en que escribo va decayendo la luz, pero no la lluvia, que persiste en su inmaculada labor de fecundar la tierra.

Rebrota el almez.
En el rumor de la tarde
sólo la lluvia.

Mayo 2021

Solo rocío
es el mundo, rocío
y sin embargo…

– Kobayashi Issa
(trad José Maria Bermejo, del libro “Nieve, Luna, Flores”)

 

«2. Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor.
a. Aceptar que el derecho a poseer, administrar y utilizar los recursos naturales conduce hacia el deber de prevenir daños ambientales y proteger los derechos de las personas.
b. Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.
4. Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras.»
(de la Carta de la Tierra)

Abril 2021

Camina por el bosque absorto en sus pensamientos. La llamada tensa y airada que recibió ayer del director del psiquiátrico donde está internado su hermano, la queja permanente de su nonagenaria madre que sólo ansía ya morir, sin dolor, pero morir al cabo y abandonar para siempre este valle de lágrimas, la inesperada dolencia de su nieta que amaneció con fiebre y plagada de rojeces por todo el cuerpo -proceso vírico, le dijeron en urgencias, sin más-, la necesidad de que su hijo acabe ya la carrera y se ponga al frente del negocio, el peso de los recuerdos a una edad que avanza sin tregua y va dejando huellas en el rostro que cada mañana ve en el espejo, en los músculos y tendones que ya se resienten tras largas caminatas… le impiden recrearse en el paisaje que atraviesa como un autómata: la floración de los romeros y de las rosadas jaras que anuncian la primavera, los charcos que menudean en las oquedades de las rocas tras la escasa lluvia del domingo y reflejan en su fondo oscuro las nubes que llegan del oeste, las enormes piedras desgajadas de la meseta que se precipitan por el acantilado de pinos y arbustos, el roce coriáceo de los espartos que colonizan el llano, el graznido de los cuervos que sobrevuelan la estepa, el plumón amarillo de la oropéndola que sale veloz de su escondite, el canto aflautado del mirlo cruzando la enramada, la niebla que desciende por la ladera de la sierra y se esfuma, el sol poniente tamizado por las nubes… Sale de la espesura del bosque y desemboca en un claro de grandes losas calizas en las que se abren largas y profundas grietas que van cuarteando paulatinamente la placa mesetaria. Se asoma al borde donde se desprenden las moles rocosas y observa con asombro las minúsculas flores rojas de un lentisco que ha agarrado en la sima de una grieta, en el límite entre la planicie y el abismo, suspendido en las alturas sobre lo profundo del valle donde se espejan las aguas esmeraldas del embalse. Por unos instantes, por un sublime momento inefable, sale de su ensimismamiento y se convierte él también en el florido lentisco que contempla. Emprende el regreso. Aminora el paso para degustar la travesía con otros ojos, con otros oídos, con otro olfato, aunados todos los sentidos en la misma percepción, inmerso y fundido con la naturaleza. Ya en casa, sentado en su escritorio, abre su cuaderno, desenfunda su estilográfica y escribe, corrige, reescribe… Pausa. Abandona, da un breve paseo por el jardín, respira el aroma de los bancales que circundan la casa… Regresa. Retoma el pulso de la escritura y concibe y alumbra al fin. Sólo tres líneas, tres mínimos versos que expresen el éxtasis mudo del asombro. Solo.

Canto de perdices.
En la tierra mojada,
caracoles blancos.

Marzo 2021

Sombra de árboles:
la mariposa trae
luz de otra vida.

Kobayashi Issa
(trad. Fernando Rodríguez-Izquierdo, del libro «Luz de otra vida» de editorial Satori)

«La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida. Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más.»

(de la Carta de la Tierra)

Marzo 2021

(En La Geja, mi solitaria casa en el corazón de la Sierra de las Coronas -Ojós, Murcia-, son muy frecuentes, sobre todo en invierno, los temporales de viento que llegan a durar hasta tres días consecutivos. La casa, ubicada en el Cañadico de La Geja (antigua variedad de trigo que hoy ya no se cultiva), sufre las embestidas del viento que campa por sus fueros a lo largo de la cañada y se estrella contra sus altos muros rectilíneos).

 

El viento aullando por las ventanas,

                                                       entrando

             por las aberturas de la casa,

                                                               bramando

       en las ramas desnudas,

en las acículas de los pinos,

en la hojarasca, en los cerrojos,

en las ranuras, en los cristales

en las aristas, en los balcones,

en las barandas,

en los tejados…

llamando incesante en agitada espiral

con su aldaba invisible,

con su lengua inquieta

que no alcanza el alma a descifrar.

 

Insomnio.

Noche sin luna.
El silbido del aire
por las rendijas.

 

Febrero 2021

            Aún brillan las estrellas en el firmamento cuando te dispones a caminar por la pista forestal que circunda la montaña. La tierra blanca del suelo refleja la escasa luz que anticipa la madrugada. Lo suficiente para andar sin más precaución que apoyar con tiento los bastones. Te dejas, así, fluir en el camino, sintiendo el aire frío en tu cara, en tu cabeza ya sin la espesura juvenil del cabello, en las manos que van entrando en calor a medida que avanzas… Regresas al filo del alba atenuada por un cielo encapotado. Te despojas de las ropas sudadas. Te duchas. Abres la ventana que da al norte y contemplas, sorprendido, la sierra de Ricote* envuelta por un cendal de nubes que translucen la nieve caída en la blandura silente de la noche. ¡La nieve! La magia del invierno recibida como un milagro en estas secas latitudes del levante mediterráneo. ¡La nieve! Te apresuras a sacar tu cámara para detener en un fotograma la licuación vertiginosa del meteoro y la memoria. Te cobijas en el silencio que sucede a la nevada, en su candor inmaculado, en el manso fuego que crepita en la estufa de leña y la dilata.

Primeras nieves.
Picotea el pan duro
un colirrojo.

*Sierra ubicada en la zona central de la región murciana.